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El texto que presentamos aquí constituye, posiblemente, el primer comentario sobre Casal en la prensa habanera. En él se mezclan el cotilleo y una breve alusión a los gustos literarios – en este caso románticos – de Casal. La mirada de Chacón, por otra parte, funda una de las imágenes casalianas más persistentes: la del poeta ensimismado, metido dentro de sí mismo, ensimismamiento que tratan de violentar las llamadas de los amigos (Chacón tiene que hacerlo “repetidas veces”) y las de los discursos de turno, particularmente las del nacionalismo cubano de fines del siglo XIX. No es, pues, casual el comentario de Chacón – imbuído de sospecha – de que Casal no bailaba el danzón. Significativamente, este Casal que se siente tan a gusto en el campo, será el mismo que – pese al testimonio de su amigo – afirmará su “impuro amor [por] las ciudades”.  Finalmente, el texto nos sugiere que la fascinación que Casal no falló en suscitar en sus amigos, comenzó – posiblemente – desde el momento mismo en que su participación en el cuerpo de redactores de La Habana Elegante lo convirtió en una de las plumas más conocidas de la ciudad. Se trata de una fascinación que involucra las inspecciones policial y médica, y gestos correctivos y terapéuticos, tanto como el afecto y las bondades de la amistad. Casal se revela muy pronto - y así lo sugiere el texto de Chacón - como una extrañeza que inquieta al mismo tiempo que seduce.
    

CASAL* (1)

(Notas de mi cartera.)

Francisco Chacón

     Que Casal no pertenece a esta época mercantilista hasta dejarla de sobra, es cosa en la cual no cabe un adarme de duda.
     Si existiera la metempsícosis, aseguraría que Casal encarnó en el espíritu de algún romántico de mediados del siglo.
     No hay más que verlo caminar por esas calles de Dios, para comprenderlo en seguida.
     Con la mirada fija en el espacio, como buscando el ideal acariciado, abstraído por completo de las miserias de la tierra, camina a pasos desiguales y con andar de autómata.
     Cuántas ocasiones lo he encontrado así y he tenido que llamarlo repetidas veces, para que rompiera con sus meditaciones y se fijara en mí.
     – ¿Qué es de tu vida? ¿En qué pensabas ahora? – le he preguntado.
     – Pues, en nada.
     Y hemos emprendido una de esas conversaciones que empiezan sin motivo y concluyen lo mismo, no obstante su prolongación.
     Y, hablando así, como al descuido, pasando de un asunto a otro, como sin darnos cuenta de ello, me ha interrumpido para exclamar con doloroso acento:
     – ¡Pobre Alfredo de Musset!
     Esta es una de las cosas de Casal.
     El las hace sin fijarse, respondiendo a necesidad imperiosa de su espíritu; es un desahogo que da a su corazón.
     Y paso a referir algunos rasgos suyos, originalísimos.


*
*             *

     Venía una noche de visitar a una estimada familia, y lo encontré a su paso.
     – ¿Dónde has estado?
     – En casa de N....
     – ¿Y con quién has hablado más tiempo durante la noche?
     – Con T..., que estaba angelical.
     – ¿Y de qué te hablaba?
     Aquí Casal me miró con asombro, y repuso:
     – ¿Pues de qué querías que me hablase? – De música, de pájaros y de flores. Esa debe ser la conversación de los ángeles.


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*          *


     Otro día estábamos en el Louvre y llegó a nuestra mesa una niña, de poco más de 4 años, vendiéndonos billetes.
     Casal la miró con lástima y cuando la niña se marchaba ya, la llamó a su lado y la preguntó:
     – ¿Qué se dice por el paraíso?
     Y como nosotros lo miráramos, prosiguió:
     – Sí; tu cuerpo está aquí, pero tu espíritu, vaga por el paraíso.
     Y lo decía con convicción profunda.


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*          *


     Pasamos juntos unos días en el campo, y era de ver a Casal.
     Allí estaba en su elemento.
     Aquella soledad era para él la cosa más deliciosa.
     Vivir apartado del ruido mercantil de la ciudad, tiene para él encantos indecibles.
     Por las noches hablábamos de literatura; con qué fogosidad hablaba del romanticismo francés.
     El, tan reservado y frío, daba rienda suelta a su entusiasmo, en medio de aquella paz y soledad gratísimas.
     En medio de nuestros paseos a caballo, quería echar pie a tierra para darme un abrazo de agradecimiento, por haberle llevado a aquel edén.
     Y, cuando a los pocos días de nuestro regreso, le hablaba de otro viaje idéntico, me contestó:
     – No quiero ir, porque no quiero volver. ¿Quieres que vea el cielo, que es aquél, y luego vuelva al infierno, que es éste?


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*          *


     Enrique Hernández le contó una noche los tristísimos detalles que acompañaron a la violenta muerte del infortunado Simón Baralt.
     Y Casal lo oyó con un interés bien fácil de comprender.
     Al día siguiente lo encontré y al preguntarle qué tal le había ido después que nos separamos, me dijo: “La muerte de Baralt no se ha apartado de mi mente.
     “¡Pobre Baralt!”
     Y después me habló de las mil ideas que cruzarían por aquel cerebro extraviado, de sus ensueños de ventura, de sus despertares tristísimos a las impurezas de la realidad, que dijo el ilustre orador; todas las causas, en fin, que motivaron la muerte del desgraciado joven.


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*          *


     En literatura tiene una adoración a la que rinde culto ardentísimo: Alfredo de Musset.
     La triste vida del gran lírico francés, sus versos armoniosos e inspirados, su romanticismo, todo, hace que Casal adore en el cantor de Lucía.
     García Gutiérrez es otro de sus favoritos.
     Los versos inmortales de El Trovador están siempre en sus labios.
     Yo le he oído recitar, sin cansarme, actos enteros; y digo sin cansarme, para hacer notar otra cualidad de Casal: recita admirablemente.
     Se le oye, por lo tanto, con gusto, aunque sea largo lo que recite.


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*          *


     Nunca habla de política.
     Para su naturaleza, poética como pocas, la política es cortesana impúdica que vende en público sus favores; y a él, que le parece corto el tiempo que dedica, y se lo dedica todo a la poesía, le parecería indigno, y con razón, distraer su atención de la casta musa, para fijarla en la política.
     El adora el arte por el arte; ya esté en las obras de un neo o en las de un republicano.
     Quiere, como el que más, a su país.
     No sé si grita: “¡Viva el danzón!” (2)
     Lo que sí puedo asegurar es que no lo baila.


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  *          *


     Casal, joven como es, ha leído más, mucho más, que algunos viejos que pasan por ilustrados.
     Y ha leído con provecho.
     No como muchos que andan por ahí, que se han metido, con pasta y todo, multitud de libros en la cabeza y luego no han sacado en limpio más que tener una olla en el cerebro.
     Casal ha leído, entendiendo lo que leía, formando juicios, por lo general, acertados.
     Cuando se equivoca, es por rendir un culto demasiado exagerado a sus aficiones románticas.


     *
      *          *


     De la vida de Casal nada más puedo decir, porque quiero que quede para otros, con más merecimientos que yo, la tarea de juzgar sus versos, que revelan un poeta.
     Sólo he querido hacer mención de él, para que el público, que no es más que un niño, con todas las impertinencias de éstos, se acostumbre a oír su nombre y entre en deseos de apreciar sus méritos.
     Hoy, que tantos mamarrachos pasan por autores dramáticos (?), conviene ir presentando a jóvenes como el de que me ocupo, de verdadero talento y sólida instrucción.
     Y la patria, quizás, me lo tenga en cuenta.



Notas

l.  Este Casal es un joven, amigo mío, muy poeta y muy romántico.
2  Esto lo digo por el Arabe de nuevo cuño.

*El Fígaro (26 November 1885), pp. 2 – 3; Ed. del Cent., vol. III, pp. 246 – 248. 

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