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     Ofrecemos dos selecciones extraídas del libro Viajeros en Cuba (1800 -- 1850), del profesor Otto Olivera (Ediciones Universal, Fl, 1998). En la página 14 de este libro, Olivera expresa: "Con la excepción del Ensayo de Humboldt las obras se han leído en su lengua original; pero aún cuando están escritas en alemán, francés o inglés, las citas que se hallan de ellas están todas en español por razones de uniformidad. Como en este estudio sólo se emplean cuatro traducciones publicadas, propiamente identificadas en el texto, a excepción de las provenientes de ellas el resto de las citas traducidas se deben en su mayoría a quien esto escribe." Al publicar estos pasajes del libro de Olivera, sólo nos hemos propuesto poner al alcance de nuestros lectores interesantes apuntes sobre La Habana colonial que, de otra manera, nunca llegarían al conocimiento de muchos de ellos. Al festejar en este número un nuevo aniversario de la fundación de la Ciudad de La Habana, lo hacemos echando un vistazo a un ayer más cercano de lo que muchos podrían imaginar o estarían dispuestos a admitir.
 

López Matoso, Antonio Ignacio
“Viaje de Perico Ligero al país de los moros”. M.S. Latín American Library. Tulane University, 1816-1820

     Este M.S. fue escrito por el Lic. Antonio Ignacio López Matoso, descendiente de padre cubano y madre española. Era Relator de la ciudad de México cuando fue deportado a Ceuta en 1816 por el Ceutavirrey Félix María Calleja, acusado de complicidad en actividades insurgentes.1 La primera parte del título es el apodo irónico que le dieron sus compañeros de prisión por su escasa actividad y el resto se refiere a la ciudad de Ceuta en Marruecos.2 Se caracteriza la obra por su estilo satírico con escenas en que alternan lo trágico y lo humorístico. Y consta de cinco Libros, o capítulos. Los tres primeros narran los padecimientos y humillaciones que sufrió el autor al ser conducido en caravana de presos de México a Veracruz. El cuarto Libro está dedicado a describir su viaje de Veracruz a La Habana y su permanencia en esa ciudad hasta el 15 de mayo de 1820, cuando regresa a México indultado por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, sucesor de Calleja. El Libro quinto, y último, se refiere a su vida en México donde vuelve a ejercer la profesión de abogado.
     Para la bibliografía cubana el interés del M.S. está, por supuesto, en el Libro cuarto, en el que López Matoso nos da sus impresiones de La Habana y del habla de sus habitantes. Según cuenta, a su llegada fue confinado en la fortaleza de la Cabaña por seis días hasta que lo trasladan al hospital de San Ambrosio por intercesión del Intendente Alejandro Ramírez y otras personalidades. Unos nueve meses más tarde el Capitán General de Cuba, José Cienfuegos, le concede la libertad bajo fianza y pasa a vivir en la casa de su fiador Pedro Ramírez (24).

Con esto - dice - ya pude dar mis salidas a las calles de la ermosa Havana.

Y a continuación, en una primera visión de conjunto que refleja su admiración por lo que ve, añade:cubano, foto de Bill Trumbull

Tienen razón de llamarla el cadiz de la America. Es mui poblada, de mui grande vecindario, y de comercio mui basto. Cuanto se puede apetecer de lujo, de utilidad, de necesidad y apetito; todo se encuentra en abundancia y mui fino. Los efectos, géneros, y ropa son mui baratos, aunque no así las casas que son mui caras. Hay mui buenos edificios; pero por lo comun las casas son bajas y de tejas. Todas mui puestas con menaje y cristalería finas (24-25).3
Sus observaciones sobre La Habana adquieren mayores detalles cuando comienza a enumerar, con ocasionales descripciones, iglesias, conventos y hospitales. Además de la catedral, indica que hay cinco parroquias, entre ellas la del Ángel, más tarde famosa. Su descripción de la catedral dice en parte: “es chica: no tiene cipres4 sino un altar portatil muy pequeño.” Por lo que respecta a dos de las otras iglesias dirá: “La de San Agustín es mui grande pero mui obscura. La de la Merced mui chica pero mui clara”(25). Menciona diez conventos de frailes y de monjas así como cuatro hospitales, uno de ellos, el de San Francisco de Paula, que es para mujeres. No deja de referirse a las fortalezas, que califica simplemente de “varias y mui buenas” (26); ni a la bahía, objeto de asombro, por su extensión y “su fondeadero tan grande que sobre el muelle descargan y se amarran asta navíos” (26). Las dependencias del gobierno entran igualmente en su enumeración reconociendo que “los tribunales y oficinas son como en Mejico, y algunas propias de puerto de mar” (26), añadiendo que hay “muchos abogados” (27), lo que hoy tenemos que reconocer como un mal endémico en el continente.
     De las dos alamedas de la ciudad, describe “la de Paula sobre la mar” con cierto desprecio: “no arreglando la volantaes más que un ancho terraplen o torta en un corto alto con escaños, y nada más. La otra estramuros”, más tarde el Paseo del Prado, le merece mayor consideración como “una calle recta con arboles a los lados... una estatua de Carlos III”(34) y otros detalles. En esta alameda contempla la gran concurrencia de gente y el "crecido número de bolantes" [sic] en que, según él, "consiste el principal lujo" (27).
     Como en contraste con todo lo anterior, y reiterando las quejas de Humboldt en su Ensayo político (Págs.99-100), añade López Matoso:
Pero despues de tanto bueno las calles son de lo mas malo. Son mui angostas y torcidas, sin banquetas ni empedrado. De aqi es que con el mucho trafico de bolantes [sic], carretas, carretones y carretillas; o ay un subtil polvo que penetra asta lo igados, o un lodo barroso que causa muchos porrazos en la jente de apie (28).
Su vena satírica se detiene en varias clases de la población. De los belemitas dice que su convento es “grandisimo y los frailes ricos” (26); al hablar de la universidad hay una posible alusión anticlerical al observar que, según los estatutos, “siempre ha de ser rector un fraile”, y una evidente crítica de la pedantería académica al decir: las ínfulas de los doctores son lo mismo que en Mejico” (27). Por último considera que “los abaneros son generalmente francos fanfarrones” (28). Las ceremonias religiosas de la primera Semana Santa que pasa en La Habana merecen descripciones bastante minuciosas en las que no faltan de vez en cuando alguna crítica. El Jueves Santo estima que “era desmedido el lujo de cera y de luces” y a continuación añade:
Nada ay que estrañar de Mejico en ponpa, decencia y vanidad: uniformes,¡Vive el Paraiso! vandas, bordados, cruces, placas, veneras, insignias etc. Las mujeres con muchisima vanidad: mui enlistonadas, enfloradas, y olorosas, tan ermosa y cimetricainente labadas que parecen pintadas. Asta los negros y negras se presentan como unos duques y marquesas.(30-31).
Las mujeres, sin embargo, parecen recibir una buena parte de sus saetas. Al referirse al lujo que observa dirá: “En las iglesias lo tienen las señoras en llevar buenos tapetes y algunas también sillas, con decentes negros de pajes”(27).5 Más adelante volverá a la carga con una larga tirada:
las mujeres [son] mui linpias de cuerpo y algunas de alma: muy rasgadotas; la mas pintada echa un terno como un grumete. Por presentarse en el paseo, o en el teatro muy bien puestas, son capaces de no comer en un año. Primero les faltarà cara en que signarse que dejar de afeitarse con plumas y tijeras de pies a cabeza todas las mañanas.
Tienen las abaneras 
diversas caras,
que una sirve en la calle 
y otra en sus casas;
y aun ay quien tenga 
otra cara tercera 
cuando se acuesta.
Su ropaje como de tierra caliente es mui lijero, diafano y delgado; de modo que aprima vista no dejan du da que son mujeres, especialmente en el desgote y espaldas. Aunque el color suele no ser natural, porque es a mano como el de las caras; pero estan a teatro abierto con vistas y mutaciones.
En los pies tan bien tienen
otra ermosura;
pues de pies el tamaño
no deja duda;
y con la media
aunque cubren no tapan
toda la pierna (28-29).

Sin que se incluyan aquí todos los detalles de la descripción debe añadirse que otros lugares de la ciudad mencionados en el M.S. son: “El coliceo principal... [que] aunque mas pequeño que el de Mejico es mas bonito, y mejor formado... El circo para eqilibrios en caballos... un perfecto remedo del de Mejico... La plaza de toros . .. mas pequeña que la de Mejico... La factoría del tabaco... una suntuosa fabrica en lo material y formal, en donde se elabora el tabaco en polvo, con ermosisimas y bien dispuestas oficinas... Las alamedas [de] “Paula sobre la mar” [y la de] estramuros” (32-34); la residencia del obispo, “una famosisima qinta con cuanto se puede apetecer de regalo y diversión... El sementerio jeneral, o campo santo... mui ermoso, anplio, y nada tenebroso... Una casa de niñas educandas... a mas de escuelas en todos lo conventos de monjas” (34-36). Algo que atrae su atención especialmente es “una mui buena maqina que llaman “machina”...para arbolar los buques, o fijarles los palos” (33).
     A la enumeración anterior hay que añadir por separado su mención de la “casa cuna” por darle de nuevo la oportunidad de emplear su humor satírico:

Para los niños y niñas que vienen al mundo, quien sabe como, ay una “casa cuna”, y â todos se les dà el nombre de Valdes, por un obispo que la fundò. No ay tantos como debía aver porque como puerto de comercio ay muchos efectos de contrabando.... Pero despues de todo la cuna es un grande alivio a los inocentes y de mucho desaogo a las madres.
Si fueran à la cuna 
todos los niños
que no saben sus padres; 
¡cuantos maridos 
sintieran menos 
pastorear corderillos
de otros carneros! (36-37)

     El mayor interés de las memorias de López Matoso está en la lista de términos que incluye como propios de La Habana. Es probablemente el vocabulario cubano más antiguo que se conserva.6 Se ofrece desde el punto de vista de un mexicano de la meseta central con escasos conocimientos científicos en la materia. De modo que añadiendo a su usual humor su provincianismo lingüístico comienza diciendo: “El idioma y nombres téqnicos de los avaneros es una monserga de el diablo”. Y a continuación da la lista de 70 términos.

Anones son las anonas que en nada se distinguen de las nuestras.

Ajiaco es un guizo de baca, tasajo, platano, jaman, yuca, muniato y mucha especeria.

Alegría es maíz crudo tostado asta que revienta, y así sin mas ni mas se une con miel en unas pelotas.

Anafe es el braserillo de lunbre para cigarrillo.

Ají es el chile. Los ai de todas clases: grandes y dulces que se comen crudos y no saben mal; o encurtidos en vinagre; otros chicos amarillos mui picantes, que saben a cucaracha.
 Belicas llaman a las Ysabeles quiza porque fueron aciendo diminutivos: de Ysabelitas, Ysabelicas, y de estas belicas.

Bucaros son las jícaras o tecomates.

Bojios son las casuchas de paja ò jacales.

Bolantas son las que los Guachinangos dicen bolantes. 

Cajeles son las naranjas agria-dulces de cascara berde.

Conchitas son las Concepciones quizà porque primero dijeron conchòn y como esto era mui gordo lo achicaron en conchita.

Candèla es la lumbre de cigarro o puro.

Caimitos son una fruta mui parecida en la figura al zopote blanco; pero su gusto es agri-dulce; la carne incipida, y el ueso en un capullo como algodon que es lo que principalmente se come y sabe bien.

Crianderas son las amas de leche que los Guachinangos dicen chichiguas.

Comadronas son las parteras.

Cativia es la yuca muy delgada en dulce.

Casavi es la yuca grueza mui molida y echa masa de que se forman unas grandes tortillas. Son un pan mui seco y terroso; pero en dulce, remojado con vino es mui deleitoso.

Chunbos llaman a los Geronimos.

Chanos a los Sebastianos.

Cozinar es guizar, y así cociname un par de uebos es freirlos.

Cheleqe es chaleco porque suena mas curro lo Primero.

Corujo es el coyole, el cual lo ablandan no se como y acen en dulce.

Chico es el octabo o tlaco.

Contra son unas monedas de ojalata con una seña de cada tienda en donde unicamente sirven y valen lo que los pilones en Mejico.

Cantinas son las tiendas de comestibles, y en las que se vende carbon y manteca se dicen tabernas.

Funche es una arina de maíz cocida la cual ò se guiza con arroz, gallina o carne de zerdo, o se ace en dulce.

Fuetes son unos latigos delgados de tejido de cañamo o de cuero mui duros mas que garrotes. Al negro que el amo condena a su antojo es con la prudena, de darle 100 o 200 latigazos, ò sin señalar docis cascarle el tiempo de la voluntad. Tanbien las negras se regalan con igual agazajo, aun cuando estàn preñadas. Si muere el paciente mas pierde el amo que es su dinero. Si escapa, mejor; mañana se repetirà la misma comedia.

Fogon es el fuego de la cocina.

Flusion es el catarro ò resfriado.

Fletar es frotar, y así decir que un enfermo se frotò con aceite; es diciendo que se fletò.

Guarapo es el suco de la caña, ò miel sin fuego, y lo comen como un plato regalado.

Guanajo es el guajolote.

Guachinango es voz de desprecio a todos los nativos de Veracruz a todo el reino. Así es que asta los negros unos a otros cuando acen una picardía se dicen: esa es guachinangada. Aun en la jente de rango es este jenial desprecio. El año de 818 paría la señora Yntendente una niña a quien se puso por nombre Guadalupe, y por cariño todos le decíamos Guachinanguita. Fue a visitar a la señora otra de las señoronas, y acostumbrada aqella al cariño dicho; dijo a una criada: traeme a la Guachinanguita. Al verla la visita dijo con seriedad: no le dee vm. ese nombre a esta niña ¿no vee vm. que es blanca y bonita?

Guanabana es una tercera entidad entre chirimoya y anona. La cascara en su color, delgado, y terso es de chirimoya aunque un poco mas verde. La carne es una masa blanca mui semejante a la mas dulce chirimoya; la pepita esta dentro de un capullo como algodon de un agrio dulce mui gustoso. Se come natural, o en agua con azucar, ò en dulce. De todos modos es mui sabrosa y mui fría. la cascara tiene unos votoncitos peqeños.

Guano son unas pencas del grueso, color y tamaño que las de magei, de las cuales acen los techados de las casas pobres, y las sacan de las ojas secas de la palma real.

Guajiros son los rancheros, ò payos del campo. 

Guiras son tecomates.

Con mucha gracia equibocan la h y la j; y así dicen hardin por jardín, hornada por jornada. [Sin duda López Matoso se refiere aquí a los guajiros.]

Hotel es la hospederia, o posada por seguir la voz inglesa.

Insultar es acer tomar colera a otro; y así: fulano està insultado es decir que esta colerico.

Jovos son los mui pocos y malos tejocotes.

Jaibas son los cangrejo peqeños.

Jabas son los tonpistes, Jabucos los chicos.manisera

Mani son los cacahuetes.

Muniato es el camote.

Jutia son unos ratones del campo que los comen como conejo.

Mangos son una fruta como zapotes amarillos: su carne amarilla mui ebrosa y cierto gusto à recina: el ueso està dentro de una tunica delgada pero dura como la de zapote blanco.

Malanga aunque amarilla y grande es en todo una papa.

Maloja es el tlazole ò zacate de maíz.

Melon de agua es la sandia.

Malarrabia es un dulce mui sabroso de camote frito y miel.

Manjarete es un dulce de maíz molido cocido en leche.

Mata-hamnbre es la yuca mui molida y cocida en dulce.

Maruga es lo msimo que maula. Tu relox es maruga es decir que anda mal.

Ñame es la raíz de chayote.

Palmitos son los cologollos de la palma mui blancos y tiernos y se comen en dulce.

Palmiche es una semilla que produce la palma como pimienta gruesa y sirve para engordar marranos.

Palanqetas son ponte-duro.

Pacana la nuez criolla chica.

Papagayos son los papelotes de los muchachos.

Quimbonbo es una fruta que tiene muchas pepitas redondas y pardas, las cuales se cocinan y dan una baba espesa y mui larga y se comen con carne de cerdo, gallina etc.

La r y la l sienpre la pronuncian al rebes. Armas del purgatorio: almas de los sordaos: cerdas de monjas: celdas de marrano.

Sumideros son las letrinas.

Tibor es el vacin.

La letra s siempre la sincopan. En un conbite una señorita pidio un mulito de gallina por decir un muslito.

Tazajo aporreado es un guizo de tazajo en ebras peqeñas, baca, y platano frito.

Tazajo brujo es la baca mal tazajeada que solo comen los negros.

Tarros son los cuernos.

Virar es moverse de un lado a otro.

Vatarraba o Vatarrabia es el vetabel.

YO solo es frase para decir que se singulariza. Yo solo me reí, Yo solo llorè: Yo solo comí; qiereYo solo comí decir que yo mas que nadie rei, llore o comi.

Yaguas son las pencas muy gruezas y grandes de palma real y sirven para techados de casas pobres.

Ziguato se dice al pescado que olisca.

Ziguas son los caracoles marinos, que se comen.

     López Matoso comete algunos errores en la interpretación y ortografía de varios términos. Entre ellos se cuentan su confusión entre bucaro, utensilio para poner flores o plantas y tecomate y jícara, empleados para beber, o entre ñame y chayote; la errada definición de anafe, cantina, contra, fogón, jaba y maloja. En cuanto a la ortografía pueden mencionarse muniato por boniato y papelote por papalote. No creemos necesario hacer aquí un análisis detallado de tales errores y remitimos al lector interesado a los comentarios que sobre el particular hace el Dr. Humberto López Morales en su Estudio sobre el español de Cuba (New York: Las Américas, 1971), págs. 88-97.7
     Como indican las páginas precedentes, la descripción - no siempre justa y con frecuencia satírica - que hace López Matoso de La Habana y sus habitantes, tras dos años de estancia en la ciudad, es sin duda de valor histórico por conservar, aun de manera parcial, un cuadro de la capital en la segunda decena del siglo XIX. Si bien quedará como de mayor interés para el estudioso la preocupación del viajero por preservar lo que puede considerarse como el más antiguo léxico cubano conocido.

Notas

1 López Matoso llegó a La Habana el 18 de octubre de 1817 y tras ser indultado partió de esta ciudad de regreso a Veracruz el 15 de mayo de 1820. Para mayores datos sobre la vida del autor véase James Carl Tatum, “A Critical edition of Antonio Ignacio López Matoso's ‘Viaje de Perico Ligero al país de los moros’: the umpublished diary of a Mexican Political exile, 1816, 1820”. Doctoral Dissertation, Tulane University, 1868.

2 I, 3-4. Como las citas siguientes son todas del Libro IV sólo se incluirán las páginas en el texto, entre paréntesis.

3 Aunque el autor abrevia muchas de sus palabras al citarlo las reproducirnos en su extensión normal, manteniendo en lo demás su ortografía.

4 En México “Altar mayor con cuatro altares”.

5 Esta cita de López Matoso y otros autores posteriores nos recuerdan que en las iglesias de la época no había asientos para los feligreses excepto pocos bancos pequeños para enfermos o inválidos.

6 Esteban Rodríguez Herrera se refiere a un “Diccionario de provincialismos cubanos” (1831) que, según Antonio López Prieto, prepararon Domingo del Monte y otros colaboradores y hoy se considera perdido. Esteban Pichardo. Pichardo novísimo o Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas (La Habana: Editorial Selecta, 1953), xvi-xvii. La primera edición del Diccionario provincial de voces cubanas de Pichardo es de 1836.

7 Véanse en particular las págs. 93-97. Debe añadirse que el vocabulario ha sido publicado dos veces por el Dr. Daniel Wogan de la Universidad de Tulane: “La Habana vista por un mexicano en 1817-1829" [sic] Revista de la Biblioteca Nacional (La Habana). 2da Serie. 6.1 (1955): 27-41 y “El primer vocabulario de cubanismos de A. López Matoso”. Romance Notes 3 (1961): 78-83. Ambos vocabularios están precedidos por una breve introducción. El vocabulario también fue parte, por supuesto, de la edición crítica de “Perico Ligero” preparada por James Carl Tatum en su tesis doctoral ya mencionada en la nota 1.
 

Jameson, Robert Francis
Letters from the Havana During the Year 1820; Containing an Account of the Present State of the Island of Cuba and Observations on the Slave Trade. London: Printed for John Miller, 1821. viii-135 pags. y mapa.

     Como indica Domingo Delmonte el autor de estas cartas anónimas “es Mr. Jameson, que fue el primer juez comisionado inglés nombrado por la Gran Bretaña para la Comisión Mixta que había de juzgar las presas de los buques negreros, conforme al tratado de 1817”.1
     En la apretada síntesis del prefacio se informa al lector que las siete cartas que componen la obra son el resultado de observaciones personales durante un año de residencia en la isla. Y se aclara, sin la necesidad de detenerse en detalles del pasado, que casi tres siglos de monopolios y restricciones han dado como resultado un país de agricultura defectuosa, con escasa población y pobres recursos económicos. De modo que sólo desde 1778, cuando comienzan a deshacerse los lazos que ataban la libertad de comercio, y especialmente en los últimos once años, se van a observar gérmenes de prosperidad.
     Aunque con cierta altanería, que Domingo Delmonte criticará más tarde, el autor presenta sin palmaambages su opinión del mundo antillano. En la Carta I predomina el análisis de la población insular. Comienza, sin embargo, con la exuberancia y la belleza de la vegetación de la región, en la que se destaca la palma real por su elegancia y altura. Si bien considera que ese vigor y pujanza del mundo natural no existe entre los habitantes, cuya variada mezcla, de ascendencia europea, tiene su origen en una combinación de actividades comerciales, avaricia especulativa y espíritu aventurero. Aún más, dice que esa población actual se levanta sobre la tumba de los aborígenes y mantiene por fuerza en su seno al negro esclavo, no considerado con una capacidad superior a la de la bestia. Por lo que puede considerarse característico de esa unión del blanco y del negro el temor, que es “el principio elemental que rige la sociedad de las Indias occidentales”.2
     En una más detallada clasificación divide la población en europeos; descendientes legítimos, o criollos blancos; descendientes ilegítimos, o criollos de color; y, por útimo, negros criollos o nacidos en África. Reconoce que a diferencia de otras colonias - especialmente las inglesas - la clase propietaria de Cuba, el hacendado, vive en la isla donde nacieron sus antecesores, lo que por sus títulos signitica que hay una nobleza residente, arraigada en su tierra, en el más estricto sentido de la palabra. De interés especial observa el hecho de que aun los hijos de aventureros europeos establecidos en la isla crean alianzas locales y sus hijos son “cubanos” (9).
     Con fragante injusticia parece extender a toda la población blanca la acusación de negligencia, y falta de espíritu emprendedor y práctico ignorando instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, o figuras como Francisco Arango Parreño, Alejandro Ramíres - a quien elogia anteriormente - y el obispo Espada, entre otras, que laboraban activamente por el progreso insular.3
     Comerciantes y monteros siguen en esta clasificación de la población insular. Los primeros,en el agromercado: Pero, ¿qué puedo hacer yo? aunque de gran importancia para la colonia, son de rango inferior a los gobernantes y a la nobleza; los segundos, en estancias y pequeñas fincas, constituyen en la opinión del autor una raza fuerte, habituada al trabajo. En la solitud de su existencia, por lo general a buena distancia del mercado más cercano, a él llevan con grandes dificultades los productos de su tierra. Entre ellos se incluyen igualmente carpinteros, albañiles y otros empleados de ingenios, junto a negros libres. La carta termina con algunas estadísticas sobre la división racial de la isla y de sus inmigrantes europeos (13-18).
     La Carta II, dedicada a la esclavitud, incluye varios aspectos relacionados con el tema. Entre estos varios aspectos se cuentan la persistente influencia africana en el carácter del esclavo y el estado de ignorancia y salvajismo en el que se le mantiene; los esfuerzos de Inglaterra por obtener, por medio de tratados y comisiones especiales, la cooperación internacional necesaria para eliminar la trata, a pesar de la oposición de los Estados Unidos y Francia; y el frecuente tráfico ilícito de varios países. En el caso de Cuba, sus extensas costas, con numerosas caletas y ensenadas, son ideales para el contrabando, incluso de barcos negreros. En cuanto a las posibilidades de un pronto fin del tráfico de esclavos el autor no es muy optimista debido a los muchos años de su existencia, a la interferencia provocada por el espíritu independiente de varias naciones y al hecho de que la trata está “nacionalizada e incluso incluida en el presupuesto de la misma África” (34).
posibilidad de emancipación en la lotería que se juega en La HabanaLa opinión de Jameson sobre la población libre de color no es muy favorable. Así dice de ella que desprecia a los esclavos y envidia a los blancos. Por otra parte, aunque sufre muchas de las restricciones impuestas a aquellos su condición es generalmente buena. Y a pesar de su indolencia e irresponsabilidad obtiene buenas ganancias debido al alto precio que se paga por el trabajo manual. Sus vicios son la bebida y un gusto exagerado en el vestir.4 Mucha mejor opinión le merece el esclavo, que puede obtener su libertad con un trabajo adicional permitido por la ley, y que conserva una conducta responsable en sus actividades posteriores.5 También es mencionada una posibilidad más remota de emancipación en la lotería mensual que se juega en La Habana. Otra observación de este viajero inglés es obvia: las mejores condiciones de vida que goza el esclavo doméstico en comparación con el que trabaja en el campo, a distancia de la ciudad y a merced de los posibles abusos de un capataz ignorante y rudo.
     Como final de la carta hay una serie de reflexiones que traducimos parcialmente: “Si la felicidad es parte de la prosperidad es imposible decir que una tierra esclavista puede ser próspera; los dos colores viven en constante temor; la indolencia del blanco tiene su contraparte en la indiferencia del negro; el lujo es enfermizo y el reposo agitado, mientras la delicadeza y el sentimiento escapan de escenas donde pueden ser perturbados a cada momento” (46).
     Los comienzos de la tercera carta reflejan el entusiasmo y la efervescencia local al recibirse en La Habana la noticia del restablecimiento de la constitución de 1812. Los seis años anteriores habían transcurrido en el más completo vacío político impuesto por el despotismo peninsular. Como la narración de un testigo presencial, la carta describe con cierto regocijo la presión popular, y militar, que obliga al capitán general a jurar la constitución antes de recibir notificación oficial. Y sin escatimar detalles se menciona el posterior informe de la Junta Provincial de La Habana sobre los abusos y las horribles condiciones en las prisiones políticas de la Cabaña, el Morro, el Arsenal y la Fuerza; así como la proliferación de periódicos y poesías alusivas, los cambios de nombres en plazas y edificios públicos, además de la restitución de sus cargos a los elegidos anteriormente según los reglamentos de las Cortes (47-51).
     Tras una breve especulación sobre la posibilidad de independencia para Cuba se continúa con la descripción física de la isla, su situación geográfica, su división en tres provincias (Habana, Puerto
Príncipe y Cuba), con sus subdivisiones en partidos y estos en parroquias, sin omitir las autoridades civiles y judiciales.6 En este punto la narración se interrumpe con algunas observaciones sobre el gran número de abogados existentes, “el amor por los pleitos entre los habaneros” y la lentitud de los procedimientos legales (56). Tales observaciones demuestran que en ciertos aspectos los tiempos no cambian.
     Como ocurre con otros viajeros, la reacción inicial de Jameson sobre La Habana es agradable: primero con la vista impresionante del Morro y, ya en la amplia bahía, con su tráfico marítimo.
     Después, contempla desde ella los que el llama “sólidos edificios de piedra”; las numerosas torresRoberto Polidori: Casa del Marqués de Arcos de iglesias y conventos; el ambiente de riqueza y lujo que ofrece la ciudad y el aire de alegría que parece desprenderse de ella; el estrépito de los carruajes; y la especial brillantez de la escena tropical. Mas observa que, ante todo ese esplendor, el recién llegado olvida que la ciudad es también un lugar de muerte, por ser favorable a la propagación de enfermedades, especialmente el vómito negro - la fiebre amarilla -, al que raramente escapan las dotaciones de barcos extranjeros y, en general, los viajeros. Una vez en la ciudad, también como en otros visitantes, aquellas primeras impresiones favorables son destruídas por la estrechez de las calles sin pavimentación y llenas de agujeros; por el mal olor producido por la falta de alcantarillado y por el hedor de tiendas de carne y pescado secos importados para la alimentación de los negros. Por último, por la gran multitud de gente de color que, según él, completan este “catálogo olfativo” (58-60).
     La descripción de los edificios es bastante minuciosa. Se observa que en las estrechas calles las casas son grandes, sólidas y con la planta baja usualmente ocupada por tiendas o almacenes. Si el ocupante es un comerciante las oficinas están arriba, en el primer piso, con sus balcones alrededor del patio, situado en el medio del edificio y lleno de toda clase de productos. El alto costo de estas casas se debe al rápido desarrollo comercial de la ciudad y al hecho de que, siendo una fortaleza rodeada de murallas, no hay posibilidad de nuevas construcciones. Las propiedades de las afueras no son de un precio tan alto aunque tienen un elevado alquiler por ofrecer cierta inmunidad contra la fiebre amarilla.
     En los domicilios de la nobleza y las clases acomodadas hay una ancha entrada que lleva al lugar donde se estaciona la volanta o el carruaje de la familia. Amplias ventanas dan a la calle, guarnecidas por barrotes y sin cristales, pero con cortinas para permitir la ventilación y evitar el polvo o las miradas curiosas. Las ventanas de la planta alta son semejantes y se abren a un balcón que se extiende a todo el frente de la casa. El techo es de tejas y, como se puede esperar en una región tropical, sin chimenea. Por lo general aun en las casas de la nobleza la planta baja está ocupada por establecimientos comerciales (60-62).
     Los edificios públicos, tales como la residencia del Capitán General, la Intendencia, la catedral, las iglesias y los conventos ofrecen escaso valor artístico. El primero de estos es un buen edificio, en medio de la extensa Plaza de armas, con un pórtico al frente en el que se reúnen los comerciantes como en una casa de contratación. Su planta baja es la cárcel de la ciudad. Las iglesias y los conventos son de sólida construcción, pero de apariencia modesta. En cambio los altares, ricos en oro y plata, están adornados con bellas imágenes de tamaño natural y costosas vestiduras. Entre ellas se destaca siempre la de la virgen María (62-63).
     Según cree Jameson el clero no es muy numeroso en la isla, pero las órdenes monásticas tienen varios conventos y escuelas elementales. También hay en el “convento de predicadores” lo que califica de “una especie de universidad” llamada San Gerónimo que tiene una larga nómina de empleados. Además se mencionan el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, escuelas de enseñanza gratuita y de economía política, pintura, dibujo, náutica y de sordo-mudos, así como conferencias de anatomía y química. Por desdicha se añade que, según un informe de la Sociedad Económica, el interés en estas instituciones ha disminuido entre la juventud. Al mismo tiempo especial mención merece el Intendente Alejandro Ramírez, quien desde la Sociedad Económica es un entusiasta promotor de cultura (64-65).7
     En unas breves reflexiones sobre el carácter del español se le considera cortés y honorable, si bien posee como mayor defecto un gran prejuicio sobre la importancia de su patria y de su propia persona. Sin embargo, una vez desposeído de este defecto por el conocimiento, es fácil advertir sus bellas cualidades mentales (66).
     Elogios también recibe el clero de la isla porque en opinión del autor, a diferencia del peninsular, es partidario del régimen constitucional. Ya en este tema se añade una breve estadística sobre el número cle parroquias en Santiago de Cuba y la Habana, así como información sobre los ingresos anuales del obispo.
     El final de la carta está dedicado prncipalmente a enumerar los distintos cuerpos de tropas regulares, de milicianos y voluntarios en la guarnición de La Habana y el resto de la isla. Un cuerpo especial lo constituye la llamada “compañía urbana”, creada para patrullas nocturnas en la capital debido al considerable número de crímenes que se cometen (67-69).
     Según la Carta IV, en 1817 había en La Habana 34,178 personas de la raza blanca y 40,596 de color, a los que habría que añadir la guarnición y las dotaciones de los muchos barcos que entraban diariamente. Por fortuna las necesidades gastronómicas de tantos millares de personas están bien satisfechas por los varios mercados de la ciudad, gracias al número increíble de monteros de todos colores que llegan alrededor de las 4.00 a.m., con los productos de veinte millas a la redonda, en las cestas de sus caballos y mulas. Para sorpresa del narrador estos animales soportan cargas inmensas de aves, frutas, maíz, maloja, leche y toda clase de vegetales, además del peso de su dueño, sentado entre las cestas fumando un tabaco y enarbolando un látigo.8 (71-72).
     Como es de esperarse los mercados están bien provistos de carne, pescado y aves, entre las que libreta de abastecimientoslas codornices y los pavos son excelentes, lo que conduce a la observación de que los habaneros consumen grandes cantidades de carne. Pero carne, pescado, aves y vegetales es todo lo que produce la isla como alimento. El tasajo, el bacalao, el jamón, la harina y otros comestibles vienen del exterior, aunque al este de Villa Clara y Sancti Spíritus se cosecha trigo y, cerca de Güines, arroz (72-73).
     Las mesas de los ricos se cubren de una gran variedad de platos; pero los banquetes no son muy corrientes. En las fiestas familiares se comienza con el desayuno, que es una comida regular. En cuanto al caballero cubano, se levanta temprano y toma inmediatamente una taza de chocolate, después enciende un tabaco y pasea por el patío, por el balcón o a caballo. A las diez desayuna con pescado, carne, sopa, huevos y jamón, con vino y café. Y al levantarse de la mesa los hombres encienden un tabaco. Hasta los niños fuman. Las mujeres, excepto las de elevada condición, fuman también (74-75).9
     Al continuarse la relación de la vida en La Habana se describe lo que es usualmente para el viajero la extraña apariencia de una volanta y su calesera. Además de referirse a su gran número en las calles, tiradas de un caballo - en el campo, se aclara, llevan dos o tres -, se informa al lector que son el vehículo indispensable para ir de visita, a las corridas de toros o a pasear por la Alameda. Y en esta última ocasión, especialmente en días de fiesta, se presenta con obvio placer el espectáculo de una volanta con su capacete removido (sic.), ofreciendo a la multitud la atracción de bellas mujeres de ojos negros y cabezas descubiertas. Sólo en la iglesia - se observa - se cubren las mujeres la cabeza y los hombros con una mantilla. Entonces se visten de negro, pero en otras ocasiones su traje es ligero y fresco. Las mujeres por lo general tienen buenos cuerpos y, las de clases altas, la tez blanca. En su trato son vivaces y agradables y, aunque las costumbres les permiten un gran número de expresiones y temas que harían sonrojarse a una inglesa, son esposas impecables e hijas respetuosas. En cuanto a educación, el francés, la música, la geografía y la historia constituyen su enseñanza, entre las familias respetables. El latín se deja para los hombres. La mujer es virtuosa a pesar de que goza de gran libertad; el hombre tiene el buen sentido común de no ser celoso. Al hablar de las mujeres de las clases bajas no se pueden emplear los mismos elogios - añade el autor - porque les falta educación y todo lo demás. Son indolentes y sucias en sus costumbres (75-79).
Entre las diversiones, la mención de una comedia lo lleva a un análisis extenso y algo vago del teatro español, aunque observa que como alternativa de esparcimiento existe el baile, especialmente el minué, además del fandango, que es el baile nacional. También se recuerdan las tertulias privadas, en las que todos se comportan con gravedad y orden y, en las afueras de la ciudad, las casas elegantes con mesas para el juego de monte, que es el favorito de los cubanos (79-84).
     En un comentario final Jameson se refiere a la incomodidad de lo que él considera la cama más corriente entonces, el catre. Otros viajeros de esos años también tratan el tema y él lo describe con ciertos detalles. Es - dice - sencillamente un pedazo de lona extendido en una armazón de madera con patas cruzadas y cubierto con dos sábana ligeras; todo esto encerrado en la gasa de un mosquitero (84). Lo que indica que el mueble, no ha sufrido cambios durante el correr de los años.
En la Carta V una breve historia de La Habana desde su fundación señala la importancia de su desarrollo para la futura expansión de la población hacia el interior de la isla. Y se considera el año 1778 como la fecha en que se rompe en parte el monopolio que afixiaba a la colonia al abrirse al comercio con la península los puertos de La Habana, Santiago de Cuba, Trinidad y Batabanó.10 Les seguirán en años posteriores, entre 1784 y 1803, Nuevitas, Matanzas, San Juan de los Remedios, Baracoa, Manzanillo y El Goleto (86-87).
     Con objeto de mostrar el progreso económico producido por la libertad de comercio se incluyen estadísticas de rentas en varios años y la eficiencia de las intendencias de La Habana, Santiago de¡Cese el bloqueo! Cuba y Puerto Príncipe, sus distritos y subdivisiones, así como el aumento de los ingresos públicos. Incremento igualmente notable muestran la población, la producción azucarera, el comercio marítimo del puerto de La Habana y, en general, los ingresos internos de la isla.11 Aun con los millones invertidos en los ejércitos de Cuba y la América, y con los subsidios enviados a Santo Domingo, la Florida y Puerto Rico, las ventajas del comercio libre han sido innegables. Sin embargo, no dejan de mencionarse factores externos que han provocado cierta disminución en las actividades mercantiles, tales como los ataques de buques armados de las colonias rebeldes, las restricciones comerciales de algunos países y el agotamiento de la economía peninsular. Otro factor importante, pero de orden interno, es la anarquía provocada por excesos en la interpretación de las libertades constitucionales al producirse un relajamiento bastante extendido en el pago de los impuestos. En lo que respecta a este último aspecto las conclusiones del escritor son que “la libertad es una palabra hasta ahora ausente del diccionario español, y la gente no la comprende” (88-99).
     Como si todo lo anterior no fuera de bastante gravedad cabría añadir que también han contribuido al estancamiento económico del erario los siguientes factores: el cese de ciertos impuestos considerados inconstitucionales por las Cortes, el fin del monopolio del tabaco y de la venta de puestos públicos, la supresión de algunas contribuciones de tiendas de abastecimientos y el pago de derechos por los esclavos, la bancarrota de ciertos comercios y la tardanza en sus pagos por hacendados, contratistas y arrendatarios (99-100).
     En los últimos años el gobierno no ha sido negligente en el progreso de la isla, sobre todo en el aumento de la población al ponerse en vigor la Real Orden de 1817 por la cual se ceden tierras en las costas norte y sur de la isla a familias católicas de la raza blanca. Otros esfuerzos por mejorar las condiciones de la colonia se han dirigido al establecimiento de escuelas, con la cooperación de la Sociedad Económica. Y en época reciente se han creado las ya mencionadas escuelas de náutica y de pintura, además de las cátedras de anatomía, química y ciencia política (100-104).
     Por el contrario, entre otros aspectos de la vida colonial que el autor ha calificado como símbolos de atraso pueden citarse los siguientes: la profesión de medicina es con frecuencia deficiente, los curas están tan gordos y prósperos como en el siglo XV, los judíos no se atreven a presentarse en la isla y las galleras han adquirido tal valor que han caído bajo el monopolio real (105).
     La Carta VI por lo general describe la ruta hacia el noreste, de La Habana a Jaruco, siguiendo hacia el sur a la región que en la época se llamaba “el valle de los Güines” con las ciénagas de la costa, y algo de la zona oeste hasta Mariel.
     Los alrededores de La Habana se presentan como una zona en gran parte desolada por la desaparición de los bosques y la gran desnudez del terreno, evidencia de la erosión sufrida durante años. El cuadro que se presenta es aún más deplorable debido a las terribles condiciones de los caminos, las ocasionales inundaciones de los ríos y las depredaciones de los bandidos, blancos y negros. Otras dificultades que a veces alargan el camino en largos rodeos son las barreras creadas por la cadena de montañas que atraviesa la isla en dirección sureste. Con todos estos detalles se trata, en realidad, de trazar en parte una de las rutas más frecuentes a la ciudad de Matanzas, cruzando la bahía de La Habana hacia Regla y partiendo de Guanabacoa, lugar de veraneo de los habaneros por sus aguas minerales y baños públicos. Por este camino la población rural, que abastece a La Habana de productos agrícolas, es escasa y dispersa; las pocas posadas que existen no son recomendables ni seguras y el viajero encuentra a menudo la incomodidad de largas recuas de carboneros y arrieros. Los pueblos que van surgiendo - Guanabo, Río Blanco, Jibacoa, Santa Cruz - con frecuencia están situados cerca de ríos con salida al mar y útiles para el comercio por medio de embarcaciones pequeñas (106-111).12
     Una sección de la carta se refiere a la abundancia de bosques en la isla en años anteriores y a la gran variedad de árboles de madera utilizable en la construcción de buques, casas, mangos de arados, gallineros, etc.13 Las frutas son tambiés muy abundantes en todo el territorio y constituyen una buena fuente de ingresos para los agricultores que viven cerca de las ciudades. El valle de Güines ofrece condiciones excelentes para el cultivo de arroz, con el río como fuente de un buen sistema de regadío mientras corre hacia las ya mencionadas costas pantanosas del sur, muy abundantes en los cocodrilos que tanto despertaron el interés de Humboldt (l 12-115).
     El oeste de la provincia merece una breve reseña hasta el puerto de Mariel, cuya captura durante el sitio de La Habana por los ingleses se recuerda. Otro dato histórico inserto al final de la carta trata del fallido intento de José Bonaparte por apoderarse de la región de Santiago de Cuba con la ayuda de los refugiados de Santo Domingo (l 16-117).14
     Una buena parte de la Carta VII está dedicada al clima de Cuba. Pero el énfasis principal está en calle habanerala insalubridad de la ciudad de la Habana, a lo que contribuyen su bajo nivel de ciudad amurallada y la gran extensión de la costa pantanosa que la rodea. Por el contrario, algunas leguas al oeste la mayor elevación del terreno produce un ambiente saludable, ajeno a los ataques de la fiebre. En la ciudad los meses de agosto y septiembre son los más malsanos por respirarse un aire seco y ardiente, si bien las torrenciales lluvias de octubre al caer en terrenos sumamente calientes producen una atmósfera sofocante causa frecuente de afecciones catarrales y reumáticas. En noviembre los vientos del norte comienzan a restaurar condiciones más saludables, muy del gusto del viajero inglés, pero consideradas muy frías para los cubanos. De diciembre a marzo se viven los meses más agradables del año, se dan las cosechas de los principales productos, maduran las frutas, la vegetación alcanza su mayor esplendor y el cielo es generalmente claro y brillante. En varias de las páginas que siguen se ofrecen, de octubre de 1819 a septiembre de 1820 y mes por mes, el tiempo y la temperatura durante varias partes del día. Y a continuación se dirige la atención a la producción agropecuaria, lamentándose la limitación de la isla a los cultivos de la caña de azúcar y del café (l l 8-126).
Como tantos otros viajeros Jameson se extasía en las luces de los cocuyos y se complace en la ausencia de animales dañinos aunque al mismo tiempo recuerda la araña peluda y el alacrán; pero sorprende con su aserto de que no hay aves canoras en Cuba. Con particular interés se detiene en la descripción del “perro sabueso cubano” y en su posible uso en la persecución de cimarrones (126-129).
     Al volver su mirada a la población isleña le parece menos identificada con la metrópoli que los habitantes de otras islas. Y como resultado natural la tierra en que viven la consideran suya. En cuanto a los asuntos públicos lo que predomina es el producto de intereses privados; de modo que la libertad comercial que se ha gozado en los últimos años ha tendido a “nacionalizar a los cubanos” (131). El número de habitantes blancos y las comodidades de una gran ciudad constituyen una gran ventaja sobre otras islas. No hay duda de que la abolición de la esclavitud limitará el aumento de la producción, pero la isla se beneficiará porque Cuba merece ser algo más que una colonia azucarera. Al mismo tiempo la división y cultivo por colonos blancos de las vastas regiones deshabitadas, combinada con la fertilidad de la tierra, crearán una isla superior a la cubierta de azúcar y café.
     Es de esperarse que a medida que aumente la dificultad en obtener negros los capitalistas inviertan su dinero en propiedades diferentes a las que sólo pueden trabajar los esclavos. El gran obstáculo al esfuerzo blanco es la esclavitud de los negros que degrada el trabajo manual. Según se reduzca esa influencia degradante aumentará el número de trabajadores blancos. Cuba podrá abastecer al resto de la América y ser un vecino digno de los Estados Unidos. Un gobierno vigoroso y sabio la hará en medio siglo un país estable y activo lleno de recursos para actividades públicas y privadas (131-135).

Notas

1 “Biblioteca cubana”, Revista de Cuba 11 (1882): 801-802. Reproducido en Carlos Trelles Bibliografía cubana, 1:192. Aimes indica que además de Jameson había otro comisionado inglés llamado J. T. Kilbee. A History of Slavery, 95. Debe añadirse que Jameson dedica su obra a John Wilson Croker, Primer Secretario del Almirantazgo.

2 Pág. 6. Esta traducción y las que siguen en el resto del trabajo son mías. Las páginas de las citas se incluirán en el texto o las notas entre paréntesis.

3 “Hay hombres de inteligencia y educación conscientes del interés de su patria, pero se mantienen en sus estudios inactivos.... De vez en cuando uno se levanta para ofrecer un proyecto: pero no se despierta fácilmente el espíritu de empresa... Las clases más altas... pasan el tiempo en lujosa pasividad... algunas veces agitada por las vacilaciones del juego, y a veces atraída por coqueteos con la literatura. Casi todo el mundo, en realidad, versifica aquí” (12-13).

4 Esto último especialmente entre las mujeres. Jameson no es remiso en reconocer la mayor liberalidad de la legislación española con respecto a la esclavitud. A ella atribuye que el número de gente de color libre sea en Cuba casi igual a la totalidad del que existe en todas las otras islas.

5 Lo que no se aclara en esta carta es la aparente contradicción implícita en la opinión negativa sobre la gente de color libre, la que sin duda proviene en gran parte de la clase esclava.

6 Un pequeño aparte indica que “una vasta extensión del interior y de la costa sur se mantienen todavía innominadas y realengas”(54). Ya Humboldt había advertido la ausencia de población en la costa sur entre Batabanó y Trinidad.

7 La escuela de pintura y dibujo es la posteriormente llamada Academia de San Alejandro (1818).
La actitud despectiva de Jameson sobre la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo (1728) acaso se debe a su base escolástica. El Seminario de San Carlos y de San Ambrosio era un antiguo centro de enseñanza en el que se habían combinado el Colegio de San Ambrosio, fundado en 1689, y el Seminario de San Carlos, de 1773. En la simple mención que se hace de esta institución se desconocen los iniciales ataques contra el escolasticismo llevados a cabo en ella por José Agustín Caballero (1771-1835) y continuados por Félix Varela (1787-1853), que lo siguió como profesor de filosofía en 1811. Tampoco se hace referencia a la cátedra de Constitución que ocupó Varela en 1820, ni a su elección como diputado a las Cortes españolas de 1823.

8 Entre otros detalles se explica que estos caballos son de una raza pequeña, raramente llevan herraduras y, a pesar de sus pesadas cargas y los calores del clima, están en buenas condiciones. Un aspecto interesante es que son animales dóciles que no se guían con bridas o espuelas, sino con una banda sobre la nariz o un pedazo de soga. Y cada mañana reciben un baño. A pesar de todo lo anterior debe recordarse que antes ha descrito al montero con un tabaco y un látigo.

9 Sin embargo, dice haber visto fumando a señoras de funcionarios reales, de abogados, médicos y alcaldes.

10 La Real Orden de 1778 incluía la libertad de comerciar con las Baleares, las Canarias y las colonias españolas de América. Guerra, Manual de historia, 194.

11 En relación con esta información se aportan datos sobre exportaciones e importaciones de varios puertos.

l2 Otras dos rutas a Matanzas se mencionan: la primera comienza a la derecha de Guanabo y pasando por el pueblo de Santa María del Rosario sigue hasta Jaruco; la segunda parte de Gibacoa y también se dirige a Jaruco. En ella hay muchos ingenios, pero hacia la derecha se observan estancias arruinadas por haberse agotado la fecundidad de la tierra (l 14).

13 El número de árboles citados asciende a 17. Debe añadirse que desde 1622 el gobierno insular comenzó a establecer restricciones en el corte de maderas empleadas en la construcción de buques, pero los muchos litigios sobre bosques en propiedades privadas lo obligaron finalmente a eliminar las restricciones en 1815 (l12-113).

14 Manuel Rodríguez Peña, o Alemán (1772-1810), nacido en México, fue enviado a Cuba como emisario de Napoleón, siendo capturado en la Habana y ahorcado poco después el 30 de julio de 1810. Calcagno, Diccionario biográfico, 29-30.

 

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