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Una catedral rusa para La Habana*

¿Templos para religiones impracticadas?
¿Un alto centro de formación de restauradores con sede en un edificio amañado?

Antonio José Ponte, Madrid

     Criticando alguna vez a Cirilo Villaverde, Manuel de la Cruz habló de que la prosa de éste equivalía a la entrada de las tropas de Cosmópolis en La Habana: un ataque o desfile militar que resultaba sumamente heterogéneo, insoportable por la diferencia de uniforme y armamento entre tantos vocablos reunidos. De modo semejante, un tramo de la Avenida del Puerto, en la Habana Vieja, ha acogido a una suma tan extraña de edificaciones que sólo podría explicarse mediante la ocupación de La Habana por fuerzas de Cosmópolis.
     Enumero esos sitios: un jardín abierto a la memoria de Lady Diana Frances Spencer, otro jardín en honor de Teresa de Calcuta, una Catedral Ortodoxa Griega, un Museo del Ron, y una Catedral Ortodoxa Rusa, en construcción aún.
     Según creo recordar, pocas ocasiones tuvieron los habaneros de acceder a noticias sobre Diana de Gales mientras ella vivió. Los pocos diarios y revistas que circulan en la Isla no iban a reservar espacio para las desavenencias de una casa real europea. Y tampoco se entretendrían en comentarios acerca de las virtudes de una religiosa. Esos jardines a la memoria de Diana y Teresa no responden, por tanto, a voluntad popular alguna.
     Podrá aceptarse que la estatua del Caballero de París, erigida a pocos metros de allí, viene de un reclamo masivo y homenajea a un novelesco hijo de la ciudad. De acuerdo también con que el nuevo Hemingway, acodado en una barra, cumple con la apetencia colectiva de halagar al más célebre parroquiano del Floridita (aunque ya existía allí un busto suyo, en ocasión del Nobel). Hasta la estatua de John Lennon, emplazada en un banco de parque del Vedado, podría tomarse como monumento a la juventud de aquella generación cuyo mayor trauma (juzgo por el testimonio de varios narradores nacidos en los cincuenta) consistió en escuchar secretamente a un combo inglés bajo censura.

Gestos y pactos

     Pero, ¿a qué vienen en La Habana estos memoriales de una princesa y una monja? Constituyen, a no dudarlo, gestos diplomáticos del historiador de la ciudad, Eusebio Leal Spengler. Alguna delegación británica debió quedar complacida a la salida del jardín, alguna congregación religiosa habrá visto con buenos ojos cómo es recordada en el Caribe una querida hermana… Junto a la Catedral Ortodoxa Griega, una tarja remite a los orígenes de tan inusitada construcción: "Esta catedral es un regalo del pueblo cubano para la Iglesia Ortodoxa Griega y el Patriarca Ecuménico Bartolomeo". Y encima de la leyenda una imagen rememora el encuentro de Fidel Castro y el patriarca griego.
     No ha sido necesario que feligresía alguna clame por la necesidad de un templo para acercarse a Dios en ruso. Alzada frente al Muelle de Luz (en los terrenos del bar Los Marinos), la catedral con torres rematadas en cebollas será un regalo más del pueblo de Cuba a una lejana fe y a un patriarca desconocido. Inoportuna, como habría sido en los tiempos en que hombres y mujeres soviéticos habitaban la capital cubana, va a alzarse ahora para un ritual sin fieles.
     No será la casa de la alianza con un dios, sino el monumento a un tratado entre hombres: su construcción sella algún pacto post-comunista entre Cuba y Rusia.
     A estas alturas resulta difícil percibir cuáles extrañezas en la prosa de Villaverde sobresaltaban a Manuel de la Cruz. Falto de estilo, desmañado o como quiera tildársele, leemos hoy al autor de Cecilia Valdés sin esos sobresaltos. Y llegan hasta sus tropas de Cosmópolis, desparejas como son, nuestras simpatías.
     De igual modo, es posible que la hilera de rarezas dispuestas en la Avenida del Puerto alcance algún día la quietud de la costumbre. Para entonces jardines y templos se habrán convertido, a pesar de su extrañeza, en pura Habana. Pero toca entretanto asombrarse de que el "Plan Maestro de Revitalización Integral de La Habana", regido por la Oficina del Historiador de la Ciudad, se distraiga en fantasías como ésa de alzar dos exóticas catedrales en una ciudad signada por la decadencia y el inmovilismo constructivo.





Desembarco en La Habana


     Hace pocas semanas fue inaugurado en la Habana Vieja el Colegio Mayor San Gerónimo, que formará restauradores, arqueólogos y cuantos especialistas sean necesarios en las labores de recuperación histórica de la capital cubana. El nuevo centro de estudios ha abierto sus puertas en el mismo lugar donde estuvo enclavada la primera universidad habanera y donde residía, hasta hace poco, el Ministerio de Educación.
     Al inicio de sus trabajos, los encargados de habilitar el sitio encontraron allí un cubo de los años cincuenta que ocupaba toda la manzana. Puesto que habría sido un despropósito derruir el macizo de hormigón y cristales, decidieron cubrir con espejos sus cuatro fachadas. Así, el edificio moderno vino a ser sustituido por las imágenes de construcciones aledañas, de probada vetustez. (Recurrir a los espejos equivale a la técnica de desaparición que Edgard Allan Poe apuntó en La carta robada).
     Fue incrustada en una de sus fachadas una portada barroca, y en la esquina de las calles O'Reilly y Mercaderes alzaron un facsímil del campanario de la universidad originaria. De esta manera, una impostura perpetrada en los años cincuenta ha sido contestada, medio siglo después, con un simulacro. Para modelar tal torre habrán utilizado antiguos planos, grabados, fotografías, aunque también el ejemplo del Campanile di San Marco levantado en el hotel Venetian de Las Vegas.
     Especialistas y constructores emprendieron las obras del Colegio Mayor San Gerónimo con un claro objetivo: dedicar su inauguración al octogésimo cumpleaños del Comandante en Jefe Fidel Castro, "promotor de la transformación arquitectónica de este lugar", según consignó Granma. Cabe ahora preguntar si será de buen augurio que el más alto centro de formación de restauradores tenga su sede en una construcción tan amañada.
     El centro histórico de La Habana, Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO, contará dentro de poco con un par de templos de religiones impracticadas. Dispone ya de rincones tan increíbles como el jardín de Lady Diana y el de la Madre Teresa de Calcuta, y sabrá Dios (ruso o griego) qué nuevas ocurrencias traerán a la ciudad los graduados del Colegio de la Torre Falsa. Porque las tropas de historiadores y arquitectos de Cosmópolis no han hecho más que empezar su desembarco en La Habana.

* Encuentro, jueves 21 de diciembre de 2006


La Habana está por inventarse*

Antonio José Ponte

    Aquellos analistas a quienes desvela el futuro político de Cuba y le adelantan al país formas de gobierno, utilizan en sus comparaciones diversas transiciones políticas, cuentan para sus cábalas con algún que otro modelo aproximativo. (Cierto que, casi siempre, para resaltar lo específico
cubano.) No existe, en cambio, modelo posible para quienes imaginan la ciudad que vendrá a alzarse donde ahora está situada La Habana. Pues resulta difícil encontrar otro caso de urbe que, sin haber sufrido el alejamiento de sus pobladores, haya permanecido durante medio siglo en parálisis
constructiva.
     Para dar con ejemplos cercanos a La Habana actual es necesario acudir a los archivos de guerra, remitirse a paisajes bombardeados. Aún sin haber sufrido batalla, la capital cubana es comparable a una ciudad bajo las bombas. Pero un bombardeo es tan sólo un episodio (me refiero a bajas
arquitectónicas, no humanas), y se sale de él empeñado en retomar la vida allí donde la interrumpiera la aviación enemiga. En cambio, un ataque de baja intensidad a lo largo de décadas resulta mucho más devastador. Porque logra apagar en la gente cualquier esperanza recuperativa: nadie saca la
cabeza del refugio, y fuera del arca sólo se envían en exploración cuervos y cuervos.
     La administración de Fidel Castro ha sido ese bombardeo incesante. Una ojeada a “La Maqueta de La Habana”, modelo a escala abierto al público, permite calibrar cuán poco se ha construido allí desde 1959. Señaladas las épocas constructivas por diferencia de colores, el color revolucionario
apenas se echa a ver. La Habana es una ciudad levantada principalmente en las primeras seis décadas del siglo XX y, no hay más que recorrerla, para percibir el grado de decrepitud alcanzado por la arquitectura de esas décadas.
     Diversos especialistas han acudido al término “estática milagrosa” para explicar la persistencia de edificaciones que, según las más elementales leyes físicas, tendrían que haberse desmoronado hace mucho tiempo y continúan porfiadamente en pie. (La Habana, en buena parte, existe de milagro.) Incluso las estadísticas oficiales, remilgadas como suelen ser, reconocen la magnitud del desastre: un informe gubernamental de septiembre de 2005 avisa que el 52.5 % de las construcciones del país se halla en mal estado.
     Lo peor del urbanismo revolucionario no ha estado en desoír la necesidad de viviendas, ni siquiera en refrenar todo impulso de nueva construcción. Algo aún más perverso ha fomentado: la idea, infundida en la población, de que nada roto consigue restaurarse (excepto lo catalogado por la UNESCO, lo mesopotámico habanero), la certeza de que cada grieta es la grieta que cruza la fachada de la Mansión Usher y acaba por hundir a ésta en un lago.
     Como siempre, quien carga las culpas es el embargo estadounidense. Cuba, nos dicen, es un país muy pobre. Cabe entonces preguntar qué se hizo por las ciudades mientras duraron las cuantiosas subvenciones soviéticas. Y no es descartable la sospecha de que la misma jefatura que emprendiera con éxito campañas militares, educativas y sanitarias, haya dispuesto la destrucción de La Habana y otras ciudades. Aunque, cualquiera que sea la excusa para tal desidia, no hay dudas de que el período revolucionario deja una capital en ruinas, irrecuperable en su mayor parte.
     De un solo impulso constructivo pueden enorgullecerse: la restauración de La Habana Vieja, a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Dicha empresa, sin embargo, ha terminado por confundir conservación con despoblamiento y, allí donde encuentra casonas habitadas por muchas
familias, concibe espacios vacíos, museos en lugar de hogares, locaciones para filmes de época. (En la mayoría de los casos, los antiguos inquilinos son obligados a residir en edificios de las afueras.) El llamado “Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja” impone lo
simbólico y monumental a costa de lo habitable, y es capaz de justificar la construcción, frente al puerto habanero, de un jardín dedicado a Diana de Gales, otro a la memoria de Teresa de Calcuta, una Catedral Ortodoxa Griega, un Museo del Ron y una Catedral Ortodoxa Rusa aún por terminarse.
     Mientras más de la mitad de los cubanos habita infraviviendas, el equipo de especialistas dirigido por Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, se distrae en templos sin feligresía o en memoriales de princesas y religiosas que ninguna relación tuvieron con La Habana. Intentan reproducir el campanario de la primera universidad habanera, y lo que alzan es una torre emparentada con el Campanile de San Marco en el hotel “Venetian” de Las Vegas. Jardines para princesas, campanarios de atrezzo, catedrales exóticas, museos del alcohol: si todo esto es obra de quienes deberían brindar a La Habana propuestas vivificadoras, qué no podrá llegarle de empresas mucho menos comprometidas con su ordenamiento.
     Dudo de que una administración revolucionaria (comandada por quien sea) haga renacer la capital cubana. Para ello tendrá que cerrarse el período iniciado en 1959. La ciudad contará entonces con el vacío dejado por los viejos edificios en estática milagrosa. Habrá tanto espacio libre como el hallado por el Marqués de Pombal luego del terremoto de Lisboa. La Habana estará expuesta a la depredación inmobiliaria, y posiblemente se agregarán nuevos ejemplos a la lista de atrocidades urbanísticas. (Adelanto esta forma del miedo: a las extrañas catedrales y jardines frente al puerto, podrá sumarse un frente de rascacielos copando el malecón, quitándole respiración a las calles de adentro.)
     Cuando pienso en el futuro, calculo lo agobiante de replantear una ciudad que lleva medio siglo sin construirse a diario. Pienso también en la oportunidad única que ha de ser para quienes tienen por oficio el de imaginar ciudades.
     Como ninguna otra, La Habana está por inventarse.

*El País, domingo 21 de enero de 2006

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