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Los últimos vestigios (las paredes apenas) de lo que fuera la Casa de Hierro, han desaparecido. Fue este establecimiento habanero uno de los más conocidos a fines del siglo XIX. Como nos decía un amigo, la Casa de Hierro sólo queda ahora en la crónica que Julián del Casal le dedicara. Nosotros hemos querido levantarla otra vez, reanimarla, colmar sus almacenes con aquellos cachivaches parisinos que encendieron la imaginación de Casal. Al hacerlo rendimos tributo a una de las calles más habaneras: Obispo.
Ha llegado, pues, el momento de caminar. "Las habaneras"--como dice Enrique Hernández Miyares--"a pie". Y no sólo ellas. También nosotros, "los habaneros", vamos a caminar. Nos detenemos un momento en la Moderna Poesía, en Obispo y Bernaza. Luego, por Obispo, hasta Aguacate. Entremos otra vez a la Casa de Hierro. A pesar de todos los escombros, y de las ruinas.
I
Here we are at Obispo street. Now look out there, and see what a picture of life and bustle that is. This is one of the liveliest streets in town, its sides lined with the most attractive stores all the way out to the old walls of the city, where the passengers through the street seek egress by means of the gates or Puertas de Monserrate; extending at the other end down to the Caballeria quay, at the water-side.
Note now this scene of life, looking down the street. That fine large building on the left hand side, occupying the whole of the square, and quite grand in its architecture, -- that is the Captain-General's palace, and the open space you catch sight of below is the "Plaza," or public square; while the building, large and white, that you see at the end of the street, is the former palace of the Conde de Santovenia, one of those combinations of elegant private mansion with filthy store-house peculiar to Havana; for while you see that all the first floor inside of that noble looking arcade is devoted to business and trade, -- rented out, maybe, to half-a-dozen tenants, -- the upper stories, used formerly as a palatial residence by the aristocratic Count, vieing in its interior elegance with any of the private residences in Havana, are now used as a hotel.
pág. 63-65
Here we are in the ever busy street O'Reilly, which, like Obispo or Ricla, one never gets tired of wandering in. Do not imagine for a moment, if you want to find any particular store, that you must ask for Mr. Smith's or Mr. J.ones's establishment; oh, no, amigo mio, -- these people do not generally travel under their own names; but, like a hotel, stick up something that is unique, expressive, or easily remembered. As a consequence, you have "The Nymphs," "The Looking Glass," "The Little Isabel," the " Green Cross," which you see gets its name from the big Maltese cross, built into the wall of that corner store, and hundreds of other funny, curious, and expressive names.
pág. 162
Now we meet a "dulce" seller. As a general thing they are neat-looking mulatto women, rather better attired than most of the colored women one meets in the street.They carry a basket on the arm, or perhaps upon the head, while in their hands they have a waiter, with all sorts of sweetmeats, -- mostly, however, the preserved fruits of the country, and which are very delicious, indeed,-- much affected by ladies.
We need not have any hesitation in buying from these women, as they usually are sent out by private families, the female members of which make these dulces for their living, the saleswoman often being the only property they own, and having no other way (or, perhaps, too proud, if they have,) of gaining a livelihood.
págs. 162 y 167
Tomado de: Cuba with pen and pencil por Samuel Hazard Edición fascimilar de la publicada por Hartford Publishing Company, en 1871. Editorial Cubana, Miami, 1989.
II
ALBUM DE LA CIUDAD
EL FENIX
Huyendo del polvo que alfombra las calles; del viento cálido que sopla en todas direcciones; de los [sic] miasmas que ascienden del antro negro de las cloacas; de los ómnibus que desfilan al vapor; de los carretones que pasan rozando las aceras; del vocerío de los vendedores, que araña los nervios; de los empleados que corren a las oficinas; de las gentes que preguntan si Oteiza vendrá; y de las innumerables calamidades que vagan esparcidas en la atmósfera de nuestra población; penetré ayer al mediodía, en el lujoso establecimiento del señor Hierro, situado en la calle de Obispo, esquina a Aguacate, atraído por los inumerables objetos que fulguraban en su interior.
Dicho establecimiento, donde la vista se deslumbra, la fantasía retrocede acobardada y el deseo vacila en la elección, girando de un objeto a otro como luciérnaga errante, sin saber en qué punto detenerse; se ha montado, en los últimos años, a la altura de los mejores de Europa, pudiendo parangonarse con cualquiera de ellos. Cada vez que se entra en él, hay algo nuevo que admirar. Las mercancías se renuevan, en poco tiempo, con pasmosa facilidad, ya por ceder el puesto a otras más recientes, ya por el consumo que se hace de ellas. Algunas permanecen muy pocos momentos, hasta el extremo de haberse dado el caso de que muchas no han sido desempaquetadas más que para lucir un instante a los ojos de sus anticipados compradores.
Hay pocos establecimientos que gocen de tanto nombre y de tan merecida popularidad. No se puede calcular el número de sus parroquianos. Tan pronto como se abren, en las primeras horas de la mañana, las diversas puertas, el público comienza a invadir sus lujosos departamentos. Desde la más opulenta dama que llega, en suntuoso carruaje, segura de obtener la inmediata satisfacción del capricho más raro que alberga en su fantasía; hasta la más humilde obrera que, al ir al taller, ha visto de paso en la vidriera un objeto de escaso valor pero que, en ninguna parte, lo adquirirá, por tan módico precio, de tan buena calidad; todos los habitantes de la Habana, sin distinción de jerarquía, acuden al magnífico bazar, quedando siempre regocijados de la visita y prometiendo volver de nuevo en la primera ocasión.
Falto de asunto para esta crónica, porque la presente semana, lo mismo que otras muchas, brinda pocos motivos para ennegrecer cuartillas, concebí el proyecto de ofrecer a mis lectores, una reseña muy ligera del soberbio establecimiento, toda vez que hay muchos objetos, en sus brillantes anaqueles, que desafían a la pluma más experta y rechazan toda descripción. Antes de realizar el proyecto, dividiré este artículo por medio de estrellas, en tres partes distintas, correspondientes a las tres secciones más importantes del grandioso almacén: la de joyería, la de objetos de arte y la de juguetería.
* * *
En la primera, rival de la que el célebre Orella instaló en el Palais-Royal, se encuentran esparcidos numerosos estuches de terciopelo rojo, azul, violeta y amarillo, forrados interiormente de seda de los mismos colores, conteniendo joyas de forma moderna, de gusto exquisito y de precio adecuado a la situación financiera del país. El diamante, piedra heroica y casta, como dice Banville, de la misma manera que todo lo que no puede ser manchado por nada, ni sufrir los estragos del tiempo, resplandece en la mayor parte de ellos, con sus fulgores irisados, celestes, divinos, sobrenaturales y profundamente misteriosos. A veces creía ver mi imaginación, en cada uno de los anaqueles de este departamento un girón azul, tachonado de estrellas, del manto de nuestras noches estivales.
Echando una ojeada rápida por encima de esas joyas, llamaron especialmente mi atención, no sólo por su riqueza, sino por el buen gusto artístico del joyero-fabricante, un faisán de oro, con buche de nácar y alas diamantinas, que lleva un diamante en el pico, ansiando posarse en el seno escultórico de una Cleopatra moderna; un brazalete de oro mate, primorosamente labrado sosteniendo al frente un medallón, rodeado de zafiros y brillantes, dentro del cual se destaca el noble rostro de un caballero de los tiempos merovingios; una media luna de brillantes, con estrella de rubíes, bajo cuyo fulgor se arrullan dos palomas, dejando caer una perla para besarse mejor; una margarita de esmalte blanco, ornada de un diamante, imitando una gota de rocío, propia para titilar en la cabellera de una Berenice; un tridente de oro, cubierto de diamantes, hecho para unir los puntos de una mantilla española; y una media luna de brillantes, sosteniendo un niño de sardónica, piedra semejante al ágata, que agita un diamante entre las yemas de los dedos.
* * *
En la segunda sección, la más grande de todas, me detuve a contemplar un mueble de gran novedad, destinado a ornar el gabinete de un palacio aristocrático o el salón de una casa de campo. No hay en la Habana otro igual. Es un Orchestrión de seis cilindros, semejante al que posee la Patti, en uno de sus castillos. Está hecho por el mismo fabricante y sólo se diferencia diferencia de de la célebre diva en que toca aires cubanos. Ambos son de la misma madera negra, calada a trechos, con filetes dorados. Además del Orchestrión, se encuentran diseminados en este departamento, numerosos objetos de diverso valor. Hay tibores japoneses, alrededor de los, cuales vuelan monstruos, pájaros y flores; lámparas de metal, con su pantalla de seda, guarnecida de encajes; relojes de mesa, encerrados en urnas de cristal; vasos de Sèvres, de distintos tamaños; búcaros de barro húngaro y barro italiano, traídos de la exposición de París.
También se encuentran, tanto en la vidrieras como en el interior, abanicos de carey, con países de plumas; álbumes elegantes, con broches caprichosos; figuras en relieve, encuadradas en marcos elegantes; devocionarios de marfil, esmaltados de cifras de metal; rosarios de nácar, engarzados en oro; y un número infinito de bibelots, minúsculos fragmentos de obras de arte, que, como observa Bourget, han transformado la decoración de todos los interiores y les han dado una fisonomía arcaica tan continuamente curiosa y tan dócilmente sometida que nuestro siglo, a fuerza de recopilar y comprobar todos los estilos, se ha olvidado de hacerse el suyo.
* * *
La tercera sección, llamada vulgarmente, por los objetos que contiene, el Paraíso de los niños, ocupa un espacio igual al de las dos anteriores. Es Nuremberg en miniatura. Desde el techo, por medio de las paredes, los juguetes llegan hasta el suelo, formando grupos compactos que se amontonan por todas partes. Es casi imposible el tránsito por este departamento, sin dar un tropezón. Tras la, verja de hierro que lo separa de la calle, los niños se asoman, con la boca abierta y las pupilas dilatadas, tratando de introducir el rostro por los barrotes, como para estar más cerca de ellos y contemplarlos mejor.
Allí abundan las Arcas de Noé, atestadas de animales; caballos de madera de diversos tamaños; muñecas elegantes, lujosamente vestidas; velocípedos sólidos, de distinto número de ruedas; uniformes de militares, con los accesorios correspondientes; casas de madera, repletas de muebles, e infinidad de objetos análogos que despiertan las primeras ambiciones en el corazón de la infancia y le hacen malgastar el tesoro de sus lágrimas.
* * *
Al salir del magnífico establecimiento, mi espíritu se sintió dolorosamente impresionado por el espectáculo de las calles. Me parecía haber descendido desde la altura de antiguo palacio italiano, poblado de maravillas artísticas, hasta el fondo de inmundos subterráneos, interminables y angostos, llenos de quejas, gritos, y blasfemias, semejantes a los que se contemplan en las aguasfuertes de Piraneso. Pero luego experimenté una gran satisfacción, porque no ambicionaba ninguno de los objetos que habían deslumbrado momentaneamente mis ojos. Seguía prefiriendo un buen soneto al diamante de más valía.
Y continúo prefiriéndolo aún.
A pesar de las sonrisas incrédulas de mis lectores.
La Discusión, jueves 13 de marzo de 1890, Año II, Núm. 226.
Tomado de: Julián del Casal. Prosas. Edición del Centenario. Tomo II, págs. 75-77. Consejo Nacional de Cultura. La Habana, 1963.
*Uno de los pseudónimos de Julián del Casal.
LAS NINFAS OBISPO 69 y 71
Establecimiento de ropas de R. Maristany y Ca.
Esta casa es la más antigua de su ramo en La Habana, pues fué fundada en el año de 1836 acrecentando su crédito la especialidad y riqueza de sus importaciones, consistentes en los más exquisitos lienzos y sedas catalanas, olanes ingleses, bordados suizos y novedades y estampados franceses. A sus almacenes decorados con esplendidez y gusto y copiosamente surtidos con diversidad de artículos de lencería y bordados, concurre la sociedad más selecta de la capital, y los visitan con preferencia los extranjeros. Sus dependientes hablan inglés, francés, alemán é italiano. Visítenos y compruébelo.
III
LAS HABANERAS A PIE
Por Dios Santísimo, y por la virgencita de la Caridad que llevo prendida al cuello, (¡santa memoria!) que el asunto de que trato es un buen pie para una décima, como diría un poeta callejero, y que se presta a un artículo, que ya estoy escribiendo!
Una mañana -- las ocho -- Julián fué [sic] a despertarme, y, lo que es peor, a hacerme abandonar las sábanas tibias..... Era preciso. Teníamos que ver juntos las obras nuevas ¡de París! llegadas a la librería; admirar un jarrón antiguo, en cierta casa de empeños, y escoger una corbata. Era, pues, preciso salir, y salimos, enlazados del brazo, fumando cigarrillos, comentando una gacetilla y riéndonos de un artículo de fondo; porque -- me faltó añadir -- mientras yo terminaba mi toilette, Julián me había leído los periódicos de la mañana, así como los leemos Julián y yo siempre, sonriéndonos porque estamos en el secreto, saltando lo árido, lo económico y lo estadístico, recalcando alguna garrafal de sintaxis y fijándonos solamente en aquello que trata de la nota, es decir, de lo último que palpita, en este palpitante mundo de pasiones personales y políticas que nos cerca.
Cuando en esto me apretó del brazo mi amigo, y abriendo sus ojos azules de bardo del Norte, me dijo :
-- ¡Mira quien va allí.... ! ¡María!
Y efectivamente, María, la primogénita de la señora de B....., iba por la calle del Obispo, a pie, acompañada de su tía, la buena moza de L...., María y su compañera elegantemente vestidas, con ligeros trajes de mañana, claros, ceñidos, y el sombrero de ancha ala, suspendida al frente, entraban y salían en las tiendas, abriendo siempre el ridículo al visitar los comercios, cerrando el saquillo de piel cuando abandonaban el mostrador.
* * *
-- ¿Pero es que ya no tienen coche?
-- Al contrario, tienen otro nuevo.
-- ¿Pero cómo es que... ?
-- Que progresamos, chico, que progresamos. Que nuestro mundo marcha, como el de Pelletan, pero a pié [sic] ; y que ya va entronizándose la costumbre beneficiosa y cómoda, de que las habaneras azoten las calles, en las horas de menos calor, con sus piececitos que bien cabrían "en el cáliz de una rosa".
-- Mira, otro encuentro! Allá va Isabel de X... su prima M. y su cuñada la de F....
-- ¡Magnífico! Y es necesario madrugar en lo sucesivo. ¡Nunca habíamos visto tantas auroras!
* * *
Y es lo cierto que aquella mañana, y en otras sucesivas ha sucedido lo mismo, Julián y yo pudimos ver, admirados y gozosos, lindas y frescas caras juveniles, que no habíamos visto nunca sino a la luz del gas, ese pálido cadáver de la luz eléctrica.
Y desde entonces -- no siempre, porque el sueño es un tirano,-- Julián y yo, enlazados los brazos, charlando y fumando, hemos podido gozar del dulce ¡buenos días! dicho por una boca purpurina, contestando a nuestro saludo; hemos podido estrechar más de una mano enguantada, o averiguado de antemano el color del traje que llevaría Margarita a la próxima soiree de las de D...
* * *
En el tiempo viejo, ninguna habanera salía a la calle sino en volanta, con el trío, el ebúrneo calesero blasonado, y mucha plata en los arreos.
Dentro iban tres damas: la mamá y la hija mayor; la menor era la rosita que se sentaba en el pequeño cojín adamascado del centro.
Así, en las volantas o quitrines, y en los coches a la europea hasta ayer, nuestras compatriotas salían de sus hogares, lujosamente rodadas, sin que la huella de sus piececitos quedara nunca marcada en el polvo de la vía.
* * *
Y era censurable -- como me lo parece aun, cuando veo que la escena se repite -- ver que pieles, y que el mancebo humilde se apresuraba, introduciendo cabeza y cuerpo en el interior del carruaje, a demandar órdenes. Nunca he podido sino protestar de esta costumbre. Para el dependiente, es denigrante ¡los pobres....! para las damas es, no sé, es.... feo. ¿Cómo dejar que un indiferente se introduzca, por costumbre tradicional en casa? Porque el interior de un coche de familia, es como un íntimo budoir.
* * *
Mañanitas cubanas, que paso casi siempre tendido a la bartola, sobre mi colchoneta, ¡qué dulces sois, cuando os aprovecho, del brazo de algún Julián, fumando y charlando, azotando las calles principales!
Estoy resuelto a hacer una crónica semanal citando los nombres de las bellas, que vea discurrir por el arroyo, con el claro traje de mañana y el sombrero floreado de altas y anchas alas.
¡A la calle! Es necesario salir de entre las cuatro paredes, porque las rosas necesitan su rayito de sol que las colore.
El que quiera pasar un buen día, que se levante temprano; se eche a la calle con el pie derecho y trate de tropezar en las aceras con una hermosa señorita
Esto es lo que debe hacerse siempre. Yo -- es cierto -- me levanto muy tarde, las más de las veces; pero es por el temor de sacar primero el pie izquierdo y darme de bruces con la lavandera.
Porque hay días aciagos...y en que se tiene mucho sueño.
1890.
Enrique Hernández Miyares
Tomado de: Obras completas de Enrique Hernández Miyares. Vol. II. Prosas. págs. 169-173. Imprenta Avisador Comercial. La Habana, 1916.
IV
PARADISO CAP. IX (fragmento)
Todo el cansancio de la noche recayó sobre la siesta, el sueño frustrado en la noche cuando viene a ocupar el sueño de día en la siesta, hace descansar la imaginación, o mejor diríamos que aplasta los sentidos con su peso de oscuridad en un recipiente cuadrado. Cemí salió de la siesta con deseos de salir de la casa y caminar por Obispo y O'Reilly para repasar las librerías. Esas dos calles fueron siempre sus preferidas, en realidad, son una sola en dos tiempos: una para ir a la bahía, y otra para volver a internarse en la ciudad. Por una de esas calles parece que se sigue la luz hasta el mar, después al regreso por una especie de prolongación de la luz, va desde la claridad de la bahía hasta el misterio de la médula de saúco. El obispo baja por una de esas calles, bajo palio, rodeado de farolas. Va a llevarle la extremaunción a un alférez que se muere en un galerón. Sube por la otra calle un general de origen irlandés, rubio muy tostado por largas estancias en el Líbano, porta un bastos florecido, adquirió la costumbre de usar aretes en las camapañas de Nápoles. Esas dos calles tienen algo de barajas. Constituyen una de las maravillas del mundo. Raro era el día que Cemí no las transcurría, extendiéndose por sus prolongaciones, la plaza de la Catedral, la plaza de los Gobernadores generales, la plaza de San Francisco, el templete, el embarcadero para la Cabaña, Casablanca o Regla. Los pargos que oyen estupefactos las risotadas de los motores de las lanchas, los garzones desnudos que ascienden con una moneda en la boca, las reglanas casas de santería con la cornucopia de frutas para calmar a los dioses del trueno, la compenetración entre la fijeza estelar y las incesantes mutaciones de las profundidades marinas contribuyen a formar una región dorada para un hombre que resiste todas las posibilidades del azar con una inmensa sabiduría placentera.
pág. 386
* * *
La Habana, sin ninguna duda, es la mejor población de Cuba; la mejor calle de la Habana es, sin contradicción, la del Obispo; el más elegante establecimiento de la calle del Obispo es El Fénix, de Hierro y Ca... Consecuencia, El Fénix es lo mejor de la Habana.
Comercial tomado de un número de La Habana Elegante.
CAP. XI (fragmentos)
Cuando Cemí desde el Espigón quería llegar al Parque Central, meditaba siempre en los dos caminos por los que se decidiría, de acuerdo con sus humores y sus fastidios. Cuando quería detenerse en alguna conversación o vidriera, ver algún amigo o las corbatas de moda, oír el pregón de algún número de billete o ver los libros más recientes, enfilaba su paciencia acumulativa por Obispo. Cuando quería caminar más de prisa, molesto por cualquier interrupción, remontaba por Obrapía, para hacer su catarsis deambulatoria con menos paréntesis y excepciones. Le maravillaba que dos calles, en un paralelismo tan cercano, pudieran ofrecer dos estilos, dos ansiedades, dos maneras de llegar, tan distintas e igualmente paralelas, sin poder ni querer juntarse jamás. Las calles se vuelven más indescifrables que los que por ellas transitan, transitan los que llevan en los ojos la prisa del amor, o la del negocio tintineante, o el señorío del hastío agresivo. Pero la más comercial de las calles, si de pronto se suelta por ella un niño con su perro o su trusa de playa, basta para hacerle cambiar la habitual cara con la que hace cien años contempla la luna de los carboneros. Después, vuelve a cerrarse, como una planta en extremo sensitiva y vuelve a enseñar la dentadura orificada de los días de balance.
págs. 523-524
Por la tarde había bajado por la calle de Obispo, y como hacía pocos días que había cobrado su pequeño sueldo, se fijaba en las vidrieras para comprar alguna figura de artesanía. Casi siempre la adquisición del objeto se debía a que ya frente a la vitrina, cuando comenzaban a distinguirse algunos pespuntes coloreados, en el momento en que su mirada lo distinguía y lo aislaba del resto de los objetos, lo adelantaba como una pieza de ajedrez que penetra en un mundo que logra en un instante recomponer todos sus cristales. Sabía que esa pieza que se adelantaba era un punto que lograba una infinita corriente de analogía, corriente hacía una regia reverencia, como una tritogenia de gran tamaño, que quería mostrarle su rendimiento, su piel para la caricia y el enigma de su permanencia.
De la vitrina su mirada logró aislar dos estatuillas de bronce. Ese aislamiento, ese rencor con el que tropieza la mirada, esa brusquedad de lo que se contrae para pegar, le daban la impresión de alguien que con ceño amenazador toca nuestra puerta o de si nos detuviesen por el hambre cuando marchamos apresurados. Pero era innegable que las figuras agrupadas en la vitrina no querían o no podían organizarse en ciudad, retablo o potestades jerarquizadas. Estaban en secreto como impulsadas por un viento de emigración, esperaban tal vez una voz que le dijese al buey, a la bailarina y al guerrero, o a la madera, el jade o el cuarzo, la señal de la partida.
pág. 530
Tomado de: Paradiso. José Lezama Lima
Ediciones Cátedra. Madrid, 1995
* * *
"HOFKAMMERGERICHTSURTHEILVOLLZICHUNSVORSCHRIFTEN"
Esta palabrita alemana, que reproducimos del popular periódico Staats Zeitung, significa que el chocolate y las confituras de EL MODELO CUBANO, Obispo 51, se proclaman en Berlín como las más exquisitas.
Comercial tomado de un número de La Habana Elegante
V
CALLE OBISPO. HABANA VIEJA
Es mi calle. Si uno tiene propiedad sobre una calle aún sin tener negocio o casa en ella, sin tener tampoco en ella casa de amor o amigo, Obispo es de mi propiedad. En una enciclopedia de principios de siglo descubrí una vieja fotografía suya: la calle de comercios y toldos rayados en las dos aceras parece un zoco, un mercado árabe visto desde arriba. Hace tiempo escribí que tiene algo de playa. Su comienzo está en las librerías y su final abierto, en la plaza y el puerto. Una de las librerías vendía entonces volúmenes en ruso. Los barcos soviéticos pasaban por el puerto. Obispo era acotada por esos dos letreros en cirílicas: el título de un libro y el nombre de algún barco.
Ahora ha cambiado mucho su naturaleza. No la veo ya en forma de playa, sino de lecho seco de un río, el río de los años ochenta. Con el tiempo hasta la geografía de una calle se hace adusta. Obispo es el lecho de un río extinto. Pasó el agua y dejó dos moles cortadas a pico, dos líneas de fachadas.
Antonio José Ponte
Tomado de: Un seguidor de Montaigne mira La Habana
Colecciones Paseo, Ediciones Vigía.
Matanzas, 1995.
EL BOSQUE DE BOLONIA Obispo 74 entre Aguacate y Villegas.
Comercial tomado de La Habana Elegante.
OBISPO
DE FATIGA A FATIGA, LIBRERÍAS
y casas que tuvieron su abolengo.
Camino por la acera. Voy y vengo
del viejo paredón a la bahía.
De un rendido balcón se desprendía
el saludo que con pesar retengo
anudado a las cosas que no tengo.
Ah, cuerpos que la noche destejía.
Esos, los caminantes desterrados
que expían el mar donde todo cesa
llevan tu vacío y tus varados
patios, cargan tus piedras resonantes.
De no verte los ciega la pobreza.
Y se preguntan por lo que estuvo antes...
Francisco Morán
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