la ceiba (dibujo de Samuel Hazard)      La página Pasión de Cuba está dedicada al ensayo y al artículo. Hoy presentamos el artículo: La más fermosa cosa: espejismos de la cubanidad, del poeta y narrador Félix Lizárraga. 
     Lizárraga, quien ha sido visita frecuente -para disfrute de nuestras distinguídisimas e ilustradas damas habaneras- en nuestra revista, fue el ganador absoluto del concurso de poesía erótica Fronesis, convocado recientemente por La Habana Elegante
     El artículo de Félix vuelve sobre el mito de la excepcionalidad de Cuba (la más fermosa, la mejor playa, el mejor ron, la llave del Golfo, el sitio donde tan bien se está, donde nacer es una fiesta innombrable) y reflexiona acerca de los vericuetos que nos han llevado a tan infausta locura. 
 
 
 
 LA MÁS FERMOSA COSA: ESPEJISMOS DE LA CUBANIDAD 

A Alfredo Enrique Hernández 

Si obviamos las indescifradas pictografías de los aborígenes, omisión quizá injusta pero inevitable, Cuba entra en la letra escrita en octubre de 1492, al mismo tiempo que la letra escrita entra en Cuba.  Se trata de una anotación deslumbrada en un diario de navegación.  El autor, como todos sabemos, es ese Jules Verne del siglo XV, a la vez autor y personaje de su propia épica, defensor de ideas consideradas delirantes en su momento, y que con valor e ingenio ha sabido manejar a una tripulación aterrorizada que temía en cualquier momento ver su pequeña flota despeñada en las cataratas sin fondo del confín del mundo.  Colón, Columbo o Columbus, cuyo nombre pudiera haber sido también Nemo, escribe, según la tradición: "La tierra más fermosa..." 

Llegados a este punto, recordemos varias cosas.  Recordemos que el Almirante exagera: después de todo, necesita más dinero para próximas expediciones.  En sus descripciones de la hermosura de los parajes y de los nativos hay tal vez algo de folleto turístico.  Recordemos que el Almirante seel emperador Wan Li sale en su barca real a dar la bienvenida a Colón en nombre del Gran Khan encuentra, además, bajo la influencia de un espejismo: está seguro de haber llegado al Japón o Çipango, isla de riquezas fabulosas cantadas por Marco Polo.  Recordemos, aún, que en poco más de un siglo los bosques y los nativos desnudos cuya hermosura pinta con tanto entusiasmo habrán desaparecido. Los nativos se extinguirán para siempre, víctima de la varicela o del suicidio, dejando como recuerdo ecos de su lenguaje y sus costumbres, el tabaco y, según me dicen, la sífilis.  Los bosques cubanos pueden ser admirados todavía por los visitantes del Escorial. Recordemos, en fin, que el Almirante nunca dijo o escribió esas palabras famosas.  O, lo que es peor, las dijo demasiadas veces. La anotación del 28 de octubre de 1492, su llegada a Cuba, afirma: "Dize el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido...", loSamuel Hazard: Cupey cual, debemos admitir, se parece bastante.  Pero antes, en las Bahamas, había escrito de unas huertas de árboles en las Bahamas: "las más hermosas que yo vi" (14 de octubre), y de otras arboledas, "la cosa más fermosa de ver que otra que se aya visto" (17 de octubre), y de otra isla de las Bahamas, "la más fermosa cosa que yo vi"(19 de octubre).  Llegado a Haití, decide que el puerto de San Nicolás es más grande y más hermoso que ningún puerto de Cuba (6 de diciembre), y unas vegas que ve le parecen "las más hermosas del mundo" (9 de diciembre).  Su entusiasmo llega al paroxismo en su tercer viaje, en 1498, cuando enfrentado, en Trinidad Tobago, a "unas tierras las más hermosas del mundo", especula si no estaría allí el Paraíso Terrenal. 

Hemos llamado antes a la entrada de Cuba en el diario del Almirante una anotación deslumbrada en un diario de navegación.  Podríamos corregir esta afirmación diciendo que se trata de una anotación entre otras en un deslumbrado diario de navegación.  ¿De dónde hemos sacado entonces, los cubanos, nuestra inamovible creencia en el carácter único de esa desorbitada afirmación?  Tal vez lo hemos soñado. 

La literatura inglesa se inaugura con el sueño de Caedmon, que compone si uno se despierta con una yuca en la mano, ¿qué mejor prueba de haber estado en el Paraíso?en sueños su primer poema, el único que ha llegado hasta nosotros.  De ahí en adelante, ya se sabe; quisiera detenerme un momento en los dos sueños famosos de Coleridge.  Coleridge, probablemente bajo los efectos del opio, sueña con un palacio que es a la vez un poema y escribe al despertar lo que recuerda. (Borges se ocupa de hacernos saber que el palacio que soñó Coleridge había sido soñado a su vez por Kubla Khan, probablemente bajo los efectos del opio.)  El segundo sueño es una conjetura.  Coleridge se pregunta qué haría un hombre que sueña que está en el Paraíso, y que recibe una flor como prueba de haber estado allí, y que al despertar se encuentra con que la flor soñada está en su mano. 

La literatura cubana comienza con una anotación deslumbrada en un diario; fumar es un placer genial, sensual,... fumando espero...una visión, exagerada tal vez, fugaz y no exclusiva, pero cierta con la certidumbre de los sueños, del Paraíso Terrenal.  Bosques umbrosos,  aguas cristalinas, cuerpos inocentemente desnudos, cabelleras  "como sedas de cavallo".  El Almirante, ofuscado, se encuentra en plena mitología: confunde a Cuba con Çipango, a los manatíes con sirenas. "Dize el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido...", escribe en su diario.  Quinientos años más tarde, esa frase sigue siendo nuestra flor de Coleridge. 

Uno de los rasgos fundamentales del Paraíso Terrenal es la ausencia (que quiere decir olvido, decir tiniebla, decir jamás...). Decir Paraíso Perdido es casi tautológico, pues los paraísos están por definición en otra parte, otro tiempo. Quizás los dos únicos momentos en que nuestra literatura se ha acercado al Paraíso en presencia han sido dos diarios: el de navegación del Almirante, el de campaña de José Martí.  Ya en el Espejo de Paciencia (si aceptamos que el Espejo fue escrito en el siglo XVII y no en el XIX) se le conoce la nostalgia al poeta cuando habla de lo ocurrido apenas cuatro años atrás. 

En el Espejo nos encontramos en pleno idilio.  El enemigo, el corsario, viene de afuera; es muerto por el primer negrito bueno de nuestras letras, y de inmediato se reanuda el idilio.  El retorno de un obispo (rescatado cotorraprosaicamente con cientos de ducados y de arrobas de carne) se torna en una apoteosis pastoral donde la Naturaleza misma celebra la victoria con un cortejo de ninfas y de sátiros.  (Recordemos además que aquí el tema se hace pastoral al cuadrado, ya que todo gira en torno a un obispo, a quien se llama continuamente Pastor de Dios.)  La introducción de estos diosecillos que traen piñas y aguacates pertenece menos al reino de la fantasía que al de la retórica; son menos una especulación que un énfasis.  Curiosamente, sin embargo, las hamadríadas y las náyades que vienen al encuentro del obispo rescatado 

   Vienen cargadas de mehí y tabaco, 
   Mameyes, piñas, tunas y aguacates... 
   Con frutas de siguapas y macaguas 
   Y muchas pitajayas olorosas... 
 Y, sobre todo, en un grito irreprimible de nostalgia: 
   De aquellas hicoteas de Masabo 
   Que no las tengo y siempre las alabo 

Esas tortugas de río, cuyo recuerdo delicioso arranca al poeta los dos versos más memorables del poema (por lo demás, bastante indigesto, quizás por la continua mención de comidas), son llamadas por su nombre indio: son jicoteas.  Su sabor recordado, los nombres indios, las frutas tropicales, infunden un soplo de vida en este cortejo de marionetas ("juguetes mecánicos de la retórica", las llama Antonio Ponte). 

Nostalgia de un sabor, unos nombres arahuacos que se cuelan en las octavas reales, un idilio pastoral interrumpido por piratas como en Daphnis y Chloe, glorias y hazañas del pasado ya portentoso aunque reciente, son entrevisiones del Paraíso Perdido.  Esa nostalgia y esa entrevisión son, a la larga, los temas más permanentes en nuestra literatura.  Espejo de Paciencia los prefigura o los recoge, o, como buen espejo, simplemente los refleja. 

He dicho que los paraísos están por definición en otra parte, otro tiempo.  Para el cubano encerrado en la Isla, a quien la maldita circunstancia del agua por todas partes obliga a sentarse a la mesa del café, es o puede ser el cárcel de Tacónextranjero. Cuando un cubano de hoy quiere significar que se divirtió mucho en un lugar, o que en alguna parte él, o ella, o alguien, disfrutó de una sensualidad sin límite (o sea, paradisíaca), exclama: "eso era Francia".  Julián del Casal, ese gran inconforme, vive soñando con un París virtual, que a la larga no es sino una versión más refinada más refinada de esa Francia utópica donde todo es posible; y con un Japón no menos virtual. El Paraíso según Ramón Alejandro 

Ramón Alejandro, pintor de paraísos si los hay, imagina a Colón desembarcando en Zanja y Dragones, populoso barrio chino de La Habana, convencidísimo de que ahora sí ha llegado a Çipango o al Catay; yo prefiero imaginarlo recibido por Casal, en su kimono de oro.  El Almirante y el Poeta se encuentran en esa isla encantada, de Gaunilón o San Brandán, que es el Japón dorado que ambos sueñan, como el palacio de opio en que se encuentran sin saberlo un guerrero mongol y un poeta de otra isla. 

El Paraíso puede estar en el mismo lugar, en otro tiempo.  Para el Cucalambé, discípulo de Rousseau (si entornamos los ojos y emborronamos algo las fechas, podemos creerlo discípulo de los dos Rousseaus, el Filósofo y el Aduanero) es la Cuba boscosa donde Hatuey, nuestro primer inmigrante dominicano, antecesor ilustre de Máximo Gómez y de los Henríquez Ureña,  aguarda a su amada 

  Con un cocuyo en la mano 
  y un gran tabaco en la boca... 

Para Eliseo Diego, es el sitio donde tan bien se está, la calzada de Jesús Del Monte de su infancia, las maravillosas viñetas del impresor Boloña. Para José Lezama Lima, es la torre de Babel de su sistema poético, y es también, como para tantos otros cubanos, la República del Jamón, donde ocurren las comilonas obscenas de su novela, sintomáticamente llamada Paradiso. (¿Se hará alguna vez un estudio del jamón como símbolo cubano de la abundancia paradisíaca?) 

Para Guillermo Cabrera Infante, es la Habana nocturna, donde unos personajes extraños se persiguen y entrelazan como en un tríptico del Bosco, buscando la Fresa Silvestre del placer, y donde, crucificada en las cuerdas de un arpa o de un piano, Ella Canta Boleros.  (Boleros que tratan a su vez del paraíso del amor pasado y del infierno de la ausencia. De cierto modo, con su mitología de cartón piedra, sus rimas torpes y su sensualidad cargada de color local, el Espejo de Paciencia es nuestro primer bolero.) 

Pero Cabrera Infante pertenece a otra clase de cubano, el cubano encerrado fuera de la isla, del otro lado de la reja de agua (la imagen es de otro poeta desterrado, Adalberto Guerra).  Para el cubano en el destierro, voluntario o no, el Paraíso Perdido es siempre Cuba, pasada, presente o imaginaria, poco importa.  Para José María Heredia (¿o es la Avellaneda?) son "las palmas deliciosas"; para Manuelillo (personaje de una de las novelas cubanas más interesantes y menos leídas, Lucía Jerez), para el poeta Manuelillo, que ha enloquecido de nostalgia en el destierro, son visiones de palmas en llamas. 

Otra parte, otro tiempo; de vez en cuando el Paraíso es soñado en el futuro.  Para los que, en el destierro o la manigua, escuchan los discursos encendidos de José Martí, ya no es Francia o Japón, no es un pasado de jamones y jicoteas, sino una entrevisión de la República futura, la Utopía posible, a punto siempre de perder la U.  Un mulato santiaguero se casa con una hija de Karl Marx y escribe un elogio de la pereza, cuyo título hace pensar enseguida en paradisíacas siestas en hamaca. 

El Paraíso Perdido es un espejismo; la Utopía, un espejismo del Paraíso, espejismo al cuadrado. La saga del yate Granma (¿han pensado que somos tal vez el único país con un periódico oficial llamado La Abuelita?), con sus doce sobrevivientes, la bajada de los rebeldes de la Sierra Maestra con el pelo largo, con collares de semillas, con vuelos de palomas, los discursos hipnóticos, interminables, que prometen ríos de leche y miel, se alimentan de ese mismo espejismo.  Pero las Utopías, espejismos al fin, son inhabitables; lo que es peor, son delirios construidos con rigor matemático.  Hay un cuento en Condenados de Condado, el único libro de Norberto Fuentes, en que unos soldados de la Limpia del Escambray son obligados a renunciar a sus melenas y a sus collares de semillas; es el final de la ilusión edénica y el comienzo de los rigores de Utopía.  De poco vale ahora lamentarse de que una lectura atenta de la República de Platón nos hubiera salvado de cuarenta años de pesadilla planificada. 

Félix Lizárraga, 1999