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     En esta oportunidad, La Habana Elegante ofrece a sus lectores y a sus visitantes una muestra de la obra del importante pintor cubano Jorge Camacho.  Queremos expresar nuestra más profunda gratitud hacia el amigo Jesús Chacón, el cual se encargó de reunir los materiales que incluimos en esta selección.  También le agradecemos a Camacho su autorización, y, por lo mismo, su voto de confianza.  A todos los que contribuyeron de una manera o de otra con este proyecto, gracias.

La Habana Elegante

Jorge Camacho, bird in the light

entrevista por Jesús Chacón

Los Pajares, Almonte (Huelva, España), sábado 10 de noviembre, 2001

Jorge CamachoHace falta un todoterreno para llegar a Los Pajares, la finca almonteña donde Jorge Camacho junto con Margarita, su esposa y compañera de toda la vida, fijó su retiro en 1975. Allí nos recibe antes de marcharse a París, donde desde hace veintisiete años pasa la otra mitad de las temporadas. En un lugar de la carretera entre Almonte y El Rocío, desde la cuneta, se ve llegar el 4x4 con matrícula francesa de este hombre afable y reservado. Y por las arenas de los carriles nos lleva al espacio escogido para vivir con esa tranquilidad que deben sentir los que, como este matrimonio, no necesitan la luz eléctrica. Camacho es aquí libre con la misma libertad del pájaro en Doñana. La libertad de la luz del Coto y del silencio de la civilización humana. Donde es otro el ritmo del tiempo; donde medita -crea, busca- la obra artística, que nunca, nunca tiene fin.

Entre Almonte y París

     La primera cuestión nos asalta, urgente, todavía dentro del todoterreno. Resulta extremadamente curioso averiguar por qué Jorge y Margarita eligieron este rincón andaluz de la provincia de Huelva: Almonte, en la zona de marismas donde el Guadalquivir, el gran río que es la médula de Andalucía, se prepara  para alcanzar la plenitud atlántica ya en la frontera con tierras de Cádiz ... 

     ¿Escogió usted este lugar porque las marismas miran hacia el Atlántico, la puerta para alcanzar su Caribe natal? 

     “No. La venida de nosotros aquí  fue por Doñana. A principios de los setenta empezamos a viajar para observar y fotografiar a los pájaros. Estuvimos en Venezuela, en Marruecos y en otros muchos lugares, y nos aconsejó un ornitólogo amigo nuestro que teníamos que visitar la reserva de Doñana. Y nos vinimos para acá”.

     Entonces, pictóricamente le interesa el tema del pájaro...

     Sí, sí. Hemos trabajado mucho en eso. Yo hice con un amigo la primera lista razonada de los pájaros de la Guayana francesa.

¿Expone en París lo que aquí pinta?

     Sí, cuando pinto aquí. 

     No viene aquí para trabajar...

     Yo vengo aquí para vivir. Trabajo en París y vivo en Almonte. Allá trabajo mucho más, aunque aquí hago muchas cosas sobre papel, porque es mucho más tranquilo... me interesa más. Además aquí hay tantas cosas que hacer... cuidar el campo, El Rocío, los caballos, Doñana, la playa, o sea, que hay poco tiempo para pintar.

     ¿En París trabaja sobre papel también?

     No allá casi nunca lo trabajo, trabajo la tela.

Cuba trasplantada

     Cuando hemos entrado en el salón de la casa para hacer la entrevista, nos han llamado la atención las señales de esa Cuba que vive en el corazón de este hombre que, por otro lado, no siente nostalgia de su tierra porque es un cosmopolita, es decir, “habitante del cosmos”, como en 1989 dijo en una entrevista hecha también aquí, en Los Pajares. Sobre la chimenea, un retrato de Reinaldo Arenas preside el salón, y Camacho nos conduce a un pequeño rincón donde está la foto que Jessie Fernández, también cubano, ex reportero gráfico de Life, le hiciera en La Habana a Lezama Lima.
¿Desde cuándo no pisa Cuba?

     Desde el 67. Aquel año el Salón de Mayo, que se hacía normalmente en París, se organizó en La Habana. Carlos Franqui, uno de los comandantes de la Sierra Maestra, que después se separó del régimen castrista, y Wifredo Lam organizaron este salón. Yo no iba a Cuba desde el 59, y ahí fue cuando vi de nuevo a Lezama, que era amigo mío, a Virgilio Piñera ...

     ¿Conoció a Cintio Vitier?

     No. A Cintio Vitier yo nunca lo conocí. Y en ese momento [en el 67] yo no lo vi. Nosotros estábamos con Lezama y con Virgilio, y ahí fue donde conocimos a Reinaldo.

     Entonces, cuando Castro entró en La Habana, ¿usted no vivía allí?

     Sí, sí.

     No le habrán exiliado...

     No. Yo vine [a Europa, París] becado en el 59. Había becas que estaban previstas por el Ministerio de Cultura y esas becas se respetaron y entonces un grupo de artistas y de escritores salimos becados. Y después, cuando volvimos fuimos con toda la esperanza ¿no? Decíamos, bueno, por primera vez va a haber un régimen socialista, realmente humano... y después allí nos dimos cuenta de que eso no era verdad. Y Virgilio y Lezama y Reinaldo nos alertaron sobre la verdadera situación que estaba viviendo el pueblo cubano.

     ¿Qué habrá después de Castro?

     Eso es una incógnita grande. ¿Qué es lo que va a pasar? En principio el heredero es Raúl, porque eso es a nivel de familia. Pero no creo que pueda soportarlo. Fidel Castro será un canalla pero es muy inteligente, es un astuto, es un político que sabe ... aun con su esquizofrenia y su paranoia, tiene un carisma. Además, en cuarenta años se ha convertido en una especie de padre para muchas generaciones. Ha creado una especie de supeditación total. Nadie lo nombra. La gente no dice Fidel Castro, dice “él”. Yo creo que lo que podría pasar es que si se muere, que la Virgen del Rocío nos lo conceda lo más rápido posible, me da la impresión de que Raúl va a tener que comprometerse con cierta parte del ejército, con personas como Ochoa, que lo fusilaron, y buscar un Gobierno de transición.

     ¿Algo parecido a lo que pasó aquí en España en los años setenta?

     Sí, pero lo que pasó aquí no es lo mismo, porque en España, en los últimos quince o veinte años se crearon ciertas instituciones, el mercado siguió, una clase media se fue creando, había profesores, médicos... la banca estaba protegida en cierto modo... En Cuba no hay nada. En Cuba es él. Y no se hace nada sin su aprobación. Así que no sé que puede pasar. Hay una posibilidad que puede ser muy grave también, y es que, la represión ha sido tan grande, los comités de CDR (¿?) que están en cada cuadra han alienado tanto a la populación [SIC] que los odios se pueden desencadenar también. Espero que no. Hay un libro maravilloso, extraordinario, que se llama La isla del doctor Castro, de unos franceses que estuvieron cuatro años allá. Zoe Valdés lo aconsejó publicar a Planeta (editorial española).  Cuando se lee ese libro uno se da cuenta de la verdadera situación que vive el pueblo cubano.

     ¿Qué piensa cuando oye eso que decimos por aquí de que Huelva es cuna de América?

     Bueno, eso es porque los bergantines salieron de aquí [risas]. Pero hay una unión muy grande entre Huelva y... entre España y América Latina en general, no solamente Huelva. Entre España yJorge Camacho Cuba hay unos lazos muy profundos, inclusive durante la Guerra de Independencia. Porque el mismo José Martí, que fue uno de los grandes pensadores de entonces siempre hizo la separación entre el Gobierno que él atacaba para la independencia y el pueblo español. Tal es así que en Cuba, después de la independencia, nunca hubo ningún resabio contra el español, realmente fue un pasaje muy armonioso. No es el caso por ejemplo de México, donde los españoles son la Malinche. Claro, que es un pueblo que fue traicionado por su propio pueblo ¿no? Porque Hernán Cortés nunca hubiese llegado a Tenochtitlán si no hubiera habido 30.000 tlaxcaleños con él. Y eso ha quedado siempre como un resabio. Yo viví un año en México, en Yucatán y en Ciudad de México, y allí conocí a José Luis Cuevas, el dibujante, y a Tamayo... es un país maravilloso. Recientemente hemos hecho [Camacho habla por él y Margarita] un viaje por Oaxaca y Chiapas.

El surrealismo

     Se dice que usted entronca con el surrealismo de Wifredo Lam, ese sincretismo tan personal en el que hay vanguardia europea, raíces chinas paternas y afrocubanas maternas. 
Primeramente no se puede decir el surrealismo de Wifredo Lam. Wifredo era un pintor que tocó ciertas cosas dentro de su arte que los surrealistas, o la idea surrealista, consideraron que pertenecía a su mundo. Del mismo modo que los surrealistas consideraron que Jerónimo Bosch en una época era un presurrealista, y como eso muchos pintores. O sea que el surrealismo no es una escuela, es una manera de sentir, de pensar... una manera de vivir. Es por eso que los surrealistas son todos tan diferentes ¿no? Miró no tiene nada que ver con Dalí. Ni Dalí con Domínguez, ni Picasso, que estuvo también en cierto modo unido al movimiento surrealista. Yo entré dentro del surrealismo por la idea que hay en él. El pintor surrealista en Cuba era Wifredo Lam.

     No es lo mismo entonces el surrealismo que el movimiento surrealista...

     El movimiento surrealista lo que hizo fue coordinar todas esas ideas para llevarlas hacia delante dentro de un movimiento que fue dirigido en cierto modo por Breton, Eluard, Aragon al principio -luego ya se separaron-. Es un movimiento en donde lo que prima es la libertad de creación, la poesía, el sueño, lo maravilloso; es todo lo contrario que el realismo. 

     ¿Fue cuando conoció en París a Andrè Breton el mometo en que usted se volcó con el surrealismo?

     Yo ya conocía a Breton desde Cuba, porque amigos míos poetas tenían sus publicaciones. Entonces una de mis ideas al ir a París fue llegar a conocer a Breton, y lo conocí. Después, él había visto una exposición mía, le interesó y visitó mi taller. Y desde ese momento estuvimos participando dentro del movimiento surrealista. 

     El surrealismo tiene tanto fervientes detractores como amantes incondicionales. ¿No hay termino medio?

     Es que yo creo que todos los movimientos de la historia que sean científicos han tenido sus detractores. Freud los ha tenido, y la música de Shömberg, que abre un nuevo camino... El surrealismo tiene sus detractores porque creo que la gente mediocre, sin sensibilidad extrema a las cosas pues, dentro del surrealismo, ¿qué es lo que van a ver? En España, en ese sentido es que ha habido muy a menudo una gran aversión hacia el surrealismo, a pesar de que ha dado tres de los grandes. No sé a qué se debe. Miró, por ejemplo, que es un pintor extraordinario, uno de los grandes del siglo XX, tiene muchos detractores en España. Me parece increíble todo lo que está pasando ahora en España con pintores realistas, como este que ha hecho una escultura del rey y de la reina [se refiere a Antonio López]. Me parece que después de que España ha engendrado personajes como Miró, Dalí, Buñuel, Domínguez, Picasso, y otros, es increíble que se haga un arte estaliniano, no al servicio de una idea, sino al servicio no sé de qué... Es peor que la cultura que hicieron los hitlerianos durante los años treinta en Alemania. ¿Qué es lo que aquí está pasando?

     ¿Cree que la percepción surrealista en Cuba es algo natural, por el mestizaje cultural que hay en la isla?

     El surrealismo tiene una característica fundamental, y es que es universal. Por ejemplo, Breton hablaba mucho de México, decía que ese pueblo podía estar muy unido al surrealismo. En Cuba, el único pintor surrealista es Wifredo Lam. Pero no hay que verlo desde ese punto de vista. Yo creo que toda manifestación del arte o de la creación que tiende hacia una idea de lo maravilloso, de lo extraordinario, del sueño es surrealista, más allá de la realidad. Lo contrario de Antonio López, que lo que hace me parece inquietante.

     ¿Dalí o Picasso?

     Cuando el arte se manifiesta en una cierta altura, no tengo por qué escoger. Me quedo con los dos.

     ¿Es usted de los que no se fía de las fronteras entre las artes?

     Más bien creo que no hay que caer en especializaciones. Yo he escrito también, sobre alquimia he escrito varias cosas. Hay muchos pintores que han escrito poesía, y muchos poetas que han pintado, por ejemplo Lorca dibujó cosas muy bellas, por otro lado. No hay por qué tener una barrera, ¿no? Si uno pinta y un día quiere expresar ciertas ideas con la escritura para mí es completamente lógico. Yo he trabajado mucho con la fotografía. También he escrito sobre jazz y flamenco. El flamenco es una de las cosas que más me ha interesado, siempre lo he comparado al jazz. En Cuba están los tanguillos, las guajiras, las colombianas y otros ritmos que tienen sus lazos con las músicas importadas por españoles. Y después también la raíz africana hace que el cubano tenga una sensibilidad especial al jazz. Ya desde los años cuarenta el jazz cubano y el americano estaban muy en contacto, con Machito, Chano Pozo, Dizzy Gillespie, que fue mucho a Cuba. Él fue un poco quien ayudó a Paquito de Ribera a salir de la isla.

Reinaldo Arenas

     ¿Cree que la película de Julian Schnabel es fiel al Reinaldo que ustedes conocieron?

     Sí. Inclusive fue bastante sorpresivo. Porque cuando firmamos el contrato con Julian Schnabel -ya que soy uno de los herederos de Reinaldo, junto con Lázaro [Gómez Carrilez], que está en Nueva York- al principio tuvimos mucho miedo, pero la película es extraordinaria, lo hablamos mucho con Schnabel. Margarita sobre todo le decía que tuviera cuidado, que no fuera a traicionar el espíritu de Reinaldo, que sobre todo no fuera una película que se pudiera poner en Cuba. Ése era el miedo nuestro, que lo pusieran de tal manera que no fuera el verdadero personaje de Reinaldo. La película es estupenda, y lo de Bardem ni hablemos, es único. Vargas Llosa, que la vio con nosotros, dijo que nunca había visto una película en la que se atacara al régimen cubano con esa violencia sin decir ni una sola palabra sobre él. 

     ¿Es verdad que Reinaldo Arenas empezó a escribir Antes que anochezca aquí en Huelva?

     Él empezó a escribir las memorias en varias partes. En el parque Lenin, en La Habana, escribió algunas partes. Pero sobre todo fue cuando terminó de escribir El color del verano, entonces decidió escribirlas lo más rápido posible porque él sabía que ya se estaba muriendo. Lo que hizo fue que, allá donde estuviera, en Miami, en Nueva York..., grababa en una cintica. Se las iba dando a alguien que las guardara. La última vez que vino aquí -estuvo en Almonte tres veces- trajo un maletín lleno de cassettes y en la torre, donde Margarita tiene sus estudios y su biblioteca, ahí se puso él a escribir. Cuando terminó las memorias él sintió que no quería seguir viviendo. 

Otra vez Cuba

     ¿Ron de caña o un buen habano?

     Yo no fumo habanos, ni tomo ron. Yo tomaba whisky, y fumo puros canarios. Porque para obtener buenos puros cubanos aquí en España es muy difícil, es muy caro. Y después hay una cantidad de puros que se hicieron en Cuba que son malísimos, todos arrugados. Pero el día que muera Fidel abriré una botella de ron y fumaré un tabaco habano.
 

Prólogo del Canto de las arenas

por Reinaldo Arenas

     Aventurarse por el mundo de la muerte y querer desentrañarlo ha sido siempre para todos los artistas un reto permanente. Pocos, sin embargo, han podido enfrentarse a esa región sin tiempo ante la cual todo exorcismo resulta inútil, toda rebeldía insuficiente y toda fe se tambalea.
     Aventurarse por el mundo de la muerte y querer desentrañarlo es  adentrarnos en un espacio Jorge Camacho: Dieux de force 1implacable cuyas dimensiones, por estar vivos, nos resulta imposible conjeturar, vanos ya nuestros afectos más fieles, nuestras paladeables costumbres o nuestros amores (y rencores) más intensos.
Presentimos espacios desolados, cielos incesantes que ya no nos han acogido, pero ahora ni siquiera podemos ofender. Cielos que sólo pueden ofrecernos un horizonte enemigo. El horror sin fronteras se inaugura.
     En el momento de la inevitable partida, tantas veces presentida, tantas veces temerosamente calculada, como siempre, no estaremos preparados. Nadie está preparado para un viaje sin regreso.
Con patético heroísmo anteponemos nuestros pequeños fetiches, imponentes totems, espacios, figuras, falos de fuego, signos del sol.
     Conminados por el pavor invocamos la protección del dios de la lluvia, al chamán que, armado de un bastón espinoso, hace danzar las serpientes, al mismísimo Quetzalcoatl, al Espíritu Santo o a las revelaciones del leve trazo dejado por la ardilla en la huida.
     En el momento del adiós, ¿qué mares convocar para que nos susurren “todo es sueño”?, ¿A qué clavo ardiente aferrarnos? ¿Qué bóveda, qué piedra, qué peregrinación hacia inaccesibles mecas, qué raíz siete veces machacada, qué inconmensurables promesas, qué oraciones, qué conjuros podrían salvarnos?
     Ya alucinados -tres años más, un minuto más- nos debatimos entre las aguas subterráneas, nos inclinamos ante el hombre cielo-oscuro. Con un banquete reverenciamos la imagen del Paho..
Mientras descendemos, o nos elevamos entre un delirio de azules cambiantes, todo, con tal de permanecer, lo ofrendaríamos al dios por venir. En tanto que los ocres multiplican sus círculos de fuego nos resulta imposible controlar nuestro suplicante aullido.
Iconos
Talismanes
Esfinges y cuerdas
Bastones rituales
     Mitología Hopi, momias empaquetadas en cintas kilométricas, taumaturgias y fantasmas.
     Complejo y apresurado inventario invocado para retener una ilusión -la vid- que tal vez mucho antes que el cuerpo ya nos había abandonado.
     Sólo queda el canto de las arenas con la desesperada huella que en él dejaremos. Y ese canto de alguna manera transmitirá nuestros signos.
     Queda el canto, el gran canto. Ese que a veces un poeta, un pintor, ha sabido escuchar.

Lisboa, mayo de 1987.
Recogido en Jorge Camacho. Dieux du force
Muelle de las Carabelas. La Rábida. Palos de la Frontera. Huelva, nov. 1999
 

Reto insular

por Reinaldo Arenas

     Así como el sistema poético de Lezama Lima -uno de los más grandes artistas de este siglo- se fundamenta en la imagen representada por la palabra, el sistema pictórico de Jorge Camacho -uno deJorge Camacho: Dieux de force 2 nuestros grandes pintores contemporáneos- se basa en la imagen expresada mediante la línea y el color. Las visiones, los sueños, las obsesiones, el terror o los terrores; en fin, la sabiduría que el artista ha ido acumulando y padeciendo a través de su vida, serán ahora esas imágenes ubicuas e insólitas que iluminan sus cuadros. Pues la obra de Jorge Camacho, como toda obra realmente singular es el resultado de una obsesión, del conocimiento de una incertidumbre. El desequilibrio entre el ansia de eternidad y esta efímera porción de realidad que la nutre.
     La sabiduría es ese impulso revitalizador y contundente con que el artista sabe anteponerse a la muerte. La obra de arte es una burla agresiva, violenta y sarcástica contra la muerte. Los cuadros de Jorge Camacho son fulgores que permanecen y se acrecientan después del incendio; paisajes reanimándose luego de la batalla; cenizas fosforecentes; lluvias que se rebelan y caen a la inversa; bosques petrificados donde el lobo aunque aplastado por la luna (esa mueca, esa burla), aún sigue aullando. La violencia realiza aquí su más insólita y gloriosa conjunción con la alquimia. De la tierra (y del cielo) germina un amasijo resplandeciente; universo exclusivo y cerrado -torbellino y aullido- donde el paisaje es un árbol circular acorazado de agresivas estríaias-garfios, pezuñas, garras, aguijones, colmillos, puntiagudos... El pez ya no está en la torre, sino que, junto a Virgilio Piñera, yace (y escruta) en el asfalto...Pero el pez insular ya no puede nadar. Tampoco, aunque tiene ruedas, puede moverse. Acuático pero maniatado y en seco, es la base sobre la que la muerte levanta sus bastiones y esgrime, triunfal, su rostro.
     Jorge Camacho cierra el triángulo iniciado por Lezama Lima y continuado por Virgilio Piñera: ese aire frío que nos traspasa y petrifica en medio del invariable calor del trópico; ese frío cortante que, bañados en sudor, nos calcina; ese frío que cala nuestros huesos y nos desnuda; ese desamparo, esa intemperie, son también los cuadros de Camacho. La noche insular de Lezama, esos jardines invisibles, más presentidos que disfrutados, más intuidos que paladeados, más inaugurales que ciertos y por lo tanto más ciertos. Esa extraña sensación que llega, anegándolos: ansias de transgredir cielos y paisajes, reglamentos y hecatombes, postulados y consignas. Todo esto también ha sido captado por el pintor.
     Nuestra Isla, un montón de huesos abandonados a la erosión. Nuestra Isla, una prisión donde el Jorge Camacho: Dieux de force 3mar como una luminosa maldición golpea y conmina. Nuestra Isla, una fosforescencia desamparada oscilando sobre un verde funerario. Un cuadro de Jorge Camacho.
     Ese fémur abandonado sobre la hierba. Ese árbol de huesos que se desploma y se reanima. Esa mirada cómplice y triste del planeta que nos escolta. Esa danza inminente y desaforada de la muerte que nos trasciende y a la cual, al asumirla, trascendemos. Un cuadro de Jorge Camacho.
     Lo violento y lo ecléctico, lo frío, agresivo y absurdo, la complicidad de un desamparo con una luz que nos cala y calcina. La mezcla de todas las razas, de todas las culturas e inculturas, de todas las grandezas y mezquindades configuran esa larga, estrecha y taimada extensión de intemperie que se ha llamado Cuba.
     Un artista es siempre, pésele a quien le pese (aun al propio artista), la voz de un terror trascendente y exclusivo. La voz de su paisaje y de su pueblo. Camacho es nuestra insularidad desamparada.
     Camacho es nuestra abrupta (y perenne) circunstancia -terror agresivo y desharrapado, muerte entre rumbera y tétrica, contrapunteo entre lo bárbaro y sublime- lo que fue Goya para el estupo ahogado de su tiempo: el espejo que nos asedia con una mueca; nuestro rostro.
     Contemplemos fijamente las agresivas estrías (púas, agujas, flechas) con que la planta en medio de la intemperie se ampara; observemos esos huesos que en desolada amalgama se reúnen, como un manglar junto a la costa, ungidos para agredir y sobrevivir.

     De esta manera nos lanza Camacho su reto insular.

Reinaldo Arenas
Publicado en Jorge Camacho. La idea del sur
Pinturas, Dibujos, Libros, Huelva, 1990
 

La fuerza de los dioses
 

Sin dio, sin lugar
donde leer las maravillas
Magloire Saint-Aude, Tabá, 1941


A Margarita Camacho

por Juan Carlos González Faraco

     Los Breton estaban de mudanza. Marcel Duchamp, siempre dispuesto a echar una mano a sus amigos en esos trances, envolvía objetos y trasladaba cajas de un lado a otro en el apartamento neoyorquino de André y Elisa. La guerra europea había terminado y tenían prisa por regresar a París.Jorge Camacho: La Dame Blanche Pasaban los minutos y Duchamp no se movía de un rincón donde, al parecer, estaba empaquetando alguna cosa. André, nervioso ante la inminente partida, increpó a Marcel que, abstraído, seguía moviendo misteriosamente sus dedos. Por fin le contesta: “es que estoy tratando de inventar un nuevo nudo”.1
     En el otoño de 1998, en la galería Thessa Hérold de París, Agustín Cárdenas y Jorge Camacho mostraron juntos sus obras en una exposición que llevó como título Peregrinación a las fuentes de lo maravilloso. Parte de las obras de Camacho se presenta aquí bajo el común denominador de “Dieux du force”. Detrás de cada uno de estos pasteles hay una arquitectura de líneas que es, probablemente, la única disciplina a la que Camacho se ha sometido a lo largo de su vida. Muy joven, en el México precolombino, en la matriz misma de la más bella geometría jamás dibujada, aprendió el corte seco del cuchillo de obsidiana en medio de un incendio de cenizas apagadas. Después, el trazo bailó una guaracha y se hizo sinuoso y alado.
     Desde entonces, en un ángulo extraño a toda solemnidad, Camacho inventa cada mañana un nuevo nudo en el mismo hilo. Cinta chamánica que atraviesa limpiamente los mundos superpuestos, ensarta el ojo de la calavera, trepa por las raíces del árbol ácido, se hace humo y asciende. Al alba, en la soledad sonora de los pajares, Camacho recoge la tela blanca tendida bajo el cielo estrellado, y el rocío, lluvia horizontal, cae gota a gota en el vaso de vidrio calentado al fuego. Entonces, recomienza el ciclo, y el hilo, a la búsqueda imposible de la huella efímera dejada por el vuelo de un pájaro, reanuda, de la mano del artista, su viaje... interminable. La verdadera creación poética reside en la conciencia de que nunca se ha llegado (ni nunca se llegará) a ninguna parte.
     Sin embargo, los prejuicios académicos y el gusto por la eficiencia gozan con lo previsible y se conjuran contra el asombro. La liturgia, que es código divino, descansa en la profecía. Los dioses despliegan su verdadero rostro en planes quinquenales, letanías y efemérides. El poeta, el verdadero poeta, es un proscrito que susurra en un rincón apartado, evadido de todas las miradas, atento a lo inesperado. Frugal, se alimenta del silencio, vive sin clamores,  desposeído y a la deriva, al margen de toda patria, es decir, de toda paternidad. “Sin dios, sin lugar, donde leer las maravillas”.
     La modernidad se tambalea sobre una aporía insoluble, que es su talón de Aquiles. Se empeña en predecir y ordenar el mundo siguiendo reglas exhaustivas, mientras entona una oda al libre albedrío. Pero el  pronóstico y la libertad no casan bien, se repugnan. ¿Cómo hallar una salida a este dilema? Los dioses de la modernidad lo han resuelto mediante una triple y delirante objetivación, según la cual vivimos entre objetos que han de ser mirados con objetividad siguiendo un objetivo. Ante este horizonte enemigo, el poeta, es decir, el hombre libre, sólo tiene dos elecciones: o abandona su tiempo y se recluye en el algodón de un espacio pretérito, o traza, como el escarabajo, un rastro sobre la  arena del desierto, a sabiendas de que la ferocidad del viento arrasará las leves líneas recién dibujadas. En tal caso, no debiera conmoverse por la fugacidad de una imagen, condenada nada más nacer; debe importarle más la pervivencia del sentido de lo que ha imaginado. Hasta el último momento, la ecuanimidad y el ritmo, escribió Reinaldo Arena. También, la duda.
     Los dioses liban su energía de la certeza, que está hecha  a golpe de pedernal. El poeta, de la duda, que es de agua. Aunque de  apariencia inmortal, la certeza envejece y se  marchita pronto. La Jorge Camacho: Manatíduda, en cambio, como decía Cioran, conserva siempre su frescura inalterable. Por eso, la duda aviva las iras del poder divino, que, de inmediato llevado por una incontenible furia, planeará su destrucción en  una pira purificadora. Su victoria será, no obstante, pasajera. De los rescoldos, emergerá pronto el hilo de la vida, se abrirá  paso por las madrigueras y escalará la osamenta hasta alcanzar el aire.
     Como los navajos, Camacho pinta sobre la arena, una cartografía de signos y colores que nos guía en ese viaje entre mundos  que baja a  los infiernos para, luego, ir remontando hasta regiones más luminosas. Todo el ritual se ejecuta en una umbría kiva donde el tiempo se ha detenido. El pintor se prepara para una jornada de caza, sin más armas que su capacidad para descifrar los enigmas de la naturaleza. No invoca dioses estelares que, en su ensimismamiento, viven ajenos a las pasiones humanas. No reclama su compasiva protección ni el  préstamo de su favor. Para este viaje conviene ir desnudo: desoír los consejos, esquivar las doctrinas y desconfiar de las taxonomías. “Hace ya más de quinientos años que vivimos la discordia entre las ideas y las creencias, la filosofía y la tradición, la ciencia y la fe”, señalaba Octavio Paz. La recomposición de este universo descuartizado no es tarea sencilla. “En su abismo insondable --decía Fulcanelli- el arcano es imposible de encontrar por la sola fuerza de la razón”.
     La pintura de Camacho nos conmina a abrir los cinco sentidos. A la luz opaca de un candil, vislumbramos señales en las paredes de una tumba. Tras esa escritura imaginamos que se oculta una descripción codificada de la vida de quien allí yace. En realidad, no es más que un cebo, dejado a  propósito, para seducir a un imprevisible observador con el que entrar en diálogo al cabo de los siglos, única inmortalidad posible. Los cráneos sacan su lengua roja para burlarse de quienes, atados a convenciones de enciclopedia, quieren ver un argumento donde sólo hay una provocación, un desafío, la primera hebra del hilo de Ariadna, para que quien quiera pueda seguirlo y recorrer a solas el laberinto de la muerte.
     Porque si el arte tiene una aspiración, ésa  es la de encarar y vencer a la muerte, que habita, como pez en el agua, en cada una de nuestras claudicaciones cotidianas. El día agoniza, la angustia invade un salón vacío donde nada hay y nada suena (“Aboli bibelot d'inanité sonore”); mas a través de una ventana abierta al norte, siete estrellas se reflejan en el frío espejo donde poco antes sólo habitaba la pálida desnudez de un cuerpo muerto:
 

Elle, défunte nue en le miroir, encor
que, dans l'oubli fermé par le cadre, se fixe
de scintillations sitôt le septuor.

(Stéphane Mallarmé, "Le sonnet en ix", 1887)


     Ver es traducir. Camacho, traductor incansabl e de poetas malditos y lector perspicaz de símbolos, nos invita, con su pintura, a una traducción liberada de fijaciones escolásticas. SuJorge Camacho: Still Life proposición es bien simple. Hay un vasto territorio por descubrir en el que no faltan los peligros, pero tampoco las señales benéficas. Sólo hay que recorrerlo con el ojo asombrado del etnógrafo, interpretando signos, y aventurarse sin miedo en el mundo del prodigio. Cuando águilas y halcones regresaban, por un agujero abierto en el cielo, a las inmediaciones de una aldea hopi tras una larga ausencia, la gente les hacía ofrendas, por ser espíritus amigos. En la pintura de Camacho, transida de horror, siempre hay un pájaro hecho de llamas que, desatado de sus cuerdas, vuela sobre el paisaje calcinado. El tótem que corteja su vuelo no es la representación de un dios iracundo o insaciable que reclama honores, espectáculo, delación y sangre (ése es dios de tiranos y esclavos). Es un detallado croquis de regiones interiores, morada subterránea de “katchinas” y “dieux de force”, desde la que el poeta oye el “gran canto” y se apresta sin tambores al asalto, como un niño o como un clown, tocado con el sombrero de Harpo Marx.

1. Debo el conocimiento de esta nota, apenas difundida, a Margarita Camacho, quien a su vez la supo por Elisa Breton.

Publicado en Jorge Camacho, Dieux de Force,

Muelle de las Carabelas, La Rábida. Palos de la Frontera. Huelva. Noviembre de 1999

     Juan Carlos González Faraco es docto en Psicopedagogía, profesor en la Universidad de Huelva y profesor adjunto de Antropología en la Universidad de Alabama. Actualmente está escribiendo una biografía sobre Jorge Camacho.
 

Jorge Camacho: la voluptuosidad de la memoria*
 

Queda el canto, el gran canto. Ese que a veces un poeta, un pintor, ha sabido escuchar” 

Reinaldo Arenas


por Zoe Valdés

     La eterna búsqueda de la panacea universal, remedio de todos los males en sentido directo y metafórico a la vez, ha transitado caminos herméticos y ha conducido a chamanes, antiguos adivinos y poetas, a la hermenéutica más sublime, al eterno e íntimo misterio entre el alma y las cosas. Las cosas y sus respectivas voces interiores bullendo en el desorden y la fluidez espiritual del oro potable. La naturaleza no como entelequia sino como estado irradiante poético, resulta ser la inspiración, la quintaesencia de quien acude a ella cual discípulo asombrado de la vida. El asombro y la risa constituyen tesoros únicos a los que nunca debiéramos renunciar. Tal vez debamos llamarle ilusión, con toda sencillez, a la perenne capacidad de asombrarnos y de sentirnos alegres.
     Idéntico recorrido visual y temporal, risueño y sorpresivo en lo que al riesgo se refiere, ha llevado a Jorge Camacho: Noche del hombre y sus demonioscabo en su obra el pintor Jorge Camacho. Iba a añadir alquimista, pero ¿qué pintor que se ocupe de las razones telúricas no lo es? La tierra, como elemento es el móvil poético de Jorge Camacho, las raíces constituyen su más honda metáfora del recuerdo.
     No estoy refiriéndome a un cierto estilo de artista adepto en la crisopeya, iniciado en los misterios sólo a partir de la ambición o como vengador de épocas y a quien solemos llamar equívocamente alquimista, por simple renovador. El pintor Jorge Camacho ha sido y es un visionario que escucha la lentitud vertida del espargiro y de esa melodía extrae la suya propia, la temperatura lírica del tiempo, su hechicera definición. Y estos misterios los hace confluir en la cumbre de la imagen, en la sabiduría destilada por la memoria. Una memoria histórica que, en ocasiones se presenta en forma de juegos sabios intercambiando sensaciones antiguas, dando mieles contemporáneas. Regodeos tan antiguos que me atrevería a afirmar que su obra se sitúa entre la sensualidad solar del manatí, allá en los ríos aborígenes cubanos, y el elixir pitagórico. Asentado cual presuroso herético en la indiscreción y el arrebato que caracterizó a la Edad Media.
     Camacho es un pintor de inspiraciones diversas, entre ellas por supuesto vibra la isla caribeña donde nació, pero también ha sabido daltar por encima de todas las tentaciones y su patria es el reino del conocimiento, su hábitat es su pintura. De ahí que el arte taíno le remueva las entrañas y de aquella inocencia, de la que tanto alarde se ha hecho, de parte de los primeros fundadores herederos por nacimiento de la tragedia y la lentitud insular, el pintor sepa explorar y recobrar una cultura indígena casi desaparecida, y lo que es peor, semiolvidada. El auténtico esplendor de la obra de Jorge Camacho es saber situar los metales ( a propósito sustituyo misterios por metales) en el justo orden universal que aquellas sensibilidades de hace medio siglo le susurran al oído. Mientras trabaja, el artista escucha el mensaje de los güíjes, combinará elementos y utensilios cotidianos pertenecientes a sus intemporales espíritus, quienes murmurarán dentro del hornillo de atanor palabras dibujadas con humo, ecos de esperanza, pinceladas como niñas aventajadas en el desafuero del primer beso. ¿Presentir a los antiguos no es ya estar en el umbral, a una distancia estética de la piedra fundacional? ¿No es ya poder despejar la rutina y anunciar la perdurabilidad con un golpe de azar?
     No hay nada tan emocionante en arte como el hecho de percibir en un trazo aguerrido el giro simbólico del planeta que habitamos. Es la expresión de estos dibujos a plumilla, con tinta china, donde la sobriedad puede incluso evocarnos un cosquilleo navegando en la espalda. Luego están los pasteles, ceremonia dionisíaca del color, aquí la voluptuosidad se vuelve aún más imperante, en ese vaivén del mar lamiendo el verdor húmedo del campo. Abundan los soles sangrientos, los desiertos terracotas, los tapices naranjas o índigos. Sexos pegajosos iluminados por palmatorias. La luna cual exquisito manjar de pájaro. Esa luna caribeña o sevillana chorreando un añil eléctrico, tirando a plateado. Un diamante llorón  hundiéndose en el mar de olas cundidas de guajacones. Y las arenas desmoronando su desazón, el ardor volcánico desafiando la gravedad, huyendo hacia los cánticos celestiales. Más tarde se calcinarán los bongoses con la semilla, corazón del cemí. Un corazón arenoso y tan amarillo, semejante al polvo emanante de una bujía. El cemí se transformará en totem. Pareciera que mientras marta nos instiga a que tanteemos en su garganta, adivinando así las tonalidades de la lengua, de un violáceo poroso sombreado en negro, anunciador del veneno. Las armas de combate de estos espejismos serán los cuernos, cual lanzas delatando la agresividad del pensamiento.
     Y derivada de su reflexión surrealista surge la fotografía como sombra o doble del momento pictórico, arbustos en terrenos desérticos semejando extraños amos de la sinrazón, o de la vigilia del poeta. Entonces es cuando se produce el primer paso alquímico, en puntillas, de pie, cual un voyeur de profundidades el artista nos inicia en el espectáculo subversivo de un terror oculto y deshabitado, cundido de ilusiones, enriquecido por el menstruo que gotea de los latidos, similares a pespuntes musicales. Estamos asistiendo a la exuberancia barroca en transmutación hacia lo imposible. El eterno imposible del que investiga imanes para atraer a los océanos.
     La aridez abandonada devendrá entonces zona erógena, adquiriendo la incesante ascensión, o levitación, hacia la musicalidad mística, mezcla de órganos eclesiásticos con tambores batá. Allí donde los cuerpos se convertirán en altares y danzarán al ritmo desenfrenado de la subsistencia amorosa. Celosos, como envidia de toros.
     La pintura de Jorge Camacho posee además una morfología compacta de frases musicales. El ojo ve y oye el oleaje marino chocando contra la línea del horizonte. Los dedos largos y delgados de una mujer descorren el paisaje, como si hallándose desnuda quisiera cubrirse con tan virtual cortina de árboles desgajados y resecos. Maleza carbonizada que cruje a golpe de machete, y un aleteo de colibríes en la evaporación del crepúsculo. L a música trepa por los espejos sudorosos, fracturados por las garras del deseo.
     En ese torrente de juncos o diminutos cañaverales ahogados por las arenas, el pintor ha apresado el destello viajante que va del principio al siguiente principio, como del nacimiento al parto, de una vidaJorge Camacho: Noche del hombre y sus demonios (detalle) coronando a otra vida. Homenajeando, sin duda, los himnos ceremoniosos y oscuros de la muerte, incluso pasando junto a ella, sonriéndole socarrón mientras manipula los remos de aquella embarcación denominada espiral o remolino de gamas, es decir, el ardor y el coraje poético que acentúa a toda resurrección finisecular.
     Porque el artista Jorge Camacho es un resucitador de misterios camuflados en ramaje de la memoria, en temblores cerebrales del visitante que llega deseoso de palpar esas lejanías atabacadas o las segregaciones bermellones con las que define los desiertos imaginarios. Invade el espectador, ansioso por redescubrir su propio eros, el recinto de la llama con la fábula preñada de mapas. Intenso y alabastrado, el artista nos brinda aquella intensidad voluptuosa, citada por el inmenso poeta José Lezama Lima, que significa el refugio que los dioses dieron al gran misterio. Y que no se halla en lo más elevado de los cielos, ni en lo más profundo de los océanos, sino dentro del hombre mismo. Es por eso que pocos mortales han encontrado tanta riqueza invisible, debido a la indómita y persistente travesura de los inmortales.
     Contados son los iluminados que han sabido hallar esa eternidad que nos viaja por dentro, en una cadencia del no pensante que va del cuerpo al vacío, del abismo a la apariencia. Y en tal concierto de inversiones sólo la mano de un elegido posee el privilegio de irrumpir en el símbolo y de entregárnoslo en carne viva, como el cuerpo resbaloso de un recién nacido, quien todavía no se sabe de dónde viene, si del todo o de la nada. Entre los sabios de esa transparencia inapresable se inscribe el nombre de Jorge Camacho, cubano y universal.

París, 28 de abril de 1998.
Recogido en Jorge Camacho. Dieux du force
Muelle de las Carabelas. La Rábida. Palos de la Frontera. Huelva, nov. 1998

*(La difusión de este texto cuenta con la autorización de Jorge Camacho, que se responsabiliza ante Zoe Valdés - con quien no pudo contactar para pedirle permisos - de la publicación. 
 

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