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Dentro del dossier dedicado a Emilio Ballagas, inclimos la presentación del poeta y ensayista Norge Espinosa sobre el debate de Virgilio Piñera y Cintio Vitier. Asimismo incluimos la lectura que, más que del debate en sí mismo, hace Enrique Saínz de la respuesta de Virgilio Piñera al ensayo La poesía de Emilio Ballagas, de Cintio Vitier. Hemos añadido las páginas de Saínz – tomadas de su libro La poesía de Virgilio Piñera: ensayo de aproximación (2001) – en virtud de que Espinosa alude a ellas, y porque pensamos que podía enriquecer la discusión. Debe notarse la contradicción de que, mientras por un lado Saínz afirma el “carácter no literario de la motivación de «Ballagas en persona»,” por el otro nos asegura que el texto piñeriano “se adentra en la obra de Ballagas, y que lo hace con sagacidad y agudeza incuestionables.” Al fragmento de Saínz le siguen, finalmente, el extenso ensayo de Vitier seguido de la réplica de Piñera: Ballagas en persona. Completamos este acercamiento a Ballagas con otro texto del propio Piñera, de 1959: Permanencia de Ballagas.


La Redacci
ón


Performing Ballagas: cuerpo y deseo en una pol
émica cubana

Norge Espinosa Mendoza

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A fuerza de ser comentado, pero no releído, ya que desde su primera y hasta ahora única edición cubana ese ensayo no ha vuelto a reproducirse de manera íntegra en ninguna otra publicación de la Isla, Ballagas en persona, texto que editó la revista Ciclón como respuesta a la aparición de la Obra poética del destacado poeta que falleciera en 1954, se ha convertido en uno de los capítulos fantasmagóricos de la literatura y la crítica literaria nacional. Que ese ensayo lo firmase Virgilio Piñera, y que en verdad, más que una respuesta a dicho volumen se trate de una réplica al prólogo que coloca en sus primeras páginas Cintio Vitier, puede ir aclarando el por qué de esa condición fantasmal. Que podamos, ahora, volver sobre sus argumentos (el ensayo piñeriano es la enconada defensa de una tesis que intenta “borrar de un plumazo” las principales afirmaciones de su oponente), es un acto que delimita la proyección exacta de lo que, dictado por el tiempo, entendemos hoy como Ciclón, una revista mucho menos releída que Orígenes, imposible de sacralizar del modo en que aquella lo ha sido, y que justamente por su carácter reactivo ante el sistema de ideas lezamiano, carece entre nosotros de una cabal reinserción dentro de un pasado que, como trama, carga un conflicto que se extiende hasta nuestros días. Que Ciclón, a la manera de Orígenes, era un proyecto, un concepto programático, y no solo una revista, es lo que escapa a la vista de algunos, acaso justificados en el hecho de que, como el propio Ballagas en persona, solo un reducido número de estudiosos ha podido repasar los números de esas publicaciones. Y peor, solo un número aún más reducido, ha intentado hacerlo dejando de lado los prejuicios y la carga de turbulencia que ambas revistas cruzaron entre sí. La Política de Letras que se agita en esas páginas elaboraba un plan de combate no siempre tan obvio, y se impone ya, en ciertos estadíos, la lectura paralela y también intercruzada de una y otra revista, de uno y otro proyecto, más allá de lo que evidenciaban sus editoriales. El por qué tal cosa no ha sido aún posible trasluce una carencia que se justifica en diversas circunstancias, desde la dificultad de encontrar colecciones completas de ambas publicaciones, hasta el resquemor que el cuerpo de críticos comparte con una visión del asunto que no puede desprenderse de lo que, como resentimiento o sospecha, organizaron sus protagonistas, hace ya más de cincuenta años. A la vuelta de esas décadas, no pocos artículos, poemas, textos diversos, esperan por un nuevo lector, que sepa leerlos como se lee un mapa. Una estructura cifrada en la que se crucen insólitas coordenadas, sobre un océano de letras y criterios donde el cuerpo de lo discutido se disimula o se levanta sin recato. De ese cuerpo quiso hablar Piñera en Ballagas en persona. Un cuerpo que, suponiéndose ya sepulto, podría servir de mártir para distintas sectas. Cómo intentaron arrebatarse, entre Orígenes y Ciclón, ese mismo cuerpo y esa misma alma, a fin de mostrarlo en sus altares respectivos como ejemplo de sus credos tan opuestos, es algo que la crítica literaria cubana aún se resiste a releer.

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Personaje siempre reactivo, escritor capaz de asumir las armas del recién llegado o el enemigo para devolver los golpes que creía recibir, Virgilio Piñera no desaprovechó un juego de circunstancias que se combinó para permitirle escribir Ballagas en persona. El calibre de lo sexual como expresión rabiosa tuvo en Ciclón todo un baluarte, que se oponía de forma palmaria a la actitud reticente de los origenistas, capaces de llenar sus páginas de espiritualidad, pero recelosos siempre ante el psicoanálisis y determinados nombres de una tradición menos angélica. Piñera tuvo el suficiente olfato para detectar lo cursi de varias manifestaciones origenistas, para entender el reverso fácil de sus asociaciones en la vuelta “trascendental” a una noción de País que eludía al Cuerpo que habitaba ese mismo Reino. El lector de este ensayo asiste, mediante su repaso, a la consumación de una serie de enfrentamientos que se habían iniciado en 1943, cuando se edita La isla en peso, y saltan rápidos los juegos negadores que acerca de ese poema dictó Gastón Baquero, luego asumidos y dilatados por Cintio Vitier en las páginas más espinosas de Lo cubano en la poesía. Disidente dentro del corpus marginal que en la cultura nacional era Orígenes, Piñera se aísla para fundamentar una visión propia. En 1944, al publicar Poesía y prosa, recibe una andanada de Vitier en la revista lezamiana. Esos antecedentes catalizan la llegada del ensayo que, en 1955, intentó salvar de un baño de pureza a Ballagas, según las páginas que escribe el autor de Sedienta cita como prólogo a la edición póstuma de su Obra poética. De acuerdo a esos párrafos, la angustia de Ballagas era esencialmente una crisis espiritual, un camino tormentoso hacia Dios, que finalmente se le revela. Los poemas de Sabor eterno y los sonetos de Cielo en rehenes (los más acabados libros de este autor desigual, no siempre impulsado por las influencias de mejor provecho), son leídos desde esa perspectiva. Piñera entiende que esa relectura es falsa, que disimula una tesis no dicha, una relación que oscurece la verdad de esos poemas, y que a su parecer se concentra en la crisis sexual de Ballagas, un autor cuya homosexualidad no fue nunca un secreto y que sin embargo, a la manera de tantos, pretendió encubrir ese “secreto” con una vida matrimonial que no solo le dio un hijo, sino que acrecentó en cierto grado la hondura de lo que, calladamente, su propia poesía decía y no alrededor de ese conflicto. Piñera se apresta a denunciar la carencia que estima en las páginas de Vitier y se sirve, es cierto, de Ciclón como de un campo de batalla.
La nueva revista incluyó, ya se sabe, varias colaboraciones que en sí mismas explicitaron cómo borrar a Orígenes de un plumazo, al menos en el sentido que los directivos de la publicación quisieron dar a esa frase. El Marqués de Sade fue presentado al lector cubano por el propio Piñera, y Withman y Oscar Wilde protagonizaron, desde el rescate de nuevos ensayistas, varios de sus números. Se trataba, dentro de ese proyecto, de conceder una arqueología de lo sexual al lector, de abrir otras posibilidades de escándalo, pero también de afirmaciones que los redactores consideraban ya impostergables, a un panorama cultural que tenía como tabú las grandes verdades que esos autores aportaban. Un lector homosexual trazaría su propia cartografía sobre esas publicaciones, y aunque haya un determinado peso en el significado de esos textos que se tradujeron especialmente para la revista, entremezclados a otras polémicas y manejos de lo cultural, Ciclón, a la altura de estos días, es decididamente algo más que una simple revista cultural y literaria. Un célebre párrafo de Piñera lo afirma en su ensayo: esas aportaciones debían servir de acicate para que tales análisis y visiones no faltaran entre nosotros. No hay que ser ingenuos, en 1950 había comenzado a organizarse la Mattachine Society, primera célula de homosexuales que rápidamente se extendería por varias ciudades de importancia en los Estados Unidos, con revista propia, visibilizando una subcultura que hasta ese momento carecía de pasado y futuro. José Rodríguez Feo algo debió saber de ese cambio de aires, y aunque la vida gay habanera de la Cuba prerrevolucionaria sigue siendo un punto vacío en nuestra historia reciente, no cabe duda de que Ciclón, también, quiso aportar alguna materia sobre ese agujero negro.
En esa negrura se movió Emilio Ballagas mientras vivió. Como bien dice Piñera, sus dos mejores poemas, Elegía sin nombre y Nocturno y elegía, creados a fines de la década del 30, son una reafirmación de la duda y el peso del secreto que la homosexualidad define incluso aun entre nosotros. La tibieza de sus formas, la ambigüedad solo aparente de sus mejores momentos, la calidad de la resignación que los domina, son indudablemente marcas que un lector homosexual comprenderá sin tantos preámbulos. Vitier elude esas realidades y las transforma en un via crucis ejemplar. Piñera le responde con una carta guardada bajo la manga, pero desde una altura y una voluntad de cambios que resulta definitivamente mucho más provechosa.

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“Si los franceses escriben sobre Gide tomando como punto de partida el homosexualismo de este escritor; si los ingleses hacen lo mismo con Wilde, yo no veo por qué los cubanos no podamos hablar de Ballagas en tanto que homosexual. ¿Es que los franceses los ingleses tienen la exclusiva del tema?” Eso pregunta Piñera con un índice de desparpajo y franqueza que Orígenes no hubiera aceptado nunca. La demarcación instantánea de ciertas libertades que ese fragmento aporta confirma lo que he dicho un poco más arriba. Uno de los esenciales valores de Ballagas en persona consiste en la explicitación de esa demanda, en el arrojo de su salto, en la voluntad con la cual Piñera elabora su estrategia. Así como halló en Jarry y otros autores de la vanguardia las fuerzas para construir su Electra Garrigó, así como años más tarde concebirá Dos viejos pánicos para responder a La noche de los asesinos, el reactivo Piñera se dispone a colocarse en la misma línea de fuego que “los franceses y los ingleses” parecen tener como cosa exclusivamente suya. Ciclón vislumbró esa línea de fuego entre nosotros. El prólogo de Vitier a la obra de su amigo le sirvió de catalizador.
En un libro cargado de buenas intenciones, Enrique Saínz, uno de los más notables estudiosos de la poesía cubana en el siglo XX, ha tratado de explicarse ciertas cosas respecto a Piñera. La poesía de Virgilio Piñera: ensayo de aproximación, ganó el Premio Alejo Carpentier, a pesar de que la mayor parte de su contenido induce severas contradicciones entre lo que lo abordado dice y lo que el autor intenta decirnos sobre esa misma materia. Saínz, estudioso capaz de la zona origenista que presiden Vitier, Marruz, y Diego, pretendió zafarse de los límites que esos mismos poetas explicitan dentro de Orígenes para entender al gran antagonista que el grupo tuvo consigo. El resultado es uno de los libros menos felices de Saínz, alguien que en otros proyectos ha resultado tan lúcido. En ese volumen, por ejemplo, Saínz afirma que “resulta difícil aceptar que la verdadera razón de estas páginas de Piñera en torno a Ballagas sea la de contribuir a un más profundo y auténtico conocimiento  de esa importante figura de nuestra lírica”, en tanto él mismo las contrapone mecánicamente a las críticas que Vitier deslizó hacia Poesía y prosa. La ecuación es rápida: Virgilio actúa movido más por el rencor que por la sinceridad, y toma a Ballagas como pretexto para propinar unos golpes a su adversario. En el mismo tomo, sin embargo, Saínz pretende convencernos de que las palabras que Vitier organiza en Lo cubano en la poesía sobre Piñera no pueden leerse mediante la misma ecuación. Es Piñera el único capaz de sentir rencor y actuar desde él, Vitier no alcanza a equivocarse en esas equivocadas consideraciones sobre La isla en peso y otras piezas del autor que tan distinta cosmovisión le enfrentara.  Antonio José Ponte respondió a esas “reclamaciones equivocadas” de Saínz en un artículo que editó la revista Extramuros, y que, como muestra de la pervivencia de tantos recelos en un panorama cultural que se quiere decir más sano, le costó el inicio de un impuesto silencio editorial. Ir contra Vitier y su interpretación ya sacralizada de una posible historia de la Nación Literaria, contra sus discípulos, sugerir sus errores, puede, como en los días en que Piñera firmaba este ensayo, hacer caer algunas cabezas. Incluso, y sobre todo, las “oscuras cabezas negadoras”.
Creo que la realidad es mucho más compleja, y si bien el acto de “no quedarse dado” es visible como maniobra en todo el ensayo, hay rasgos de una sinceridad en el abordaje a Ballagas que coloca a este texto como uno de los más importantes de su género en Cuba. No solo por el mero hecho de su incitación a una lectura novedosa y desprejuiciada de ciertas actitudes, sino por la cuidadosa conjunción en él de confesionalidad y exigencia de autenticidad en las aproximaciones de lo literario. Saínz defiende a Vitier en tanto considera que el ensayista pudo escoger libremente su modo de acercarse a Ballagas, dejando lejos de su análisis lo sexual para elaborar otras alternativas de entendimiento. Critica a Piñera el que exija a Vitier ese punto de partida, que es sustituido por otras escalas de espiritualidad. Y es cierto, nadie lo duda, que cada autor puede abordar a otro según la perspectiva que prefiera. Lo que sucede, y calla Saínz, es que la poesía de Ballagas logra su trascendencia justamente en poemas donde lo sexual es una evidencia que se explicita como conflicto patético, y que es eso lo que levanta su poesía a un nivel que lo hace aparecer como un nombre imprescindible en nuestra lírica. El trasfondo evidentemente trágico de sus mejores poemas maneja códigos que hasta hoy los autores homosexuales siguen manipulando como señales cifradas, y ello da fe de la trascendencia de aquellos textos en tanto enunciadores de todo un lenguaje donde el “secreto” de Ballagas alcanza los secretos de tantos otros. Lirios, sanguijuela, playas, caracola, azafrán, oscura perdiz, falso anillo, el aceitado vuelo de un búho, mudo pececillo… símbolos que en silencio gritan el verdadero nombre de un amor, que se organizan en una constelación que al unir sus puntas deja escrita una verdad sangrante en el cielo. Los poemas “negristas” de Ballagas no son nunca mejores que los de Guillén; su poesía “pura” no sobrepasa los hallazgos de Mariano Brull. Es en estos momentos de Elegía sin nombre (un poema al que no perdono su calco cernudiano), y en Nocturno y elegía, junto a algunos sonetos, que Ballagas es. Piñera lo advierte y quiere revelar la carga confesional de esos poemas. Creo que su acto contiene más que un mero deseo de venganza, aunque ese sentimiento lo mueva a determinadas declaraciones. No hay que poner en duda el respeto personal de Virgilio hacia su amigo. Hizo con su obra lo que tal vez quiso que hiciéramos al releer la suya.
Daniel Balderston ha desplegado esta nueva edición en su ensayo El pudor de la historia, y Abel Sierra Madero, en su importante contribución a la historia de una sexualidad entendida como vértebra de un concepto de nación, sigue sus pasos en Del otro lado del espejo (Premio Casa de las Américas 2006). Lo que destacan esos estudiosos es la fuerza transgresora del coming out al que Piñera lanza a Ballagas, antecedente de otras fórmulas de lucha que décadas después activará una comunidad gay deseosa de hacer visible su “secreto”. Adelantándose a su tiempo, el ensayo fija un cambio de actitud y de aptitud que aún hoy sigue levantando ronchas, juzgando a una literatura que solo recientemente ha incluido la sexualidad de sus autores como una clave para ganar una comprensión íntegra de lo que algunos aportan. Piñera coloca el dedo en la llaga, esto es, en el secreto, y asume responsabilidades que, si bien sabía no serían respondidas por Vitier, añadirían más oscuridad a su fama de agitador. Reducir los aportes fundacionales de este ensayo al trasfondo de una pelea barriotera es querer anularlo. Ballagas en persona produce una vibración que la literatura cubana, y la del continente, demoraría algunos años en atender. Y por lo demás, es una excelente carta de presentación del mejor estilo piñeriano, tal y como el prólogo de Vitier es un ejemplo que retrata con buen pulso los hallazgos y manías del autor de Canto llano. Si Vitier hace un prólogo cuyo tono recuerda el de un sermón (y lo digo sin acento despectivo); Piñera increpa, se agita, retuerce sus párrafos con teatralidad a fin de demostrar su tesis: se compromete con la materia que discute atreviéndose incluso a ironizar, cosa que Vitier casi nunca hace: la teleología pareciera carecer de sentido del humor. Ballagas en persona es una alocución que mira a los ojos del lector sin reposo, y le inyecta ese desasosiego que Piñera encontró en la poesía de su amigo muerto. Un pasmo que su propia poesía llegó a encarnar como agonía, sobre todo en sus últimos años. Leer ambos textos en juego cruzado produce un fuego cruzado: el juego y el fuego que Virgilio quiso fuera La Literatura. Virgilio es un diestro actor, un insólito performer, capaz de asumir otros rostros, dobles, para ganar su partida: Performing Ballagas.

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Pasados tantos años, se reedita la poesía de Ballagas, a fines de los 90, y si bien no se comete el desliz de presentarla con el prólogo de Osvaldo Navarro que se le colgara en una edición de los años 80, ahora se le devuelve al lector con el prólogo que Vitier firmara en 1955. Ballagas en persona no se ha reeditado jamás íntegramente en Cuba. Al celebrarse los cuarenta años de Ciclón, la Gaceta de Cuba publicó algunos párrafos. No más. Seguimos pues leyendo a Ballagas desde una perspectiva que no incluye a cabalidad lo apuntado por Piñera, siquiera sea para discutirlo. Que Ballagas es un poeta atendible, pero no exactamente un gran poeta, es lo que sospechan hoy las nuevas generaciones de lectores. Su obra tuvo momentos de flaqueza, de imitaciones demasiado obvias, de señales que al querer callar lo evidente, empobrecían demasiados resultados. Y sin embargo, hay páginas en esos libros que siguen defendiéndolo. Murió en pleno proceso de intercambios, demasiado rápido y demasiado atormentado de sí mismo, como Piñera supo ver. A la hora de un homenaje, bueno será verlo desde una latitud menos reticente, desde otras verdades que nos ayuden a compartir y aliviar el peso duro de su secreto. Un secreto que Piñera sabe porque el propio Ballagas se lo confesó. Al leer a su amigo de esta manera, Piñera también nos confiesa su propia homosexualidad. Busca un espejo en Ballagas y lo devuelve al lector futuro. A nosotros. Hora es de buscar nuestro propio rostro en esa turbulenta superficie.



Enrique Saínz, sobre la polémica Piñera-Vitier en torno a Ballagas

Fragmento de su libro: La poesía de Virgilio Piñera: ensayo de aproximación. La Habana: Letras Cubanas, p. 120 - 125

     A propósito de la publicación de la obra poética de Ballagas en 1955, con prólogo extenso de Vitier, escribe Piñera un ensayo que da a conocer en Ciclón (vol. 1, n. 5, pp. 41-50,  sept. 1955) bajo el título «Ballagas en persona». Cuando se lee este trabajo después de conocer lo que dice Vitier sobre Poesía y prosa y en la nota de presentación que escribe para caracterizar su obra en la antología Diez poetas cubanos. 1937-1947, resulta difícil aceptar que la verdadera razón de estas páginas de Piñera en torno a Ballagas sea la de contribuir a un más profundo y auténtico conocimiento de esa importante figura de nuestra lírica. La tesis central de las observaciones de Piñera es la de que el estudio y la intelección de la obra de Ballagas – y la de cualquier escritor – ha de tener en cuenta, como una condición sine qua non, todos y cada uno de los problemas fundamentales de su vida, aquéllos que conforman sus rasgos definitorios, requisito que Vitier no cumple en sus reflexiones de presentación al público lector de la poesía de Ballagas, pues omite toda consi eración relativa al homosexualismo del poeta. No vamos ahora, en este trabajo, a entrar a debatir si Vitier estaba o no obligado a tratar el homosexualismo de Ballagas, sino a detenernos un momento en el ensayo de Piñera. Creo que es muy evidente que Ballagas es un pretexto para combatir a Vitier, sin negar por ello que en la diatriba haya convicciones auténticas. Creo que Piñera es sincero, como lo fue en su ensayo sobre la Avellaneda, en «Terribilia meditans», en sus discrepancias con Lezama y en prácticamente toda su obra; estimo igualmente, no obstante, que está aprovechando una ocasión que cree tener para mostrar que Vitier no está del todo apto para juzgar a un poeta, en primer lugar porque no está en condiciones – se lo impiden sus prejuicios, quiere decirnos el crítico en sus reflexiones – de comprender con profundidad el centro generador de la obra, y más aún la del mismo Piñera, también homosexual. El carácter no literario de la motivación de «Ballagas en persona» es muy obvio sobre todo porque el propio Piñera escribió un ensayo en 1941 sobre Ballagas y Lezama y no dice una sola palabra sobre el homosexualismo, y recuérdese que ya habían aparecido Elegía sin nombre (1936), Nocturno y elegía (1938) y Sabor eterno (1939); es obvia también la motivación extraliteraria de esta diatriba porque la actitud de Ballagas ante su propio drama habría despertado en Piñera bromas, ironías y probablemente frases agresivas – como las que emplea contra Vitier, a quien no está dispuesto a tolerar sus críticas de 1945 y 1948 – si el poeta en cuestión hubiese sido de los no estimados por él. Nada de esto tiene que ver en realidad, bueno es aclararlo, con la calidad del texto al que venimos refiriéndonos. Estamos ante un ensayo que se adentra en la obra de Ballagas, y que lo hace con sagacidad y agudeza incuestionables.
     No viene al caso ahora dilucidar aquí los problemas capitales de la poesía de Ballagas, por lo que no vamos a entrar en pormenores, pero sí creo necesario apuntar que habrá que cuestionarse a fondo su religiosidad desde su homosexualismo, sin olvidar las circunstancias socio-históricas y personales en las que vivió, pues Piñera hace afirmaciones harto sospechosas de querer entregarnos una lectura más en armonía con la cosmovisión propia que con las posiciones del poeta estudiado. Por encima de cualquier actitud extremista en tan sustancial crítica, hay que subrayar su extraordinario poder de estimulación, tan fuerte en su vertiente como el de Vitier, ensayos ambos de obligada referencia para cualquier estudioso. En ese diálogo que establece Piñera entre homoerotismo y poesía en Ballagas hay un ejemplo, el más alto dentro de toda su obra, de la vocación del crítico por defender su autenticidad, por contribuir al conocimiento más genuino de los creadores paradigmáticos de la cultura cubana con lecturas que no se desentiendan de los elementos que constituyen sus problemáticas fundamentales. Ya en el ensayo sobre la Avellaneda habíamos visto serios y enjundiosos análisis del ensayista; ahora corroboramos su singular capacidad de valoración en un acercamiento más penetrante y hondo, al margen de sus aciertos y desaciertos. La figura de Ballagas se nos aparece en toda su complejidad, grave en su agónico vivir. Después de aquella primera impulsión que le provocara el prólogo de Vitier, ocasión propicia para contestarle por sus apreciaciones sobre Poesía y prosa – respuesta indirecta, pues nunca respondió Piñera a aquella interpretación, y si lo hizo con el texto sobre Kafka, como piensa la ensayista brasileña Teresa Cristofani Barreto, fue también de un modo indirecto –, se adentra en sustanciales disquisiciones que tienen como primera virtud crear en los lectores el entusiasmo por el poeta, al que vemos, después de aproximarnos a estos dos grandes ensayos, en toda la jerarquía de su palabra.
     Creo que este es un importante ensayo de Piñera. Una de las razones de ello está en el genuino interés que sentía por la obra de Ballagas, con quien tenía afinidades esenciales, si bien los separan diferencias fundamentales. Aunque se trata de páginas atendibles por sus valores intrínsecos, su significación mayor la encontramos en su propuesta de reevaluación de la cultura cubana, intento de crear un discurso valorativo de nuestra cultura desde otra perspectiva, sin las idealizaciones que Piñera considera desvirtuadoras. La interpretación que hace Vitier de Ballagas, calificada en ocasiones de mojigata – y en especial en este ensayo, donde el autor utiliza adjetivos y frases que en ningún sentido son válidos para valorar el trabajo de Vitier y nos revelan el imborrable resquemor que despertó en él el comentario a Poesía y prosa – no tiene nada que ver con moralinas de ninguna especie ni con supuestas actitudes pudorosas mal asumidas, sino con toda una cosmovisión que el crítico fue exponiendo a lo largo de varios textos capitales desde 1944, sin duda expresiones de un pensamiento del más alto linaje espiritual y que no puede ser confundido nunca con baratas e intrascendentes beaterías. Piñera quiere romper ese discurso desde sus radicales búsquedas de una verdad última, desde su concepto de lo que en la cultura cubana hay de genuino, sin impostaciones ni adulteraciones. Como los restantes origenistas, Piñera también quiere llegar a la raíz de nuestra historia, pero no para verla luego en sus posibilidades trascendentes, sino en toda la significación de su inmanencia. Por ello acoge con verdadero fervor autores fundamentales que fueron integrando la vida cultural cubana del decenio de 1950, como Sartre, Camus, Freud – con los que nunca se identificaron Lezama y Vitier, rechazo que se evidencia en el silencio de ambos a propósito de sus obras, con excepción de los profundos comentarios del segundo a La náusea, recogidos en «Páginas de Diario» (1948), publicadas en la revista Lyceum en agosto de 1951, donde se aprecia su esencial discrepancia con el francés – de la misma manera que antes había hallado en el surrealismo diversas afinidades que integró creadoramente a su obra, asimilación en la que se muestra también divergente con relación a Lezama y Vitier, para quienes ese movimiento que conmocionó a la cultura y en particular a la poesía europea y latinoamericana de aproximadamente los años 1915-1935, no constituye un modo propio, definidor, a pesar de la observación que hace Lezama al comentar Extrañeza de estar (1945), en el que ve la presencia de «un surrealismo que pudiéramos llamar paradójicamente clásico, definido, gobernado»,1 afirmación que por sí misma sitúa al poeta en un plano de relación no ortodoxa con el surrealismo.
     En este ensayo de Piñera hay una voluntad de reescritura, de replanteo de la tradición para crear lo que el crítico considera la tradición verdadera, aquella que parte de la realidad escueta, sin interpretaciones supratextuales, trascendentalistas. Mucho tiene que ver ese realismo inmanentista de la crítica piñeriana con aquella radical experiencia de la angustia que vimos en La isla en peso y que reaparece en los poemas de Poesía y prosa, pues si en el extenso texto de 1943 el paisaje y el acontecer espiritual y real de nuestra historia era imposible de transformar en tanto estaba constituido por esencias que sólo podían cambiar dentro de ciertas constantes – inmutabilidad muy evidente en la primera lectura y que en su dimensión vivencial, física, se expresa ya desde los primeros versos: La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café. / Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer / hubiera podido dormir a pierna suelta –, si esa nuestra condición espiritual y factual no permite crear una interpretación redentora de la cultura, las más importantes manifestaciones de nuestra sensibilidad no tienen otra interpretación posible que su propia verdad intrínseca, como se infiere del pensamiento que el crítico ha elaborado a lo largo de su vida. La obra de Ballagas no tiene entonces otras posibilidades de ser leída que no sean las de una perspectiva de valoración que se explique por sí misma, desde su propia constitución ontológica. Estamos aquí ante un doble planteamiento. Ciertamente, en «Ballagas en persona» Piñera nos quiere decir que su poesía no puede interpretase sin tener en cuenta un cuidadoso examen de su problemática homoerótica – médula, según Piñera, de su poética – y que esa es su verdadera y única trascendencia, el habernos mostrado la extraordinaria batalla del poeta consigo mismo y con su entorno social – de ahí la mezcla de confesión y ocultamiento de sus textos claves y, en general, de toda su lírica –, contienda en la que, según esa interpretacion, no ocupa el primer plano el diálogo de Ballagas con Dios. Como la última lectura posible de este ensayo vemos a Ballagas encerrado en su propio drama, imposibilitado de escapar de esas circunstancias, como Piñera en La isla en peso. No son legítimas, nos dice el crítico de manera implícita, las lecturas trascendentalistas, cualesquiera que sean sus fuentes espirituales.

Nota

1. José Lezama I.ima: «Después de lo raro, la extrañeza» [1945], en su Imagen y posibilidad (1992), pp. 172-179. La cita en la última. Por su parte Jorge Luis Arcos, en su ensayo «La extrañeza de lo real. Poesía de Cintio Vitier», recogido en su libro Orígenes: la pobreza irradiante (La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994, pp. l 18-147), en la página 120, nos dice acerca del onirismo en la lírica de Vitier: «Lo onírico en su poesía no tendrá narra que ver con una manifestación, digamos, surrealista». 

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