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La poesía en mí

Emilio Ballagas

     Yo no sé hasta qué punto tiene validez lo que el poeta pueda decir de su propio verso. El ojo como órgano en actividad, como ejercicio natural, se ignora a sí mismo. Vive solamente y es ojo en la medida que cumple su función de instrumento, su destino de darnos la visión de las cosas. Y así, se cumple en la aprehensión del paisaje, en la captación de la luz y en el contraste de ésta con la sombra. No en vano, en lenguaje castizo, mirar es "catar", beber en luz el mundo circuandante. Como poeta tengo el deber, y el destino de ignorarme. Soy un instrumento, soy caña hueca, que apenas dispone de unos cuantos agujeros para graduar el hálito universal. Dispongo de unos cuantos colores puros o soy un prisma que echa a volar en siete canciones las secretas aves de la luz perfecta. Mi condición de instrumento y mi destino de ignorarme no excluyen la posibilidad de que el espíritu que me rige -- para asumir una responsabilidad ante el Cosmos -- procure afinar este instrumento hasta lograr darle las más variadas y ricas posibilidades de manifestar en sentido actual. la eternidad de la poesía. Pero esto pertenece ya al. orden de la intención. De facultad y de intención creo que está hecha la poesía.
     La poesía en mí no es un oficio ni un beneficio. Es una disciplina humilde, un hecho humano al que no puedo negarme, porque me llama con la más tierna de las voces, con una inconfundible voz suplicante e imperativa a la vez. Como poeta no me siento en modo alguno un ser excepcional y privilegiado. No soy más que un notario de mis propias emociones, y en este sentido hay que redimir esa expresión peyorativa de "notario poeta". Sólo que el poeta que da fe fiel de las emociones de su "yo" es algo más que un notario, es una aguja magnética que se mueve a la menor alteración, que oscila delicadamente para marcar de la manera más precisa y ajustada los más finos y varios matices del sentimiento. Eso quiere decir que ser poeta es vivir en el mundo y en el universo, en el tiempo y en la eternidad. Y así el poeta no se queda en esa cosa estrecha y enfática que ha dado hoy en llamarse "ser humano", sino que es además de humano otras muchas cosas que andan por sobre lo humano. O que es humano por añadidura. Más claro aún: el que es capaz de impresionarse ante la fina arquitectura de la rosa ha de serlo de sufrir con más intensidad que otro hombre alguno la injusticia humana o la barbarie de una guerra egoísta. Yo voy a lo mismo que proclaman los hombres del énfasis y de la prioridad política, pero por un camino diferente: el camino que me traza mi condición de hombre cristiano y poeta con ansia totalitaria. Creo en Dios como creo en la Poesía, y a los científicos y a los racionalistas les digo que creo en Dios como ellos pueden creer en aquellas cosas que se manifiestan por la prueba, es decir, porque he realizado en mí la experiencia de Dios. Si no viviese sinceramente la catolicidad, creería también en la divinidad de Cristo; porque sé que en cada hombre existe la posibilidad de lo divino.
     En nada de lo que he dicho anteriormente existe disquisición ni fuga tangencial. Ser poeta comporta una actitud ante las cosas, una responsabilidad en todos los órdenes del vivir y del saber. Ser poeta es tomar antes de escribir una actitud vital. ¿Queréis ahora que precise más mi posición dentro de la poesía? Lo haré en unas pocas palabras: "No quiero verso que juegue, ni verso que suene; quiero verso sufrido en la propia carne, que ande con pies de corcho, sin excluir los pies de plomo; pero esto último se refiere a la gravidez no a la resonancia."
     En poesía la fórmula ideal es el silencio de las raíces; la oscuridad ordenada, tan ordenada que se haga luz a la presencia del tacto. y la inclinada gravidez del fruto maduro. La existencia de estos factores ha de ser primero, deliberada, y luego espontánea, natural.
     Domesticar el vocablo hasta que diga aquello que la sensibilidad tiene en la punta de la lengua. Electricidad que ha de escaparse por las puntas, no tan rápidamente que no pueda aprovecharse en una chispa que sea además la estrella geométrica, un polígono regular trazado matemáticamente.
No fue siempre éste mi sentido de la poesía, ni lo es como cosa definitiva. Existe una marcha que podríamos llamar dialéctica si el vocablo no fuese tan sospechoso de lugar común hegeliano. Es cierto que en mi primer libro Júbilo y fuga hice puros juegos, gráciles arabescos de esos que no tocan al corazón ni tocan de él (véase el "Poema de la ele") .Después de esta etapa de realización jubilosa y de gimnasia intelectual que yo llamaría "los misterios gozosos de mi verso", ha venido una etapa de angustia en la que incluyo los poemas "De otro modo" y "Elegía sin nombre", etapa que yo conozco íntimamente por el nombre de "misterios dolorosos de mi poesía". Entre una etapa y otra, posteriormente a Júbilo y fuga y antes de escribir versos de individual angustia humana, hay poemas varios que pueden asimilarse al modo de expresión de Júbilo y fuga; una estación negra de mi poesía, cuyas realizaciones mejores a mi autojuicio son "Elegía de María Belén Chacón" y "Paisaje", incluidos en el Cuaderno de poesía negra. También he escrito poemas infantiles y poemas sociales de servicio. He dicho que el poeta se desconoce a sí mismo y es una aguja que registra y marca la gama de las emociones. De aquí esta variedad y esta aparente contradicción en lo que he producido hasta la fecha. Y he hablado del ejercicio humilde de la poesía. Esto quiere decir que en este rosario de mi labor no espero el advenimiento de los "misterios gloriosos". Y basta por hoy, que ya he ofendido bastante al silencio.


Poemas de Emilio Ballagas


De otro modo

Si en vez de ser así,
si las cosas de espaldas (fijas desde los siglos)
se volviesen de frente
y las cosas de frente (inmutables)
volviesen las espaldas,
y lo diestro viniese a ser siniestro
y lo izquierdo derecho...
¡No sé cómo decirlo!

Suéñalo
con un sueño que está detrás del sueño,
un sueño no soñado todavía,
al que habría que ir,
al que hay que ir
(¡No sé cómo decirlo!)
como arrancando mil velos de niebla
y al fin el mismo sueño fuese niebla.

De todos modos, suéñalo
en ese mundo, o en éste que nos cerca y nos apaga
donde las cosas son como son, o como dicen que son
o como dicen que debieran ser...
Vendríamos cantando por una misma senda
y yo abriría los brazos
y tú abrirías los brazos
y nos alcanzaríamos.
Nuestras voces unidad rodarían
hechas un mismo eco.

Para vernos felices
se asomarían todas las estrellas.
Querría conocernos el arcoiris
palpándonos con todos sus colores
y se levantarían las rosas
para bañarse un poco en nuestra dicha...
(¡Si pudiera ser como es,
o como no es... En absoluto diferente!)

Pero jamás,
jamás
¿Sabes el tamaño de esta palabra:
Jamás?
¿Conoces el sordo gris de esta piedra:
Jamás?
¿Y el ruido que hace
al caer para siempre en el vacío:
Jamás?

No la pronuncies, déjamela.
(Cuando esté solo yo la diré en voz baja
suavizada de llanto, así:
                Jamás…)

Sabor eterno, 1939


Elegía sin nombre

        But now I think there is no unreturn'd
        love, the pay is certain one way or another,
        (I loved a certain person ardently
        and my love was not return'd,
        Yet out of that I have written these songs.)
                WALT WHITMAN

        Mas ¿qué importan a mi vida las
        playas del mundo?
        Es ésta solamente quien clava mi
        memoria.
                LUIS CERNUDA
  
 
 
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.

Yo andaba por la arena demasiado ligero,
demasiado dios trémulo para mis soledades,
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.

Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve ni sal pulida y dura.)

El viento henchía sus velas de un vigor invisible,
danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
y tú eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente —fresco niño de olvido—
la sangre me traía noticias de las manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de lejanas, de extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la noche...
Girasol en los sueños: aún no te había visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.

Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
con una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.

¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado
siempre, mi lámpara de arcilla!
¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos
y a mi frente clavada por un amor inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recortan las cosas agriamente!
¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
mi beso entrecortado!

Iba yo. Tú venías,
aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
como empuja a las velas el titánico viento de hombros
estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...

La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
eran, y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
tus cabellos endrinos.)
Así anduvimos luego uno al lado del otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
y era la primavera inquieta de tu sangre
una música presa en tus quemadas carnes.

Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente,
con esa indiferencia que levanta las cejas.

Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras ágil,
fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
las uñas ovaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
que el viento te conduce
como a un árbol que crece con musicales hojas.

Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y segura,
con mi barbilla triste en la flor de las manos,
con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...

Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la carne
como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema:
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que este limo oscuro de lágrimas sin preces,
naces —dalia del aire— más desnuda que el mar
más abierta que el cielo;
más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
 
                          ¿Sabes?
Me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...

Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
inútilmente siempre.

Los pechos de la muerte me alimentan la vida.

1936


Huir

¡Cómo me echara a rodar
por este mundo sin forma!
Cómo me diera a correr
driver en auto sin sombra.

Por el paisaje sin forma
huidizo... resbalado:
en el huir y el huir
transfundido... deshelado.

Por montañas sin recuerdo
por mares nulos, insomnes,
de azufre, plata y azogue...
amnesia total, deshielo.

Cómo me diera a rodar
-noches, pistas, mares, nombres,
prisas, nubes, torres, mundos-
sin vuelta -liberación.
¡Qué preso -libre- en la fuga!
La prisa atrás, rezagada.
Libre -¡qué preso!- en la fuga.

¡Cómo me diera a correr
driver en auto sin sombra;
ya sin amarras del hoy,
libre de ayer y mañana...
desatado, blanco, eterno!

Júbilo y fuga, 1931


Soneto marino

Altos cuerpos desnuda la luz fina
a contrazul del cielo y la redonda
entera, vasta soledad marina
que el pájaro del viento hiere y ronda.

El zócalo de roca cristalina
opone a la circunstancia de la onda,
la gravidez esbelta de una endrina
escueta estatua de hermosura monda.

Costa de ardida plata blancarena
donde reposa una viril figura
de bronce agudo en la total blancura.

Una ola sola altera la serena
virtud horizontal y en el espacio
el silencio fabrica su palacio.

Cielo en rehenes, 1951


Nocturno y Elegía

Si pregunta por mí, traza en el suelo
una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
Si pregunta por mí, di que me he muerto
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.

No le digas que lloro todavía
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
La carne es un laurel que canta y sufre
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.

Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.

Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarse en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.

Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y si dudáis de mí creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si aún espero o si anochezco.

¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.

Es verdad que estoy triste, pero tengo
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé dónde.
Mejor será que espere a medianoche,
al extraviado olor de los jazmines,
y a la vigilia del tejado, fría.

No me recuerdes su entregada sangre
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
No soy el ogro que escupió en su agua
ni el que un cansado amor paga en monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!

(Allí se va con un ramo de lirios
a que lo estruje un ángel de alas turbias.)
No soy el que traiciona a las palomas,
a los niños, a las constelaciones...
Soy una verde voz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.

Soy un árbol, la punta de una aguja,
un alto gesto ecuestre en equilibrio;
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una ardilla.
Soy todo, menos eso que dibuja
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.

Todo, menos aquello que se oculta
bajo una seca máscara de esparto.
Todo, menos la carne que procura
voluptuosos anillos de serpiente
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.

Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y en la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.

1938


Poema impaciente

¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargadas?

¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos.)

¿Y si llagaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oír abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de tus rosas?

¿Y si llegaras tarde,
y encontraras (tan solo)
las cenizas heladas de la espera?

Sabor eterno, 1939


Sentidos

¡Que me cierren los ojos con uvas!
(Diáfana, honda plenitud de curvas.)

Que me envuelva un incendio de manzanas
y un claro rumor de dátil y azúcar!

Que me envuelvan -presagio de pulpa-
en ciruelas de tacto perfumado...

Inundadme
en pleamar de pétalos y trinos.

Que me ciñan -¡ceñidme!- de eclípticas azules.

Júbilo y fuga, 1931


Soneto sin palabras

Ya solo soy la sombra de tu ausencia,
una oscura mitad que se acostumbra;
dulce granada abierta en la penumbra,
madura a tu rigor. Sorda existencia.

Desmayado vivir, ciega obediencia
que la memoria de tu voz alumbra.
Pupila fiel; ojo que no vislumbra
su cielo. ¡Ángel caído a tu sentencia!

Desterrado de asombros y colores
beso mi cicatriz y la humedezco
en salobres cristales lloradores.

Me aclimato al olvido que padezco.
Y a los agudos garfios heridores
la inútil apagada carne ofrezco.

Sabor eterno, 1939


Viento de la luz de junio

    Para Aurora Villar Buceta

Llévame por donde quieras,
viento de la luz de junio
-remolino de lo eterno.
¿Adónde?
Si ya he ido, si ya vuelvo.
Si ya nada quiero, nada;
ni lo que tengo, ni aquello
que estuve, soñando ayer.

Ahora por no querer y no saber lo que quiero
lo quiero todo... ¡Qué júbilo!
¡Qué beato ahogarse en tu oleaje!
Soy como un niño que estrena
la pura emoción del Quiero.

¡Ay, la espuma, lo lejano
y aquellas voces, naranjas
-tacto, color y fragancia-
que se mecen en las frondas
como sorpresas redondas!

Llévame adonde tú quieras
-tú me ciñes, tú me vences-
que ahora me rindo dócil,
a tu voluntad viajera,
luz de jugar y de huir...

Llévame, llévame, llévame
a secuestrarme en lo eterno
-ansia, oleaje, grupa, crin-
viento de la luz de junio.

Júbilo y fuga, 1931


Víspera

Ya muestra en esperanza
             el fruto cierto
             Fray Luis

Estarme aquí quieto, germen
de la canción venidera
-íntegro, virgen, futuro.

Estarme dormido -íntimo-
en tierno latir ausente
de onda presencia secreta.

Y éxtasis -alimento-
de ignorarme -ausente, puro-
nonnato de claridades
con la palabra inicial
y el dulce mañana intacto.

Júbilo y fuga, 1931


Cielo en rehenes

Te miro sin dejar de contemplarte
copo de sol, espuma conjurada
y abro mi corazón de parte a parte
para ofrecerte jubilosa entrada.

Comprendo que del caos fuera arrancada
la esbelta luz; ignoro por qué arte
pudo en un sólo pétalo labrarte
con dedos leves el primor de un hada.

De nuevo el manantial de la belleza
echa a correr con sosegado porte
contanto perla a perla su pureza.

Cielo en rehenes, majestad sin corte:
donde el alto fulgure tu cabeza
allí está el girasol, allí su norte.

Cielo en rehenes, 1951

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