Apuntes
de la Guerra
Carmen
Paula Bermúdez
Julio Girona es también un cronista-viajero. La actividad “inventarial”
de tipos humanos que realiza, a
pluma y lápiz, en ciudades de la Europa ocupada o recién
liberada, así lo confirma. Dibujó a gente de la calle y de
la vida militar, prostitutas y mendigos, hombres respetables, prisioneros,
artistas y bellas mujeres. Cada dibujo es el testimonio de un desplazamiento:
Liverpool, Londres, Troyes, París, Lieja...
A diferencia de los cronistas europeos del siglo XVIII que llegan a América
en Reales Expediciones, con mandato de registrar cualquier accidente ecológico,
el soldado 422035387 sólo tenía un mandato real: aniquilar
al enemigo. Su larga serie de dibujos nace en la soledad, en pequeños
ratos de ocio, burlando a veces la disciplina de los campamentos.
Es cubano. Un americain en el Viejo Mundo. Un soldado voluntario
del Ejército Aliado de los Estados Unidos. La guerra debió
percibirse de manera muy particular. Antes del estallido bélico
(1 de
septiembre, 1939) Julio había tomado parte en la lucha antifascista
cuando apoya desde Cuba, y desde Nueva York, la causa del pueblo español
durante la Guerra Civil.
Es artista. La guerra permite descubrir lo desconocido. Una voz podrá
decir “Julio ya había estado en Europa”. Cierto, pero no en una
Europa desangrada, amenazada de total exterminio. Debió sentirse
un poco dios, un poco diablo; entrenado para la destrucción y entrenado,
hacía tiempo, para crear mundos. En su mochila además del
queso enlatado, polvos de sopa instantánea, llevó otras armas
de sobrevivencia: cuaderno de notas, lápices, pinceles, tinta china.
Sin saberlo quizás, Girona continúa una fecunda tradición,
la del artista cronista-viajero.
Stanton Loomis Catlin en un ensayo magistral sobre el tema (1), habla de
la importancia que tuvo esta práctica europea en el autorreconocimiento
patriótico y cultural de los pueblos americanos. Tradición
europea que engendró tradición en América. Desde fines
del siglo pasado hasta los bombardeos de Hiroshima-Nagasaki, numerosos
artistas americanos, y hombres americanos con una formación humanista,
viajarán por el Viejo Mundo haciendo apuntes, óleos, acuarelas;
registrando todo aquello que les parece nuevo, extraño. Así
América, en acto de reciprocidad, pondrá frente al rostro
envejecido de Europa otro espejo para que se descubra joven y distinta.
Siguiendo las consideraciones de Catlin en su ensayo, los trabajos de Girona
se ubicarían - por su contenido temático - dentro de la crónica
social. Esta categoría es la más amplia y variada pues incluye
el retrato así como “las formas de vida y los trajes típicos
de toda clase de habitantes, desde la sociedad urbana de la clase alta
hasta la de los barrios, desde el mercado,el campamento militar (...) los
malecones de carga de los puertos, hasta la selva y la jungla fronteriza”(2).
A Julio le interesan los seres humanos en su variedad, no el paisaje. Aunque
recorra el boulevar y los cafés, los parques, las explanadas y las
estaciones ferroviarias, aísla a sus criaturas en un impasse
donde el vestuario, los rasgos étnicos o la pose, así como
algún signo objetual, pueda sugerir una atmósfera, un ambiente.
Remito a Parque de Luxemburgo (París, 1949); Muchacha
de Liverpool (1944); Prisioneros alemanes en
Bélgica (s / f). La necesidad de no olvidar motiva la escritura:
en rincones del papel nombra ciudades, personas, sitios, acotaciones gráficas
que funcionan también como disparadores nemotécnicos.
Dice Roland Barthes que todo dibujante es ciego. Dibuja lo que tiene delante
como no viéndolo en
un acto donde la memoria y la experiencia, tienen un papel reconstituyente.
En los Apuntes de la guerra (1943-1946) dialoga lo real vivido
con lo real que se desea e imagina. Juegos de yuxtaposición. Se
acerca el artista nuevamente a los cronistas-viajeros de la época
colonial, quienes registraron la naturaleza americana, la vida de las ciudades,
sus gentes, según preceptivas, tipos, modelos del arte occidental
que conocían y admiraban. Igualmente Julio se sirve de arquetipos
y mitos de cultura: París tiene clochards, bellas mujeres,
y a los ingleses siempre los acompaña un especial sentido del humor.
Mirada compasiva, amorosa, pero no inocente. Su ojo no lo es. Más
que soldado quien mira es artista plástico (caricaturista-escultor-grabador-pintor),
hombre con sensaciones educadas. La realidad muchas veces se parece a un
cuadro, a una escena del cinematógrafo:
Durante
varias horas contemplamos los camiones, los carros de caballos, las cocinas,
los autos de reconocimiento, los tanques y los cañones pegados unos
con otros, con los colores castaños, ocres pálidos, verdes
con distintas tonalidades y los amarillos arenosos del camuflaje que me
recordaron las pinturas cubistas de Braque y de Picasso.(3).
La dinámica entre lo real que se desea e imagina y lo real que se
vive, determina la intencionalidad específica de cada dibujo. Si
recorremos con detenimiento la serie (más de 70 piezas) comprendemos
que al artista no lo mueve un interés sino varios; éstos
se combinan y/o se confunden; por lo general un interés triunfa
conduciendo a los demás a través de sí: unas veces
el humor, otras, el recuerdo y la memoria. Mayormente a Girona le interesa
retratar, sólo que ese retrato puede ser más externo, más
apegado al referente “natural”, o más psicológico, profundo.
En los Apuntes... Girona consigue una visión distinta del
desastre. Si en Anschluss. Alicia en el país de las maravillas
(1942), Kokoschka pinta una amarga alegoría satírica sobre
la destrucción por Hitler de su ciudad natal, si Picasso antes,
había “congelado” esa destrucción, movimiento caótico
de la vida en la muerte (Guernica, 1937), el pintor cubano se internará,
contrariamente, en el costado no-apocalíptico de la guerra, en esa
“normalidad” que toda situación terrible crea, a pesar suyo. Su
tono no será patético, burlón o épico. Su tono
es amable, mesurado. Apartará lo descarnado y grotesco para buscar
lo delicado, lo pintoresco, lo sutilmente emotivo de los días de
guerra.
El
dibujo caricaturesco
En la patria de Hogarth y Rowlandson, Julio adopta el dibujo caricaturesco;
ese que es veloz, económico, capaz de descubrir aspectos graciosos
en las cosas. El pintor se había iniciado en el
mundo de la caricatura y soñaba con publicar en revistas. A la edad
de doce años, Conrado Massaguer le publica sus primeros dibujos
en Social. Recordemos que en esa época de los años
veinte Cuba tenía una historia breve de humor gráfico, aunque
de gran calidad. Desde 1921 La Habana celebraba anualmente el Salón
de Humorismo auspiciado por la Asociación de Pintores y Escultores.
Allí expusieron dibujantes de la talla de Massaguer, Rafael Blanco,
Jaime Valls y Eduardo Abela. La línea desarrollada por el primero
fue de un refinado esteticismo, bien informado de las últimas corrientes
norteamericanas y europeas. Un humor amable. Tenía fama de “dibujar
a todos sin molestar a ninguno”(4). Gustaba de trabajar el disegno de manera
continua, con gran economía de fondo y composición. Este
concepto massagueriano del dibujo es el que está más cerca
de Girona en los trabajos (que he decidido llamar) caricaturescos.
En las calles de Londres (1944) hace gala de una economía
extrema. La línea fina, continua, corre a velocidad para darnos
a un inglesito estirado que sugiere lo cómico. Ahorro grande en
los recursos - no sombra, no rayado, no detalle - En igual cuerda se encuentra
Marinero
(Liverpool, s / f). Con Calle de Londres (1944) además
de un interés de tipificación social (el policía,
el soldado, el marinero) donde los trajes tienen un papel destacado, se
interesa por aspectos netamente plásticos. Coloca una figura bien
abajo respecto a las otras dos, rompiendo la lógica proporcional
del cuadro. Esta ubicación a-lógica de figuras en la superficie,
Julio la recupera para su pintura, la cual desarrolla después de
la guerra y lo acompaña hasta hoy. Esta a-lógica de ciertas
figuras se torna lógica cuando la imagen se libera de los clásicos
referentes de “sitio”, “lugar”, instaurándose en el espacio neutro
de la hoja. Ahora los dos sombreros cumplen una función razonable:
compensar la zona izquierda de la imagen: Londres, 1944.
El artista juntará cinco personajes en el tiempo caprichoso de un
no-lugar.
El
dibujo del recuerdo y la memoria
La guerra no debe ser solamente una canción. En ciertas obras es
evidente el esfuerzo por recordar lo visto, lo que agrada, llevándolo
y llevándolo al papel en gestos de reconquista. Dibujos como
Muchachas de la Cruz Roja (Troyes), Dos hombres
(París), fueron realizados una parte in situ, frente
a los modelos; otra parte, después, en otro lugar. La yuxtaposición
de dos figuras, una vista, otra recordada, registra los movimientos de
la mente. La reiteración - variando dimensión y detalles
- de un motivo enriquece la zona nula del papel con una extraña
fragilidad. En
Dos hombres aparece la escritura, huella mágica
capaz de convocar colores sólo con su nombramiento.
También Julio dibuja invenciones, algo o alguien que no vió
salvo en su mente, dándole cuerpo con las manos como si en vez de
memoria amasase barro: Desnudo, 1945. El modelado del cuerpo
femenino es perfecto, no pretende el contraste sino enfatizar volúmenes.
Manos y pies gritan la tristeza del rostro. Una masculinidad subterránea
avanza por las extremidades del cuerpo femenino que se nos antoja en su
excepción -único desnudo de la serie- una alegoría
de la Europa ocupada.
Tiene obras donde la referencia más inmediata no es lo que se tiene
delante, y se ve, sino el arte que se ha estudiado y se admira. Alude con
desenfado a otros pintores, incluso, a sí mismo. Prostituta
pensativa (París, 1945) posee la elocuencia de los cuadros
azules de Picasso, el sentido musical de los arabescos matissianos. La
mujer no está melancólica: su figura recita la melancolía.
El brazo levantado con la mano sirviendo de apoyatura al rostro constituye
en primera instancia una cita del artista a sí mismo, solución
probada en óleos que realizó antes de partir a la guerra
(5). A su vez esta cita alude a un icono más antiguo: Jeunne
femme accoudée (1935), de Henri Matisse. Con Estudiante
en el Café (s / f), Girona exterioriza su admiración
por el arte robusto de Cézanne, sobre todo por sus retratos de interior.
El tópico de la copa y la mesa dislocadas respecto al centralismo
perspectivista tradicional, la deformación manos-chaquetas-rostro
en ángulos indiscretos, revelan que Cézanne es lección
bien aprendida, recuerdo placentero en medio de las bombas.
El
retrato descriptivo
Los trajes constituyen una rica semiología social. Ponen al descubierto
identidades, diferencias de clase, de culturas y etnias, de gustos y sentimientos.
Como artista cronista-viajero, Girona concede una tremenda importancia
al vestido, a todo aquello que conforma humanamente la imagen de los hombres.
En sus Apuntes de la guerra pretende retratar a la sociedad europea
que conoció. Dibujará individuos con atuendos diversos que
viven un desastre común. El vestido adquiere un valor representativo
que denota, muchas veces, un orden militar (Soldado alemán
en traje de camuflaje)
o civil (Hombre en la calle, Troyes); una clase (Trabajador
en el bistro); una jerarquía (Oficial ruso);
una condición social, humana (Mendigo, París).
Aunque lo sicológico en estas piezas quede, de hecho, relegado en
favor de la descripción, no se trata nunca de maniquíes disfrazados,
sino de seres humanos vestidos que exponen con rostros y manos una humanidad
particular. El ojo busca primero regodearse en el corte de un abrigo, en
bolsillos, gorras, botones. Debido a esta intención descriptiva
general, el artista aleja su punto de vista privilegiando el “plano americano”
y la panorámica.
Del ambiente militar se destacan Prisionero alemán,
Prisionero
en Lieja, Dos prisioneros alemanes,
Soldado
alemán, tintas y grafitos realizados en Bélgica en
el invierno crudo del 44, cuando “los soldados nazis con sus uniformes
gris-azulados parecían fantasmas. Llevaban la cabeza llena de bufandas
asomando sólo los ojos y la nariz. Las mangas de sus abrigos cubrían
sus manos como si hubieran sido cercenadas, y el intenso frío, con
viento, nos hacía estar en constante movimiento y golpear los pies
contra el suelo, mientras agitábamos los brazos para evitar que
se entumecieran”(6)
En Troyes y París trabajó la figura masculina haciendo énfasis
en la plasticidad de los trajes, de las figuras como un todo. En Hombre
en París la capucha se convierte en área amplia,
dura, con vértices cortantes. Tiene dos dibujos que parecen grabados.
En un caso (Prisionero alemán, Troyes, 1945) el papel
es madera imaginaria, la tinta ocre hace incisiones verticales-horizontales
dotando a la imagen de calor e intimismo. La figura negra del Hombre
en Francia (1945) se recorta sobre lo blanco del papel mientras
las líneas se entretejen en viril retícula.
El dibujo en retícula es muy antiguo, ha estado asociado al grabado
desde la época del Renacimiento. En los aguafuertes de Rembrandt,
en los grabados en metal de Durero este efecto-retícula dio
a las obras un poderoso verismo. No obstante el impacto, la monumentalidad
de Hombre en Francia -así como otras obras donde prima
el reticulado- están en deuda con la gráfica mexicana. Cuando
Girona realiza sus Apuntes... una de las experiencias más
recientes es la del Taller de Gráfica Popular, México. El
taller fue fundado en 1937 por Leopoldo Méndez, Luis Arena, Pablo
O’Higgins. En poco tiempo se convirtió en una prestigiosa escuela
de técnicas gráficas. Desde los tiempos de Posada, el grabado
mexicano estuvo comprometido con la cultura popular, las luchas y los problemas
sociales. Si como han dicho los semiólogos, los signos tienen memoria,
entonces esta memoria sociorrealista del grabado penetra el universo de
Girona para darle a su dibujo fuerza, civilidad.
El dibujo de mujeres exige un aparte. Si en los retratos de hombres triunfa
lo eléctrico y lo cortante,
en estas piezas se luce la fantasía, la sensualidad, la música.
Si no fuera por la evidencia, delgada, del grafito, uno puede creer que
Julio dibujó a estas mujeres con las manos, acariciándolas.
La línea continúa precisa mas no cortante; se trabaja la
curva, lo orlado y combado. Se aparta el efecto-retícula para proceder
con el rayado leve, el difuminado. La mirada se aproxima mucho más
al modelo, capta la gracia del atuendo, la belleza de los rostros maquillados.
El dibujo (blanco-negro) adquiere una dimensión cromática,
suaves matizaciones que van del negro al rubio, del marrón al cielo.
Durante los años de la ocupación nazi las mujeres francesas
no dejaron de ir al modisto ni al peluquero. Ellas no querían ofrecer
al invasor - tampoco al mundo - la imagen de la destrucción, el
sometimiento. Buscaban desafiar al enemigo con actos de libertad y de belleza.
Si las auxiliares del ejército nazi eran las souris gris
ellas debían ser banderas: rojas, azules, blancas, encendidas de
color. Si las auxiliares alemanas llevaban la cabeza rapada, el traje masculino,
las francesas respondían con femeneidad en el vestir. El maquillaje
fuerte, el cabello largo, liberado, se convierten en símbolos de
rebeldía, de orgullo nacional. Especialmente en París “tanto
las mujeres ligeras como las virtuosas, las alegres como las serias, las
inocentes como las endiabladas...todas, organizaron ese estilo de vestir
y de vivir que era un desafío a los `hunos’ y a las mujeres alemanas,
graves y rígidas con sus uniformes” (7). La moda, el maquillaje,
la vanidad, significaron en Francia un triunfo del espíritu sobre
la muerte.
El 25 de agosto de 1944 París se declara territorio libre. El pueblo
se había sublevado expulsando al enemigo antes de la llegada de
las tropas aliadas. Al año siguiente, Girona frecuenta la ciudad;
la guerra contra el fascismo está practicamente ganada. Cuando por
fin termina, el artista espera allí su permiso oficial para regresar
a su hogar de Brooklyn, Estados Unidos. En la ciudad-luz no puede menos
que admirar a las heroínas de la résistance, dibujarlas
con holgura y placer.
Hoy Julio dice si pinta mujeres: “el perfil es el que manda”(8). Sin embargo,
en la época de la guerra, trabajó los rostros ligeramente
ladeados y en semi-perfil. En dos dibujos el manzanillero anunciará
su fascinación por Piero di Cossimo, por los muralistas florentinos
del siglo xv. Ellos son Mujer en el Café Le Domme
y Mujer en el boulevar (la figura aún exhibe un alto
sombrero de la resistencia). Tiene dos piezas en las que describe el arreglo
femenino develando las diferencias de clase de una mujer respecto a otra.
Compárese Mujer francesa con Mujer en la Cité
Universitaire.
Ambos trabajos poseen un mesurado erotismo. En el primero la presencia
de una figura masculina rompe el ”círculo aureático” que
contiene a la joven, roza con la mano su rodilla en gesto que promete continuar.
En el segundo, dibuja a una muchacha mientras se descubre con delicadeza
la pierna, tratando de librarse de la restricción que todo vestido
impone.
Interesante es (sobre todo en el primer dibujo) un fenómeno que
aparece con la serie y deviene característica de una zona del arte
actual de Julio Girona: esa pulsión, ese deseo físico
de participar del real creado. Introduce su yo imaginario en el cuadro
pero siempre de manera distanciada, disimulada.
En Café de Montparnasse la intención descriptiva
llega al maximum de detalle e ilusión cromática. El
dibujante se traviste en maquillista: delinea los arcos de las cejas, las
comisuras de la boca; hace nacer del ebony el rojo encarnado de
Joan Crawford, el negro de las pestañas con rimel. Después,
la mirada da vueltas en el cabello, baja por círculos pequeños
e irregulares, que parecen contener, uno a uno, secretos, esperanzas. Ahora
mientras Julio desviste a sus mujeres o, simplemente, las pinta desnudas,
este énfasis cosmético de los días de guerra
permanece sutil en los rostros femeninos.
El
retrato psicológico
Es la excepción. Llevar lo psicológico al extremo implica
dar mucha importancia a lo simbólico, a lo expresionista, y el artista
es prudente en el manejo de tales términos. Cuando se observa su
pintura actual, estos Apuntes... uno siente que Julio está
cerca de aquella teoría musical de los afectos. Mozart había
reparado en ello en sus cartas: quería representar “el furor de
Osmín”, “la tristeza de Constanza”. Girona igualmente gusta de dar
una nota, o tres, o dos, del carácter del retratado, mas no complejizar
a sus figuras.
Hay ejemplos donde todavía compiten lo descriptivo con lo psicológico
(Café en París, 1945, Soldado yugoeslavo,
Prisionero
alemán, Lieja): medio camino entre aquel retrato que analizamos
y éste, caracterizado por mayor intensidad y profundidad emotiva.
Café
en París podría llamarse “La muchacha
que sueña” pues todo contribuye en tal sentido. La mano que se acerca
bellamente al rostro en pensativa retórica, y el lazo de mariposa,
dicen que el pensamiento vuela hacia otra parte.
Cuando el grupo 555 de la Fuerza Aliada entra en Lieja a las once de la
noche, instalándose en una vieja panadería -ocupada horas
antes por los alemanes--, Julio ve, por vez primera, a un prisionero del
ejército enemigo. “Era delgado y de poca estatura. No parecía
el superhombre que vimos en los documentales, el soldado invencible que
había conquistado casi toda Europa. Era cabo y llevaba una condecoración
roja y negra...Saqué de la mochila mi cuaderno de dibujo. Le dije
que se sentara para dibujarlo. Se quedó tranquilo, callado. Parecía
triste. Mientras lo dibujaba pensé que debía alegrarse por
haber salvado la vida”(9). Lo dibuja detalladamente mezclando la tristeza
del soldado con una leve alegría, ésa que debía tener
(Prisionero alemán)
Milos el yugoeslavo, hablaba servio; Julio no. Ellos se entendian con dos
palabras. El artista cubano le dedica una hermosa mini-serie. El dibujo
propiamente dicho, realizado a lápiz, estuvo precedido por un esbozo
a tinta (Soldado yugoeslavo); después sirvió
de guía para la creación de un gouache homónimo.
El yugoeslavo tiene un bigote, un gorro que denota su origen. El cielo
pasa por sus ojos y las manos se posan sobre el arma de matar.
La intención descriptiva ahora desaparece. El artista acerca el
ojo. La figura gana en monumentalidad, en prestancia. Abstrae detalles
para enfatizar/deformar partes del cuerpo, del atavío. Todo expresa
la energía de cada temperamento En El pintor (París,
1945) hace aparecer el efecto-retícula para dar la terribilitá
del retratado, la idea del genio. A Dolores Ibarruri, La Pasionaria
(París, 1945), la retrata de memoria. Un rato antes la había
conocido en un café; habían conversado sobre la guerra. El
dibujo se cierra sobre sí, siguiendo la línea del abrazo
picassiano. El cuerpo se deforma para ganar en dimensión; el rostro
-colocado de perfil- capta lo español del ojo, del peinado; la boca
apretada, la mano -gesto de orden- en la barbilla, expresa la concentración,
la audacia política de la leyenda de Oviedo.
Las manos reciben en la obra de Julio Girona un tratamiento especial, máxime
en piezas como éstas cuya intencionalidad primera es la expresión
psicológica. En sus Apuntes... las manos se trabajan magistralmente.
Une la tradición hedonista francesa e italiana donde la mano es
sujeto sensual de belleza, con la tradición hispano/germana raigalmente
expresionista, donde las manos adquieren belleza a través de la
pasión, el desgarramiento, el drama. Lo que el maquillaje oculta,
lo que el vestido no se atreve a confesar, lo confiesa de golpe la mano.
A veces tiene tanto peso que rivaliza con el rostro y puede, incluso, llegar
a desplazarlo. Llamo la atención en el hecho de que Julio haya conocido
a través de su esposa, la escultora alemana Ilse Erythropel (10),
el arte de Van Gogh y de los expresionistas alemanes. Recién concluida
la guerra, en París, Julio conoce al hijo del doctor Gachet: este
lo conduce a la casa de Van Gogh en Auvers-sur-l’oise; a la tumba, al campo
de trigo. Si sus Apuntes de la guerra deben algo a este movimiento
romántico, eso se delata en el trabajo de manos, y en piezas de
excepción. Hombre italiano en Montparnasse (1945)
es un homenaje a Vincent. Las líneas del rostro y de la chaqueta
son fuertes, nerviosas. Hay locura en esos remolinos
que dibuja, tan característicos de los autorretratos de Van Gogh,
de sus paisajes en Arlés.
Existe
un cuadro del siglo XVI que debe su belleza a un guante roto. La vida del
universo, infinita, penetra a través de un dedo. Sensación
parecida ofrece un dibujo de Girona: Prisionero en la mesa
(1945). La retícula quiere tachar al retratado. De repente la mano
se emancipa, rompe el límite que la contiene y burla la oscuridad.
Se puede escuchar, no sin esfuerzo, en el interior, la cancioncilla del
centauro.
septiembre-octubre,
1997
Citas
y Notas
1-
Stanton Loomis Catlin. El artista viajero-cronista y la tradición
empírica en el arte latinoamericano posterior a la Independencia.
En: Arte en Iberoamérica. Ed. Turner, Min. de Cultura, Madrid,
1989, pág. 41-61.
2-
Idem,pág.48.
3-
Julio Girona. Seis horas y más. (testimonio), Ed. Letras
Cubanas, La Habana, 1990, p. 114-115.
4-
José M. Carbonell. La caricatura contemporánea en Cuba.
En; Evolución de la Cultura Cubana. Imprenta cubana El siglo
xx, Cuba, 1928, t. xviii, p. 252.
5-
En la revista Grafos Havanity (mayo, 1943, p 14 ) se reseña
una exposición de Girona en La Habana. Se reproduce un óleo
de mujer, realizado probablemente entre 1941-1942, donde la figura es representada
en igual pose.
6-
Julio Girona,Idem, p. 127-128.
7-
Lee Miller, corresponsal de la revista Vogue durante la liberación
de París, cit. por Max Von Boehn. La moda. Historia del traje
en Europa desde los orígenes del Cristianismo hasta nuestros dias,
Salvat Editores, Barcelona, 1947-1956, t. xi, p. 211.
8-
Cit. por Orlando Hernández en el catálogo a la Expo. Las
mujeres de Julio Girona, Centro de Prensa Internacional, La Habana,
sept, 1995.
9-
Julio Girona, Idem, p. 118-119.
10-
Nace en San Francisco, California; muere en 1967, E.U.A. Llega a La Habana
en 1932. Fue presentada a Girona por el maestro Juan José Sicre,
quien ejercerá influencia en sus primeras obras realizadas en Cuba.
Según su esposo, enfermó cuando hacía sus mejores
obras...” Hizo obras abstractas y en metal con placas de hierro y tubos
de escape de automóviles. Se fue abriendo paso en galerías
y museos. Sus retratos tenían un estilo propio y a la vez muy alemán.
En el cementerio de La Habana, está un busto y un relieve de Cristo
en mármol que ella talló.” (Memorias sin título,
Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1994).
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