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     Entrega doble de La expresión americana. Además del presente ensayo, Literatura postnacional en Latinoamérica, de Bernat Castany Prado, añadimos de postre una reflexión del poeta, ensayista y profesor de literatura hispanoamericana en Toronto, Néstor E. Rodríguez: Duendes. Esperamos que esta combinación de plato fuerte y postre calme el apetito de nuestros lectores hasta que salga el próximo número, correspondiente al otoño de 2006.

Literatura postnacional en Latinoamérica*

Bernat Castany Prado
   
     Aunque siempre han existido interrelaciones e interdependencias entre las diversas culturas y sociedades, en los últimos cien años éstas se han extendido e intensificado enormemente. Este proceso es conocido como mundialización o globalización y se lo considera fruto de las tendencias estructurales del capitalismo; de los avances tecnológicos; de la exportación de modelos políticos y económicos llevada a cabo por el colonialismo; del incremento de los flujos migratorios; y de la reacción contra toda una serie de riesgos globales a los que no se puede hacer frente por separado, como son, entre otros, las pandemias, el calentamiento del planeta, el terrorismo global o las mafias.
     A pesar de todos estos cambios, las identidades, individuales o colectivas, siguen construyéndose sobre obsoletos modelos nacionales. Hecho que no sólo provoca tragedias personales y tensiones sociales, sino también una parálisis política que puede explicarse en términos de  desfase entre el alcance universal del sentimiento ético y el alcance nacional del compromiso y la acción política.
     Como suele suceder, la literatura se ha adelantado a las ciencias sociales y ha tratado de buscar por su cuenta soluciones identitarias que den cuenta de la irreductible complejidad del mundo y de las personas que lo habitan. Propuestas que irían desde un escepticismo identitario (Edward W. Said, Zadie Smith, Jorge Luis Borges), hasta un darwinismo cultural (Mario Vargas Llosa), pasando por un malditismo identitario (Juan Goytisolo, Paul Smaïl, Fernando Vallejo) o una voluntad de secularización nacional (Amin Maalouf, Salman Rushdie). 
     Sería ingenuo, sin embargo, pensar que el nacionalismo está desapareciendo cuando lo cierto es que la misma globalización ha provocado un recrudecimiento de los particularismos –nacionales, religiosos, culturales- que ha trascendido, a su vez, al ámbito literario. Será conveniente distinguir entre una literatura del repliegue y otra del despliegue identitario. Sin embargo, como mi idea es centrarme en el tema del nacionalismo, hablaré de una literatura nacional y otra posnacional.
     No estoy hablando, por supuesto, de géneros, subgéneros, escuelas o movimientos literarios ya que la relación entre ambas tendencias es demasiado compleja como para tratar de dibujar una frontera precisa entre obras o autores. Sólo por necesidad metodológica realizaré una caracterización de ambas tendencias, tratando siempre de no perder de vista que la tensión que existe entre ambas suele darse dentro de una misma obra literaria.
     El nacionalismo no es sólo una teoría política sino también una cosmovisión, esto es, una manera de intuir y comprender la realidad. Como teoría política, afirma que “la “sociedad moderna” y la “política moderna” sólo pueden existir si se organizan al modo del Estado nacional” (Beck: 38) y que “debe haber congruencia entre la unidad nacional y la unidad política.” (Gellner: 13) Como cosmovisión, llega a afirmar que las fronteras nacionales son relevantes en los ámbitos ético, estético y cultural.
     Podemos llamar literatura nacional a aquel tipo de obra que incluya de forma implícita o explícita una cosmovisión nacionalista. Tal sería el caso de casi todas las novelas de los dos últimos siglos, ya que suelen considerar que la propia nación es la única realidad de la que deben y pueden dar cuenta; que cada cultura o sociedad nacional es autosuficiente; o que la responsabilidad moral no tiene más alcance que el que marcan las fronteras de su propio país.
     La literatura nacionalista se distinguiría de la nacional en que no sólo tiene como universo de discurso la propia nación sino que, además, busca difundir entre sus lectores este particular modo de concebir el mundo y la identidad. Se trata, pues, de una pedagogía nacionalista, más o menos explícita. Desde este punto de vista toda literatura nacionalista es nacional pero no toda literatura nacional es nacionalista.
     Como el nacionalismo, el postnacionalismo es más que una teoría política. No sólo cree que la organización en estados nacionales ha quedado obsoleta desde un punto de vista institucional o económico sino que, además, considera que el alcance de la moral, la estética o la cultura debe ser mundial y puede empezar a serlo gracias a fenómenos como el desarrollo de los medios de comunicación y transporte, la globalización económica, los movimientos migratorios masivos o las amenazas globales.
     La literatura posnacional tiende a dar cuenta no tanto de una sociedad nacional como de una sociedad mundial. Sus estrategias narrativas y estilísticas así como sus temas y símbolos ya no cuentan la historia íntima de las naciones, sino la del mundo. Asimismo, la literatura posnacionalista se distingue (es subconjunto) de la posnacional en su voluntad de hacer pedagogía de la cosmovisión posnacional.
     No debemos confundir posnacionalismo y cosmopolitismo. El posnacionalismo es un fenómeno reciente por la sencilla razón de que la nación también lo es. Lo cierto es que a pesar de las discrepancias en lo que respecta a los antecedentes, la mayoría de los estudiosos del tema coinciden en afirmar que la nación se consolida como realidad sociopolítica y como cosmovisión en el siglo XIX. El cosmopolitismo, en cambio, es una tradición intelectual milenaria que, en lo que respecta a “Occidente”, se inicia con los cínicos y los estoicos. Tampoco sería exacto afirmar que el posnacionalismo es un momento de la tradición cosmopolita porque, en su reacción contra el nacionalismo, éste abarca toda una serie de opciones que no siempre incluyen un componente cosmopolita.
     Distinguiremos, pues, entre diferentes tipos de posnacionalismo, lo cual nos llevará, a su vez, a distinguir entre diferentes tipos de literatura posnacional. Antes es preciso recordar las dificultades que los teóricos dicen tener para definir los términos nación y nacionalismo porque, como es lógico, el posnacionalismo se va a ver contagiado de la inasibilidad de su concepto raíz. No puede ser lo mismo, por ejemplo, reaccionar contra un nacionalismo étnico que contra uno lingüístico, populista o republicano.
     Podemos empezar hablando de cinco tipos de posnacionalismo: uno propiamente cosmopolita, que recuperaría el discurso estoico-ilustrado de corte individualista y propondría la formación de un gobierno y una ciudadanía mundial; otro neoliberal, que equipararía mercado a libertad y criticaría el proteccionismo o nacionalismo económico y cultural; otro democrático, que sería una reacción contra las derivas populistas y totalitaristas del nacionalismo, ya sea en países capitalistas como en países socialistas; otro nihilista, que ante la disolución nacional reaccionaría con nostalgia, desesperación e, incluso, con violencia; y otro reactivo, propio del emigrante o del bicultural, que, al verse presionado a elegir entre diferentes filiaciones, decidiría negarlas todas.
     Aunque no pretendo haber realizado una partición perfecta creo que estos siete tipos de posnacionalismo cubren un espectro muy amplio del fenómeno que nos ocupa. Claro está que se trata de una distinción analítica y que ninguno de estos posnacionalismos se da en estado puro sino que se entremezclan tanto entre sí como con otras tendencias estéticas, éticas o políticas.
     He tratado de ilustrar cada uno de estos posnacionalismos haciendo referencia a la figura, obra u opiniones de algún escritor latinoamericano. Me he centrado en este continente con el objetivo de darle coherencia a mi análisis y manejar un corpus literario lingüísticamente coherente.
     
    1.- JORGE LUIS BORGES Y EL POSNACIONALISMO COSMOPOLITA

     El posnacionalismo cosmopolita tiene dos momentos, uno destructivo, que busca desmantelar la cosmovisión nacionalista, y otro constructivo, que trata de elaborar una mirada cosmopolita secularizada de todo tipo de esencialismo nacional o religioso y de recuperar el "sentimiento de especie" a través del sentimiento de "empatía" que, tal y como estudia Anthony Pagden en La Ilustración y sus enemigos, ya los ilustrados habían adoptado del cosmopolitismo estoico para fundamentar los derechos humanos.
     Si bien Borges fue nacionalista en sus inicios, ya en el prólogo a Luna de enfrente (1925) se ríe de lo que dio en llamar “pecado de juventud”, al afirmar que “olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino.” (Borges: I, 55) Según Ana María Barrenechea, es en Evaristo Carriego (1929) donde Borges se empieza a alejar efectivamente del nacionalismo literario tratando de realizar, con algún éxito, una cierta fusión “de lo criollo y lo universal metafísico.” (Barrenechea: 12) En su Autobiografía, escrita en inglés, en 1970, Borges ya se presenta como un ser totalmente anacional del que ya no nos extraña que quisiese ser enterrado en Ginebra.
     Este progresivo distanciamiento del nacionalismo viene, en parte, determinado por el proceso que hizo que el nacionalismo argentino anterior a 1890, republicano, liberal y voluntarista, se vaya esencializando, llegándose a situar en un lugar totalmente incompatible con la sensibilidad filosófica de este escritor. Sin embargo, en Borges la crítica contra el nacionalismo no es sólo una reacción contra su fascistización sino que forma parte de un proyecto intelectual mucho más amplio y ambicioso: la lucha contra el esencialismo. Lucha que puede verse desde un punto de vista sincrónico (la irresoluble tensión entre lo abstracto y lo particular, entre lo que Borges, siguiendo a William James, llamará los “platónicos” y los “aristotélico”) o desde un punto de vista diacrónico (la concreción histórica de dicha tensión en las críticas que autores como Schopenhauer, Nietzsche o James realizaron contra el esencialismo “moderno”).
     Son cuatro las estrategias básicas que Borges suele usar para desencializar el concepto de nación. La primera consiste en hallar contraejemplos que problematicen las rígidas definiciones esencialistas –“[Eden Phillpotts] “el más inglés de los escritores ingleses” es de evidente origen hebreo y nació en la India” (Borges 1999: IV, 273)-; la segunda consiste en historizarlas para mostrar que las pretendidas esencias tuvieron un inicio y tendrán un final, de modo que no son eternas –“¿Quién, bajo César, hubiera profetizado que aquellas islas desgarradas y laterales que están como perdidas en los últimos confines de un continente emergerían de su bruma de fábula y dominarían los mares del mundo?” (Borges 2003: 85)-; la tercera consiste en relativizarlas mostrando que en otros lugares no son vigentes, de modo que no pueden ser consideradas universales –“los japoneses ejercen el Occidente mejor que nosotros” (Borges 2003: 359)-; y la cuarta consiste en aplicarlas de forma estricta, extrayendo todas las consecuencias de sus premisas implícitas, hasta llegar a algún absurdo –es “absurdo que la sangre italiana lleve necesariamente a una vida trágica, o que un italiano sea necesariamente más apasionado que un inglés.” (Borges 2002: 283)-.
     Cabe señalar que Borges también participa del posnacionalismo democrático (desde el momento en que también luchó contra el nacionalismo populista de Perón) o del posnacionalismo neoliberal (puesto que sus ideas políticas eran más bien conservadoras y se oponían al proteccionismo o nacionalismo económico y cultural). Creo, sin embargo, que el posnacionalismo cosmopolita está más presente en su obra desde el momento en que en su quehacer literario domina más la reflexión ética y filosófica que el compromiso político directo.

     2.- REINALDO ARENAS Y EL POSTNACIONALISMO DEMOCRÁTICO

     Llamamos posnacionalismo democrático a la reacción que despierta en ciertos autores la deriva populista o totalitaria del nacionalismo; deriva que, como dijimos, puede darse tanto en regímenes de izquierda como de derecha. El posnacionalismo democrático se caracteriza, pues, por criticar los efectos perversos de la manipulación nacionalista, por defender la primacía de los derechos individuales sobre los colectivos, fácilmente cooptables por las diferentes facciones políticas, y por tratar de recuperar un estado democrático en el que la crítica al poder oficial no sea automáticamente tildada de antipatriotismo. Asimismo, la urgencia del contexto político no le permite dedicarse a soñar y predicar el ideal cosmopolita, aunque lo comparta.
     En la tercera parte de Cultura e imperialismo, Edward W. Said afirma que entre el imperialismo y el nacionalismo suele producirse un fenómeno de retroalimentación, de “dogmatismo complementario”, en virtud del cual la minoría o nacionalidad oprimida tiende a asimilar el esencialismo imperialista –orientalismo, africanismo, négritude- para, luego, repetir sus mismos errores ante las individualidades discrepantes con la oficialidad o las nuevas minorías que, con la independencia, se forman en su territorio.
     Aunque para Said ya existe “un postnacionalismo implícito en las obras de Connolly, Garvey, Martí, Mariátegui, Cabral y Du Bois” (Said 1996: 348) será Frantz Fanon quien, en Los condenados de la tierra (1961), reflexione largamente por primera vez sobre este tema en un capítulo que lleva el elocuente título de “Los peligros de la conciencia nacionalista”. En él Fanon advierte que, a menos que el nacionalismo se convierta en conciencia social, no pasará de ser más que una extensión del imperialismo, ya que “la violencia del régimen colonial y la contraviolencia del nativo se equilibran y se responden mutuamente con una homogeneidad extraordinariamente recíproca.” (Fanon, cit. en Said: 414)
     Las previsiones de Fanon se cumplieron y muchos de los países recién independizados –en el sentido político, económico o cultural del término- degeneraron en dictaduras y fundamentalismos. Este hecho determinó que, entre los 70 y los 90, tras años de apoyo a las luchas anticoloniales en Argelia, Cuba, Vietnam, Palestina o Irán, se llegase a “un momento de desencanto y agotamiento.” Aparece, entonces, toda una serie de intelectuales (C. L. R. James, Walter Rodney, Paul Gilroy, Edward. W. Said, Ulrich Beck, M. C. Nussbaum, Peter Singer, Steven Grosby o Danilo Zolo) y literatos (Chinua Achebe, Ngugi wa Thiongo, Wole Soyinka, Salman Rushdie o Amin Maalouf) que persiguen consolidar “una perspectiva profundamente secular, no lastrada por ninguna de las nociones acerca del destino histórico y del esencialismo que la idea de destino parece entrañar siempre.” (Said 1996: 69)
     Aunque la mayoría de los “nacionalismos antiimperialistas” del siglo XX se dieron en África y Oriente, y no en Latinoamérica, por la sencilla razón de que la independencia política de los países latinoamericanos se consumó durante el siglo XIX, la revolución cubana puede estudiarse como un caso más de este tipo de nacionalismo antiimperialista. Ciertamente, Cuba ha vivido en las últimas décadas una suspensión de algunos derechos democráticos en aras de un estado de excepción permanente que ha hallado su justificación mediante la identificación entre régimen político y nación.
     Reinaldo Arenas es uno de los muchos autores que reaccionaron contra este tipo de degeneración nacionalista. En Antes que anochezca criticará cómo en nombre de la “seguridad nacional” se acusó de “traidor” a todo aquél que se atreviese a disentir –“agente de la CIA era la etiqueta que le pegaban, desde entonces, a cualquiera que disentía del régimen de Fidel Castro” (Arenas 2002: 93)- y cómo se limitó la libertad de prensa –“Los libros que pudieron ser tachados de “diversionismo ideológico” desaparecieron de inmediato.” (100)- Lo que le llevará a decir que los disidentes “no tenemos un país, sino un contrapaís” (322).
     La reacción de Reinaldo Arenas suele ser visceral. Opta por una retórica de la imprecación afín a la de Viaje al fondo de la noche de Louis Ferdinand de Céline –“En todos [los países] dejé escapar mi grito; era mi tesoro; era cuanto tenía” (310)-  y por una apatridia nostálgica como la que describe y elogia W. G. Sebald en Pútrida patria.
     Existen, sin embargo, otras opciones tonales para el posnacionalismo democrático. Tal es el caso de autores como Antonio José Ponte, Víctor Fowler, Rafael Rojas, Rolando Sánchez Mejías o Pedro Marqués de Armas quienes, según Duanel Díaz, “han argumentado la necesidad de liberarse de las determinaciones que entraña una teleología nacionalista.” (Díaz: http) Otro teórico del posnacionalismo democrático en Cuba es Iván de la Nuez, quien recomienda rebajar “el perfil detonante de esas retóricas que hoy nos hablan en nombre del Pueblo, de la Causa, de la Patria, incluso de la Democracia” así como “aprender a odiar un poco el siglo XIX” y elogia, frente a discursos duros de la identidad, las propuestas de Rafael Rojas, que recomienda un “patriotismo suave”, o la de  Rolando Sánchez Mejías, que apuesta por “olvidar Orígenes”. (de la Nuez 2001)

     3.- MARIO VARGAS LLOSA Y EL POSTNACIONALISMO NEOLIBERAL

     El postnacionalismo neoliberal reacciona, sobre todo, contra el nacionalismo o proteccionismo económico desde la convicción de que los intercambios comerciales y culturales tienen sus propios mecanismos de regulación. Lo cierto es que aunque su ideal sea de corte cosmopolita, el hecho de que centre todo el peso de su argumentación en defender que el neoliberalismo es el único medio para llegar a dicho ideal justifica que lo consideremos como un posnacionalismo aparte.
     Mario Vargas Llosa es uno de los principales representantes de este tipo de posnacionalismo. En la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, llegó a afirmar que el nacionalismo “es una aberración en un mundo abierto” y que en Latinoamérica “todos los intentos de crear organismos regionales fracasan uno tras otro por el lastre del nacionalismo, del que ninguno de nuestros países ha conseguido liberarse.” En efecto, para Vargas Llosa la globalización es un fenómeno inexorable del que ningún país puede permanecer al margen y la idea de nación “un concepto decimonónico que ha perdido estabilidad y aparece cada vez más diluido a medida que las naciones se van integrando en grandes mancomunidades”.
     Asimismo, su individualismo radical le ha llevado a negar todo tipo de identidad colectiva y a defender el derecho de cada ciudadano a construir su propia identidad. Libertad que recreará en novelas como El paraíso en la otra esquina y que ejerció él mismo al nacionalizarse como español.
     Más polémicas fueron sus críticas al proteccionismo cultural, doctrina que defienden aquellos que creen que los estados deben proteger aquellas expresiones culturales que se vean amenazadas por una globalización cultural excesivamente unilateral. En su artículo “Contra la excepción cultural”, Vargas Llosa afirmará que “la más letal de las doctrinas para la libertad de un pueblo es el nacionalismo cultural”, porque “conduce inevitablemente a justificar la censura y el dirigismo cultural”. Propone, en su lugar, una “diversidad contradictoria” generadora de dinamismo cultural, del mismo modo que el libre mercado sería generador de dinamismo económico.
     Además, de este modo escaparemos, dice Vargas Llosa, de la peligrosa idea de que cada país posee una cultura esencial que, de algún modo, sería su alma, “superchería de índole política que, en verdad, tiene muy poco que ver con la verdadera cultura y sí, en cambio, con aquel "espíritu de la tribu" que, según Popper, es el gran lastre para alcanzar la modernidad.” (Vargas Llosa: La nación)
     La respuesta que Fernando Trueba ensayó contra el neoliberalismo cultural de Vargas Llosa sigue las mismas líneas que las respuestas que suelen ensayarse contra el neoliberalismo económico: afirmar que “la necesidad de que el Estado establezca unas reglas del juego justas y vigile su cumplimiento no significa creer en totalitarismos, ni siquiera en Estados mecenas”; negar que la doctrina de la excepción cultural haya incurrido jamás “en la aberración de hacer de la lengua seña de identidad cultural”; y señalar que hay países cuyas industrias culturales son tan débiles que no pueden defenderse solas en un mercado sin ningún tipo de regulación. (Trueba: El País)
     Sin embargo, ambos coinciden en que hay que "abrir puertas y ventanas para que todos los productos culturales del mundo circulen libremente, porque la cultura de verdad no es nunca nacional, sino universal.” (Vargas Llosa: La nación; Trueba: El País) Vemos, pues, que el posnacionalismo neoliberal tiene el mismo ideal que el cosmopolita sólo que apuesta por una determinada vía para conseguir dicho ideal: la no regulación del mercado económico y cultural.

     4.- FERNANDO VALLEJO Y EL POSTNACIONALISMO NIHILISTA

     Recordemos que, para Nietzsche, el nihilismo es una epidemia que surge cuando los dioses, ídolos o ficciones –religiosos, políticos o existenciales- entran en crisis. Aunque para el autor de Aurora, el nihilismo no es un mero decadentismo sino una realidad equívoca y plural de la que cabe distinguir tres tipos (nihilismo implícito, nihilismo explícito pasivo y nihilismo explícito activo), preferimos mantener el uso corriente del término, que entiende que es nihilista aquella persona que reconoce la “muerte de dios” (sea el dios-dios, el dios-razón o el dios-nación) pero que es incapaz de dar una respuesta afirmativa por lo que cae en la angustia y la desesperación.
     Nihilista en cuestiones nacionales sería aquél que se da cuenta de que la nación es una realidad condenada a desaparecer tal y como él la había concebido hasta el momento, pero que no es capaz de sobreponerse a dicha pérdida. Como el Raskólnikov de Dostoievski, que afirmaba “si Dios ha muerto todo vale”, el nihilista pasivo cree que si la nación desaparece él ya no podrá tener una identidad clara y precisa y que todo contrato social está condenado a desaparecer.
     Creo que podemos considerar a Fernando Vallejo como un buen ejemplo de posnacionalismo nihilista latinoamericano. En sus novelas hallamos un lamento constante y agresivo por la disolución de su patria, Colombia, “un matadero” (8), un “país pobre rico en odio” (Vallejo 2001: 44), en el que se ha roto el contrato social para ser sustituido por “la guerra total, la de todos contra todos” (Vallejo 1994: 119).
     La desesperación lo lleva a renunciar a su propia patria –“Yo no soy de aquí. Me avergüenzo de esta raza limosnera.” (Vallejo 1994: 19)- y a adoptar una retórica del insulto y del sarcasmo que ha pasado a ser su más característica marca de estilo –“Ahora ya no vas para ningún lado (si es que para alguno ibas), país de mierda.” (130)-.
     Junto a esta “ira santa” (Vallejo 2001: 179), afín a la que prodigaba su admirado Vargas Vila, Fernando Vallejo adopta lo que podemos llamar un cierto malditismo identitario –“los hombres libres caemos en plomada a los infiernos” (59)-, en la línea del Viaje al fondo de la noche, de Louis Ferdinand de Céline, la Reivindicación del conde Don Julián, de Juan Goytisolo, o Alí el magnífico, de Paul Smaïl.
     El nihilismo de Vallejo no se reduce sólo a Colombia. Para el autor de El desbarrancadero, este país es símbolo y profecía de lo que ha de suceder en el mundo: “Esto que veis aquí marcianos es el presente de Colombia y lo que les espera a todos si no paran la avalancha” (Vallejo 1994: 92) y, más adelante, “Ésta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra. Tomen nota.” (118)
     Hay veces en que su nihilismo llega a adquirir una profundidad metafísica, de corte heraclitiano, en la que la disolución nacional no es tanto el resultado de la historia particular de Colombia como de la erosión del tiempo en su sentido más general: “El tiempo barre con todo y las costumbres. Así, de cambio en cambio, paso a paso, van perdiendo las sociedades la cohesión, la identidad y quedan hechas unas colchas deshilachadas de retazos.” (42) Desgaste que llega a afectar a la misma materia de la literatura, la lengua: “Todo se tiene que morir. Y este idioma también.” (116)
     En otras ocasiones su desesperado pesimismo coquetea con el suicidio colectivo, como cuando afirma que aquel loco que inyectaba cianuro a las embarazadas era “un santo” (147), o, incluso, con el fascismo: “¡Derechitos humanos a mí! Juicio sumario y al fusiladero y del fusiladero al pudridero. El Estado está para reprimir y dar bala. Lo demás son demagogias, democracias... No más libertad de hablar, de pensar, de obrar, de ir de un lado a otro atestando buses, ¡carajo!” (144) Claro está que no todo postnacionalismo nihilista tiene que llegar a estos extremos. Recordemos, por ejemplo, el caso de Juan Goytisolo quien nunca dejó de ser un defensor de los derechos humanos. 

     5.- CRISTINA PERI ROSSI Y EL POSTNACIONALISMO REACTIVO

     El posnacionalismo reactivo suele estar protagonizado por un emigrante o un bicultural que, viéndose presionado explícita o implícitamente a elegir la identidad nacional del país de recepción, decide enrocarse en una apatridia crítica hacia todo nacionalismo. Está claro que este tipo de posnacionalismo puede apelar a valores cosmopolitas, neoliberales, nihilistas o democráticos para justificar sus posiciones pero, más que su contenido, lo que lo caracteriza es su punto de partida: el rechazo a dejarse encerrar en unas categorías que no dan cuenta de la complejidad y la ambigüedad de las identidades individuales.
     Hallamos ejemplos de posnacionalismo reactivo en Fuera de lugar, obra autobiográfica en la que Edward W. Said nos dice que su vida estuvo marcada no tanto por sus múltiples pertenencias como por las presiones que la sociedad ejerció en él para que se definiese, sometiéndolo a un “proceso de desafío, reconocimiento y revelación representado por preguntas y comentarios como ¿Qué eres?” (Said 2002: 20) Asimismo, Amos Oz dirá, en El mismo mar, que cuando “definimos: nos complicamos” (Oz 2002: 34) y en Alí el magnífico, de Paul Smaïl, el protagonista, un francés argelino de segunda generación totalmente desarraigado, afirmará que sólo se siente cómodo con Pablo, personaje “que no intenta encajarme a la fuerza en sus esquemas y en sus tablas estándar de evaluación.” (Smaïl 2001: 143)
     Aunque durante las últimas décadas del siglo XX muchos escritores latinoamericanos se han instalado en España, lo cierto es que su condición de intelectuales y exiliados políticos les permitió esquivar la presión que puede llegar a sentir otro tipo de migración más abundante y menos preparada. Asimismo, el hecho de compartir una misma lengua y un mismo sustrato religioso pudo evitar que las negociaciones identitarias que todo inmigrante se ve obligado a realizar pudiesen ser sentidas por su parte como una renuncia. Ciertamente, en la última década ha empezado a llegar a la península una inmigración de tipo más económico cuyas segundas generaciones seguramente darán escritores que practiquen un posnacionalismo reactivo como el que ya practican en Francia los inmigrantes árabes de segunda generación.
     Un caso muy diferente es el de la población latinoamericana en los Estados Unidos, donde hace tiempo que la emigración no es sólo de corte político e intelectual, sino también social, y cuenta entre sus filas segundas e, incluso, terceras generaciones. Sin embargo, la capacidad de integración y asimilación nacional que tienen los Estados Unidos es enorme. Esto puede explicar que los posnacionalismos reactivo, nihilista o democrático hayan dado tan pocos frutos en un país que cuenta con más de cuarenta millones de inmigrantes hispanohablantes.
     Una muestra interesante de posnacionalismo reactivo norteamericano puede verse en algunos de los relatos recogidos por Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet en la antología Se habla español. Voces latinas en USA. Tal es el caso de “Seven veces siete”, de Francisco Piña, donde uno de los personajes afirma que los chicanos “no somos de aquí, ni de allá y a la vez somos alguien con identidá propia. Sí, bato, we´re Chicanos.” (A.A.V.V: 172) Nos hallamos, sin embargo, ante un falso posnacionalismo puesto que no trasciende las categorías nacionales sino que inventa nuevas, manteniendo, de este modo, la cosmovisión nacionalista.
     Regresando a España, y siendo conscientes de que todavía falta un tiempo para que este tipo de posnacionalismo latinoamericano se desarrolle, podemos tratar de ver algunos componentes del posnacionalismo reactivo en parte de la obra de Cristina Peri Rossi. Su actividad literaria parece dividirse en dos etapas. En la primera, que iría hasta 1972, año en que se exilia a Barcelona huyendo de la dictadura que asolaba el Uruguay, se ocuparía de temas como el lesbianismo, la política o el amor; mientras que en la segunda época empezará a interesarse por el tema del viaje y la desubicación. Claro está que en esta segunda época no nos hallamos solamente con una literatura del desarraigo sino también con un posnacionalismo reactivo ya que Cristina Peri Rossi será testigo, en la España de los años ochenta y noventa, de toda una serie de tensiones nacionalistas entre facciones de las que se siente equidistantemente ajena y a las que criticará con salomónica imparcialidad. Claro que en su obra literaria su rechazo del nacionalismo adoptará un tono más filosofico y existencial.
     Así, en su relato “Los desarraigados”, incluido en Cosmoagonía (1988), hablará de la imposiblidad de volver a arraigarse: “En vano el desarraigado permanece varias horas parado en la esquina, junto a un árbol, contemplando de soslayo esos largos apéndices que unen la planta con la tierra: las raíces no son contagiosas ni se adhieren a un cuerpo extraño.” (Peri Rossi 1988: 139) Y a continuación se ríe compasivamente de aquellos que “piensan que permaneciendo mucho tiempo en la misma ciudad o país es posible que alguna vez le sean concedidas unas raíces postizas, unas raíces de plástico, por ejemplo, pero ninguna ciudad es tan generosa.” (139)
     Sin embargo, a pesar de ser vivida trágicamente, la condición de desarraigo es vista como un lugar privilegiado para la escritura y el conocimiento del mundo. Dirá Peri Rossi en una de sus entrevistas que “el lugar de la escritura es el lugar del exilio, el lugar de la observación, del no-integrado; si yo no me integro, puedo observar mejor.” (Peri Rossi: http) Asimismo, en La nave de los locos, el narrador afirmará que “el certificado de apátrida [es] inconveniente, es cierto, en aduanas, pero muy útil para escribir poemas.” (Peri Rossi 1984: 38) Para referirse a esta voluntad de desarraigo Jung Seung Hee hablará de “arte de la desorientación”, arte que no sólo tiene un significado estético o existencial, sino también político, ya que busca liberar a los lectores de los sistemas sociales rígidos y, entre ellos, del nacionalismo. Vemos, pues, que sus críticas contra el nacionalismo forman parte de un proyecto más amplio que busca, al modo de Cortázar, poner en duda el rígido orden social, político, cultural e identitario que se nos quiere imponer. (Seung Hee: http)
     Son muchos los relatos y poemas que Cristina Peri Rossi dedica a la crítica del nacionalismo. En “Banderas”, incluido en El museo de los esfuerzos inútiles (1983), banaliza el nacionalismo al mostrar la incomodidad que este tipo de símbolo nacional causa al ser introducido en la vida cotidiana de las familias de los soldado muerto por la patria. En “El patriotismo”, incluido en Una pasión prohibida (1992), la autora se ríe de lo que Freud dio en llamar “narcisismo de las diferencias mínimas”, al contar la historia de dos bandos, el de los Bandirrojos y el de los Bandinegros, “irreconciliables, enemigos acérrimos, aunque, bien mirado, es muy difícil explicar las diferencias que existen entre ellos.” (Peri Rossi 1992: 75) Y en La nave de los locos, arremete contra “la metrópolis o Gran Ombligo” (115), que “persigue a los no afiliados” (119) y en el que los partidos políticos no tienen tiempo de “pronunciarse acerca de las grandes cuestiones de este mundo, ocupados como están en sentar doctrina sobre las discusiones ombliguistas.” (121)

CONCLUSIÓN

     Soy consciente, con Borges, de que un sistema es la subordinación de todos los elementos de un universo de discurso a uno solo de esos elementos. Sólo por razones metodológicas y de espacio me he resignado a simplificar en torno a un solo concepto obras tan plurales y complejas como las aquí tratadas. Asimismo, este artículo no pretende postular la existencia de un género, subgénero o movimiento literario “postnacionalista” sino que cree mejor concebir lo posnacional como un componente que ha ido ganando presencia en la literatura de las últimas décadas, siempre en tensión dialéctica con el componente nacional o local que, a su vez, no ha desaparecido sino que se ha visto obligado a redefinirse.

*Bernat Castany Prado: Doctor en filologнa hispánica por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges. Prepara en la universidad de Georgetown, Washington D.C., una tesis en Estudios Culturales sobre Literatura posnacional en Latinoamérica. Email: bcprado@hotmail.com


BIBLIOGRAFÍA

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Barrenechea, Ana María, La expresión de la irrealidad en la obra de Borges, Buenos Aires, Paidós, 1967

Beck, Ulrich, La mirada cosmopolita, Barcelona, Paidós, 2005 [2004]

Borges, Jorge Luis, Obras completas, 4 tomos, Barcelona, Emecé, 1999

Borges, Jorge Luis, Borges, profesor, Martín Arias y Martín Hadis (eds.), Barcelona, Emecé, 2002

Borges, Jorge Luis, Textos recobrados. (1956-1986), Barcelona, Emecé, 2003

Céline, Louis Ferdinand, Voyage au bout de la nuit, Paris, Gallimard, 1952

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