La
historia de Marty, el contrabandista
History
of Cuba or Notes of a Traveller in the Tropics,
Maturin
M. Ballou (1854)
traducción:
Francisco Morán
no de los más exitosos villanos, cuya leyenda quedará en
la historia, es un hombre llamado Marty (1), tan bien conocido en
Cuba como el Capitán General mismo. En el pasado se hizo notorio
como traficante y como algo pirata en la costa de la Isla, siendo un audaz
y consumado líder de temerarios hombres. Alguna vez llevó
el título de Rey de Isla de Pinos, donde tenía su refugio
principal, y desde donde despachaba su flota de pequeños navíos
a operar en las aguas vecinas.
Su historia, bien conocida en Cuba, y también por el gobierno de
mi país, está íntimamente relacionada con el asunto
de estas páginas.
Cuando Tacón (2) llegó a la Isla y devino Capitán
General, halló la ley de ingresos públicos, así como
las regulaciones internas, en muy triste estado, y, con un espíritu
en que se mezclaban la
justicia y la opresión, se determinó a hacer reformas. La
flota española, encargada de regular los asuntos marítimos
de la Isla, se la pasaba ociosamente en la orilla, o en dar bailes en la
cubierta de sus buques. Tacón se dio cuenta de que una de las primeras
cosas que tenía que hacer era suprimir el contrabando en la costa
fueran cuales fuesen los riesgos, y con este fin se puso a trabajar. La
fuerza naval a su mando fue instruida en detalle acerca de su tarea, y
la costa fue vigilada día y noche, pero sin que tuvieran ni el más
mínimo éxito contra los contrabandistas. Toda la vigilancia
y la diligencia de Tacón y sus agentes fueron en vano: no lograron
nada.
Finalmente, aceptando que todas las expediciones contra el contrabando
habían fracasado, en parte por la bravura y habilidad de los traficantes,
y en parte por el desinterés de los pilotos en aventurarse entre
las rocas y bancos de arena que aquéllos frecuentaban, se ofreció
una recompensa sustanciosa y tentadora a cualquier cantrabandista que desertara,
y actuara en esta capacidad en nombre del gobierno. Al mismo tiempo, una
suma doble, la más espléndida, se ofreció por la persona
de Marty, muerto o vivo, quien se sabía era el líder de los
ilegales trotamundos y desafiaba, por ello, al gobierno. Estas recompensas
fueron libremente promulgadas y anunciadas, de modo que llegara a los oídos
y ojos de los interesados, pero ni aún esto pareció surtir
ningún efecto, y los oficiales del gobierno se vieron sin saber
cómo proceder al respecto.
Habían pasado unos tres o cuatro meses después de que se
emitieran esas pancartas anunciando las recompensas referidas, cuando en
una noche oscura, nublada, en La Habana, dos centinelas hacían su
ronda ante la puerta del palacio del Gobernador, frente a la gran plaza
[de Armas]. Un poco después de la medianoche, un hombre, envuelto
en una capa, los vigilaba desde detrás de la estatua de Fernando,
cerca de la fuente, y, luego de observar que los dos centinelas hacían
su breve recorrido de modo que se encontraban el uno con el otro, y luego
volvían a separarse dándose la espalda, quedando un breve
momento en el intervalo cuando los ojos de ambos miraban lejos de la puerta
que debían guardar, pareció calcular el tiempo que necesitaba
para pasar entre ellos sin ser visto. Fue extremadamente delicada maniobra,
y requería gran cuidado y destreza para ejecutarla, pero, finalmente,
fue hábilmente realizada, y el extraño saltó ligeramente
a través de la entrada, escondiéndose detrás de uno
de los pilares en el patio interior del palacio. Los centinelas continuaron
caminando sin molestarse.
La figura que había entrado así, furtivamente, buscó
ahora la ancha escalinata que llevaba a las habitaciones del Gobernador,
y con tal confianza, que evidenciaba un perfecto conocimiento del lugar.
Había que flanquear otra posta al comienzo de la escalinata, pero,
asumiendo aire de autoridad, el extraño saludó militarmente
y siguió adelante como si no tuviera la menor duda de que ése
era su derecho, y evitando así cualquier sospecha en la mente del
guardia, entró, sin ser desafiado, en el recibidor del Gobernador
y cerró la puerta tras sí. El Capitán General estaba
sentado en su silla y escribía absortamente, pero no había
nadie con él. Una expresión de no disimulada satisfacción
cruzó en este momento por el semblante del recién llegado,
al quitarse calmadamente la capa, echarla sobre su brazo, y proceder a
limpiarse el sudor del rostro. El Gobernador, mirando con sorpresa, fijó
sus agudos ojos en el intruso:
"¿Quién entra aquí, sin anunciarse, a esta hora?,"
preguntó severamente, mientras miraba con seriedad al extraño.
"Uno que tiene información valiosa para el Capitán General.
Usted es Tacón, supongo."
"Yo soy. ¿Qué quieres conmigo?, o, mejor, ¿cómo
pasaste junto a mi guardia sin ser molestado?"
"De eso hablaremos pronto. Excelencia, ¿habéis ofrecido una
generosa recompensa por información relacionada con los contrabandistas
del golfo?"
"Ah! sí. ¿Qué hay con ellos?," dijo Tacón con
interés no disimulado.
"Excelencia, debo hablar con precaución," continuó el recién
llegado, "de lo contrario podría condenarme y sacrificarme a mí
mismo."
"Tú no tienes nada que temer en esa cabeza. La recompensa ofrecida
por evidencias contra esos desgraciados incluye también un perdón
para el informante. Puedes hablar sin temor, aún cuando fueras tú
mismo uno de ellos."
"Vos habéis ofrecido también, en adición, una recompensa
por el descubrimiento de Marty -- el Capitán de los contrabandistas
-- ¿no es así?"
"Sí, y con gusto cumpliremos la promesa de recompensa por cualquier,
o por toda información sobre el asunto," replicó Tacón.
"Primero, Excelencia, ¿me dáis vuestra palabra de caballero
que me daréis el perdón si revelo todo lo que queréis
saber, aún incluyendo los escondites más secretos de los
contrabandistas?"
"Os dóis mi palabra de honor," dijo el comandante.
"Sin importar cuán abyectas, a los ojos de la ley, mis ofensas hayan
sido, ¿todavía me perdonariáis bajo el sello real?"
"Sí, si vos reveláis la verdad y por una buena causa," respondió
Tacón, pesando en su mente el propósito de tanta precaución.
"¿Aún si yo mismo fuera un líder entre los contrabandistas?"
El Gobernador dudó por un instante, sondeando, con una sola mirada,
al individuo que tenía delante, y entonces dijo:
"Aún entonces, seas vos quien fuérades, si sois capaz de
pilotear honestamente nuestras embarcaciones y de revelar los secretos
de Marty y de sus seguidores, seréis recompensado según nuestra
oferta y seréis perdonado."
"Excelencia, creo que conozco bien vuestro carácter como para confiar
en vos; de lo contrario no me habría aventurado aquí."
"Hablad entonces; mi tiempo es precioso," fue la réplica impaciente
de Tacón.
"¡Entonces, excelencia, el hombre por el que habéis ofrecido
la mayor recompensa, muerto o vivo, está ahora ante vos!"
"Y vos sois..."
"¡Marty!"
El Capitán General se echó hacia atrás asombrado,
y echó una mirada a unas pistolas que estaban al alcance de su mano
derecha, pero fue sólo por un momento, porque volvió a asumir
el control
de sí mismo, y dijo: "Mantendré mi promesa, señor,
siempre que hayáis dicho la verdad, aunque las leyes claman en voz
alta por vuestro castigo, y aunque ahora estáis en mi poder." Diciendo
lo cual, tocó una campana que tenía junto a sí y dio
una orden verbal a su asistente, quien la cumplió. Inmediatamente
después, entró el oficial de guardia, y Marty fue apresado,
con órdenes de tenerlo cómodo hasta que se le mandase a buscar.
Su nombre fue mantenido en secreto, y así se cerró la escena
de esa noche.
Al día siguiente, una de las embarcaciones que estaba ociosa bajo
los cañones del Castillo del Morro se volvió de repente la
escena de mayor actividad, y, antes del mediodía, había levado
anclas y se había estacionado en la corriente del golfo. Marty,
el contrabandista, estaba a bordo como piloto, y fielmente guió
el barco, para descargar su traicionero negocio, entre los bancos de arena
y las bahías de la costa, cerca de un mes, revelando cada lugar
secreto de los trotamundos, exponiendo sus más valiosos depósitos
y sus bien elegidos lugares de cita; y mucho del arte del contrabando fue
tomado y destruido. La cantidad de dinero y de propiedades así asegurados
fueron
muy grandes; y Marty retornó con el barco a reclamar su recompensa
del Gobernador General, quien, bien satisfecho con la manera en que el
granuja había cumplido su acuerdo, y traicionado a esos camaradas
que fueron muy leales, como para no ser tentados ellos mismos por la traición,
hizo comparecer a Marty ante él.
"Como habéis cumplido lealmente vuestra parte en nuestro acuerdo,"
dijo el Gobernador General, "ahora estoy preparado para cumplir con los
artículos que me corresponden. En este paquete hallaréis
un perdón incondicional por todas vuestras pasadas ofensas contra
la ley. Y aquí está una orden a la tesorería por..."
"Excelencia, excusadme. Recibo encantado el perdón. En cuanto a
la suma de dinero que vos os proponéis darme, permitidme haceros
una proposición. Guardad el dinero, y, en lugar suyo, garantizadme
el derecho a pescar en la vecindad de la ciudad, y declarad contrabando
el negocio del pescado para todos, excepto para mis agentes. Esto me pagará
con creces, y construiré un mercado público, de piedra, a
mis expensas, el cual será adorno de la ciudad, y que, pasado un
especificado número de años, devolverá al Gobierno
todos los derechos sobre la pesquería.
Tacón estaba satisfecho con la idea de un soberbio mercado de pescado,
el cual eventualmente sería recuperado por el Gobierno, y también
con la idea de ahorrarse la enorme suma convenida por la promesa de la
recompensa. La singular propuesta del contrabandista fue debidamente considerada
y
aprobada, y Marty fue declarado en legal forma para poseer el derecho al
negocio del pescado en la vecindad de la ciudad, o para venderlo en cualquier
forma, y él asumió de una vez los derechos que le garantizaba
la ley. Habiendo aprendido en su vida errante cuáles eran las mejores
áreas de pesca, proveyó generosamente a la ciudad con el
artículo, y cosechó anualmente inmensos intereses, hasta
que, al cierre del período por el que el monopolio había
sido concedido, era el hombre más rico de la Isla.
Marty, ahora en posesión de una inmensa fortuna, miró a su
alrededor para ver de qué modo podía invertirla más
ventajosamente para asegurar un aún mayor incremento. Se le ocurrió
entonces que, de poder obtener el monopolio de los teatros en La Habana,
podría incrementar su mal habida riqueza. Obtuvo el monopolio a
condición de que debía erigir uno de los más grandes
y elegantes teatros del mundo, lo cual hizo, como aquí se describe,
construyéndolo justo fuera de las murallas de la ciudad. Acerca
de las condiciones del monopolio, el autor no puede hablar porque no las
conoce.
De Marty se cuentan muchas historias románticas, pero la que hemos
relatado aquí es la única que ha sido autentificada, y la
que se relaciona con el asunto del presente trabajo.
Notas
(1)
Erróneamente, el autor escribe Martí en vez de Marty.
(1)
Don Miguel Tacón (Cartagena, 1775-Madrid, 1855) Militar español.
Combatió como marino en Trafalgar y fue gobernador de Popayán
(Nueva Granada) en 1810; derrotado por los insurrectos, se vio obligado
a retirarse al Perú (1811-1819). De regreso a España fue
nombrado teniente general (1834) y gobernador de Cuba (1834-1838), donde
desarrolló una política de represión contra los autonomistas
(levantamiento del general Manuel Lorenzo, en 1836). Fue ennoblecido con
los títulos de duque de la Unión de Cuba y marqués
de Bayamo. Notas del Trad.
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