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     Uno de los performances más altamente simbólicos de la naciente Revolución cubana fue el de convertir los cuarteles en escuelas. ¿Cuántos de nosotros nos recordamos las poderosas imágenes de demolición de los antiguos centros de detención y tortura? Este gesto se incribe en el proyecto "educativo," y de más amplias ramificaciones, del nuevo Estado. La Campaña de Alfabetización, los programas de Educación para adultos, la producción masiva de libros que luego se vendían a precios módicos, las "clases magistrales" - políticas, económicas, culturales, incluso científicas - del Maestro en Jefe quien, como sabemos, comenzó a inaugurar y clausurar los más disímiles eventos, y cuyas lecciones terminaban con una especie de conferencia de fin curso en las multitudianarias concentraciones de la Plaza de la Revolución. Hasta pase de lista había - cuadra por cuadra - que garantizara la asistencia disciplinada de los educandos. ¿No fue la intención de la Revolución convertir a Cuba en una escuela? Castro lo expresó en una famosa frase: "Al pueblo de Cuba no le decimos, cree; le decimos, lee" (cito de memoria; énfasis mío). Tal y como sucede con la consabida frase en Palabras a los intelectuales, aquí nos enfrentamos a la misma ambigüedad. ¿Es que acaso casi todo lo que llegamos a creer, no bajó a nosotros por la escala iluminadora de la lectura? Por otra parte, algo queda en el aire, sin responder: leer ¿qué? Y lo que es todavía más importante: ¿habrá algo qué no pueda leerse, que será censurado? ¿Acaso no se prohibió la "lectura" de P.M. y la de los libros de los autores que decidieron irse del país? (Sabemos que hablar de decisión aquí es harto problemático).
     Pero regresando a lo que mencionamos antes, el caso específico de lo sucedido con el Cuartel Moncada es, cuando menos, revelador del carácter transitivo escuela-cuartel, cuartel-escuela. Transformado en la Ciudad Escolar 26 de Julio, preservó la arquitectura militar. Desde luego, podrá argüirse que se trataba de preservar a su vez el lugar como museo de un hecho militar importante en la historia revolucionaria. De todos modos, recibir clases, educación, en una instalación que - dígase lo que se diga - sigue siendo un cuartel, no deja de ser inquietante. No resulta, sin embargo, difícil de comprender - y hasta uno debería esperar - esta fusión de espacios, contradictorios sólo en apariencia. Tanto la vida cuartelaria como la escolar - y aún la del hospital y la Iglesia - están anudadas, pudiéramos decir, a la manera foucaultiana, por la palabra régimen, esto es: jerarquía, disciplina, control, vigilancia, prescripción, confesión. Y todos estos espacios tienen un propósito terapéutico, educativo y disciplinario.
     Téngase todo esto en consideración al leerse este artículo, o crónica de horror, excelente botón de muestra de las monstruosidades de la Revolución Cubana. La cárcel - asociada con la hospitalización - pasa a ser una especie de lugar de reposo, donde pasar una temporada. El delito - patologizado - requiere el aislamiento, la soledad. Es el presidiario a punto de conversión en seminarista, y culto de paso, gracias a la gestión de los escritores - esas hermanitas de la Caridad de la UNEAC - que los visitan y consuelan, y que instruyen al violador de la misma manera que harían con  el infartado. Hasta la Feria del Libro llega a las cárceles. Castro, que se ha ufanado de que Cuba cuenta con las prostitutas más cultas del mundo, quiere dejarnos otro legado similar: la población penal más culta y alegre del mundo. Pero, ¿no se leen acaso los libros en Cuba tras las rejas? Ojo con los nombres de las prisiones: nos recuerdan la planta procesadora de carne - Combinado - , el hospital y la iglesia - San Francisco - o la división política: Occidente, Provincial. Así como, casi descuidadamente, la autora nos recuerda que no es fácil confundir la hazaña con una violación, debería recordar que tampoco lo es distinguir con claridad entre quiénes están tras o fuera de las rejas, o entre el gesto altruista y la hipocresía.
     Agregamos, además, los reportes de dos periodistas de la BBC sobre la prisión en Cuba, en particular el famoso Combinado del Este. Decidimos dejar en inglés, en su versión original, el trabajo de Stephen Gibbs. Sólo queremos, para concluir, señalar algunas diferencias importantes entre uno y otro reporte. El primero de ellos, de Fernando Ravsberg, el del 1 de abril de 2004. Según el mismo, era la primera vez, en 18 años, que Cuba permitía la visita de periodistas extranjeros a las prisiones cubanas. Gibbs fecha su artículo el 29 de ese mismo mes. La visita de Ravsberg - que es quien se encarga de la versión en español de la BBC, al menos en lo concerniente a Cuba - tuvo lugar en el contexto, como él mismo dice, "del Congreso de Medicina Penitenciaria y se realizó en medio de acusaciones internacionales sobre la situación de los presos cubanos, especialmente los disidentes." A pesar de las sospechas - más que suficientes - que suscita el comportamiento de las autoridades cubanas, Ravsberg concluye: "Sin lugar a dudas la visita sirvió para aclarar muchas de las acusaciones sobre la situación de los presos en general, pero no aportó nada sobre las condiciones de vida de los prisioneros políticos." Contrastando con la lectura de Ravsberg, resulta imposible no notar la aguda ironía de Gibbs: los periodistas son llevados a visitar la prisión en un ómnibus de turistas, usados regularmente para viajes a la playa. Véase el contraste entre la descripción externa del Combinado del Este y ese campo de pelota donde había alrededor de 200 hombres, pero a los cuales no se les prmitió acercárceles. Un equipo de oficiales uniformados del Ministerio del Interior los conduce al hospital de la prisión. "Se escuchaba una cinta con relajantes canciones de amor," comenta un suspicaz Gibbs, "y había un fuerte olor a pintura," no sin agregar que "era un olor raro de encontrar en la Isla donde había escasez de pintura." A buen entendedor... ya se sabe como sigue el dicho. La ceremonia de bienvenida da inicio nada menos que con un "apasionado discurso" de un joven que grita: "¡Fidel, eres grande!" No; no se trataba, como pensó inicialmente Gibbs, de "una figura local del Partido Comunista," sino de un convicto que cumplía 20 años por robo. Por supuesto, del hospital, fueron conducidos ¿a dónde más?: a un salón de clases. El periodista británico no puede evitar comentar que toda esa felicidad carcelaria resultaba perturbadora. Significativamente, fue la cácel de mujeres lo que más lo inquieta. Allí les ofrecen claveles a los periodistas, se los lleva al teatro donde una glamorosa cantante sube al escenario y "con una voz increíble cantó una canción revolucionaria." Impresionado, Gibbs le pregunta al guardia a su lado: "No puede ser una prisionera, ¿no?" La respuesta es definitiva: "Por supuesto que sí."
     La Revolución vuelve siniestramente equívocas, intercambiables, las figuras del artista, el preso político, y del delincuente; al igual que sucede con las del interrogador, el cirujano, el educador, el escritor y el celador de prisiones. Y todos, absolutamente todos, están listos para ofrecer gladiolos, sonreír, proclamar los beneficios del encierro, apenas llegue el ómnibus con periodistas extranjeros. Claro, y para gritar "¡Viva Fidel!" Un Fidel achacoso, que se va volviendo invisible, que desaparece, pero cuyo legado vivirá para siempre entre rejas, y cuya última condena será perderse la fiesta por venir. Si es que lo viene es, en verdad, una fiesta, y no una democratización de la prisión.
     El poder gusta insularizarse. Las prisiones, reformatorios, manicomios, hospitales - e incluso los cuarteles y barracas del ejército - no son solo espacios de confinamiento, internamiento o reclusión, sino verdaderas islas que garantizan la impunidad y el secreto. Las prisiones de Guantánamo, de  Isla de Pinos (el otrosa Presidio Modelo), de Ceuta, de Alcatraz, o la isla de Santa Elena, donde murió Napoleón, lo demuestran. Los ciudadanos se desentienden con frecuencia - particularmente en Cuba - de lo que sucede en las cárceles. Por eso resulta tan grotesco y espeluznante la crónica de La Jiribilla, sobre todo si se la contrapone a la experiencia del periodista británico. Heras León - él mismo recluido en el pasado, pudiera decirse, en una empresa metalúrgica, se presta a esos manejos. Pero su libro Acero, ¿qué otra cosa demuestra que es posible reformar la escritura - tanto como la conciencia - forjarla, endurecerla a los golpes arbitrarios del poder y sonreír y pasar luego a militar entre los celadores de la letra? ¿Es posible acaso visitar una cárcel en calidad de periodista o de escritor invitado, y dejar atrás luego tanta alegría, ese olor a pintura fresca, la fiesta, en fin - la fiesta vigilada, para tomar prestada la expresión de Ponte - sin sospechar la puesta en escena, los ensayos y advertencias que deben haber precedido tanta felicidad encarcelada? 

Francisco Morán          


Alguna práctica de la literatura
 
Laidi Fernández de JuanLa Habana
 
     Las cárceles no deberían existir. Tampoco los hospitales ni los Cuerpos de Guardia ni las Estaciones de Policía. Porque las enfermedades, como los delitos, son antinaturales: no deberían tener vida.
     Eso sería lo ideal, la perfección, el sueño divino. Pero así como se intenta profundizar el estudio de  muchas dolencias, y mejorar las condiciones antidelictivas, surgen nuevas patologías, nuevas transgresiones a la ley, y se mantienen, pese a todo, las ya conocidas.
     Por consiguiente, aparecen nuevas terapéuticas y nuevos métodos  reeducativos. Se trata del intento por el saneamiento, por ir ganando terreno a la enfermedad sea física, mental o moral.
     Los hospitales y las cárceles tienen en común la tristeza, la lentitud agobiante del tiempo, la convivencia con desconocidos, y también la posibilidad de, paradójicamente, ser aprovechables.
     Aún quienes tendrán que pasar largas temporadas allí, tienen la posibilidad, mientras tanto, de aprender a mejorarse. Y el objetivo, es, por supuesto, recuperar. Vidas, mentes, conductas, dejar de ser víctimas inocentes o no. No es comparable una glomerulonefritis con un robo a mano armada, por ejemplo. Ni un infarto del miocardio con una violación sexual, ni el seudohipoparatiroidismo con el tráfico de drogas.
     Ni es lógico decir que el cumplimiento de la ley sea equivalente a una intervención quirúrgica, una sanción de privación de libertad a un cateterismo cardíaco, ni una litotricia extracorpórea a dejar de ver a los familiares por un tiempo establecido.
     Pero sí hay determinada correspondencia entre el aislamiento que requiere recuperarse de una neumonía por ejemplo, y la soledad que está implícita en la aplicación de una sanción.
     La enfermedad física no es un hecho moral; pero la conducta delictiva, sí. Ambas condiciones exigen curas. Que muchas veces, y ojalá sean cada vez las menos, deben llevarse a cabo separándose por un tiempo del resto de la sociedad para no contaminar a nadie más, para guardar distancia, para aislarse de aquella condición premórbida que propició la actual.
     Lo mismo una amigdalitis estreptocóccica que un padre alcohólico que golpea a su hija. En el primer caso, el riñón termina por ser (y cito textualmente a ese Maestro de la Patología que es Robbins), “víctima inocente de su propia función de filtración”, con lo que se instala la temible glomerulonefritis postestreptocóccica.
     En el segundo, una joven abusada, termina por agredir a su progenitor, y es juzgada por homicidio.
     En ambos casos, el ser humano víctima, termina por ser separado de su entorno habitual.
     Hasta que logra recuperarse, fortalecerse, adquirir otra vez el estado de bienestar biosicosocial que había perdido, (definición esta entre otras miles de qué es la salud), y se incorpora a su hogar.
     Historias hay muchas, comparaciones también. Y, como dije al inicio, creo que lo ideal sería que los hospitales y las cárceles dejaran de existir, que fueran innecesarios, que, en todo caso, las recuperaciones se logren en el propio entorno que las propició. Rehabilitarse en el lugar de residencia tanto de una enfermedad, como de un acto delictivo, será un logro, una meta, un sueño que lograremos alcanzar.
     Como toda ilusión demora porque los sueños vienen lentos, y se requiere de años, de esfuerzos, de complicidades entre muchos para lograrlos, pues mientras tanto la calidad de los médicos  y el trato en las instituciones penitenciarias se hacen más elevados — siempre sabiendo que son lugares a los que nunca deberíamos llegar —, no pretendo la hipocresía de alabar lo que debería extinguirse.
     Las brigadas artísticas cubanas, sin embargo, han dado muestras a lo largo de la historia, de la utilidad del arte en condiciones llamadas límites. En determinados confines de la esperanza adonde llega el arte, se apresuran las curaciones, se acortan los momentos de añoranzas, y en sentido general, el contacto entre los separados de la sociedad (el infartado y el violador, por ejemplo) actúa en dirección bivalente. Se enriquecen ambos bandos.
     Los enfermos, los condenados y los artífices de la belleza en cualquiera de sus expresiones, aprenden de la gratificante solidaridad que es tenderse las manos en esas ya mencionadas situaciones límites.
     Desde hace varios años, por ejemplo, músicos, pintores, escritores para niños,  actores y actrices, recorren las salas de Oncología Pediátrica del país, los salones de diálisis donde reciben tratamiento los portadores de insuficiencia renal, los Cardiocentros y Pabellones de hematología. También cada mes de febrero, durante la Feria del Libro que empezó siendo de La Habana, y actualmente recorre a toda la Isla, incluye entre sus actividades, visitas a Centros Penitenciarios. Acuden escritores de todos los géneros, y dialogan con los reclusos, llevándoles libros que enriquezcan las bibliotecas de esos lugares, y realizando lecturas que los reclusos prefieran.
     Desde el primer trimestre del año pasado, además, se sistematizó la visita a dichos centros. Un grupo de narradores recorremos prisiones, y los resultados, como ya dije, son fructificantes, y asombrosamente estimulantes para nosotros también.
     Daniel Chavarría visitó, por ejemplo, el Combinado del Este; Eduardo Heras León, la Prisión de San Francisco de Paula; Miguel Mejides estuvo en la Prisión Provincial de Pinar del Río, y yo estuve, entre otros sitios, en la Prisión Occidental de mujeres.
     Además de lecturas, de satisfacer cualquier pregunta, de llevarles textos literarios para las bibliotecas de esos lugares, recorremos los pabellones, participamos en sus talleres narrativos,  presenciamos las clases que les son impartidas por profesores universitarios y somos agasajados con bailes, declamaciones y la interpretación de piezas musicales por parte de las reclusas. ¿Un paraíso entre paredes? ¿La farsa de un acto cultural en medio de la tristeza del confinamiento? Nada de eso. Se trata del enriquecimiento que el arte es capaz de ofrecer, de la necesidad intrínseca del ser humano de verse reflejado en esa otra magnitud de la realidad, imite quien imite a quién.
     Ya es conocido que “no todo en la vida (natural o cultural) es aceptado por el mero hecho de estar ahí. No alborozan las enfermedades ni los delitos. Y la labor de deslinde es a menudo mucho más delicada de lo que parece. Si es fácil no confundir un retortijón con un beso, lo es menos el separar algunas caricias de algunos golpes, algunas hazañas de algunas violaciones. Y así, desde luego, con la literatura como con las demás artes”.
     Hablo en nombre de lo que conozco, de lo que he visto, de aquellas salas que recorrí, y que pretendo seguir visitando.
     Nada es idílico, todo puede ser  perfeccionable.
     En lugar de compadecer desde la distancia a quienes sufren por un cólico nefrítico, por ejemplo, o debido al incumplimiento de la ley, vayamos a donde están. Llevémosle el consuelo de un canto de aliento. Y recibamos la lección de la fortaleza humana en condiciones diferentes a las nuestras. Después de todo, no olvidemos nunca nuestras propias vulnerabilidades.
     Todos somos susceptibles, candidatos a la sarna y al arrebato de la violencia.

La Jiribilla, 21 de julio


Carta de un preso del Combinado del Este

Prisión Combinado del Este, 20 de mayo del año 2000

Denuncia.  Comisión de los derechos humanos de la ONU. Ginebra

Un hecho insólito en la prisión del Combinado del Este

En las celdas de castigo del Combinado del Este existen varios jóvenes con penas de muerte y cadena perpetua, en el "A7" como la llaman y también le dice el "pájaro", suceden cosas horripilantes, trágicas y penosas, estos jóvenes al verse en esas condiciones infrahumanas, en celdas sucias, oscuras, apestosas, sin luz, aislados, le entregan el [¿?] por una rendija de las rejas tapiadas y maltratados por los funcionarios, se ven acosados por el destino, el tormento hasta lo infinito, la desesperanza hasta la tragedia y saben que no habrá justicia que los defienda y más cuando el delito es contra un funcionario del gobierno, un policía o un turista. La desesperanza es tanta que estos jóvenes pierden hasta el sentido de la vida y optan por autoagredirse, quitarse la vida, hasta desaparecer como ser humano. Estas cosas son cosa natural y permanente en este lugar inmundo.
Pero el
[¿?] de abril del 2000, sucedió un hecho insólito, el joven Jorge Luis Rodríguez Mir, de 32 años de edad, vecino de calle Carlos Manuel de Céspedes # 76, Reparte Cárdenas, Banes, provincia de Holguín, su mamá es Idalmis y su papá Juan Ramón. Atentó contra su vida porque comprendió que era la hora inminente de su ejecución de la sentencia de pena de muerte por fusilamiento. El conoció que en esos días habían ejecutado unos cuatro jóvenes que llevaban el mismo tiempo que él. Su delito es por asesinato a un policía en septiembre de 1997.
Este joven se hizo un doble torniquete en ambos brazos y con una chaveta afilada sin que nadie le ayudara se cortó totalmente las dos manos, aún no se sabe cómo él pudo llevar a cabo tal cosa. Cuando llegó el jefe de las celdas, del "A7" capitán Castro a su celda, conoció de lo sucedido, y vio como el joven sin desmayarse, con los pies sacaba de la celda las dos manos en el piso. El joven está actualmente en el hospital de reclusos del Combinado del Este. Este hecho ha consternado a la población penal y hasta los propios oficiales de la prisión.
El jefe del Combinado del Este es el Coronel Francisco Martínez, el segundo jefe es el Capitán Quintero.
El régimen ni se inmuta con todos estos hechos que conmueven la sensibilidad humana de todos los cubanos del mundo entero.

Desde el Combinado del Este         Miguel Sánchez Valiente
                                                    preso político cubano.

Nota importante: cuando el
joven sacaba las manos cortadas
con los pies le dijo al capitán Castro:
-- Mire Capitán las manos que cometió
el crimen ya no están, me las corté,
perdóname la vida.

(Hemos respetado la ortografía del original)

Vea la reproducción completa de la carta, diríjase a:

http://www.cubanet.org/CNews/y00/jun00/bala.htm


Cuba: periodistas visitan prisiones

Fernando Ravsberg
BBC, La Habana

1 de abril de 2004

     Por primera vez en 18 años, el gobierno cubano autorizó la entrada de periodistas extranjeros a las prisiones, aunque sólo se dio acceso a las secciones hospitalarias de dos cárceles de la capital.
     La visita fue organizada dentro del Congreso de Medicina Penitenciaria y se realizó en medio de acusaciones internacionales sobre la situación de los presos cubanos, especialmente los disidentes.
     Justamente en el hospital de la prisión Combinado del Este estaban ingresados Orlando Fundora, Roberto de Miranda y Leonardo Bruzón, todos encarcelados por actividades políticas opositoras.
     Sin embargo, ninguno de ellos estaba presente durante el recorrido.
     Según nos explicaron uno fue dado de alta, otro se estaba haciendo exámenes médicos y el tercero tenía visita conyugal.

"Escuela"

     En el Combinado del Este nos presentaron los proyectos de desarrollo cultural, donde se ofrecen desde clases de computación hasta estudios de enfermería, pasando por el desarrollo de actividades deportivas.
     Uno de los alumnos de enfermería, Enrique Prieto, condenado a 30 años por robo con fuerza, defendió el sistema penitenciario cubano afirmando que "esto más que una prisión es una escuela".
     "No aceptamos que aquí se maltrata ni se cometen barbaridades, no lo aceptamos ni del gobierno de los EE.UU. ni de ningún gobierno del mundo", dijo Prieto ante un concurrido número de periodistas.
     También tuvimos acceso al Hospital Nacional de Prisiones, remodelado hace un mes, según nos explicó el recluso Víctor Anselmo Domínguez, quien sufrió allí la amputación de una pierna a causa de un tumor maligno.

     En el Hospital Nacional de Prisiones se encontraban hasta hace pocos días tres presos políticos, Leonardo Bruzón, detenido hace 2 años, Roberto de Miranda y Orlando Fundora.
     Fundora y de Miranda estaban ingresados por cardiopatías, mientras que Bruzón fue internado a causa de una huelga de hambre que realizó en protesta por su detención y por las condiciones de vida del penal.
     A pesar de la insistencia de la prensa extranjera fue imposible hablar o verlos, ya que según los médicos estaban fuera de las instalaciones, además de que no estaban contemplados en el recorrido.
     Iraida Rivas, la esposa de Roberto de Miranda, confirmó a medios de prensa internacionales que su esposo fue trasladado hace apenas unos días a otro hospital de La Habana.

Guardería infantil

     En la prisión de mujeres de occidente, conocida popularmente como "manto negro" tuvimos acceso a la guardería infantil, donde viven las reclusas durante el primer año de vida de sus hijos.
     "Es muy bueno, los bebés necesitan en ese primer año conocer a su mamá, además de la relación afectiva que se establece por la lactancia materna", nos dice Sarai Hernández, condenada por falsificación de documentos.
     El padre del niño de Sarai es otro recluso al que conoció mediante cartas y con el que después mantuvo relaciones aprovechando las visitas conyugales establecidas para los presos cada dos meses.
     Sin lugar a dudas la visita sirvió para aclarar muchas de las acusaciones sobre la situación de los presos en general, pero no aportó nada sobre las condiciones de vida de los prisioneros políticos.

Ver: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_3589000/3589159.stm


Behind Cuban prison walls

Stephen Gibbs
BBC correspondent, Cuba

29 de abril de 2004

     It has been more than 15 years since the government last let foreign journalists take a look behind the walls and razor wire of Cuba's prisons.
     But the authorities have clearly decided it is time they be allowed another look.
     The phone rang, and, as is often the case, the Cuban government was on the line.
     "Would you like to visit two prisons tomorrow?", I was asked. There was only one answer.
     "Yes, of course", I replied.
     "Good", said the lady from the foreign ministry. She told me to report to Havana's international press centre the following day.
     So the next morning I found myself boarding a Cuban tourist bus, normally used to take holidaymakers to the beach, but this time packed with foreign journalists looking forward to a day trip to jail.
     Last year Cuba imprisoned 75 political dissidents.
     While it has shown itself unfazed by the international criticism that followed, it has taken great exception to allegations from some of the relatives of those in jail, that their loved ones are being denied proper medical care.

Facilities

     Health care for all is one of the great boasts of this revolution.
     The Cuban Government was determined to show us that "all" includes its prisoners, by letting us see the medical facilities in two prisons.
     First stop on the tour was the Combinado del Este jail, around half an hour outside Havana.
     It is the biggest prison in Cuba. A vast complex surrounded by barbed wire and watch towers with armed soldiers peering out.
     All went quiet inside our coach, as the gates were opened for us. None of us knew what we were about to see.
     Castro's dark dungeons, as President Bush describes Cuban prisons?
     Degrading, filthy cells, as some of the dissidents' relatives allege?
     Well, the first thing we saw was a baseball pitch.
     Around 200 male prisoners were out in the open air. They were not close enough for us to speak to them, but close enough for us to see that they seemed intrigued that a tourist bus had come to visit.
     The sports ground was surrounded by huge white, windowless cell blocks.
     We gazed at them from the outside, but we were not allowed in.

Welcoming committee

     Instead we were efficiently ushered by a team of uniformed ministry of interior officials to the prison hospital.
     A tape of soothing love songs was playing in the lobby, and there was a strong smell of paint. It is a smell you rarely come across in Cuba, where paint always seems in desperately short supply.
     A welcoming ceremony - for our benefit - began with a passionate speech by a young man in a red shirt. "Fidel you are great", he proclaimed.
     I assumed he was a local Communist Party figure, there to start things off on the right note.
     In fact, he was a convicted thief, serving 20 years and the first of many successfully re-educated convicts we were to meet.
     Our guides ushered us through what seemed like a very well-equipped prison hospital. Then we were led into a classroom, where a lesson was under way.
     A group of prisoners was studying nursing. They all stood to attention as we walked in. One took the opportunity to deliver another speech, saying how prison had enabled him to transform his life.

Performance

     All this incarcerated happiness was slightly unsettling. But there was much more to come.
     We got back into the coach and drove across town to Cuba's main women's prison. An even stranger place.
     As we walked in, we were offered a flower by a smiling receptionist.
     For some reason I felt that visiting a Cuban prison holding a gladiolus would compromise my journalistic objectivity, so I declined.
     Our tour began in the prison theatre. We were given some lengthy statistics regarding motherhood and births in the prison.
     Then a glamorous singer took to the stage. She had an incredible voice, and sang - with great feeling - a revolutionary song.
     "She cannot be a prisoner?" I said to the government minder standing next to me. "Of course she is", he replied.
     Mirelys was serving nine years for robbery. She said she was falsely accused and should not be in prison, but that now she was inside she was delighted with conditions.
     I asked her how many people shared her cell. She was about to answer when the interior minister man standing next to her told me it "varies", and we moved on to the tour of the maternity ward.

Restricted view

     The ward was full of teddy bears and beaming mothers holding young babies.
     Sara was a lawyer just ending a five year sentence for falsifying public papers.
     She said she had had three miscarriages outside prison, but had delivered without any complication behind bars. Prison had given her the best gift of her life, she said, as she gazed at her sleeping son.
     It was time to go. As we left, the crop-haired female ministry of interior official who had organised the visit, thanked us for coming. She asked if we had any questions.

     There was a long silence.

     Finally a Spanish journalist said what we were all thinking.

     "When might we be able to see where all the other Cuban prisoners live, or visit an actual cell?"
     "Soon, I hope", replied the woman from the ministry.
 
      Soon is a long time in Cuba.

Ver: http://news.bbc.co.uk/2/hi/programmes/from_our_own_correspondent/3667645.stm

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