Inasibles
de Soleida Ríos
José
Kozer
Leo a Soleida Ríos con fruición. A veces río
(sonrío)
otras me desgarro, siempre participo: es decir, su cruenta y necesaria
escritura me insta a la íntima participación.
Leo del Ce-ro, de los sueños, de los textos sucios: entrejuego
de
unos títulos suyos donde en un extremo
aparecen chapones, negros y azules percudidos, blancos espacios
interestelares
que una y otra vez se me dan a la fuga: procuro tapar intersticios,
ranuras,
no lo consigo: al extender la mano, tal y como me sucede cuando leo a
Kafka,
la palabra, su eslabonamiento, se me escurre entre los dedos. Y rumbo
al
otro extremo, sin horror, con movimiento natural, me veo obligado a
sumergirme
en los sueños, tropezar dentro de un desconcierto de brumas,
entender
que “si tengo zapatos y medias no soy espíritu”. Así,
toda
evidencia que salta a la vista, niega cuanto pueda existir más
allá
de esa evidencia. O vestimos zapatos y medias y no hay espíritu,
o el espíritu no viste zapatos ni medias. A rajatabla. Y siendo
a rajatabla, el próximo paso, más brumoso aún, es
ver saltar ante nuestra atónita mirada al cero. Devorador.
Indistinto.
Ajeno. Asalta y hace recalcar el camino único de una escritura,
camino donde el cero se identifica con la letra o, que no es
exclamación
sino conjunción disyuntiva, que obliga a una clara alternativa:
o zapatos o espíritu (no hay que darle más vueltas al
asunto,
¿verdad?). Su antesala bien puede ser el y/o de las
posibilidades;
mas dado el paso siguiente, sólo queda la rajatabla del uno u
otro,
ambas cosas no. Tengo zapatos y medias, por ende, cero: o sea, que no
hay
espíritu. Se acabó.
Tienden a ser breves los textos de Soleida Ríos, aparentan ser
planos,
surgir sin esfuerzo. Su estructura es sencilla, su lenguaje no expolia
el diccionario. Y sin embargo, ojo abierto de par en par, ahí
todo
se desvanece. Es inasible. Engañosa superficie plana,
engañoso
lenguaje natural (general y cubano). Leo, entro, me dejo llevar, y de
repente
me doy cuenta que estoy al borde de un precipicio (nada más
natural)
al que me ha llevado “un inacabable juego de suplantaciones” donde la
ciudad
de Placetas (¿placenta?) bien puede ser la capital del mundo;
capital
que suplanta a todas las capitales,
y donde lo capital, una vez más, es entender que los
países
“no existen. Son una ficción para los cuentos y las novelas y
para
relleno de los periódicos.” Vaya broma. Y no. País es
irrealidad.
Por ende, ¿qué capital ni ocho cuartos ni la cabeza de un
guanajo? País es irrealidad en un sentido mayor, disolvente al
máximo:
no se planta el zapato con sus medias en tierra firme, lo plano es
curvo,
lo curvo aboca a precipicios. Y ahí estamos, como el (la) que no
quiere la cosa. No sólo en la irrealidad del país, o de
Placetas
capital del mundo, sino en la irrealidad de todo: por ello “El
verdadero
nombre de Cuba es Ofir.” Ofir bíblico, adonde parten las naves
del
rey Salomón a cargar oro. Oro del moro. Pues Cuba Ofir es oro
del
moro, por supuesto. Oro irreal de Patria irreal que es un Todo irreal.
¿Queda pues el Espíritu? ¿O quedan zapatos con
medias?
Queda, diría, desconocimiento, tragar quina de desconocimiento,
vivir ebrio y sobrio, hacer escritura (sin desgañitarse) (con
constancia
de brevedad) y acostarse a dormir: algo despatarrado(a).
Leo a Soleida Ríos y leo al poeta cubano Rogelio Saunders, y en
ambos casos me veo de bruces ingiriendo de lo inasible: en el caso de
Saunders
todo se me escurre hacia abajo; en el caso de Soleida Ríos todo
se me escurre hacia los lados. Una escritura desciende vertical y
penetra
lodazales de intangibilidad; la otra, cual araña bifurcada, se
me
va de lado, fuga y contrafuga, cangrejo merodeando cuevas, en un entra
y sale de arena salpicando a ambos lados de todo movimiento, que se
compenetra,
desde una apabullante sencillez, con lo impalpable de los
géneros,
los alfabetos, los países
y sus ciudades, una vestimenta que en primera y última instancia
es “vestido de yerba.” Antonio José Ponte lo dice con absoluta
claridad:
“la errancia que le espera de un género a otro [a Soleida
Ríos]
sin que se atreva a cobijarlo ninguno.” Ah si fuera al menos “una luz
sucia”;
si Cuba fuera Ofir; o si hubiera, cual verdad última,
“jagüeyes
en la calle G del Vedado.” No hay: ni G ni Jagüey Grande, ni
Placetas,
ni Ofir. Sólo un vestido de yerba, zapatos y medias, la errancia
de las suplantaciones y a rajatabla, desde lo momentáneo, lo
inasible.
¿Qué hacer? En principio escribir, del texto sucio al
sueño,
al cero: aparece ahí, y ya es algo, una casa
pequeñísima
donde está el poeta Ángel Escobar, ese “huérfano
abollado.”
Y aparece un mueble, su función es permitirle a la escritura,
participatoria,
“incrustarse en la materia del sofá.” Y aparece la
extrañeza,
que el sueño acoge y recoge, disuelve cada amanecer, a menos que
haya escritura (parece que eso sucumbe menos): “Yo soñaba los
ruidos,
los sentía rugir. Eso es lo que me extraña, porque como
los
sueños son silenciosos...” Escribir, pues: y entrecerrar los
ojos
a los resquicios, la hendija por donde se precipitan, negro agujero,
los
sueños, los ceros, la letra o, el huérfano abollado, la
pequeña
habitación, toda materia vuelta sofá o zapatos, el ruido
cuyo trasfondo es el silencio.
No es plano el texto de Soleida Ríos, su estructura sencilla
oculta
bifurcaciones interminables, inacabables suplantaciones, su lenguaje
sencillo,
prístino, como el de Kafka, ampara una verdad que no es verdad:
“Sé que es la muerte (nos dice Soleida) pero también
sé
que no es verdad.” ¿Hay pues
salvación? ¿Del resquicio inagotable del cero hay
socorro,
amparo, y más que salvaguardia, trascendente
resurrección?
¿Ofir eterno, Cuba no abollada? La escritura de Soleida
Ríos,
ante esta disyuntiva, me dice por un lado: no me hagas reír que
tengo el labio partido; y por otro lado me dice que dígase lo
que
se diga, todo se derrama por mano temblorosa o firme, del cristalino a
lo inasible.
Quiero terminar estas palabras de presentación con un poema
homenaje
a Soleida Ríos que escribí (el 12 de marzo del 2002) a mi
regreso de La Habana, donde tras 42 años de ausencia,
pasé
(febrero) una semana (¿irreal?). El poema “narra” la presencia
de
un gladiolo amarillo que nos dejó Soleida Ríos a
Guadalupe
y a mí en la carpeta del Hotel Ambos Mundos el día antes
de nuestro regreso: se trataba de una permuta, un equitativo toma y
daca;
yo le firmaba a Soleida mi libro y ella a cambio me dejaba ese gladiolo
amarillo, que sólo Dios sabe cómo se lo agenció en
aquella Habana de carestías. Publico el poema como un homenaje a
Soleida y añado que en el toma y daca de aquel día,
Guadalupe
y yo salimos, de calle, ganando.
Responso
Traje
de La Habana el gladiolo amarillo que me dio Soleida Ríos.
Incólume,
en el florero de la sala su orín exterior alumbra a altas horas
de la noche mi
insomnio vuelto de revés al mundo exterior, plagas,
florestas, la Amada duerme plácida contemplando
en pleno invierno el racimo de uvas de cristal: cesó
la nevada, husmea la zorra, sólo yo comeré cera y
cristal del plácido sueño de la Amada: y el gladiolo
amarillo (ya adentro) desprende lumbre, mirad,
mirad, abejas, maceradlas para beber hidromiel a
todo lo largo de la noche: la lámpara, la lámpara
Soleida Ríos.
Vuelvo
el rostro, sólo podré sostener la mirada si permanezco
insomne
frente a la
Amada, sostengo el gladiolo amarillo a la altura del
mentón, recodos del pensamiento, se me cansan los
brazos, peor haber vuelto el rostro, a toda costa debo
regresar a la sala, el gladiolo indisoluble en el florero
sobre la mesa de camilla, ampárame Soleida Ríos el
insomnio, por cada chispa una abeja, polen las
chiribitas: los ojos entornados cada vez más abiertos,
veo la imperfecta uva (exterior) (imperecedera) de
carne y hueso, el fuego en las pupilas a su perfección:
la uva redondeo de cristal, mastico, mastico, ¿cómo
cruzo? Soleida.
Al
unísono, justo en el preciso momento cuando me preparo un
cocimiento
de
frambuesa con miel de tomillo (una de sus virtudes
aclarar la mirada) Soleida Ríos de espaldas ante una
hornacina salva a una abeja, rebasa muros, a valles
desciende vestida de lino, alcanfor, atraviesa potreros,
entre aguas deambula, las piedras reconoce: cristal de
cuarzo mastica, y me induce al camino (piedra pómez,
contemplamos): aquí la esfera armilar, el mapa de
mapas, al otro extremo la ciudad, una puerta de entrada
(desvencijada) la escalera (pasamanos) atención, falta
un escalón, balaustradas: y del mármol majagua, un
pasillo, y por el pasillo llegamos (sin mayores
elucubraciones) al pie de la hornacina: de la mano de
Soleida Ríos ferias de cristal, la Amada de espaldas,
campos floridos, el gladiolo amarillo a campos
restaurados.
De
Soleida Ríos, autora o no
Antonio
José Ponte
En el prólogo a uno de sus libros, prólogo donde cuenta
las
vicisitudes industriales de un manuscrito para arribar a libro (primero
la inscripción en una oficina de derechos de autor, luego el
hallazgo
de una editorial interesada), Soleida Ríos ha escrito cinco
preguntas
que pueden servir de reparo a casi toda su obra literaria. Las
pronuncia
un sujeto que tal vez sea el director del Centro Nacional de Derechos
de
Autor, de apellido Martínez Hijuelos y luego de nombre
francés:
Pierre Casterneaux. El sujeto hace las preguntas y, sin importar
cuán
contrarias sean las respuestas que puedan dársele, se contesta a
sí mismo. Es decir, Martínez Hijuelo conversa con Pierre
Casterneaux:
“¿Hay aquí un autor?”
“No, no hay aquí un autor.”
“¿Hay aquí un género?”
“No, no hay aquí un género.”
“¿Hay aquí un argumento?”
“No, no hay aquí un argumento.”
“¿Hay aquí una filosofía?”
“No, no hay aquí una filosofía.”
“¿Hay aquí una escritura?”
“No, no hay aquí una escritura.”
Puesto en duda autor, género, argumento, filosofía y
escritura,
el libro del que se trata no va a encontrar título mejor que Libro
Cero.
Quien intenta la recopilación del diccionario de la
imaginación
de una demente ha de conservar escrúpulos
acerca de su autoría. Autora o no, va a reordenar
profecías:
El libro roto. Compilará sueños ajenos: El
libro
de los sueños. (Llama la atención la recurrencia de
adjetivos
devaluadores -roto, sucio, cero- en sus títulos. Y la
insistencia
en llamarlos libros, por austeridad de la imaginación o voluntad
programática.)
Adoptar versículos de Isaías o Jeremías o del Eclesiastés,
o leyendas del I Ching o versos de José Lezama Lima o un
poema anónimo africano, lanzarlos otra vez como
profecías,
puede dejar en entredicho el concepto de autor. Una nota al final del
libro
donde éstas aparecen reza: “Por más de una razón
quiso
este libro (roto) hablar por otros y quiso además que mis pocas
palabras salieran a veces de otras bocas o adquiriesen la
hilvanación
que les daría otra voz. He aceptado el mandato y, de igual
forma,
recibiría la condenación.”
Para Soleida Ríos, autora o no, hay en el mundo mandato y
condenación
y profecías y libros con voluntad propia. ¿No reside en
ello
una filosofía? Pero lo sagrado (para llamar de modo
rápido
a lo que rige con mandato y condenación y se expresa mediante
libro)
no puede menos que resultar humorístico en ella. Y a pesar de no
cumplir ninguna de las cinco condiciones que el Centro Nacional de
Derechos
de Autor estipula para considerar libro a un libro, su obra encuentra
atención
allí. Lo atestigua con tono de profeta el tal Martínez
Hijuelo
alias Pierre Casterneaux: “Otro rehusaría todo este valioso
material...
Sin embargo, he aquí el Libro, el Libro Cero, la primera
sefirá,
la vasija a la que se atribuirá desenvolvimiento,
emanación
y evolución de algo de la Nada, y cuyo semblante ya veo relucir
en el plano de la más alta realidad... Porque no será
éste
un receptáculo del placer sin la luz, que es el gozo
perdurable...
Como antaño fue otorgado permiso a Rabí Shimón
para
que escribiera el Libro del Esplendor, así sello y
justifico
el inicio del viaje de este libro”.
Tiene gracia que en una oficinucha de Línea y G, en el Vedado,
un
personaje como Martínez Hijuelos tenga tales expectativas
cabalísticas.
(Gracia del ridículo, pues lo grave de su parlamento va
cundido de erres arrastradas.) Soleida Ríos, autora o no,
empecinada
en las profecías (“y la cesta derrama el agua mala / y el tiempo
muerto del reloj su hilo de arena / contigo y contra ti”) conoce
cuán
ridículo puede ser el furor profético. Y ha hallado,
autora
o no, un punto en donde se interceptan la profecía y la burla de
la profecía, donde lo profético deja de ser grave y
aparenta
ser menos fatal: los sueños.
Proféticos (aunque también errátiles) como son
éstos,
todo cuanto adquiera la calidad de sueño se desplaza hacia su
innegabilidad
pero también va a su entredicho. Y dar con modo de narrar un
sueño
o pronunciar las viejas profecías, ¿no empuja a la
búsqueda
de un género? ¿No obliga a fajazón con lo que
pueda
considerarse un argumento?
La escritura de Soleida Ríos, autora o no, pasa de lo que
conocemos
por poesía a lo que conocemos como prosa de ficción,
ocupada
ella, como cualquier contrabandista de frontera, menos en dónde
está que en lo que esconde y trasiega. Trapicheo de
sueños,
en su caso. Un lugar donde coinciden sin demasiado escándalo los
versículos sagrados y las instituciones como el Centro Nacional
de Derechos de Autor, la profecía y su burla.
La
Habana, enero de 2004
Poemas
de Soleida Ríos
Cuerpo
presente
Tensa
la cuerda
se
deshilacha en sesenta flechas moribundas
en
sesenta sonámbulos vestidos
en
uno solo
en
uno
en
un cuerpo que cae
yo
no quiero morir
yo
no quiero morir
no
veo ya no veo
son
las moles de tierra
las
varillas eléctricas del miedo
la
corriente del miedo
en
este hoyo no percibo
no
puedo ver no puedo
toda
mi fuerza empuja estas moles de tierra
que
se apartan y vuelven
vuelven
vuelven
atrás
no
acude nadie dios
no
viene nadie
papá
ya sé que estás ahí
dame
tu enorme mano antigua
levántame
oh dios
virgen
del cobre
ruego
por ti los juanes
ruego
por ese niño huérfano que cargas
el
hoyo se abre
abre
la boca donde estoy
pero
el agua es tan limpia
es
el agua del brindis
para
tu despedida en copas blancas
recuérdalo
papá
hace
ya tiempo
dame
tu mano antigua
yo
no quiero morir
échame
el lirio la cebolla del lirio
la
raíz de la tierra
yo
no quiero morir
oh
las moles
vuelven
las moles padre
míralas
cómo vuelven a encerrarme
en
su escabroso pecho oscuro
yo
no quiero morir
sueño
desnuda
sueño
no peso ya
pesan
las moles
pesa
el agua
el
cielo es mármol pesa
cierra
la puerta padre
en
paz descanse
en
paz
Último
rezo para los ojos del traidor
No
existirán los pasos que no llegaron a la puerta
no
existirá la mano que no toque o empuje
y
abra la hoja clarísima
no
existirá la voz
como
un pez será mudo
como
un pez vivirá bajo las aguas
aquel
arroz que iba a su boca ya cesó
hilo
de cobre será por donde pase el trueno y
tienda
una música ronca un sol cortado en dos
como
una sola vez los grandes animales se perdieron
como
una sola vez las raíces del árbol
fueron
pobladas por el humo del fuego fatuo
y
por el diente de la hormiga
así
se irá pudriendo en el camino aquella sombra
aquella
sombra el gesto de una mano que fue
con
cinco dedos con sus cinco sentidos
con
su nombre y su cuchara ardiente
era
dirán
en
su ojo fijo ya no hay sueño.
Maleva
y los niños en el paraíso
Los únicos paraísos no vedados al hombre
Son los paraísos perdidos
J.L.Borges
En
el jardín
y
más al fondo, en los ojos de Maleva
los
niños se tiran de los árboles.
Aquellos
niños puros que ya fuimos
cubiertos
por pañales blanquecinos
se
tiran de los árboles.
Pero
se tiran a morir
a
que nos olvidemos.
Y
se tiran riendo
porque
disfrutan de antemano
la
pena que vendrá
la
desesperación en que más tarde
o
más temprano
sucumbiremos
todos.
La
muerte de los niños no está escrita.
Ellos
la prefiguran en la rareza de sus juegos.
Ayer,
si no es que hace un instante
o
hace doscientos siglos
los
niños figuraban ciertos juegos
como
en una nostalgia de niños anteriores.
(Los
primeros, los últimos que vuelven
a
comenzar las filas
ya
no figuran nada, gritan
carne
de momia carne de momia
queremos
la cabeza del escudo.)
Quiénes
simulan ser los últimos.
Quiénes
son los primeros.
Los
niños
hace
un instante o hace doscientos siglos
entraron
al jardín con papeles marcados.
Se
tiran de los árboles.
Se
tiran
Un
poco de orden en la casa
Para mi hermana Olivia
Esto
está oscuro y tiembla.
Mi
padre, el padre del que todo lo puede
¿me
ha mentido?
Yo
decía si viro, si retrocedo
muero.
Vi
a la gente gritar, vi a la gente
muriéndose,
con pan sin nada que ponerle
pero
gritando vivas verdaderos
en
sus casas de tablas remendadas
caídas
ya de frío y de esos vivas.
Vi
a la gente, esa gente era yo
mi
madre
mi
padre loco en un cuarto enloquecido
el
padre de Renté que no aparece en mapamundis
ni
en diccionarios ni en los coloquios internacionales.
Ese
que digo no está vivo ni muerto.
Yo
lo boté en el secadero.
Las
monedas mensuales tiradas por esta mano mía
que
no es mía ni es la mano de nadie
a
la furia del viento y al camino de El Triunfo.
Me
mandaron, ve y tíralas.
Boté
lo que era mío.
Más
bien boté lo que nunca fue mío.
Ahora
se dice abajo, en ese tiempo no
en
ese tiempo éramos bellos
nos
llamábamos bellos, gente con suerte
seres
mágicos que cambiaron el rumbo
porque
decían amar al pobre no es más que amar a Cristo.
Cristo
está en los maderos
clavado
en una cruz (hizo muchos milagros)
clavado
en una cruz entre ladrones.
Mi
padre, el padre del que todo lo puede
¿me
ha mentido?
Sus
hijos, los apóstoles, lo van a divulgar.
Z
Pasajera
de segunda clase, pero no me detengo. El tren se encoge en los
raíles
y yo puedo parar en el tejado haciéndome la triste, mirar la
luna
y abruptamente abrir las dos mitades de mi cuerpo. Que me penetre ese
fulgor.
Yo podría parar en el tejado sibilina apuntando
también
para otro rumbo. De ningún modo el centro tibio con que el aire
simula.
De
niña deseaba ser campeona de ajedrez. Sí. Algo se
precipita
adentro de uno. Algo hace que uno deshaga
su tejido de comienzo y vaya envuelta en una tela viscose
salpicada
de florecitas secas. Yo me zambullo, el tren es mi tablero de ajedrez.
Viene el pitazo. Escucha. Yo estoy loca embrujada alucinada. Huele esta
fuerte sangre azul... Quisiera que algún día me
reventaras
el anticonceptivo (...) y quedáramos en estado
embarazado
mío (...) yo te suelto en las calles encantadas y siniestras.
Si volviera. Y si fuera otra vez... No hay más edad que el
sueño.
Fumamos en el tren cigarrillos rosados y se recuesta a mí la
muchacha
sin velo que iba flotando bajo la lluvia sobre la calle Prado, y
tú
con los anillos y el juez de paz con su gran libro y aquel otro
detrás
con un paraguas. Siempre he llegado tarde, o lejos.
Los
árboles no son más que semillas. Después pasan de
largo, rapidísimo. Suben los ciudadanos alemanes de Koln con sus
alquimias y su alada catedral en la cabeza. Suben franceses
erotómanos
o tristes. Arlés. Entro en las viñas rojas. Entran y
salen
marselleses con agua del Ródano en la boca a soplarme el
ombligo.
Todavía se puede destorcer el viejo lío de las lenguas.
Se
puede hacer otra vez la Torre de Babel. Me levanto y escribo a altas
horas
de la madrugada en el vagón que se desliza como la luz en las
tormentas
del Caribe. Las estatuas son simples y amorosas. Están
expuestas,
solas. No sé por qué mis manos tiemblan cuando pinto el
retrato
de Cemí y lo escondo en la cabeza cortada de Fernando
Séptimo.
No sé por qué en los portales del museo de la ciudad y no
en Trocadero ciento sesenta y dos. Deberá ser la niña que
lo hace. La niña que iba a mirar el agua de la bahía,
buscando
otra que se le pareciera, la que se aferra ahora a mi brazo,
halándome.
Yo, que no me detengo en ningún destino.
Martes
13 en el Mar de los Sargazos
a D. Morales
Hay
una franja oscura sí
es
alquitrán
bajo
desovan las anguilas
los
peces muertos vienen a comer de mi boca
esto
no es el jardín de las delicias
no
vamos a inaugurar el amor
no
inventaremos nada
(si
acaso en sueños
encarnemos
alguna turbia profecía)
somos
impuros sucios
vivimos
en el mar de los sargazos
los
otros
animales echan su gelatina y nos envuelven
abren
sus colas rígidas y el filo corta el agua mala
y
nos envuelven
y
esos ojos abiertos nada dicen
no
hay noticia
del
otro lado están ladrando en círculo los perros
y
más allá los lobos aúllan a los perros
y
el cuerno de sigilosos cazadores
les
toca las espaldas
no
hay noticia
no
tenemos noticia
ninguna
luz futura sustituye o aclara
este
día ingrávido
estos
montones de brillante basura
si
abro mi cuerpo para que sea tocado por la vara de un ángel
es
mentira
comemos
y entregamos carne del demonio
beso
y maldigo en ti a los hombres que vendrán
beso
y maldigo a los que un día
me
construyeron y me devastaron
no
tenemos noticias
estas
aguas son gruesas pestilentes
somos
un solo objeto oscurecido
estamos
solos y acompañados como el mundo
desesperados
como el mundo
nuestros
cuerpos tienen nostalgia de otro cuerpo
viven
con la nostalgia de otro tiempo
no
hay noticias
lo
que hacemos nos mata
y
lo que nunca hagamos también nos matará
abre
mi cuerpo tú
con
esa suavidad que me es desconocida
invéntala
ahora para mí
cierra
los ojos
haz
que demore ese dulce fluido de otra noche
de
otra curva distante
lejanísima.
Última
noche de Zamfir
una
mordida y otra mordida y el punzón astillado
y
la mano y el muslo con su marca y el cuello
con
su marca creciente y el pómulo deshecho con su marca
son
los dientes del fuego los mismos dientes de la ira
así
se muere acaban la semilla y su doble
y
la carne se estruja
la
carne negra de la rosa
la
rosa aquella abierta al aire sur
ya
no es más rosa ni pétalo caído ni yerba seca
el
círculo polvoso se mueve en ácida espiral
mueve
la cama disoluta
mueve
la lámpara y apunta
mueve
el collar de piedras mueve el mimbre
y
la cesta derrama el agua mala
y
el tiempo muerto del reloj su hilo de arena
contigo
y contra ti
esa
escoba te barre te va a barrer
grita
si puedes abre la boca y grita
si
aún puedes respirar
si
te puedes mover en otra flecha
arranca
el calendario de fin de año y tíralo
arranca
el pez de plata de ese charco y tíralo
arranca
del espejo tu corazón podrido y tíralo
en
el hilo se mueve la manzana
arráncala
de un golpe y tírala
Un
soplo dispersa los límites del hogar
¿apuntalar
al niño alucinado?
¿sacar
la cascarilla del vacío
hecha
pasta de más de veinte años
en
su pasmosa deglución?
¿alzarle
el cordón de los zapatos? ¿mostrarle
mira
esta es la punta de pie
hay
un seguro en la punta de tu pie?
todo
fue un espejismo los árboles no huyeron
era
mentira la velocidad
nadie
se fuga a doscientos kilómetros
por
hora adentro de tu ojera
mira
cómo se agolpa la gente en las esquinas de los parques
oyendo
bramar como un bendito al toro que es capado
mira
cómo se van en la distancia
las
máscaras
en
fila
despacio
sonriendo
otra
vez a esperar
las
píldoras del próximo espectáculo
apuntaste
tu corazón para la lluvia era mentira
la
lluvia estaba detrás de los telones
compréndelo
el mundo está lleno de telones
la
casa simula ser la casa y la lluvia simula
y
lo que moja el falso techo no es más que fango diluido
pero
el cuerpo también -en sus dos aguas- simula ser
el
cuerpo era mentira
no
hubo padre ni madre sino un cielo prestado
adonde
fuiste a colgar unas palabras auxilio
el
columpio se mece el planeta se vira de revés
compréndelo
la
luz se invierte simula ser la luz
no
es el tiempo el que dicta la corrosión de las palabras
allá
en el tiempo de los asesinos
un
niño terriblemente alucinado glorificó su edad
era
mentira
ahora
mismo presente pasado y porvenir
se
juntan en el vano de la puerta
enséñales
la punta de tu pie
son
solamente víspera compréndelo
traga
el veneno a fondo
el
mal simula
el
bien simula ser el bien.
Poemas
de El libro roto ( Poesía incompleta y desunida,
1987-89)
Cobar
Cobar... ¿no oyes...?
Cobar
Cobar
Cobar...
Pájaro
carpintero sobre la palma
(negro
el penacho...
En
la sabana todo parece verde,
pero
esa palma, ¡oh, esa palma!* )
Pájaro
Carpin
Tero
Cobar
Cobar
Cobar...
Incomprensible
InútilMENTE.
*
Virgilio Piñera, "Palma negra"
(20
de febrero y 5 de marzo, 2003)
Ángel
Escobar. Excogitar La Rueda.*
Dice:
“Hombre
untado de negro. Ojos rojos”.
Dice:
“Manojo
de palmitos
de
algarabía, de cabezuela
ramas
flexibles...
Son
de taray, son de retama
yerbas
que todavía despiden”.
“Está
en la garita de centinela y mira en torno”.
Dice.
Esto
es así: vigila.
Y
el vigilado soy, es él.
Sólo
un vaina.
Sólo
un paje de escoba.
Ah,
vivaz indígena de Oriente
familia
radical, largas cañas
cilíndricas,
desnudas
con
penachos de espigas
flor
verdosa y tan extrañas brácteas.
Escobar.
Abajo,
hacia abajo, hacia más abajo.
El
varillaje de un paraguas tiende hacia abajo
pero
esa, no otra es su normalidad.
En
cambio, él, yo padezco
parezco
un papiloma.
Todo
excrecencias soy.
Una
hipertrofia de lo que fuera
su
/ mi normalidad.
Otro
hombre. Otro.
(La
Rueda) Acuclillado
los
cabellos como carbunclos.
Enloquece.
Una
vez tuve ramas angulosas.
O
así me vi.
Verde,
lampiño, con flores amarillas.
Y
en racimo pulido... No,
podrido.
Negruzca
la semilla
amargosa,
babosa
canchalagua
(en Honduras).
Disuelto,
en cataplasmas
formo,
podrías formar... es un decir,
hasta
una bandolina.
Ah,
pero untado de retama de guayacol, no sé.
El
que enloquece piensa
en
los misterios eleusinos
Euforbia...
Sitio sombrío.
Ramas
de tamujo, ramas de cabezuela.
Cabeza.
Cabeza
negra. Si es que madura,
fruto
rojo.
Escoba
amarga
(o
mastuerzo: torcido, torpe, divergente
hojas
glaucas)
o
escobajo
raspa
de un racimo de uvas
¿que
yo fui?
Una
vez dije ser Calímaco.
Agua
seca, palabras secas.
Llevaba
un charco de sangre negra
en
el pulmón.
La
Rueda.
Una
mujer que asciende (..).
Una
mujer detrás del brazo izquierdo.
Un
hombre detrás del brazo derecho.
Enloquece.
El
buey reposa.
Aparece
un negro.
Horrible,
lo desfigura el fastidio.
Cuando
se despereza, no.
Cuando
se desespera, de pecho a pecho...
Abundo,
abundo.
Escobar.
Escobazar...
¿Rocío?
Cepo.
En
ángulo, una doble, ordinaria cortadura
raja
la punta de mi oreja.
Y
ya, antes, sangró, ¡recuerda!, junto a los cerdos
en
una lejana nochebuena.
Pero
me LEVANTÉ en las minas de El Cobre
un
día de 1731.
Abundo.
Abundo.
Escobar...
barre.
Barro
y barro. Y barrer nunca
te
habrá premiado. Nunca consigo
que
este Aquí (discútelo por fin
si
se te antoja) brille.
Ni
siquiera una vez.
¡Barre!
me
dicen desde que nací, me dicen
ahora
que estoy muerto.
Pero
yo abundo.
Abuso.
Escobar.
Escobillar.
Escobillar
el suelo, ¡lustradlo!
Cerdas
de alambre, raíz de zacatón
corta
y recia para suelos y trastes.
Broza
bruza bronco brucero...
Se
ve ascender un hombre negro, está lleno de pelos
Manto
rojo, tintero negro.
Abre
el libro, repasa lo que llega y lo que se va..
Escogita.
Luego deviene sitio solitario
(¡ñinga!)
porque
en el Diccionario de la Lengua
LO
NEGRO es torba.
Todavía.
Broza,
bruza, bronco brucero.
Ruedo
(roto) entre cielo y tierra.
Sí.
Un agujero elíptico abría en dos mi cabeza.
Pasaban
cables, cadenas. Las cadenas.
Écubier.
Negros
lindos del barracón.
Haitianos
del barracón.
Jacobo,
Juliana, Francisco, Ta José.
A
veces caigo boca abajo.
Ay,
Madre.
Quise
abrevar en el rocío
como
una flor silvestre.
Vuelve
un hombre con cara de caballo etrusco.
Vuelve
el fastidio.
Pesa
el vientre, lo que está dentro, oculto.
Signos
que no me dejan descifrar.
Breñal.
Abismos. Rueda. Resplandores.
El
marabú suspira antropomorfizado.
Yo,
un algarrobo.
Excobar.
*"La
Rueda" (Dador), José Lezama Lima
4-5
de mayo, 2002
INCURSIONES
/ peldaños
Lo
fatal es cobar.
(...
Y nunca osé inscribir
el
nom plus ultra: ¡qué
cojones!
Un diamante...)
Subía
una escalera.
Subía
yo hasta el fin
una
escalera
re
tor ci da.
Peldaños
negros, peldaños blancos...
Llegué
a aquella ventana.
Cuántas
ventanas vi, ¡cuántas
me
proyectaron hacia abajo!
(Yo
soy el Rey, a mí me ronca.)
Caí.
Me
desprendí
(a
correr como en aquel potrero en Sitiocampo
picoteado
de garzas...)
Sí.
Buscaba
contemplar una pizca de infinito.
Me
equivoqué (acezante...
me
convirtieron en jirones
carne
manida...
o
carne de cañón)
No
soy el Rey
No
soy.
¿Hay
espejismos o hay iluminaciones?
Por
orden del Director subí a La Escena
y
dije unas cuantas sandeces
(una
bandeja, una botella, un trapo...
je
ne sais pas je ne sais pas… je ne suis pas… !)
Y
dije:
_
Como
veis, hasta los perros de la jauría del rey
ladran
en su compás siete por ocho...
Otra
sandez.
Me
fui.
(Choncholí
se va pal monte...
“¡Cógelo...
Cógelo...!”)
El
Rey se va
gastado
como un hollejo de naranja.
Caer
era dulce.
Bogar
bogar... En seco (Era
color
rosado en las novelas)
Bogar
bogar..
Ascenso.
Clímax.
Díjome
ven,
ecobio.
(Ni
dienteperro ni cuchillos ni pólvora
ni
Un Gran Barco Podrido...
La
Mierda Axial.)
_
Un excusado. Sí.
No.
Ven.
Verás...
Dijo.
12
de marzo.
(Apunte:
31 de enero, 2003)
R.M.Ferret
/ para armar caballeros s.a.*
Todos mis libros
son iguales
y
tienen
los dientes amarillos.
___________________________
*para
armar caballeros: Aguda percepción... allá en el
umbral
de los noventa. Libro armado, desarmado, retirado... Poemas sueltos, en
Cubaneo
(revistalternativa...!). Sí. M.R. Ferret discurre (con “aguaje”,
en la vida interior; sin “aguaje”, en la vida futura) en los
márgenes,
en las laderas, en las afueras...Y el buey:
talán...
talán..
A
estos tres textos les llamaré, por tanto, TRES
RAJADURAS,
TRES VIGILIAS. ¿Por qué no?
El
agua de coco hervida empolla la lechuza
¿Estaría
M. R. Ferret también en La Hecatombe?
Subrayar
para magnificar.
A
eso me obligan mi poblado onirismo y la celeridad.
Me
obsede un solo pensamiento: La Hecatombe fue suceso personal
sólo
porque los
implicados
no lo saben. Quiero decir, no lo saben aún.
M.
R. Ferret contesta, desapasionada o cautelosa, “mienten, mienten...”,
cuando
le he
preguntado
si estaba o no.
Ahora
ella misma es quien toca a la puerta y oigo que dice con sonrisa
dulzoide:
_
¿Es El Baluarte...?
Yo
respondo ¿El Baluarte...? Quizás sí. Quizás
no.
E
insisto terca, empecinadaMENTE, ¿estabas o no estabas, por
fin...?
M.
R. Ferret contesta sin mirarme “mienten... mienten”.
Después,
como le es dado, dirá para ella misma, entre dientes,
seseando:
_
Estoy sobrado de sospechas.
¡Habráse
visto!, arguyo.
Ah...,
personas que habíamos crecido. Personas que habíamos
celebrado
la Filosofía...
M.
R. Ferret, alejándose, cantará para ella misma... ( como
siempre, en fa menor)
“presencia,
pasto
del terciopelo...
indiferencia
excrecencia reticencia...
Yo,
yo que leí y protagonicé las hazañas del rey
Arturo...”
Entretanto,
pasará también por mi cabeza la lechuza...
Y
volveré a gritar como ayer noche ¡SOLAVAYA!
(1998)
DE BIG
BURGUER O PERROS DE MADRE *
Un ave hermosa
orinará en tu sexo.
Recuérdalo, María.
________________________________
*
Ediciones De los milagros (ejemplar único y
artesanal,
Uruguay, 1995).
María
Gravina Telechea, deípara, exguerrillera, nacida en Uruguay, (y
en Alamar, La Habana) Premio Casa de las Américas, 1979 (Lázaro
vuela rojo). Después, (en el segundo exilio, allí, en
Montevideo) La leche de las piedras, siempre en las orillas de
la
calle Libertad. Cuando una bomba artesanal le estalló entre las
manos ya escribía versos pero, entonces eran blandos.
El
poema parece extraño fuera de La Belle Equipe, libro Sin
Autor que hilvana Soleida Ríos, negra carabalí.
Therese
Terziver
Je
ma appel Therese Terziver C. Vivo en la Casa Prestada. Hay un muro, una
fachada oscura y creo que algunos arbustos de jardín. Eso, visto
desde la calle, o, mejor, desde las otras casas. En realidad no hay
calle,
ni caminos, ni casas. Acarreo sacos de vianda y leña y los
coloco
al borde de la vereda.
Soy delgada, hecha de junco y mis manos son blancas y ágiles y
nerviosisimas,
con finos dedos que antes se movían como pájaros sobre el
blanco y el negro. Hablo y maldigo. Miro de frente, a veces contra
mí.
Voy al conuco, escarbo, meto las manos en la tierra, vuelvo... Vuelvo
cargada
y lo que traigo parece no pesar. Sacos de vianda, carbón,
leña
y más leña y siempre algo que no sé lo que es. Los
sacos, el carbón y la leña quedan al borde de la vereda.
Son un montón perfecto, alineado, compacto. Listo para que
vengan
a comprar...
Mientras
cargaba o me afanaba en la perfecta alineación del bulto
pensé
en irme y pensé en venderlo todo antes de irme. Todo lo que es y
ha sido mío. Ah, y maldije. Siempre he sabido maldecir.
Para
Therese Terziver, irse será acompañar a su esposo e hija
(o hijo) hasta un sitio lejano donde es probable que él viva o
trabaje.
“Lo he decidido”. Pero es que la preocupación por la casa y por
las cosas de la casa (que, suponemos, son pertenencia de los
dueños)
hacen que Therese Terziver olvide aquello que no sabe lo que es y
maldiga
tres veces. “Mal rayo parta...”
Miramos
desde atrás, desde el conuco, todo el panorama de posibilidades,
las defensas, los flancos débiles de la casa. Therese Terziver.
Yo, mi persona. A la izquierda, en una brusca caída del terreno
sembrado, un solar. Ropas tendidas, gente, con cara de sí es no
es, asomada a endebles balconcitos y a ventanucos abiertos
precariamente
en gruesas paredes amarillas. Al frente, un muro de altura humana,
hecho
de piedra o barro, mohoso, envejecido. Cualquiera que saltase se
daría
cuenta de que la casa estaba sola y en la mayor indefensión.
La
única idea que se me ocurre es enrejar el frente de la casa y
quizás
el lado colindante con el solar. Fortificar el frente y el flanco
izquierdo...
¿Pero a quién se le ocurre? Therese Terziver,
harta,
dice “lo que es a mí me gustaría sembrar...”
También
le oigo decir que le habría gustado dejar a alguien en la Casa
Prestada.
_
Ah, pero me encantan la Sala de fanáticos y La forma
Q.
Lo
dice Therese Terziver, la misma Therese Terziver, y agrega que la
forma
Q la aprendió en un lugar que ha olvidado, como ha olvidado
siempre, de día y de noche, donde quiera que va, aquello que no
sabe lo que es.
_
Irme. Lo he decidido.
Y
si irse es ya una decisión, Therese Terziver, por Dios, conmueve
pues al Director... Eso se ha hecho. Y solo por decirlo, me corresponde
adelantar, recorrer el camino, ensayar el irse de Therese Terziver, el
irse lejos, con esposo, con hija (o hijo), ir al Municipal, a la
oficina
aquella de poca luz, en bajos, seca, laberíntica, preguntar por
el Director, verlo (tal cual es, esa figura chiquitica y
trigueña
con los pulgares inflamados)... Te dirán que se llama
Fernández,
preguntarás por Fernández, irás a
verlo...
Therese
Terziver maldice. Llena mi oído, su propio oído de
improperios.
Miro
con avaricia el conuco al fondo de la casa prestada. Aire, tierra
olorosa,
varios cangres de yuca, bejucos de ñame florecido, relucientes
hojas
de malanga. En el borde de la vereda, el montón perfecto,
alineado,
compacto de las cosas que venderá Therese Terziver. Pero es
curioso.
Entre los sacos de vianda o de carbón y los haces de leña
he deslizado el esqueleto intacto de un sofá y encima veo
aún,
fíjate bien, Therese Terziver, cuatro o cinco de las teclas del
piano.
3
de enero, 1997 y
13
de febrero, 1999
De
La
Belle equipe (en preparacion)
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