Concebido inicialmente como un espacio que hospedará a otras figuras del modernismo hispanoamericano, y sin abandonar esa idea, el Café París también recibirá a otros distinguidos escritores y artistas que, de un modo u otro, han contribuido o contribuyen al enriquecimiento de nuestra cultura.  Esta vez presentamos en nuestra galería la exposición de un talentoso artista cubano: Michel Hernández.
Michel Hernández (Sancti Spiritus, 1975).  Hijo de la actriz del Grupo de Teatro Escambray Norma Hernández, se define como actor primero que escultor.  A los quince años, empieza a estudiar por dos años mecánica industrial, que lo familiarizó con las piezas de maquinaria que hoy emplea en sus esculturas.  A los veinte años, se traslada a La Habana en donde ingresa en el Instituto Superior de Arte.  Trabajó en grupos universitarios de teatro como actor tanto en Camagüey como La Habana. 
 
 
En 1995, fue invitado a participar en un grupo teatral argentino, pero fue denegado su permiso para salir del país.  Participó en el Primer Festival de Performance en 1997 en La Habana.  Desde 1998, vive en Miami en donde forma parte del grupo teatral Ma'Teodora, actuando en las producciones El día que me quieras y Fuertes Pendientes.
 

Cachicambiando.  Esculturas en metal de Michel Hernández. 
El Hueco, Osone 
Video, Miami. Noviembre, 2000.

Dando a la lata en busca de la imaginación y la libertad

Diana Alvarez-Amell
Seton Hall University

     Las piezas de los electrodomésticos descartados, que tal vez funcionan todavía gracias al tornillo salvador, rescatado de otro aparato antiguo e inservible, parecen ser el numen que suscita las imágenes que se presentaron en la primera exposición personal en Miami del joven artista cubano Michel Hernández.  En CACHICAMBIANDO, una exhibición que formó parte de un Viernes Cultural de la Pequeña Habana, se presentaron siete instalaciones en el Hueco, sala que sirve de escenario para el grupo teatral Ma' Teodora, al que pertenece Hernández como actor.
     La sala, que es un espacio reducido, se incorpora como parte de la 
Michel Hernández junto a una de sus obrasexhibición pues su limitación material se subraya con paredes descascaradas pintadas de negro en las que se dejaron al descubierto las cañerías del edificio.  La sala misma pasa a ser así escenario incorporado como trasfondo de desolación para destacar la luminosidad de las esculturas metálicas.  Las instalaciones, casi todas figuras de aluminio, quedaron montadas en la mayoría de los casos encima de plataformas de madera sin terminar, pintado el suelo de negro también.  Estas plataformas construidas con maderas rústicas componen tablados desde donde se elevaban figuras iluminadas por la luz de los bombillos desnudos en medio de la recreación deliberada de un ambiente de escombros.  Se acoplan así en esta exhibición el lenguaje del teatro --la luz y el sonido-- con la estética del arte pobre para configurar un espacio en donde las partes se combinan de manera ingeniosa y lúdica, pero nunca caprichosa, para articular un lenguaje plástico que mediante el trueque busca una unidad conceptual.
     En muchos casos, las esculturas son fantásticas, como es el caso de la avispa, confeccionada con cafeteras y cremera, que colocada en el centro Michel Hernándezdel salón puede ser también un elefante volador, con aletas que en su origen fueron las aspas de un ventilador casero.  En otros, las instalaciones tienen referentes externos, como sucede sobre todo con las imágenes inconfundibles de don Quijote, Sancho en su mulo, Rocinante y el molino de viento colocadas todas en una misma plataforma. Estas esculturas están creadas de piezas de aparatos domésticos: para el molino de viento se usa parte de una moledora de carne, la base fue la armazón de una antigua máquina de escribir; otra figura descansa sobre lo que fue la base de una plancha de ropa.  Estas figuras son también piezas movibles unidas por muelles y otras piezas mecánicas.  El reconocimiento inmediato del espectador de estas instalaciones, que al estar reunidas sobre una misma plataforma configuran un tablado con referentes reconocibles, son figuras que forman parte del homenaje a la imaginación, uno de los principios que anima toda la exhibición además de ser una premisa de trabajo en los artefactos que construye Hernández.
     En esta exhibición el artista ha usado el metal de las piezas de aparatos domésticos para configurar resplandecientes figuras cuya existencia misma Cachicambiandose debe al proceso de recontextualización artística basado en un reciclaje de piezas mecánicas descartadas --en la mayoría de los casos, los artefactos que se usan para construir estas figuras fueron encontrados en basureros por los que hurgó o piezas que encontró en su propia casa.  El traspaso del concepto de necesidad, a la que responde el origen de estas piezas que son sacadas de efectos para el uso doméstico, al dominio de la imaginación, gracias a la ingeniosa combinación lúdica en estas instalaciones, constituye un acertado equilibrio conceptual en la exhibición.  A esto se suma la relación dinámica entre los tablados, lo que también establece un referente al mundo de la casa, puesto que todas las instalaciones bien pudieran representar distintas habitaciones de un hogar.
     Las piezas sacadas de máquinas de escribir, planchas, coladores, cazuelas aplastadas, telas metálicas, coladores, son los fragmentos con los Cachicambiandoque se arman las figuras que celebran la imaginación por encima no sólo de lo utilitario -- razón de ser original de las piezas de máquinas-- sino además del escombro de la maquinaria, de esas tuercas sueltas, esos fragmentos metálicos que acaban descartados en el fondo de una gaveta o en los basureros.  Mientras estas figuras no son abstractas en el sentido estricto de la palabra, se desprenden de su ancla en la utilidad diaria.  Al ser 
despojadas de su función original por ser inservibles, se incorporan para componer imágenes fantásticas que rebasan su función práctica.  Las 
esculturas son recicladas o cachicambiadas, al servicio de la imaginación que desafía el imperativo de la necesidad utilitaria.  Así se sostiene un alegato de libertad lúdica con estas figuras construidas de piezas rescatadas de la condena de ser herramientas ya no útiles.
     En una esquina del salón, aparece una deidad de máscara africana adornada con plumas que se apoya como mascarón en un pedazo de madera labrada que era, parece ser, el brazo de una silla antigua.  Detrás, la figura femenina a modo de las figuras que usan los sastres aparece conformada con alambres y tela metálica.  Su cabeza es un bombillo dentro de una linterna, sus senos embudos metálicos que terminan en pezones compuestos de pequeños coladores.
     Al fondo, en el otro extremo de la sala, hay un lavamanos y taza de 
inodoro, el blanco de la loza fuertemente tiznado, todo inservible y tupido. Cuelgan los trozos del periódico Granma como papel sanitario de los cuales se pueden leer los titulares entrecortados:  "XV Congreso...Partido Comunista tiene papel rector...desarrollo del país...".   El sonido se incorpora también a la exhibición con el leve zumbido de la estática proveniente de una pantalla de un televisor, que tampoco funciona, junto al engañador consuelo de una fuente de agua; ésta es en realidad parte de un fregadero y una pila de agua que no cierra derramando agua constantemente.
     En esta exhibición se conjugan diversos lenguajes que convergen en una relación a fin de cuentas armónica que se logra mediante la interacción entre los tablados.  La oscuridad del escenario la rompe no sólo un bombillo desnudo que cuelga sobre casi toda instalación, sino que el brillo del aluminio de las figuras destella en la oscuridad.  Dentro de la evocación de la sordidez de los escombros domésticos (el inodoro tupido, los cacharros de cocina aplastados, la pila de agua rota, el televisor que no funciona) surge la delicadeza de las figuras suspendidas que a veces rozan, pero las más de las veces se elevan por encima del espectador.  Estas figuras, abstractas o figurativas, se extraen de una cuotidianidad inservible que se revela capaz de transformarse al servicio de la imaginación.  Más que hacer de la necesidad una virtud, es un homenaje a la capacidad de la libertad creadora.
     El concepto teatral del escenario con el contraste dramático del claroscuro y el sonido es parte del idioma que se emplea como lo es también la composición dinámica que se establece entre los tablados, logrando así la posibilidad de evocar las distintas habitaciones de una derruida casa cubana. 
     Las instalaciones emplean los elementos presentes en la casa cubana con sus cafeteras de recibimientos, sus espíritus africanos y su herencia hispánica al costado y los baños, fregaderos y aparatos inservibles.  De los escombros del ámbito hogareño de un mundo doméstico al punto del derrumbe, se establece el predominio de la creación artística que rebasa lo inservible y establece un orden dentro del caos.  Mientras por un lado se exponen los elementos de una casa dramáticamente venida a menos, se impone el orden de la imaginación capaz de reconsiderar las piezas descartadas en medio de la destrucción del espacio doméstico.  De los escombros de un mundo material destruido, se elevan brillantes e ingrávidas las figuras de la imaginación como una posibilidad concreta de superación.
     Esta capacidad para reconciliar los opuestos, la herramienta al servicio de la fantasía, también se encuentra en la capacidad para proyectar fragilidad y movimiento en figuras de metal.  Las figuras tal parecen flotar en el espacio al ser colocadas sobre trípodes que están colocados sobre las plataformas.  En un caso en particular, una bandeja con un espejo de fondo cuelga del techo; en el centro aparece una pequeña cuna en la que se ha colocado un diminuto crucifijo.  ¿Es una cuna o una balsa? preguntó una espectadora en la noche de apertura.  Hernández no ha puesto título a sus piezas, explicando que prefiere dejar al espectador en entera libertad para relacionarse con las piezas.  Las esculturas cobran en su composición una luminosidad y fragilidad que desmienten la solidez del metal.
     La unidad conceptual de la exhibición se establece en esta concepción interactiva o teatral entre las instalaciones que en su suma aluden al mundo doméstico destruido, pero en donde no sólo cada cosa tiene su lugar, sino que además todo se conserva y todo tiene su uso.  Uno de los pocos consuelos entre los escombros de la actual casa cubana es el arte de cambiar una cosa por otra.  La improvisación y el trueque, instrumentos de sobrevivencia nacional, son principios de trabajo en estas instalaciones que buscan superar el deterioro para iluminar las posibilidades estéticas del cambio.
     Si bien el arte de lo pobre y lo descartado de artefactos prefabricados es uno de los recursos del arte contemporáneo desde hace varias décadas, cuando entra al servicio de un artista cubano se reviste de otra capa de significación.  Si los ambientalistas de las sociedades posindustriales nos advierten sobre los futuros terrores posibles de los productos industriales desechados, el arte contemporáneo ha labrado otra respuesta al descontextualizar los productos industriales de su propósito utilitario e incorporarlos como objetos de contemplación artística, ya sea para exaltar la mecanización, como hicieron los futuristas al principio del siglo pasado o para machacarlos y así de alguna forma romper el dominio que ejercen sobre la vida contemporánea o, como hizo Picasso, para llevarlos al origen del arte al explorar o jugar con las posibilidades visuales de lo prefabricado.  El artista cubano hace un reconocimiento abierto a Picasso en esta primera exhibición con una columna desde donde cuelgan los conocidos asientos de bicicleta. 
     Hernández, llegado hace apenas dos años de Cuba, utiliza el lenguaje estético contemporáneo en su concentración por los escombros del mundo industrial al confeccionar con sus instalaciones imágenes creadas de instrumentos sacados en gran parte de los basureros, que han pasado a ser sus campos de búsquedas en donde encuentra pequeños muelles (uno de los cuales sirve para apoyar a Sancho Panza sobre su burro, por ejemplo), ruedas de bicicletas o la cantidad de objetos descartados que se pueden encontrar en una casa.  Incorporado al lenguaje cubano, asociación ineludible ya presente en el título de la exhibición, cobra un matiz salvador.  En esta exposición se busca el reciclaje artístico de lo hallado entre los escombros no para contemplar la posible destrucción de lo prefabricado en un mundo funcional, sino para rescatar superando así  lo destruido e inservible.  De este modo se propone una vía libre hacia la creación mediante la reconstrucción.