Ofrecemos dos selecciones extraídas del libro Viajeros en Cuba
(1800 -- 1850), del profesor Otto Olivera (Ediciones Universal, Fl,
1998). En la página 14 de este libro, Olivera expresa: "Con la excepción
del Ensayo de Humboldt las obras se han leído en su lengua
original; pero aún cuando están escritas en alemán,
francés o inglés, las citas que se hallan de ellas están
todas en español por razones de uniformidad. Como en este estudio
sólo se emplean cuatro traducciones publicadas, propiamente identificadas
en el texto, a excepción de las provenientes de ellas el resto de
las citas traducidas se deben en su mayoría a quien esto escribe."
Al publicar estos pasajes del libro de Olivera, sólo nos hemos propuesto
poner al alcance de nuestros lectores interesantes apuntes sobre La Habana
colonial que, de otra manera, nunca llegarían al conocimiento de
muchos de ellos. Al festejar en este número un nuevo aniversario
de la fundación de la Ciudad de La Habana, lo hacemos echando un
vistazo a un ayer más cercano de lo que muchos podrían imaginar
o estarían dispuestos a admitir.
López
Matoso, Antonio Ignacio
“Viaje
de Perico Ligero al país de los moros”. M.S. Latín American
Library. Tulane University, 1816-1820
Este M.S. fue escrito por el Lic. Antonio Ignacio López Matoso,
descendiente de padre cubano y madre española. Era Relator de la
ciudad de México cuando fue deportado a Ceuta en 1816 por el virrey
Félix María Calleja, acusado de complicidad en actividades
insurgentes.1 La primera parte del título es el apodo irónico
que le dieron sus compañeros de prisión por su escasa actividad
y el resto se refiere a la ciudad de Ceuta en Marruecos.2 Se caracteriza
la obra por su estilo satírico con escenas en que alternan lo trágico
y lo humorístico. Y consta de cinco Libros, o capítulos.
Los tres primeros narran los padecimientos y humillaciones que sufrió
el autor al ser conducido en caravana de presos de México a Veracruz.
El cuarto Libro está dedicado a describir su viaje de Veracruz a
La Habana y su permanencia en esa ciudad hasta el 15 de mayo de 1820, cuando
regresa a México indultado por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, sucesor
de Calleja. El Libro quinto, y último, se refiere a su vida en México
donde vuelve a ejercer la profesión de abogado.
Para la bibliografía cubana el interés del M.S. está,
por supuesto, en el Libro cuarto, en el que López Matoso nos da
sus impresiones de La Habana y del habla de sus habitantes. Según
cuenta, a su llegada fue confinado en la fortaleza de la Cabaña
por seis días hasta que lo trasladan al hospital de San Ambrosio
por intercesión del Intendente Alejandro Ramírez y otras
personalidades. Unos nueve meses más tarde el Capitán General
de Cuba, José Cienfuegos, le concede la libertad bajo fianza y pasa
a vivir en la casa de su fiador Pedro Ramírez (24).
Con esto - dice - ya pude
dar mis salidas a las calles de la ermosa Havana.
Y a continuación,
en una primera visión de conjunto que refleja su admiración
por lo que ve, añade:
Tienen razón
de llamarla el cadiz de la America. Es mui poblada, de mui grande vecindario,
y de comercio mui basto. Cuanto se puede apetecer de lujo, de utilidad,
de necesidad y apetito; todo se encuentra en abundancia y mui fino. Los
efectos, géneros, y ropa son mui baratos, aunque no así las
casas que son mui caras. Hay mui buenos edificios; pero por lo comun las
casas son bajas y de tejas. Todas mui puestas con menaje y cristalería
finas (24-25).3
Sus observaciones sobre La Habana
adquieren mayores detalles cuando comienza a enumerar, con ocasionales
descripciones, iglesias, conventos y hospitales. Además de la catedral,
indica que hay cinco parroquias, entre ellas la del Ángel, más
tarde famosa. Su descripción de la catedral dice en parte: “es chica:
no tiene cipres4 sino un altar portatil muy pequeño.” Por
lo que respecta a dos de las otras iglesias dirá: “La de San Agustín
es mui grande pero mui obscura. La de la Merced mui chica pero mui clara”(25).
Menciona diez conventos de frailes y de monjas así como cuatro hospitales,
uno de ellos, el de San Francisco de Paula, que es para mujeres. No deja
de referirse a las fortalezas, que califica simplemente de “varias y mui
buenas” (26); ni a la bahía, objeto de asombro, por su extensión
y “su fondeadero tan grande que sobre el muelle descargan y se amarran
asta navíos” (26). Las dependencias del gobierno entran igualmente
en su enumeración reconociendo que “los tribunales y oficinas son
como en Mejico, y algunas propias de puerto de mar” (26), añadiendo
que hay “muchos abogados” (27), lo que hoy tenemos que reconocer como un
mal endémico en el continente.
De las dos alamedas de la ciudad, describe “la de Paula sobre la mar” con
cierto desprecio: “no es
más que un ancho terraplen o torta en un corto alto con escaños,
y nada más. La otra estramuros”, más tarde el Paseo del Prado,
le merece mayor consideración como “una calle recta con arboles
a los lados... una estatua de Carlos III”(34) y otros detalles. En esta
alameda contempla la gran concurrencia de gente y el "crecido número
de bolantes" [sic] en que, según él, "consiste el principal
lujo" (27).
Como en contraste con todo lo anterior, y reiterando las quejas de Humboldt
en su Ensayo político (Págs.99-100), añade
López Matoso:
Pero despues de
tanto bueno las calles son de lo mas malo. Son mui angostas y torcidas,
sin banquetas ni empedrado. De aqi es que con el mucho trafico de bolantes
[sic], carretas, carretones y carretillas; o ay un subtil polvo que penetra
asta lo igados, o un lodo barroso que causa muchos porrazos en la jente
de apie (28).
Su vena satírica se detiene
en varias clases de la población. De los belemitas dice que su convento
es “grandisimo y los frailes ricos” (26); al hablar de la universidad hay
una posible alusión anticlerical al observar que, según los
estatutos, “siempre ha de ser rector un fraile”, y una evidente crítica
de la pedantería académica al decir: las ínfulas de
los doctores son lo mismo que en Mejico” (27). Por último considera
que “los abaneros son generalmente francos fanfarrones” (28). Las ceremonias
religiosas de la primera Semana Santa que pasa en La Habana merecen descripciones
bastante minuciosas en las que no faltan de vez en cuando alguna crítica.
El Jueves Santo estima que “era desmedido el lujo de cera y de luces” y
a continuación añade:
Nada ay que estrañar
de Mejico en ponpa, decencia y vanidad: uniformes,
vandas, bordados, cruces, placas, veneras, insignias etc. Las mujeres con
muchisima vanidad: mui enlistonadas, enfloradas, y olorosas, tan ermosa
y cimetricainente labadas que parecen pintadas. Asta los negros y negras
se presentan como unos duques y marquesas.(30-31).
Las mujeres, sin embargo, parecen
recibir una buena parte de sus saetas. Al referirse al lujo que observa
dirá: “En las iglesias lo tienen las señoras en llevar buenos
tapetes y algunas también sillas, con decentes negros de pajes”(27).5
Más adelante volverá a la carga con una larga tirada:
las mujeres [son]
mui linpias de cuerpo y algunas de alma: muy rasgadotas; la mas pintada
echa un terno como un grumete. Por presentarse en el paseo, o en el teatro
muy bien puestas, son capaces de no comer en un año. Primero les
faltarà cara en que signarse que dejar de afeitarse con plumas y
tijeras de pies a cabeza todas las mañanas.
Tienen las abaneras
diversas caras,
que una sirve en la calle
y otra en sus casas;
y aun ay quien tenga
otra cara tercera
cuando se acuesta.
Su ropaje como de
tierra caliente es mui lijero, diafano y delgado; de modo que aprima vista
no dejan du da que son mujeres, especialmente en el desgote y espaldas.
Aunque el color suele no ser natural, porque es a mano como el de las caras;
pero estan a teatro abierto con vistas y mutaciones.
En los pies tan bien
tienen
otra ermosura;
pues de pies el tamaño
no deja duda;
y con la media
aunque cubren no tapan
toda la pierna (28-29).
Sin que se incluyan aquí
todos los detalles de la descripción debe añadirse que otros
lugares de la ciudad mencionados en el M.S. son: “El coliceo principal...
[que] aunque mas pequeño que el de Mejico es mas bonito, y mejor
formado... El circo para eqilibrios en caballos... un perfecto remedo del
de Mejico... La plaza de toros . .. mas pequeña que la de Mejico...
La factoría del tabaco... una suntuosa fabrica en lo material y
formal, en donde se elabora el tabaco en polvo, con ermosisimas y bien
dispuestas oficinas... Las alamedas [de] “Paula sobre la mar” [y la de]
estramuros” (32-34); la residencia del obispo, “una famosisima qinta con
cuanto se puede apetecer de regalo y diversión... El sementerio
jeneral, o campo santo... mui ermoso, anplio, y nada tenebroso... Una casa
de niñas educandas... a mas de escuelas en todos lo conventos de
monjas” (34-36). Algo que atrae su atención especialmente es “una
mui buena maqina que llaman “machina”...para arbolar los buques, o fijarles
los palos” (33).
A la enumeración anterior hay que añadir por separado su
mención de la “casa cuna” por darle de nuevo la oportunidad de emplear
su humor satírico:
Para los niños
y niñas que vienen al mundo, quien sabe como, ay una “casa cuna”,
y â todos se les dà el nombre de Valdes, por un obispo que
la fundò. No ay tantos como debía aver porque como puerto
de comercio ay muchos efectos de contrabando.... Pero despues de todo la
cuna es un grande alivio a los inocentes y de mucho desaogo a las madres.
Si fueran à la
cuna
todos los niños
que no saben sus padres;
¡cuantos maridos
sintieran menos
pastorear corderillos
de otros carneros! (36-37)
El mayor interés de las memorias de López Matoso está
en la lista de términos que incluye como propios de La Habana. Es
probablemente el vocabulario cubano más antiguo que se conserva.6
Se ofrece desde el punto de vista de un mexicano de la meseta central con
escasos conocimientos científicos en la materia. De modo que añadiendo
a su usual humor su provincianismo lingüístico comienza diciendo:
“El idioma y nombres téqnicos de los avaneros es una monserga de
el diablo”. Y a continuación da la lista de 70 términos.
Anones son
las anonas que en nada se distinguen de las nuestras.
Ajiaco es un
guizo de baca, tasajo, platano, jaman, yuca, muniato y mucha especeria.
Alegría
es maíz crudo tostado asta que revienta, y así sin mas ni
mas se une con miel en unas pelotas.
Anafe es el
braserillo de lunbre para cigarrillo.
Ají
es el chile. Los ai de todas clases: grandes y dulces que se comen crudos
y no saben mal; o encurtidos en vinagre; otros chicos amarillos mui picantes,
que saben a cucaracha.
Belicas llaman a las
Ysabeles quiza porque fueron aciendo diminutivos: de Ysabelitas, Ysabelicas,
y de estas belicas.
Bucaros son
las jícaras o tecomates.
Bojios son
las casuchas de paja ò jacales.
Bolantas son
las que los Guachinangos dicen bolantes.
Cajeles son
las naranjas agria-dulces de cascara berde.
Conchitas son
las Concepciones quizà porque primero dijeron conchòn
y como esto era mui gordo lo achicaron en conchita.
Candèla
es la lumbre de cigarro o puro.
Caimitos son
una fruta mui parecida en la figura al zopote blanco; pero su gusto es
agri-dulce; la carne incipida, y el ueso en un capullo como algodon que
es lo que principalmente se come y sabe bien.
Crianderas
son las amas de leche que los Guachinangos dicen chichiguas.
Comadronas
son las parteras.
Cativia es
la yuca muy delgada en dulce.
Casavi es la
yuca grueza mui molida y echa masa de que se forman unas grandes tortillas.
Son un pan mui seco y terroso; pero en dulce, remojado con vino es mui
deleitoso.
Chunbos llaman
a los Geronimos.
Chanos a los
Sebastianos.
Cozinar es
guizar, y así cociname un par de uebos es freirlos.
Cheleqe es
chaleco porque suena mas curro lo Primero.
Corujo es el
coyole, el cual lo ablandan no se como y acen en dulce.
Chico es el
octabo o tlaco.
Contra son
unas monedas de ojalata con una seña de cada tienda en donde unicamente
sirven y valen lo que los pilones en Mejico.
Cantinas son
las tiendas de comestibles, y en las que se vende carbon y manteca se dicen
tabernas.
Funche es una
arina de maíz cocida la cual ò se guiza con arroz, gallina
o carne de zerdo, o se ace en dulce.
Fuetes son
unos latigos delgados de tejido de cañamo o de cuero mui duros mas
que garrotes. Al negro que el amo condena a su antojo es con la prudena,
de darle 100 o 200 latigazos, ò sin señalar docis cascarle
el tiempo de la voluntad. Tanbien las negras se regalan con igual agazajo,
aun cuando estàn preñadas. Si muere el paciente mas pierde
el amo que es su dinero. Si escapa, mejor; mañana se repetirà
la misma comedia.
Fogon es el
fuego de la cocina.
Flusion es
el catarro ò resfriado.
Fletar es frotar,
y así decir que un enfermo se frotò con aceite; es diciendo
que se fletò.
Guarapo es
el suco de la caña, ò miel sin fuego, y lo comen como un
plato regalado.
Guanajo es
el guajolote.
Guachinango
es voz de desprecio a todos los nativos de Veracruz a todo el reino. Así
es que asta los negros unos a otros cuando acen una picardía se
dicen: esa es guachinangada. Aun en la jente de rango es este jenial
desprecio. El año de 818 paría la señora Yntendente
una niña a quien se puso por nombre Guadalupe, y por cariño
todos le decíamos Guachinanguita. Fue a visitar a la señora
otra de las señoronas, y acostumbrada aqella al cariño dicho;
dijo a una criada: traeme a la Guachinanguita. Al verla la visita
dijo con seriedad: no le dee vm. ese nombre a esta niña ¿no
vee vm. que es blanca y bonita?
Guanabana es
una tercera entidad entre chirimoya y anona. La cascara en su color, delgado,
y terso es de chirimoya aunque un poco mas verde. La carne es una masa
blanca mui semejante a la mas dulce chirimoya; la pepita esta dentro de
un capullo como algodon de un agrio dulce mui gustoso. Se come natural,
o en agua con azucar, ò en dulce. De todos modos es mui sabrosa
y mui fría. la cascara tiene unos votoncitos peqeños.
Guano son unas
pencas del grueso, color y tamaño que las de magei, de las cuales
acen los techados de las casas pobres, y las sacan de las ojas secas de
la palma real.
Guajiros son
los rancheros, ò payos del campo.
Guiras son
tecomates.
Con mucha gracia equibocan
la h y la j; y así dicen hardin
por jardín, hornada por jornada. [Sin duda López Matoso
se refiere aquí a los guajiros.]
Hotel es la
hospederia, o posada por seguir la voz inglesa.
Insultar es
acer tomar colera a otro; y así: fulano està insultado
es decir que esta colerico.
Jovos son los
mui pocos y malos tejocotes.
Jaibas son
los cangrejo peqeños.
Jabas son los
tonpistes, Jabucos los chicos.
Mani son los
cacahuetes.
Muniato es
el camote.
Jutia son unos
ratones del campo que los comen como conejo.
Mangos son
una fruta como zapotes amarillos: su carne amarilla mui ebrosa y cierto
gusto à recina: el ueso està dentro de una tunica delgada
pero dura como la de zapote blanco.
Malanga aunque
amarilla y grande es en todo una papa.
Maloja es el
tlazole ò zacate de maíz.
Melon de agua
es la sandia.
Malarrabia
es un dulce mui sabroso de camote frito y miel.
Manjarete es
un dulce de maíz molido cocido en leche.
Mata-hamnbre
es la yuca mui molida y cocida en dulce.
Maruga es lo
msimo que maula. Tu relox es maruga es decir que anda mal.
Ñame
es la raíz de chayote.
Palmitos son
los cologollos de la palma mui blancos y tiernos y se comen en dulce.
Palmiche es
una semilla que produce la palma como pimienta gruesa y sirve para engordar
marranos.
Palanqetas
son ponte-duro.
Pacana la nuez
criolla chica.
Papagayos son
los papelotes de los muchachos.
Quimbonbo es
una fruta que tiene muchas pepitas redondas y pardas, las cuales se cocinan
y dan una baba espesa y mui larga y se comen con carne de cerdo, gallina
etc.
La r y la l
sienpre
la pronuncian al rebes. Armas del purgatorio: almas de los sordaos:
cerdas de monjas: celdas de marrano.
Sumideros son
las letrinas.
Tibor es el
vacin.
La letra s
siempre la sincopan. En un conbite una señorita pidio un mulito
de gallina por decir un muslito.
Tazajo aporreado
es un guizo de tazajo en ebras peqeñas, baca, y platano frito.
Tazajo brujo
es la baca mal tazajeada que solo comen los negros.
Tarros son
los cuernos.
Virar es moverse
de un lado a otro.
Vatarraba o
Vatarrabia
es el vetabel.
YO solo es
frase para decir que se singulariza. Yo solo me reí, Yo
solo llorè: Yo solo comí; qiere
decir que yo mas que nadie rei, llore o comi.
Yaguas son
las pencas muy gruezas y grandes de palma real y sirven para techados de
casas pobres.
Ziguato se
dice al pescado que olisca.
Ziguas son
los caracoles marinos, que se comen.
López Matoso comete algunos errores en la interpretación
y ortografía de varios términos. Entre ellos se cuentan su
confusión entre bucaro, utensilio para poner flores o plantas
y tecomate y jícara, empleados para beber, o entre
ñame
y chayote; la errada definición de anafe,
cantina,
contra, fogón, jaba y maloja. En cuanto
a la ortografía pueden mencionarse muniato por boniato y
papelote por papalote. No creemos necesario hacer aquí un
análisis detallado de tales errores y remitimos al lector interesado
a los comentarios que sobre el particular hace el Dr. Humberto López
Morales en su Estudio sobre el español de Cuba (New York:
Las Américas, 1971), págs. 88-97.7
Como indican las páginas precedentes, la descripción - no
siempre justa y con frecuencia satírica - que hace López
Matoso de La Habana y sus habitantes, tras dos años de estancia
en la ciudad, es sin duda de valor histórico por conservar, aun
de manera parcial, un cuadro de la capital en la segunda decena del siglo
XIX. Si bien quedará como de mayor interés para el estudioso
la preocupación del viajero por preservar lo que puede considerarse
como el más antiguo léxico cubano conocido.
Notas
1 López Matoso
llegó a La Habana el 18 de octubre de 1817 y tras ser indultado
partió de esta ciudad de regreso a Veracruz el 15 de mayo de 1820.
Para mayores datos sobre la vida del autor véase James Carl Tatum,
“A Critical edition of Antonio Ignacio López Matoso's ‘Viaje de
Perico Ligero al país de los moros’: the umpublished diary of a
Mexican
Political exile, 1816, 1820”. Doctoral Dissertation, Tulane University,
1868.
2 I, 3-4. Como las
citas siguientes son todas del Libro IV sólo se incluirán
las páginas en el texto, entre paréntesis.
3 Aunque el autor
abrevia muchas de sus palabras al citarlo las reproducirnos en su extensión
normal, manteniendo en lo demás su ortografía.
4 En México
“Altar mayor con cuatro altares”.
5 Esta cita de López
Matoso y otros autores posteriores nos recuerdan que en las iglesias de
la época no había asientos para los feligreses excepto pocos
bancos pequeños para enfermos o inválidos.
6 Esteban Rodríguez
Herrera se refiere a un “Diccionario de provincialismos cubanos” (1831)
que, según Antonio López Prieto, prepararon Domingo del Monte
y otros colaboradores y hoy se considera perdido. Esteban Pichardo. Pichardo
novísimo o Diccionario provincial casi razonado de vozes
y frases cubanas (La Habana: Editorial Selecta, 1953), xvi-xvii. La
primera edición del Diccionario provincial de voces cubanas de Pichardo
es de 1836.
7 Véanse en
particular las págs. 93-97. Debe añadirse que el vocabulario
ha sido publicado dos veces por el Dr. Daniel Wogan de la Universidad de
Tulane: “La Habana vista por un mexicano en 1817-1829" [sic] Revista
de la Biblioteca Nacional (La Habana). 2da Serie. 6.1 (1955): 27-41
y “El primer vocabulario de cubanismos de A. López Matoso”. Romance
Notes 3 (1961): 78-83. Ambos vocabularios están precedidos por una
breve introducción. El vocabulario también fue parte, por
supuesto, de la edición crítica de “Perico Ligero” preparada
por James Carl Tatum en su tesis doctoral ya mencionada en la nota 1.
Jameson,
Robert Francis
Letters
from the Havana During the Year 1820; Containing an Account of the Present
State of the Island of Cuba and Observations on the Slave Trade. London:
Printed for John Miller, 1821. viii-135 pags. y mapa.
Como indica Domingo Delmonte el autor de estas cartas anónimas “es
Mr. Jameson, que fue el primer juez comisionado inglés nombrado
por la Gran Bretaña para la Comisión Mixta que había
de juzgar las presas de los buques negreros, conforme al tratado de 1817”.1
En la apretada síntesis del prefacio se informa al lector que las
siete cartas que componen la obra son el resultado de observaciones personales
durante un año de residencia en la isla. Y se aclara, sin la necesidad
de detenerse en detalles del pasado, que casi tres siglos de monopolios
y restricciones han dado como resultado un país de agricultura defectuosa,
con escasa población y pobres recursos económicos. De modo
que sólo desde 1778, cuando comienzan a deshacerse los lazos que
ataban la libertad de comercio, y especialmente en los últimos once
años, se van a observar gérmenes de prosperidad.
Aunque con cierta altanería, que Domingo Delmonte criticará
más tarde, el autor presenta sin ambages
su opinión del mundo antillano. En la Carta I predomina el análisis
de la población insular. Comienza, sin embargo, con la exuberancia
y la belleza de la vegetación de la región, en la que se
destaca la palma real por su elegancia y altura. Si bien considera que
ese vigor y pujanza del mundo natural no existe entre los habitantes, cuya
variada mezcla, de ascendencia europea, tiene su origen en una combinación
de actividades comerciales, avaricia especulativa y espíritu aventurero.
Aún más, dice que esa población actual se levanta
sobre la tumba de los aborígenes y mantiene por fuerza en su seno
al negro esclavo, no considerado con una capacidad superior a la de la
bestia. Por lo que puede considerarse característico de esa unión
del blanco y del negro el temor, que es “el principio elemental que rige
la sociedad de las Indias occidentales”.2
En una más detallada clasificación divide la población
en europeos; descendientes legítimos, o criollos blancos; descendientes
ilegítimos, o criollos de color; y, por útimo, negros criollos
o nacidos en África. Reconoce que a diferencia de otras colonias
- especialmente las inglesas - la clase propietaria de Cuba, el hacendado,
vive en la isla donde nacieron sus antecesores, lo que por sus títulos
signitica que hay una nobleza residente, arraigada en su tierra, en el
más estricto sentido de la palabra. De interés especial observa
el hecho de que aun los hijos de aventureros europeos establecidos en la
isla crean alianzas locales y sus hijos son “cubanos” (9).
Con fragante injusticia parece extender a toda la población blanca
la acusación de negligencia, y falta de espíritu emprendedor
y práctico ignorando instituciones como la Sociedad Económica
de Amigos del País y el Real Consulado, o figuras como Francisco
Arango Parreño, Alejandro Ramíres - a quien elogia anteriormente
- y el obispo Espada, entre otras, que laboraban activamente por el progreso
insular.3
Comerciantes y monteros siguen en esta clasificación de la población
insular. Los primeros,
aunque de gran importancia para la colonia, son de rango inferior a los
gobernantes y a la nobleza; los segundos, en estancias y pequeñas
fincas, constituyen en la opinión del autor una raza fuerte, habituada
al trabajo. En la solitud de su existencia, por lo general a buena distancia
del mercado más cercano, a él llevan con grandes dificultades
los productos de su tierra. Entre ellos se incluyen igualmente carpinteros,
albañiles y otros empleados de ingenios, junto a negros libres.
La carta termina con algunas estadísticas sobre la división
racial de la isla y de sus inmigrantes europeos (13-18).
La Carta II, dedicada a la esclavitud, incluye varios aspectos relacionados
con el tema. Entre estos varios aspectos se cuentan la persistente influencia
africana en el carácter del esclavo y el estado de ignorancia y
salvajismo en el que se le mantiene; los esfuerzos de Inglaterra por obtener,
por medio de tratados y comisiones especiales, la cooperación internacional
necesaria para eliminar la trata, a pesar de la oposición de los
Estados Unidos y Francia; y el frecuente tráfico ilícito
de varios países. En el caso de Cuba, sus extensas costas, con numerosas
caletas y ensenadas, son ideales para el contrabando, incluso de barcos
negreros. En cuanto a las posibilidades de un pronto fin del tráfico
de esclavos el autor no es muy optimista debido a los muchos años
de su existencia, a la interferencia provocada por el espíritu independiente
de varias naciones y al hecho de que la trata está “nacionalizada
e incluso incluida en el presupuesto de la misma África” (34).
La
opinión de Jameson sobre la población libre de color no es
muy favorable. Así dice de ella que desprecia a los esclavos y envidia
a los blancos. Por otra parte, aunque sufre muchas de las restricciones
impuestas a aquellos su condición es generalmente buena. Y a pesar
de su indolencia e irresponsabilidad obtiene buenas ganancias debido al
alto precio que se paga por el trabajo manual. Sus vicios son la bebida
y un gusto exagerado en el vestir.4 Mucha mejor opinión le
merece el esclavo, que puede obtener su libertad con un trabajo adicional
permitido por la ley, y que conserva una conducta responsable en sus actividades
posteriores.5 También es mencionada una posibilidad más
remota de emancipación en la lotería mensual que se juega
en La Habana. Otra observación de este viajero inglés es
obvia: las mejores condiciones de vida que goza el esclavo doméstico
en comparación con el que trabaja en el campo, a distancia de la
ciudad y a merced de los posibles abusos de un capataz ignorante y rudo.
Como final de la carta hay una serie de reflexiones que traducimos parcialmente:
“Si la felicidad es parte de la prosperidad es imposible decir que una
tierra esclavista puede ser próspera; los dos colores viven en constante
temor; la indolencia del blanco tiene su contraparte en la indiferencia
del negro; el lujo es enfermizo y el reposo agitado, mientras la delicadeza
y el sentimiento escapan de escenas donde pueden ser perturbados a cada
momento” (46).
Los comienzos de la tercera carta reflejan el entusiasmo y la efervescencia
local al recibirse en La Habana la noticia del restablecimiento de la constitución
de 1812. Los seis años anteriores habían transcurrido en
el más completo vacío político impuesto por el despotismo
peninsular. Como la narración de un testigo presencial, la carta
describe con cierto regocijo la presión popular, y militar, que
obliga al capitán general a jurar la constitución antes de
recibir notificación oficial. Y sin escatimar detalles se menciona
el posterior informe de la Junta Provincial de La Habana sobre los abusos
y las horribles condiciones en las prisiones políticas de la Cabaña,
el Morro, el Arsenal y la Fuerza; así como la proliferación
de periódicos y poesías alusivas, los cambios de nombres
en plazas y edificios públicos, además de la restitución
de sus cargos a los elegidos anteriormente según los reglamentos
de las Cortes (47-51).
Tras una breve especulación sobre la posibilidad de independencia
para Cuba se continúa con la descripción física de
la isla, su situación geográfica, su división en tres
provincias (Habana, Puerto
Príncipe y Cuba),
con sus subdivisiones en partidos y estos en parroquias, sin omitir las
autoridades civiles y judiciales.6 En este punto la narración
se interrumpe con algunas observaciones sobre el gran número de
abogados existentes, “el amor por los pleitos entre los habaneros” y la
lentitud de los procedimientos legales (56). Tales observaciones demuestran
que en ciertos aspectos los tiempos no cambian.
Como ocurre con otros viajeros, la reacción inicial de Jameson sobre
La Habana es agradable: primero con la vista impresionante del Morro y,
ya en la amplia bahía, con su tráfico marítimo.
Después, contempla desde ella los que el llama “sólidos edificios
de piedra”; las numerosas torres
de iglesias y conventos; el ambiente de riqueza y lujo que ofrece la ciudad
y el aire de alegría que parece desprenderse de ella; el estrépito
de los carruajes; y la especial brillantez de la escena tropical. Mas observa
que, ante todo ese esplendor, el recién llegado olvida que la ciudad
es también un lugar de muerte, por ser favorable a la propagación
de enfermedades, especialmente el vómito negro - la fiebre amarilla
-, al que raramente escapan las dotaciones de barcos extranjeros y, en
general, los viajeros. Una vez en la ciudad, también como en otros
visitantes, aquellas primeras impresiones favorables son destruídas
por la estrechez de las calles sin pavimentación y llenas de agujeros;
por el mal olor producido por la falta de alcantarillado y por el hedor
de tiendas de carne y pescado secos importados para la alimentación
de los negros. Por último, por la gran multitud de gente de color
que, según él, completan este “catálogo olfativo”
(58-60).
La descripción de los edificios es bastante minuciosa. Se observa
que en las estrechas calles las casas son grandes, sólidas y con
la planta baja usualmente ocupada por tiendas o almacenes. Si el ocupante
es un comerciante las oficinas están arriba, en el primer piso,
con sus balcones alrededor del patio, situado en el medio del edificio
y lleno de toda clase de productos. El alto costo de estas casas se debe
al rápido desarrollo comercial de la ciudad y al hecho de que, siendo
una fortaleza rodeada de murallas, no hay posibilidad de nuevas construcciones.
Las propiedades de las afueras no son de un precio tan alto aunque tienen
un elevado alquiler por ofrecer cierta inmunidad contra la fiebre amarilla.
En los domicilios de la nobleza y las clases acomodadas hay una ancha entrada
que lleva al lugar donde se estaciona la volanta o el carruaje de la familia.
Amplias ventanas dan a la calle, guarnecidas por barrotes y sin cristales,
pero con cortinas para permitir la ventilación y evitar el polvo
o las miradas curiosas. Las ventanas de la planta alta son semejantes y
se abren a un balcón que se extiende a todo el frente de la casa.
El techo es de tejas y, como se puede esperar en una región tropical,
sin chimenea. Por lo general aun en las casas de la nobleza la planta baja
está ocupada por establecimientos comerciales (60-62).
Los edificios públicos, tales como la residencia del Capitán
General, la Intendencia, la catedral, las iglesias y los conventos ofrecen
escaso valor artístico. El primero de estos es un buen edificio,
en medio de la extensa Plaza de armas, con un pórtico al frente
en el que se reúnen los comerciantes como en una casa de contratación.
Su planta baja es la cárcel de la ciudad. Las iglesias y los conventos
son de sólida construcción, pero de apariencia modesta. En
cambio los altares, ricos en oro y plata, están adornados con bellas
imágenes de tamaño natural y costosas vestiduras. Entre ellas
se destaca siempre la de la virgen María (62-63).
Según cree Jameson el clero no es muy numeroso en la isla, pero
las órdenes monásticas tienen varios conventos y escuelas
elementales. También hay en el “convento de predicadores” lo que
califica de “una especie de universidad” llamada San Gerónimo que
tiene una larga nómina de empleados. Además se mencionan
el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, escuelas de enseñanza
gratuita y de economía política, pintura, dibujo, náutica
y de sordo-mudos, así como conferencias de anatomía y química.
Por desdicha se añade que, según un informe de la Sociedad
Económica, el interés en estas instituciones ha disminuido
entre la juventud. Al mismo tiempo especial mención merece el Intendente
Alejandro Ramírez, quien desde la Sociedad Económica es un
entusiasta promotor de cultura (64-65).7
En unas breves reflexiones sobre el carácter del español
se le considera cortés y honorable, si bien posee como mayor defecto
un gran prejuicio sobre la importancia de su patria y de su propia persona.
Sin embargo, una vez desposeído de este defecto por el conocimiento,
es fácil advertir sus bellas cualidades mentales (66).
Elogios también recibe el clero de la isla porque en opinión
del autor, a diferencia del peninsular, es partidario del régimen
constitucional. Ya en este tema se añade una breve estadística
sobre el número cle parroquias en Santiago de Cuba y la Habana,
así como información sobre los ingresos anuales del obispo.
El final de la carta está dedicado prncipalmente a enumerar los
distintos cuerpos de tropas regulares, de milicianos y voluntarios en la
guarnición de La Habana y el resto de la isla. Un cuerpo especial
lo constituye la llamada “compañía urbana”, creada para patrullas
nocturnas en la capital debido al considerable número de crímenes
que se cometen (67-69).
Según la Carta IV, en 1817 había en La Habana 34,178 personas
de la raza blanca y 40,596 de color, a los que habría que añadir
la guarnición y las dotaciones de los muchos barcos que entraban
diariamente. Por fortuna las necesidades gastronómicas de tantos
millares de personas están bien satisfechas por los varios mercados
de la ciudad, gracias al número increíble de monteros de
todos colores que llegan alrededor de las 4.00 a.m., con los productos
de veinte millas a la redonda, en las cestas de sus caballos y mulas. Para
sorpresa del narrador estos animales soportan cargas inmensas de aves,
frutas, maíz, maloja, leche y toda clase de vegetales, además
del peso de su dueño, sentado entre las cestas fumando un tabaco
y enarbolando un látigo.8 (71-72).
Como es de esperarse los mercados están bien provistos de carne,
pescado y aves, entre las que las
codornices y los pavos son excelentes, lo que conduce a la observación
de que los habaneros consumen grandes cantidades de carne. Pero carne,
pescado, aves y vegetales es todo lo que produce la isla como alimento.
El tasajo, el bacalao, el jamón, la harina y otros comestibles vienen
del exterior, aunque al este de Villa Clara y Sancti Spíritus se
cosecha trigo y, cerca de Güines, arroz (72-73).
Las mesas de los ricos se cubren de una gran variedad de platos; pero los
banquetes no son muy corrientes. En las fiestas familiares se comienza
con el desayuno, que es una comida regular. En cuanto al caballero cubano,
se levanta temprano y toma inmediatamente una taza de chocolate, después
enciende un tabaco y pasea por el patío, por el balcón o
a caballo. A las diez desayuna con pescado, carne, sopa, huevos y jamón,
con vino y café. Y al levantarse de la mesa los hombres encienden
un tabaco. Hasta los niños fuman. Las mujeres, excepto las de elevada
condición, fuman también (74-75).9
Al continuarse la relación de la vida en La Habana se describe lo
que es usualmente para el viajero la extraña apariencia de una volanta
y su calesera. Además de referirse a su gran número en las
calles, tiradas de un caballo - en el campo, se aclara, llevan dos o tres
-, se informa al lector que son el vehículo indispensable para ir
de visita, a las corridas de toros o a pasear por la Alameda. Y en esta
última ocasión, especialmente en días de fiesta, se
presenta con obvio placer el espectáculo de una volanta con su capacete
removido (sic.), ofreciendo a la multitud la atracción de bellas
mujeres de ojos negros y cabezas descubiertas. Sólo en la iglesia
- se observa - se cubren las mujeres la cabeza y los hombros con una mantilla.
Entonces se visten de negro, pero en otras ocasiones su traje es ligero
y fresco. Las mujeres por lo general tienen buenos cuerpos y, las de clases
altas, la tez blanca. En su trato son vivaces y agradables y, aunque las
costumbres les permiten un gran número de expresiones y temas que
harían sonrojarse a una inglesa, son esposas impecables e hijas
respetuosas. En cuanto a educación, el francés, la música,
la geografía y la historia constituyen su enseñanza, entre
las familias respetables. El latín se deja para los hombres. La
mujer es virtuosa a pesar de que goza de gran libertad; el hombre tiene
el buen sentido común de no ser celoso. Al hablar de las mujeres
de las clases bajas no se pueden emplear los mismos elogios - añade
el autor - porque les falta educación y todo lo demás. Son
indolentes y sucias en sus costumbres (75-79).
Entre las diversiones, la
mención de una comedia lo lleva a un análisis extenso y algo
vago del teatro español, aunque observa que como alternativa de
esparcimiento existe el baile, especialmente el minué, además
del fandango, que es el baile nacional. También se recuerdan las
tertulias privadas, en las que todos se comportan con gravedad y orden
y, en las afueras de la ciudad, las casas elegantes con mesas para el juego
de monte, que es el favorito de los cubanos (79-84).
En un comentario final Jameson se refiere a la incomodidad de lo que él
considera la cama más corriente entonces, el catre. Otros viajeros
de esos años también tratan el tema y él lo describe
con ciertos detalles. Es - dice - sencillamente un pedazo de lona extendido
en una armazón de madera con patas cruzadas y cubierto con dos sábana
ligeras; todo esto encerrado en la gasa de un mosquitero (84). Lo que indica
que el mueble, no ha sufrido cambios durante el correr de los años.
En la Carta V una breve
historia de La Habana desde su fundación señala la importancia
de su desarrollo para la futura expansión de la población
hacia el interior de la isla. Y se considera el año 1778 como la
fecha en que se rompe en parte el monopolio que afixiaba a la colonia al
abrirse al comercio con la península los puertos de La Habana, Santiago
de Cuba, Trinidad y Batabanó.10 Les seguirán en años
posteriores, entre 1784 y 1803, Nuevitas, Matanzas, San Juan de los Remedios,
Baracoa, Manzanillo y El Goleto (86-87).
Con objeto de mostrar el progreso económico producido por la libertad
de comercio se incluyen estadísticas de rentas en varios años
y la eficiencia de las intendencias de La Habana, Santiago de
Cuba y Puerto Príncipe, sus distritos y subdivisiones, así
como el aumento de los ingresos públicos. Incremento igualmente
notable muestran la población, la producción azucarera, el
comercio marítimo del puerto de La Habana y, en general, los ingresos
internos de la isla.11 Aun con los millones invertidos en los ejércitos
de Cuba y la América, y con los subsidios enviados a Santo Domingo,
la Florida y Puerto Rico, las ventajas del comercio libre han sido innegables.
Sin embargo, no dejan de mencionarse factores externos que han provocado
cierta disminución en las actividades mercantiles, tales como los
ataques de buques armados de las colonias rebeldes, las restricciones comerciales
de algunos países y el agotamiento de la economía peninsular.
Otro factor importante, pero de orden interno, es la anarquía provocada
por excesos en la interpretación de las libertades constitucionales
al producirse un relajamiento bastante extendido en el pago de los impuestos.
En lo que respecta a este último aspecto las conclusiones del escritor
son que “la libertad es una palabra hasta ahora ausente del diccionario
español, y la gente no la comprende” (88-99).
Como si todo lo anterior no fuera de bastante gravedad cabría añadir
que también han contribuido al estancamiento económico del
erario los siguientes factores: el cese de ciertos impuestos considerados
inconstitucionales por las Cortes, el fin del monopolio del tabaco y de
la venta de puestos públicos, la supresión de algunas contribuciones
de tiendas de abastecimientos y el pago de derechos por los esclavos, la
bancarrota de ciertos comercios y la tardanza en sus pagos por hacendados,
contratistas y arrendatarios (99-100).
En los últimos años el gobierno no ha sido negligente en
el progreso de la isla, sobre todo en el aumento de la población
al ponerse en vigor la Real Orden de 1817 por la cual se ceden tierras
en las costas norte y sur de la isla a familias católicas de la
raza blanca. Otros esfuerzos por mejorar las condiciones de la colonia
se han dirigido al establecimiento de escuelas, con la cooperación
de la Sociedad Económica. Y en época reciente se han creado
las ya mencionadas escuelas de náutica y de pintura, además
de las cátedras de anatomía, química y ciencia política
(100-104).
Por el contrario, entre otros aspectos de la vida colonial que el autor
ha calificado como símbolos de atraso pueden citarse los siguientes:
la profesión de medicina es con frecuencia deficiente, los curas
están tan gordos y prósperos como en el siglo XV, los judíos
no se atreven a presentarse en la isla y las galleras han adquirido tal
valor que han caído bajo el monopolio real (105).
La Carta VI por lo general describe la ruta hacia el noreste, de La Habana
a Jaruco, siguiendo hacia el sur a la región que en la época
se llamaba “el valle de los Güines” con las ciénagas de la
costa, y algo de la zona oeste hasta Mariel.
Los alrededores de La Habana se presentan como una zona en gran parte desolada
por la desaparición de los bosques y la gran desnudez del terreno,
evidencia de la erosión sufrida durante años. El cuadro que
se presenta es aún más deplorable debido a las terribles
condiciones de los caminos, las ocasionales inundaciones de los ríos
y las depredaciones de los bandidos, blancos y negros. Otras dificultades
que a veces alargan el camino en largos rodeos son las barreras creadas
por la cadena de montañas que atraviesa la isla en dirección
sureste. Con todos estos detalles se trata, en realidad, de trazar en parte
una de las rutas más frecuentes a la ciudad de Matanzas, cruzando
la bahía de La Habana hacia Regla y partiendo de Guanabacoa, lugar
de veraneo de los habaneros por sus aguas minerales y baños públicos.
Por este camino la población rural, que abastece a La Habana de
productos agrícolas, es escasa y dispersa; las pocas posadas que
existen no son recomendables ni seguras y el viajero encuentra a menudo
la incomodidad de largas recuas de carboneros y arrieros. Los pueblos que
van surgiendo - Guanabo, Río Blanco, Jibacoa, Santa Cruz - con frecuencia
están situados cerca de ríos con salida al mar y útiles
para el comercio por medio de embarcaciones pequeñas (106-111).12
Una sección de la carta se refiere a la abundancia de bosques en
la isla en años anteriores y a la gran variedad de árboles
de madera utilizable en la construcción de buques, casas, mangos
de arados, gallineros, etc.13 Las frutas son tambiés muy
abundantes en todo el territorio y constituyen una buena fuente de ingresos
para los agricultores que viven cerca de las ciudades. El valle de Güines
ofrece condiciones excelentes para el cultivo de arroz, con el río
como fuente de un buen sistema de regadío mientras corre hacia las
ya mencionadas costas pantanosas del sur, muy abundantes en los cocodrilos
que tanto despertaron el interés de Humboldt (l 12-115).
El oeste de la provincia merece una breve reseña hasta el puerto
de Mariel, cuya captura durante el sitio de La Habana por los ingleses
se recuerda. Otro dato histórico inserto al final de la carta trata
del fallido intento de José Bonaparte por apoderarse de la región
de Santiago de Cuba con la ayuda de los refugiados de Santo Domingo (l
16-117).14
Una buena parte de la Carta VII está dedicada al clima de Cuba.
Pero el énfasis principal está en la
insalubridad de la ciudad de la Habana, a lo que contribuyen su bajo nivel
de ciudad amurallada y la gran extensión de la costa pantanosa que
la rodea. Por el contrario, algunas leguas al oeste la mayor elevación
del terreno produce un ambiente saludable, ajeno a los ataques de la fiebre.
En la ciudad los meses de agosto y septiembre son los más malsanos
por respirarse un aire seco y ardiente, si bien las torrenciales lluvias
de octubre al caer en terrenos sumamente calientes producen una atmósfera
sofocante causa frecuente de afecciones catarrales y reumáticas.
En noviembre los vientos del norte comienzan a restaurar condiciones más
saludables, muy del gusto del viajero inglés, pero consideradas
muy frías para los cubanos. De diciembre a marzo se viven los meses
más agradables del año, se dan las cosechas de los principales
productos, maduran las frutas, la vegetación alcanza su mayor esplendor
y el cielo es generalmente claro y brillante. En varias de las páginas
que siguen se ofrecen, de octubre de 1819 a septiembre de 1820 y mes por
mes, el tiempo y la temperatura durante varias partes del día. Y
a continuación se dirige la atención a la producción
agropecuaria, lamentándose la limitación de la isla a los
cultivos de la caña de azúcar y del café (l l 8-126).
Como tantos otros viajeros
Jameson se extasía en las luces de los cocuyos y se complace en
la ausencia de animales dañinos aunque al mismo tiempo recuerda
la araña peluda y el alacrán; pero sorprende con su aserto
de que no hay aves canoras en Cuba. Con particular interés se detiene
en la descripción del “perro sabueso cubano” y en su posible uso
en la persecución de cimarrones (126-129).
Al volver su mirada a la población isleña le parece menos
identificada con la metrópoli que los habitantes de otras islas.
Y como resultado natural la tierra en que viven la consideran suya. En
cuanto a los asuntos públicos lo que predomina es el producto de
intereses privados; de modo que la libertad comercial que se ha gozado
en los últimos años ha tendido a “nacionalizar a los cubanos”
(131). El número de habitantes blancos y las comodidades de una
gran ciudad constituyen una gran ventaja sobre otras islas. No hay duda
de que la abolición de la esclavitud limitará el aumento
de la producción, pero la isla se beneficiará porque Cuba
merece ser algo más que una colonia azucarera. Al mismo tiempo la
división y cultivo por colonos blancos de las vastas regiones deshabitadas,
combinada con la fertilidad de la tierra, crearán una isla superior
a la cubierta de azúcar y café.
Es de esperarse que a medida que aumente la dificultad en obtener negros
los capitalistas inviertan su dinero en propiedades diferentes a las que
sólo pueden trabajar los esclavos. El gran obstáculo al esfuerzo
blanco es la esclavitud de los negros que degrada el trabajo manual. Según
se reduzca esa influencia degradante aumentará el número
de trabajadores blancos. Cuba podrá abastecer al resto de la América
y ser un vecino digno de los Estados Unidos. Un gobierno vigoroso y sabio
la hará en medio siglo un país estable y activo lleno de
recursos para actividades públicas y privadas (131-135).
Notas
1 “Biblioteca cubana”,
Revista de Cuba 11 (1882): 801-802. Reproducido en Carlos Trelles
Bibliografía cubana, 1:192. Aimes indica que además de Jameson
había otro comisionado inglés llamado J. T. Kilbee. A History
of Slavery, 95. Debe añadirse que Jameson dedica su obra a John
Wilson Croker, Primer Secretario del Almirantazgo.
2 Pág. 6. Esta
traducción y las que siguen en el resto del trabajo son mías.
Las páginas de las citas se incluirán en el texto o las notas
entre paréntesis.
3 “Hay hombres de
inteligencia y educación conscientes del interés de su patria,
pero se mantienen en sus estudios inactivos.... De vez en cuando uno se
levanta para ofrecer un proyecto: pero no se despierta fácilmente
el espíritu de empresa... Las clases más altas... pasan el
tiempo en lujosa pasividad... algunas veces agitada por las vacilaciones
del juego, y a veces atraída por coqueteos con la literatura. Casi
todo el mundo, en realidad, versifica aquí” (12-13).
4 Esto último
especialmente entre las mujeres. Jameson no es remiso en reconocer la mayor
liberalidad de la legislación española con respecto a la
esclavitud. A ella atribuye que el número de gente de color libre
sea en Cuba casi igual a la totalidad del que existe en todas las otras
islas.
5 Lo que no se aclara
en esta carta es la aparente contradicción implícita en la
opinión negativa sobre la gente de color libre, la que sin duda
proviene en gran parte de la clase esclava.
6 Un pequeño
aparte indica que “una vasta extensión del interior y de la costa
sur se mantienen todavía innominadas y realengas”(54). Ya Humboldt
había advertido la ausencia de población en la costa sur
entre Batabanó y Trinidad.
7 La escuela de pintura
y dibujo es la posteriormente llamada Academia de San Alejandro (1818).
La actitud despectiva de
Jameson sobre la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo (1728)
acaso se debe a su base escolástica. El Seminario de San Carlos
y de San Ambrosio era un antiguo centro de enseñanza en el que se
habían combinado el Colegio de San Ambrosio, fundado en 1689, y
el Seminario de San Carlos, de 1773. En la simple mención que se
hace de esta institución se desconocen los iniciales ataques contra
el escolasticismo llevados a cabo en ella por José Agustín
Caballero (1771-1835) y continuados por Félix Varela (1787-1853),
que lo siguió como profesor de filosofía en 1811. Tampoco
se hace referencia a la cátedra de Constitución que ocupó
Varela en 1820, ni a su elección como diputado a las Cortes españolas
de 1823.
8 Entre otros detalles
se explica que estos caballos son de una raza pequeña, raramente
llevan herraduras y, a pesar de sus pesadas cargas y los calores del clima,
están en buenas condiciones. Un aspecto interesante es que son animales
dóciles que no se guían con bridas o espuelas, sino con una
banda sobre la nariz o un pedazo de soga. Y cada mañana reciben
un baño. A pesar de todo lo anterior debe recordarse que antes ha
descrito al montero con un tabaco y un látigo.
9 Sin embargo, dice
haber visto fumando a señoras de funcionarios reales, de abogados,
médicos y alcaldes.
10 La Real Orden de
1778 incluía la libertad de comerciar con las Baleares, las Canarias
y las colonias españolas de América. Guerra, Manual de historia,
194.
11 En relación
con esta información se aportan datos sobre exportaciones e importaciones
de varios puertos.
l2 Otras dos rutas
a Matanzas se mencionan: la primera comienza a la derecha de Guanabo y
pasando por el pueblo de Santa María del Rosario sigue hasta Jaruco;
la segunda parte de Gibacoa y también se dirige a Jaruco. En ella
hay muchos ingenios, pero hacia la derecha se observan estancias arruinadas
por haberse agotado la fecundidad de la tierra (l 14).
13 El número
de árboles citados asciende a 17. Debe añadirse que desde
1622 el gobierno insular comenzó a establecer restricciones en el
corte de maderas empleadas en la construcción de buques, pero los
muchos litigios sobre bosques en propiedades privadas lo obligaron finalmente
a eliminar las restricciones en 1815 (l12-113).
14 Manuel Rodríguez
Peña, o Alemán (1772-1810), nacido en México, fue
enviado a Cuba como emisario de Napoleón, siendo capturado en la
Habana y ahorcado poco después el 30 de julio de 1810. Calcagno,
Diccionario biográfico, 29-30.
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