En esta sección los lectores de La Habana Elegante encontrarán
el artículo: José Martí y los chinos en Estados
Unidos, de la profesora Araceli Tinajero, y el ensayo: El
teatro de sombras americano (o Cristóbal Colón revisitado),
del poeta narrador y ensayista Rogelio Saunders. Como recordarán
nuestros amigos, ésta es la segunda entrega de Saunders, y es un
anticipo de su libro sobre la obra carpenteriana, aún en preparación.
La
Habana Elegante homenajea así a Alejo Carpentier en su Centenario.
En cuanto al texto de la prof. Tinajero, éste forma parte del modesto
dossier que, sobre la presencia china en Cuba, hemos preparado para la
presente edición de nuestra revista.
José
Martí y los chinos en Estados Unidos
Araceli
Tinajero - The City College of New York
“Los
desterrados saben que la tristeza que inunda el alma en la tierra, es el
dolor mismo del destierro. Hay almas que no saben nada de esto,--porque
hay almas-nubes, y almas-montes, y almas-llanuras, y almas-antros."
José
Martí
Gran parte de la obra de Martí fue escrita en Estados Unidos y publicada
en periódicos de América
Latina donde un vasto público lector leía lo que sucedía
tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Sus crónicas
de variadas escenas norteamericanas son algunos de sus textos más
lúcidos donde se presenta una fusión del desorden, del caos
y al mismo tiempo del equilibrio y la concordancia en aquella época
finisecular. Martí escribió con fervor sobre otras minorías
extranjeras que vivían en Estados Unidos, como los irlandeses, los
italianos y los chinos, por citar sólo un par de ejemplos. En este
ensayo me ocuparé de las crónicas sobre los chinos en Estados
Unidos.
En 1882, Martí escribió para “La Opinión Nacional”
sobre el maltrato que se les daba a los chinos:
A
pesar del clamor hostil con que los inmigrantes europeos reciben a los
chinos en California, a tal punto que es ya allí un grito de combate
este grito: “Los chinos deben irse!”, no cesan de ir inmigrantes de Oriente
en todos los vapors que de China hacen el viaje a California, donde se
les somete a toda clase de ridículas posturas y bochornosos exámenes….
Luego que han sido registrados, y que les han estrujado sus ropas, deshecho
sus baúles, destrenzado sus cabellos y palpado su cuerpo, los marcan
con una cruz de yeso, como hacen en las aduanas con los baúles,
y son recibidos por una de las seis companies de inmigración que
retiene al chino en su poder, y usa según contrato del producto
de su trabajo, hasta que se resarce del dinero que ha gastado en su viaje.
(23: 181)
La
discriminación del chino a finales del siglo XIX era un hecho que
ocurría no solamente en Estados
Unidos sino en Cuba también, como muy bien lo ha visto Francisco
Morán (1). Horrorizado por la discriminación que sufrían
los chinos y por la velocidad que se sentía al vivir en aquel fin
de siglo, Martí escribía: “no tienen los ojos espacio para
todo lo que salta en ellos. Ya es el guía de la raza negra que muere.
Ya son mineros y ferrocarrileros que se alzan en demanda de monto de sueldos.
Ya son californianos avarientos, que tienen celos de los chinos sobrios,
y exigen en el calor de los motines, que se ponga coto a la venida de los
chinos” (9: 278). José Martí, quien vivió el exilio
en carne y hueso, sabía en el fondo de su alma lo que representaba
no poder volver a su tierra natal. Esa lucha interna y externa de querer
volver y no poder hacerlo se intensificaba y no podía ser más
transparente en su escritura: “amo a mi tierra intensamente. Si fuera dueño
de mi fortuna, lo intentaría todo. Mas no soy dueño, y apago
todo sol, y quiebro el ala a toda águila. Hoy sobre el dolor de
ver perdida para siempre la almohada en que pensé que podría
reclinar mi cabeza, tengo el dolor inmenso de amar con locura a una tierra
a la que no puedo yo volver” (citado por Schulman, 148). Su propia
situación la veía reflejada en cierto sentido en los chinos,
quienes, a la inversa, aunque querían entrar a Estados Unidos no
podían hacerlo, mientras que los que ya estaban dentro sólo
podían volver bajo condiciones muy estrictas:
Más
grave ha sido la enmienda que en el debate sobre inmigración de
chinos a California ha aceptado por fin el Presidente. En diez años
no podrán venir más chinos a los Estados Unidos: ni chinos
artesanos, ni chinos sin arte. El dueño de todo buque en que viniesen,
será multado y preso. Todos los chinos que estaban en los Estados
Unidos el 17 de noviembre de 1880, día en que se firmó el
tratado entre los Estados Unidos y China, y los que vengan durante los
tres próximos meses, podrán salir, ir a China y volver, provistos
de certificado al salir, en que les sirva de pasaporte al reentrar, ir
a China y volver. … Ni por tierra ni por agua podrá entrar trabajador
chino en los Estados Unidos, y con multa y prisión será castigado
el que les ayude a entrar. … Para los chinos se cierran las puertas del
trabajo. (9: 311-312).
Cierto
es que Martí escribe esas crónicas en calidad de extranjero
y su mirada hacia el chino está afectada
por el hecho de que ellos también son extranjeros. En tierra ajena
el exiliado siempre está lejos de casa. La distancia del exiliado
es la misma a pesar de que los chinos venían de un país tan,
tan lejano y Martí venía de una isla solamente a escasas
90 millas de los Estados Unidos. A manera de analogía, Roberto González
Echevarría analiza este fenómeno en relación con la
obra de Alejo Carpentier: “in terms of everyday experience, the issue of
distance and exile is related to the question that all of us ask when traveling
to a faraway or exotic place: Are we still ourselves? Are we the same,
or has the trip changed us completely, and how can language signify that
difference? How can one be the same in two different places?” (128). La
distancia, esa lucha interna, y el arraigo y desarraigo del exiliado, se
intensifican en la escritura, por eso es revelador que Martí se
haya valido de la técnica impresionista para presentar al chino
en los Estados Unidos.
Si por un momento analizamos la posición de los lectores de Martí,
es evidente que la construcción del imaginario oriental es una construcción
de fragmentos que ideológicamente, como la escritura misma, chocan
entre sí. Chocantes son las imágenes de un casamiento chino
donde se describe así al novio: “no es de Carnegie, el amigo de
Blaine, sino de Ynet-Sing, el comerciante chino que se ha casado, sin dientes
y sin espina dorsal, con un nomeolvides que ha venido de China” (12: 62).
La ambivalencia de este modo de representación revela su lucha interna.
Es decir, en la misma crónica, Martí admira con fervor la
ceremonia de la boda y hasta llega a admirar cómo los chinos fuman
tabacos de la Habana:
Entra
la novia. La asamblea se pone en pie en silencio. Sobre la seda roja, tendida
al pie del altar, se arrodilla, junto a Ynet, la Linda flor de la China….
Y ofrecen luego a los huéspedes en las tazas menudas té oriental,
y por la taza que toma, deja el huésped, envuelta en papel fino,
una moneda de oro, que es el óbolo rojo. Pasan luego tabacos de
la Habana, que entre los chinos es gran riqueza; y otro óbolo. Y
luego es lo más bello de la boda, en que los chinos se parecen a
los indios: la novia va a pedir la bendición al chino más
anciano. (12: 64-65)
En
esa misma crónica, la descripción antitética nos hace
pensar en el fenómeno de la Otredad. En términos bajtinianos:
“I am conscious of myself and become myself only while revealing myself
for another, through another, and with the help of another. … To be means
to be for another, and through another, for oneself” (287). Para Bajtin
el ‘yo’ significa ser también el otro ya que ‘yo’ soy ‘otro’ a la
luz de la Mirada de los demás. Por lo tanto, uno se crea a sí
mismo por medio del lenguaje de uno mismo. Y, paradójicamente, las
palabras de uno mismo también expresan la mirada del mundo, y el
lenguaje del mundo se crea a partir de cómo el Otro me mira a mí,
en un interminable juego de espejos.
Anteriormente señalé que Martí se valió de
la técnica impresionista para representar a los chinos en Estados
Unidos. Antes de seguir adelante, me gustaría repasar brevemente
lo que se entiende por
impresionismo. El impresionismo fija, sin contemplaciones ni reservas,
lo que el escritor percibe instantánea y subjetivamente en la realidad.
De acuerdo con Elisa Richter, el impresionismo es “la reproducción
de la impresión de las cosas. No es cuestión de cómo
sean ellas objetivamente, sino de cómo se aparecen, aquí
y ahora, al ojo del observador. El impresionista, al ver un objeto, no
se pregunta cuáles son sus orígenes ni sus antecedentes;
no lo enlaza a sus causas ni a sus efectos” (citado por Schulman,
392). Ahora bien, al hacer la descripción de un funeral chino, Martí
utiliza la técnica impresionista para representarlo todo: desde
la procesión, hasta el semblante del muerto que va dentro del baúl.
La crónica conocida como “Un funeral chino” fue una crónica
sin título que Martí envió a Buenos Aires el 29 de
octubre de 1888, y que se publicó en esa ciudad el 16 de diciembre
de 1888 en La Nación. En el primer párrafo señala:
“hoy hay música extraña, la música de los funerales
de Li-In-Du. Vamos con Nueva York curiosa, a oírla” (12: 77). Desde
el principio, el escritor toma una posición: él también
es un curioso y la música es Otra. La cacofanía estalla en
la escritura misma: “Bon, son son! Y el aire despedazado chirría
y cruje” (12: 80). Martí ocupa un párrafo para describir
las batallas heroicas de Li-In-Du, y lo eleva a la altura de un prócer,
de un héroe. Por otra parte, y aquí coincido con Francisco
Morán en su estudio, la crónica del funeral sugiere ser un
pretexto para dar a conocer y sistematizar a los chinos de Nueva York,
de tal manera que el sentido último del texto se vuelve
ambiguo (2). El texto está compuesto así de oposiciones binarias:
por una parte, está lo heróico con sus brillantes colores;
todo está representado en constante movimiento: “los jinetes van
descubiertos, en la trenza envuelta en percal negro… la gran bandera roja…
y luego venía el estandarte amarillo, en figura de corazón
floreado… y sus miembros de túnica azul y casquete de seda negra…”
(12: 80-81). Por otra lado, en contraposición a la idealización
de esa procesión heroica, resalta a principios del texto una descripción
impresionista que congela las imágenes y sistematiza la sociedad
china de Nueva York. La descripción de la calle Mott se convierte
en una suerte de “Matadero” que sigue el orden de sistematización
de Facundo. La crónica no pueder parecerse más que
a la fusión de esos dos textos; tampoco hay que olvidar que Martí
escribió esta crónica para un público argentino: “Mott
y sus alrededores están llenos de gente de Asia, congregada para
llevar a la tumba con honor a su prohombre Li-In-Du; lleno de los irlandeses
e italianos, que comparten con ellos aquel barrio lodoso y fétido;
lleno de curiosos de todas partes del mundo, que a millas repletan las
calles por donde va a pasar la procesión” (12: 78). En cierto sentido
la representación es repugnante y, al mismo tiempo, todo se mezcla:
una emoción subjetiva idealizada / no idealizada e impresionista
/ expresionista. La Mirada ve al Otro deforme y grotesco, borroso. La narración
se convierte en ambivalente, como diría Homi Bhabha, ya que mientras
el Otro se convierte en algo grotesco y distinto, a la vez se convierte
en objeto del deseo. El escrito “enmascarado” trata de reconstruir al Otro
pero ese Otro nace, muere y resucita detrás de la misma máscara
del escritor. La construcción del Otro, en términos de Lacan,
es la construcción del Yo, de un Yo fragmentado, borroso, grotesco,
que al igual que el ideal, se convierte en un objeto del deseo inalcanzable
con la diferencia que el Otro del momento está presente.
Las crónicas martianas que representan a los chinos en Estados Unidos
revelan nada menos que los valores y las preocupaciones del apóstol
en aquella época finisecular tan rápida y amenazante.
Es por eso que esos textos presentan varias facetas: primero, Martí
siente una profunda tristeza por
el chino que no puede, ni llegar a, ni salir de Estados Unidos; segundo,
idealiza al chino héroe; tercero, admira la cultura china y sus
costumbres tan arraigadas, y cuarto, presenta al chino deforme, grotesco
y borroso. Como hemos visto, todo eso se llega a mezclar en la misma crónica.
Susana Rotker señaló que “la crónica, como el periodismo,
no inventa los hechos que relata; pero su manera de producir la realidad
es otra. Los textos enviados por Martí como corresponsal en Nueva
York no se adhieren a una representación mimética, pero su
subjetivismo no traiciona la realidad, sino que se le acerca de otro modo,
para redescubrirla en su esencia y no en la gastada confianza en la exterioridad
(252). Las crónicas martianas que representan al chino nos muestran
en una forma transparente la lucha de clases e ideologías que se
vivían en aquella época finisecular en Estados Unidos. Es
por eso que la escritura se convierte en un campo de batalla que va del
respeto a la idealización y después a lo grotesco. Esos textos
sólo representan una pequeñísima faceta de la aproximación
modernista hacia el Oriente; las demás facetas nos muestran otras
caras, otras caras que poco a poco nos ayudan a conocer la propia. Curiosamente,
cuando Martí escribió sobre los chinos, éstos ya formaban
parte de la historia cubana y poco a poco contribuyeron a que la cultura
de la Isla se enriqueciera formando así una cultura tan diversa
y original como la de hoy.
Notas
1.
En su disertación, aún inédita, Guardarropías
del deseo: los escondites del modernismo, Morán menciona varios
ejemplos del discurso discriminatorio contra los chinos. Así, se
refiere a textos de Enrique José Varona, Benjamín de Céspedes
y José Antonio Saco.
2.
Morán observa algo similar, por ejemplo, en el caso de Enrique Gómez
Carrillo, en quien el espectáculo oriental; mejor, orientalista,
suscita al mismo tiempo fascinación y horror.
Bibliografía
Bhabha,
Homi. The Location of Culture. New York: Routledge, 1994.
Bakhtin,
Mikhail. Problems of Dostoevsky’s Poetics. Caryl Emerson, ed. y
trad. Minneapolis: U of Minneapolis Press, 1994.
González
Echevarría, Roberto. The Voice of the Masters. Writing and Authority
in Modern Latin American Literature. Austin: University of Texas
Press, 1988.
Martí,
José. Obras completas. La Habana: Editora Nacional de Cuba,
1963-1973.
Morán,
Francisco. Guardarropías del deseo: los escondites del modernismo
(disertación doctoral, 2002, inédita).
Rotker,
Susana. Fundación de una escritura: las crónicas de José
Martí. La Habana: Casa de las Américas, 1992.
Schulman,
Iván a. Símbolo y color en la obra de José Martí.
Madrid: Gredos, 1960. |