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     En esta edición de La Azotea de Reina, La Habana Elegante presenta, no a uno sino a dos poetas cubanos.  La presentación del primero de ellos -- Juan Jennis -- la hará el poeta y ensayista Germán Guerra, mientras que la presentación de Juan Carlos Flores estará a cargo del narrador Jorge Miralles. Jennis reside en Miami y Juan Carlos en La Habana, pero tanto uno como otro saltan sobre el vértigo de las aguas, y se dilatan en la geografía, en la ciudad sin muros ni puertas de la poesía. Entonces, ¿qué mejor espacio para esta sorpresa del azar concurrente y para descubir todas las maneras posibles de cavar un túnel, que esta azotea sin dirección fija?
 

Juan Jennis, el silencio de Dios y la recuperación de la palabra

Germán Guerra

     En uno de los aforismos que arman la intensidad filosófica de El corazón secreto del reloj, libro esencial en la obra de Elías Canetti, se nos regala este consejo: Si escribes tu vida, en cada página tendría que haber algo que ningún hombre haya oído nunca.
     El poeta que hoy pone aliento en estas páginas de elegancia habanera ha hecho suya la Juan Jennissentencia del viejo Canetti que, sentando toda la esperanza entre las ruinas de occidente se encargó de desnudar al hombre y poner un par de verdades al camino. Juan Jennis, discípulo aventajado del gran aforista de la modernidad, ha puesto en cada una de sus páginas -casi todas inéditas-, y en cada verso, las verdades que duelen y hacen encallecer al hombre, ha puesto las verdades silentes de la historia y lo que nunca se ha oído ni visto porque nunca se ha querido oir, ver, pensar o decir.
     Cada página, cada texto de Jennis nos pone un espejo en la cara para recordarnos que todavía somos los responsables del curso de la historia, respirándola y reescribiéndola.  Cada línea de este joven poeta guarda un sabor de antigüedad, el sabor que solamente podemos encontrar en los textos sagrados que nos ha legado el tiempo, se regodea en lo mítico y en lo místico, en las escrituras arcanas, en la sombra como ausencia de luz y en la luz como presencia del hombre que devora su imagen guardada en el espejo; pero al mismo tiempo nos ofrece todas las claridades y certezas, nos ofrece en cada golpe de respiración una nítida parábola de lo que fue y de lo que aspira ser el hombre, parado al centro de un presente único y azotado por todos los elementos de esta cansada posmodernidad.  En cada palabra del poeta late una desesperación y una esperanza, una hecatombe y los silencios de Dios.
     Juan Jennis (Colón, Matanzas, 1973), quien confiesa haber bebido en la fuente de cuanto autor místico o ruinoso ha caído en su rumbo, acaba de regalarnos la edición de su primer libro, Para medir los sueños, una colección de cuarenta epigramas, cuarenta dardos que alimentan la destreza del arquero, para poner vacío y plenitud en el pecho de cada lector que se aventure entre sus páginas.  Una fiesta enorme, colmada de libaciones y misterios, tenemos hoy en la azotea y en toda la casa, tenemos en bandejas de plata la palabra cortante de un poeta recién descubierto, de un poeta joven y magnífico.
     Ofrecemos a la carta una selección de Para medir los sueños (Coleccíon Strumento, Miami, 2003), sumados a un puñado de textos inéditos o que sólo han visto luz en dispersas revistas literarias de la diáspora.  Entonces, terminado el banquete, imagino al viejo Canetti repleto de palabras y rumiando una sentencia para sumar catarsis al regocijo de los comensales todos: Uno que entierra dioses y otro que nunca los encuentra... Amor por cada palabra que uno haya oído.  Expectativa ante cada palabra que aún pudiera oír.  Insaciabilidad de palabras.  ¿Es esto la inmortalidad?

en Miami, noviembre 6 y 2003
 

De Para medir los sueños
 

De la luz y la sombra

El hombre es una lámpara alzada por el brazo de Dios. El devenir es el espacio que aventura su luz hacia delante y el testimonio que, hacia atrás, deja su sombra.
 

El contrato verbal

Desde antiguo lo hemos sospechado: no hay nada que decir, porque nada se ha dicho. El lenguaje es ficción inverosímil. No obstante, nos gusta la música arcana de sus frases. De ahí que nuestros padres hayan pactado para hacernos creer que puede la forma del mundo, la luz y el pensamiento, encarnarse en la armoniosa voz de la palabra.
 
 

viñeta






Mediodía

Una muchacha pálida tiende en una cuerda las camisas de su hombre. Lo hace con mucha parsimonia, como si prendiera incienso ante los ídolos de su fe. El sol se mete en sus cartílagos y colorea en su piel un tono más palpable.

El sol, tan efímero como ella.
 

La última gitana

La última gitana, sentada sobre una  roca antigua, contempla los fantasmas del valle. A lo lejos, tras las montañas, se junta todo el azul del universo.
 
 

viñeta






De la condición humana

La serpiente será siempre la serpiente; el hombre, sólo a veces.
 

Ciudades

Hiroshima, Pompeya, Sodoma. Inmortalizadas por el átomo partido, por la lava, por el azufre, por la ira de Dios y por la locura de Adán...

Gomorra, Herculano, Nagasaki. Destruídas por el olvido.
 
 

viñeta






El poeta Martí se deshace de la historia

El poeta rebana en mesa solitaria su pan de enjuto exilio: hogazas y metáforas sobre el célibe mueble. La sombra le acompaña a toda costa cuando todos se han ido y sólo el esqueleto dialoga con la sangre.
 

Genealogía del exilio

Ellos quisieron inaugurar una nostalgia... y nació la ciudad.
 
 

viñeta






Un anacoreta en el desierto

Llanura iconoclasta que calcina: devuélveme el misterio que he perdido. Yo he cambiado las ciudades y los cuerpos para que la luz que juntó mis huesos llene todo tu vacío arenoso: y me he quedado ciego.
 

Epitafio para colgar del viento

Aquí viaja, ceniza, lo que queda de un hombre que no tuvo monedas, ni historias, ni señales que valieran un rezo, un canto, un obelisco...
 
 

viñeta






El arqueólogo divaga en su diario

La vocación de aquellos seres no fue el amor, ni las matemáticas, ni la guerra; por más que poblaron sus países de edificios y de palabras amables y de cuerpos mutilados. La única vocación de aquellos seres fue arder como maderos en el fuego sin fin de cada instante.
 

Instrumentos de medición

El cartabón para medir los caminos y el reloj para medir la muerte. La poesía para medir los sueños.
 

Mediciones

Un telescopio, una sucesión de pasos sobre la tierra y un sistema de signos inventado por antiguos constructores de templos, artífices de la caída del agua. Toda una vida y hasta todo un imperio entre ésta estrella y aquella. 

Una herida cerrada a un costado de tus sueños. Sangre que se coagula en tu memoria. Una herida cerrada ahora es la balanza que pesa los deseos, la casa posible y las manos de los hombres

Con una herida abierta, mides el universo.
 
 

viñeta






Ciclo mítico de la belleza

Nace el lirio en la gloria, diáfano y eterno. Muere. Alguien lo recuerda y vive. Fenece en el olvido de otro mal poeta. Un gran artista lo pinta en la mano de la Virgen. Se transmuta en esencia, en alegoría de la castidad. Resucita. En su Asunción, María resplandece con el azul de la gloria. En sus manos inmaculadas, la blancura perfecta de una flor.
 

Ars poetica para un filósofo de la escuela de Heráclito el Oscuro

La tinta está fluyendo irreversible: nadie se mira dos veces en el mismo verso.
 
 

viñeta






Textos inéditos

En el mercado de esclavos de Éfesotorso

Se subastó su cuerpo. Nadie supo
El valor incontable de sus huesos azules
De sus brazos robustos, amados por las aguas
Bendecidos por el aroma de la selva.
Ciegas las manos del mercader
A la seda de su tiempo
Antiguo y silencioso
Como los campos de Pánope
 

Espera del nabateo solitario

Siéntate a la entrada de tu tienda
Y verás pasar el cadáver de tu enemigo.
                                 proverbio árabe 

El arco de la luz va descendiendo
Como al alma el deseo: regando sus pavesas
Ya me apresto a esperar, juntando las palabras
Que será preciso decir
Y de la soledad, me siento a la ancha puerta:
No pasa ni el cadáver prometido
Del enemigo que no tengo
 

Los dos oficios

En el día
Recojo el botín de la victoria
Que ganaron los malos augurios.
En la noche
Sueño que recojo el botín de la victoria
Que ganará la esperanza.
 

El flautista loco de las ruinas

Ahora que Nínive la impía ha quedado desoladaRené Peña: de la serie Ritos
Yo, Dequer, de la estirpe del profeta Jonás
Recorro las cenizas, los huesos y las piedras
Me acerco a las murallas destruidas
Con mi hambre, mi delirio y mi cansancio
Y convoco a las águilas hermosas y distantes
Que vuelen sobre el azul
Sobre el remoto itinerario
Que trazo con mi flauta
De pena vespertina 
Pero las águilas no reconocen esa ruta triste
Pero las águilas se acercan a mi locura
Y hacen de mis ojos un banquete.
En la noche, con mi flauta de pena
Mi ceguera vuelve a levantar la ciudad de Nínive
Las montañas de huesos se incorporan
Los perversos se hunden en el polvo
Y los justos resucitan de las ruinas.
 

Estrategias

I- Poesía Reciclable

Él usa lápiz y papel para escribir sus obsesiones durante todo el año. Acumula una pirámide de poemas. Cuando llega el invierno, borra todo lo escrito. Finalmente, junta todo el serrín que se desprende del borrador y con su materia fláccida cierra las madrigueras de las ratas. Con el papel desescrito, resucita un árbol de raza mestiza y lo planta en su jardín. 
 

II- El Soñador

Mientras dura la vigilia junta las palabras, las visiones, los sonidos y las verdades. Durante la noche sueña el poema. 
 

III- El Ladrón de Poemas

Rogelio López Marín: Es sólo la lágrima de un extraño (1986)En esto consiste su arte poética: él espera tranquilo a que lleguen las horas más tránsfugas del sueño. Digamos a las tres de la mañana. Entonces, sigiloso, desanda los corredores y atraviesa la neblina y los gatos hasta llegar a cierta calle estrecha. Los ojos, dos punzones afilados. Lleva una alforja negra tirada sobre un hombro, con el gastado ademán de los viejos caballieri della luna.  Llega hasta el basurero de cierto poeta iconoclasta que conoce. Acopia todos los papeles donde todavía huele a pesadilla la tinta fresca. Al regresar, la luz escasa de una farola polvorienta le hace un guiño a su frente ancha, plagiadora y grasienta y un murciélago cuelga, vigía y grave, del tejado. Finalmente se sienta y pone luz en los poemas de sombra y pone sombra en los poemas de luz para que nunca se conozca su secreto.
 

IV- El Insomne

En los pocos días en que logra dormir profundamente, él sueña los mejores poemas, esos de donde pueden brotar milagrosamente montañas pobladas de pájaros y catedrales llenas de sonoridad. Pero estos poemas nacidos de su sueño son tan hondos, tan oscuros, tan nuevos y lejanos, que cuando el poeta despierta, ellos ya han volado lejos, muy lejos del tintero.
 

V- El Coleccionista

Lleva años esperando que el poema perfecto llegue, que se encarne, como de forma infusa en alguno de sus artilugios de escriba. Su arte poética se sienta con la pasividad más ataráxica, apoyando los codos sobre la caoba encerada. En la llanura anacorética de la mesa sabia hay papiros, pigmentos de rara alquimia, finas estilográficas, remas de papel de todos los fabricantes conocidos, una pluma de ave como la de Sor Juana, tinteros, una rémington vieja sin ñ, lápices de colores, pinceles y acuarelas y una lista infinita de artefactos similares. En la llanura anacorética de la mesa sabia apoya el frágil corazón de viejo que espera por la palabra como el moribundo espera por la lluvia en el desierto.
 

Textos publicados en revistas

El amadoEduardo Hernández: De la serie Fragilidad (2000)

Porque no te conozco
Te inventé antes del verbo
En las cimas arbóreas
En la luz y en las piedras.

Y por no comprenderte
A veces te interpreto
Oh Dios, tan cotidiano
Como el fuego en que ardo
 

El eco de las dracmas

Se asienta su sonido sobre el peso del tiempo
Como rumor de fina, lejana orfebrería
En los muslos de menudas muchachas orientales
Que cantan en la danza de las olas.
Se conoce de lejos aunque somos ya sordos
Aunque somos impíos y muchos son los dioses
Y arcanos los silentes acertijos del viento.
Vivimos por oírlas
Y también por oírlas, a veces tanta muerte.
Son la única alquimia
El dedo imperativo del demiurgo
Que junta los cartílagos
De cada breve historia.
Se escuchan agoreras, se escuchan si no estamos
Ya sin tiempo ni manos para comprar imperios.

Helios, ¿sin estas dracmas
Se hundirá en esas aguas
Tu sol, disco de sangre
Recién asesinada?
 

El suicida ante el abismo de aguas

Me fascinan los círculos concéntricosErnesto Leal: Aquí tampoco (2000)
Pero no ha llegado mi hora y fabulo
Fabulo las hojas por moribundas
Los locos por sus credos perdidos
Sus girasoles siderales
Y sus orejas sangrantes.
No elegiré mi hora 
Pero he aquí que la vida me empuja
Y sigo fabulando:
Un rosario de luces
Un orgasmo sin cuerpos.
Fabulo la silueta lunar de mi gran salto
Del salto que no he dado todavía.
 

María Magdalena delira dentro del cuadro

Voluntad de escapar de este cuadro, donde poso un minuto más de mi tediosa e interminable eternidad. Mi pensamiento apoyado pesadamente sobre el brazo claroscuro que me ha pintado Gustave Moreau: Flor mística, 1890 (detalle)George de la Tour, del cual ya no puedo saber si es naturalista o de harto idealismo barroco. Eso, mi cuerpo entero reducido a una estilización tal, que parece destinado únicamente a apuntalar mi memoria prolija, junto a esta calavera lúgubre, que supuestamente me serviría de pisapapeles, si no hubiera decidido quemar toda escritura y todo folio desde hace siglos. Horror de historia. Ser y no ser. Ironía que hace sonreír a los dioses: la santa venerable ahora recordada socarronamente por todos como la gran hetaira judía.  Voluntad de escapar que siempre fue mi única divinidad, desde que era sólo una precoz adolescente jónica, acosada por un prematuro e insoportable aburrimiento. En aquel entonces creí solucionar mi hastío huyendo de mis columnas y mis tutores, para visitar algunas de las más importantes ciudades de la hélade, y aprenderme sus paisajes, y escuchar las palabras de sus filósofos. Dondequiera que fui me hice pasar por un eunuco, y tuve que abusar a veces de la astucia, de las trampas, de los estiletes envenenados y de las seducciones más groseras, para sobrevivir. Pero todos los maestros que encontré parecían estar muy satisfechos y pagados de sí mismos al fracturar caprichosamente la realidad, para que sus explicaciones tuvieran armonía. Al resultado solemnemente le llamaban sabiduría. Sin embargo, me llevé a otros viajes sus mejores intuiciones y su elocuencia. Más en posesión de lo divino me sentía, no obstante, en las delirantes orgías mistéricas que presencié, y que me sirvieron como anticipo a las más sutiles artes amatorias que me enseñó en Alejandría una esclava india. De sus trenzas de seda, de la elocuencia de su cintura, y de la turgencia aciruelada de sus senos aprendí que los dioses pueden amar nuestro encuentro en el pubis, tanto como en el más sublime pensamiento. Luego volví a ser un eunuco itinerante y crucé el Mar Rojo. En un monasterio de los Esenios aprendí el Arameo y el Hebreo y todos los pormenores del judaísmo mesiánico. Recuerdo sobretodo el silencio de montaña y la hermosura ingenua de un joven monje que se enamoró de mi enigma y mi belleza andrógina. Curioso país aquel de fanáticos que adoraban a un dios sin rostro, hecho de palabras, cuya historia contaba de momentos notables, aunque siempre sospeché que sus cronistas exageraban sus victorias y sus virtudes nacionales. Así, a la luz de las esperanzas de este grupo de hombres piadosos, fue revelándoseme cada vez más claramente lo que necesitaba este pueblo. Ellos querían una historia que fuera su verdad, una mentira verosímil y bella en la cual descansar. Desde entonces, cada día que pasé en la comunidad me fue trayendo las hebras con las que urdiría la aventura más audaz de mi vida. Y el día en que mi idea llegó a su madurez, abandoné el monasterio para siempre. Con no poco esfuerzo logré atraer a los mejores histriones que encontré en el país y en pocos meses empezamos a ensayar nuestra “tragedia”: ese drama que ya ustedes conocen por la lectura de los evangelistas que me sucedieron. Yo necesitaba instalarme en la historia, pero no por mis méritos heroicos ni mucho menos, sino por mi poder de inventiva. A través de la fuerza dramática de Él, del Elegido, mi alter ego, satisfaría mi necesidad insólita de jugar con las manías escatológicas del hombre. Pero, con el paso del tiempo y la trascendencia posterior de nuestra obra, lo que iba a ser una farsa, una de mis tantas diversiones, llegó a convertirse en la verdad más hermosa y profunda de mi vida. Llegó el día en que olvidé que todo fue obra de mi espíritu, y me hice una devota ferviente del salvador que engendré y de tanto poetizar sobre la resurrección sentía cómo mi carne se iba haciendo misteriosamente resurrecta. Yo ya nada puedo contra esta voluntad de escapar, desesperanzada y anhelante, habitando en el centro mismo de la esperanza que inventé para el vulgo y que llegó a hacerse más fuerte que yo. Yo, en el delirio, como alguien que está a punto de naufragar o morir, desearía, al menos, tapiar con una piedra enorme el sepulcro de la memoria, para olvidar que todo es mentira. Y aquí espero todavía, en este lienzo oscuro del que quiero huir, loca y eternizada por el arte, no por la mano de Dios.
 

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