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LA REALIDAD INVISIBLE
Enrico Mario Santí
Georgetown University
Con la publicación de 8-A: La realidad invisible (Miami: Ediciones Universal, 1997), Orlando Jiménez Leal lleva al público lector la hazaña cinematográfica que le valió tantos elogios hace casi diez años con su documental "8-A". Si aquel film había puesto patas arriba al circo romano contra el General Arnaldo Ochoa y sus compañeros, descodificando la trama de la comedia y poniendo al descubierto el horror de sus consecuencias, el libro incluye ahora el guión editado que siguieron sus infortunados personajes, además de una serie de valiosos documentos que de otra manera no tendríamos a mano. La relación entre el libro y el film es, por tanto, transparente.
Los documentos no sólo muestran el origen del film; también confirman su principal hipótesis: que el "caso Ochoa" fue una patraña más del régimen para vincular la posible insurgencia de una serie de infelices con su temor al sistema judicial norteamericano, que a la postre tenía noticias de la complicidad del régimen en el narcotráfico internacional. Y así, si el film "8-A" contribuía, por medio de la astucia de la edición, a poner al descubierto el intento de mitología piadosa que el régimen se afanó en montar, el libro le da al lector la documentación suficiente para seguir desmontando el mismo intento mitológico que, a la distancia de casi una década de los hechos, aún no cesa. Encontraremos ahí, además del propio guión, el excelente recuento del caso Ochoa que dio Ernesto Betancourt; cuatro entrevistas y mesas redondas donde Jiménez Leal, junto a una serie de periodistas e intelectuales, analizan el film a la luz de lo que se sabía en ese momento; nueve opiniones sobre el film, que unánimemente apuntan a su excelencia; todo esto precedido por un prólogo brillante, como todo lo suyo, de Guillermo Cabrera Infante.
Pero la verdadera y crucial contribución de la documentación en el libro está en la antepenúltima sección, que bajo el título de "Testimonios" reúne seis contundentes textos, algunos de los cuales se mencionan en el film propiamente. Ahí están el testimonio de Félix Rodríguez Mendigutía, el cual, de manera increíble, al describir por testimonios de la inteligencia cómo ocurrió la ejecución de Ochoa y los suyos en el paredón de Baracoa, parece que estuviese describiendo la última escena de la película. Ahí también la transcripción de la entrevista que el periodista italiano Valerio Riva le hizo al traficante Reinaldo Ruiz, no por truculenta menos escalofriante, que confirma el temor del régimen a seguir el destino del panameño Noriega; las respectivas, patéticas y aterradas cartas de "Rodolfo", el agente de Seguridad del Estado que actuó de soplón ante el espionaje del régimen; junto a las de Amado Padrón Trujillo y de Patricio de la Guardia. A mi juicio aquí está el meollo del libro: documentos históricos que confirman que "8-A" estuive lejos de ser film de ficción. Fue todo lo contrario: un documental que, por demasiado real, tuvo que sufrir un tratamiento literario, o para decirlo con mas precisión: un tratamiento poético, lírico, estético.
Que el libro era necesario no cabe duda. Al igual que Conducta impropia (Madrid: Playor, 1984), el tomo que editara Jiménez Leal con Néstor Almendros a raíz de completar el otro excelente documental del mismo nombre, 8-A: la realidad invisible contesta con puntería a aquellas publicaciones del régimen que intentaron justificar el asesinato de Ochoa y sus compañeros. Es conocido, en este sentido, el libro Causa 1/89 (La Habana: Editorial José Martí, 1989), que recoge muchos de los textos que circularon en ese momento en la prensa oficial sobre el caso, así como fragmentos de las transcripciones de los dos juicios (el llamado tribunal de Honor y el juicio civil). Ese libro, que empezó a circular en versiones en español y en inglés tan pronto como julio de 1989, inmediatamente después de los asesinatos, fue ampliamente difundido por el régimen por todas partes del globo, pero sobre todo en Estados Unidos donde por cierto fue que conseguí mi ejemplar. No fue ese el único esfuerzo del régimen por imponer su versión de los hechos. Durante julio de 1989, en un viaje de investigación por América del Sur, me encontré, en un estanco de periódicos de Santiago de Chile, la versión tabloide de ese mismo libro que había preparado, con la anuencia del régimen, el partido comunista chileno, entonces en franco resurgmiento. Se trataba de un esfuerzo por poner al alcance del público una versión aún más recortada de lo que desde su mismo origen había sido un teatro, sólo que esta vez adornado por fotos de niños cubanos, y desde luego la benevolente figura del Comandante en Jefe, en gesto que remeda el heil de Adolfo Hitler. 8-A: la realidad invisible, con sus documentos irrefutables, ahora contesta la sarta de noticias, fragmentos, fotos y hasta cuadros estadísticos que esos mamotretos habían tratado de perpetrar. Demoró casi diez años hacerlo, pero la pericia con que está hecho demuestra que valió la pena.
Valió la pena porque este libro, al igual que la película que la inspira, no es sólo un documento. Es una parte vital de la memoria histórica de Cuba. Pues como sabemos, la memoria histórica no es la mera acumulación de datos sino otra cosa mucho más importante: la radiografía de su alma. Sé bien que decir esto corre el riesgo de convertirse en una abstracción sentimental. Y por eso, para subsanar esa falta, he querido añadir estas otras breves palabras de interpretación de la obra de mi amigo Orlando Jiménez Leal.
Si recordamos, uno de los momentos culminantes del guión de su película "8-A" es la aparición de una pregunta del escritor yugoslavo Milovan Djilas, que a su vez es una cita del célebre ensayo La nueva clase: "Cómo entender los juicios de Moscú? Cómo explicar la razón que lleva a una persona a la abyección de declararse culpable de un crimen que no ha cometido?" La pregunta es clave. Apunta al terror de los personajes que a continuación veremos en pantalla, o leeremos en el guión, y porque aclara el nivel más profundo de la empresa toda del film. La respuesta a esa pregunta está contenida, por cierto, en una afirmación que Agustín Tamargo, con su habitual agudeza y sentido histórico, remata en la mesa redonda que recoge el libro: "El juicio de Ochoa tiene su predecesor no sólo en los Juicios de Moscú sino también en la Inquisición. Todo lo que ocurrió allí lo hemos visto antes, lo hemos leído en los libros sobre la Inquisición, donde los familiares se acusaban los unos a los otros, donde las personas bajo tortura, bajo terror, bajo presión, confesaban delitos que no habían cometido".
No es exagerado encontrar en el Caso Ochoa, como años antes vimos en efecto en otro caso, el Caso Padilla, otra puesta en escena de la pesadilla inquisitorial. Sólo que la grotesca recurrencia de semejante teatro en menos de veinte años apunta a la supervivencia de una perversión moral que por desgracia nos afecta a los cubanos, no menos que a los latinoamericanos y hasta a los españoles. Nuestro gusto por la teatralidad inquisitorial, sobre todo en condiciones como la que se vive en nuestro país actualmente, está históricamente vinculada a una perversión de nuestra religiosidad. Desde luego que esa perversión religiosa nada tiene que ver con la verdadera espiritualidad: esa que defiende la libertad del alma humana y que intenta religarse (como indica la propia palabra religión) no con las predilecciones materiales sino con una realidad trascendente.
No es posible, en el film de Orlando Jiménez Leal, y ahora en su libro, deslindar, esa perversión religiosa de la manía persecutoria del régimen castrista. Cuando en los juzgados que vemos en pantalla, los personajes van uno a uno confesando sus supuestas culpas; cuando el fiscal Escalona pasa lista a los nefandos pecados de los acusados; cuando Raúl Castro descubre su rostro lloroso a la hora de cepillarse de los dientes; cuando la defensa utiliza los más falsos silogismos para producir el efecto contrario al que su función lo obligaría; cuando vemos a Tony de la Guardia llorar, a la Sra. Avierna confesarse, a Arnaldo Ochoa admitir que su culpa se paga con la vida: no es todo esto un teatro religioso? Por eso me atrevería a decir que, más que una comedia, la película "8-A" tiene otra estructura: me refiero a la del auto sacramental. O mejor dicho: se trata de una parodia, una caricatura, de ese auto, que como sabemos es una lenta procesión hacia la Eucaristía.
En un libro que debería ser releído después de leer 8-A: la realidad invisible, Sor Juana Inés de la Cruz, o las trampas de la fe (1982), Octavio Paz nos recuerda:
Mi generación vio a los revolucionarios de 1917, a los compañeros de Lenin y Trotsky, confesar ante sus jueces crímenes irreales en un lenguyaje que era una abyecta parodia del marxismo, como el lenguaje santurrón de las protestas de fe que sor Juana firmó con su sangre fon una caricatura del lenguaje religioso. Los casos de los bolcheviques del siglo XX y el de la monja poetisa del XVII son muy distintos pero es innegable que, a pesar de las numerosas diferencias, hay entre ellos una semejanza esencial y turbadora: son sucesos que únicamente pueden acontecer en sociedades cerradas, regidas por una
burocracia política y ecleciástica que gobierna en nombre de una ortodoxia. A diferencia de los otros regímenes, sean democráticos o tiránicos, las ortodoxias no se contentan con castigar las rebeldías, las disidencias y las desviaciones sino que exigen la confesión, el arrepentimiento y la retracción de los culpables. En esas ceremonias de expiación--sea un proceso judicial o una confesión general-- las creencias de los inculpados son el aliado más seguro de los fiscales y los inquisidores.
En estos días en que el fanatismo religioso (o mejor dicho: católico) está celebrando junto al régimen la visita del Papa a Cuba-- pero también en la misma época en que una bomba puede explotar en un hotel habanero durante el preciso aniversario del asesinato del desdichado Ochoa y sus infelices compañeros--, las imprescindibles palabras de Octavio Paz se dan la mano con las maravillosas imágenes de Orlando Jiménez Leal y con la alucinante frase de Borges que da título a este libro para recordarnos que la realidad será invisible únicamente si nosotros permitimos que así lo sea.
EL FASCISMO. Apuntes
por Rogelio Saunders
Un Estado que no quiere aparecer nunca como el causante de ningún mal, sino siempre como el Gran Benefactor, cuando en realidad es en todo momento la única causa de todo el mal que hierve en un millón de lugares a la vez como una gran pústula incurable.
Hay que entender que, en el Fascismo, se trata de una involución social en gran escala. Bajo la máscara del gesto liberador que borra por un momento todas las estructuras sociales (y siempre hay que desconfiar de la anarquía pura: el gran gesto vacío; pero también de la demagogia sonora de los políticos nacionalistas), se esconde la tramoya arcaizante de la dictadura: el artefacto monstruoso que hace metástasis en la forma de una oligofrenia masiva, que es, al mismo tiempo una masiva esquizofrenia paranoide: el socius, inundado y paralizado por el virus de la nomenklatura (virus fascista por excelencia), está al mismo tiempo disminuido y subdividido(pero en medio de una inmensa coyuntación o hacinamiento: la psiquis social como una histérica incapacidad de movimiento y simultáneamente, como un ensimismamiento sombrío: un negro centelleo que avanza espasmódicamente hacia una sístole o una diástole que nunca se realizan), es decir: multiplicado infinitamente en el mal sentido. Todos se sientenperseguidos, vigilados. (Porque todos, efectivamente, son perseguidos y vigilados.) Todos tienen como mínimo una doblepersonalidad (y no como un juego social más, sino como algo en lo cual se juegan realmente su lugar en el mundo -en el espacio y en el tiempo-: su vida y su muerte). Todos padecen de una extraña lentitud y equivocidad, de una arraigada falta de agilidad mental frente a lo Invisible yEvidente que los apresa y los inmoviliza como una densidad omnipresente y omnipenetrante; como un transparente engrudo o cola.
(Al margen. Qué bien supo verlo todo Kafka. Sus visiones, en este sentido, son definitivas. Aunque, naturalmente, van mucho más allá de la estructura fantástica del poder absoluto. Son especulaciones que se adentran en lo insondable.)
El Estado Fascista no es solamente un Estado corrupto en todo nivel, sino que es un Estado que no deja lugar para otra cosa que no sea la corrupción. En ello radica su esencia.
El nacionalismo es el camino más expedito hacia el fascismo.
Los veo, los oigo. ¿Son todos fascistas? No. La mayoría son nacionalistas. (Eso sí, encarnizados. ¿O debería decir: endemoniados?) Y por eso, porque son nacionalistas encarnizados, consienten, apoyan, vitorean el fascismo.
El nacionalismo es el camino más expedito hacia el fascismo. El fascismo empieza siempre por ser nacionalismo, tribalismo, racismo. En una palabra: egoísmo. En una palabra: xenofobia. En una palabra: intolerancia. Hay siempre -dice Brodsky- caras que no nos gustan.
En un momento dado no hay (ya) diferencia entre el nacionalismo y el fascismo. (Cuando el concepto de patria y de poder absoluto se confunden.) El nacionalismo es la (fácil) respuesta fascista al complejo problema de la convivencia, de la interdependencia. (Problema complejo, problema sencillo.)
El totalitarismo en general (y el fascismo en particular) es un asunto de lenguaje (NOTA: Esto del lenguaje es una idea central y debe ser desarrollado a todo lo largo del texto.) El sistema totalitario es una Nomenklatura. (Nombrar y ser nombrado es lo fundamental en un sistema como ése, pero nombrar es también numerar (e-numerar). Los sistemas totalitarios son sistemas estadísticos, en el sentido de enumerativos. El individuo desaparece devorado por las estadísticas. Es sustituido por el número, por la masa. Todo es masa, todo se mide (y se proyecta) en términos masivos. Este es el camouflage exquisito y al mismo tiempo el modus operandi mismo del poder totalitario. Siempre se les oirá proclamar: "Los trenes llegan a su hora", etc.
Todo está pegado artificialmente con el engrudo viscoso y omnipresente del igualitarismo (logos perverso). Lo que esconde esta laca mate (cuyo objetivo es precisamente ese: cegar, ocultar) es el espanto de la división tajante que axializa efectivamente (pragmáticamente) la sociedad en todas direcciones y que es la base misma del sistema totalitario (del poder fascista): lasimple, férrea, inamovible división entre amos y sirvientes. El mejor instrumento para la realización del tenebroso sueño fascista es el partido. (El partido único, se entiende, el partido del pueblo. Un partido así es una casta. Está unido en primer lugar, no por el deber de fidelidad al pueblo al que dice representar, sino por el privilegio (la diferencia) que supone pertenecer a ese cuerpo organizativo-represivo. (Cuerpo que no es otra cosa, en sí mismo, que la megalomanía del Líder materializada. El Partido es el cuerpo del Amo (antes de haber un Estado, lo que hay es un Partido organizado como una institución militar, como una estructura de seguridad del estado. El estado es el Líder, y el Partido es el Estado. Cada miembro del partido es un organito del órgano gigantesco (hipertrofiado) que es el Líder-Estado. Cada miembro del Partido es un ojo del Amo. Una lente automática del Panóptico. Cuando un funcionario del Partido habla, se trata de un habla maquinal, que pasa por encima de algo que ya está escrito (como en esa imagen de la televisión enque de un brochazo se escribe un letrero). De modo que todo hablante desde y hacia la Nomenklatura es sólo uno que informa: un Informante. El Informante es el hablante típico del sistema totalitario, y el informe (relación, relato) es la base misma del logos de clausura que informa de arriba abajo la lingua diabólica (el Diablo es el Tergiversador) del discurso totalitario. Relato perverso, estadística perversa, contabilidad perversa.) El igualitarismo (expresado en la forma de la distribución racionada (¿razonada?), la repartición equitativa) impide ver la verdaderanaturaleza del Sistema. Enmascara a la casta, a los amos, al auténtico Depredador que absorbe (gasta, mal-gasta) la renta nacional y arruina y asola (devasta) el país (ya sea avanzando hacia adentro o yendo hacia afuera, o ambas cosas a lavez), como una nueva y terrible plaga de langostas gigantescas (o de tambochas igualmente gigantescas). Langostas o tambochas de tamaño humano. Los países por donde pasan se convierten en desiertos. En el lugar de la cultura (de los -¿cómo se dice?- "valores materiales y espirituales") lo que hay es unpavoroso hueco negro.
Nueva proposición a Marx. La clase que domina no es la clase más fuerte económicamente. La clase que domina es, simplemente, la clase (el grupo de individuos) que se ha adueñado del poder.(Concretamente: que lo ha obtenido de algún modo en un momento determinado y lo mantiene para siempre -basado en ese momento único, que se repite una y otra vez- por medio del terror.) (En general, el Poder es siempre cosa de una oligarquía.) Y por eso (porque se adueñaron del poder, porque lo detentan son ellos (la casta, el partido) los más fuertes económicamente. Ya no se trata de estructura y de superestructura. Lo que ignoró Marx fue la naturaleza misma del Poder. Es decir: al Poder mismo, que era aquello por lo cual él (sin saberlo, sin decírselo: éste es el vacío del cubo de la rueda) luchaba, forcejeaba. Lenin fue el primero de los marxistas en comprenderlo enteramente. Fue un verdadero político, desde los pies hasta la cabeza: absoluto, despiadado, sin un ápice de respeto por el individuo (por la persona humana). Sólo respetaba al adversario -es decir, a la fuerza, al poder-, nunca al individuo.
En cambio fue el individuo -esta "nada", esta particularidad no estadística, este en sí caos-el que terminó destruyendo el sistema y disipando el siniestro ensueño totalitario. Este final es ineluctable en la medida en que el poder fascista se estructura sobre la ignorancia infinita de su propia esencia. No podría ser de otro modo, ya que detentar el poder absoluto es ocultar (y ocultarse) absolutamente la verdad acerca del poder, y con ello quitarse absolutamente la posibilidad de reingresar en lo propiamente humano. Mientras más hábil sea un político para efectuar esta operación, más despiadado e inhumano se vuelve. A su vez, el sistema totalitario mismo (que cada vez genera menos entusiasmo y que por tanto cada vez necesita más terror) se vuelve cada vez más frágil, más errático, más monstruoso. La división interna (peligro y horror de todos los dictadores) alcanza el corazón mismo del Partido. Como nadie dice nunca la verdad (ni siquiera cuando la dice aparentemente) el Líder nunca sabrá con quién está hablando. En cualquier momento dado en que se efectúe un corte imaginario en esta ficción de pesadilla, se trata siempre del Poder y nada más que del Poder. Y al poder se accede siempre por medio de una conspiración abierta o encubierta. Hay algo cercano al Líder que es más fuerte que toda esquizofrenia y que todo terror (aparte del miedo y del odio que late como un mar gigantesco fuera de la ciudadela real): la lógica misma del Poder. Entre esas dos conspiraciones (la conspiración de los cortesanos y la conspiración de los esclavos) se juega el juego.
(La Habana, 14.4.97)
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