Se
soltó la lengua
Dada la aceptación que tuvieron las primeras entregas de La lengua
suelta entre nuestros lectores, La Habana Elegante ha decidido
concederle a Fermín Gabor un espacio propio donde pueda seguir soltando
la lengua. A partir del presente número invitamos a nuestros
lectores a visitar periódicamente La lengua suelta,
puesto que su actualización no dependerá de la salida del
próximo número de L.H.E, sino de los envíos de Fermín
Gabor.
La
Redacción
La
lengua suelta, no.1
por
Fermín Gabor
Cunde
la esperanza entre escritores de la Isla
Delegación
de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de Guadalajara
Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos sesenta
escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen café),
el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y caderólogas
abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les
robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero, así
y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla.
Muy distinto futuro se abre, en cambio, para esos que dicen ser cubanos
aunque abandonaron la isla. Presumen de escritores cuando no tienen editorial
estatal ni ministerio que los represente y recibirán
la mayor de las sorpresas: cien jóvenes latinoamericanos con entrada
gratis en el recinto ferial. Cien muchachones diarios casualmente reunidos
en Guadalajara para congreso de la Organización Continental Latino
Americana de Estudiantes (OCLAE). (De producirse enfrentamiento o altercado,
la delegación oficial cubana tendrá las manos limpias. Tan
limpias como las de la policía habanera en cualquier cinco de agosto:
de la OCLAE como Contingente Blas Roca...)
Seiscientos escritores y artistas, cien latinoamericanos dispuestos a la
solidaridad,
coreografía
del Ballet Nacional de Cuba o del congreso de la OCLAE. Número grande
para negociar con los organizadores de la feria mexicana desde posiciones
de fuerza, para abusar con el más chiquito. (Mandaron a un tal Fernando
Rojas a quitar y poner gente de las mesas. Sacaba a su pariente Rafael
Rojas -si acaso son parientes- para meter a Lisandrito Otero.) Número
grande para convertirse de huéspedes en anfitriones, como ha dicho
Guillermo Cabrera Infante.
Ya algunos descontentos (los que no van) denuncian el alto nivel de artritis
y esclerosis de quienes han sido elegidos para representar a la literatura
de nuestro país. Pero, si bien es cierto que Cintio Vitier, ganador
del Premio Rulfo, cuenta con 81 años, Susana Haug, a quien desde
ya le auguramos un premio equivalente en su camino, cuenta con 19. Y el
arco que va de una a otro lo cubren escritores de todas las edades y pelajes.
Como indican los índices de edad promedio por día ferial,
no resulta alarmante el matusalenismo de la delegación oficial cubana.
Y a continuación publicamos la edad promedio de la delegación
oficial cubana por cada día de feria de la misma manera que algunos
periódicos publican los niveles diarios de contaminación
ambiental:
Sábado
30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6 años.
Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años. Jueves
5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1
años. Domingo 8: 58.8 años.
(A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de días.
Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las
Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda Oliver
Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal,
60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo ejemplo,
domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72.
Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González,
62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor Casaus,
58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel,
40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)
Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las provincias
y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del Instituto
Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación oficial
cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una
parte importante de la población radicada en la capital no nació
en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de construcción
de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia",
ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más del
80% de los integrantes de la delegación que viaja a México
no ha nacido en la capital.
Siguiendo este razonamiento que considera monumento provincial a cualquiera
nacido en provincias (sin importar cuántos siglos lleva viviendo
en la capital), frente a quienes gritan "¡Más Haug, menos
Vitier!" declaramos jóvenes a aquellos que fueron jóvenes
alguna vez. Porque haber nacido en Tuinicú tiene el mismo valor
inamovible que haber tenido diecinueve años. De este modo, si el
80 % de la delegación oficial cubana está compuesta por escritores
de provincia, la totalidad de esa delegación es joven. (Susana Haug
no iba a ser una excepción, por mona que sea.)
La esperanza cunde entre los escritores de la isla y no nos referimos solamente
a quienes por peregrinar a Guadalajara recibirán indulgencias (eterna
juventud, fuerzas de tierra natal) sino a los escritores todos de la isla.
Porque piensan: "Caramba, si a una feria del libro llevan a tanto músico
y hasta deportistas, seguro que los escritores cogeremos cajita cuando
vuelvan a nominar cubanos para el Grammy". Por no hablar de unaprobable
nominación al Oscar.
Lo que los entristece un poco, sin embargo, es que el deporte ofrezca tan
pocas oportunidades de gira, ahora que las Olimpiadas ocurren dentro de
la isla. "Lástima que no haya Píndaro con visa", se dan pésame
los unos a los otros.
La
lengua suelta, no. 2
La
camarilla de los maquilladores
Delegación
cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa
por
Fermín Gabor
Que
la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
Que
nos acompañe, pronuncia nuestro Ministro de Cultura.
Si
va Compay Segundo, ¿por qué no iba a ir ella?
Y
que Omara, escondida detrás de una cortinita, le preste su voz.
Que
vuelva a hablar por boca de Omara Portuondo.
Bueno,
dice Salvador Bueno.
Que
recite "Juegos de agua" como si cantara "Veinte años".
Dulce
María con la voz de Omara, imagina Pablo Armando Fernández.
¡Abrazo
de la alta cultura con la cultura popular!, Miguel Barnet exclama jubiloso.
¡Patriciado
y mulatería!, César López lo acompaña en su
júbilo.
"La
novia de Lázaro" como si cantara "Lo que me queda por vivir".
Bueno,
confirma Bueno.
"Últimos
días de una casa" como si fuera "Siempre es 26".
¡Abrazo
de alta burguesía con Revolución!, exclama jubiloso Barnet.
¡Como
en Pepe Rodríguez Feo!, lo secunda César López.
Dulce,
con esa cubanía que le hizo comprender lo justo de lo que estábamos
haciendo, recuerda el Ministro.
Pinareño
tan amado de todos, consigue entristecerse Miguelito.
¿César,
de quién habla Miguel?
Aldo
Martínez Malo, una de esas personas que no dejan una obra cuantiosa
pero que son defensores secretos de la cultura, sostiene el Ministro.
Y
recuerda Barnet: Fue por Aldo que llegué yo a la vieja.
Por
Aldo la vieja se acercó a la Revolución.
¡Patriciado
rebelde!
Dulce
María Loynaz abrió las puertas de la Academia de la Lengua
a la literatura de la Revolución, rememora Bueno.
Dulce
María Loynaz aceptó el Premio Nacional de Literatura.
Fue
el homenaje que la Revolución le hizo. Homenaje de su pueblo, de
este pueblo que se había quedado aquí lo mismo que ella.
Dulce
María Loynaz aceptó la Orden Carlos Manuel de Céspedes
de manos de Fulgencio Batista.
Ese
sentido ético muy suyo, ratifica Abel Prieto.
¡Patriciado
irredento! ¡Mujer todo carácter!
Dulce
María Loynaz giraba con su esposo por la España de Franco.
Pero
no hay prueba alguna de simpatía suya por Pinochet. Fue Borges el
de esa simpatía.
¡Borges
no va en nuestra delegación!, decide el Ministro. ¡Jorge Luis
Borges no va en ésta! Amaury Pérez, César Portillo
de la Luz, Vicente Feliú, Isaac Delgado, Leo Brouwer, Silvio Rodríguez,
John Lennon...
Brincan
al unísono Pablo, César, Miguel. Hasta brinca Salvador.
¡Y
John Lennon, sí señor! Yo no voy a admitir reduccionismos.
En ningún otro sitio del mundo han sentido este amor por los Beatles
que sentimos nosotros. John Lennon y los Beatles forman parte de nuestro
proceso desde el 1 de enero de 1959.
¡La
cultura cubana es una sola!¡La cultura cubana es universal!
...John
Lennon, Síntesis, Los Papines, la tropa de Buena Vista Social Club
quitando a Ry Cooder...
¡Ry
Cooder no pinta nada en una delegación de cubanos! ¡Que se
vaya por ahí con su guitarrita hawaiana!
..el
Ballet Nacional de Cuba, la orquesta y cuerpo de baile del Cabaret Tropicana,
una tabla humana de Espartaquiadas, los Guaracheros de Regla, los Marqueses
de Atarés, el Alacrán, los bandos reconciliados de cada una
las parrandas y charangas
de
la isla... Y, como perla de nuestros avances en la biotecnología,
Dulce María Loynaz igual que si estuviera viva.
¡La
cultura cubana es eterna!
¡Patriciado
tremendo!
Dulce
María doblada por Omara. Así que los he convocado para que
empiecen a trabajar en el cadáver. Pablo, Miguel, César,
Salvador: toca a ustedes devolvernos a nuestra Premio Cervantes de un modo
creíble. Les pido sobriedad en el maquillaje, contención
en lo que ese rostro exprese y flexibilidad de labios para que luego Omara
no tenga que recitar con boca de caimito.
Pablo
Armando Fernández, Miguel Barnet, César López y Salvador
Bueno, teñidores de profesión, componedores de batea, tintoreros
de tren chino, abortistas de perchero y zurcidores de virgo, trabajan en
la memoria de Dulce María Loynaz.
Y
en nombre del equipo, César López ha declarado al Granma
del 11 de noviembre: "Hemos estado revisando todos los textos de importancia
para que esta obra salga lo mejor posible".
La
lengua suelta, no. 3
Bajo
la peluca de un ministro
Abel
Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio
por
Fermín Gabor
Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de Cultura
Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada
de México ha publicado recientemente. Creo que desde la publicación
en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro
dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no contábamos
con tanto motivo de estupor.
El
vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras Cubanas
la había impreso dos veces en un año, accidente que no le
ha ocurrido a nadie que no sea ministro. Para promover la edición
española el autor no había estado solo: lo acompañaban
José María Vitier al piano y Francisco López Sacha
como presentador. Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no
estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino
en las declaraciones ministeriales a la prensa.
Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como ministro,
o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos dóciles
que los del Granma o del Juventud Rebelde con quienes
acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero
de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe su
fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del escándalo
político, es más rollo que película. Guillermo Cabrera
Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada más
a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de Zoé
Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos literarios.
(De acuerdo con este último punto, cabría preguntar entonces
qué hace en las librerías habaneras ese bodrio último
que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --,
por mucho premio Poe que haya recibido.)
Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto inútil
autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la Valdés
es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista más
reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in
toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana,
se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y
Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él
la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él hacer
de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de
buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado -sección
Carnes- en el caso Padilla.
Prieto suelta en esta última entrevista un par de hermosas estupideces
en las que nos detendremos. La primera: que en la isla se conoce mejor
la obra de los artistas y escritores emigrados que en Miami. La segunda:
que "en Estados Unidos una obra crítica, como Fresa y chocolate,
jamás se pone en las principales salas comerciales y se convierte
en un hecho nacional".
No hay más que echar un vistazo a las librerías habaneras
o provincianas para comprender que nunca se han visto en ellas ediciones
de Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas.
Severo Sarduy en un único libro, Lidia Cabrera también en
uno sólo (aún cuando sea su obra mayor) resultan ser muy
poco conocimiento de la literatura del exilio. Imposibles también
de consultarse en bibliotecas públicas; tales libros pueden alcanzarse,
en cambio, en librería de Miami.
Y, en cuanto a Fresa y Chocolate, si eso es una obra crítica,
entonces Mujercitas, de Louise M. Alcott, también lo es.
Y si una nominación al Premio Oscar, que supone previo estreno comercial
(Miramax distribuyendo), no es suficiente movimiento de mercado
para Abel Prieto, entonces nos toca compadecerlo por las ilusiones que
habrá visto frustrarse alrededor de la edición española
de su novela. Pues lo que Agustín Lara ofreció a María
Félix en su viaje a Madrid le habrá parecido muy poco al
autor de El vuelo del gato.
"El mercado es un censor mucho más terrible que el peor que haya
existido en la época de Stalin", considera Prieto. Y a seguidas
pregunta "¿Qué pasó con la canción de protesta
estadounidense de los años 60?". Pregunta por pregunta: ¿qué
pasó con las vidas de los censurados por los censores de Stalin
o por Stalin mismo? Seguramente que desde uno de los múltiples
cayos del Archipiélago Gulag añorarían para sí
las vidas de esos apiltrafados cantores de protesta. (Asimismo valdría
la pena conocer el destino de esas piltrafas cubanas que intentaron remedar
la canción protesta norteamericana. Ubi sunt Silvio Rodríguez.)
Al Ministro le preocupa la absorción comercial de los cantantes
de rap norteamericanos, pero no habla de la estrategia de ningunificación
que han planeado las instituciones cubanas para los cantantes de rap
de por acá. (Absorbidos también, los criollos no tendrán
siquiera el consuelo de la plata.) A Abel Prieto le encanta denostar al
mercado como si él no mercadeara de lo lindo. (Desmintiendo que
todo es arte comercial, Ediciones B cargó con el plomito
de su novela.) "La más grande herejía en el mundo contemporáneo
es la Revolución cubana", afirma. La voz de Cuba es, según
él, la más hereje y disidente en el concierto de los países.
Y el papel de escritores y artistas queda entonces muy claro: "la cultura
ha sido (...) guardián de esa herejía". A escritores
y artistas corresponde el puesto de esposa fiel de un hombre excéntrico,
errático, borrachín y mujeriego. Hay que dejar la voluntad
de disentir a los políticos y toca a artistas y escritores aplaudir
las ocurrencias de éstos. Con la excusa de una política
exterior independiente, orgullo de cancillería, el infierno de la
aprobación eterna en el interior del país.
La lectura de una entrevista así despierta enseguida en quien la
lee impulsos de entrevistador y quisiéramos preguntar al Ministro
por qué no pensar la cultura como herejía de la herejía.
Nos gustaría recordarle a Abel Prieto que, históricamente
hablando, la posibilidad de ser hereje en país protestante no suponía
vasallaje católico, aunque igualmente prometiera la hoguera.
Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes intriga
qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la
peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con suficientes
motivos de esperanza. Pues dentro de muy poco volverá a ser
entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto. Hasta
entonces, compañeros.
La
lengua suelta no.4
Convocan
a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet
por
Fermín Gabor
Lukács
cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el último
número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke. Maestro
lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en los
cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo Padura
lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso por
cada libro que no escribía.
Pulcramente
peinado, cuidadoso de la raya del cabello como del filo de sus pantalones,
tan tieso de
postura como una intitutriz, ducho en la utilización de la pipa
(lo cual ciertamente lo aproxima a Forster) y atacado de movimiento de
chino de relojería en cuanto algún punto de discusión
aparece por el horizonte, Ambrosio Fornet acaba de cumplir setenta años.
En
estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros solamente),
lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos preguntáramos
dónde diablos estará el “A passage to India” de este Forster
nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de desmochar
parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser totalmente
desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de “la
Novela de la Revolución”.
Incapaz
o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido el
de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta
no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y estudia
ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela ñángara
a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo.
(En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario
cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier,
exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
Es
Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos escritores
del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo propugnador
de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples cederistas
convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera largarse
del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de signo
contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha convertido
una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta importadora
de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la
libra en pie de escritor ido.
Asiduo
visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta
obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas universidades
en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al terciar
en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante profesor
universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor
propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no
esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las instituciones
cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes norteamericanos
a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica. (Universidades
yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su parentela:
el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de México.)
La
literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que Ambrosio
Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos setenta
años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra haraganería
idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros
la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del norte
no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo.
Lo
mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad cercana.
No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo
que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos) lo
entrega generosamente cuando, después de algún silencio apreciativo
y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz Kafka
es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente: “Sostengo
que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras francesas”.
Casa
de las Américas celebra ahora estos setenta años de labor
infatigable con un coloquio internacional sobre la obra de Ambrosio Fornet.
Los interesados en participar deberán entregar sus ponencias en
blanco antes de que termine el año.
La
lengua suelta no. 5
Museo
arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca
Fermín
Gabor
Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias novelas
(alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos
con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway mientras
éste escribía en la barra del Floridita, hubo de aceptarle
al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo.
Recibió menosprecio por parte de Neruda en
sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che Guevara
aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece allí
va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa,
Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching
bag, el Premio Nacional de Literatura 2002.
Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de años
de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional
no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías habaneras
andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge
cuatro de sus novelas y también ejemplares de una biobliografía
suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha publicado
una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel Castro
y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara enseguida:
“Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida privada
al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia oficial,
me permite esta licencia”.
Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación
no va a escaparse. No sólo adulador, sino también chicharrón,
guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja de
ruta. “He residido muchos años fuera de mi país
en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta en
esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y empezamos
a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas que
pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos periodísticos
los que le dieron tanta ala?
No hay que darle muchas vueltas al asunto para comprender que en todos
esos ámbitos Lisandro Otero ha cumplido con encargos oficiales cubanos:
periodista o embajador o lo que fuera. En México, donde según
sus palabras, “he ocupado posiciones dirigentes dentro de los medios de
comunicación mexicanos y he recibido galardones de mis colegas de
la prensa que me enorgullecen”, apostaba desde el diario Excelsior
por la continuación del PRI, partido jurásico, en la presidencia
mexicana. Y ahora el fracaso electoral priísta y el hundimiento
del trasatlántico Excelsior nos lo traen de regreso.
Oigámoslo explicar líricamente en La Jiribilla las
razones de su vuelta: vuelve para “escuchar el rumor de las olas y acechar
en mi jardín el vuelo del colibrí”. (Escuchar rumores del
mar y acechar en un jardín parecen las actividades de un espía
en plan pijama.)
Poco antes del fallo del Premio Nacional de Literatura, las revistas electrónicas
culturales habaneras inclinaban a los apostadores hacia otro caballo, daban
como favorito a Reynaldo González. Pero el antiguo director de la
Cinemateca
de Cuba y actual asesor de la presidencia de la UNEAC ha visto ya frustradas
sus esperanzas. Al menos por este año...
González, quien hasta hace poco acostumbraba (en privado) a deslizar
comentarios en contra de Abel Prieto, ha sabido esfumar sus prejuicios
y se le vio mucho en el séquito ministerial durante la Feria
del Libro de Guadalajara. Pero nada en su comportamiento puede resultarnos
asombroso si recordamos que, poco después de haber obtenido ese
mismo premio que gana Otero y que González pierde, César
López, hasta entonces discreto rebelde, se encaramó en tarima
por Elián para mascullar uno de sus poemas insoplables. Y si recordamos
que Antón Arrufat, premiado también, se apuntó para
la fiesta oficial cubana por el Cuatro de Julio y no hace ascos a integrar
cuanto séquito oficial quiera incluirlo.
El ejemplo de Leónidas Trujillo, alias Chapita (figura también
comparable a Isabel Tudor y a Octavio Augusto) guía el comportamiento
de estos escritores. La llamada Generación del Cincuenta,
que tendría que representar el papel de mayores en nuestro panorama
literario, no ha hecho más que componer obras poco estimulantes
y rebajarse por una medalla o un gajo de laurel. La arrebatan los diplomas,
es generación chapita, y Lisandro Otero, figura señera
de ella, ha vuelto a La Habana en busca de su galardón.
Ahora que lo tenemos otra vez entre nosotros, debemos preocuparnos por
la continuación de vida tan al margen de lo oficial como la suya,
y nos toca preguntarnos por qué (es sólo un ejemplo) no le
encargan la dirección de La Jiribilla. Aunque quizás
habría que pensarlo despaciosamente ahora que vuelve al cubil otra
marginal de la vida pública, figura no menos acechadora de olas
y de colibríes: nuestra ex-embajadora ante la UNESCO Soledad Cruz.
Bienvenidos
a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
La
lengua suelta no. 6
Fornet
e hijo reabren El Encanto
Fermín Gabor
Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años autora
de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a
las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista siempre
mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma. Maquinadora
de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con
frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le
cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de
inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura endiablada
Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas más
bobas de la reciente literatura cubana.
Djuna Barnes afirmó alguna vez que los escritores norteamericanos
se especializaban en exponer las cosas soportables de un modo insoportable,
y que a ella afortunadamente le interesaba lo contrario. Lo escrito por
Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos grupos
que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a algunos
conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella
sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica.
Carente de imaginación como para inventar personajes o situaciones,
anda escasa también de filosofía
o moraleja o tesis que le entregue algún sentido a lo que copia.
Y, una vez desenvuelto el tamal del chisme en sus novelas o cuentos en
clave, queda al lector bien poco de sorpresa. Aunque es cierto que, en
país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos miembros
de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego).
Y es al parecer de un personaje de esta joven narradora, al parlamento
de una de sus protagonistas clonadas, al juicio que se acoge Jorge Fornet
para dictar frontera final en su antología del cuento cubano del
siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México, 2002). “Todo
cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud”, afirma
una petulante protagonista porteliana y Jorge Fornet parece asumir que
quien habla es directamente Ena Lucía Portela, que lo dicho es una
especie de manifiesto literario, que ese manifiesto incluye a toda una
generación y que esa generación le pide al antologador que
es él que los deje fuera del siglo XX, reservados para un mejor
siglo venidero.
(Petición
apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa, antologadores
ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la ventaja
de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que
Fornet solito explica en su prólogo.)
Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina aproximadamente
a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el desencanto
por la independencia perdida, el asombro por la aparición del amo
estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida,
el pasmo
por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos desencantos
como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de encanto
y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del
Valle.
Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y setenta
(Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no parecen
desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas
por el encanto”.
No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge
Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena parte
de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la Revolución”
(ya está que acepta hasta la “Novela de la Contrarrevolución”
con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado
suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan
en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la
“Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con arrepentimiento,
la relojería larga
de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda
estar desencantado en su escritura sin haber producido antes algún
ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse desencantado
del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos creer
que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López
Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto recomienda
a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo, el
bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y Chucherías
se enorgullece de contar con tales artículos.)
Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco antes
y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es que
la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas cuantitativamente,
no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La escasa
obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo libro
y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente las
cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de otros
de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus autores
para rectificarlas desde los presupuestos.
Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de su
selección a toda una generación de escritores, sino que los
regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que también
considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un
ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se asome
a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello.
A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el Niño
defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta
inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-, encontramos
esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una
literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el destino
de la Revolución misma no parecen preocuparles”.
Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby está
aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano
era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó
la diversión/Llegó el prusianismo y mandó a parar”.
No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta reciente
antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban Borrero
Echevarría, el primero de los antologados, había visto “la
cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la revolución
triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el
siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni encantados
ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y Fornet
el
Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y vámonos”.
En un ensayo aparecido en el último número de La Gaceta
de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no saber
leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal toda
narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de Enrique
Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?)
y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los múltiples
asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga más
sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a
ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto más
crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de
Cintio Vitier hayan salido músicos.
El Fondo de Cultura Económica de México quiso homenajear
a la literatura cubana del siglo XX
con tres antologías, y seis antologadores (tres residentes en la
isla y tres fuera de la isla) se encargaron de menoscabar esa literatura.
Dejaron fuera de sus antologías a un montón de escritores
que empezaron vida pública a fines de los ochenta, posrevolucionarios
o como quiera que se les llame. Sólo un ensayista -Victor Fowler-
en la antología de ensayo, sólo dos poetas -Sigfredo Ariel
y Damaris Calderón- en la de poesía y ningún cuentista
en la de cuento: el peor cancerberismo ha sido cometido por Carlos Espinosa
y por Jorge Fornet. Y este último fue quien prestó razones
al cuchillo.
La
lengua suelta no.7
Feria
del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo”
Fermín
Gabor
Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y dieron
por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le habían
descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de su
casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo
reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus últimas
chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para aquella
otra feria el pintor Waldo Saavedra.
Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña
y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza: crímenes
y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta, refleja
el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera
cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
De México también llegó Lisandro Otero. Le otorgaron
el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le hubiesen
devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer
en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y
adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán
de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los desmayos,
los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la certidumbre
de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera propia,
siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al mundo,
mejor dotados para los combates que vendrán”.
Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había sobrellevado
una época difícil durante la cual fui relegado a una silenciosa
inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un hálito
robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá,
en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de pensar
en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en
Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de yagrumas
en cada paisaje”.
(Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono
del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar
ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el
mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula,
nada azteca se le pegó por vivir fuera.)
A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos Russell
Banks y William Kennedy. Una investigadora británica autora
de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de la
CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los más
viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas, sirvió
en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos años.
Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más empobrecida,
vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes estaba
dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio prioridad
a su presidente y toda la narrativa de la región pareció
concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus recién
aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos, presentaron
por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera
edición o cuarta edición ya). Ningún espía
preso y ningún inventor de champú biotecnológico de
placenta se quedó sin su librito. La muy insípida literatura
nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot, Zola,
Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la “Lolita”
nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos cuarenta
años pues la colección Huracán es asesorada por Ambrosio
Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
De Puerto Rico llegaron los libros de Plaza Mayor, una editorial que dirige
la cubana Patricia Gutiérrez Menoyo. Plaza Mayor había estado
ya en ediciones anteriores de la feria habanera, había formado parte
de la presencia cubana de la isla en la Feria del Libro de Guadalajara.
Su directora estaba cujeada en negociaciones con autoridades cubanas, pero
está en la naturaleza de esas autoridades sorprender incluso a los
muy avisados.
Y, para empezar, le prohibieron a un presentador: Antonio José Ponte.
Luego, con malevolencia mayor, impidieron que se presentara el libro de
Félix Luis Viera que hablaba de lo carcelario revolucionario en
los sesenta, de la UMAP.
Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los dueños
de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida tendría
de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron
las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de cristal
y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y cartas,
caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si quería
viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de querer
volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de
pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como quiera
que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera
el oráculo marista.
Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues presentar
en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser catastrófico
no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy, antes
fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento. Alguien
se ponía a recordar allí el campo de concentración
que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía,
iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo Armando
Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de paso).
Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat, Reynaldo
González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón, presentes
en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la Comparsa
de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar
cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus cómplices.
Terminada la feria, los periódicos de la isla publican cuánto
ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y
acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La Cabaña
tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano
del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández vigila
la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo mantenerse
en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan la
llegada de un camión, del camión de los víveres. Porque
le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima estará
dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a él.
(Carilda es abstemia.)
La
lengua suelta no. 8
Hablando
de pelota en la Esquina Caliente
Fermin
Gabor
Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la espontaneidad
se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros emplazamientos)
para discutir de béisbol, de pelota. Es el único parlamento
cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La bibliografía
pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y allí
puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión voceada
a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado, guapería
en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del Apóstol
Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente altura
de su pedestal. Para que oiga.
Y ha sido a esa institución, a la Esquina Caliente del Parque
Central, adonde han llegado ecos de un extraño partido de pelota
celebrado entre escritores y gente del mundo editorial para celebrar la
Jornada Nacional del Libro.
En tantos años de reunión de críticos beisboleros
no se había visto mayor estupefacción. “¿A dónde
vamos a llegar, caballeros?”, preguntó sin falta un apocalíptico.
“¿Y qué hace tanto ganso en la pelota?”, otro lo interrumpió.
“Alguna mecánica estarán escondiendo”.
Arturo Arango (jefe de redacción de La Gaceta de Cuba), Norberto
Codina (director de la misma revista), Fidel Díaz Castro (director
de El Caimán Barbudo), Alexis Díaz Pimienta (repentista
en cuanta timba oficial se implemente), Eduardo Heras León (director
de taller literario), Angel Santiesteban (narrador sin cargo), Iroel Sánchez
(presidente del Instituto Cubano del Libro), Enrique Ubieta (director
de la Cinemateca de Cuba), Omar Valiño (director de Tablas)
y Yoss (narrador sin cargo) fueron algunos de los divididos en equipo
Verde y equipo Amarillo. “Ninguno debe valer nada en su trabajo”,
fue el dictamen general de la Esquina.
Mucha desconfianza en la literatura (por no hablar de irresueltos conflictos
adolescentes) habrá llevado
a ese grupo de intelectuales y de administradores de lo intelectual a un
stadium
para celebrar la salida del primer volumen de una Historia de la Literatura
Cubana (que con papa se la coman) y el relanzamiento (ya que no hay
libro suyo nuevo) de un título de ese escritor en el banco de espera
que es Ambrosio Fornet.
Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves dentro
del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de piernas
de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso nacional
con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y
sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van
más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado tiernos,
sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera pensar
la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit)
con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del machete
del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto
a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que recapaciten
su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer de
la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo
no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet
y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y Abelardo
Estorino y Senel Paz y
Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y
la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima de
la pena de muerte y también firma.
Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su revista
Criterios
dedicado a la globalización sea presentado por mayimbes no menos
globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano o la
más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se entretiene
en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer, no
tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque aquí
ya está pasando.
Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con directores
en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia, escribiendo
jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y
orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible,
buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso grupo
batistiano.
Que un juego de pelota sirva como protesta pública, signo de rebeldía,
se había visto ya hace décadas entre pintores del patio.
Ahora puede valer como sello de alianza entre escritores y censores políticos.
Sea. Quien coleccione postalitas de peloteros no debe perderse las de Verdes
y Amarillos en el número 100 de La Jiribilla.
Rafael Hernández, director de Temas, ha dispuesto que en
la peña de pensamiento que su revista organiza cada mes el tema
sea: “Con las bases llenas. El béisbol y la cultura de debate”.
La invitación reza así: “se trata de un intercambio de impresiones
entre el público asistente y los miembros del panel (dirigentes
deportivos, sociólogos, periodistas y escritores) acerca de las
características y proyecciones del debate popular sobre la pelota,
y en qué sentido puede servir de modelo para el desarrollo de la
cultura del debate en Cuba”.
Lamentablemente, ninguno de los asiduos a la Esquina Caliente a
quienes he extendido la invitación piensa asomarse por allí.
Porque les huele a encerrona. Y uno de ellos lo ha explicado de este modo:
“Intelectuales que piensan mal y prefieren ponerse a jugar pelota. Luego
juegan tan mal que empiezan a justificarse con su blablablá”.
Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
La
lengua suelta no. 9
En
fila india, pelados que dan grima
Fermin
Gabor
Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola cosa.
Y el sábado comienza (al menos
para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla. Porque
algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de días
sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que lleva
ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias instituciones
gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
No puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en lo
táctil, que La Jiribilla aparezca en papel. En La Habana,
en un salón de la UNEAC, acaba de presentarse el número cero
y la revista en la red ha puesto a disposición de sus lectores lejanos
los discursos y un albúm de imágenes. Albúm de época
como todos, éste lo es más aún porque parece de fecha
muy anterior a este atribulado 2003 que vivimos.
Para darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros que
en tal presentación ocupaban
primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, Graziela Pogolotti,
Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí sentaditos
silla
con silla. (En segunda fila Reynaldo González, detrás
del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de Literatura,
y Marilyn Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela.
En tercera o cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras hierbas
del vergel. Muy pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta años.)
De esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos fotográficos,
a Ricardo Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos poco.)
Retamar, Prieto, Pogolotti, Arrufat y Martí, ¿qué
nos dicen tan ilustres cabezas?
Mejor no intentar aquí el estudio de sus desvaríos (Prieto,
por ejemplo, ha vuelto a soltar en entrevista que las leyes del mercado
son, para la cultura, peor que los censores de Stalin), sino el de sus
apariencias. Y, al respecto, el albúm de imágenes publicadas
por La Jiribilla lo está diciendo a gritos: ¡qué
mal peladas están esas cabezas!
Retamar porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que
dan rasquiña. Pogolotti parece una
yakuza de película japonesa de serie B (se salva porque es ciega).
Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de su cabeza
como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat, sin
cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado. Mirándolos
en esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a los
cinco la misma tijera. Y entran deseos de ser por un momento (sólo
por un momento) Reynaldo González o Marilyn Bobes, espectadores
tan privilegiados que alcanzan a mirarlos por detrás.
Para averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si
los cinco formaran una banda (dicho en
cualquiera de sus posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un barbero
especialista en cortes históricos. (Últimamente hemos dado
turno de palabra a discutidores de béisbol y ahora a un fígaro:
abogamos desde aquí por la masividad de la cultura.) Felo (que así
lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de poner las
cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que Nisia
Agüero se hace en su cabeza no es más que un Pompadour
aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón en
propio o en peluca, un Arlequín. Y, respecto a los cinco,
Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La Jiribilla
para dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
“Ahora lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma época
de esos pelados. Coimbre tuvo una china, según Arsenio Rodríguez.
Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero, ¿qué
es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta dejarlas
así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo explica
así: arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda.
O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit:
un McCartney, un David Bowie glam como Ziggy Stardust, un Lionel
Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en sí
y para sí. Hasta el punto que, según el Oxford English
Dictionary, “mullet head” viene a significar “stupid person”.
Y ahí estaban, con sus distintas longuras, that five mullet heads
en la presentación del number cero
de The Jiribilla. Y Felo me propuso seriamente que, ahora que vuelven
los rumores de que Prieto cesa como ministro, podrían hacerlo presidente
de la Asociación Nacional del Mulé tal como Charlton
Helston preside la del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de combate”,
sería la consigna.
Y
a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos (aquí
Felo metió mano a la recortería de sus archivos) al origen
indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en
culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de Harvard,
los indios creían que el espíritu de cada uno reside en su
cabellera (siempre hubo poco indio calvo) y el mullet les servía
a la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no
podría echarle mal. Largo atrás, escondido tras la nuca,
apuntaba al poder de la tierra (Joyce Chang, Mullet mania, en Men’s
Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring 2002,
pp. 64-66).
Y si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por qué
privarnos de hacerlo con nuestro Granma? Según su edición
del 7 de junio de este año, el famoso payaso Oleg Pópov se
queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el régimen
anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la orden
Lenin y la distinción de artista emérito de la Unión
Soviética, viajó por todo el mundo, fue excelente payaso,
y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
Del Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla:
uno vuelve al album de fotos y llega a comprender qué hacen peinados
del mismo modo, en son de batalla, esos cinco indios de la primera fila.
“Un buen payaso necesita cuarenta años hasta que encuentra su cara”,
dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus lamentos.
La
lengua suelta no. 10
Donde
Rosita Fornés explica la punzada del guajiro
Fermin
Gabor
Hace unos años, enterado de que Emilio Ichikawa había decidido
quedarse en el exilio (ya habían salido de Cuba Osvaldo Sánchez,
Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Malanga y su puesto de viandas),
el doctor en Ciencias sobre el Arte Rufo Caballero, anunció
que en la isla solamente quedaba un pensador de la cultura y ese era él.
Conductor de un programa de televisión, habitualísimo de
las revistas nacionales y encargado de la sección de misceláneas
de "Revolución y Cultura", en adelante se vería obligado
a cubrir todos los frentes, a tratar cualquiera de las formas en que el
Espíritu quisiera manifestarse. Y desde entonces RC baja su metatranca
en todos los apeaderos de la Cultura. Pero lo que lo ha hecho de veras
único en nuestro pensamiento cultural son esos toques autobiográficos
que él coloca en sus análisis, no importa de cuál
tema traten éstos.
Se estaría tentado a creer que él emprende la crítica
de una película con el secreto objetivo de inscribir sus ocurrencias:
"Como a todo el mundo, muchas veces me han preguntado qué me hubiera
gustado ser en la vida. Voy a responder aquí. Me hubiera gustado
ser... bailarín. Bailarín clásico. De adolescente
me imaginaba en los saltos vertiginosos y el gesto más hermoso,
sosteniendo con donaire a la bailarina. Pasó el tiempo y la
vida, o este cuerpo que habito, me sugirieron que no, que mejor me
dedicaba a mi segundo gran amor, ya hoy el primero. Y aquí estoy,
de escritor, sin que me vaya demasiado mal". ("La Gaceta de Cuba",
número 1, enero-febrero 2001)
Le piden por estos días que presente un número de esa revista
y todo su discurso termina en una coqueta disquisición acerca
de su propia fecha de nacimiento. Y ahora nos cae en las manos su libro
El
canto del quetzal (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002), en el
que narra su estancia en México para recibir un premio ("corolario
a muchos años de laboreo", reconoce) y, quien guste de lo
picúo, lo cursiñán, la cheancia, que no deje escapar
este volumen, la más grosera fábula de autolegitimación
que pueda imaginarse.
Su autor gana un premio literario, cuenta la ceremonia de premiación,
nos larga el discurso leído en ella, pega a esto unas cuantas reseñas
de películas, algunos paseítos, unos cuantos piropos a su
mujer (que está de bala, a juzgar por las fotos), cartas inéditas
de algunos intelectuales desaparecidos, y ya está armado el
libro. Se dice fácil, claro. Sin embargo, ningún otro cubano
ha tenido talante para darse bombo así. Ni Yoyó ni
Mimí, ni Miguelillo Barniz ni Pablo Armanducho Fernández.
Ningún otro escritor del patio tiene en sus zapatos los soportes
ortopédicos que permiten tal empuje. Y hay que reconocer que
la literatura cubana está en un punto en que se debe agradecer
hasta el descaro.
El primero de este libro aparece un poco velado: RC compara su matrimonio
al de Luis Cardoza y Aragón con Lya Kostakovsky. Descaro segundo
es arrimarse a Gabriel García Márquez como una perra ruina
a la pata de un pantalón blanco.
Días antes de que el premio le sea otorgado, RC comprueba lo poco
que interesa él a los periodistas, más deseosos de dar con
el Nobel colombiano. La llegada de éste a la ceremonia, acompañado
de su esposa, dispone a nuestro autor a otro de sus ejercicios translaticios
de pareja. Y muy pronto el colombiano siente un irreprimible interés
por el cubano, el viejo escritor por el joven. "Él me observaba
fijo, como tratando de conocer el posible enigma del 'nuevo intelectual
americano'". (Lo dejó claro Almeida, comandante y bolerista: "Esa
mujer lo que quiere es que la miren".) Al ver cómo la prensa acosa
a García Márquez, RC se apena por el famoso. Aunque, a la
larga, es pena por sí mismo: "En realidad García Márquez
era la magnificación de mi propia pena, de mi misma experiencia
de fragilidad. Un lustro atrás escribí y conduje en la televisión
cubana un programa para la apreciación estética del cine
y mi rostro (...) empezó a ser conocido, compartido, vapuleado,
infamado, bendecido. La gente me rodeaba en los restaurantes, en la calle,
en los taxis".
Perseguido hasta el catre, cercado por linchadores y admiradores vampíricos,
RC decide alejarse de la televisión: "En mi mejor momento de incidencia
popular, lo dejé todo y volví a mi gabinete, a la lúbrica
complicidad con mi ordenador..." García Márquez, en cambio,
está fuñido de fama. RC lee su
discurso y el colombiano no le quita ojo: "García Márquez
escruta el menor sonido que de mí emana".
Terminados los discursos, la Marquesa de Macondo (como Reinaldo Arenas
le espetara) anuncia a la prensa que, de saber todas las cosas hermosas
que el premiado diría, no lo hubiera dejado hablar. RC lo toma como
cumplido y aprovecha que algún periodista le dedica atención
para meter cuerpo: "le conté que, cuidado, con todo y los elogios
mutuos, García Márquez y yo teníamos una relación
medio que de amor-odio, pues mientras me encontraba contratado en su país
como crítico de cine, escribí alguna que otra crítica
que pudo crisparle".
Y el último de los descaros aproximativos empuja a RC, gracias a
obesidades parecidas, a iguales obstinaciones en residir en Cuba y al gusto
por la poesía, a arrimarse al mismísimo José Lezama
Lima.
Pero "El canto del quetzal", además de un sostenido asedio al espejo,
es la crónica detallada de un viaje. Su autor intuye, antes de llegar
a México, que "allí seremos rabiosamente felices y que la
vida, que es buena y es hermosa, siempre vale la pena vivirse". Ya el aeropuerto
consigue de él esta perla de tratado cultural: "Hay una eterna
fila en estructura zigzagueante porque a México entran diariamente
miles de personas de todo el mundo, primera y elemental condición
para un dosificado cosmopolitismo que nada propio desdibuja". Y el
viaje entero podría resumirse así: "México es un
país, y sobre todo una cultura, tan pero tan grande, que sabe vivir
hasta de su decadencia, está definitivamente por encima de
su bien y de su mal".
Las ciudades visitadas le despiertan un envidiable estilo de folleto turístico:
"Sueño de poetas, ambición de filósofos, retiro
de hombres hastiados del vago y vano mundanal (sic), Querétaro es
la vívida estampa de la gracia arquitectónica y la
hospitalidad del transeúnte". Y para qué hablar de sus reacciones
ante la pintura. Frida Kahlo es "esa mujer emblema que alcanza a abrazar
toda una cultura y una condición: la neurosis del artista contemporáneo,
su inestabilidad emocional que regala más de una invalidez".
Kahlo se le aparece "titilante en su soledad" y Tamayo de este modo: "Me
muero de la pena, estoy, o soy, muy generoso, pero Tamayo también
me parece un genio".
Después de Van Gogh no hay más pueblo: "Enfrentar un Van
Gogh constituye uno de esos momentos de iniciación únicos
en la vida: la vida no es la misma después que se conoce el amor,
que se tiene un hijo, que la madre se muere, y que uno tiene delante un
Van Gogh. (...) Van Gogh era Dios, y yo lloraba".
Muchos más campos son abarcados por nuestro único doctor
en Riquezas del Mundo Interior. La cultura rusa, digamos: "sabemos que
la cultura rusa ha sido de siempre muy sufrida. Yo, que la adoro, a la
cultura rusa digo, pienso sin embargo que la vida es buena y es bella y
que saber vivirla con alegría es importante". O las relaciones entre
música y cromatismo: "La música pop, por ejemplo, me parece
casi siempre rosada, y el rosado es un color muy difícil".
Uno lee las frases anteriores y llega a añorar aquellos pasajes
donde el autor vierte su metatranca. Vaya una frase: "Hay un azar
concurrente que, entretanto, ata hilos en la bruma de una inconexión
que se anuncia como descifrable cuando todo lo contrario ocurre". A cogerlo,
que no tiene espinas: diez fulitas a quien logre su desciframiento.
Se deja la lectura de "El canto del quetzal" por prestarle atención
a textos más sesudos del propio RC y enseguida esos mamotreticos
hacen echar de menos lo que el quetzal cantaba. Porque mientras más
se trata al rufián más se extraña al caballero. Y
viceversa.
No es arduo aventurar entonces que RC se vale de jerga postdisneyana para
no soltar las elementalidades de una tía abuela. Habla en
parábola con tal de no hacer pública la verdadera receta
del flan de calabaza.
Bastante de parábola (y de confesión) tiene el más
narrativo de los episodios de este nuevo libro suyo. Está el autor
con su mujer en una librería del DF y algo le llama la atención.
"Oh, oh, allá atrás pasa algo. Detrás de aquel estante
algo se mueve con dureza y percibo unos bramidos; alguien se ha situado
justo allí para que no lo registren los espejos, y como la librería
es tan grande, allá al final llega muy poca gente (...) Temerario
como soy me acerco con cuidado hasta darme cuenta de que un chico se masturba,
se masturba con una violencia que me hace envidiar mis quince años".
Alto a la cita para dejar establecido que resulta impensable que alguien,
ni siquiera él mismo, vaya a ponerse a envidiar el carapacho quinceañero
de Rufito C.
"El chico me mira, detiene un instante el movimiento, y como ve que no
me muevo, que no lo delato,
dirá que es un tío mirón (...) lo cierto es que sigue
en lo suyo. Con la coartada del voyeurismo, me acerco y veo que el
chico tiene delante 'El nombre de la rosa', de Eco, y lo tiene abierto.
Cierra los ojos. Eyacula finalmente sobre alguna página del libro,
se guarda lo suyo, y quiere irse".
Pero RC no va a dejarlo escapar así como así. Francamente,
él no se interesa por "lo suyo" del mexicanito, sino por practicar
el voyeurismo. Mirar no le interesa tanto como ser clasificado de mirón.
Más
que las anatomías, el doctor ama las taxonomías.
"Lo acompaño a la puerta y ya afuera casi le obligo a que me cuente
por qué hace eso, si no lo delato (...) Vengo todas las semanas,
me dice. Soy Adso, y me parece irresistible la atmósfera del monasterio,
el escondite del sexo, el encuentro de la flor. Soy Adso y vengo al ritual,
nada más me preguntes".
RC busca a su mujer, le cuenta todo, pide permiso para gastar de la bolsa
común y sale a regalarle al muchacho un ejemplar de la noveluca
de Eco (¿busca acaso que el performancer repita su numerito?). Il
ragazzo, sin embargo, declina tal regalo y acusa al doctor en Ciencias
Metatránquicas de no haber entendido: lo de él es hacerlo
en esa librería, con música de "Maná" de fondo. Así
que nuestro desahuciado amigo se trae el libro a casa y al escribir de
aquel encuentro vuelve a divisarlo: "Miro a mi estante y ahí está
'El nombre de la rosa'. Mayra me sorprende, sonríe y cambia la conversación.
No sé por qué, pero tengo una erección."
Rufi a los quince años, Rufo agarrando premio, en esta otra conformándose
con no ser bailarín, con lágrimas frente al primer Van Gogh,
aquí con erección por un recuerdo azteca: "El canto del
quetzal" no hace más que lanzar a la cara del lector un albúm
de familia. Mayra es la esposa en ese álbum y gracias a un vestido
suyo descubrimos el objetivo final de RC, el hacia dónde encamina
éste su carrera. Pues antes de emprender viaje el escritor regala
a su mujer "un vestido negro (...) que enardecía su belleza
al punto de parecer oportuno sólo para acompañarme a recoger
el Nobel".
Oye tú, ¿cómo se dice quetzal en sueco? RC ha tenido
el coraje de publicar lo que tantos otros se permiten creer en el insomnio
o en la borrachera, o a solas en la ducha. Ha confesado sus mayores deseos
y mayores arrobos sin importarle burla de quien vaya a leerlo. Y lo único
que falta en
su libro es una estancia en la casa natal de Mario Moreno, porque su buen
museo de Cantinflas habrá por México.
Ricardo Riverón Rojas ha dicho que este libro "devela esencias"
y encuentra en él "agudas reflexiones sobre el oficio, las
venturas y desventuras del escritor". Alberto Abreu afirma en "La Gaceta
de Cuba": "Pocos libros como éste, en su apariencia tan encantadora,
son el resultado de un
proceso
escritural tan intrincado y complejo; de una tensión semejante entre
textualidad y saber, lenguaje y pensamiento, que contaminan el espacio
mismo de la representación literaria". Y refiriéndose
al episodio del masturbadorcillo mexicano recomienda leerlo con atención
"aunque para
ello
necesitemos el alma y el aliento de los grandes alpinistas".
La
lengua suelta no. 11
Para
un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes)
Fermin Gabor
Eduardo
Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, uruguayo,
compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas,
decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos, poner
su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin antes
escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana
donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como compensación,
firmaría otro documento que denunciaba la posible invasión
norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak.
La sobrina de Galeano (¡qué título para novela
después de El sobrino de Rameau y El sobrino de Wittgenstein!)
leyó el mensaje sin conseguir aquietamiento alguno. Pues no estaba
segura de que las autoridades cubanas perdonarían a su uruguayo
tío, por adhesión que suscribiera, el oponerse a la pena
de muerte y al encarcelamiento de disidentes.
@
Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como
Acero
y A fuego limpio, sobrino
político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el
Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses Norteamericanos
para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía así
cincuenta
mil dólares que le ofrecía una universidad de Kentucky.
Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el
compañero Heras se proponía enseñar a escribir socialrealísticamente
a un grupo de estudiantes norteamericanos.
Salió de la Oficina de Intereses y, de haber estado aún el
águila norteamericana en lo alto del monumento al Maine, él
se habría dirigido al Malecón para increpar al pajarraco.
La tomó, en cambio, con James Cason, secretario de la Oficina de
Intereses y empezó a redactarle misiva donde cuestionaba el derecho
de un gobierno a negar entrada en su territorio a misioneros de la cultura.
Chinoheras
pasó unas tres semanas en el intento de dar fin a la carta hasta
que la sobrina del de las venas abiertas, su mujer, terminó por
escribírsela.
@
Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla.
Por esos días se encontraba sumamente ocupado en la redacción
de un mensaje al pueblo de
Cuba, mensaje que (en acuerdo feliz) fue leído en todos los canales
de la televisión estatal cubana.
En
su mensaje Míster Cason advertía que todo taíno que
intentara cruzar el estrecho de la Florida sería devuelto al gobierno
cubiche. Salvo quienes alcanzaran a hollar tierra de los micosuquis indians.
(incluimos
una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse
a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa
para fugarse de la Isla más fermosa)
@
Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga
La
fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio Rómulo
Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina del
Ministro de Cultura
para chivatearse a sí mismo como premiado.
Con ojo puesto en el discurso de aceptación del premio se disparó
cuatro novelas de Rómulo Gallegos. Y al terminar con la obra del
venezolano repasó la fundación de Roma (por Rómulo)
y la inmigración española a Cuba (por Gallegos).
Una semana después pasaban cuchilla en el concurso y su novela continuaba
en pie.
Quienes seguían el acontecimiento se dividían en dos bandos:
los que creían que Arrufat aparecía de primero en la lista
por las calidades de su obra en cuestión, y los que lo achacaban
a simple orden alfabético. Con una u otra razón, lo cierto
es que el cubano tenía el cheque en la punta de los dedos, la cita
de Gallegos en la punta de la lengua, los nervios de punta.
Y le arrebataron el galardón (más el llorado chequendengue)
para dárselo al colombiano Fernando Vallejo. Por lo cual Arrufat
malició que el jurado lo castigaba por vivir dentro de Cuba y por
haber firmado carta oficial en la que intelectuales de la isla pedían
a intelectuales extranjeros la misma complicidad mantenida hasta entonces.
El compañero Arrufat llamó a la oficina del ministro para
chivatear la antinoticia, echó un llantén acerca del monto
perdido por su puro patriotismo y desde el papel de víctima creyó
asegurarse a perpetuidad su estipendio mensual de Premio Nacional de Literatura
y avanzar algo en las gestiones para hacerse de una casita en el Vedado.
Poco después de embolsillarse los cien mil guayacanes americanos
(y una medalla de oro), Fernando Vallejo confesó en rueda de prensa
en Caracas: “Hace más de veinte años que no leo literatura.
Si lo mío es lo bueno pues esto se jodió, cómo estarán
los otros”. Y donó toda la plata a una sociedad protectora de perros
callejeros en Colombia.
@
“¿Qué tiene en especial este día que he despertado
con deseos de escribir?”, se preguntaba
Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo.
Se abrían frente a él dos caminos esa mañana: o hallaba
una respuesta para pregunta así o se ponía a emborronar cuartilla.
“¿Qué tiene este día que me he despertado con dos
caminos por delante?”, preguntaba sin encontrar respuesta y, a punto de
convertir esa pregunta en otra sucesiva, entró una secretaria para
sugerirle que deshiciera las maletas. Pues desde Washington había
arribado una respuesta que no sabían determinar si estaba escrita
en español o en inglés.
“¿Qué respuesta es esa?”, preguntó el compañero
Fornet de inmediato. Y dijo la secretaria: “Es con ene, es con o”.
¡Ahora sí que el trabajo de la mañana se había
ido a bolina! ¡Adiós al campus norteamericano que se aprestaba
a recogerlo (y a pagarle)!
“Y todo por este oficio de escribir del que padezco”, maldijo, “esta manía
de firmar cartas oficiales”.
@
“Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro. Salpicaba
la pantalla de palabras en cada uno
de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las estrellas
en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le gritaban
en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas, niño?”.
Cada idioma ganado le acarreaba enemigos. Su apartamento otorgado gubernalmente
le acarreaba enemigos. La revista que dirigía le acarreaba enemigos.
Y ahora sus enemigos habían llegado hasta la fundación holandesa
que financiaba su revista y a él no le quedaba más remedio
que escribir a su mecenas, el príncipe que dirigía la fundación.
Que ese príncipe estuviera muerto desde hacía un par de meses
era lo de menos. El fascismo había desaparecido medio siglo antes
y el compañero Navarro acababa de suscribir y de impulsar desde
La Habana un manifiesto antifascista.
Así que terminaría la carta principesca y emprendería
la composición de un documento que reclamara el fin de las guerras
púnicas.
@
En obligación de su mandato como presidente de la Asociación
de Escritores de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su chófer)
tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece
unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el “Mensaje
desde La Habana para amigos que están lejos”.
Un rato más tarde el compañero López Sacha regresaba
a su oficina sin la firma de López César, unas veces compañero
y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este último,
refiriéndose a los años de castigo gubernamental que sufriera
unas décadas antes.
@
En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras Cubanas,
2002), el compañero López Sacha, haciéndose el postmodernillo,
publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La
Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el ingenio
La Demajagua”:
A
Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
Cuba
es de España y pertenece a España, gobernare quien gobernare.
Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José Martí,
Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Ñico Saquito,
Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz,
Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario
Galí alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima, Alejo
Carpentier y el resto de los conspiradores.
Firmado, Lersundi, Capitán General, 8 de octubre de 1868.”
@
Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los primerísimos
firmantes del “Mensaje desde La
Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es católico
y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes, durante
las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus creencias.
La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier obstáculo.
En los años cincuenta defendió su autonomía de trabajo
frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento
de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse.
Pero el compañerito Senel Paz, quien acaba de recibir ciudadanía
española por sus aportes al cine hispanoamericano (guión
de “Fresa y chocolate” y primores de zurcidora en guiones españoles),
nunca le ha dado ni un merengazo a un chino. ¿Qué hace pues
en la tropa de Céspedes?
@
Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de su
antiguo auto de dirigente.
El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de
la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba internacional”
y director del departamento de cultura del Comité Central.
“Escambray 60” tituló su primer libro de cuentos. “Contra bandidos”
el segundo. El diccionario no consigna otros títulos.
El compañero Chinea enrumba Neptuno hasta el Vedado, cobra a diez
baritos la carrera y no puede ocultar su tristeza por el hecho de que su
opinión, que a tantos escritores condenara unas décadas antes,
no haya sido consultada en relación con el “Mensaje desde La Habana
para amigos que están lejos”.
“¿Para qué utilizar a viejos estalinistas cuando tenemos
la cantera llena?”, planean quienes ahora deciden donde él antes
decidía. Y hablan de relevo generacional, de estalinistas nuevos.
(Tal
vez Desinarro Daverio tenga razón: el fascismo está vivo
y el estalinismo también.)
@
Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los escritores
de la Unión de Idem y Artistas de
Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara
de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos, llamadas
telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos.
Entre los que firmaron muchos se sumaron al documento creyendo que se trataba
de una solicitud destinada al Instituto Nacional de la Vivienda. A estos
compañeros se les recomienda persistencia en tal error. Pues tal
vez luego de otras firmadas el gobierno les suelte covachita donde juntar
sus trastos.
La
lengua suelta no. 12
Detenidos
Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal
de reses
Fermin Gabor
Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en canciones
pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las memorias
mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría reconozco
haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis Báez:
Junto
a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando Fernández.
Y es que muy difícilmente podrán existir otras 126 páginas
de confesiones tan libres de frases memorables, de comentarios sagaces
o chismes inéditos como las páginas de este librito. A lo
largo de toda una vida Pablo Armando Fernández ha logrado tratar
personalmente a Carson McCullers, Graham Greene, Montgomery Clift, Julio
Cortázar, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, ha logrado
ser amigo de algunos de ellos, y ahora consigue que no se le note para
nada.
Y Luis Báez, avezadísimo periodista, lo secunda en esta hazaña
de rememorar tan opacamente. Báez y Fernández
(¡vaya nombre de casa comercial!) son matarifes de la vaca del recuerdo.
La mata uno mientras el otro le aguanta la pata.
Pero mejor que abundar en la descripción de este librito será
copiar algunas de sus perlas. Pablo y Luis (buen nombre para
dúo) escribirán por esta vez la columna. (Así me regalan
tiempo de piscina en este calor.)
!!!
Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy íntimo.
Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis sentimientos,
mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.”
!!!
Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
Pablo Armando Fernández: “Sin dudas. Aquellos en quienes la repercusión
de sus voces hallan en mí la atención que exigen para darles
continuidad.”
!!!
Luis Báez: “¿Cuál es su definición de moralidad?”
Pablo Armando Fernández: “El respeto en la convivencia familiar,
amistosa, social. Hay cánones seculares que establecen reglas ennoblecedoras.
Deben acogerse como principios hegemónicos.”
!!!
Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado
por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.”
!!!
Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del crítico?”
Pablo Armando Fernández: “El crítico debe, pienso yo, ayudar
al lector a una mejor comprensión del texto que lo ocupa, pues una
vez más he de repetir que se debe leer para aprender, que es vivir.
!!!
Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968
hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece
años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados Unidos
luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me
permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a
invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
Luis Báez: “Esa no fue la Bu, sino funcionarios dentro del aparato
estatal.”
Pablo Armando Fernández: “De eso siempre estuve claro.”
[Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la administración
colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno
de sus nombres aparece en la entrevista.]
!!!
Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba
de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con Bubu?”
Pablo Armando Fernández: “Yo me encontraba en casa de Núñez
Jiménez. Ya era de noche. De repente tocan a la puerta. Voy a abrir.
Es Bubu. Me quedé paralizado.”
Luis Báez: “¿Y qué ocurrió?”
Pablo Armando Fernández: “Me dio la mano a la vez que me dijo: ‘buenas
noches’. Me preguntó: ‘¿cómo estás?’. ‘Bien,
Comandante’, le respondí. Entonces me puso el brazo sobre los hombros
y así fuimos caminando hacia la sala.”
Luis Báez: “¿Qué sintió en esos momentos?”
Pablo Armando Fernández: “Ese detalle de afecto borró de
mi mente y sobre todo de mi corazón
las angustias, sufrimientos y tristezas que habitaron conmigo durante muchos
años. Me percaté que hasta ese momento estaba sobreviviendo
y que había comenzado a vivir.”
Luis Báez: “¿Recuerda de qué se habló esa noche?”
Pablo Armando Fernández: “Se hablaron muchos temas. Verlo y escucharlo
en una conversación que no he olvidado y, que al referirme a Bubu,
digo que por primera vez tenía frente a mí a un cristiano
libre de toda secta, alguien que respondía cabalmente al ‘amarás
a tu prójimo como a ti mismo’ [Evidentemente, la oración
anterior cancanea gramaticalmente] Esa noche conocí a un verdadero
comunista al servicio de los que en el mundo lo necesitaban y habló
de Africa, de Asia, de Latinoamérica, y por qué no decirlo,
de todos los desposeídos de la tierra, no importa dónde estén.”
!!!
Luis
Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su cumpleaños
70.”
Pablo Armando Fernández: “Realmente hay dos momentos de gran esplendor
en nuestra amistad que los debo a Miguel Barnet. Él fue quien le
dijo a Bubu en una recepción del Premio Casa que en unas semanas
yo cumpliría sesenta años. Bubu se brindó para festejarlo
en Casa de las Américas. Esa noche, a una pregunta suya, respondí:
‘Decir que soy en este momento el hombre más feliz sobre la tierra
es un acto de egoísmo, ya que quien verdaderamente se merece este
instante es usted, pero nunca lo tendrá porque no tiene un Bubu
Bububu que le haga este homenaje’. “El otro fue cuando, próximo
a la fecha en la que Bubu cumpliría setenta años, Miguel
me dijo: ‘Bubu no tiene un Bubu Bububu, pero tiene un poeta que puede homenajearlo’.
Y así se hizo.”
!!!
Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo “José
Martí” y el Premio Internacional de Periodismo
“José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra secreta
de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones
con Juan Marinello, Secreto de generales yMiami,
donde el tiempo se detuvo.
En el prólogo de este último libro suyo, Luis Báez
ha dicho de Pablo Armando Fernández: “En el transcurso de la conversación
tuve la sensación que tenía frente a mí la versión
masculina de Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís”.
Junto a la voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández contiene una galería de fotografías
y un aparato de notas tan acuciosos que en la página 90, luego de
que el entrevistado menciona a “Kenneth Tynan, otro escritor inglés”,
una nota a pie de página nos confirma de Tynan: “Escritor inglés”.
En la página 11 el entrevistado asegura haberse beneficiado en New
York del trato con Federico García Lorca para que una nota a pie
de página nos entere de que Lorca es un poeta español, uno
de los más grandes líricos de la lengua española,
y que encontró su muerte en 1936. (No sabemos entonces cómo
pudo Pablo Armando Fernández alcanzar a tratarlo en 1945. Tal vez
este pequeño enigma venga a decirnos que el mito de la persona y
la obra de Pablo Armando sobrevive incluso a la pericia de investigador
de un Luis Báez.)
La editorial Ciencias Sociales, que publicara el año pasado la biografía
de Goethe por Herman Grimm, acaba de sacar a la luz esta otra biografía
de escritor. Yo acabo de salir del agua.
La
lengua suelta no. 13
Botella
lanzada a La Jungla
Dirección:
17 y H, Vedado, La Habana
Fermin Gabor
Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección de
escritores de la UNEAC tantearon el camino
hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un modo
hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha sección
el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso
a Internet, y fueron cruelmente despachados.
No se trataba (mejor aclararlo para que no se forjen falsas épicas
sindicales) de una reclamación. ¿Cómo iba a atreverse
un escritor indígena a reclamarle al Ministro de Cultura (pues no
era otro quien presidía la asamblea) derecho alguno?
Tampoco se trataba de una petición. Simplemente, aquellos compañeros
expresaban una inquietud. Llevaban ya buen rato escuchando letanías
de problemas resueltos, no veían llegar el momento de la merienda,
y a uno y luego a otro y a otro más, les dio la inquietud, el perendengue,
la comezón, la rasquiña, el prurito de que los escritores
cubangos no pudieran hacer uso de Internet.
"¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar
a los más viejos.
(Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de escritores
bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63: peine
contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión Chalatenango
o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores
en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía, nunca
más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier novedad.
Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo índice
promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6 libros
al año.)
Afortunadamente, los que presidían la asamblea sí que conocían
la red de redes. Podían utilizarla, aunque no gozaban de mucho tiempo
para ello. Iban de una reunión a otra, de una inquietud a otra.
Y ahora unos escritores a quienes el tiempo les sobraba por puro egoísmo
(no tenían que preocuparse de problemas ajenos, ellos eran esos
problemas), tenían la jeta de preguntar por qué no les llegaba
a sus mesas de trabajo la conexión a Internet.
Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran
dos o tres. Y jóvenes.
"Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba
un viceministro.
"Que les den un premio literario", proponía un segundo viceministro.
"Una beca de creación."
Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura Nacional
cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el micrófono,
y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José Lezama
Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a quien
se adentrara en la red de redes.
"Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se
tratara de una falla del sistema.
Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a
todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron
dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestión
de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin embargo,
aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de conocimientos.
Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas
no preparadas para ello.
De editar una enciclopedia (su fulgurante carrera lo había llevado
de editor a ministro), Prieto quedaría satisfecho con sólo
publicar los volúmenes de las primeras letras. Ensayista como decía
ser, conjeturaba que el conocimiento era motivo de ahogo para los demás.
Y en verdad los autores de folletos sufrían de vértigo ante
esa perspectiva. Dos que habían hecho en coautoría el único
folleto de sus vidas vomitaron al unísono. Faltaba aire en la sala.
¿Nadie había enseñado a esos muchachos lo descortés
que resultaba referir asuntos de tanta libertad en una asamblea como ésa?
Y, por otra parte, ¡qué oportunidad perdida! ¡En lugar
de pedir un teléfono o una semana de vacaciones en la playa, cositas
concretas, ponerse a llorar por algo tan fantasmagórico! ¿Cómo
podían ser tan abstractos?
Para quienes no la conocían, la red de redes cobraba la apariencia
del bosque oscuro de los cuentos infantiles. ¿Y cómo mandar
a una niñita tan tierna a la oscuridad del bosque?, preguntaban
con voz de abuelita los de la mesa presidencial. (Aunque los dedos que
sostenían el micrófono eran más bien de lobo.)
Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa sentenciara.
"¡Imposible!", dictaminó el ministro.
Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la
viverología.
¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de guachipupa
color rubí con attachment de pan con timba cárnica.
¿Qué inquietud podría compararse con la de no coger
cajita?
¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo!
¡Pan de panes!
Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa perteneciente
a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo. Levantada
la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se apretaron
en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o tres
trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar entonces
que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en cavilación
sobre ese asunto?
La noticia la trae el diario que a diario Granma en su edición
del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala de
navegación con veinte computadoras.
La sala, según el cronista, es flamante. Las computadoras, de la
más moderna tecnología. "Valiosas butacas de caoba esperan
por el usuario", anuncia el artículo. Así que ni comején
ni virus cibernéticos. Cualquier miembro podrá pagar (módicamente)
por una tarjeta de horas para soñar que se está lejos de
17 y H.
El diario no aclara si se tratará de navegación suelta o
restringida, de oceáno o riachuelo previamente encauzado. ¿Pelo-suelto-y-carretera
o carnaval-con-baranda?
"Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando
en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos Martí.
Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan al
facismo norteamericano.
"Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de
tal sitio.
Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la
sala se abre para:
1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras de
proclamar la verdad sobre Cuba
2) tener acceso a conocimientos más universales
3) promover la cultura
El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del país
y llegará también a provincias. ¡Trece hurras guajiros,
uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de
la Juventud.
La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha sido
bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido inaugurada,
pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su tarjeta
y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una
silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de hermosa
madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse allí
por mucho rato.
Nuestro usuario silba desde el amanecer unas melodías contentísimas,
se siente como si lo esperara una gran cita, como si le hubiesen otorgado
visado. Y por fin sale puerto afuera.
Acceso
denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer intento.
Acceso
denegado, responde a una petición segunda.
Y así, ídem de ídem.
Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como una
seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos de
la isla patinaje artístico sobre hielo.
Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de valor
que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido) de
la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que, borracho
por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al primer
humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera ñángara.
En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo.
Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las autoridades
culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en
ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a
ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H, Vedado,
La Habana.
Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue íntegra,
una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza: "¡Internautas
de todos los países del mundo, uníos!". |