Lam:
homenaje por su centenario
Armando
Álvarez Bravo
Este tumultuoso año 2002, el arte cubano y latinoamericano --en
verdad, el arte universal-- celebra el
centenario de una figura principal. Es el del nacimiento del maestro
Wifredo
Oscar de la Concepción Lam y Castilla, nacido en Sagua la
Grande,
de padre chino y madre de estirpe africana, el 8 de diciembre de 1902.
Ese centenario singularmente coincide con el de la República de
Cuba.
La
vida y la carrera del pintor se cumplen en un marco histórico
irrepetible
que, desde la oscuridad de sus orígenes, lo lleva a ser
protagonista
de lo más seminal de la aventura estética del siglo que
acabamos
de dejar atrás. De igual manera, determina que sea el artista
cubano
más célebre y uno de los más reconocidos y
cotizados
del mundo del arte.
Gary Nader Fine Art, de
Coral Gables, celebra este
aniversario presentando
la exposición Wifredo Lam. Homage 100 Birthday.
Selected
Works, una colección de piezas de primer rango del maestro,
que abarca una época clave de su quehacer. Es la que media entre
los años 40 y los años 60. La muestra --desde la
excelencia
de sus imágenes, factura y fascinación-- es una nueva
oportunidad
para, a partir de la maestría de Lam, subrayar algo
consustancial
al arte cubano e hispanoamericano: su absoluta individualidad. Una
individualidad
que se impone por encima de las clasificaciones, agrupamientos y otros
marcos que sirven para la situación y caracterización de
un quehacer.
Lam, que desde siempre reveló sus cualidades de dibujante
excepcional,
cursó estudios en la Academia de San Alejandro, en La Habana. Al
cabo de ese finalmente aprovechado período de
imprescindible formación académica, evidente en su
exquisita
producción, ganó una beca para continuar sus estudios en
España, donde entró en fructífero contacto con el
gran arte europeo. Una lección que asimiló hasta el
máximo
y que, desde su creatividad, es anclaje de su gran obra. La Guerra
Civil
Española marca en su existencia un cambio de rumbo clave. Viaja
a París en 1938 y allí hace amistad con Picasso,
André
Breton y las figuras más relevantes de la vanguardia.
Su nuevo paisaje y circunstancia constituyen un catalizador de su
quehacer
que produce el precipitado insólito que, desde sus más
tempranas
vivencias cubanas, centradas en el ambiente y gravitación de la
religiosidad afrocubana --donde conoció el latido
sincrético
de la santería en el medio familiar-- adquiere una esencia
central
que reelaborará y recreará con absoluta libertad para
definir
su filosofía, discurso, temática e imágenes.
Integrado al movimiento surrealista desde 1939, en pleno centro del
protagonismo
en la sensibilidad europea del arte negro, el arte primitivo y el
deslumbramiento
por lo exótico, Lam toma conciencia y asume su patrimonio
afrocubano
en el ascenso de su pintura y lo incorpora al acarreo de la
creación
de sus colegas y contemporáneos. La gran diferencia entre
él
y los otros artistas es que la obra de Lam no se apropia de algo ajeno
a la identidad de esos artistas europeos, sino reivindica y exalta lo
que
es signo esencial de su identidad. Una característica que da a
su
producción, por encima de todos los demás valores que la
adornan y hacen excepcional, la fuerza de la autenticidad.
Siempre me ha llamado la atención un hecho singular. Es el que
esa
impronta de la pintura de Lam que lleva hasta las últimas
consecuencias
el sentido religioso y la abstracción representacional de la
cultura
africana y que abre inéditas sendas a sus posibilidades en el
campo
de la expresión plástica, no formara parte significativa
del patrimonio y discurso de la pintura cubana, tan anclada en la
tradición
europea en esa época. Es un fenómeno perfectamente
comprensible
a partir de la inteligencia de los factores socioculturales existentes
en la Isla en esos momentos. Así, Lam es un adelantado en Cuba y
en Europa en lo concerniente al acercamiento y tratamiento de esa
cultura
y temática. Ese cambio se inicia irreversible en toda su
dimensión
en 1942, cuando el artista viaja a Cuba y se adentra en el gran y
sostenido
momento de su producción y reconocimiento internacional.
En las piezas de las décadas que abarca esta exposición
de
un incesante creador es posible seguir
el movimiento de su consistente evolución. Desde el tratamiento
fragmentado que es espejo de la esencia y poderes de metamorfosis y
cambio
de las divinidades, hasta la fuerza caleidoscópica de la
absoluta
vegetación que es el universo de sus orishas y, después,
el desdibujo en suprema definición de lo real y lo espiritual,
para
llegar a la evaporación y transformaciones de los elementos y el
empleo del color como función ritual y estética en que
las
formas plasman entidades tan humanas como animales, la obra de Lam es
tanto
enigma como evidencia, bruma y luminosidad, magia y orden, violencia y
calma, sensualidad y poesía. Y siempre fuerza desconocida en
cuya
belleza se halla la otredad de la criatura que oscila entre el mundo de
lo real y su reverso.
Con su obra, Lam, fallecido en París en 1982, otorgó a la
plástica cubana uno de sus signos de identidad fundamentales. Y
lo hizo con una obra y visión de cualidades irrepetibles. En
este
sentido cumple en la historia de esa plástica un destino
semejante
al de Carlos Enríquez. En su centenario, la tentación de
definir su contribución y legado es inmensa. Pero carece de
sentido
formular tal juicio. Sea éste cual fuere, siempre será
insuficiente.
Porque la suya es una creación insuperable que crece en el
siempre.
No obstante, quiero consignar aquí unas sabias palabras de
Pierre
Gaudibert: 'Wifredo Lam, hombre multicultural, intercultural, que
unía
en su persona cuatro continentes, será una referencia para las
generaciones
futuras; es el pionero de un arte universal mestizo, salido del tercer
mundo; está y estará presente con toda su grandeza en
todo
el planeta. El será quien `recuerde al mundo el horror y el
fervor
primeros', según palabras de Aimé Césaire''.
Así
es.
Wifredo
Lam. Homage 100 Birthday. Selected Works puede visitarse hasta el 1
de abril, en Gary Nader Fine Art, 3306 Ponce de
León
Boulevard, Coral Gables. Horario: lunes a viernes, de 10 a.m. a 6 p.m.
El
Nuevo Herald, marzo 17, 2000
La
Jungla en la cumbre
La
consagración de un pintor*
José
M. Noceda Fernández
En reiteradas entrevistas Wifredo Lam confiesa haber pintado La
jungla
entre finales de 1942 y comienzos de 1943. De modo que, a principios de
1993, se cumplieron cincuenta años de que Lam, en su casa de
Marianao,
diera los toques finales al “cuadro” que lo llevaría a la
definitiva
corisagración.
Muchas han sido las lecturas que La jungla ha suscitado.1
Una sola y excluyente, la conclusión que casi todos han
suscrito:
representa el clímax de su creación. Pocos autores han
sido
reducidos a una obra como en el caso de Lam. La jungla ha eclipsado
todo
lo anterior y posterior a ella y reclama un “perverso” protagonismo que
confina el período cubano del artista a un gran bloque
homogéneo
que nace y muere con su invención, cuando en realidad nos
encontramos
ante los mismísimos albores de una creación en plena
evolución.
El sábado 9 de agosto de 1941, Ramón Marrero Aristy
relata
por primera vez en el diario dominicano La Nación la
presencia
del sagüero en territorio Caribe y explícita que esa "noche
partirá hacia La Habana, pasajero del vapor Cuba, uno de los
pintores
más interesantes que ha dado aquella isla...”2
La estancia regular de Lam en Cuba se extiende de 1941 a 1952, pues
aunque
Lam viaja constantemente desde 1947, todavía tiene residencia
fija
en La Habana y visita la isla frecuentemente. A mediados de 1941 arriba
a las costas de Cuba3 envuelto en la borrasca de la guerra.
Nadie podía sospechar la trascendencia que este suceso
reportaría
a su arte. Su retorno al “país natal” toma por sorpresa a la
crítica
local. Lam había vivido la infancia y adolescencia en el
provinciano
ambiente de su Sagua la Grande, y sólo una estadía de
escasos
años en La Habana y algunos estudios en San Alejandro, mediaron
entre aquella época y su temprano traslado a Europa, en 1923.
El más avezado crítico de entonces expresaba en 1944:
"Hace
poco meses que está de nuevo entre nosotros. Nos volvió
de
París armado de la cabeza hasta los pies. Nadie, a no ser
algunos
amigos de su generación, lo recordaba...”.4 Lam
está
inmerso en su Primer período cubano, que encerramos
entre
1941 y 1945.
PRIMER
PUNTO DE GIRO O ETAPA TEMPRANA
Es el momento inmediato a su llegada. Le acompaña, desde los
difíciles
días de la España en guerra, su compañera y
más
tarde esposa, la alemana Helena Holzer. Medina ha llamado la
atención
sobre las fluctuaciones y desniveles del grupo de trabajos que ejecuta
en un plazo no mayor de un año5 y donde es posible
aislar
determinados caminos que conducen a La jungla.
El pintor avanzará progresivamente. Desecha ideas e incorpora
nuevos
componentes. Al inicio se debate entre las garras del pasado: sus obras
guardan indudable parentesco con las realizaciones de París y
Marsella.
Son como una revisión de lo ya hecho. Obras como Mujer con
niño
(1941) regresan a la composición cubista sintética tras
la
que el pintor ya no se siente a gusto.
Un grupo de temperas y gouachesfechados entre1941 y 1942 --Pareja,
Retrato en azul, EI rey
del
juguete, Mujer con flores -, aunque con una
estructuración
geométrica más rígida, mantiene la
mutación del rostro iniciada en los dibujos de Fata morgana.
La incipiente combinación simbólica
humano-animal-vegetal,
se hace más evidente y la construcción volumétrica
permanece intacta. Hombre-mujer, Maternidad en verde, Tu
propia vida, Bien appuyé, Les yeux de la grille
y La que canta los peces, desarticulan la
geometría
cerrada de las formas, las líneas se suavisan, aparece la curva
como elemento predominante y a los símbolos zoomorfos y
antropomorfos
concentrados en rostros, cuerpos, cabelleras y crines se añaden
pequeños atisbos de vegetación. Madre e hijo o La
escalera, elevan al paroxismo la flexibilidad de figuras que se
curvan
hasta tocar el suelo. Personaje con cuchillo, otra tempera del
Museo
de Bellas Artes de La Habana, indica que Lam amplía el complejo
simbólico y da participación a signos extraídos
del
mundo mitológico de la santería.
Los novios y La boda
(ambas de 1942), deudoras de
la manera
estructural de la Composición de 1940, junto a Día
de fiesta, también de 1942, acentúan el sentido de
indeterminación
y mutación de fronteras de los objetos y las cosas.
ETAPA
DE LA JUNGLA
El rumor, Luz de la
selva y Personaje con
tijeras,
anuncian ese mismo 1942 la proximidad de La jungla. Aunque encontremos
referencias que nos lleven a ellas, no tienen precedentes. La
relación
fondo-figura tan respetada en su sentido tradicional, cede paso a un
polimorfismo
abierto. Los personajes y figuras están ubicados decididamente
en
un ambiente vegetal, pertenecen a él. Los rostros se hibridan.
Son
mitad humano, mitad animal, mitad máscara o medialuna, como en Luz
de la selva, en virtud del mecanismo de
yuxtaposición;
de ellos penden órganos sexuales masculinos, los cuerpos se
alargan,
las piernas y las manos se confunden con los tallos de las plantas, el
ritmo hacia lo vertical se acentúa. Lam se sumerge “en un mundo
jugoso”. Personaje con tijeras es el más directo de La jungla.
Nadie como Carpentier encerró en palabras la importancia de este
momento:
En un lienzo enorme -aplico el adjetivo al contenido- como La jungla,
hallamos de pronto, cristalizados, los resultados de cien tanteos. Lo
anterior
era trabajo en camino - work in progress que diría Joyce.
Después de su período parisiense, marcado evidentemente
por
la garra de Picasso, Lam abrió los ojos ante el paisaje del
trópico.
Anduvo buscando por plantas, hojas, frutas, fibras y otros elementos de
lo inmediato. Pero, poco a poco, lo vimos operar en profundidad,
desconfiando
de un exterior demasiado rico en seducciones... 6
Con La jungla, Lam nos ofrece una formidable visión del
panorama
antillano, abigarrado, voluptuoso, de naturaleza exuberante y
mitologías
africanas y europeas aplatanadas y fundidas en estas
tierras. Es un primer vistazo abarcador, totalizador, vinculado a la
carga
de resistencia en que se han desenvuelto las mejores manifestaciones
del
espíritu latinoamericano, que rehabilitó el legado
afroamericano
como proyección y participación de nuestras culturas en
lo
que Edouard Glissant conceptuaba como la “Gran relación mundial”.7
No olvidemos que Lam confesaba a menudo que “... deseaba, con todas sus
fuerzas, pintar el drama de su país, pero expresando a fondo
el espíritu de los negros, la belleza de la plástica de
los
negros...”.8
La fuerte recurrencia simbólica, algún que otro detalle
en
el ritmo visual de la composición y
el
ambiente de La jungla, han tentado a compararla con el Guernica
de Picasso. Sin embargo, ambas contienen diferencias sustanciales pues,
mientras el gran cuadro del malagueño simboliza la
destrucción
humana, el desastre universal por la acción despiadada del
hombre,
el sufrimiento universal a partir de un suceso local acontecido en
España,
La jungla constituye la expresión de la vida. Lejos de destruir,
flagelar, descuartizar, constituye la traducción plástica
de un universo en estado de perenne mutación y simbiosis.
Es una propuesta integrativa y expositiva. Lam concentra en ella todas
las cartas de juego: conciliación de toda la herencia cultural
posrenacentista,
voluntad integradora, incorporación de la
representación simbólica, apropiación de patrones
y contenidos extraídos de la mitología y la
iconografía
popular asociada a los cultos sincréticos afrocaribeños,
para dar “en Cuba, con la clave del problema planteado por Unamuno:
‘hallar
lo universal en entrañas de lo local, y en lo circunscrito lo
eterno”’9
En la consolidación de una obra de arte intervienen factores
artísticos
y extraídos[sic] que pueden decidir el destino final y el grado
de aceptación que alcance determinada producción. Si nos
atenemos a lo que Adorno10 enunciaba como el carácter
de enigma y el proceso en que cristaliza una obra -“in
terpretación,
comentario, crítica”-, podríamos comprender mejor el
complejo
clima que rodeó la presentación de La jungla en
la
galería Pierre Matisse en Nueva York en el decenio del
cuarenta
y que la llevara a ser considerada el epítome de la
creación
de Wifredo Lám, bloqueando la interpretación y el
reconocimiento
de obras y períodos posteriores.
En lo que por extensión y comodidad llamaré el
“escándalo”
de La jungla, intervienen la crítica norteamericana de
la
época, la actitud del propio artista y su adquisición por
el Museo de Arte Moderno de Nueva York
Wifredo Lam se sitúa en el centro mismo de las antinomias en que
se debaten las aspiraciones de la vanguardia de la primera mitad de
este
siglo, otorgando primacía a lo que hasta entonces era tomado
como “materia prima” desde el punto de vista formal. “Por primera vez
un
pintor lograba tratar los elementos ‘primitivos’ del arte, por
así
decirlo, desde adentro”.11 La inclusión de contenidos
e iconografías de procedencia no occidental resueltos
según
las normativas acuñadas por la sintaxis moderna provoca
perplejidad
entre la crítica neoyorquina, que arrastrando los calificativos
de fantasía, magia, etc., escuchados en boca de Breton,
Péret
y otros, aumenta la expectativa y el misterio alrededor del pintor
cubano.
La anécdota más conocida del brujo que tomaba sangre en
vez
de whisky queda reforzada por innumerables crónicas de
exposiciones12
en las que Lam resulta comúnmente identificado como hechicero,
shaman
y demonio. Sólo se habla de la presencia vodú - Lam no
visitará
Haití hasta finales de 1945 -, del arte primitivo africano y,
sobre
todo, del sentido amenazador, tributario de las “divinidades
propiciatorias
de la foresta tropical” y con connotaciones ritualistas de los gouaches
y temperas de 1942-45.
Vale la pena recordar, también, las palabras de Lam: “Mientras
la
pintaba, tenía abiertas las puertas y las ventanas de mi taller.
Los transeúntes podían verla. Exclamaban: ‘no miremos, es
el demonio’”.13
En 1944 Lam no aparece entre los expositores de “Colores cubanos en
Nueva
York” En carta a la redacción de la Gaceta del Caribe,
su
curador, el entonces director del Museo de Arte Moderno de esa ciudad,
Alfred H. Barr Jr., salvaba su responsabilidad ante lo que la
crítica
cubana reseñaba de “lamentable omisión”, explicando que
éste
había finalmente decidido no figurar en la muestra “prefiriendo
presentar sus cuadros en una de las galerías comerciales de
Nueva
York”,14 aunque en realidad Lam no participe por desacuerdos
con los principios de su organización.
El toque final a esta serie de sucesos lo pone la adquisición
casi
inmediata de la obra por el Museo de Arte Moderno. En esta
época,
en la que se traslada el centro artístico de París a
Nueva
York, el MOMA se convierte en rector de la actividad promocional de la
plástica a nivel internacional. La entrada en este “santuario”
del
arte moderno es una patente de garantía y valida, desde la
perspectiva
cultural y sobre todo mercantil, la trayectoria de Lam, legitimada con
anterioridad por la aprobación de Picasso, el reconocimiento de
Breton y [por] su abrumadora calidad. Comprada por la sórdida
suma
de trescientos pesos, alcanzará vertiginosamente cotizaciones
astronómicas.
Las piezas que siguen a La jungla serán tributarias de
sus
aportes. En una foto tomada en 1943
Lam aparece en cuclillas ante La jungla y La mañana
verde.
A sus pies está el bastidor de La silla. Tres
maneras
diferentes de ver al unísono, que indican la diversidad de
variantes
y caminos que el artista emprende. Más adelante Malembo
y Anamú (1943), Arpa Cardinal (1944), Ogu
Orisa
(1944), Oggún Areré (1945), se apartan de la
visión
totalizadora y expresan vínculos más concretos con el
mundo
mítico afrocaribeño y el panteón de sus dioses y
personajes
legendarios. En Arpa Cardinal el empleo del color
desemboca
en transparencias sutiles que tendrán mucho que ver con lo que a
continuación referiremos.
ETAPA
“IMPRESIONISTA”
Entre 1943 y 1945 aparecen algunas variaciones estilísticas.
Aunque
Lam no abandona las invariantes ya acuñadas, deja de lado
las constantes figurativas y se adentra en el empleo de elementos
cercanos
a la abstracción en contraposición a las formulaciones
simbólico-expresivas
que priorizara desde 1941. Reviven la pincelada impresionista sus
estudios
sobre los colores y valores, captando la intensidad y esplendor de la
luminosidad
tropical.
Dentro de esta gran serie observamos matices. En obras como Mujer
con
las manos en alto (1943)
y Formas vegetales (ca. 1944), los objetos pierden su
relación
con los referentes figurativos y el moteado de manchas de colores
compone
por asociación determinados asideros evocativos [de] la
realidad,
[y] a través de los cuales Lam juega con el espectador, lo reta
a descifrar lo pintado. En Figura sobre fondo verde y Mujer
casi
de espaldas, (las dos hechas hacia 1944), Oggún Arere
y La miel negra, (de 1945), aparece de nuevo la solidez
estructural
de la línea en planos y formas, mientras el color rellena los
espacios.
Los altares para Yemayá y Elegguá, Mesa en el
jardín,
[firmados] en1944, o La cena, Mesa y Naturaleza
muerta,
(aproximables a ese año), resemantizan e invierten las
relaciones
de sentido en temas tradicionales de la pintura como pueden ser los
bodegones
y las naturalezas muertas. En ellas el carácter de los altares
evoca
sugerencias ancestrales. La cena, Mesa o Naturaleza
Muerta
quedan resueltas de manera similar. Planos y juegos de áreas
libres
y zonas de colores definen espacios habitados por frutas, hojas, copas,
fruteros y peces que en verdad introducen la sensación de
naturalezas
vivas, tal y como las ofrendas son concebidas en la santería, el
vodú, el candomblé y otras religiones sincréticas,
para el “consumo” de las deidades.
LOS
RETRATOS DE H.H.
Paralelamente a estas com posiciones y estudios, Lam emprende una serie
de retratos de Helena Holzer. Si analizamos toda la obra del pintor
cubano,
veremos con cuanta regularidad Lam trabaja retratos o figuras de medio
torso en las que sería lógico hablar del tema del rostro
o de retratos imaginarios. En París, y posteriormente en La
Habana,
muchos de es tos personajes asumen y a la vez contradicen ciertas
reglas
elementales del retrato de parecido, perfeccionado por él en
España.
La señora Helena Benítez Holzer me confesaba que desde
Marsella
en 1940, Lam gustaba incorporar en cuadros y dibujos
características
de su fisionomía. Cuando Breton miraba los dibujos que
ilustrarían Fata morgana, exclamaba: “Quels magnifiques
dessins et
quel hommage
a Helena”.15 Y en efecto, en ellos reconocemos determinados
rasgos de la esposa alemana.
De modo que tenemos que desechar la idea de que estos retratos
obedezcan
exclusivamente al
año de 1944, aunque en éste sea en el que mayor cantidad
de ellos pinte. Pero, además, el criterio del modelo se derrumba
en esta ocasión. Salvo en un retrato que Lam nunca
terminó,
Helena jamás posó para él. Algunos de estos
retratos
recogen el ascetismo parisino del rostro-máscara ovoidal, con
ojos,
bocas y narices simplificadas en combinaciones de líneas en
ángulos
rectos y paralelas y cuerpos abocetados básicamente. Una rareza
es el también conocido por Mujer con cañas, donde
combina las peculiaridades anteriores con señales en el fondo de
tallos de gramínea y hojas de plátano. En otros, Lam
aplica
en la cara la yuxtaposición de planos y atributos y la
perspectiva
focal multidireccional, a la manera de las obras de 1942. En el menor
de
los casos, y tomo por ejemplo un retrato en el que Helena apoya la
mejilla
sobre su mano derecha en actitud dubitativa, emplea con sobriedad la
mancha
impresionista típica de la etapa que desarrolla al
unísono,
con tonos fríos en el fondo y cálidos dispersos en
rostro,
pelo y manos.
Todos son como un respiro que Lam se abroga en medio de tanta
exuberancia
vegetal, simbiosis y estallido de colores. Todos merecen y reclaman el
elogio de Breton. Aunque Lam no se sirva del modelo, Helena lo
acompaña
desde un bombardeo nazi en Barcelona en 1938. Conoce muy bien a su
compañera
y le dedica tales muestras de ternura.
PERÍODO
DE HAITÍ
Entre noviembre de 1945 y abril de 1946 Helena y Lam hacen su
única
visita a Haití. Habitan en Petionville,
un suburbio de Puerto Príncipe. Invitado por Pierre Mabille, a
la
sazón agregado cultural francés en la isla, coincide
allí
con B reton. En compañía del grupo asiste a su primera
confrontación
con el vodú, sus cultos y ceremonias. Resulta asombroso que los
interesados en la obra del artista cubano sólo reparen en las
anécdotas
de ese viaje y dejen a un lado la trascendencia que algunos
pequeños
óleos y dibujos firmados y fechados en Haití
tendrán
para su obra posterior.
Haití marca un giro de tránsito entre el primer y segundo
período cubanos. Estas pequeñas telas, propias de una
estancia
corta, temporal, detentan la presencia de elementos del vodú y
la
impronta cultural de ese país en su creación. Con mucha
frecuencia
la literatura prepondera la vigencia vodú en la obra de Lam
anterior
a este viaje. La exageración proviene del desconocimiento de los
procesos culturales en el Caribe, de la asociación e
identificación
del vodú (religión sincrética afro-caribeña
más conocida internacionalmente) con otras formas de sincretismo
como la santería cubana.
Estas creaciones asombran por su sentido primigenio y transmiten un
estado
de ánimo urgente y violento, que se afianza con el uso de
diagonales
compositivas y terminaciones puntiagudas. En ellos queda poco de la
evocación
de la exuberancia vegetal de los años de La jungla y,
por
el contrario, se refuerza el carácter simbólico.
Como algo peculiar, una tinta de 1946 aprovecha las cualidades
diseñísticas[sic]
de los ve-vers haitianos y se deshace en juegos de
círculos
concéntricos y líneas radiales en fuga, de la misma forma
que Lam incorpora los signos y grafías abakuá con
intenciones
estructurales.
Haití constituye, por tanto, parte de un cambio que El
Presente
eterno (1945), una obra a medio camino entre La jungla y Anunciación
(1946), La boda (1947) y Belial (1948), adelanta, y que
Edmundo
Desnoes reduce al paso “a la visión nocturna”.16 Con
ellas entramos en el Segundo Período Cubano de
Wifredo
Lam, que situaremos de 1947 a 1952.
En 1947, Lam inicia una serie de cuadros conocidos comúnmente
como
escolopendres - Canaima, La vigilancia, Formas
- en
los que desaparecen los colores, la luz y motivos de frondas
tropicales,
dando paso a figuras agresivas, erizadas de púas y cuernos,
grotescas,
alucinantes, totémicas. El empleo de los ocres, sienas y el
negro
como soportes absolutos de la paleta, apuntan a una relación
directa
con la tierra. Retroceden a la frontalidad y el esquematismo de los
personajes
de París, pero la violencia extrema y desgarradora que expresan
sólo es explicable por la profunda impresión que causara
en el artista la asistencia a los cultos vodú. Estas figuras
actúan
como obras independientes, aunque siguiendo una costumbre, Lam las
incorpore
a empeños más osados como La Boda o Belial,
a las que trasladan toda su agresividad dentro de mayores complejidades
semánticas.
La atmósfera primitiva, el totemismo observado, obedecen ahora
al
deseo de Lam de “explorar las complejdad cultural de las Antillas
‘negras’”17
y extender sus límites más allá del universo
mítico
y simbólico de la santería, a los dominios de la alquimia
y los puntos de comunión entre el dogma surrealista y los
tratados
jungianos.
Algunas pinturas de este período visualizan analogías con
los procesos alquímicos, con las filosofías
herméticas
medievales, con las categorías de opuestos -el bien y el mal, lo
apolíneo y lo dionisíaco- y las nociones de
transformación
de la materia y la mutación del pensamiento. El complejo
sígnico-simbólico
erigido sobre el panteón yoruba se amplía con
imágenes-símbolos
y contenidos de estas apreciaciones y de otras cosmogonías para
expresar ideas de mayor alcance y universalidad.
En Las Bodas, Anunciación, Belial, Luz
de
Arcilla (1949) y El rumor de la tierra (1950), se enfatiza
la
simbiosis humano-animal-mitología-vegetal, pero esta
última
abandona su papel protagónico. Los fondos planimétricos
recortan
y resaltan seres y figuras en escenas conflictuales.
Las composiciones acuden a las normas de la estructura clásica
desde
un eje central hacia los extremos y la periferia, en donde aparecen con
regularidad ubicados los símbolos, simulando una
composición
paralela y yuxtapuesta a la real.
La exposición de conflictos binarios en Las Bodas o Belial,
que en ocasiones cuentan con un ente reconciliador, siguiendo el
esquema
de El presente eterno, sugiere una temprana relación de Lam con
la estructura del mito, que con posterioridad la antropología
social
estudiará y Lévi-Strauss interpreta en La gesta de
Asdiwal.18
Umbral, en 1950, y Contrapunto
(ca. 1951),
presagian un nuevo
cambio. Lam viaja mucho desde 1947 y en1952 abandona la residencia
definitiva
en la isla para instalarse en París y después en Albisola
Mare, Italia. Aunque la impronta de los años en Cuba no
abandonará
jamás su creación, esta se enriquece y transforma al
calor
de nuevos contactos y experiencias.
El grupo de obras que mencionamos a lo largo de este recorrido de 1941
a 1952 demuestra la vastedad de rumbos y las mutaciones constantes alas
que estuvo sujeta la evolución de Wifredo Lam. No pretenden, en
modo alguno, cuestionar el rol cimero que en ella ocupa La jungla,
sino precisar su lugar como parte de un todo y abrir el camino para una
mejor comprensión e interés de obras posteriores muy
valiosas
atesoradas en colecciones de Museos y galerías de Europa,
Estados
Unidos y América Latina, como la impresionante colección
del Museo de Bellas Artes de La Habana, pero que obviamente no han
corrido
igual suerte.
*Este
trabajo es un fragmento de un texto en preparación para un
catálogo
razonado sobre la colección cubana de Wifredo Lam.
(Tomado
de la revista Revolución y Cultura, no.5, sept-oct.,
1993)
NOTAS
1
Referencias al respecto pueden consultarse en: Pierre Nabille. "La
manigua", Cuadernos Américanos, México,
no. 4;
julio-agosto
de 1944, p, 252; Jacques Charpier. Lam, París, Le Musée
de
Poche, 1960, p. 36; Alain Jouffroy. Lam. París, Editions
Georges Fall, 1972, p. 57; Antonio Saura. “La jungla perdida". El
País,
Madrid, 13 de septiembre de 1982; Max-Pol Fouchet. Wifredo Lam,
Barcelona, Ediciones Polígrafa, 1976, p. 198; Adelaida
de
Juan. “Lam: una silla en la jungla", en Sobre Wifredo Lam, La
Habana, Letras Cubanas, 1986, p. 125, y otros.
2
Ramón Marrero Aristy. "Wifredo Lam. Pintor de la inquietud”. La
Nación, Santo Domingo, 9 de agosto de 1941.
3
Agradezco la gentileza con que Helena Benítez, ex esposa de
Wifredo
Lam, atendió mi correspondencia y aclaró muchas de mis
interrogantes.
4
Guy Pérez Cisneros. Pintura y Escultura en 1943. La
Habana,
1944, p. 24. Véase, además, Lydia Cabrera. "Un gran
pintor:
Wifredo Lam". Diario de la Marina, La Habana, 17 de mayo de
1942,
p. 2.
5
Alvaro Medina. “Lam y Changó" en Sobre Wifredo Lam, La Habana, Letras
Cubanas, 1986, p. 28
6
Alejo Carpentier. "Wifredo Lam en Nueva York”. Información,
La Habana, 21 de junio de 1914, p. 14.
7
Edouard Glissant. "Lam, el vuelo y la reunión”. CNAC Magazine,
no. 13, 1983.
8
Fouchet, op. cit., p.188.
9
Carpentier, op. cit., p.14.
10
Theodor W. Adorno. Teoría estética. Madrid,
Ediciones
Taurus, 1986, p. 255.
11
Per Hovdenakk. “Lam y el expresionismo abstracto en Estados Unidos y
Europa”,
en Sobre Wifredo Lam, op. cit., p.134.
12
Véase: Edward Alden Jewels. "Lam and matulka”. The New York
Times,
New York, 11 de junio de 1944; Art News, New York, no. 43,
junio
de 1944, p. 22; Margaret Breuning. “The demonic Lam”. Art Digest,
New York, no. 24, 18 de mayo de 1950; “New-world Picasso”. Newsweek,
19 de junio de 1944.
13
Fouchet, op. cit., p. 198.
14
Alfred H. Barr Jr. "Una carta”. Gaceta del Caribe, La Habana,
no.
6, agosto de 1944, p. 5.
15
La frase está escrita tal y como me la hizo llegar la
señora
Helena Benítez.
16
Edmundo Desnoes. Lam. Azul y negro. La Habana, Cuadernos de la Casa
de las Américas, 1963, p. 11.
17
Véase Marta García Barrio-Gards. "Wifredo Lam y la
alquimia”.
En: Wifredo Lam, Galería Albert Loeb, París,
1987.
18
Véanse éste y otros ensayos al respecto. Autores varios. Estructuralismo.
Mito y totemismo. Buenos Aires, Ediciones
Nueva
Visión, 1972.
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