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Cuba y el día después, y Vivir y pen(s)ar en Cuba

     En el principio fue la compilación que, bajo el título de Cuba y el día después, Iván de la Nuez publicó recientemente en Barcelona.  La irritación que esta antología causó en el Estado Mayor de la Kultura Nacional se expresó, en primer lugar, con la publicación en La Jiribilla de un texto del ensayista y poeta Omar Pérez -- él mismo incluido en Cuba y el día después -- en el que tomaba distancia respecto a los demás escritores compilados, los cuales, según Omar, "solidarios con el poder imperioso de las circunstancias, navegan a favor de la corriente y, disfrazados de transgresores, buscan la aprobación del mercado al cual pretenden acceder."  Pero esto no era suficiente, y casi en un tiempo record la Brigada de Respuesta Rápida de la Kultura -- que también existe entre los escritores cubanos -- respondió con otra antología: Vivir y pensar en Cuba.  Como era de esperarse, La Jiribilla publicó de inmediato el prólogo completo de su compilador, Enrique Ubieta, e incluyó tres de los dieciséis ensayos que trae el libro: "El ingenio que nos pertenece," de Fernando Rojas; "Notas al vuelo, notas a tierra," de Omar Pérez -- el cual, como se recordará, ya había sido publicado por La Jiribilla misma --, y "El promotor: una variación postferia," de Víctor Fowler. 
     A todo lo anterior hay que agregar que "Notas al vuelo, notas a tierra," de Omar Pérez, fue debidamente respondido tan pronto como La Jiribilla lo hizo público.  No obstante, la "Epístola moralportada de Vivir y pensar en Cuba a un revolucionario zen" con que Ernesto Hernández Busto le respondió a Omar no fue publicada nunca por La Jiribilla.  Es precisamente por esta razón que La Habana Elegante ha decidido publicar todos los materiales originados en y por la polémica.  Los lectores podrán leer, por tanto, el artículo de Omar, así como el prólogo a Vivir y pensar en Cuba.  También incluimos el texto de Hernández Busto ya mencionado, una carta de Gerardo Fernández Fe a Ena Lucía Portela, una de Iván de la Nuez a los participantes de la antología, y la nota de la Agencia Literaria Carmen Balcells y la editorial Random House Mondadori, la cual -- respondiendo a un comentario de Ubieta en el sentido de que la antología Cuba y el día después habría manipulado un texto de Omar Pérez -- niega de manera absoluta que se hubiese producido tal manipulación.  Añadimos, por otra parte, la respuesta de Fowler a Ubieta respecto al prólogo de éste para la ya mencionada antología.  Finalmente, incluimos también la nota de Omar Pérez en la que éste le aclara a Ubieta que no tenía "nada moral que reprocharle a ese libro ni a su organizador."  Para concluir sólo queremos agregar que La Jiribilla no ha publicado, hasta este momento, ni la nota aclaratoria de la Agencia Literaria Carmen Balcells y la editorial Random House Mondadori, ni, tampoco, la de Omar Pérez; asimismo, tampoco ha aludido a ellas.  Nada de esto, por supuesto, nos asombra; por el contrario, evidencia, una vez más, la sordera oportunista que los burócratas de la cultura cubana no han dejado de padecer.  De esta manera, mientras Enrique Ubieta invoca el correspondiente vitieranismo -- "Los dieciséis ensayistas cubanos reunidos en este libro sabemos que lo imposible es posible, y apostamos por la verdad, la justicia y la belleza" -- el silencio con que La Jiribilla aplasta el más elemental derecho a la réplica -- deja al descubierto la naturaleza totalitaria de semejante apuesta.  No quisiéramos concluir sin agradecer la colaboración de Hernández Busto en la preparación de este dossier.

La Habana Elegante
Redacción
 

Notas al vuelo, notas a tierra

A partir de Cuba y el día después, antología de jóvenes ensayistas cubanos

La revolución es una condición infinita del ser humano, no se agota en la geografía ni se resuelve en las obsesiones clasistas. Solo los tontos o los egoístas, como decía Martí, creen en el regreso a un hogar, dulce hogar donde no pasa nada, al menos, en los cotos del ego.

Omar Pérez / Italia

Cortesía de Cintio Vitier

     ¿Por la precisión: cuál es la idea de revolución que perciben estos escritores y cuál su compromiso con la cultura de los libros de la cual son deudores? Acaso ambos elementos: revolución viñetay cultura pueden conformar, al fundirse en la escritura misma, un esbozo de tradición. Mas si la revolución, a la cual en estos textos suele apuntarse como si se tratara de un mueble o de una imposición, está muerta, no es material útil para una verdadera tradición. Y en fin, a quién pertenece la revolución sino al grupo humano por entero, más allá de los ismos. Y si la cultura de los libros no tuviese relación con un proceso de cambio llamado revolución, sino lo anticipa o estudia, cuál sería, al efecto de una tradición, su propósito y su legado, sino el de ser mero capital cultural o divertimento ad sum delphini para el consumo de aquellos que aún no desean acceder a lo que el maestro Luz y Caballero llamaba “el pensamiento en erección”.
     Justamente la necesidad de equilibrio entre tradición y revolución requiere del intelectual un ejercicio imaginativo que rebase los lugares comunes del desencanto y la ironía de salón, del escepticismo sin rigor filosófico ni compromiso con el destino humano, del cinismo sin espíritu de renuncia ni distancia crítica y, en fin, de la crítica sin generosidad. ¿Cómo es que ahora los que a sí mismos llaman radicales, solidarios con el poder imperioso de las circunstancias, navegan a favor de la corriente y, disfrazados de transgresores, buscan la aprobación del mercado al cual pretenden acceder?
• Me detengo ante una frase que pudiera, en el contexto de un grupo histórico, definirme: “programados para vivir en el comunismo”. ¿Programado, por quién? ¿Cómo podría un ser humano adulto, convencido de sus posibilidades infinitas y de su lugar en el orden cósmico, reconocerse en semejante operación? Decido no participar, tampoco, de la queja hacia el estado-padre que todo lo puede. No estamos en los años sesenta y sabemos que no es de rigurosa obligación operar con el Estado ni a su favor. Armonizar y no seguir, indicaba el maestro Deshimaru.
• Hoy sabemos. Dice Iván, que es posible la aparición de “un humano que puede hacerse, literalmente, a sí mismo”. Bien, pero esta revelación es el núcleo de la tradición cubana del XIX y persevera, junto a la idea de la renuncia, en Varela, Luz y Martí con el llamado a que cada cual se construya el edificio de su propia ciencia. Por otra parte, el sueño de un mundo “sin dinero y sin clases” que a algunos intelectuales irrita como perspectiva de un mundo “sin clase”, subyace en el principio de toda religión y toda verdadera filosofía. ¿Abandonarlo ahora? A fin de cuentas, siempre fue un sueño difícil y, como decía, desde la misma tradición, Lezama: “sólo lo difícil es estimulante”. Realizar aquí y ahora ese sueño y hacerlo fluir, silencioso, en todas las direcciones. Esto, lo verdaderamente radical.
• ¿Y acaso las “escuelas de la Revolución” han de parecer ahora más férreas y autoritarias que las escuelas del Imperio? Recordar a Kafka, a Rilke y a Musil; observar al MTI de New York o a la School of Economics de Londres en el intento de formar liberales a la defensa del más fundamentalista de los materialismos: time is money. Sin embargo, ¿money, is it time?
• Antes de olvidar Orígenes y para establecerse en un espacio crítico que le haga justicia, los interesados podrían preguntarse si estarían dispuestos y preparados para edificar una experiencia semejante en nuestros días, que no es otra que la de la fe en la razón poética y su utilidad para aprender algo acerca de nuestro lugar en la historia. El legado de Orígenes no ha sido aún suficientemente asimilado y un mínimo de paciencia con el pasado es indispensable si no queremos que el futuro nos sea indigesto como para algunos lo es ahora el presente.
• “Abandonar el pleistoceno cubano”. Vamos, que en Cuba había ya Universidad cuando New York era apenas un potrero y, en definitiva, el hombre nuevo es bien antiguo. Ni tampoco hay en las páginas de la antología, salvo la referencia a la práctica de zazen, una sola idea que pueda traducirse en términos de transformación, un hoc age, como gustaba de decir Lezama. Ya Deshimaru hubo de insistir en este punto al señalar en la civilización occidental su incapacidad para poner filosofía y religión al servicio de la vida cotidiana, cuestión por demás ya notoria a algunos pensadores del ya lejano Renacimiento, como es el caso de Erasmo de Rotterdam. En fin, que no estamos tan solos en el camino hacía el despertar.
• Y qué decir de ese gay savoir que no es ni alegre ni sabio y que con el suspiro de alivio del ego amenazado por lo gravoso de toda transformación exclama: «y algún día la revolución habrá acabado». La revolución es una condición infinita del ser humano, no se agota en la geografía ni se resuelve en las obsesiones clasistas. Solo los tontos o los egoístas, como decía Martí, creen en el regreso a un hogar, dulce hogar donde no pasa nada, al menos, en los cotos del ego.
• ¿Se habrá de pasar por alto la referencia de Victor Fowler a “las mentiras que nos vimos todos obligados a decir”? Que cada cual se haga responsable de sus propias mentiras y que en el silencio de la honestidad individual se pueda creer en lo posible de aquella digna creatividad que nunca culpabiliza las circunstancias.
• Habría entonces que vislumbrar, forzosamente, según Rojas, «un orden poscomunista» para acceder a la utopía. A esto se reduce el compromiso con la imaginación; pobre en contactos con la razón poética, rica en acuerdos con la razón imperial, cierto tipo de pensamiento evoca la parábola de las ranas que querían un nuevo rey para su charca.
• ¿Reconstrucción nacional? He aquí que los filósofos se hacen deudores de la jerga de los funcionarios imperiales. Resumiendo: reconstitución del capital financiero y del libre mercado y, como diría el bufón de Shakespeare, la putería puede venir después.
• No hay alternativa elegante: la pretensión de que en Cuba “el intelectual plenamente crítico solo puede ubicarse en la marginalidad, la disidencia o el presidio” es incorrecta y de naturaleza mercenaria. Será preciso desmentirla y, por otra parte, revisar nuestros conceptos de “crítico” y “radical”. Una visita a las etimologías podrá ser saludable cuando ciertas apropiaciones del lenguaje sirven para asegurarse una posición en medio del arcaico cosmopolitismo imperial, empeñado en la transmisión mediática de miseria espiritual y avidez material.
• Reinserción cubana en la modernidad: FMI, BMI, IBM, Nike, Coca Cola, NBA, etc.
• ¿“Patriotismo suave”? Ningún “ismo” es verdaderamente suave. Por otra parte, ninguna forma de amor ocurre como los cursos por correspondencia, o las compras a crédito.
• Según el tono general de estos textos la recomendación para proyectar un futuro cubano podría ser “menos inocencia y más pragmatismo”, según reza en el artículo sobre arquitectura. Curioso, porque es precisamente la inocencia la que nos permite ver la realidad tal como es e imaginar entonces el mejor de los futuros posibles, el que solo se entrega desde la raíz. Pero se va perdiendo el hábito de considerar lo radical como aquello que, sin agredir, accede a la raíz de un fenómeno. Asimismo la crítica, que en su antigua acepción de “juzgar como decisivo” alude a un proceso curativo que se presenta como inevitable, deriva, sin embargo, en el ajuste de cuentas y la controversia competitiva. Nada que ver con la alegre tenzone de los antiguos trovadores que, aunque olvidada, participa del destino de la poesía occidental. Incluso de la más visionaria, como sucede con el Dante. En esta ausencia de alegría, que pretende solucionarse con el mero choteo y el egótico encogerse de hombros, se nota la falta de un impulso hacia la curación, de aquel entusiasmo que impera en lo decisivo. Se habla en general, no como participantes de una historia común, sino como emigrados de un pasado remoto o como analistas invitados. ¿invitados a dónde? Vendría bien aquí entonces lo de “escépticos” por “observadores”: extranjeros. Y a su propio futuro son ajenos.
Primavera, 2002

La Jiribilla, No.55. Año II. 25 de mayo, 2002
 

Vivir y pensar en Cuba

“Estos intelectuales no buscan el afuera y el después, más bien parece lo contrario: se juegan la vida en el adentro y el ahora. No desconocen a los que se fueron, discuten con ellos. Sienten un interés obsesivo por la historia, por la identidad nacional y personal, por el futuro del país, que será también, no se olvide, el de ellos. No son extranjeros en ningún sentido: ni física, ni espiritualmente. Sienten una impostergable necesidad de participación, y reclaman ser parte activa de la vida nacional. Están inconformes, son revolucionarios". Ensayos de dieciséis filósofos, historiadores, periodistas sociólogos y críticos nacidos después de 1959 conforman Vivir y pensar en Cuba, una recopilación de textos (tres de ellos publicados en La Jiribilla) sobre la Cuba presente y futura que acabada de ser presentado en el Centro de Estudios Martianos. 

Enrique Ubieta | La Habana

Publicados en La Jiribilla:

• El ingenio que nos pertenece | Fernando Rojas 
• Notas al vuelo, notas a tierra | Omar Pérez
• El promotor: una variación postferia | Víctor Fowler
 

Prólogo del libro Vivir y pensar en Cuba, Editorial Centro de Estudios Martianos, 2002.

     Este libro no es una antología. No pretende ser una selección de los más representativos autores de una generación de ensayistas. Es un libro de ensayos con una temática central: la Revolución cubana, su presente, su futuro. Cada sección aborda un aspecto, o dicho mejor, se sitúa en un punto diferente del espacio temático. Pero los autores pertenecen a una generación literaria, si asumimos por tal a los nacidos entre 1958 y 1968. Son hijos (los primeros) de la Revolución. Nacieron con ella, se formaron en su sistema de educación, participaron en sus eventos sociales, viven y escriben en Cuba. No se fueron. No abjuraron. Tienen su propia visión crítica, comprometida, del país que sus padres les legaron. Vivieron la caída del socialismo soviético, que tan bien conocían en sus virtudes y defectos. Y la súbita transformación de algunos contemporáneos que abandonaron sus proyectos de vida para asumir sin júbilo, con escéptico cinismo, la doctrina que se vislumbraba como vencedora. 
     Podrían estar otros, es cierto. El hilo conductor no se hallará en los autores, sino en los textos, por eso hay nombres que se repiten. Pero los autores importan. Todos tienen una obra, mayor o menor. Existen. Y esa existencia revela cuánto de construcción hay en la presentación generacional que suele hacerse desde la otra orilla. No encajan en el esquema de Cuba que venden los teóricos de la desesperanza, los alquimistas del “tránsito”. Estos intelectuales no buscan el afuera y el después, más bien parece lo contrario: se juegan la vida en el adentro y el ahora. No desconocen a los que se fueron, discuten con ellos. Sienten un interés obsesivo por la historia, por la identidad nacional y personal, por el futuro del país, que será también, no se olvide, el de ellos. No son extranjeros en ningún sentido: ni física, ni espiritualmente. Sienten una impostergable necesidad de participación, y reclaman ser parte activa de la vida nacional. Están inconformes, son revolucionarios.
     Muchos textos han sido escritos a solicitud del compilador. Otros se han seleccionado de la abundante producción ensayística cubana de los últimos años. Casi todos los escritores e investigadores sociales han sentido la necesidad de acudir a ese dúctil género literario para expresar sus inquietudes, para asentir o disentir, para atisbar el futuro. En muchas reflexiones se percibe un tono autobiográfico, confesional, como si los temas abordados fuesen fragmentos de piel.
     Dieciséis voces auténticas que difieren, se individualizan, y acaban por parecerse en esa casi imperceptible manera de hacerse cómplices, de proclamar la pertenencia al mundo que se critica o se defiende. No hay unanimidad de criterios, hay identidad en los principios. Filósofos, historiadores, periodistas, escritores, sicólogos, críticos de teatro o de cine, hablan de los caminos que fueron y de los que quizás vengan, de los obstáculos y de los errores, de los peligros y de las esperanzas, de los sepultureros a salvo y de los parteros que se juegan la vida. Incluso un texto como The day after (Víctor Fowler) que desde el comienzo se posiciona en la mirada ajena, mostrándola con lucidez implacable en sus inconsistencias y sus mal disimuladas pretensiones, no puede (ni quiere) evitar cierto estremecimiento al describir la Cuba que sería si ese día nos sobreviene, como el título del trabajo, en inglés, y no deja de precisar su postura: “averiguaré dónde están y cómo ser parte de las formaciones de izquierda que para entonces, imagino que trabajosamente traten de reconstruirse”. 
     Fernando Rojas, Rosa Miriam Elizalde y Elaine Morales Chuco, desde el ensayo, el periodismo de investigación y la academia, constatan realidades no esperadas o no deseadas en la trama social contemporánea de Cuba: diferencias en la distribución, marginalidad, surgimiento de una peculiar prostitución. “La cuestión reside en pasarle o no esa factura a la Revolución -dice Fernando Rojas--. En considerar efímera o temporal la felicidad de mi juventud o la crisis de los 90”. El análisis incluye causas, consecuencias, proyectos. “¿El pasado como futuro?”, así se titula la sección. No, no es el pasado, aún cuando no sea el futuro prometido. Pero el pasado acecha: si aceptamos que existe una centralidad socialista, revolucionaria, que establece valores y objetivos colectivos e individuales, hay que admitir el surgimiento de una (otra) marginalidad que no se sustenta en las carencias materiales, sino en la posesión de bienes y privilegios (en la aceptación del individualismo como estilo de vida) por vías ajenas u opuestas a la moralidad central. Si la centralidad capitalista genera una marginalidad que es condición de su existencia, requisito para su reproducción, la nuestra genera y padece la suya como un peligro para su sobrevivencia. 
     La contrarrevolución ni siquiera intenta construir nuevos ideales colectivos, su tarea es destruir los vigentes. Su programa es un anti-programa. No puede enarbolar ideales alternativos. Nadie está dispuesto a morir por las pequeñas e individualistas pretensiones del vecino. 
     Su tarea no es agrupar, sino disgregar, es una misión corrosiva: sembrar la duda y la desilusión,viñeta crear espacios individuales opuestos al proyecto colectivo o propicios para la corrupción, rescribir la historia, no sólo para decir que el pasado no fue tan malo, en una primera aproximación, o que fue muy bueno, en una segunda, sino para destruir cualquier visión heroica de los sucesos históricos y hacer desaparecer a los héroes, mostrándolos como antihéroes. Su tarea consiste en minimizar la historia, arrebatándole todas las mayúsculas. No hay Patria, no hay Ideales, no hay Héroes, no hay Historia: la patria tiene el tamaño de nuestro cuerpo, o al menos, no excede el breve espacio de la familia y de los amigos más cercanos; los ideales son personales y pueden condensarse en dos básicos, salud y dinero; la mayor heroicidad es trabajar duro por uno mismo; la única historia admisible es la de nuestra pequeña biografía. Para ello, las teorías de la llamada postmodernidad proveen a las ciencias sociales de una amplia gama de recursos seudo científicos que parcelan, dividen, y minimizan los diferentes objetos de estudio, hasta hacerlos ininteligibles.
     Por cierto, las contrarrevoluciones apelan a Dios, pero son esencialmente ateas: no creen en la trascendencia, sólo en la fuerza de los hechos, y en la utilidad inmediata. Su consigna es que todos los revolucionarios somos simuladores, y a cambio, entronizan el cinismo. Si no hay futuro, ¿qué puede quedar sino el presente, la orgía de un presente desmemoriado, la frivolidad de lo inmediato, el goce del instante, la ausencia de responsabilidad? No hay futuro señor lector, ocúpese de usted mismo, de su ahora, déjenos pensar a nosotros; disfrute su trago, baile hasta desfallecer, entregue su cuerpo al placer de los sentidos, haga el amor, nosotros haremos la guerra; luche a brazo partido, eso sí, por prolongar ese estado de beatitud sensorial, y en el empeño, aplaste sin compasión al prójimo. En los años finales del siglo pasado fue tal la fuerza alcanzada por la contrarrevolución, que quienes se opusieron a la traición fueron declarados idiotas. “Reinserción cubana en la modernidad: FMI, BM, IBM, Nike, Coca Cola, NBA, etc” -acota Omar Pérez en su respuesta a una antología que manipula un texto suyo, y agrega:  “¿‘Patriotismo suave’? Ningún ‘ismo’ es verdaderamente suave. Por otra parte, ninguna forma de amor ocurre como los cursos por correspondencia, o las compras a crédito”.
     No fue habitual en el siglo XX leer o escuchar declaraciones políticas que se autodefinieran sin pudor en la derecha. Algún que otro intelectual importante, es cierto, se apropiaba del lugar maldito. Borges, por ejemplo, se refugió en un cinismo inteligente que reforzaba su imagen de genio despistado. No pretendo decir que no existieran intelectuales de derecha; algunos incluso fueron fascistas. Ni siquiera pretendo insinuar que han sido pocos o de menor valía. Pero, en un mundo salvajemente injusto, han vivido, digamos, con un "vicio" de conciencia. No obstante ser José Martí un hombre de izquierda, han sentido la obligación de entresacar con pinzas sus frases para declararse martianos. Durante años emplearon los viejos términos de la burguesía revolucionaria para enmascarar sus proyectos conservadores o francamente reaccionarios. ¿Podría alguien imaginarse a un político latinoamericano que no expresara su intención de revertir el empobrecimiento de las mayorías, que no hablara de la justicia como trasfondo de su gestión de gobierno? Pero después que "terminó" el siglo y la historia en 1991, cesó momentáneamente  la vergüenza de los hombres de derecha. Recuerdo que leí en 1994 un artículo en la revista mexicana Vuelta que desbancaba a la "vieja guardia" de los ideólogos de derecha, a esos señores atormentados por la mala conciencia, cansados de gritar en el desierto que José Martí estaría, de vivir hoy, en Miami. El autor, surfeando en la gran ola de la derecha finisecular, decía sin sonrojos visibles, parafraseando a Fidel: sí, Martí es el culpable de la Revolución cubana. Y concluía: eliminémoslo. 
     El acápite denominado “La isla en peso” encara la polémica sobre nuestra historia. Eliades Acosta Matos, Rolando González Patricio, Fernando y Jorge Ibarra Guitart, discuten los argumentos que intentan dejar sin pasado y sin futuro a la Revolución, mientras que Rubén Zardoya Loureda, en un breve ensayo epistolar, se burla del lenguaje seudocientífico que quiere desechar o limar el discurso revolucionario, según las provechosas normas del mercado, y Manuel Henríquez Lagarde pone el dedo en la llaga que quieren abrir: ¿qué pasará en Cuba cuando no esté Fidel Castro? “El día siguiente  --de más está decirlo--  será un día largo, muy largo...”, responde con ironía. 
     “Espejos de agua” recoge la mirada múltiple, crítica y comprometida de nuestros creadores. Caridad Atencio defiende su identidad humana por encima de cualquier clasificación empobrecedora; Víctor Fowler, desde la perspectiva del promotor cultural, enumera con orgullo y sentido crítico los proyectos de la Revolución a favor de la lectura; Omar Valiño y Roberto Méndez se aventuran en un recorrido por la más reciente historia del teatro y las artes plásticas cubanas, que se remite a los orígenes; Juan Antonio García reflexiona sobre la necesidad de construir un pensamiento revolucionario cinematográfico a la altura de su tradición; Arleen Rodríguez Derivet nos recuerda finalmente que vivimos en un mundo amenazado por la guerra, y que no podemos permitir(nos) la indiferencia. Estos textos proclaman el derecho a soñar, a construir nuevas utopías, a prolongar el espíritu creador de la Revolución.
     El texto de Fernando al que aludimos inicialmente abre las reflexiones autobiográficas que se recogen en el libro bajo el acápite de “Memorias del caminante”; le siguen las de Rubén Zardoya - con especial énfasis en el análisis de la perestroika--, las del autor de estas líneas y las de Eliades Acosta, referidas a su (nuestra) vivencia histórica del Che. He agrupado esos ensayos porque son el testimonio de una generación. Excepto el primero, no fueron escritos para este volumen. 
     Hay un aspecto que me parece clave en la descalificación posmoderna del concepto de utopía: su promocionado vínculo con lo ético y la oposición, más aparente que real, de lo ético y lo necesario (lo pragmático, o lo útil), aunque suela atribuírsele a la racionalidad instrumental una cierta dosis peculiar de eticidad. Lo ético sin embargo es pensado como un deber ser que se interpone artificialmente en la buena marcha del ser. Y la realidad no es como (supuestamente) debe ser, sino como es. Pero podríamos ver las cosas de otra manera: lo ético expresa una necesidad histórica, en última instancia de carácter material. Si afirmamos que la humanidad debe construir un nuevo orden económico internacional, no es sólo porque el actual sea profundamente injusto, es porque la permanencia de ese orden injusto provocaría su autodestrucción. Identidad de la verdad y la justicia. Hay otra dimensión del asunto: el poder ser martiano. Lo posible como parte no visible de la realidad, como aparente imposibilidad. Siempre recuerdo una frase de Martí tajante y lúcida como suya, cuando un escéptico le argumentaba que en la atmósfera de Cuba no se apreciaba el ímpetu necesario de rebeldía para el inicio de la gesta emancipadora: “yo no hablo de la atmósfera -respondió-. Yo hablo del subsuelo”. Por último, un comentario histórico: los autonomistas decimonónicos cubanos le oponían al independentismo su supuesta cordura, su apego a lo posible, su concepción de lo útil. Pero resultó que el esfuerzo autonomista fue inútil e imposible; lo único posible, cuerdo y útil, fue paradójicamente el salto sobre el imposible.
     Los dieciséis ensayistas cubanos reunidos en este libro sabemos que lo imposible es posible, y apostamos por la verdad, la justicia y la belleza. 
 

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