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Las
cabezas
de Guillermo Valencia
Ofrecemos aquí una selección de la poesía del político, orador y poeta colombiano Guillermo Valencia (1873 -- 1943). Entre sus obras se destacan: Ritos, Alma Mater y Tríptico. Valencia es uno de los muchos poetas modernistas que, si bien puede leérseles en las antologías, han quedado relegados al olvido. Mi intención no es aquí la de "re-evaluar" la obra de Valencia, sino llamar solamente la atención sobre algunos textos suyos que merecen más atención por parte de los estudiosos del movimiento. En Valencia encontramos todas las obsesiones del modernismo: el "orientalismo", el cosmopolitismo, la mirada arqueológica -- dirigida sobre todo al mundo greco-latino y a los textos bíblicos --, así como el anhelo de modernidad y de belleza. Confirma también que la ambigüedad de los textos modernistas es cualquier cosa menos una casualidad, o algo que pueda simplemente descartarse con el calificativo de "pose". Más aún, como afirma Sylvia Molloy, "la pose apunta a una identidad fugitiva"(190-1). El poema "Leyendo a Silva", por ejemplo, nos enfrenta a una curiosa "lectura". El título y los dos primeros versos pueden sugerir al lector que el Guillermo Valencia, o el poeta, quien está leyendo verdaderamente a Silva. Obsérvese, por ejemplo, que el "Vestía" con que comienza el primer verso puede referirse lo mismo a la primera persona del singular (Yo vestía) que a la tercera (Él, Ella vestía), y que la ambigüedad en la descripción de las ropas, las cuales se difuminan, literalmente, en la voluptuosidad de los pliegues -- de un color indeciso -- subrayando así la rareza modernista del texto. Pero, ni aún cuando finalmente nos damos cuenta de que no es el "Yo" quien está leyendo, sino el "Ella", terminan las ambigüedades; por el contrario éstas no hacen sino proliferar. El close up voyeurista del yo está tan enredado a la mirada misma de la mujer que lee, que son sus ojos, en efecto, los que leen para el lector -- nosotros --, el texto-pintura: sus
cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
o trazan por los bordes caminos plateados
El poema de Valencia comienza a crear un cuadro; mejor, una especie de gobelino, desde una mirada que ha suplantado la de la mujer, y que -- y esto es lo más importante -- se ha (tra)vestido también con el "traje suelto de recamado viso", y posa ahora "en el diván tendida". Cuando la escena está terminada, pareciera que la mujer va a hablar, al fin, con voz propia:
«Pasemos esta doliente hoja
dijo entre sí la dama del recamado viso
No es así, sin embargo. A pesar de que la mujer habla "entre sí", el yo está tan cerca que su informe bien pudiera ser la pose: la distancia es falsa; la voz que habla entre sí es la del yo-mujer, y, también -- por un movimiento idéntico, pero en sentido contrario -- la de la mujer-yo (entendido este yo como el de Valencia). ¿Quién finge? ¿Quién posa? ¿No se trata acaso de la subjetividad que se constituye a sí misma como pose, es decir, como performance? Después de todo, el retrato de Silva-poeta que sigue, ¿quién lo hace?: ¿la mujer que lee a Silva y lo imagina, o la voz de Valencia que -- convirtiendo a Silva, y al modernismo, en objeto del consumo femenino, se "feminiza" a sí mismo en la representación de ese deseo? Eso podría explicar la ambigua -- rara -- caracterización de Silva, común, por cierto, en la escritura modernista:
¡exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
El cuerpo del poeta es helenizado sólo para subrayar, tanto la languidez con que lo "femenino" aparecía investido, como la desnudez. Como puede apreciarse, el cuerpo del guerrero -- del gladiador -- es, precisamente, un cuerpo vencido. Esa derrota, no obstante, es también una pose, un performance que no casualmente tiene lugar en las "itálicas arenas". El cuerpo en display es un cuerpo lánguido, y eso es lo que lo torna raro y deseable. El cuerpo del sujeto, en el modernismo, es una máscara, una pose en tanto no tiene el más mínimo recato en mostrar su identidad como un juego de cabezas trocadas:
Su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
Francisco
Morán
LEYENDO A SILVA
Vestía traje suelto de recamado viso
y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
sostenían un libro de corte fino y largo,
De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda
por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles
era un lindo manojo que en sus claros lucía
sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas
o trazan por los bordes caminos plateados
Para el poema heroico se vía allí la espada
donde evocó las formas del cielo legendario
Allí la dama gótica de rectilínea cara
allí las hadas tristes de la pasión excelsa:
Allí los metros raros de musicales timbres:
ya diáfanos, que visten la idea levemente
Allí la Vida llora y la Muerte sonríe
Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres,
que vivieron sus vidas invioladas y solas
la rusa de ojos cálidos y de bruno cabello
la que robó al piano en las veladas frías
que fueron por los vientos perdiéndose una a una
Aquésa, el pie desnudo, gira como una sombra
de un templo ... y como el ave que ciega el astro diurno,
do al fatigado beso de las vibrantes clines
La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente
de un lánguido mancebo que el tardo paso guía,
Busca a su hermana; un día la negra Segadora
abatiendo sus alas, sus alas de murciélago,
que cayó como un trigo ... Amiguitas llorosas
céfiro de las tumbas, un bardo israelita
a ella, que en su lecho de gasas y de blondas,
por ella va buscando su hermano entre las brumas,
y por ella ... «Pasemos esta doliente hoja
dijo entre sí la dama del recamado viso
y prosiguió del libro las hojas volteando,
los perfumes de Oriente, los vívidos rubíes
Leyó versos que guardan como gastados ecos
que hacen crujir, al tacto, cálices inodoros;
de las locas campanas que en El día de difuntos
lanzados en racimos entre las sepulturas
... Y en el diván tendida, de rojo terciopelo
doblaron lentamente la página postrera
y se quedó pensando, pensando en la amargura
del bardo, que en la calma de una noche sombría,
¡exangüe como un mármol de la dorada Atenas,
unió la faz de un numen dulcemente atediado
Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia,
pedir en copas de ónix el ático nepentes;
ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio:
amando los detalles, odiar el Universo;
querer remos de águila y garras de leones
para gustar lo exótico que el ánimo idolatra
seguir los ideales en pos de Don Quijote
esperar en la noche las trémulas escalas
oír los mudos ecos que pueblan los satntuarios,
(poetas que diluyen en el espacio inmenso
sentir en el espíritu brisas primaverales
tener la frente en llamas y los pies entre el lodo;
eso fuiste, ¡oh, poeta! Los labios de tu herida
modulan el gemido de las desesperanzas,
¡Oh Señor Jesucristo! por tu herida del pecho
de piedra a despertarlo! Con tus manos divinas
Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma;
¡amó mucho! circulan ráfagas de misterio
No manchará su lápida epitafio doliente:
digno del fresco Adonis en muerte de Afrodita
que llore su caída, que cante su belleza,
«¡Amor!», dice la dama del recamado viso
«¡Dolor!», dijo el poeta. Los labios de su herida
modulan el gemido de la desesperanza;
Su muerte fue la muerte de una lánguida anémona,
ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga
¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda,
LOS CAMELLOS Dos
lánguidos camellos, de elásticas cervices,
Alzaron
la cabeza para orientarse, y luego
Un
lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,
Vagando
taciturnos por la dormida alfombra,
LAS DOS CABEZAS Judith y Holofernes (TESIS) Blancos
senos, redondos y desnudos, que al paso
Su
boca, dos jacintos en indecible vaso,
Yacente
sobre un lecho de sándalo, el Asirio
Y
ella, mientras reposa la bélica falange,
Y
ágil tigre que salta de tupida maleza,
Como
de ánforas rotas, con ungida presteza,
En
el ojo apagado, las mejillas y el cuello,
sobre el lívido tajo de color de granada ...
Salomé y Joakanann (Antítesis) Con
un aire maligno de mujer y serpiente,
Danza todas las danzas que ha tejido el Oriente:
Inyectados los ojos, con la faz amarilla,
«Por
la miel de tus besos te daré Tiberiades»,
*
Y hubo grave silencio cuando el cuello del Justo,
Una lumbre que viene de lejano infinito
Y - del mar de la muerte melancólica espuma -
A UN AMIGO MUERTO Tú,
mancebo gentil, simulaste de Antino
¡Cuán
ágiles tus horas! ¡Qué lóbrego tu sino!
Quiero
cifrar lo adverso de tu horóscopo, adusto
agregaré
al encanto de tus gracias ambiguas,
A ERASMO DE ROTTERDAM «Pintó
Hans Holbein», dice la envejecida tela
Si
tú del polvo alzaste la derribada Escuela
Enfermo
que en mí fijas tus ojos de fantasma:
que
vas entre los mártires de mi martirologio,
PATMOS En
esa hora muda en que el alma asesina
Perseguía
el misterio de la rosa y la espina,
En
ese instante esa alma debió dar la figura
porque
un águila prófuga, de golilla erizada,
AMOR FATI Me
resigno al combate; poco importa la dura
Fe
no tengo en mis sueños, mi sutil contextura
-
¡En guardia! Un golpe, un tajo, un grito... Ya mis ojos
la
mirada impasible. Mi ademán es tranquilo,
EL CUADRO DE ZEUXIS Sobre
losas de pórfido camina
El
brillo de las hojas, la divina
Vierte
aromas tu vívida pintura,
do
- cautiva de ingenio soberano -
DECADENCIA En
el paterno muro, condenada
Largo
reposo aletargó la espada
¡Pasó
la noble estirpe! ¡El hijo enclenque
y
ve impasible - pues luchar no pudo -
LA MUERTE DEL CRUZADO El
sol con vivos lampos reverbera
De
sed, que lo arde en invisible hoguera
Febril
delirio ante sus ojos vierte
y
al respirar las auras de la muerte,
SURSUM Pálido
cirio su garganta reza
Allí,
como el galán de la Pobreza,
……………………………………… ¡Dadme
a gustar la miel de lo divino!,
quiero
subir a la impasible altura
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