Se
soltó la lengua
Dada la aceptación que tuvieron las primeras entregas de La lengua
suelta entre nuestros lectores, La Habana Elegante ha decidido
concederle a Fermín Gabor un espacio propio donde pueda seguir soltando
la lengua. A partir del presente número invitamos a nuestros
lectores a visitar periódicamente La lengua suelta,
puesto que su actualización no dependerá de la salida del
próximo número de L.H.E, sino de los envíos de Fermín
Gabor.
La
Redacción
La
lengua suelta, no.1
por
Fermín Gabor
Cunde
la esperanza entre escritores de la Isla
Delegación
de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de Guadalajara
Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos sesenta
escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen café),
el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y caderólogas
abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les
robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero, así
y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla.
Muy distinto futuro se abre, en cambio, para esos que dicen ser cubanos
aunque abandonaron la isla. Presumen de escritores cuando no tienen editorial
estatal ni ministerio que los represente y recibirán
la mayor de las sorpresas: cien jóvenes latinoamericanos con entrada
gratis en el recinto ferial. Cien muchachones diarios casualmente reunidos
en Guadalajara para congreso de la Organización Continental Latino
Americana de Estudiantes (OCLAE). (De producirse enfrentamiento o altercado,
la delegación oficial cubana tendrá las manos limpias. Tan
limpias como las de la policía habanera en cualquier cinco de agosto:
de la OCLAE como Contingente Blas Roca...)
Seiscientos escritores y artistas, cien latinoamericanos dispuestos a la
solidaridad,
coreografía
del Ballet Nacional de Cuba o del congreso de la OCLAE. Número grande
para negociar con los organizadores de la feria mexicana desde posiciones
de fuerza, para abusar con el más chiquito. (Mandaron a un tal Fernando
Rojas a quitar y poner gente de las mesas. Sacaba a su pariente Rafael
Rojas -si acaso son parientes- para meter a Lisandrito Otero.) Número
grande para convertirse de huéspedes en anfitriones, como ha dicho
Guillermo Cabrera Infante.
Ya algunos descontentos (los que no van) denuncian el alto nivel de artritis
y esclerosis de quienes han sido elegidos para representar a la literatura
de nuestro país. Pero, si bien es cierto que Cintio Vitier, ganador
del Premio Rulfo, cuenta con 81 años, Susana Haug, a quien desde
ya le auguramos un premio equivalente en su camino, cuenta con 19. Y el
arco que va de una a otro lo cubren escritores de todas las edades y pelajes.
Como indican los índices de edad promedio por día ferial,
no resulta alarmante el matusalenismo de la delegación oficial cubana.
Y a continuación publicamos la edad promedio de la delegación
oficial cubana por cada día de feria de la misma manera que algunos
periódicos publican los niveles diarios de contaminación
ambiental:
Sábado
30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6 años.
Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años. Jueves
5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1
años. Domingo 8: 58.8 años.
(A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de días.
Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las
Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda Oliver
Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal,
60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo ejemplo,
domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72.
Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González,
62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor Casaus,
58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel,
40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)
Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las provincias
y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del Instituto
Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación oficial
cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una
parte importante de la población radicada en la capital no nació
en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de construcción
de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia",
ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más del
80% de los integrantes de la delegación que viaja a México
no ha nacido en la capital.
Siguiendo este razonamiento que considera monumento provincial a cualquiera
nacido en provincias (sin importar cuántos siglos lleva viviendo
en la capital), frente a quienes gritan "¡Más Haug, menos
Vitier!" declaramos jóvenes a aquellos que fueron jóvenes
alguna vez. Porque haber nacido en Tuinicú tiene el mismo valor
inamovible que haber tenido diecinueve años. De este modo, si el
80 % de la delegación oficial cubana está compuesta por escritores
de provincia, la totalidad de esa delegación es joven. (Susana Haug
no iba a ser una excepción, por mona que sea.)
La esperanza cunde entre los escritores de la isla y no nos referimos solamente
a quienes por peregrinar a Guadalajara recibirán indulgencias (eterna
juventud, fuerzas de tierra natal) sino a los escritores todos de la isla.
Porque piensan: "Caramba, si a una feria del libro llevan a tanto músico
y hasta deportistas, seguro que los escritores cogeremos cajita cuando
vuelvan a nominar cubanos para el Grammy". Por no hablar de unaprobable
nominación al Oscar.
Lo que los entristece un poco, sin embargo, es que el deporte ofrezca tan
pocas oportunidades de gira, ahora que las Olimpiadas ocurren dentro de
la isla. "Lástima que no haya Píndaro con visa", se dan pésame
los unos a los otros.
La
lengua suelta, no. 2
La
camarilla de los maquilladores
Delegación
cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa
por
Fermín Gabor
Que
la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
Que
nos acompañe, pronuncia nuestro Ministro de Cultura.
Si
va Compay Segundo, ¿por qué no iba a ir ella?
Y
que Omara, escondida detrás de una cortinita, le preste su voz.
Que
vuelva a hablar por boca de Omara Portuondo.
Bueno,
dice Salvador Bueno.
Que
recite "Juegos de agua" como si cantara "Veinte años".
Dulce
María con la voz de Omara, imagina Pablo Armando Fernández.
¡Abrazo
de la alta cultura con la cultura popular!, Miguel Barnet exclama jubiloso.
¡Patriciado
y mulatería!, César López lo acompaña en su
júbilo.
"La
novia de Lázaro" como si cantara "Lo que me queda por vivir".
Bueno,
confirma Bueno.
"Últimos
días de una casa" como si fuera "Siempre es 26".
¡Abrazo
de alta burguesía con Revolución!, exclama jubiloso Barnet.
¡Como
en Pepe Rodríguez Feo!, lo secunda César López.
Dulce,
con esa cubanía que le hizo comprender lo justo de lo que estábamos
haciendo, recuerda el Ministro.
Pinareño
tan amado de todos, consigue entristecerse Miguelito.
¿César,
de quién habla Miguel?
Aldo
Martínez Malo, una de esas personas que no dejan una obra cuantiosa
pero que son defensores secretos de la cultura, sostiene el Ministro.
Y
recuerda Barnet: Fue por Aldo que llegué yo a la vieja.
Por
Aldo la vieja se acercó a la Revolución.
¡Patriciado
rebelde!
Dulce
María Loynaz abrió las puertas de la Academia de la Lengua
a la literatura de la Revolución, rememora Bueno.
Dulce
María Loynaz aceptó el Premio Nacional de Literatura.
Fue
el homenaje que la Revolución le hizo. Homenaje de su pueblo, de
este pueblo que se había quedado aquí lo mismo que ella.
Dulce
María Loynaz aceptó la Orden Carlos Manuel de Céspedes
de manos de Fulgencio Batista.
Ese
sentido ético muy suyo, ratifica Abel Prieto.
¡Patriciado
irredento! ¡Mujer todo carácter!
Dulce
María Loynaz giraba con su esposo por la España de Franco.
Pero
no hay prueba alguna de simpatía suya por Pinochet. Fue Borges el
de esa simpatía.
¡Borges
no va en nuestra delegación!, decide el Ministro. ¡Jorge Luis
Borges no va en ésta! Amaury Pérez, César Portillo
de la Luz, Vicente Feliú, Isaac Delgado, Leo Brouwer, Silvio Rodríguez,
John Lennon...
Brincan
al unísono Pablo, César, Miguel. Hasta brinca Salvador.
¡Y
John Lennon, sí señor! Yo no voy a admitir reduccionismos.
En ningún otro sitio del mundo han sentido este amor por los Beatles
que sentimos nosotros. John Lennon y los Beatles forman parte de nuestro
proceso desde el 1 de enero de 1959.
¡La
cultura cubana es una sola!¡La cultura cubana es universal!
...John
Lennon, Síntesis, Los Papines, la tropa de Buena Vista Social Club
quitando a Ry Cooder...
¡Ry
Cooder no pinta nada en una delegación de cubanos! ¡Que se
vaya por ahí con su guitarrita hawaiana!
..el
Ballet Nacional de Cuba, la orquesta y cuerpo de baile del Cabaret Tropicana,
una tabla humana de Espartaquiadas, los Guaracheros de Regla, los Marqueses
de Atarés, el Alacrán, los bandos reconciliados de cada una
las parrandas y charangas
de
la isla... Y, como perla de nuestros avances en la biotecnología,
Dulce María Loynaz igual que si estuviera viva.
¡La
cultura cubana es eterna!
¡Patriciado
tremendo!
Dulce
María doblada por Omara. Así que los he convocado para que
empiecen a trabajar en el cadáver. Pablo, Miguel, César,
Salvador: toca a ustedes devolvernos a nuestra Premio Cervantes de un modo
creíble. Les pido sobriedad en el maquillaje, contención
en lo que ese rostro exprese y flexibilidad de labios para que luego Omara
no tenga que recitar con boca de caimito.
Pablo
Armando Fernández, Miguel Barnet, César López y Salvador
Bueno, teñidores de profesión, componedores de batea, tintoreros
de tren chino, abortistas de perchero y zurcidores de virgo, trabajan en
la memoria de Dulce María Loynaz.
Y
en nombre del equipo, César López ha declarado al Granma
del 11 de noviembre: "Hemos estado revisando todos los textos de importancia
para que esta obra salga lo mejor posible".
La
lengua suelta, no. 3
Bajo
la peluca de un ministro
Abel
Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio
por
Fermín Gabor
Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de Cultura
Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada
de México ha publicado recientemente. Creo que desde la publicación
en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro
dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no contábamos
con tanto motivo de estupor.
El
vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras Cubanas
la había impreso dos veces en un año, accidente que no le
ha ocurrido a nadie que no sea ministro. Para promover la edición
española el autor no había estado solo: lo acompañaban
José María Vitier al piano y Francisco López Sacha
como presentador. Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no
estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino
en las declaraciones ministeriales a la prensa.
Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como ministro,
o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos dóciles
que los del Granma o del Juventud Rebelde con quienes
acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero
de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe su
fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del escándalo
político, es más rollo que película. Guillermo Cabrera
Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada más
a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de Zoé
Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos literarios.
(De acuerdo con este último punto, cabría preguntar entonces
qué hace en las librerías habaneras ese bodrio último
que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --,
por mucho premio Poe que haya recibido.)
Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto inútil
autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la Valdés
es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista más
reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in
toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana,
se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y
Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él
la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él hacer
de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de
buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado -sección
Carnes- en el caso Padilla.
Prieto suelta en esta última entrevista un par de hermosas estupideces
en las que nos detendremos. La primera: que en la isla se conoce mejor
la obra de los artistas y escritores emigrados que en Miami. La segunda:
que "en Estados Unidos una obra crítica, como Fresa y chocolate,
jamás se pone en las principales salas comerciales y se convierte
en un hecho nacional".
No hay más que echar un vistazo a las librerías habaneras
o provincianas para comprender que nunca se han visto en ellas ediciones
de Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas.
Severo Sarduy en un único libro, Lidia Cabrera también en
uno sólo (aún cuando sea su obra mayor) resultan ser muy
poco conocimiento de la literatura del exilio. Imposibles también
de consultarse en bibliotecas públicas; tales libros pueden alcanzarse,
en cambio, en librería de Miami.
Y, en cuanto a Fresa y Chocolate, si eso es una obra crítica,
entonces Mujercitas, de Louise M. Alcott, también lo es.
Y si una nominación al Premio Oscar, que supone previo estreno comercial
(Miramax distribuyendo), no es suficiente movimiento de mercado
para Abel Prieto, entonces nos toca compadecerlo por las ilusiones que
habrá visto frustrarse alrededor de la edición española
de su novela. Pues lo que Agustín Lara ofreció a María
Félix en su viaje a Madrid le habrá parecido muy poco al
autor de El vuelo del gato.
"El mercado es un censor mucho más terrible que el peor que haya
existido en la época de Stalin", considera Prieto. Y a seguidas
pregunta "¿Qué pasó con la canción de protesta
estadounidense de los años 60?". Pregunta por pregunta: ¿qué
pasó con las vidas de los censurados por los censores de Stalin
o por Stalin mismo? Seguramente que desde uno de los múltiples
cayos del Archipiélago Gulag añorarían para sí
las vidas de esos apiltrafados cantores de protesta. (Asimismo valdría
la pena conocer el destino de esas piltrafas cubanas que intentaron remedar
la canción protesta norteamericana. Ubi sunt Silvio Rodríguez.)
Al Ministro le preocupa la absorción comercial de los cantantes
de rap norteamericanos, pero no habla de la estrategia de ningunificación
que han planeado las instituciones cubanas para los cantantes de rap
de por acá. (Absorbidos también, los criollos no tendrán
siquiera el consuelo de la plata.) A Abel Prieto le encanta denostar al
mercado como si él no mercadeara de lo lindo. (Desmintiendo que
todo es arte comercial, Ediciones B cargó con el plomito
de su novela.) "La más grande herejía en el mundo contemporáneo
es la Revolución cubana", afirma. La voz de Cuba es, según
él, la más hereje y disidente en el concierto de los países.
Y el papel de escritores y artistas queda entonces muy claro: "la cultura
ha sido (...) guardián de esa herejía". A escritores
y artistas corresponde el puesto de esposa fiel de un hombre excéntrico,
errático, borrachín y mujeriego. Hay que dejar la voluntad
de disentir a los políticos y toca a artistas y escritores aplaudir
las ocurrencias de éstos. Con la excusa de una política
exterior independiente, orgullo de cancillería, el infierno de la
aprobación eterna en el interior del país.
La lectura de una entrevista así despierta enseguida en quien la
lee impulsos de entrevistador y quisiéramos preguntar al Ministro
por qué no pensar la cultura como herejía de la herejía.
Nos gustaría recordarle a Abel Prieto que, históricamente
hablando, la posibilidad de ser hereje en país protestante no suponía
vasallaje católico, aunque igualmente prometiera la hoguera.
Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes intriga
qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la
peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con suficientes
motivos de esperanza. Pues dentro de muy poco volverá a ser
entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto. Hasta
entonces, compañeros.
La
lengua suelta no.4
Convocan
a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet
por
Fermín Gabor
Lukács
cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el último
número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke. Maestro
lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en los
cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo Padura
lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso por
cada libro que no escribía.
Pulcramente
peinado, cuidadoso de la raya del cabello como del filo de sus pantalones,
tan tieso de
postura como una intitutriz, ducho en la utilización de la pipa
(lo cual ciertamente lo aproxima a Forster) y atacado de movimiento de
chino de relojería en cuanto algún punto de discusión
aparece por el horizonte, Ambrosio Fornet acaba de cumplir setenta años.
En
estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros solamente),
lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos preguntáramos
dónde diablos estará el “A passage to India” de este Forster
nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de desmochar
parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser totalmente
desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de “la
Novela de la Revolución”.
Incapaz
o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido el
de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta
no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y estudia
ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela ñángara
a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo.
(En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario
cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier,
exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
Es
Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos escritores
del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo propugnador
de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples cederistas
convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera largarse
del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de signo
contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha convertido
una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta importadora
de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la
libra en pie de escritor ido.
Asiduo
visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta
obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas universidades
en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al terciar
en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante profesor
universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor
propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no
esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las instituciones
cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes norteamericanos
a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica. (Universidades
yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su parentela:
el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de México.)
La
literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que Ambrosio
Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos setenta
años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra haraganería
idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros
la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del norte
no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo.
Lo
mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad cercana.
No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo
que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos) lo
entrega generosamente cuando, después de algún silencio apreciativo
y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz Kafka
es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente: “Sostengo
que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras francesas”.
Casa
de las Américas celebra ahora estos setenta años de labor
infatigable con un coloquio internacional sobre la obra de Ambrosio Fornet.
Los interesados en participar deberán entregar sus ponencias en
blanco antes de que termine el año.
La
lengua suelta no. 5
Museo
arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca
Fermín
Gabor
Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias novelas
(alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos
con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway mientras
éste escribía en la barra del Floridita, hubo de aceptarle
al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo.
Recibió menosprecio por parte de Neruda en
sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che Guevara
aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece allí
va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa,
Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching
bag, el Premio Nacional de Literatura 2002.
Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de años
de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional
no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías habaneras
andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge
cuatro de sus novelas y también ejemplares de una biobliografía
suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha publicado
una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel Castro
y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara enseguida:
“Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida privada
al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia oficial,
me permite esta licencia”.
Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación
no va a escaparse. No sólo adulador, sino también chicharrón,
guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja de
ruta. “He residido muchos años fuera de mi país
en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta en
esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y empezamos
a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas que
pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos periodísticos
los que le dieron tanta ala?
No hay que darle muchas vueltas al asunto para comprender que en todos
esos ámbitos Lisandro Otero ha cumplido con encargos oficiales cubanos:
periodista o embajador o lo que fuera. En México, donde según
sus palabras, “he ocupado posiciones dirigentes dentro de los medios de
comunicación mexicanos y he recibido galardones de mis colegas de
la prensa que me enorgullecen”, apostaba desde el diario Excelsior
por la continuación del PRI, partido jurásico, en la presidencia
mexicana. Y ahora el fracaso electoral priísta y el hundimiento
del trasatlántico Excelsior nos lo traen de regreso.
Oigámoslo explicar líricamente en La Jiribilla las
razones de su vuelta: vuelve para “escuchar el rumor de las olas y acechar
en mi jardín el vuelo del colibrí”. (Escuchar rumores del
mar y acechar en un jardín parecen las actividades de un espía
en plan pijama.)
Poco antes del fallo del Premio Nacional de Literatura, las revistas electrónicas
culturales habaneras inclinaban a los apostadores hacia otro caballo, daban
como favorito a Reynaldo González. Pero el antiguo director de la
Cinemateca
de Cuba y actual asesor de la presidencia de la UNEAC ha visto ya frustradas
sus esperanzas. Al menos por este año...
González, quien hasta hace poco acostumbraba (en privado) a deslizar
comentarios en contra de Abel Prieto, ha sabido esfumar sus prejuicios
y se le vio mucho en el séquito ministerial durante la Feria
del Libro de Guadalajara. Pero nada en su comportamiento puede resultarnos
asombroso si recordamos que, poco después de haber obtenido ese
mismo premio que gana Otero y que González pierde, César
López, hasta entonces discreto rebelde, se encaramó en tarima
por Elián para mascullar uno de sus poemas insoplables. Y si recordamos
que Antón Arrufat, premiado también, se apuntó para
la fiesta oficial cubana por el Cuatro de Julio y no hace ascos a integrar
cuanto séquito oficial quiera incluirlo.
El ejemplo de Leónidas Trujillo, alias Chapita (figura también
comparable a Isabel Tudor y a Octavio Augusto) guía el comportamiento
de estos escritores. La llamada Generación del Cincuenta,
que tendría que representar el papel de mayores en nuestro panorama
literario, no ha hecho más que componer obras poco estimulantes
y rebajarse por una medalla o un gajo de laurel. La arrebatan los diplomas,
es generación chapita, y Lisandro Otero, figura señera
de ella, ha vuelto a La Habana en busca de su galardón.
Ahora que lo tenemos otra vez entre nosotros, debemos preocuparnos por
la continuación de vida tan al margen de lo oficial como la suya,
y nos toca preguntarnos por qué (es sólo un ejemplo) no le
encargan la dirección de La Jiribilla. Aunque quizás
habría que pensarlo despaciosamente ahora que vuelve al cubil otra
marginal de la vida pública, figura no menos acechadora de olas
y de colibríes: nuestra ex-embajadora ante la UNESCO Soledad Cruz.
Bienvenidos
a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
La
lengua suelta no. 6
Fornet
e hijo reabren El Encanto
Fermín Gabor
Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años autora
de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a
las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista siempre
mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma. Maquinadora
de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con
frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le
cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de
inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura endiablada
Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas más
bobas de la reciente literatura cubana.
Djuna Barnes afirmó alguna vez que los escritores norteamericanos
se especializaban en exponer las cosas soportables de un modo insoportable,
y que a ella afortunadamente le interesaba lo contrario. Lo escrito por
Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos grupos
que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a algunos
conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella
sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica.
Carente de imaginación como para inventar personajes o situaciones,
anda escasa también de filosofía
o moraleja o tesis que le entregue algún sentido a lo que copia.
Y, una vez desenvuelto el tamal del chisme en sus novelas o cuentos en
clave, queda al lector bien poco de sorpresa. Aunque es cierto que, en
país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos miembros
de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego).
Y es al parecer de un personaje de esta joven narradora, al parlamento
de una de sus protagonistas clonadas, al juicio que se acoge Jorge Fornet
para dictar frontera final en su antología del cuento cubano del
siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México, 2002). “Todo
cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud”, afirma
una petulante protagonista porteliana y Jorge Fornet parece asumir que
quien habla es directamente Ena Lucía Portela, que lo dicho es una
especie de manifiesto literario, que ese manifiesto incluye a toda una
generación y que esa generación le pide al antologador que
es él que los deje fuera del siglo XX, reservados para un mejor
siglo venidero.
(Petición
apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa, antologadores
ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la ventaja
de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que
Fornet solito explica en su prólogo.)
Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina aproximadamente
a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el desencanto
por la independencia perdida, el asombro por la aparición del amo
estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida,
el pasmo
por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos desencantos
como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de encanto
y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del
Valle.
Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y setenta
(Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no parecen
desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas
por el encanto”.
No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge
Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena parte
de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la Revolución”
(ya está que acepta hasta la “Novela de la Contrarrevolución”
con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado
suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan
en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la
“Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con arrepentimiento,
la relojería larga
de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda
estar desencantado en su escritura sin haber producido antes algún
ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse desencantado
del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos creer
que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López
Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto recomienda
a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo, el
bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y Chucherías
se enorgullece de contar con tales artículos.)
Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco antes
y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es que
la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas cuantitativamente,
no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La escasa
obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo libro
y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente las
cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de otros
de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus autores
para rectificarlas desde los presupuestos.
Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de su
selección a toda una generación de escritores, sino que los
regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que también
considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un
ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se asome
a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello.
A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el Niño
defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta
inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-, encontramos
esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una
literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el destino
de la Revolución misma no parecen preocuparles”.
Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby está
aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano
era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó
la diversión/Llegó el prusianismo y mandó a parar”.
No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta reciente
antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban Borrero
Echevarría, el primero de los antologados, había visto “la
cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la revolución
triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el
siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni encantados
ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y Fornet
el
Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y vámonos”.
En un ensayo aparecido en el último número de La Gaceta
de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no saber
leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal toda
narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de Enrique
Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?)
y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los múltiples
asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga más
sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a
ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto más
crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de
Cintio Vitier hayan salido músicos.
El Fondo de Cultura Económica de México quiso homenajear
a la literatura cubana del siglo XX
con tres antologías, y seis antologadores (tres residentes en la
isla y tres fuera de la isla) se encargaron de menoscabar esa literatura.
Dejaron fuera de sus antologías a un montón de escritores
que empezaron vida pública a fines de los ochenta, posrevolucionarios
o como quiera que se les llame. Sólo un ensayista -Victor Fowler-
en la antología de ensayo, sólo dos poetas -Sigfredo Ariel
y Damaris Calderón- en la de poesía y ningún cuentista
en la de cuento: el peor cancerberismo ha sido cometido por Carlos Espinosa
y por Jorge Fornet. Y este último fue quien prestó razones
al cuchillo.
La
lengua suelta no.7
Feria
del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo”
Fermín
Gabor
Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y dieron
por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le habían
descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de su
casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo
reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus últimas
chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para aquella
otra feria el pintor Waldo Saavedra.
Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña
y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza: crímenes
y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta, refleja
el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera
cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
De México también llegó Lisandro Otero. Le otorgaron
el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le hubiesen
devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer
en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y
adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán
de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los desmayos,
los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la certidumbre
de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera propia,
siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al mundo,
mejor dotados para los combates que vendrán”.
Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había sobrellevado
una época difícil durante la cual fui relegado a una silenciosa
inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un hálito
robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá,
en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de pensar
en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en
Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de yagrumas
en cada paisaje”.
(Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono
del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar
ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el
mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula,
nada azteca se le pegó por vivir fuera.)
A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos Russell
Banks y William Kennedy. Una investigadora británica autora
de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de la
CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los más
viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas, sirvió
en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos años.
Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más empobrecida,
vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes estaba
dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio prioridad
a su presidente y toda la narrativa de la región pareció
concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus recién
aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos, presentaron
por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera
edición o cuarta edición ya). Ningún espía
preso y ningún inventor de champú biotecnológico de
placenta se quedó sin su librito. La muy insípida literatura
nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot, Zola,
Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la “Lolita”
nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos cuarenta
años pues la colección Huracán es asesorada por Ambrosio
Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
De Puerto Rico llegaron los libros de Plaza Mayor, una editorial que dirige
la cubana Patricia Gutiérrez Menoyo. Plaza Mayor había estado
ya en ediciones anteriores de la feria habanera, había formado parte
de la presencia cubana de la isla en la Feria del Libro de Guadalajara.
Su directora estaba cujeada en negociaciones con autoridades cubanas, pero
está en la naturaleza de esas autoridades sorprender incluso a los
muy avisados.
Y, para empezar, le prohibieron a un presentador: Antonio José Ponte.
Luego, con malevolencia mayor, impidieron que se presentara el libro de
Félix Luis Viera que hablaba de lo carcelario revolucionario en
los sesenta, de la UMAP.
Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los dueños
de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida tendría
de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron
las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de cristal
y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y cartas,
caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si quería
viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de querer
volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de
pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como quiera
que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera
el oráculo marista.
Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues presentar
en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser catastrófico
no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy, antes
fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento. Alguien
se ponía a recordar allí el campo de concentración
que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía,
iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo Armando
Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de paso).
Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat, Reynaldo
González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón, presentes
en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la Comparsa
de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar
cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus cómplices.
Terminada la feria, los periódicos de la isla publican cuánto
ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y
acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La Cabaña
tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano
del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández vigila
la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo mantenerse
en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan la
llegada de un camión, del camión de los víveres. Porque
le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima estará
dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a él.
(Carilda es abstemia.)
La
lengua suelta no. 8
Hablando
de pelota en la Esquina Caliente
Fermin
Gabor
Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la espontaneidad
se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros emplazamientos)
para discutir de béisbol, de pelota. Es el único parlamento
cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La bibliografía
pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y allí
puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión voceada
a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado, guapería
en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del Apóstol
Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente altura
de su pedestal. Para que oiga.
Y ha sido a esa institución, a la Esquina Caliente del Parque
Central, adonde han llegado ecos de un extraño partido de pelota
celebrado entre escritores y gente del mundo editorial para celebrar la
Jornada Nacional del Libro.
En tantos años de reunión de críticos beisboleros
no se había visto mayor estupefacción. “¿A dónde
vamos a llegar, caballeros?”, preguntó sin falta un apocalíptico.
“¿Y qué hace tanto ganso en la pelota?”, otro lo interrumpió.
“Alguna mecánica estarán escondiendo”.
Arturo Arango (jefe de redacción de La Gaceta de Cuba), Norberto
Codina (director de la misma revista), Fidel Díaz Castro (director
de El Caimán Barbudo), Alexis Díaz Pimienta (repentista
en cuanta timba oficial se implemente), Eduardo Heras León (director
de taller literario), Angel Santiesteban (narrador sin cargo), Iroel Sánchez
(presidente del Instituto Cubano del Libro), Enrique Ubieta (director
de la Cinemateca de Cuba), Omar Valiño (director de Tablas)
y Yoss (narrador sin cargo) fueron algunos de los divididos en equipo
Verde y equipo Amarillo. “Ninguno debe valer nada en su trabajo”,
fue el dictamen general de la Esquina.
Mucha desconfianza en la literatura (por no hablar de irresueltos conflictos
adolescentes) habrá llevado
a ese grupo de intelectuales y de administradores de lo intelectual a un
stadium para celebrar la salida del primer volumen de una Historia
de la Literatura Cubana (que con papa se la coman) y el relanzamiento
(ya que no hay libro suyo nuevo) de un título de ese escritor en
el banco de espera que es Ambrosio Fornet.
Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves dentro
del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de piernas
de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso nacional
con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y
sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van
más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado tiernos,
sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera pensar
la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit)
con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del machete
del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto
a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que recapaciten
su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer de
la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo
no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet
y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y Abelardo
Estorino y Senel Paz y
Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y
la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima de
la pena de muerte y también firma.
Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su revista
Criterios dedicado a la globalización sea presentado por
mayimbes no menos globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano
o la más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se
entretiene en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer,
no tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque aquí
ya está pasando.
Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con directores
en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia, escribiendo
jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y
orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible,
buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso grupo
batistiano.
Que un juego de pelota sirva como protesta pública, signo de rebeldía,
se había visto ya hace décadas entre pintores del patio.
Ahora puede valer como sello de alianza entre escritores y censores políticos.
Sea. Quien coleccione postalitas de peloteros no debe perderse las de Verdes
y Amarillos en el número 100 de La Jiribilla.
Rafael Hernández, director de Temas, ha dispuesto que en
la peña de pensamiento que su revista organiza cada mes el tema
sea: “Con las bases llenas. El béisbol y la cultura de debate”.
La invitación reza así: “se trata de un intercambio de impresiones
entre el público asistente y los miembros del panel (dirigentes
deportivos, sociólogos, periodistas y escritores) acerca de las
características y proyecciones del debate popular sobre la pelota,
y en qué sentido puede servir de modelo para el desarrollo de la
cultura del debate en Cuba”.
Lamentablemente, ninguno de los asiduos a la Esquina Caliente a
quienes he extendido la invitación piensa asomarse por allí.
Porque les huele a encerrona. Y uno de ellos lo ha explicado de este modo:
“Intelectuales que piensan mal y prefieren ponerse a jugar pelota. Luego
juegan tan mal que empiezan a justificarse con su blablablá”.
Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
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