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En esta edición de La Azotea de Reina, La Habana Elegante
presenta, no a uno sino a dos poetas cubanos. La presentación
del primero de ellos -- Juan Jennis -- la hará el poeta y ensayista
Germán Guerra, mientras que la presentación de
Juan
Carlos Flores estará a cargo del narrador Jorge Miralles.
Jennis reside en Miami y Juan Carlos en La Habana, pero tanto uno como
otro saltan sobre el vértigo de las aguas, y se dilatan en la geografía,
en la ciudad sin muros ni puertas de la poesía. Entonces, ¿qué
mejor espacio para esta sorpresa del azar concurrente y para descubir
todas las maneras posibles de cavar un túnel, que esta azotea
sin dirección fija?
Juan Jennis, el silencio de Dios y la recuperación de la palabra Germán Guerra
En uno de los aforismos que arman la intensidad filosófica de El
corazón secreto del reloj, libro esencial en la obra de Elías
Canetti, se nos regala este consejo: Si escribes tu vida, en cada página
tendría que haber algo que ningún hombre haya oído
nunca.
en
Miami, noviembre 6 y 2003
De
Para
medir los sueños
De la luz y la sombra El
hombre es una lámpara alzada por el brazo de Dios. El devenir es
el espacio que aventura su luz hacia delante y el testimonio que, hacia
atrás, deja su sombra.
El contrato verbal Desde
antiguo lo hemos sospechado: no hay nada que decir, porque nada se ha dicho.
El lenguaje es ficción inverosímil. No obstante, nos gusta
la música arcana de sus frases. De ahí que nuestros padres
hayan pactado para hacernos creer que puede la forma del mundo, la luz
y el pensamiento, encarnarse en la armoniosa voz de la palabra.
Mediodía Una muchacha pálida tiende en una cuerda las camisas de su hombre. Lo hace con mucha parsimonia, como si prendiera incienso ante los ídolos de su fe. El sol se mete en sus cartílagos y colorea en su piel un tono más palpable. El
sol, tan efímero como ella.
La última gitana La
última gitana, sentada sobre una roca antigua, contempla los
fantasmas del valle. A lo lejos, tras las montañas, se junta todo
el azul del universo.
De la condición humana La
serpiente será siempre la serpiente; el hombre, sólo a veces.
Ciudades Hiroshima, Pompeya, Sodoma. Inmortalizadas por el átomo partido, por la lava, por el azufre, por la ira de Dios y por la locura de Adán... Gomorra,
Herculano, Nagasaki. Destruídas por el olvido.
El poeta Martí se deshace de la historia El
poeta rebana en mesa solitaria su pan de enjuto exilio: hogazas y metáforas
sobre el célibe mueble. La sombra le acompaña a toda costa
cuando todos se han ido y sólo el esqueleto dialoga con la sangre.
Genealogía del exilio Ellos
quisieron inaugurar una nostalgia... y nació la ciudad.
Un anacoreta en el desierto Llanura
iconoclasta que calcina: devuélveme el misterio que he perdido.
Yo he cambiado las ciudades y los cuerpos para que la luz que juntó
mis huesos llene todo tu vacío arenoso: y me he quedado ciego.
Epitafio para colgar del viento Aquí
viaja, ceniza, lo que queda de un hombre que no tuvo monedas, ni historias,
ni señales que valieran un rezo, un canto, un obelisco...
El arqueólogo divaga en su diario La
vocación de aquellos seres no fue el amor, ni las matemáticas,
ni la guerra; por más que poblaron sus países de edificios
y de palabras amables y de cuerpos mutilados. La única vocación
de aquellos seres fue arder como maderos en el fuego sin fin de cada instante.
Instrumentos de medición El
cartabón para medir los caminos y el reloj para medir la muerte.
La poesía para medir los sueños.
Mediciones Un telescopio, una sucesión de pasos sobre la tierra y un sistema de signos inventado por antiguos constructores de templos, artífices de la caída del agua. Toda una vida y hasta todo un imperio entre ésta estrella y aquella. Una herida cerrada a un costado de tus sueños. Sangre que se coagula en tu memoria. Una herida cerrada ahora es la balanza que pesa los deseos, la casa posible y las manos de los hombres Con
una herida abierta, mides el universo.
Ciclo mítico de la belleza Nace
el lirio en la gloria, diáfano y eterno. Muere. Alguien lo recuerda
y vive. Fenece en el olvido de otro mal poeta. Un gran artista lo pinta
en la mano de la Virgen. Se transmuta en esencia, en alegoría de
la castidad. Resucita. En su Asunción, María resplandece
con el azul de la gloria. En sus manos inmaculadas, la blancura perfecta
de una flor.
Ars poetica para un filósofo de la escuela de Heráclito el Oscuro La
tinta está fluyendo irreversible: nadie se mira dos veces en el
mismo verso.
Textos inéditos En el mercado de esclavos de Éfeso Se
subastó su cuerpo. Nadie supo
Espera del nabateo solitario Siéntate
a la entrada de tu tienda
El
arco de la luz va descendiendo
Los dos oficios En
el día
El flautista loco de las ruinas Ahora
que Nínive la impía ha quedado desolada
Estrategias I- Poesía Reciclable Él
usa lápiz y papel para escribir sus obsesiones durante todo el año.
Acumula una pirámide de poemas. Cuando llega el invierno, borra
todo lo escrito. Finalmente, junta todo el serrín que se desprende
del borrador y con su materia fláccida cierra las madrigueras de
las ratas. Con el papel desescrito, resucita un árbol de raza mestiza
y lo planta en su jardín.
II- El Soñador Mientras
dura la vigilia junta las palabras, las visiones, los sonidos y las verdades.
Durante la noche sueña el poema.
III- El Ladrón de Poemas En
esto consiste su arte poética: él espera tranquilo a que
lleguen las horas más tránsfugas del sueño. Digamos
a las tres de la mañana. Entonces, sigiloso, desanda los corredores
y atraviesa la neblina y los gatos hasta llegar a cierta calle estrecha.
Los ojos, dos punzones afilados. Lleva una alforja negra tirada sobre un
hombro, con el gastado ademán de los viejos caballieri della luna.
Llega hasta el basurero de cierto poeta iconoclasta que conoce. Acopia
todos los papeles donde todavía huele a pesadilla la tinta fresca.
Al regresar, la luz escasa de una farola polvorienta le hace un guiño
a su frente ancha, plagiadora y grasienta y un murciélago cuelga,
vigía y grave, del tejado. Finalmente se sienta y pone luz en los
poemas de sombra y pone sombra en los poemas de luz para que nunca se conozca
su secreto.
IV- El Insomne En
los pocos días en que logra dormir profundamente, él sueña
los mejores poemas, esos de donde pueden brotar milagrosamente montañas
pobladas de pájaros y catedrales llenas de sonoridad. Pero estos
poemas nacidos de su sueño son tan hondos, tan oscuros, tan nuevos
y lejanos, que cuando el poeta despierta, ellos ya han volado lejos, muy
lejos del tintero.
V- El Coleccionista Lleva
años esperando que el poema perfecto llegue, que se encarne, como
de forma infusa en alguno de sus artilugios de escriba. Su arte poética
se sienta con la pasividad más ataráxica, apoyando los codos
sobre la caoba encerada. En la llanura anacorética de la mesa sabia
hay papiros, pigmentos de rara alquimia, finas estilográficas, remas
de papel de todos los fabricantes conocidos, una pluma de ave como la de
Sor Juana, tinteros, una rémington vieja sin ñ, lápices
de colores, pinceles y acuarelas y una lista infinita de artefactos similares.
En la llanura anacorética de la mesa sabia apoya el frágil
corazón de viejo que espera por la palabra como el moribundo espera
por la lluvia en el desierto.
Textos publicados en revistas El amado Porque
no te conozco
Y
por no comprenderte
El eco de las dracmas Se
asienta su sonido sobre el peso del tiempo
Helios,
¿sin estas dracmas
El suicida ante el abismo de aguas Me
fascinan los círculos concéntricos
María Magdalena delira dentro del cuadro Voluntad
de escapar de este cuadro, donde poso un minuto más de mi tediosa
e interminable eternidad. Mi pensamiento apoyado pesadamente sobre el brazo
claroscuro que me ha pintado George
de la Tour, del cual ya no puedo saber si es naturalista o de harto idealismo
barroco. Eso, mi cuerpo entero reducido a una estilización tal,
que parece destinado únicamente a apuntalar mi memoria prolija,
junto a esta calavera lúgubre, que supuestamente me serviría
de pisapapeles, si no hubiera decidido quemar toda escritura y todo folio
desde hace siglos. Horror de historia. Ser y no ser. Ironía que
hace sonreír a los dioses: la santa venerable ahora recordada socarronamente
por todos como la gran hetaira judía. Voluntad de escapar
que siempre fue mi única divinidad, desde que era sólo una
precoz adolescente jónica, acosada por un prematuro e insoportable
aburrimiento. En aquel entonces creí solucionar mi hastío
huyendo de mis columnas y mis tutores, para visitar algunas de las más
importantes ciudades de la hélade, y aprenderme sus paisajes, y
escuchar las palabras de sus filósofos. Dondequiera que fui me hice
pasar por un eunuco, y tuve que abusar a veces de la astucia, de las trampas,
de los estiletes envenenados y de las seducciones más groseras,
para sobrevivir. Pero todos los maestros que encontré parecían
estar muy satisfechos y pagados de sí mismos al fracturar caprichosamente
la realidad, para que sus explicaciones tuvieran armonía. Al resultado
solemnemente le llamaban sabiduría. Sin embargo, me llevé
a otros viajes sus mejores intuiciones y su elocuencia. Más en posesión
de lo divino me sentía, no obstante, en las delirantes orgías
mistéricas que presencié, y que me sirvieron como anticipo
a las más sutiles artes amatorias que me enseñó en
Alejandría una esclava india. De sus trenzas de seda, de la elocuencia
de su cintura, y de la turgencia aciruelada de sus senos aprendí
que los dioses pueden amar nuestro encuentro en el pubis, tanto como en
el más sublime pensamiento. Luego volví a ser un eunuco itinerante
y crucé el Mar Rojo. En un monasterio de los Esenios aprendí
el Arameo y el Hebreo y todos los pormenores del judaísmo mesiánico.
Recuerdo sobretodo el silencio de montaña y la hermosura ingenua
de un joven monje que se enamoró de mi enigma y mi belleza andrógina.
Curioso país aquel de fanáticos que adoraban a un dios sin
rostro, hecho de palabras, cuya historia contaba de momentos notables,
aunque siempre sospeché que sus cronistas exageraban sus victorias
y sus virtudes nacionales. Así, a la luz de las esperanzas de este
grupo de hombres piadosos, fue revelándoseme cada vez más
claramente lo que necesitaba este pueblo. Ellos querían una historia
que fuera su verdad, una mentira verosímil y bella en la cual descansar.
Desde entonces, cada día que pasé en la comunidad me fue
trayendo las hebras con las que urdiría la aventura más audaz
de mi vida. Y el día en que mi idea llegó a su madurez, abandoné
el monasterio para siempre. Con no poco esfuerzo logré atraer a
los mejores histriones que encontré en el país y en pocos
meses empezamos a ensayar nuestra “tragedia”: ese drama que ya ustedes
conocen por la lectura de los evangelistas que me sucedieron. Yo necesitaba
instalarme en la historia, pero no por mis méritos heroicos ni mucho
menos, sino por mi poder de inventiva. A través de la fuerza dramática
de Él, del Elegido, mi alter ego, satisfaría mi necesidad
insólita de jugar con las manías escatológicas del
hombre. Pero, con el paso del tiempo y la trascendencia posterior de nuestra
obra, lo que iba a ser una farsa, una de mis tantas diversiones, llegó
a convertirse en la verdad más hermosa y profunda de mi vida. Llegó
el día en que olvidé que todo fue obra de mi espíritu,
y me hice una devota ferviente del salvador que engendré y de tanto
poetizar sobre la resurrección sentía cómo mi carne
se iba haciendo misteriosamente resurrecta. Yo ya nada puedo contra esta
voluntad de escapar, desesperanzada y anhelante, habitando en el centro
mismo de la esperanza que inventé para el vulgo y que llegó
a hacerse más fuerte que yo. Yo, en el delirio, como alguien que
está a punto de naufragar o morir, desearía, al menos, tapiar
con una piedra enorme el sepulcro de la memoria, para olvidar que todo
es mentira. Y aquí espero todavía, en este lienzo oscuro
del que quiero huir, loca y eternizada por el arte, no por la mano de Dios.
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