Cuba
y el día después, y Vivir y pen(s)ar en
Cuba
En el principio fue la compilación que, bajo el título de
Cuba
y el día después, Iván de la Nuez publicó
recientemente en Barcelona. La irritación que esta antología
causó en el Estado Mayor de la Kultura Nacional se expresó,
en primer lugar, con la publicación en La Jiribilla de un
texto del ensayista y poeta Omar Pérez -- él mismo incluido
en Cuba y el día después -- en el que tomaba distancia respecto
a los demás escritores compilados, los cuales, según Omar,
"solidarios con el poder imperioso de las circunstancias, navegan a favor
de la corriente y, disfrazados de transgresores, buscan la aprobación
del mercado al cual pretenden acceder." Pero esto no era suficiente,
y casi en un tiempo record la Brigada de Respuesta Rápida de la
Kultura -- que también existe entre los escritores cubanos -- respondió
con otra antología:
Vivir y pensar en Cuba. Como era
de esperarse, La Jiribilla publicó de inmediato el
prólogo completo de su compilador, Enrique Ubieta, e incluyó
tres de los dieciséis ensayos que trae el libro: "El ingenio que
nos pertenece," de Fernando Rojas; "Notas al vuelo, notas a tierra," de
Omar Pérez -- el cual, como se recordará, ya había
sido publicado por La Jiribilla misma --, y "El promotor: una variación
postferia," de Víctor Fowler.
A todo lo anterior hay que agregar que "Notas al vuelo, notas a tierra,"
de Omar Pérez, fue debidamente respondido tan pronto como La
Jiribilla lo hizo público. No obstante, la "Epístola
moral
a un revolucionario zen" con que Ernesto Hernández Busto le respondió
a Omar no fue publicada nunca por La Jiribilla. Es precisamente
por esta razón que La Habana Elegante ha decidido publicar
todos los materiales originados en y por la polémica. Los
lectores podrán leer, por tanto, el artículo de Omar, así
como el prólogo a Vivir y pensar en Cuba. También
incluimos el texto de Hernández Busto
ya mencionado, una carta de Gerardo Fernández Fe a Ena Lucía
Portela, una de Iván de la Nuez a los participantes de la antología,
y la nota de la Agencia Literaria Carmen Balcells y la editorial Random
House Mondadori, la cual -- respondiendo a un comentario de Ubieta en el
sentido de que la antología Cuba y el día después
habría manipulado un texto de Omar Pérez -- niega de manera
absoluta que se hubiese producido tal manipulación. Añadimos,
por otra parte, la respuesta de Fowler a Ubieta respecto al prólogo
de éste para la ya mencionada antología. Finalmente,
incluimos también la nota de Omar Pérez en la que éste
le aclara a Ubieta que no tenía "nada moral que reprocharle a ese
libro ni a su organizador." Para concluir sólo queremos agregar
que La Jiribilla no ha publicado, hasta este momento, ni la nota
aclaratoria de la Agencia Literaria Carmen Balcells y la editorial Random
House Mondadori, ni, tampoco, la de Omar Pérez; asimismo, tampoco
ha aludido a ellas. Nada de esto, por supuesto, nos asombra; por
el contrario, evidencia, una vez más, la sordera oportunista que
los burócratas de la cultura cubana no han dejado de padecer.
De esta manera, mientras Enrique Ubieta invoca el correspondiente vitieranismo
-- "Los dieciséis ensayistas cubanos reunidos en este libro sabemos
que lo imposible es posible, y apostamos por la verdad, la justicia y la
belleza" -- el silencio con que La Jiribilla aplasta el más
elemental derecho a la réplica -- deja al descubierto la naturaleza
totalitaria de semejante apuesta. No quisiéramos concluir
sin agradecer la colaboración de Hernández Busto en la preparación
de este dossier.
La
Habana Elegante
Redacción
Notas
al vuelo, notas a tierra
A
partir de Cuba y el día después, antología
de jóvenes ensayistas cubanos
La
revolución es una condición infinita del ser humano, no se
agota en la geografía ni se resuelve en las obsesiones clasistas.
Solo los tontos o los egoístas, como decía Martí,
creen en el regreso a un hogar, dulce hogar donde no pasa nada, al menos,
en los cotos del ego.
Omar
Pérez / Italia
Cortesía
de Cintio Vitier
¿Por la precisión: cuál es la idea de revolución
que perciben estos escritores y cuál su compromiso con la cultura
de los libros de la cual son deudores? Acaso ambos elementos: revolución y
cultura pueden conformar, al fundirse en la escritura misma, un esbozo
de tradición. Mas si la revolución, a la cual en estos textos
suele apuntarse como si se tratara de un mueble o de una imposición,
está muerta, no es material útil para una verdadera tradición.
Y en fin, a quién pertenece la revolución sino al grupo humano
por entero, más allá de los ismos. Y si la cultura de los
libros no tuviese relación con un proceso de cambio llamado revolución,
sino lo anticipa o estudia, cuál sería, al efecto de una
tradición, su propósito y su legado, sino el de ser mero
capital cultural o divertimento ad sum delphini para el consumo
de aquellos que aún no desean acceder a lo que el maestro Luz y
Caballero llamaba “el pensamiento en erección”.
Justamente la necesidad de equilibrio entre tradición y revolución
requiere del intelectual un ejercicio imaginativo que rebase los lugares
comunes del desencanto y la ironía de salón, del escepticismo
sin rigor filosófico ni compromiso con el destino humano, del cinismo
sin espíritu de renuncia ni distancia crítica y, en fin,
de la crítica sin generosidad. ¿Cómo es que ahora
los que a sí mismos llaman radicales, solidarios con el poder imperioso
de las circunstancias, navegan a favor de la corriente y, disfrazados de
transgresores, buscan la aprobación del mercado al cual pretenden
acceder?
•
Me detengo ante una frase que pudiera, en el contexto de un grupo histórico,
definirme: “programados para vivir en el comunismo”. ¿Programado,
por quién? ¿Cómo podría un ser humano adulto,
convencido de sus posibilidades infinitas y de su lugar en el orden cósmico,
reconocerse en semejante operación? Decido no participar, tampoco,
de la queja hacia el estado-padre que todo lo puede. No estamos en los
años sesenta y sabemos que no es de rigurosa obligación operar
con el Estado ni a su favor. Armonizar y no seguir, indicaba el maestro
Deshimaru.
•
Hoy sabemos. Dice Iván, que es posible la aparición de “un
humano que puede hacerse, literalmente, a sí mismo”. Bien, pero
esta revelación es el núcleo de la tradición cubana
del XIX y persevera, junto a la idea de la renuncia, en Varela, Luz y Martí
con el llamado a que cada cual se construya el edificio de su propia ciencia.
Por otra parte, el sueño de un mundo “sin dinero y sin clases” que
a algunos intelectuales irrita como perspectiva de un mundo “sin clase”,
subyace en el principio de toda religión y toda verdadera filosofía.
¿Abandonarlo ahora? A fin de cuentas, siempre fue un sueño
difícil y, como decía, desde la misma tradición, Lezama:
“sólo lo difícil es estimulante”. Realizar aquí y
ahora ese sueño y hacerlo fluir, silencioso, en todas las direcciones.
Esto, lo verdaderamente radical.
•
¿Y acaso las “escuelas de la Revolución” han de parecer ahora
más férreas y autoritarias que las escuelas del Imperio?
Recordar a Kafka, a Rilke y a Musil; observar al MTI de New York o a la
School of Economics de Londres en el intento de formar liberales a la defensa
del más fundamentalista de los materialismos: time is money. Sin
embargo, ¿money, is it time?
•
Antes de olvidar Orígenes y para establecerse en un espacio
crítico que le haga justicia, los interesados podrían preguntarse
si estarían dispuestos y preparados para edificar una experiencia
semejante en nuestros días, que no es otra que la de la fe en la
razón poética y su utilidad para aprender algo acerca de
nuestro lugar en la historia. El legado de Orígenes no ha
sido aún suficientemente asimilado y un mínimo de paciencia
con el pasado es indispensable si no queremos que el futuro nos sea indigesto
como para algunos lo es ahora el presente.
•
“Abandonar el pleistoceno cubano”. Vamos, que en Cuba había ya Universidad
cuando New York era apenas un potrero y, en definitiva, el hombre nuevo
es bien antiguo. Ni tampoco hay en las páginas de la antología,
salvo la referencia a la práctica de zazen, una sola idea que pueda
traducirse en términos de transformación, un hoc age,
como gustaba de decir Lezama. Ya Deshimaru hubo de insistir en este punto
al señalar en la civilización occidental su incapacidad para
poner filosofía y religión al servicio de la vida cotidiana,
cuestión por demás ya notoria a algunos pensadores del ya
lejano Renacimiento, como es el caso de Erasmo de Rotterdam. En fin, que
no estamos tan solos en el camino hacía el despertar.
•
Y qué decir de ese gay savoir que no es ni alegre ni sabio
y que con el suspiro de alivio del ego amenazado por lo gravoso de toda
transformación exclama: «y algún día la revolución
habrá acabado». La revolución es una condición
infinita del ser humano, no se agota en la geografía ni se resuelve
en las obsesiones clasistas. Solo los tontos o los egoístas, como
decía Martí, creen en el regreso a un hogar, dulce hogar
donde no pasa nada, al menos, en los cotos del ego.
•
¿Se habrá de pasar por alto la referencia de Victor Fowler
a “las mentiras que nos vimos todos obligados a decir”? Que cada cual se
haga responsable de sus propias mentiras y que en el silencio de la honestidad
individual se pueda creer en lo posible de aquella digna creatividad que
nunca culpabiliza las circunstancias.
•
Habría entonces que vislumbrar, forzosamente, según Rojas,
«un orden poscomunista» para acceder a la utopía. A
esto se reduce el compromiso con la imaginación; pobre en contactos
con la razón poética, rica en acuerdos con la razón
imperial, cierto tipo de pensamiento evoca la parábola de las ranas
que querían un nuevo rey para su charca.
•
¿Reconstrucción nacional? He aquí que los filósofos
se hacen deudores de la jerga de los funcionarios imperiales. Resumiendo:
reconstitución del capital financiero y del libre mercado y, como
diría el bufón de Shakespeare, la putería puede venir
después.
•
No hay alternativa elegante: la pretensión de que en Cuba “el intelectual
plenamente crítico solo puede ubicarse en la marginalidad, la disidencia
o el presidio” es incorrecta y de naturaleza mercenaria. Será preciso
desmentirla y, por otra parte, revisar nuestros conceptos de “crítico”
y “radical”. Una visita a las etimologías podrá ser saludable
cuando ciertas apropiaciones del lenguaje sirven para asegurarse una posición
en medio del arcaico cosmopolitismo imperial, empeñado en la transmisión
mediática de miseria espiritual y avidez material.
•
Reinserción cubana en la modernidad: FMI, BMI, IBM, Nike, Coca Cola,
NBA, etc.
•
¿“Patriotismo suave”? Ningún “ismo” es verdaderamente suave.
Por otra parte, ninguna forma de amor ocurre como los cursos por correspondencia,
o las compras a crédito.
•
Según el tono general de estos textos la recomendación para
proyectar un futuro cubano podría ser “menos inocencia y más
pragmatismo”, según reza en el artículo sobre arquitectura.
Curioso, porque es precisamente la inocencia la que nos permite ver la
realidad tal como es e imaginar entonces el mejor de los futuros posibles,
el que solo se entrega desde la raíz. Pero se va perdiendo el hábito
de considerar lo radical como aquello que, sin agredir, accede a la raíz
de un fenómeno. Asimismo la crítica, que en su antigua acepción
de “juzgar como decisivo” alude a un proceso curativo que se presenta como
inevitable, deriva, sin embargo, en el ajuste de cuentas y la controversia
competitiva. Nada que ver con la alegre tenzone de los antiguos trovadores
que, aunque olvidada, participa del destino de la poesía occidental.
Incluso de la más visionaria, como sucede con el Dante. En esta
ausencia de alegría, que pretende solucionarse con el mero choteo
y el egótico encogerse de hombros, se nota la falta de un impulso
hacia la curación, de aquel entusiasmo que impera en lo decisivo.
Se habla en general, no como participantes de una historia común,
sino como emigrados de un pasado remoto o como analistas invitados. ¿invitados
a dónde? Vendría bien aquí entonces lo de “escépticos”
por “observadores”: extranjeros. Y a su propio futuro son ajenos.
Primavera,
2002
La
Jiribilla, No.55. Año II. 25 de mayo, 2002
Vivir
y pensar en Cuba
“Estos
intelectuales no buscan el afuera y el después, más bien
parece lo contrario: se juegan la vida en el adentro y el ahora. No desconocen
a los que se fueron, discuten con ellos. Sienten un interés obsesivo
por la historia, por la identidad nacional y personal, por el futuro del
país, que será también, no se olvide, el de ellos.
No son extranjeros en ningún sentido: ni física, ni espiritualmente.
Sienten una impostergable necesidad de participación, y reclaman
ser parte activa de la vida nacional. Están inconformes, son revolucionarios".
Ensayos de dieciséis filósofos, historiadores, periodistas
sociólogos y críticos nacidos después de 1959 conforman
Vivir
y pensar en Cuba, una recopilación de textos (tres de ellos
publicados en La Jiribilla) sobre la Cuba presente y futura que
acabada de ser presentado en el Centro de Estudios Martianos.
Enrique
Ubieta | La Habana
Publicados
en La Jiribilla:
•
El ingenio que nos pertenece | Fernando Rojas
•
Notas al vuelo, notas a tierra | Omar Pérez
•
El promotor: una variación postferia | Víctor Fowler
Prólogo
del libro Vivir y pensar en Cuba, Editorial Centro de Estudios Martianos,
2002.
Este libro no es una antología. No pretende ser una selección
de los más representativos autores de una generación de ensayistas.
Es un libro de ensayos con una temática central: la Revolución
cubana, su presente, su futuro. Cada sección aborda un aspecto,
o dicho mejor, se sitúa en un punto diferente del espacio temático.
Pero los autores pertenecen a una generación literaria, si asumimos
por tal a los nacidos entre 1958 y 1968. Son hijos (los primeros) de la
Revolución. Nacieron con ella, se formaron en su sistema de educación,
participaron en sus eventos sociales, viven y escriben en Cuba. No se fueron.
No abjuraron. Tienen su propia visión crítica, comprometida,
del país que sus padres les legaron. Vivieron la caída del
socialismo soviético, que tan bien conocían en sus virtudes
y defectos. Y la súbita transformación de algunos contemporáneos
que abandonaron sus proyectos de vida para asumir sin júbilo, con
escéptico cinismo, la doctrina que se vislumbraba como vencedora.
Podrían estar otros, es cierto. El hilo conductor no se hallará
en los autores, sino en los textos, por eso hay nombres que se repiten.
Pero los autores importan. Todos tienen una obra, mayor o menor. Existen.
Y esa existencia revela cuánto de construcción hay en la
presentación generacional que suele hacerse desde la otra orilla.
No encajan en el esquema de Cuba que venden los teóricos de la desesperanza,
los alquimistas del “tránsito”. Estos intelectuales no buscan el
afuera y el después, más bien parece lo contrario: se juegan
la vida en el adentro y el ahora. No desconocen a los que se fueron, discuten
con ellos. Sienten un interés obsesivo por la historia, por la identidad
nacional y personal, por el futuro del país, que será también,
no se olvide, el de ellos. No son extranjeros en ningún sentido:
ni física, ni espiritualmente. Sienten una impostergable necesidad
de participación, y reclaman ser parte activa de la vida nacional.
Están inconformes, son revolucionarios.
Muchos textos han sido escritos a solicitud del compilador. Otros se han
seleccionado de la abundante producción ensayística cubana
de los últimos años. Casi todos los escritores e investigadores
sociales han sentido la necesidad de acudir a ese dúctil género
literario para expresar sus inquietudes, para asentir o disentir, para
atisbar el futuro. En muchas reflexiones se percibe un tono autobiográfico,
confesional, como si los temas abordados fuesen fragmentos de piel.
Dieciséis voces auténticas que difieren, se individualizan,
y acaban por parecerse en esa casi imperceptible manera de hacerse cómplices,
de proclamar la pertenencia al mundo que se critica o se defiende. No hay
unanimidad de criterios, hay identidad en los principios. Filósofos,
historiadores, periodistas, escritores, sicólogos, críticos
de teatro o de cine, hablan de los caminos que fueron y de los que quizás
vengan, de los obstáculos y de los errores, de los peligros y de
las esperanzas, de los sepultureros a salvo y de los parteros que se juegan
la vida. Incluso un texto como The day after (Víctor Fowler)
que desde el comienzo se posiciona en la mirada ajena, mostrándola
con lucidez implacable en sus inconsistencias y sus mal disimuladas pretensiones,
no puede (ni quiere) evitar cierto estremecimiento al describir la Cuba
que sería si ese día nos sobreviene, como el título
del trabajo, en inglés, y no deja de precisar su postura: “averiguaré
dónde están y cómo ser parte de las formaciones de
izquierda que para entonces, imagino que trabajosamente traten de reconstruirse”.
Fernando Rojas, Rosa Miriam Elizalde y Elaine Morales Chuco, desde el ensayo,
el periodismo de investigación y la academia, constatan realidades
no esperadas o no deseadas en la trama social contemporánea de Cuba:
diferencias en la distribución, marginalidad, surgimiento de una
peculiar prostitución. “La cuestión reside en pasarle o no
esa factura a la Revolución -dice Fernando Rojas--. En considerar
efímera o temporal la felicidad de mi juventud o la crisis de los
90”. El análisis incluye causas, consecuencias, proyectos. “¿El
pasado como futuro?”, así se titula la sección. No, no es
el pasado, aún cuando no sea el futuro prometido. Pero el pasado
acecha: si aceptamos que existe una centralidad socialista, revolucionaria,
que establece valores y objetivos colectivos e individuales, hay que admitir
el surgimiento de una (otra) marginalidad que no se sustenta en las carencias
materiales, sino en la posesión de bienes y privilegios (en la aceptación
del individualismo como estilo de vida) por vías ajenas u opuestas
a la moralidad central. Si la centralidad capitalista genera una marginalidad
que es condición de su existencia, requisito para su reproducción,
la nuestra genera y padece la suya como un peligro para su sobrevivencia.
La contrarrevolución ni siquiera intenta construir nuevos ideales
colectivos, su tarea es destruir los vigentes. Su programa es un anti-programa.
No puede enarbolar ideales alternativos. Nadie está dispuesto a
morir por las pequeñas e individualistas pretensiones del vecino.
Su tarea no es agrupar, sino disgregar, es una misión corrosiva:
sembrar la duda y la desilusión,
crear espacios individuales opuestos al proyecto colectivo o propicios
para la corrupción, rescribir la historia, no sólo para decir
que el pasado no fue tan malo, en una primera aproximación, o que
fue muy bueno, en una segunda, sino para destruir cualquier visión
heroica de los sucesos históricos y hacer desaparecer a los héroes,
mostrándolos como antihéroes. Su tarea consiste en minimizar
la historia, arrebatándole todas las mayúsculas. No hay Patria,
no hay Ideales, no hay Héroes, no hay Historia: la patria tiene
el tamaño de nuestro cuerpo, o al menos, no excede el breve espacio
de la familia y de los amigos más cercanos; los ideales son personales
y pueden condensarse en dos básicos, salud y dinero; la mayor heroicidad
es trabajar duro por uno mismo; la única historia admisible es la
de nuestra pequeña biografía. Para ello, las teorías
de la llamada postmodernidad proveen a las ciencias sociales de una amplia
gama de recursos seudo científicos que parcelan, dividen, y minimizan
los diferentes objetos de estudio, hasta hacerlos ininteligibles.
Por cierto, las contrarrevoluciones apelan a Dios, pero son esencialmente
ateas: no creen en la trascendencia, sólo en la fuerza de los hechos,
y en la utilidad inmediata. Su consigna es que todos los revolucionarios
somos simuladores, y a cambio, entronizan el cinismo. Si no hay futuro,
¿qué puede quedar sino el presente, la orgía de un
presente desmemoriado, la frivolidad de lo inmediato, el goce del instante,
la ausencia de responsabilidad? No hay futuro señor lector, ocúpese
de usted mismo, de su ahora, déjenos pensar a nosotros; disfrute
su trago, baile hasta desfallecer, entregue su cuerpo al placer de los
sentidos, haga el amor, nosotros haremos la guerra; luche a brazo partido,
eso sí, por prolongar ese estado de beatitud sensorial, y en el
empeño, aplaste sin compasión al prójimo. En los años
finales del siglo pasado fue tal la fuerza alcanzada por la contrarrevolución,
que quienes se opusieron a la traición fueron declarados idiotas.
“Reinserción cubana en la modernidad: FMI, BM, IBM, Nike, Coca Cola,
NBA, etc” -acota Omar Pérez en su respuesta a una antología
que manipula un texto suyo, y agrega: “¿‘Patriotismo suave’?
Ningún ‘ismo’ es verdaderamente suave. Por otra parte, ninguna forma
de amor ocurre como los cursos por correspondencia, o las compras a crédito”.
No fue habitual en el siglo XX leer o escuchar declaraciones políticas
que se autodefinieran sin pudor en la derecha. Algún que otro intelectual
importante, es cierto, se apropiaba del lugar maldito. Borges, por ejemplo,
se refugió en un cinismo inteligente que reforzaba su imagen de
genio despistado. No pretendo decir que no existieran intelectuales de
derecha; algunos incluso fueron fascistas. Ni siquiera pretendo insinuar
que han sido pocos o de menor valía. Pero, en un mundo salvajemente
injusto, han vivido, digamos, con un "vicio" de conciencia. No obstante
ser José Martí un hombre de izquierda, han sentido la obligación
de entresacar con pinzas sus frases para declararse martianos. Durante
años emplearon los viejos términos de la burguesía
revolucionaria para enmascarar sus proyectos conservadores o francamente
reaccionarios. ¿Podría alguien imaginarse a un político
latinoamericano que no expresara su intención de revertir el empobrecimiento
de las mayorías, que no hablara de la justicia como trasfondo de
su gestión de gobierno? Pero después que "terminó"
el siglo y la historia en 1991, cesó momentáneamente
la vergüenza de los hombres de derecha. Recuerdo que leí en
1994 un artículo en la revista mexicana Vuelta que desbancaba a
la "vieja guardia" de los ideólogos de derecha, a esos señores
atormentados por la mala conciencia, cansados de gritar en el desierto
que José Martí estaría, de vivir hoy, en Miami. El
autor, surfeando en la gran ola de la derecha finisecular, decía
sin sonrojos visibles, parafraseando a Fidel: sí, Martí es
el culpable de la Revolución cubana. Y concluía: eliminémoslo.
El acápite denominado “La isla en peso” encara la polémica
sobre nuestra historia. Eliades Acosta Matos, Rolando González Patricio,
Fernando y Jorge Ibarra Guitart, discuten los argumentos que intentan dejar
sin pasado y sin futuro a la Revolución, mientras que Rubén
Zardoya Loureda, en un breve ensayo epistolar, se burla del lenguaje seudocientífico
que quiere desechar o limar el discurso revolucionario, según las
provechosas normas del mercado, y Manuel Henríquez Lagarde pone
el dedo en la llaga que quieren abrir: ¿qué pasará
en Cuba cuando no esté Fidel Castro? “El día siguiente
--de más está decirlo-- será un día largo,
muy largo...”, responde con ironía.
“Espejos de agua” recoge la mirada múltiple, crítica y comprometida
de nuestros creadores. Caridad Atencio defiende su identidad humana por
encima de cualquier clasificación empobrecedora; Víctor Fowler,
desde la perspectiva del promotor cultural, enumera con orgullo y sentido
crítico los proyectos de la Revolución a favor de la lectura;
Omar Valiño y Roberto Méndez se aventuran en un recorrido
por la más reciente historia del teatro y las artes plásticas
cubanas, que se remite a los orígenes; Juan Antonio García
reflexiona sobre la necesidad de construir un pensamiento revolucionario
cinematográfico a la altura de su tradición; Arleen Rodríguez
Derivet nos recuerda finalmente que vivimos en un mundo amenazado por la
guerra, y que no podemos permitir(nos) la indiferencia. Estos textos proclaman
el derecho a soñar, a construir nuevas utopías, a prolongar
el espíritu creador de la Revolución.
El texto de Fernando al que aludimos inicialmente abre las reflexiones
autobiográficas que se recogen en el libro bajo el acápite
de “Memorias del caminante”; le siguen las de Rubén Zardoya - con
especial énfasis en el análisis de la perestroika--, las
del autor de estas líneas y las de Eliades Acosta, referidas a su
(nuestra) vivencia histórica del Che. He agrupado esos ensayos porque
son el testimonio de una generación. Excepto el primero, no fueron
escritos para este volumen.
Hay un aspecto que me parece clave en la descalificación posmoderna
del concepto de utopía: su promocionado vínculo con lo ético
y la oposición, más aparente que real, de lo ético
y lo necesario (lo pragmático, o lo útil), aunque suela atribuírsele
a la racionalidad instrumental una cierta dosis peculiar de eticidad. Lo
ético sin embargo es pensado como un deber ser que se interpone
artificialmente en la buena marcha del ser. Y la realidad no es como (supuestamente)
debe ser, sino como es. Pero podríamos ver las cosas de otra manera:
lo ético expresa una necesidad histórica, en última
instancia de carácter material. Si afirmamos que la humanidad debe
construir un nuevo orden económico internacional, no es sólo
porque el actual sea profundamente injusto, es porque la permanencia de
ese orden injusto provocaría su autodestrucción. Identidad
de la verdad y la justicia. Hay otra dimensión del asunto: el poder
ser martiano. Lo posible como parte no visible de la realidad, como aparente
imposibilidad. Siempre recuerdo una frase de Martí tajante y lúcida
como suya, cuando un escéptico le argumentaba que en la atmósfera
de Cuba no se apreciaba el ímpetu necesario de rebeldía para
el inicio de la gesta emancipadora: “yo no hablo de la atmósfera
-respondió-. Yo hablo del subsuelo”. Por último, un comentario
histórico: los autonomistas decimonónicos cubanos le oponían
al independentismo su supuesta cordura, su apego a lo posible, su concepción
de lo útil. Pero resultó que el esfuerzo autonomista fue
inútil e imposible; lo único posible, cuerdo y útil,
fue paradójicamente el salto sobre el imposible.
Los dieciséis ensayistas cubanos reunidos en este libro sabemos
que lo imposible es posible, y apostamos por la verdad, la justicia y la
belleza.
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