Concluimos, en la presente edición, la primera selección
de El Monte, de Lydia Cabrera, que iniciamos en la edición
anterior. Nuestro propósito es el de ofrecer dos capítulos
completos: los dedicados a la ceiba y a la palma. Considerando la extensión
de los mismos, dividiremos cada uno de ellos en dos partes que serán
ofrecidos a los lectores en entregas independientes. Ahora ofrecemos el
final del capítulo dedicado a la ceiba. Aclaramos que hemos
utilizado la versión publicada por la editorial Letras Cubanas
(La Habana, 1996).
El uso del azabache, es tan corriente y necesario, porque quebrándose
oportunamente, advierte a tiempo el daño que causan estas miradas,
de tan fuertes, perjudiciales. Con el azabache, el niño deberá
llevar también una cuenta de coral, (pues d rojo distrae o debilita
la vista del aojador) y otra de ámbar, que tiene virtud profiláctica,
y un vistoso lazo encarnado.
Se aconseja además, un diente de ajo y un trocito de alcanfor ocultos
en una bolsita, aunque quizá lo más eficaz sea, en opinión
de muchos, llevar la famosa y experimentada oración de San Luis
Beltrán, doblada dentro de un sobre de tela a manera de escapulario.
Esta clásica oración "salva a muchos angelitos y animales
del mal de ojo".
Una madre vigilante en todo caso, cuando oye celebrar a su niño,
lo pellizcará o buscará disimuladamente algún pretexto
para hacerle llorar. El llanto "rompe el mal de ojo".
En fin, veremos que los adultos, aunque más fuertes y resistentes,
no estamos menos expuestos a los oyú ofó.
La sobrina treinteña de una santera conocida mía, bailaba
tan bien que de admirarla y de tener los ojos de las gentes, oyú
kokoroi grandes y fijos en sus pies, al salir de una fiesta la arrolló
un coche y de
este accidente se quedó coja... Debo confesar que soy culpable de
haber atraído sobre una pobre viejita, a quien fui a visitar llevándole
de regalo un par de zapatos, "mucha envidia de la peligrosa. De esa que
se sube a los ojos..." El día que estrenó estos zapatos,
una vecina se los miró "con ojos que se le volvieron malos" y sufrió
una caída al bajar del tranvía. Mas, un trocito de la madera
del árbol resistente a todas las furias de los elementos, invulnerable
al fuego y al huracán, es resguardo que protege a quiea lo lleve,
niño o viejo, no ya de los malos ojos, sino de todo daño
posible. (De maldad de vivo o de muerto). El villumbero C. asegura que
no existe "guardiero" más seguro que un gajo de ceiba para impedir
que los espíritus errantes penetren y se instalen en las casas.
Una cruz formada con un tallo de ceiba, se fija detrás de la puerta
con la intención de apaciguar aquella vivienda en que se oyen de
noche crujidos y ruidos indefinibles y misteriosos: la ceiba desaloja y
mantiene alejados a los espíritus intrusos y sin paz que no se atreven
a volver. (El Arikú-Bambaya, resguardo que consiste en un palo vestido
con una faldeta, que se alimenta como a Elegguá y se coloca detrás
de la puerta, desempeña también esta delicada función
de impedir la entrada en las casas de espíritus perturbadores o
dañinos).
Otro yerbero me explica que se “trabaja” con la ceiba en siete formas diferentes,
y que así lo indican sus hojas. Porque todo en este árbol
prodigioso le sirve al brujo para sus artes: el tronco, donde hacen los
amarres; la sombra, que atrae, llama a los espíritus y baña
con sus efluvios espirituales poderosos a las ngangas y a toda la serie
de objetos protectores - amuletos y talismanes que fabrica el hechicero
y son, como los define G. S. “igual que santos chiquitos, guardieros que
defienden a su dueño”; las raíces colosales que se hunden
en la tierra, que van por debajo caminando hasta muy lejos y "que llamamos
los estribos de Mamá Ungundu". En este estribo o raigón deposita
sus uembas, invoca y conjura. La tierra que circunda el árbol "está
llena del poder de Oddúa y de Aggayú, dueño también
del río, a quien se saluda y "afama" en la ceiba: "Obba Aggayú.
Aggayú sola okkúo e wikini sóggu iyá lóro
ti bako mana mana oloddumare kawo kabie si. Olúo mi, ekú
fedllú taná".
Las hojas - se toman siete -, provocan la manifestación del espíritu
en las iniciaciones de palo monte. "El muerto va a buscar a Sánda".
El iniciado o "rayado", el nuevo "gando", "cabeza,
moana
ntu" de nganga, "que es primerizo", tarda a veces algún tiempo en
ser poseído por el espíritu. "No siempre el palo monta desde
un principio, o el mismo día que se jura a un hijo. A veces el fúmbi,
antes de agarrarlo empieza por trastornarle la cabeza. Yo perdí
el oído. No podía abrir los ojos, y el corazón siempre
me batía asustado", recuerda Jesús Santos. "Cuando me despertaba
por las mañanas, mi cuerpo era de plomo, tenía como pimienta
en los ojos y un peso en la nuca que no podía soportar, estaba alelado;
pero todo eso se termina en cuanto el palo lo tumba a uno". (El espíritu
en Regla de congo, monta, materialmente a horcajadas, sobre los hombros
del medium. Este lo lleva cargado sobre sus espaldas. De ahí que
a veces para que se marche y no lo castigue demasiado, es preciso quemar
la fula sobre su misma espalda. El “yimbi” no ve con sus propios ojos,
que permanecen cerrados todo el tiempo que dura la posesión, "mira
por atrás, desde el cogote, donde asienta ndoki". Por esto se le
acerca el espejo a la base del cráneo para que el espíritu
vea las imágenes que aparezcan en éste y dé cuenta
de lo que ve.
Generalmente, durante el período de su iniciación en palo
monte, el neófito suele hallarse en ese estado intermitente de confusión
metal, y en algunos casos permanente, que José Santos nos describe.
A los veintiún días, cuando vuelve de desenterrar en el cementerio
una muda de ropa que debe permanecer sepultada allí tres viernes,
saturándose de la emanación de un muerto, se le viste con
ella, "para que su cuerpo sea como el de un cadáver", y se le conduce
a la ceiba en que el palero, su padrino, tiene su nganga, pues en el campo
son muchos los mayomberos que guardan sus prendas bajo las ceibas, y estas
iniciaciones se celebran en el monte. Allí se le pone de hinojos
y se entona un primer mambo, Bángarake mámboyá pánguiame,
con que el brujo, su mayordomo y la tikán-tiká, la madrina,
invocan a los antecesores difuntos y al palo, al espíritu del muerto
subordinado a su padrino y nfumo.
Este ha de reconocerlo como un gándo, un nkómbo o ngómbe;
un cuerpo más en el que vendrá, en adelante, a manifestarse,
"un cuerpo en que se mete el espíritu y se transforma en espíritu"
(sic). La frente del nuevo moana ntu nganga, que habrá de ser vehículo
de espíritus tan potentes como Lucero-Mundo, Centella Monte Oscuro,
Siete Rayos, Rumba Loma, Tumbirona Batalla, Vira Mundo, Mamá Viviana,
se ciñe con hojas de ceiba. Atraído irresistiblemente por
ellas, "el muerto", según expresión de los nganguleros, "corona
entonces la cabeza del perro nuevo". Se pone en sus manos un plato blanco
con una vela encendida y se le entrega la kisengue o Aguanta Mano del Muerto,
que es cetro o bastón mágico del brujo en trance, y que consiste
en una tibia, con tierra de sepultura y demás substancias que componen
la nganga, forrada de género negro y de grama. Esta personifica
al espíritu y pone al "perro" o medium en comunicación con
el mundo de las sombras, kalunga: o kalúanga.
Por conducto de esta tibia, el alma del muerto penetra en el cuerpo vivo,
y en plena posesión de su instrumento, se da a conocer sin tardar.
Contesta los mambos que se le dirigen y conversa con el padre, el mayordomo,
la madrina y los demás "hijos" que se hallan presentes.
Declara
que está satisfecho, que le agrada el medium, "el yákara
moana mpanguian lukámba nfindo ntoto: ese que ha esta enterrado
en el cementerio".
"Así
me dijeron que dijo Centellita cuando me privó a mí", recuerda
el viejo Baró:
Ahora
si me voy con él
Hueso
cambia. no hay agravio,
Hasta
la púngun sáwo.
Me
voy con él hasta pungun sáwo.
Me
voy con él pa la Casa Grande
Me
voy con él pa medio Nfinda!
Al
marcharse, el yimbi suele cantar despidiéndose:
Má
ceiba recoge tu sombra,
Abre
tu puerta yo va entrá
Casa
Grande, yo me voy,
Má
ceiba coge tu sombra.
Abre
tu puerta...
“Las hojas de la ceiba son el mejor despojo para la cabeza del yimbi novicio,
si no lo corona o monta Zarabanda o Madre-Agua”. En estos casos en que
el "espíritu demora", las hojas se le aplican con un poco de tierra
de las cuatro esquinas del cementerio. La cabeza - a la que no se da de
comer, como hacen los lucumis, según Baró - y el pecho del
iniciado se santigua y baña con corteza de ceiba, y a ésta
se le añaden hojas de yaya, de guara, de palo caja, téngue
y yerba rompezaragüey, ripiadas en el agua con aguardiente, ceniza,
vino seco y esperma de vela.
No es necesario señalar, en la iniciación de palo monte,
el valor sagrado del agua. "Sin Mámba Ntoto fwá. ¡Ñan
füiri!" (Sin agua, muere la tierra: agua, mamba, lángo, masa,
inseparable de la vida y elemento generador de la vida). La ablución
que disuelve toda impureza, precede también en regla de congo, como
en la de Ocha - y en cualquier religión desde siempre - a todo acto
religioso.
El iniciado en palo monte se "prepara", se purifica, limpia o despoja su
cuerpo de toda mácula, con baños que tienen, como el omiero,
un valor de regeneración absoluta.
A este fin se depositan en una batea o en otro recipiente grande, en tinajas
y antaño en lebrillos ya desaparecidos, importados de Sevilla, las
hojas (nkanda-léle-nkunia o difué) de ceiba, guara, yaya.
tengue, caja, que componen la mámba nsambia - pa jurán gánga
-, el agua sagrada del rito inicial y juramento congo.
El primer paso en la consagración en regla de mayombe o palo, consiste
en los baños, en ingerir la infusión de hojas de ceiba junto
con las de otros "palos fuertes" que hemos mencionado, y cuyas poderosas
propiedades se asimila el futuro ngómbe en tres largos aorbos que
se le administran a la par que se baña; y en la visita obligatoria,
indispensable, al cementerio: a campo símba, plaza liri, casa grande
o quita peso, kariempemba, cabalonga, kumansó fúmbi, malón,
bánsa lómbajasadietto, púngun sáwa, chamalongo,
nso füiri, kumángóngo, sokinákue, cambónfinda,
ntoto nfinda, etc.
Los
paleros hijos de Camposanto como Baró. no van al río, no
se purifican como el adepto lucumí, por una inmersión total
en la corriente de agua viva, limpieza previa a los baños de omiero
en batea en la casa de un orissá.
-
“La ceiba que atrae como un imán a los muertos - insiste Baró
-, le da lucidez al yimbi, si tiene espíritu de Lucero Mundo, de
Tiembla-Tiembla o de Acaba Mundo, que son fuerzas parientes. Pero no se
le ponen sus hojas a un ntu ("cabeza" o medium), de Baluande, Mamá
Fúngue, Mamá Chóya o Kisimba, que son Madre de Agua”.
-
"En palo, Nkundia Lembán Sao hala muerto nada más".
-
"Ni se le pone ceiba a un Zarabanda", añade por su parte un kimbisa.
El
“juramento” pues, - la ceremonia de iniciación en mayombe -, debe
tener lugar en monte firme, cabe una ceiba u otro árbol nkita.
Uno de mis viejos, aunque es un mayombero judío, se juró
"como manda Dios", en pleno campo, "debajo del palo, no en cuarto trancao",
y durante los días de su retiro tuvo por techo al cielo, con el
sol, la luna nueva, las nubes y las ramas altas e inmensas de Sanda Nkunia.
Sus pies pisaban a ntoto, la tierra, cuyo contacto vivifica. Geaeralmente
es junto a una ceiba donde se celebran los convenios, mediante los cuales,
como hemos visto, el brujo establece una comunicación personal y
continua con un ser del otro mundo, que le aconseja los instrumentos más
certeros de ataque o defensa, se los fabrica y anima, y actúa en
sus wémbas y bilongos. En el campo, el candidato a mayombero duerme
siete noches debajo de la ceiba.
-
"El brujo malo (judío), que está metido en el monte, cuando
siente que son las doce del día o de la noche, se desnuda, y enteramente
desnudo da tres patadas en el suelo, escupe tres veces el tronco y llama
a Lungámbé". (La hora la intuye el palero, pues no se puede
llevar reloj al monte: "el monte tiene su hora, el tiempo no es el mismo
dentro del monte que fuera del monte. Los espíritus no usan reloj.
Su reloj es la luz o la oscuridad").
-
"Pero hay que hacerse allí de mucho valor para cuando se presente
lo que venga y para disponerse después a cumplir la ordea que se
reciba.
Si el espíritu que se llamó dice que uno tiene que ir a buscar
muerto al cementerio, allá se va, y se regresa con los restos metidos
en un saco negro que se deja al pie del árbol. Al día siguiente
se vuelve y se enciende una vela. El difunto se presenta, y es el momento
peligrosísimo de sellar las palabras: la hora del precio de la palabra,
palabra del precio". De estipular, acceder o rechazar las exigencias del
muerto, que se esclaviza al brujo: "la hora del acuerdo y del compromiso".
En fin, trátese de una nganga de mayombe puro, "muerto y palo”,
o de villumba o kimbisa "cruzada con santo" - como es el caso en la secta
que fundó Andrade Petit - o en otra en que con el espíritu
de un muerto viene a actuar una divinidad terrestre, ígnea o fluvial
que lo desplaza o dirige: "pero déjeme que le explique con claridad.
Se tiene en el caldero un matari, (una piedra) donde viene Fumándanda
Kinpeso... que es, en congo, como Obba, Santa Rita, o viene Púngu
Iyá Ñába, las Mercedes. ¿Entiende? Otro kimbisa
asentará también en su caldero al viejo Tata Fúnde
Cuatro Vientos o Tondá que es en camino congo, Orúnla, San
Francisco. O tiene la Gran Mama Lola.
("¡Yolá,
cará!", rectifica con énfasis un centenario. "Yolá
o Mama Sambia, ná de Lola ni Lolita... ¡Cará! Ese é
la madre de Dió, lo primero que mienta y saluda el ngangulero").
"Y
viene también y trabaja en la prenda, Chinche Wánga Furibimutámbo;
con ella no se podría matar a nadie y ¿qué le parece?
se puede matar mucha gente... Otro santo, Mama Kalunga, la Virgen de Regla,
la mar de los congos".
Kalunga,
- dice Juan Lara -, significa muchas cosas: "porque muerto es Kalunga.
Cosa extraña es Kalunga. El cementerio, es Kalunga y el infierno
y el otro mundo. Y rey es Kalunga. Y mar es Kalunga.
Cuando
se oye ese canto de que "por un pie Kalunga me lleva, por un pie, no es
el mar, es el muerto". "Kalunga es santo, muerte".
"También
se hace el cruce con Ocha, y al palo viene Oyá Kariempemba, Centella,
Zarabanda, Oggún, Tata Legguá y Saata Bárbara, que
es Nsasi".
Sea la nganga, pues, cristiana o judía, el “perro” o “criado”, -
el medium - no es más que el portavoz del muerto, del nkita o del
mpúngu, que se apodera de su cuerpo, habla por su boca y ejecuta
por sus manos; y como son consultados en todo caso de enfermedad por los
ahijados y creyentes que frecuentan la casa de un padre mayombe, kimbisa
o villumba, veremos muy a menudo al yimbi, en funciones, emplear el poder
de la ceiba y obtener con ella curaciones radicales. Muy especialmente
en el tratamiento de la "picada de víbora" o sífilis.
En la medicina mágico popular de Cuba, siempre aparece la ceiba
con prestigio tradicional, como un excelente especifico para combatir las
enfermedades venéreas y del aparato urinario.
Un
pedacito de su raíz arrancada en Sábado de Gloria, o el día
de San Juan, ligada con la del palo ateje, (que ha de hallarse en dirección
al naciente), de piñón lechoso, de raíz de palma y
de bejuco ahorca-perro, se receta en infusión para las afecciones
renales y en los casos de piedra. Estas tisanas en que son especialistas
los paleros, de hojas y raíces de varios palos fuertes, bejucos
y yerbas de monte, se dan a beber a los pacientes por agua común.
Curan todos los males y son muy populares, especialmente, para los males
venéreos o renales.
Un guajiro hierve las hojas de la ceiba y hace beber el cocimiento a su
vaca, que ha quedado un tanto anemiada después de un parto o de
una cría, y a su propio hijo, paliducho y raquítico. La vaca,
la novilla y el niño, pronto se fortalecen a muy poco costo.
Como quiera que se aplique, la ceiba es un poderoso depurativo y reconstituyente
que la fe garantiza. Oriol, el hijo más pequeño de un mayombero
conocido en mi folklórica barriada es hijo de Aggayú - San
Cristóbal -, uno de los moradores y dueños principales de
la ceiba, como sabemos. ("Sí, aclara Nini; los hijos de Aggayú
han de ir a la ceiba, porque Iroka es hijo de Aggayú. Su madre se
lo entregó a la ceiba para que se lo curara. Ella no pudo pagarle
y la ceiba se quedó con Iroko, el santo que vive en su tronco. Los
hijos de Aggayú encuentran remedio en la ceiba").
Apenas el niño demuestra la más ligera indisposición,
su padre arranca unas hojas de una ceiba que tiene sembrada en una maceta
desde que éste nació, las pone a hervir en agua y le administra
una cura; el pequeño, que ya conoce la virtud del brebaje y por
qué motivos obra en él maravillas, ha sanado no hace mucho
de unas calenturas un tanto misteriosas.
En efecto, para amparo y resguardo de una persona, se siembra siguiendo
las instrucciones del santero, un árbol que esté en relación
o que pertenezca a su Angel u orisha, y que para prosperar y conservar
la salud cuidará religiosamente.
Son las plantas, el éwe del Santo Patrón de un individuo
las que le son simpáticas y beneficiosas: otras que no le sean afines,
podrían perjudicarle. De ahí que el yerbero debe poner el
mayor cuidado al aconsejarlas, pues no actúan del mismo modo en
todas las personas, y las que aprovechan a una son nocivas a otra. En términos
generales, todo cuanto esté en desacuerdo con el temperamento de
la divinidad que rige el destino de una persona, debe ser evitado. Alimentos,
colores, lugares, ocupaciones, etc.
Una iyalocha consciente, un buen babalocha, lo primero que hace es averiguar
quién es el orisha o santo tutelar de una cabeza antes de lanzarse
a indicarle una simple limpieza. Del mismo modo ha de proceder el mayombero
al confeccionar un amuleto.
Al chino S. le hicieron un resguardo. A poco de tenerlo, esta "prenda"
dió en sacudirle la colombina en que dormía, en suspender
el bastidor y dejarlo caer bruscamente, en soplarle los oídos: y
no se contentó con estas bromas, sino que siguieron otras manifestaciones
más desagradables. El
chino S. no sabía dominar la fuerza que contenía aquella
“prenda” mayombera que acabó por trastornalo, a tal punto, que cierta
noche, a la una y media, dos amigos suyos fueron llamados por su mujer,
lo hallaron encogido en el suelo, tembloroso y con los ojos fuera de las
órbitas. Estos dos ami-gos eran paleros, uno de ellos "palero fuerte"
y actuó con la mayor energía y rapidez. Cargó con
la "prenda" y con el chino, completamente fuera de sí, y los tres
hombres, a hora tan avanzada y a pie, se encaminaron a una finca donde
había un pozo ciego. (En los pozos ciegos, tan llenos de misterio
y tan temibles, junto a los cuales, no debe olvidarse, debemos pasar siempre
por el lado izquierdo, se deshacen estas brujerías). "Cuando llevamos
el macuto al pozo", me cuenta uno de los protagonistas de esta historia,
"por todo el monte se oían llantos de niños. No volvimos
la cabeza, aunque nos llamaban: seguimos addante, pero no lo niego, los
tres temblábamos de horror. Rezábamos en congo sákula
musákula mumbánsa musukúndénda... batuká
Sambe bakurúnda bingarákángue! Los dientes nos sonaban
como castañuelas. Hicimos lo que teníamos que hacer, y en
cuanto el pozo se tragó la prenda, el monte se quedó callado",
y nuestro buen Chino S., libre de aquella fuerza demasiado violenta para
él.
El simpático y consecuente M. H., sembró una ceiba en nuestro
jardín con el fin generoso de que ésta nos proteja hasta
el fin de nuestros días...
Mas sembrar una ceiba no es una monada, un simple acto profano sin más
consecuencia que germinar la simiente y crecer un árbol más,
aunque esto nunca deja de ser algo milagroso. El que a sabiendas siembra
una ceiba contrae un compmmiso religioso de la mayor trascendencia: "se
sacramenta con la ceiba". Un lazo místico le liga al árbol
sagrado que le dispensará su amparo, obligándole a pagarle
ciertos tributos.
Cuatro personas, en buena amiganza, cuatro "compadres" - bakuyulas ngangas
- de distintos sexos - hermanos de ngangas - por lo general se conciertan
para plantar y bautizar una ceiba. Lo importante es que estos hermanos
de religión, congenien y se tengan mutuamente una absoluta confianza.
“Con padrino y madrina y agua bendita se bautizan las ceibas”. Cada uno
de estos cuatro individuos, llevará tieria de cuatro lugares distintos:
de Norte, Sur, Este y Oeste. (Daqui, Dumosi de Mensu, se llamaba aquella
hermosísima del brujo Lincheta, en el central Marañón;
con ella había sembrado también a Centella, "un matari" que
era el santo que trabajaba con su nganga).
"Se
bautiza con rezos y empapando la tierra con sangre de un novillo o un cochino
macho. O sencillamente, cuando no hay owó - dinero -, con la de
un gallo, y se le ofrecen doce huevos salcochados, untados de manteca de
corojo o de cacao, galletas, y otras chucherías".
El día más a propósito para sembrarlas con fines religiosos,
según C., es d 16 de noviembre, día de Aggayú. Una
vez plantada - y el rito debe terminarse antes de las doce del día
- “como es un niño que nace”, y al que acaba de darse nombre, se
hace fiesta. Se toca tambor y se baila en celebración de su bautismo.
"En
fin, uno jura en esa fecha adorarla mientras viva y alimentarla anualmente.
Sembrar ceiba y consagrarla es lo mismo que montar una nganga y hacer alianza
con ella. De ella dependerá nuestra salud y nuestra suerte”.
Cada vez que le nace un hijo a un palero, a un padrino, o a una madrina
de ceiba, va a ofrecerle el recién nacido al árbol protector,
para que lo bendiga bañándolo con su sombra y lo impregne
de su fuerza.
Este aprenderá muy temprano a venerar a la ceiba, a quererla y a
temerla: sabrá que depende de ella, como sus padres y sus demás
hermanos.
“Del
bautizo de una ceiba, surgen nuevas generaciones”, parentescos espirituales,
"descendientes del árbol".
Cuando uno de los cofrades muere, una ceremonia fúnebre se celebra
entonces bajo la ceiba: las pertenencias del muerto se ponen a su sombra,
los cabos de velas que quedan del velorio, acaban de consumirse junto a
la Madre Ceiba, para que desde allí alumbren su alma y "el difunto
no sufra en la soledad y en las tinieblas, vea las luces y tenga paz en
la ceiba".
Si además de construir una nganga, algún devoto desea sentirse
protegido por Iroko o Sánda, puede sembrarla él solo derramando
agua bendita, arrojando unas monedas a unos granos de maíz en el
hoyo abierto en la tierra. Si no sabe rezar en congo o lucumí, no
importa; dirá en español un Padre Nuestro y un Ave María,
pues estas ceibas que nuestros negros siempre en comunión entrañable
con la naturaleza y con la tierra, llaman Madre, "reciben y entienden en
todas las lenguas las plegarias de los hombres, que todos son sus hijos
cuando van a ella". En señal de reverencia, a las doce del día
o a las diez de la noche puede "saludarla a su manera y con las palabras
que le salgan del corazón". (Ya que como dice Oddeddei, "con Dios
cada cual habla como puede. Olofi en definitiva, no oye más que
palabras del corazón").
Un kimbisa, del Santo Cristo del Buen Viaje, Mayordomo nganga, me facilita
la oración que, con un crucifijo en la mano derecha, y de hinojos,
le recita a la ceiba que ha plantado en su patio:
"Nkisi,
Santisimo Sacramento del Altar. Padre, Hijo. Espíritu Santo, tres
personas en una y una sola esencia verdadera. Virgen María y Doña
María que cubre a Sambi. Ba Ceiba. Con licencia Nsambi y mi Tatandi
y Guandi mi bisi. Con permiso Madre Ceiba, en éste instante yo te
mboba, (hablo) con todo mi nchila (corazón) para llamar a tu divina
influencia y estás presente ante mí, ejemplar admirable de
la ternura maternal, flor de todos los hijos, forma de todas las formas,
alma y espíritu y armonía. Ceiba consérvame, protégeme,
condúceme, líbrame de todos los espíritus malos que
nos asedian continuamente sin que nosotros lo sepamos..." etc. (Le pide
después lo que desea). Terminada la oración besa la raíz
y el tronco; derrama tres pocos de agua en la tierra, da tres golpes con
la mano en el suelo, y se retira sin volverse de espaldas al árbol
sagrado, Mabirinso Sámbi..." altar de Nkisi, del Espíritu
Santo", Mamé, (madre). A todo árbol que se planta con un
fin religioso se le echa en el hueco que recibe la simiente, dinero, agua
bendita y sangre.
El
espíritu de la ceiba es eminentemente maternal. "Iroko", advierte
R. H. "es hembra... Muchos viven creídos que Iroko es Espíritu
Santo, varón, pero eso es una aquivocación muy grande".
"Por
esto todos los santos y los espíritus se acogen a ella, porque es
Madre."
"Madre
que no abandona a sus hijos en el momento difícil.
-
¿"Que salvó a Desiderio Lima, el esclavo de Don Juan Lima?
Esto pasó de verdad. Aquel Desiderio, tenía una mujer apetitosa,
esclava también del ingenio, llamada Felipa. El segundo Mayoral,
Yito, se enamora de ella. Un día va y le grita Yito a Felipa:
--
¡Ven acá, negra!
--
¿Señor?
--
Vaya a dormir a mi casa esta noche, que la necesito.
Pero a las seis, aunque Felipa tenía presente la orden del segundo
mayoral, no fué: desobedeció porque Desiderio su marido,
cuando se desparramó la gente al soltar el trabajo, le dijo: no
vayas; vete a dormir al bohío como hasta ahora,
A
la mañana siguiente, Felipa estaba en la fila de la seis, y Yito
la llamó.
--
¡Párate ahí negra! Y le dijo a Leandro, primer contra
mayoral: mándame acá cuatro negros. Y entre los cuatro negros
que pidió, vino Desiderio.
--
Túmbenme a esa negra.
Salta
Desiderio, el marido:
--
¡Túmbala tú, que quien te va a tumbar a ti voy a ser
yo!
--
¡Desiderio! ¡Atrevido! ¡Túmbenme esa negra! Pero
ninguno de los esdavos dió un paso.
Yito
llamó entonces a un boyero que estaba oyendo aquello, y éste
sin acercarse le advirtió.
-
Mira Yito no le pegues si no quieres ver correr tu sangre, más vale
que te vayas.
Con aquellos negros cuando se arrebataban, lo mejor era dejarlos que se
les bajase la furia. Luego venía el componte. No siempre las cosas
eran tan fáciles para los dueños. Con un negro encendido
había que andar con cuidado. Desiderio tenía empuñado
el machete y estaba dispuesto a todo. En eso Juan Lima, el amo de Desiderio,
llegó al batey.
-
¿Que pasa?
Le
dijo el Mayoral. - ¡Desiderio me amenazó con el machete!
-
Sí, mi amo: porque él quiere a mi mujer y por eso iba a darle
cuero.
-
¡No es verdad, Don Juan!
-
Sí Señor, y yo tuve que decírselo a mi marido, dijo
ella.
-
¡A trabajar todo el mundo! ¡Tu Desiderio, lárgate!
Pero
Don Juan era un hombre duro como un jiquí. No era como su mujer,
Doña Juanita Alfonso.
Desiderio
fué a sentarse en el quicio de la casa de vivienda.
Algunas veces, si veía a Doña Juanita Alfonso le decía:
Mamita yo no tomá café, y la señora se reía
y mandaba que se lo diesen.
Desiderio conocía a su amo y sabía que aquello iba a acabar
muy mal, y de la casa de vivienda, después que la niña Juanita,
sin que él se lo pidiese, mandó a que le dieran al negro
emperrado el buchito de café, se fué a su bohío, se
preparó, alfiló su machete y cogió el camino del monte.
-
¿Dónde está Desiderio, caballeros? ¿Dónde?
¡Se fué cimarrón! ¡Cimarrón un negro tan
formal!
Juan Lima mandó a Adolfo el calesero a buscar los rancheadores.
Trajeron seis perros y les enseñaron el rastro.
Desiderio lo primero que hizo fué esconderse en una ceiba que había
en el primer cañaveral. Desiderio durmió entre los estribones.
Bueno, durmió no, se estuvo encomendando a la ceiba, cogiendo de
su fuerza, haciendo lo que tenía que hacer. De allí Desiderio
se metió en el monte. Estaba debajo de otra ceiba cuando llegaron
los perros chicos. Por cada negro que atrapaban loa rancheadores, roto
o entero, cobraban dos onzas. Él había chapeado y limpiado
la manigua alrededor para fajarse con los perros; ya ladraban cerca, y
Desiderio esperándolos con un palo y un machete. Llegaron, lo rodearon,
él cortó un perro en dos; y el rancheador: ¿Negro
entrégate, suelta el machete!
Desiderio parecía el mismo diablo. Acabó a palos y a machetazos
con todos los perros, lo que era muy difícil. ¡Si yo creo
que uno le tiene tanto miedo a los perros, es por eso, porque durante tantos
años a los negros nos cazaban con perros, y el miedo, para mí
que se hereda, como todo!
Desiderio anduvo cimarrón mucho tiempo. Dentro de aquel monte había
más huidos. Pero él escapó bien con el favor de la
ceiba, que le comunicó la fuerza y el valor necesario para vencer
a los perros".
Y
concluye mi narrador:
-
"Dice un canto de puya que el pavo real vive en la copa de la ceiba: en
lo más alto del palo más alto:
Pavo
Real, tá bucán palo
Pá
pará bien, bien, bien.
Yá
pará rriba jagüey.
Dice
jagüey tá chiquito
Pá
pará bien, bien, bien.
Pavo
Real tá bucá palo...
Yá
pará rriba téngue,
Dice
téngue tá chiquito
Pá
pará bien, bien, bien.
Ya
pará rriba Nángüe,
Nángüe
ta bueno...
Pá
para bien, bien, bien,
dice
que no hay palo como Nangüe, y Desiderio se paró bien, bien,
bien!"
"Hasta
tocar la ceiba con la mano, fortifica". Todo en ella es beneficioso; contemplarla,
dice Enriqueta Herrera, y si llueve, mirar el agua que resbala por su tronco,
"refresca el corazón".
Este árbol que se cree imperecedero y "que para todo tiene una virtud",
suma de la fuerza mística de la vegetación, la tiene también,
como hemos dicho, para hacer fecundas a las mujeres estériles. La
que desea concebir y consulta a un alasé o a un palero, beberá
durante tres lunas seguidas, para lograr su anhelo, un cocimiento de la
corteza de una ceiba hembra que se arranca de la parte del tronco cara
al naciente. Y en cambio la que no desea parir, la tomará de una
ceiba macho, orientada al poniente.
Recuerdo que una madre al mostrarme a su único hijo me dijo: "Este
me lo dió la ceiba".
Es
Bomá, repiten muchos, divinidad hermana de Iroko la que acuerda
esta gracia en la ceiba. "Bomá le ha dado hijo a mujeres que llevaban
diez años de casadas suspirando por uno".
"Su
savia y sus aires dan vida."
Y nada más lógico, pues, que los locos se curen en la ceiba.
¿No es tronco y mansión de Oddúa, el Obatalá
del lucumí Oyó y Bíni, creador de las especies, dueño
de las cabezas, que cura a los moribundos y ayuda a las mujeres a bien
parir?
Cape desafía al mejor alienista - "loquero" - de la Habana comprometiéndose
a volver cuerdo al loco más loco que tenga recluído en su
manicomio.
Conduce al orate a la ceiba un poco antes de las doce del día, atado
y a rastras si es necesario: pero la exactitud en la hora tiene tal importancia
que de ello depende el éxito de éste "trabajo".
Se
le vendan fuertemente los ojos con un frontíl, de modo que no vislumbre
la menor claridad. El paciente ha de estar enteramente a ciegas. Si se
trata de un hombre, el mayombero le pasará por el cuerpo una gallina
negra, a la que también se le vendan cuidadosamente los ojos. Si
es mujer el paciente, se la “despoja” con un gallo negro.
Inmediatamente se toman tres huevos. Se tiene ya preparada de antemano
una palangana con agua y las yerbas anamú, piñón botijo,
alacrancillo y rompezaragüey. Se inclina al loco sobre ésta
palangana, se le rompen dos huevos en la cabeza, se le lava con esta agua
y se le pregunta: (han de estar rayando las doce del día) "¿Qué
vés"?
Si el loco responde que no vé nada, se le arranca bruscamente la
venda, (frontil, dirá el mayombero) que le tapa la vista. Y el loco
se marcha cuerdo, y el gallo o la gallina vendados, que han recogido el
mal, se quedan locos. El tercer huevo se entierra junto al tronco de la
ceiba, con el nombre del paciente escrito en la cáscara.
Durante mucho tiempo esta persona no podrá acercarse a la ceiba
pues se expone al peligro de una recaída. “A que el daño
que dejó allí lo vea y le vuelva a coger la cabeza”.
-
"Ceiba y yayá en siete baños, que le da al enfermo el mismo
Mambi-Mambi montado, - y lo demás que se le haga, - curan la locura."
-
"Con siete retoños en cocimiento se cura también la locura."
Una almohada rellena con el tenue y suave vellón de la ceiba produce
sueños extraños a veces proféticos. Se explica: el
durmiente, en contacto con el árbol de los espíritus, entra
confusamente en comunicación con seres y cosas del más allá.
"Obatalá que manda los sueños, coge la cabeza del que duerme
en almohada o colchón que tenga flores de su árbol’. (De
ahí que el verdadero algodón para envolver la piedra de Obatalá,
no es algodón de algodonero, pretende F. G., sino vellón
de ceiba).
En algunos ilé orissa, al iyawó de Obatalá que duerme
en el suelo sobre una estera durante los siete días del Asiento,
se le pone en ésta una rama de ceiba.
El agua que rezuma el tronco, "el sudor de la ceiba" o que se deposita
en alguna cavidad de las raíces, es curativa, sobrentiéndase
milagrosa.
Sirve para bien y mal. Con esta agua se baña también al que
hace juramento y se lava el espejo mágico. No es raro que allí,
en la humedad de los raigones, se encuentre un manca perro - "Ngúnguru"
- sabandija mágica, muy apreciable que no ha de faltar en una nganga.
Su contacto aumenta la virtud de esta agua de por sí bendita.
"Agua
Ngúngúru
Buena
pa remedio
Agua
Ngúnguru
Bonánfila
buena
pa remedio."
Las raíces de la ceiba están siempre llenas de ofrendas y
monedas que nadie se atreve a apropiarse, de ante votum y de promesas cumplidas.
Según me dice una viejita muy beata que se declara, “más
de padre nuestros y avemarias que de otras cosas", es en la ceiba donde
ha de prometerse a la Virgen del Carmen, Aggóme, a Santa Teresa,
Oyá, y a Jesús Naiareno, Obbalufón, vestir sus hábitos,
"vestir promesa", durante un tiempo determinado o quizá la vida
entera, como antaño solía ser tan corriente.
Estas promesas, ya anticuadas, son las que aún cumplen con devota
y marcada complacencia nuestros negros: Padres nkisos y babalawos, intérpretes
de las divinidades, las aconsejan continuamente.
Obsérvese la proporción considerable de personas de color
que visten aún los hábitos católicos de San Lázaro
y Jesús Nazareno. Sin contar las promesas a Nuestra Señora
de Regla, a la Caridad del Cobre y a Nuestra Señora de las Mercedes.
(Azul, amarillo, blanco).
A Iroko se le sacrifica y se le hace fiesta de tambores, que en Matanzas
revisten gran solemnidad. En esta ocasión los bobbo kaleno, (fieles)
contribuyen cada uno con un pañuelo, y la ceiba se engalana con
estos pañuelos doblados en punta y colgados de un cinturón
forrado de verde que rodea el tronco.
En los patios de muchos santeros, en el de mi amigo Marcos, omó
finlandi, olorin, y Dolores Ibáñez, hija de Aggayú,
una pareja de olóchas que se jactan de seguir celosamente la tradición,
un castillo de mampostería encierra el tronco de una ceiba que extiende
sobre éste sus jóvenes ramas.
Los
mayomberos cristianos, "cuando Dios vuelve el Sábado de Gloria,
le matan un gallo o un chivo ese gran día". Los huesos del ave o
del animal se entierran junto al tronco sin que falte uno solo, cuidando
que no se parta ninguno.
Los espíritus que manejan los paleros, siempre permiten que éstos
consuman la carne de los animales sacrificados. Jamás la reclaman
("no necesitan más que sangre y aguardiente"). No así los
orishas lucumís, que tantas veces privan a los santeros, cuando
éstos más lo apetecen, de comulgar con ellos saboreando una
hermosa gallina. - pues las aves y animales que se les ofrendan deben serles
gratos y se escogen los mejores, "que vayan bonitas al santo". Inmolarles
los que se hallen en mal estado, ciegos o cojos, enfermos o flacos, sería
una ofensa para el dios. En esto hay que tener mucho cuidado.
Para nuestros negros, que aún observan escrupulosamente los preceptos
de la Semana Santa, era y es un gran día el Sábado de Gloria.
El mejor de todos para cortar palos y arrancar las yerbas: para saludar
a la ceiba. Jueves y Viernes Santos, olachas, yalochas y babalawos, se
abstienen de ejercer sus funciones y de ofrendarle comida a sus orishas:
se vacía el agua que baña a las piedras del culto y se cubren
con telas negras. No se les encienden velas, no se le tocan campanas, aggogó,
"ni siquiera se les da de beber". "Los orishas guardan un luto riguroso.
Y las ngangas cristianas también. Los kimbisas desde las seis de
la mañana hasta tarde, visitan las iglesias y los cementerios. Los
ñáñigos cubren a Akanarán. No se arranca una
sola yerba; pero a oscuras, antes de salir el sol del Sábado de
Gloria, iyalochas, babalawos y paleros, todos van al campo a saludar a
la ceiba y proveerse de éwe o de vititi, de yerbas y plantas que
llevan a sus casas chorreando el rocío - ororó - milagroso
y sagrado del amanecer, oyumá u oloni de este día. Resucita
el Señor, Babá-Olorun", la vida vence a ha muerte y continúa.
Dejemos que una vieja iyálocha nos explique la razón de esta
costumbre: "Ese día de madrugada, como Dios, que ha estado muerto,
resucita, las yerbas tienen mucho más aché, tienen más
vida y curan y fortalecen más que las que se recogen cualquier otro
día igual que todos los días". "Y siempre se ha hecho así",
me dice otra iyálocha, "el Sábado de Gloria no hay yerbero
ni santero que a las diez de la mañana no haya traído ya
sus yerbas del monte: yerba y agua de pozo. No, yo no sé si en Africa
mis mayores, antes de que los compraran para traerlos a Cuba, iban a buscarlas
ese mismo día a la manigua. Pero lo que es en Cuba, ninguno deja
pasar la ocasión y es obligación. Era yo chiquita, y en casa
de mi abuela se reunía una cuadrilla de negras santeras la noche
del viernes, ¡cómo jaraneaban, el barullo que armaban! Se
divertían mucho, con respeto, y por la madrugada, con la vela encendida
para vestirse, porque todavía era oscuro, se iban al campo para
arrancarlas cuando el sol empezaba a abrir las nubes y estuviesen bien
mojadas de sereno: ya a eso de las nueve y media o a las diez cuando más
tarde, estaban todas de vuelta con sus sacos y canastas llenos de éwe
de todos los santos".
"¡Cómo curan las yerbas de la Gloria! Mi madre recogía
especialmente el santo piñón botijo, raíz de tamarindo,
ateje, corteza de cedro, raíz de palma, tábano para la hinchazón
de sus piernas, malva, bejuco ñatero, tortuga, yerba de la niña
y de la vieja, y fina, serpentina, caña santa, grama de Castilla
y blanca, ciguaraya, guisaso, caballero; y luego, con el agua del primer
aguacero de mayo, que da juventud y cura los granos, la de mayo es agua
santa, se hervía toda esa yerba y se guardaba en un garrafón.
No era iyáloha, pero con esa chicha curaba a todo el pueblo; lo
curaba el aché de la yerba y el aché del agua". Igual se
sigue haciendo hoy, pero el negro es muy aficionado a retrotraer las cosas
a un pasado que no siempre suele ser muy remoto.
Otro día en que se debe recoger la yerba - y bañarse, pues
de lo contrario "salen bichos en el cuerpo" - es el 24 de junio, el l,
día de San Juan, en que en La Habana, se celebra a Oggún,
señor del monte; "pero el aché de la resurrección
es más grande ¡no hay comparación!" Porque "Dios ha
estado muerto y resucita". El Sábado de Gloria, día de su
renacer, es el más santo del año, porque es de renovación
de la vida universal: de regeneración milagrosa en el mundo vegetal
y de reconstitución, - "todo está más potente" - de
todas las fuerzas que ha creado el Señor, "que cada año muere
y resucita". La fuerza nueva de la vida ("nos quedamos sin Dios el jueves
y viernes: si Cristo Jesús no resucitara el sábado, el mundo
acabaría") se concentra en las yerbas, en los árboles y en
el agua; cuando Dios "resucita" el sábado, al momeato de salir el
sol, “bendice la tierra”, "le da a ewé su aché" y acrecienta
el valor curativo y mágico de la planta que el santero, el de regla
de Ocha, el lucumí, utilizará, exclusivamente, para fines
benéficos.
Todo lo contrario ocurre el Jueves y Viernes Santos, como sabemos; el diablo
se suelta: "estos días hace de las suyas", y los mayomberos judíos
se aprovechan para hacer daño. "Le da al monte sangre de gato y
de perro negro, y Eshu, Lungambé, Lukánkansa, Cachica, Carire.
Kadianpemba, no tienen entonces contrincante". ("¡Lo contento que
se pone entonces Chakkúana!”).
Dios está ausente y no puede oponerse a las diabluras del diablo:
conviene precaverse de los brujos malvados que durante las horas de este
gran suceso cósmico despliegan una espantosa actividad. Todos se
internan en el monte cuando el sol está en el cenit o a la media
noche, “pues para cortar palos y bejucos del diablo, no hay días
mejores". Capturan espíritus maléficos, componen sus wémbas
fatales, le dan sangre a sus ndokis, trafican con todo lo malo... "Para
eso Eshu, rey de la maldad, está reinando solo”. Y van a los pozos
a proveerse para el año de "agua del diablo". Porque el Jueves y
Viernes Santos es cuando mejor se habla con Satanás, que está
en el fondo tenebroso del agua. Quien quiera hablar con Lugambé
en estas fechas, como hacen los brujos, que a las doce del día coloque
un espejo en el brocal de un pozo viejo: éste se ennegrece totalmente
y el espíritu malo se manifiesta. Diríjase a él: escoja
las más sonoras e innobles palabrotas del idioma, (que no hay criatura
más mal hablada, por fuerza, que el mayombero judío) y pídale
lo que quiera.
Los congos se preciaban de hacer un conjuro en una tina llena de aqua que
ofrecía, a aquellos que estabaa separados de algún ser querido
por la ausencia o por la muerte, el consuelo de contemplarlo reflejado
en el agua.
La de pozo que se recoge este día y que guarda en su casa el brujo,
tiene la propiedad de apestar terriblemente. El sabor es inmundo, corrupto.
Los nganguleros judíos se la administran a los suyos en caso de
enfermedad, ("porque el diablo cura a su gente"), para incorporarles sus
fuerzas infernales, o para hacerlos invulnerables contra los ataques de
otros diabólicos adversarios. Los jigües y los güijes,
los enanos de los ríos suben a la superficie y se muestran en estos
días.
En cambio el agua de Dios, "el agua de Gloria” o de resurrección,
que congos y lucumís sacan del pozo este sábado y domingo,
que toman y hacen tomar a sus ahijados y allegados para librarlos del brujo
y mantenerlos saludables, - indemnes a los bilongos -, no apesta ni se
corrompe.
"Los
trabajos que hacen los kimbiseros judíos el Jueves Santo, no se
desbaratan; si a alguien le roban la sombra ese día a pleno sol
y se da cuenta porque oye que lo llaman por su nombre y no ve a nadie,
que prepare la mortaja, está perdido". "¡Cuántas fosas
se abren en Jueves y Viernes Santos, día de robar sombra y voz!"
La solemnidad del Jueves y Viernes Santos, en los que el negro se abstiene
de toda actividad, sólo es profanada por los brujos que han pactado
con fuerzas exclusivamente maléficas. Todo en estos días
sufre secretamente por la muerte de Nuestro Redentor, "del amo del mundo
y de la vida", como dice Salacó. "Cristo está de cuerpo presente
en la iglesia, en el monte y en todas partes". Arboles y yerbas no deben
tocarse hasta que el dueño supremo no renazca, "vuelva a gobernar
al mundo" y las bendiga.
Todos mis informantes entienden que "en ausencia de Dios las plantas no
están potentes", "el monte guarda luto y está desvirtuado”,
y su valor curativo y profiláctico, todas las energías benéficas
de la naturaleza se hallan fatalmente muy disminuidas: "en la tierra todo
mengua mientras Dios está tendido".
El viejo R. nos explica: "Denque yo abrí sojo la mundo, yo son manigüero,
yo tá vivendo como venao la manigua, y todo ese ewe de la Gloria
son santísimo"; y nos refiere cómo en su niñez los
negros en el ingenio "La Unión", de D. Pedro Lamberto Fernández,
vestían una cepa de plátano que representaba a Olorún,
le encendían cuatro velas y lo velaban: "Oloddumare okuó
(Dios muerto) tó lo Ocha tapao, triste sintiendo que su capatá
tá ahí su cuerpo presente. Vierne a lan dié sale entiero
Jesucristo difunto". (Los negros enterraban la cepa del plátano
que figuraba a Cristo). "Sábado, dió levanta. Vamo bucá
yebba que viene santificao, y coge ese zumo de Oloddumare, freco, de Dió
que ta nuevo. Ahora ese éwe, to ese palo ta sacramentao, ta fuete
y ese ranca con tó ñura aura - porquería -, limpia
tó, ese cura, tá bindito po mimo Dió. Hora, dipué
que nelle coge yebba la gloria, vamo saludá Ocha, vamo en dále
pa comé, vamo asé lo fiesta, vamo siré - a jugar -,
Ocha tá contento".
Olorún y Obatalá se convirtieron aquí en Jesucristo
para los africanos y sus descendientes: y estos hombres y sus oscuras divinidades,
celebraban con regocijo la resurrección del... "capataz", del Dios
de los hombres blancos.
Para convencernos hasta qué punto todo en la naturaleza se resiente
de la muerte de Cristo, que árboles y plantas experimentan realmente
un gran dolor, tenemos el piñón botijo - áddo, olobotuyo,
olé iyétebe, en lucumí; masarossi, en congo; un arbusto
parecido a la higuera de Europa: el piñón contiene en abundancia
una savia espesa, blanca como la leche; pues si el Viernes Santo se le
da un tajo al tronco, "el piñón botija no derrama leche,
sino sangre". La savia se convierte en sangre.
Son muchos los misterios y prodigios que ocurren en el campo en Semana
Santa y sólo el aggugú y el muloyi penetran en el monte para
aprovecharse de la influencia maléfica de Eshu o Kaddiempémba
que es entonces dueño incontestable y acrecienta el poder de los
palos y bejucos malvados con los que compone o refortalece sus prendas.
El monte es entonces teatro de las más extrañas y horrendas
apariciones.
En Alquízar, era sabido lo que ocurría en el Monte Encueros
- llamado así por un congo cimarrón que vivía internado
en él y andaba en cueros. De seguro ninguna mujer que se atreviese
a pasar por este monte en viernes santo saldría de allí ilesa.
El cimarrón les cortaba los pechos para alimentar su nganga, o Kindoki,
o para beberse él mismo la sangre. En vano los guardias le buscaron:
el negro, muerto o vivo, porque en realidad no se sabía si era muerto
o si vivía aún, llamaba a los guardias, quienes oían
distintamente sus pasos y su voz, y a pesar de sentirlo muy cerca nunca
pudieron apresarlo.
Aun hoy, pretende Cape, este esclavo cimarrón se aparece en forma
mitad animal, mitad humana, a los mayomberos de aquella localidad que van
a cortar palos en luna nueva al Monte Encueros.
El
negro más encastillado en sus creencias y alejado de las prácticas
católicas, observa durante estas fechas el mayor recato: considera
peligrosa toda diversión o manifestación de alegría
bulliciosa.
(“No
es bueno enseñar los dientes ese día, reírse, jaranear
ni echarle al cuerpo aguardiente, no sea que se ponga contento y falte
el respeto”). No maldice: de ahí que a la mal hablada de Beleña
por maldecir un jueves santo le saliera una llaga maligna en la lengua.
-
"Le ponían un pedazo de carne cruda sobre la ñáñara
(llaga) para engañarla y que no se comiera a la lengua". Lo mismo
que el eminente doctor Tronchin le ponía filetes de ternera al cáncer
de su elegante paciente el Duque de Villars, método que en Cuba
hasta más que mediado el siglo pasado era remedio paleativo que
algunos médicos complacientes consentían en tales casos.
("El cáncer es un bicho que se va comiendo al hombre").
-
"Pero Dios no quiso perdonarla"; porque así como hay malos ojos
cuya maldad nos traspasa, hay malas lenguas que hacen efectiva una maldición.
“Aunque por suerte, no siempre se cumple la
maldición
que no sea justa”.
En
semana santa nadie debe alterarse: “ni siquiera se regaña a los
muchachos".
Son
días de absoluta abstinencia, que observa estrictamente la santería.
-
"Los matrimonios tienen mucho cuidado". Si una mujer peca y concibe en
jueves o viernes santo, "lo que traiga al mundo no será bueno. El
diablo se metió en eso”.
-
("Y se dice que los que se juntan no pueden despegarse").
Y sobre todo, no se trabaja: "Dios castiga lo que se hace ese día,
a menos que no sea por pura necesidad".
En
tiempos de la colonia, a algunos ingenios se los tragó la tierra
por moler en viernes santo.
En consideración al Señor que está tendido en su lecho
de muerte, en sus casas no barren, no friegan; ni planchan ni cosen. “Barrer
el suelo de la casa es barrer la cara de Cristo”. "No bañarse tampoco.
El agua se vuelve sangre". "No cortar nada porque se corta el cuerpo del
Señor".
Hacer
ruido es ofenderlo.
Oggún Arere le llevó la mano a Abelardo el carpintero, que
se encerró en el taller en viernes santo a terminar un encargo:
y a Choiaddó ."Bóko lo mató de embolia, por el embullo
de cobrar lo que le ofrecieron por cargarle un baúl a un americano".
Pues tal día "es una barbaridad cargar nada que pese sobre la cabeza".
En una leyenda que adaptó el esclavo a las costumbres de su nueva
patria, se cuenta cómo un hijo único, malcriado y adorado
ciegamente por sus padres, desoyendo el consejo y la súplica de
la madre que al fin consiente, como siempre, al capricho de su hijo, toma
su nkele, - escopeta - y va al monte a cazar en viernes santo. Allí
le sale al encuentro el jefe de los monos, le echa en cara su impiedad
y lo devora.
Quien ha vivido en Cuba sabe hasta qué punto es difícil derribar
uno de estos árboles prodigiosos, eminentemente santos o brujos,
que venera nuestro pueblo con una fe que se resiste a poner en duda su
divinidad. Un oscuro terror le impide al campesino descargar su hacha sobre
el tronco sagrado. No importa el jornal tentador que se esté dispuesto
a pagarle. Sólo un temerario, un irresponsable. consentirá
en cortar la ceiba, que materializa, más que simboliza, a sus ojos,
la terrible omnipotencia de Dios. En ella siente misteriosamente presente
un mundo de espíritus; le espanta la fuerza oculta, la persona invisible
y sobrenatural que se volvería contra él en un tremendo impulso
de venganza. La mayoría se niega rotundamente a cometer este acto
de impiedad indiscutible que, está convencido de ello, ("es con
lo único que nadie juega"), trae siempre aparejada, más tarde
o más temprano, una desgracia. Echarlas abajo es pecado, con todos
los agravantes de un pecado mortal. Las ceibas se vengan. Las ceibas no
perdonan. Así raro será el guajiro, y en esto no influye
el color de la piel, a quien desde su más tierna infancia se le
inculca el temor reverente a estos árboles cargados de leyendas
y rodeados de misterio, que tenga el valor de abatirlas. La creencia en
su santidad trasmitida de generación en generación, es más
fuerte que el interés, mucho más que la necesidad, a veces
dramática, de embolsar una generosa recompensa. "Prefiero pasar
miseria, dejar a mis hijos sin comer, ¡antes morirnos de hambre!
que tumbar una ceiba", es la exclamación invariable del hombre rústico
cuando se trata de suprimir el "árbol de la Virgen María",
del Santisimo, el de Oddúdua o Aggayu, el árbol de los espíritus.
En todo caso, en La Habana, - en el campo el asunto es mucho más
grave - jamás se comprometerá ningún trabajador a
llevar a cabo esta tarea, unánimemente tenida por sacrílega
y que entraña las más funestas consecuencias para el que
la acomete, sin antes asegurarse el consentimiento del árbol santo;
del gran espíritu y de los espíritus que lo habitan. De sobra
la experiencia ha demostrado que de no cumplirse el rito indispensable,
la ceiba nunca deja sin castigo a sus asesinos. Casi invariablemente, si
el filo del hacha no se vuelve de súbito contra el agresor, éste
no tardará en padecer los rigores de una desgracia inconjurable.
¡Cuantos no han visto, después de prestarse a esta herejía,
caer uno a uno a todos sus seres queridos!
Aun todos recuerdan, no lejos en mi barrio, el derribo de una ceiba centenaria,
santísima, que costó la vida a dos hombres y mutiló
a un tercero. Otra ceiba, "dispuesta a acabar con todos los que atentaban
contra ella" - con una cuadrilla que dirigía un blanco incrédulo
-, consintió, al fin, después de ocasionar varias desgracias,
en perecer por medio del fuego, (Obatala, el dueño o la dueña
de la ceiba, - Agguémo-Yéme - aceptó que Changó,
el fuego, su hijo preferido la consumiera). Pero cuantos intervinieron
o iban a participar en su destrucción tuvieron que hacer ebbó,
es decir, gastarse el dinero que habían ganado en aplacar su espíritu
colérico y obtener su perdón.
Es muy conocida en la provincia de Matanzas la espléndida ceiba
del Central Socorro. Cuentan en la localidad que el antiguo dueño
de este ingenio, todos los días dieciséis de noviembre regalaba
a los negros el mejor de sus toretes para que lo sacrificaran a Aggayú.
Aseguran candorosamente que cuando vendió su ingenio a una compañía
americana, "especificó" que lo vendía con la condición
de "que no se molestara ni a la ceiba ni a los negros que la adoraban".
Porque aquel amo, advierte mi informante, “no quería que nunca le
faltase a Iroko, que lo había protegido tanto, su novillo y su bembé”.
Mas se metieron allí los yankees, "sin conocimiento de causa", y
decidieron derribarla.
Nadie se prestó a obedecer una orden semejante que fué causa
de duelo y de terror entre la vieja negrada que desde los tiempos de los
abuelones africanos, y de una dueña anterior "que jugaba palo con
sus esclavos, muy negrera, aunque muy mala", veneraba a aquella madre ceiba;
y sólo un negro, que no era del Socorro, sino de Santa Isabel de
Lajas, "un bambollero". se presentó con su hacha y su machete para
derribar a Iroko.
"¡Ah, no llegó hasta donde la sombra de Iroko lo cubriese:
no llegó a enseñarle el puño a Dios! Salió
una avispa del tronco y le picó en la niña del ojo. El negro,
que se ufanaba que a él Iroko no le haría nada porque él
era de Santa Isabel de Lajas, ¡mira aué!, empezó a
gritar por lo bajo, ¡La avispa me picó la vista! ¡La
avispa me picó la vista! Y cada vez más alto, y más
alto, hasta que sus gritos se oían a una legua. Y gritando, ¡la
avispa me picó la vista! se lo llevaron al manicomio, donde loco
y ciego estiró la pata con la avispa metida en los sesos". Los americanos
espantados, me asegura este osainista, renunciaron entonces a su propósito.
Y como él no ha vuelto al Central Socorro, supone que allí
estará como siempre y para siempre, la ceiba dos veces centenaria.
Y allí está en efecto.
En Cimarrones, un jornalero, "como el cuerpo de un hombre es un árbol,
donde empezó a serruchar el tronco de la ceiba, empezó él
a sentir en su propio cuerpo, a la misma altura, un dolor tan grande que
tuvo que dejar la herramienta. Si a la ceiba le dolió el serrucho
a él le dolió más: se hinchó, y la gangrena
dijo, aquí estoy yo, y se lo llevó a la tumba”.
En algunas curvas peligrosas de caminos muy transitados donde los accidentes
son frecuentes y a veces mortales - como en la de la Muerte, en el Perico
- éstos se deben, muy a menudo, a la acción nefasta que siguen
ejerciendo tenazmente, los espíritus aún coléricos
de ceibas derribadas para facilitar la circulación. Los espíritus
no pierden la querencia de ir al sitio en que anteriormente se levantaba
una ceiba.
La del parque de la Fraternidad en la Habana tiene su leyenda. Bajo esta
ceiba se pretende que algunos hombres entonces prominentes, enterraron
sus ''macutos”. Y "no habrá tranquilidad ni orden en
este país hasta que no se saque de allí y se desmonte la
nganga que el General Machado enterró hace unos veinte años.
Está tan fuerte esta Prenda, y tan herida que todo lo tiene revuelto
aunque no lo parezca, y costará mucha sangre". Otros aseguran que
esa prenda se encargará de vengar a su dueño de la ingratitud
del pueblo cubano. (Debía considerarse suficientemente vengada).
Para todos los creyentes - esotéricos y exotéricos - los
actos oficiales que se celebraron con motivo de la inauguración
de la Plaza de la Fraternidad de la Habana, en que se convirtió
el antiguo y señorial Campo de Marte, tenían, abiertamente,
un carácter mágico. ¡Con razón! Las flechas
de hierro que adornan la verja que rodea a la ceiba en medio de la Plaza,
son las de Oggún, Eleggua, Ochosi, Allágguna, Changó,
y son signos de palo de monte, de Nkuyo, Nsasi, Siete Rayos; las tierras
- veintiuna - que se tra jeron para sembrarla, las monedas de oro que se
arrojaron en el hoyo, la supuesta ingerencia del famoso Sotomayor, un mayombero
amigo de algunos políticos influyentes de aquel tiempo, son indicios
elocuentísimos, de que allí "hay algo", y algo muy poderoso:
"una mañunga muy fuerte".
Un folklorista llenaría centenares de fichas con las historias que
se cuentan de las ceibas, veneradas y temidas de un extremo a otro de la
isla.
Quien haya tenido la paciencia de seguirnos por las explicaciones y disgresiones
de nuestros guías, retendrá el nombre de la ceiba como el
de un tipo perfecto de árbol sagrado: Iggi Olorun, Iroko, Nsanda
Nkuni Sambi, la "Santísima Ceiba", es concretamente, en la conciencia
mística de nuestro pueblo, Arbol Dios, más que árbol
de Dios.
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