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Presentamos la introducción
de Luis Bonafoux al libro Ideas y
Sensaciones (La Habana: Administración de El Fígaro, 1903), de Manuel
Márquez Sterling. A la misma añadimos uno de los
artículos del libro – “La obra del Maestro” – en el que
Márquez Sterling comenta la aparición del primer volumen
de las obras de Martí, editadas por Gonzalo de Quesada. Luis Bonafoux Quintero, también conocido como La Víbora de Asnières, (Saint Loubez, Burdeos, 19 de junio 1855 - Londres, 28 de noviembre 1918), periodista y escritor español nacido en Francia. Sus primeros trabajos en este último aparecieron ya en El Eco del Tormes, Salamanca (1877). En 1882 fundó en Madrid el periódico El Español, en el cual estuvo hasta 1887; luego fundó El Intransigente en 1892. Usó frecuentemente los seudónimos de Aramis y Luis de Madrid. Bonafoux estuvo en La Habana con un cargo en la burocracia colonial que le consiguió Antonio Cánovas del Castillo, y allí fue uno de los más asiduos concurrentes de la tertulia del café Europa; de sus observaciones de aquel medio sacó Bonafoux su famoso folleto, especie de novela, titulado El Avispero, que se hizo muy popular y fue objeto de enconadas y múltiples polémicas, estando a punto de batirse en duelo con Pancho Varona Murias, que lo vapuleaba a diario en el periódico La República Ibérica de Niceto Solá. Años después empero Varona y Bonafoux fueron íntimos amigos en París, y el periodista le resolvió al duelista un problema pasional que le afectaba hondamente. Colaboró además en El Mundo de La Habana. Para la nueva bandera Luis Bonafoux Márquez Sterling es uno de los pocos escritores hispano americanos que tienen fisonomía europea en lo intelectual, en lo moral y en lo físico. Si es cierto que los más de dichos publicistas piensan desde el Chimborazo, y escriben con pluma de colibrí mojada en dulzonas jaleas, no es menos cierto que personalmente dan grima; y es muy sensible que seducido el lector por unas poesías, o por unas prosas, y deseando conocer al autor de las mismas, se encuentre de manos a boca con un gorila vestido en la Belle Jardeniere, aunque el gorila, careciendo del valor de su raza, no pierda ocasión de vocear que sus abuelos eran gallegos, con lo cual, a más de no honrarse mucho, no logra convencer a nadie de que no es un gorila cogido a lazo y vestido en la Belle Jardeniere. Márquez Sterling, que físicamente puede pasearse por Montmartre, intelectual y moralmente puede pasearse por las columnas de los más refinados periódicos de París. Es un escritor y una persona. Como escritor, muy joven, pletórico de vida, abarca mucho; es crítico literario y cuentista, y filósofo y otras cosas más. De todos modos me parece bien; pero tengo predilección por un Márquez Sterling “especial,” que anda diluido sin haber tomado aún forma concreta, en sus manifestaciones artísticas. Hermosas son las reminiscencias que conserva de México en este libro. Pero gustándome todo, o caai todo, lo que dice a este propósito, prefiero los siguientes párrafos, en que explica el por qué de que le pareciese triste aquella ciudad: “Cantan los poetas, en estrofas sonoras, de pura belleza, los heroicos, instantes...... y cubren los monumentos que conmemoran el hecho, aquellas flores tan grandes, tan hermosas, sin perfume...... A mí me dan miedo ¡ay! las flores sin olor. Parecíanme mujeres de belleza angelical sin ojos, sin corazón...... ¡la eterna tristeza que domina en el desnivel de los amores!.. No dicen nada. No hablan. No oyen. ¡Acaso sueñan también y sueñan con tesoros de efecto.. [sic] en el eterno dormir de su conciencia! ¡Cuántas sensaciones en la patria de Antonio Plaza, aquel escéptico que, en versos medianos, elevaba a las alturas los clamores confusos de su alma enferma! Cuántas sensaciones auevas, en la tierra augusta del príncipe de las liberales, del hombre que fue sabio en el respeto del derecho ajeno! Cuando el tren, en que regresamos, se aleja, no impiden las brumas de la cima, al descender de la montaña, que veamos con claridad la ciudad triste, invariablemente triste..... He dicho triste.. ¿y por qué? ¿No se oye en sus calles el sonido de músicas alegres, no se vé el regocijo de muchos rostros placenteros que recorren la ciudad en la hora del recreo universal, cuando el sol va cayendo y la Naturaleza se apaga? ¿No es aquella la reina de los placeres que diviniza, sin alardes, los goces propios de su clima y de su altura, voluptuosa como Lamia, como Cleonice trágica? ¡Ah, perdonadme! Es un punto de vista personal. Yo miro en mis recuerdos, la gran ciudad, a través de impresiones propias. Yo la veo con el violento y mágico encanto de la golondrina de Arquipa que reposa sobre las tumbas..... Viene a mi mente, entre dudas y embriagueces, secos sus lagos, triste muy triste, eternamente triste..... Acude, siempre, a la mente, con el recuerdo de sus luces y el lagrimeo de su cielo; y paréceme, al verla de lejos, cuando el tren atraviesa los montes orgullosas de Maltrata, la imagen de imposibles amores, vestida de luto, que corre al infinito con sus flores sin perfume en un pecho sin latidos.....” Tan hermosas como estas reminiscencias son las que guarda de Amsterdam; pero más hermosas que todas me parecen estas líneas con que terminan sus impresiones: “Amsterdam duerme a las primeras horas de la noche. Despierta a las primeras horas del día... En las calles no transita nadie, ni se oye el bullicio constante de gentes que ríen y hablan y gritan... Amsterdarm duerme. Se me figura que es un pueblo sin amores. Aquellos hombres rudos, de ceño fruncido, no aman. Aquellas mujeres gruesas y lindas, de ojos claros, tampoco aman. Su corazón es del mar. Piensan solo en las olas, piensan solo en el faro que pestañea sobre la roca lejana... ¡Y sus ojos son claros, y sus ojos son tristes, porque su corazón es de la Naturaleza, porque su vida es del tiempo, del Norte bravo, y no de la pasión del sexo!.. ¡Y son poetas! ¡Y son pintores aquellos hombres! Me alejo. Pierdo de vista, al aclarar el día, los campanarios sin fin de aquella ciudad que, como otras veces he dicho, parece hecha de biscuit sobre un plato de cristal! No veo ya sus edificios blancos, las sinagogas, los templos calvinistas, los luteranos, los presbiterianos, los cismáticos griegos. Y se borra, allá, en el horizonte, como si en el alma del universo se apagara, para mí, un sentido, una luz...... Y se agitan las mieses del camino, y se agitan los árboles, y van lentamente las ovejas... mientras bate el viento sus alas sobre las espigas del suelo, y lucha y arrebata y se rinde…” Porque es “un punto de vista personal” de Márquez Sterling, porque “muerta la aurora levanta él la cabeza adolorida de sus cuartillas, que son las cuartillas de un loco, o los suspiros de un alma enferma,” por eso lo prefiero así como es en sus momentos de abandono, loco a veces, a veces enfermo, siempre poeta, por enfermo y loco, artista siempre. Paréceme un Lamartine de los campos cubanos, con no buecadas melancolías, que prematuramente corren por el ya roto surco de su corazón demasiado grande. No creo equivocarme. Seguramente no me equivoco. Escribir bien, cualquiera que se dedique á cultivar un idioma logrará escribirlo bien. “Hay dos clases de escritores, observa el mismo autor: artistas unos, los buenos, eruditos los otros, los mecánicos. Los primeros, hondamente sensibles, con ideas propias, dan algo de su alma al lector y no podrían resistir a la necesidad de trasladar al papel su pensamiento. Los segundos, los eruditos, escriben por adaptación, por escuela, por disciplina mental: su alma es fría, sus ideas no les pertenecen.” Márquez Sterling es el Luis de Viers de su admirable artículo Ideas. Si el escribir bien está al alcance de todas las nulidades, el pensar y sentir, como piensa y siente Márquez Sterling, no se aprende en ninguna cátedra de retórica y poética. Je vis de bonne soupe et non de beau langage, decía un aldeano. Los pueblos, en generaal, y el pueblo cubano en particular, par su mucha juventud, no necesitan estilistas, sino pensadores y sentimentales, literatos que le hagan pensar y sentir. Obsérvese, como caso psicológico, que quien siente tiernamente, a la manera de Márquez Sterling, no con “suspirillos germánicos y vuelos de gallina,” como ha dicho Núñez de Arce, sino con lágrimas muy gordas y vuelos de águila herida, ese tendrá energías de fiera irritada para acometer, y una gran dignidad de carácter para abogar por el Derecho y la Justicia. “Si el público cubano no lee a Martí, no adquiere la obra del Maestro.... – dice vigorosamente Márquez Sterling – ¿de qué vive el alma cubana, qué quiere, qué ansia?.... ¿a qué aspira sin la ternura de los que saben amar á aquellos que le dieron su genio y su vida, a qué aspira sin detenerse un instante a pensar en el que fue su Apóstol, hojeando el libro de sus evangelios?..... En Cuba la sombra del misterio más recóndito envuelve y apaga la luz salvadora de las deducciones.... Tirados en los mostradores de las pocas librerías de la Habana los libros de Martí, sin que se dignen siquiera mirarle con gratitud los miles de cubanos que leen a Ponson de Terrail, a mí me encojen el alma, porque me parece que se pierde pira siempre la causa del Mártir con esos evangelios que no contienen el ritual de la ambición ni el deleite de los cerebros vacíos...” Y luego, en otra parte de este libro, analizando la obra Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana: “Al traer el extranjero al espíritu cubano la miseria, la confusión y el escepticismo, el Dr. Morales y Morales nos presta un servicio de futuros resultados, llevando al corazón patriótico de nuestra juventud el recuerdo de las glorias que lo exaltan, el recuerdo de los martirios que lo enternecen; llevando al corazón patriótico de nuestra juventud los más hermosos ejemplos de amor y abnegación a este suelo, preciosa herencia que nos legaron generaciones venerables que sufrieron más de lo que nosotros sufrimos, que sintieron en sus almas poderosas la humillación de la esclavitud y el oprobio de la tiranía. Ante los cuadros que á nuestra vista pone hoy el Dr. Morales y Morales, el patriotismo de los cubanos no puede nunca sufrir el enervamiento de las duras jornadas a que le ha impelido la adversidad, y en ellos verán los decaídos y en ellos verán los que se hallan dispuestos a cederlo todo a cambio de un mendrugo bochornoso, que somos débiles, que somos inconstantes y veleidosos, que apareceremos ante la humanidad con el dictado tristísimo de la degeneración prematura, si rompemos, sólo por amor al reposo, la historia de perdurables sacrificios con que contribuye Cuba a toda una centuria de luchas por la independencia del Nuevo Mundo.” Márquez Sterling es ya algo más que una esperanza de las letras cubanas y de la patria cubana. Como literato, no tiene nada de artificial; como revolucionario, no tiene nada de pacotilla. No hay doblez en su alma de artista, ni cálculo en su cerebro de pensador. Es como un símbolo de un pueblo que se levanta, un símbolo de que ha muerto la artimaña, el halago rastrero, el verlas venir, el autobombo cínico y risible, el rebajamiento de carácter, el convencionalismo cuco, toda la basura moral de una generación muerta. Al leerlo me ha parecido leer en el libro de Cuba venidera, cuyas musas, como las olas que nos pinta Márquez Sterling, “en grupos de camaradas, sin desacuerdos ni vanas disputas, sin envidias ni mezquindades, enamoradas todas, todas amadas, juegan y bailan y se estrechan y se pierden en la orgía inmensa de sus espumas; corren y saltan, brindanse entre sí sus labios puros y se funden las unas en las otras y se desvanecen en el primer beso como si hubieran de gozarlo en el fondo inexplorable de las aguas.” Al saludar, desde el rincón, cada vez más solitario, de mi vida, y desde el humilde puesto que he conseguido en la Prensa, y que no por humilde se halla exento de enormes trabajos y atroces sinsabores, recogidos, los unos y los otros en el campo de batalla de las letras de molde; al saludar a este joven publicista, en cuyas páginas me han deleitado críticas nobles y brillantes, profundas psicologías, melancólicas notas del corazón, como las que entraña la necrología de Nicolás Heredia; al saludarlo de prisa, urgido yo por la diaria labor, y careciendo del difícil arte, clásicamente español, de decir en muchas cuartillas lo que se puede decir en pocas, no encuentro nada mejor para ofrecerlo a la meditación tuya, que este pensamiento de Jules Claretie: “La vida de escritor fatiga como toda campaña en que cada dfa lleva consigo una sorpresa, una escaramuza y una alarma. Raros son los que llegan a viejos. El pulso late con demasiada celeridad, los nervios están harto tirantes, el cerebro está sometido a una usura excesiva. Se cae pronto, como en la brecha. Pero lo que importa es haber vivido, haber gritado algunas verdades a través del mundo, como a través de las balas, y plantado la bandera.” Con cubanos del temple intelectual y moral de Márquez Sterling, la nueva bandera que ondea en el Morro de la Habana no tardará en ganar batallas en el Progreso del mundo, únicas batallas de que debe ufanarse un pueblo joven. París, 18 de Mayo de 1902. En un artículo sobre Márquez Sterling, publicado en Vitral, Ricardo González Alfonso expresa lo siguiente: Manuel Márquez Sterling nació el 28 de agosto de 1872 en Lima, Perú, bajo el pabellón de la República de Cuba en Armas, pues su padre era delegado mambí en ese país sudamericano. [...] Debutó en el periodismo a los 16 años en El Pueblo y El Camagüeyano, como Manuel Márquez Mola. En 1893 escribe para La Habana Elegante, El Diario del Hogar, entre otras publicaciones. Conoció a José Martí, y en 1895 declaró en España: “Estoy por la independencia de Cuba, y como no hay otro medio posible para lograrla, estoy por la guerra”. Regresa a La Habana. Cuando va a ser arrestado por separatista, parte a México, y después a los Estados Unidos. Trabajó como secretario de Gonzalo de Quesada, cuando éste era comisionado de Cuba en Washington. Regresó a la Patria durante la intervención norteamericana, y colaboró con La Verdad, El Fígaro; y figura en 1901 entre los fundadores de El Mundo [...]. [...] Al caer la dictadura de Gerardo Machado, a la que Don Manuel se opuso, vino un período de inestabilidad republicana. Uno de sus climax fue el 17 de enero de 1934. El presidente Carlos Hevia había renunciado por las presiones del coronel Fulgencio Batista. Un vacío de poder hubiera significado el naufragio de la República. Márquez Sterling, Secretario de Estado, para evitarlo, aceptó una fórmula: a las 6 y 10 de la mañana ocupó la primera magistratura, y al mediodía traspasó el poder a Carlos Mendieta Montefur. La obra política e intelectual de Márquez Sterling se destacó por combatir la Enmienda Platt desde los inicios de ésta. Hasta que, como embajador en Washington, firmó el 29 de mayo de 1934 el tratado que derogó aquel texto que cercenara nuestra soberanía durante más de tres décadas; aunque, como una sombra plattista, continúe la Base Naval de Guantánamo. Después de rubricar aquel documento, dijo a su secretario personal: “Ya puedo morir tranquilo”. Don Manuel falleció el 9 de diciembre de aquel año . En 1943, la Escuela Profesional de Periodismo, la primera de Cuba, adoptó su nombre." [...]. La obra del Maestro MARTÍ-CUBA. – VOl. I. – Gonzalo de Quesada, editor. – New York, 1900. Manuel Márquez Sterling Comenzará, dentro de pocas semanas, a circular en Cuba un libro que es la base de un monumento, el principio de una labor que, para Gonzalo de Quesada, es un deber y una gloria. Este libro se titula simplemente MARTÍ-CUBA, y lo componen una serie de producciones del Maestro que uneb a la profecía magna, el arte vivo, artículos, conferencias, versos que engrandecieron el alma de la propaganda por Cuba. Este libro es el primer volumen de la extensa obra del Maestro, que Gonzalo de Quesada se dedica a ordenar y a elegir, consagrando la memoria del profeta. Cuba conocerá a Martí, sabra admirarlo, verá, tal cual es, al poeta de los Estudiantes de Medicina, al grandioso autor de la proclama viril, al suave analista de Heredia y Torroella, al defensor melancólico del ideal. Cuba verá algo muy grande...... Las tribulaciones de Martí, sus hondas tristezas. Y es Gonzalo de Quesada, con su talento de pensador robusto, con su adoración de hijo, el que conoce a fondo la figura del Maestro: por eso recoje del fondo de la biblioteca y del archivo, la producción que duerme, dalmática inextinguible del mártir creador. Figuran, al frente de la obra, unos fragmentos de la hermosa carta que, de Montechristi [sic], dirigió el Maestro a Quesada, presagio de mérito enorme, documento histórico que vivirá para Cuba, mientras Cuba viva para la Humanidad. Y qué hermoso es echar una mirada retrospectiva sobre los años de lucha en que sucumbiera España, palpando la energía que desenvuelve todo pueblo esclavo que sufre y al fin combate! Martí fue un corazón muy grande, sí, pero fue un alma superior y consagrada. Vio una cadena y se horrorizó ante un esclavo; gimió ante la historia de Polonia y volvió la mirada sobre su tierra infeliz. Hé ahí el poema del poeta que concluyó en Dos Ríos. Y hé ahí la lucha impuesta a su cerebro de pensador, que puso a prueba su alma de privilegiado. Pudo entonces ir al sacrificio con la sonrisa en los labios: Cristo, enseñando con el ejemplo á sus discípulos, creando no doce sino muchos rediles de Apóstoles que predicaran la religión de la Libertad. Los que conocimos al poeta, al poeta que se inspiraba a las orillas del Toxcoco con el recuerdo de nuestras suaves palmeras, nos sorprendimos ante el filósofo. Los que oímos una y otra vez al tribuno incomparable, fogoso – con el fuego de los designados – pronosticamos al legislador futuro. Y todo era una suma inmensa de patriotismo que engendraba la fé – la fé que repercutía en el corazón con los cánticos harmoniosos de victoria anticipada. De ahí nació la Revolución. Pequeña en su numerario, débil en sus elementos de guerra, tenía una fuerza que no era posible resistir: la fuerza que le dio el poeta con sus rimas, el filósofo con sus sentencias y el orador con sus centelleantes palabras. Y todo ese conjunto que era incontrastable; y todo ese conjunto que significaba el oleaje de las ideas que barren con la timidez o la hipocresía, sirvió de raíz para la jornada que emprendieron los primeros expedicionarios cubanos. Llegó el día terrible, cargado de tempestades, el 19 de Mayo de 1895. Cayó, para levantarse en el mundo de la inmortalidad, el poeta, el filósofo, el tribuno, el patriota, el legislador – fecha terrible que guarda en sí una sentencia dolorosa del destino; luctuoso día en que sucumbieron grandes esperanzas. Aquel corazón, todo amor, no latió más; aquel cerebro, todo idea, se hizo polvo; y el misterio impenetrable de la muerte supo llevar la parálisis a las alas de aquel espíritu valiente, decidido, único. El Maestro habla desaparecido. Lloraron sus fieles soldados, y en vez de levantarle un altar al dolor incurable, ataron a sus brazos el negro crespón y emprendieron la marcha de nuevo, impasibles, mostrando a los que atónitos miraban el triste drama, cuán grande era el impulso que llevaban, y cuán grande y portentosa la escuela en que aprendieron. La Revolución continuó en busca de su fin. Y esa figura magestuosa – Martí – que crece ante nuestra vista, que se hace gigantesca, incomparable, no la hemos visto igual en la leyenda de los pueblos viejos, ni es reproducción de láminas antiguas. Sólo el arte las puede forjar en sus talleres de imaginativa magnitud. Hay hombres que no se repiten en el trascurso de los siglos, pero que la Naturaleza debe producirlos; va en su honor marcado de manera imborrable. Los grandes martirios que a la novela asoman, han aparecido, alguna vez, en el mundo real. Bolívar es un símbolo: Hidalgo es el emblema de un pueblo: Martí es el emblema de Cuba: Cristo es el emblema de la Humanidad...... Washington, 1900. |
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