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En 1995, fue invitado a participar
en un grupo teatral argentino, pero fue denegado su permiso para salir
del país. Participó en el Primer Festival de Performance
en 1997 en La Habana. Desde 1998, vive en Miami en donde forma parte
del grupo teatral Ma'Teodora, actuando en las producciones El
día que me quieras y Fuertes Pendientes.
Cachicambiando.
Esculturas en metal de Michel Hernández.
El Hueco, Osone
Video, Miami. Noviembre, 2000.
Dando a la lata en busca de
la imaginación y la libertad
Diana Alvarez-Amell
Seton Hall University
Las piezas de los electrodomésticos
descartados, que tal vez funcionan todavía gracias al tornillo salvador,
rescatado de otro aparato antiguo e inservible, parecen ser el numen que
suscita las imágenes que se presentaron en la primera exposición
personal en Miami del joven artista cubano Michel Hernández.
En CACHICAMBIANDO, una exhibición que formó parte
de un Viernes Cultural de la Pequeña Habana, se presentaron
siete instalaciones en el Hueco, sala que sirve de escenario para
el grupo teatral Ma' Teodora, al que pertenece Hernández
como actor.
La sala, que es un espacio
reducido, se incorpora como parte de la
exhibición
pues su limitación material se subraya con paredes descascaradas
pintadas de negro en las que se dejaron al descubierto las cañerías
del edificio. La sala misma pasa a ser así escenario incorporado
como trasfondo de desolación para destacar la luminosidad de las
esculturas metálicas. Las instalaciones, casi todas figuras
de aluminio, quedaron montadas en la mayoría de los casos encima
de plataformas de madera sin terminar, pintado el suelo de negro también.
Estas plataformas construidas con maderas rústicas componen tablados
desde donde se elevaban figuras iluminadas por la luz de los bombillos
desnudos en medio de la recreación deliberada de un ambiente de
escombros. Se acoplan así en esta exhibición el lenguaje
del teatro --la luz y el sonido-- con la estética del arte pobre
para configurar un espacio en donde las partes se combinan de manera ingeniosa
y lúdica, pero nunca caprichosa, para articular un lenguaje plástico
que mediante el trueque busca una unidad conceptual.
En muchos casos, las
esculturas son fantásticas, como es el caso de la avispa, confeccionada
con cafeteras y cremera, que colocada en el centro del
salón puede ser también un elefante volador, con aletas que
en su origen fueron las aspas de un ventilador casero. En otros,
las instalaciones tienen referentes externos, como sucede sobre todo con
las imágenes inconfundibles de don Quijote, Sancho en su mulo, Rocinante
y el molino de viento colocadas todas en una misma plataforma. Estas esculturas
están creadas de piezas de aparatos domésticos: para el molino
de viento se usa parte de una moledora de carne, la base fue la armazón
de una antigua máquina de escribir; otra figura descansa sobre lo
que fue la base de una plancha de ropa. Estas figuras son también
piezas movibles unidas por muelles y otras piezas mecánicas.
El reconocimiento inmediato del espectador de estas instalaciones, que
al estar reunidas sobre una misma plataforma configuran un tablado con
referentes reconocibles, son figuras que forman parte del homenaje a la
imaginación, uno de los principios que anima toda la exhibición
además de ser una premisa de trabajo en los artefactos que construye
Hernández.
En esta exhibición
el artista ha usado el metal de las piezas de aparatos domésticos
para configurar resplandecientes figuras cuya existencia misma se
debe al proceso de recontextualización artística basado en
un reciclaje de piezas mecánicas descartadas --en la mayoría
de los casos, los artefactos que se usan para construir estas figuras fueron
encontrados en basureros por los que hurgó o piezas que encontró
en su propia casa. El traspaso del concepto de necesidad, a la que
responde el origen de estas piezas que son sacadas de efectos para el uso
doméstico, al dominio de la imaginación, gracias a la ingeniosa
combinación lúdica en estas instalaciones, constituye un
acertado equilibrio conceptual en la exhibición. A esto se
suma la relación dinámica entre los tablados, lo que también
establece un referente al mundo de la casa, puesto que todas las instalaciones
bien pudieran representar distintas habitaciones de un hogar.
Las piezas sacadas de
máquinas de escribir, planchas, coladores, cazuelas aplastadas,
telas metálicas, coladores, son los fragmentos con los que
se arman las figuras que celebran la imaginación por encima no sólo
de lo utilitario -- razón de ser original de las piezas de máquinas--
sino además del escombro de la maquinaria, de esas tuercas sueltas,
esos fragmentos metálicos que acaban descartados en el fondo de
una gaveta o en los basureros. Mientras estas figuras no son abstractas
en el sentido estricto de la palabra, se desprenden de su ancla en la utilidad
diaria. Al ser
despojadas de su función original por
ser inservibles, se incorporan para componer imágenes fantásticas
que rebasan su función práctica. Las
esculturas son recicladas o cachicambiadas, al
servicio de la imaginación que desafía el imperativo de la
necesidad utilitaria. Así se sostiene un alegato de libertad
lúdica con estas figuras construidas de piezas rescatadas de la
condena de ser herramientas ya no útiles.
En una esquina del salón,
aparece una deidad de máscara africana adornada con plumas que se
apoya como mascarón en un pedazo de madera labrada que era, parece
ser, el brazo de una silla antigua. Detrás, la figura femenina
a modo de las figuras que usan los sastres aparece conformada con alambres
y tela metálica. Su cabeza es un bombillo dentro de una linterna,
sus senos embudos metálicos que terminan en pezones compuestos de
pequeños coladores.
Al fondo, en el otro
extremo de la sala, hay un lavamanos y taza de
inodoro, el blanco de la loza fuertemente tiznado,
todo inservible y tupido. Cuelgan los trozos del periódico Granma
como papel sanitario de los cuales se pueden leer los titulares entrecortados:
"XV Congreso...Partido Comunista tiene papel rector...desarrollo
del país...". El sonido se incorpora también
a la exhibición con el leve zumbido de la estática proveniente
de una pantalla de un televisor, que tampoco funciona, junto al engañador
consuelo de una fuente de agua; ésta es en realidad parte de un
fregadero y una pila de agua que no cierra derramando agua constantemente.
En esta exhibición
se conjugan diversos lenguajes que convergen en una relación a fin
de cuentas armónica que se logra mediante la interacción
entre los tablados. La oscuridad del escenario la rompe no sólo
un bombillo desnudo que cuelga sobre casi toda instalación, sino
que el brillo del aluminio de las figuras destella en la oscuridad.
Dentro de la evocación de la sordidez de los escombros domésticos
(el inodoro tupido, los cacharros de cocina aplastados, la pila de agua
rota, el televisor que no funciona) surge la delicadeza de las figuras
suspendidas que a veces rozan, pero las más de las veces se elevan
por encima del espectador. Estas figuras, abstractas o figurativas,
se extraen de una cuotidianidad inservible que se revela capaz de transformarse
al servicio de la imaginación. Más que hacer de la
necesidad una virtud, es un homenaje a la capacidad de la libertad creadora.
El concepto teatral
del escenario con el contraste dramático del claroscuro y el sonido
es parte del idioma que se emplea como lo es también la composición
dinámica que se establece entre los tablados, logrando así
la posibilidad de evocar las distintas habitaciones de una derruida casa
cubana.
Las instalaciones emplean
los elementos presentes en la casa cubana con sus cafeteras de recibimientos,
sus espíritus africanos y su herencia hispánica al costado
y los baños, fregaderos y aparatos inservibles. De los escombros
del ámbito hogareño de un mundo doméstico al punto
del derrumbe, se establece el predominio de la creación artística
que rebasa lo inservible y establece un orden dentro del caos. Mientras
por un lado se exponen los elementos de una casa dramáticamente
venida a menos, se impone el orden de la imaginación capaz de reconsiderar
las piezas descartadas en medio de la destrucción del espacio doméstico.
De los escombros de un mundo material destruido, se elevan brillantes e
ingrávidas las figuras de la imaginación como una posibilidad
concreta de superación.
Esta capacidad para
reconciliar los opuestos, la herramienta al servicio de la fantasía,
también se encuentra en la capacidad para proyectar fragilidad y
movimiento en figuras de metal. Las figuras tal parecen flotar en
el espacio al ser colocadas sobre trípodes que están colocados
sobre las plataformas. En un caso en particular, una bandeja con
un espejo de fondo cuelga del techo; en el centro aparece una pequeña
cuna en la que se ha colocado un diminuto crucifijo. ¿Es una
cuna o una balsa? preguntó una espectadora en la noche de apertura.
Hernández no ha puesto título a sus piezas, explicando que
prefiere dejar al espectador en entera libertad para relacionarse con las
piezas. Las esculturas cobran en su composición una luminosidad
y fragilidad que desmienten la solidez del metal.
La unidad conceptual
de la exhibición se establece en esta concepción interactiva
o teatral entre las instalaciones que en su suma aluden al mundo doméstico
destruido, pero en donde no sólo cada cosa tiene su lugar, sino
que además todo se conserva y todo tiene su uso. Uno de los
pocos consuelos entre los escombros de la actual casa cubana es el arte
de cambiar una cosa por otra. La improvisación y el trueque,
instrumentos de sobrevivencia nacional, son principios de trabajo en estas
instalaciones que buscan superar el deterioro para iluminar las posibilidades
estéticas del cambio.
Si bien el arte de lo
pobre y lo descartado de artefactos prefabricados es uno de los recursos
del arte contemporáneo desde hace varias décadas, cuando
entra al servicio de un artista cubano se reviste de otra capa de significación.
Si los ambientalistas de las sociedades posindustriales nos advierten sobre
los futuros terrores posibles de los productos industriales desechados,
el arte contemporáneo ha labrado otra respuesta al descontextualizar
los productos industriales de su propósito utilitario e incorporarlos
como objetos de contemplación artística, ya sea para exaltar
la mecanización, como hicieron los futuristas al principio del siglo
pasado o para machacarlos y así de alguna forma romper el dominio
que ejercen sobre la vida contemporánea o, como hizo Picasso, para
llevarlos al origen del arte al explorar o jugar con las posibilidades
visuales de lo prefabricado. El artista cubano hace un reconocimiento
abierto a Picasso en esta primera exhibición con una columna desde
donde cuelgan los conocidos asientos de bicicleta.
Hernández, llegado
hace apenas dos años de Cuba, utiliza el lenguaje estético
contemporáneo en su concentración por los escombros del mundo
industrial al confeccionar con sus instalaciones imágenes creadas
de instrumentos sacados en gran parte de los basureros, que han pasado
a ser sus campos de búsquedas en donde encuentra pequeños
muelles (uno de los cuales sirve para apoyar a Sancho Panza sobre su burro,
por ejemplo), ruedas de bicicletas o la cantidad de objetos descartados
que se pueden encontrar en una casa. Incorporado al lenguaje cubano,
asociación ineludible ya presente en el título de la exhibición,
cobra un matiz salvador. En esta exposición se busca el reciclaje
artístico de lo hallado entre los escombros no para contemplar la
posible destrucción de lo prefabricado en un mundo funcional, sino
para rescatar superando así lo destruido e inservible.
De este modo se propone una vía libre hacia la creación mediante
la reconstrucción.
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