Homenaje
a Eugenio María de Hostos
Aunque con alguna demora, y de manera bastante modesta, aquí está
el homenaje que La Habana Elegante le debía a Eugenio
María de Hostos en el Centenario de su muerte (1903 -- 2003).
Hostos, nació en Mayagüez, el 11 de enero de 1839. Hostos fue
educador, escritor y patriota. Se le ha llamado el Ciudadano de América
por haber entregado su existencia a la lucha por la emancipación
de su patria y la unidad de las Antillas. En sus obras se recogen diversas
materias como política, pedagogía, sociología, moral,
derecho, crítica, biografía y literatura. Su obra completa
ocupa veinte volúmenes. De éste merecen destacarse: "La peregrinación
de Bayoán", "Hamlet", "Tratado de sicología", "Moral social",
"Meditando" y "Lecciones de derecho constitucional". Fundó y dirigió
la primera Escuela Normal en Santo Domingo. Murió en la República
Dominicana el 11 de agosto de 1903.
Ofrecemos aquí a nuestros lectores un breve ensayo de Pedro Henríquez
Ureña ("La sociología de Hostos"), así como dos artículos
del propio Hostos: "Ayacucho" y "La educación
de la mujer."
La
sociología de Hostos
Pedro
Henríquez Ureña
Antes que pensador contemplativo, Eugenio María de Hostos fue un
maestro y un apóstol de la acción, cuya vida inmaculada y
asombrosamente fecunda es un ejemplo verdaderamente superhumano. Nacido
en Puerto Rico, se educó en España, en la época del
krausismo;
no sólo estudió las ciencias, sino también la filosofía
clásica, los pensadores alemanes, los positivistas y su
pedagogía; y cuando empezaba a distinguirse entre la juventud intelectual
de la metrópoli,(1) prefirió, a un porvenir seguro
de triunfos y de universal renombre, el oscuro pero redentor trabajo en
pro de la tierra americana, y se lanzó a laborar por la independencia
de Cuba, por la dignificación de Puerto Rico, por la educación
en Santo Domingo. Pedagogo era en verdad, y en Santo Domingo y después
en Chile se agigantó y multiplicó como difundidor de instrucción.
Luchó hasta el fin, hasta cuando más destrozos hacía
en su espíritu la colosal tormenta que azotaba las Antillas, la
parte que más amó en su América. Al morir en 1903,
dejó publicados dieciocho volúmenes e inédito un enorme
material de escritos literarios y científicos. Sólo dos de
sus grandes obras doctrinales publicó en vida: La moral social
y el Derecho constitucional. El Tratado de sociología
inicia la serie póstuma que se completará con otros trabajos
monumentales: la Psicología, la Moral individual,
la Ciencia y la Historia de la pedagogía,
el Derecho penal, y tantos más.
EI volumen de Sociología comprende dos tratados: el
primero, que es el más importante, data de 1901; el segundo, que
se ofrece como resumen del anterior, es un esbozo, un conjunto de breves
nociones, y data de 1883. Estas nociones fueron escritas para el Curso
superior de la Escuela Normal de Santo Domingo: a pesar de que hoy todavía
se discute en muchas universidades si la sociología debe ser admitida
en los programas, Hostos la había incluido, hace más de veinte
años, en la enseñanza de los maestros dominicanos. Aunque
inéditas, siguieron estas lecciones sirviendo de texto o de norma
para el estudio de la sociología en la escuela citada, hasta que
en 1901, Hostos, de regreso de Chile, tras una ausencia de doce años,
dictó el Tratado más extenso.
Por haberse escrito para escuela de estudios no especializados, esta obra
no alcanza las proporciones de los vastos cuerpos de doctrina en que generalmente
se exponen los nuevos sistemas o
teorías, y por las condiciones en que fue compuesta y publicada,
sin la revisión del autor, presenta algunos detalles oscuros. Pero
es una obra cuya importancia sería difícil exagerar; cuanto
le falta en extensión, tanto gana en intensidad, y su exposición,
tan lógica y concisa como rica de datos, lleva notable ventaja a
la minuciosa y redundante exposición de casi todos los teorizantes
de la sociología.
El mérito original de este trabajo es tanto mayor, cuanto que, en
el momento en que Hostos escribió las primeras Nociones,
la ciencia social distaba mucho de su actual estado de febril elaboración:
había él estudiado las obras de Comte y de Spencer, y los
comentarios de Littré y de Mill, como también los pensamientos
de los precursores, desde Aristóteles hasta Hegel; pero debía
conocer poco de los trabajos, entonces recientes, de Schäffle y Lilienfeld,
Fouillée y De Roberty, y aún nada habían escrito los
otros contemporáneos fundadores de sistemas sociológicos.
Hostos comienza el primer grupo de lecciones señalando el lugar
que ocupa la sociología (el último) entre las ciencias, y
la define como ciencia abstracta que abarca todo el orden superorgánico,
después de establecer dos clasificaciones de los conocimientos:
una, metodológica, que los divide en abstractos y concretos, siguiendo
a Comte, con escasa diferencia en los enunciados, y otra, ideológica,
que los refiere a los tres órdenes de evolución deslindados
por Spencer.
Luego traza los orígenes de la ciencia social, y fija su método
(«el inductivo-deductivo, porque su verdadero procedimiento es el
experimental» ) ; induce, de las experiencias históricas,
«la realidad de la vida colectiva del ser humano, la igualdad de
la naturaleza del ser colectivo en todos los tiempos y lugares, y su igual
conducta en igualdad de circunstancias y en todo lo esencial a su naturaleza»;
y, apoyándose en observaciones de hechos importantes, formula seis
leyes fundamentales: Sociabilidad, Trabajo, Libertad, Progreso, Conservación
y Civilización o Ley del Ideal, que son productoras, cuanto las
leyes positivas de la sociedad están en correlación con ellas,
del verdadero orden social.
Para terminar, divide la sociología en teórica y práctica;
al esbozar el objeto de la primera, define la Sociedad como ser u organismo
viviente cuyos órganos son seis: el Individuo, la Familia, el Municipio,
la Región, la Nación y la Humanidad; y analiza brevemente
las teorías sociológicas conocidas en aquel momento: la individualista
y la socialista, demasiado exclusivas; la sociocrática de Comte,
que condena por apriorística, y la orgánica, que propone
como la más aceptable, con reservas, y que es totalmente diversa
del organicismo de Spencer. «Consiste en afirmar que la sociedad
es una ley a que el hombre nace sometido por la naturaleza, a cuyos preceptos
está obligado a vivir sometido, en tal modo que, mejorando a cada
paso su existencia, contribuye a desarrollar y mejorar la de la sociedad.»
El segundo y verdadero Tratado presenta estas ideas con algunas
adiciones y más extenso y variado desarrollo: se compone de dos
libros, Sociología teórica y Sociología expositiva,
precedidos por una Introducción metodológica, en la cual
se explica la necesidad de emplear un método que, principiando en
la intuición, llegue por la inducción y la deducción
a la sistematización, y se traza el plan de la ciencia. Siguiendo
este plan, la Sociología teórica aparece con cuatro fases:
la Intuitiva, que forma el concepto de la Sociedad como «una realidad
viva, un ser viviente»; la Inductiva, cuya conclusión, después
de examinadas y clasificadas las funciones de la vida social, es que «hay
leyes naturales de la Sociedad, porque hay un orden social que es necesario»;
la Deductiva, que formula las leyes (una constitutiva, la de Sociabilidad,
una de procedimiento, la Ley de los Medios, y cinco orgánicas o
funcionales: Trabajo, Libertad, Progreso, Ideal y Conservación)
; y la Sistemática, que demuestra la verdad de esas leyes por el
estudio de las relaciones de los fenómenos sociales entre sí
y con los fenómenos cósmicos.
El Libro II, mucho más extenso que el I, presenta la sociología
expositiva dividida en cuatro ciencias; una general, Socionomía
o sociología propiamente dicha, que examina las leyes ya nombradas,
da su enunciado, y estudia el orden que de ellas se deriva; y tres ciencias
de aplicación: Sociografía, general, que estudia los estados
sociales ( salvajismo, barbarie, semibarbarie, semicivilización
y civilización, no alcanzada aún verdaderamente por ningún
pueblo ) y la evolución de las funciones ( trabajo, gobierno, educación,
religión y moral, y conservación), y particular, que describe
la evolución y la vida del individuo (célula primordial),
la Familia (que Hostos considera, al modo de Schäffle, como la célula
social completa ), la Tribu y la Gente, y determina la potencia de la sociedad
para realizar el orden relativo como fin de sus actividades; Sociorganología,
estudio de los órganos de la sociedad (Individuo, Familia, Municipio,
Región y Nación), y sus respectivos consejos u órganos
institucionales, con una explicación del procedimiento adecuado
para organizar los Estados, desde el Doméstico hasta el Internacional,
concepción de una probable realidad futura; y por. último,
Sociopatía, estudio de las enfermedades de la sociedad, con sus
correspondientes Higiene y Terapéutica sociales.
Hostos aparece en el Tratado fundamental de Sociología
- del cual excluyó la historia de la ciencia y la discusión
de las teorías - aún más original e independiente
que en el primer esbozo. Desde luego, gusta de las designaciones organicistas,
y aun de los procedimientos del organicismo apellidado naturalista o fisiológico;
pero nada más: define la sociedad como ser viviente - concepto que
cabe dentro de la idea general de organismo - sin buscarle sistemáticamente
analogías
con !os seres biológicos ni precisar la diferenciación de
órganos, pues los cinco que describe (desde el Individuo hasta la
Nación) ejecutan indistinta y simultáneamente todas las funciones.
El más alto mérito de Hostos como sociólogo se basa
en su concepción de siete leyes que rigen toda la vida superorgánica,
aunque el enunciado de ellas (esto es: «la descripción de
su modo de actuar») sea más o menos discutible. Otros sociólogos
han formulado leyes: generalmente han errado, por haber pretendido, unos,
reducirlas a un principio único y exclusivo; otros, multiplicarlas
con exceso; otros aún, hacerlas abarcar demasiado.
La ley fundamental de la sociología hostosiana es incontestable;
la Sociabilidad, cuyo origen busca él más en la necesidad
que en el admirable concepto de la «conciencia de especie»
desarrollado por Giddings y ya antes esbozado por Darwin, quien ve en la
simpatía la base del instinto social, base a su vez del sentido
moral.
La ley de los Medios, designada como de procedimiento, y tres de las leyes
orgánicas, la de Trabajo,
la de Libertad y la de Progreso (tomado éste en el sentido de evolución,
no de progreso indefinido ), se fundan en verdades axiomáticas.
Y las dos últimas leyes, el Ideal y la Conservación, se fundan
en verdades de capital importancia que Comte había estudiado ya
y que recientemente han servido de base a dos importantes teorías
sociológicas: la concepción de las ideas-fuerzas de Fouillée
y el principio de la supervivencia de lo social, formulado por Lester Ward.
Como queda indicado, Hostos da a las leyes sociales un fundamento de necesidad:
aun a la que podría parecer menos necesaria, la del Ideal, la relaciona
con la armonía universal, y afirma que de la observación
de esta armonía derivará el hombre, siempre y forzosamente,
una enseñanza directriz de su vida.
Aun
cuando la lógica espontánea - dice - no estableciera una
relación de medio a fin entre cada habitante de un mundo y ese mundo,
bastaría la benéfica influencia de la armonía de todas
las cosas entre sí para que en el alma de los seres surgiera como
producto natural del medio ambiente, el Ideal de Bien, la secreta aspiración
de las grandes almas...
En su filosofía fundamental, Hostos es determinista: acepta como
absolutas y necesarias las
leyes cósmicas. Pero en sociología admite la libertad como
producto de la vida individual. Reconoce, pues, la individualidad, la «idea
directora de cada organismo», según la expresión de
Claude Bernard, como irreductible a las leyes sociológicas - problema
que llevó a Tarde a construir un monadismo, colocando en los cimientos
de su sociología una concepción metafísica que, contra
la insuficiencia de la explicación ensayada por Spencer con su teoría
de la «instabilidad de lo homogéneo» declara que «la
única manera de explicar la florescencia de las diversidades exuberantes
de los fenómenos consiste en admitir que existen en el fondo de
todas las cosas infinitos elementos de carácter individual».
Esa
propiedad que llamamos Libertad - dice Hostos - es el modo natural de hacer
las cosas... la tendencia a imponer nuestro propio modo de ser a nuestro
modo de proceder... A medida que se medite en esta íntima correlación
de nuestros actos humanos con nuestra constitución psíquica,
iremos viendo la naturaleza, necesidad y propiedad de este proceder: procedemos
así porque está en la naturaleza de nuestro ser... Cuanto
más conciencia tenemos de las funciones físicas y psíquicas
de nuestro ser, tanto más vigorosamente nos apegamos a este modo
natural de hacer las cosas.
Hostos no es, en verdad, el único determinista prudente de la sociología:
desde Comte hasta De Greef, y a pesar de las críticas de Spencer,
inflexible en lo que un escritor francés llama su «fatalismo optimista»,
no escasean los sociólogos que conceden a la sociedad el poder,
dentro de los límites naturales, de regular y modificar las condiciones
de su propia existencia. Hostos se inclinaba decididamente a ese criterio.
Considera la voluntad humana como agente perturbador que suele obstar a
la realización del orden que debe resultar del eficaz cumplimiento
de las leyes naturales de la sociedad, pero agente al cual es posible reducir,
por medio de la educación, de la civilización, al cumplimiento
de esas mismas leyes; y cree, por otra parte, que
en este momento de la evolución histórica, «el hombre
es ya adulto de razón y hasta se le puede considerar adulto de conciencia»,
y, en tal virtud, debe ya comenzar a regir sus actos individuales y colectivos
por la interpretación de las verdades que ha descubierto.
Por lo tanto, y pese a haber sido Hostos un pensador que, con todo su grande
amor a la verdad («Dadme la verdad y os doy el mundo»), amó
mucho más el bien, y estimó la ciencia como «una virtualidad
que tiende a la acción», según la frase de Varona,
y que debe servir al perfeccionamiento humano, es justo que su Tratado
de Sociología resulte obra de tendencias prácticas
al mismo tiempo que de constitución científica.
Como es natural en tal elevado y generoso espíritu, Hostos encuentra
vicioso en casi todas sus partes el sistema de vida de la sociedad actual;
a cada paso descubre un defecto, censura con indignación un error,
plantea un problema: cuándo, es la mala organización de los
poderes de gobierno, especialmente la rudimentaria del electoral; luego,
la falta de cohesión de la familia, «que está ahora
en el principio de su evolución»; más tarde las tendencias
agresivas de las naciones fuertes; y frecuentísimamente los múltiples
yerros de los pueblos latinoamericanos, a quienes presentó en otros
escritos el terrible dilema: «Civilización o Muerte».
Contra cada mal, indica un procedimiento regenerador: en este respecto,
pocos libros contemporáneos hay que contengan tantas enseñanzas
provechosas como su Sociología y su luminosa Moral
social. Los remedios que propone no son los de las teorías
socialistas corrientes: la solución de los problemas humanos piensa
que la dará siempre, no una revolución, «barrido extemporáneo
de basura», sino el conocimiento exacto de las leyes naturales del
mundo y de la sociedad, que permitirá determinar «la cantidad
de bien ya realizado y los medios del bien por realizar».
Su concepción del posible porvenir social está condensada
en el párrafo en que analiza las probabilidades de la civilización,
después de indicar que ésta nunca llega a ser un estado definido,
puesto que más bien es un propósito: «El desarrollo
omnilateral, simultáneo y concurrente de todos los órganos
y funciones de una sociedad cualquiera, sería lo único capaz
de producir a un mismo tiempo, como expresión, como signo de ese
desarrollo, los tres caracteres que acabamos de analizar (el industrialismo,
el intelectualismo y el moralismo). Probablemente, esa concurrencia de
todos los órganos y de todas las funciones en el desenvolvimiento
social será imposible, a menos que en el transcurso de los tiempos,
en el aumento de razón común, en el aumento de la voluntad
por la moral, en el predominio universal de la conciencia, llegue a poder
suceder que el hombre colectivo sea a la vez un trabajador completo, un
discurridor correcto y un realizador puntual de las virtudes del trabajo
y de la razón».
La
Habana, 1905.
Nota
1
En su reciente «Episodio nacional», Prim, Pérez
Galdós recuerda la presencia de Hostos en el Ateneo de Madrid. Sus
ideas sociológicas y jurídicas están comentadas en
obras de Azcárate, de Posada y otros españoles. |