Esta entrega de "En la loma
del Ángel" permitirá que nuestros lectores disfruten de los
textos de tres narradores cubanos: Arsenio Rodríguez Quintana, Roberto
G. Fernández y Amir Valle. Arsenio Rodríguez (La Habana,
1994) ha publicado cuentos, poemas, entrevistas, crónicas y comentarios
en revistas nacionales y extranjeras. Ganador del Premio Calendario,
su cuaderno de cuentos La caída y otros deseos (Casa Editora
Abril) fue publicado en La Habana en 1998. De ese cuaderno ofrecemos
tres relatos breves. Agradecemos a su autor el envío del mismo.
En cuanto a Amir Valle, gracias a una ferviente colaboradora (y de cuyo
nombre no nos queremos acordar), ha disfrutado últimamente de una
gran popularidad y renombre. No obstante ello, el lector encontrará
la información necesaria, previo a la lectura del fragmento de su
novela que aquí insertamos.
LA
LÍNEA DE SOMBRA
Para Alí
La leche en los senos de
mi madre tuvo su aliento único de suave privilegio entre mis dientes:
senos sobre mis labios gruesos femeninos como la saliva que va cayendo
entre el vientre y su pecho y recojo con mi lengua una y otra vez...
Las aves que vuelan en una línea curva me recuerdan siempre sus
caderas saliendo del agua con los pies muy húmedos y cubiertos por
una neblina de arena también húmeda.
De niña todos intentaban, al menos una vez, acariciarme el cabello,
eso se convirtió en asumir una actitud, en tratar de reconocerse
a sí mismos o reconocer el cariño que sentían por
mí, a través del espejo que le ofrecían mis cabellos
guiados por el tacto de sus dedos.
Nunca imaginé por qué la práctica de esta costumbre
me creó barreras en la comunicación. Ahora quizá pueda
entender apenas sus bordes.
Ellos no pensaban que acariciándome el cabello, también me
rozaban la frente, convirtiéndola en
una libre zona de elementos libidos, tan ajena a la inocencia propia de
mi niñez, y condicionada por el hecho de que en las niñas,
cuya sensibilidad sexual se instaura el mismo día de su nacimiento,
no pueden amar de otra manera que no sea corporalmente. Por eso, todo esto
tuvo su encanto.
Solo el tiempo me educó para saber diferenciar la profundidad de
una caricia. Por más de una década, más que una duda,
ha sido el elemento necesario para que yo tratara de encontrar un lugar
del silencio que me permitiese pulsar las vibraciones que ataban mi cuerpo
con estas escenas que no alcanzaba a comprender.
Ocultarme pasó a ser mi desnudez mayor, ocupando grandes espacios
de mi cuerpo.
Corriendo riesgos continuamente, ya que mi madre, cuando me sorprendía
en estos aislamientos inofensivos – como los califiqué después
– se asombraba tanto como si sorprendiera en un baile de máscaras
una palabra tratando de imitar en el aire el difícil gesto de una
mariposa: se ponía inquieta, anterior, distinta, quizá porque
se veía reflejada en las mismas reflexiones de su niñez.
Ella sentía cómo todo esto ayudaba a separarme del cangrejito
de la felicidad que me aguardaba, creyendo además que me aislaba
por sentirme inferior. Nunca pude explicarle que el esfuerzo que hacía
por estar sola no era por sentirme inferior, sino distinta.
En la tranquila soledad del closet de mi cuarto, yo hacía con la
tenue luz que penetraba entre la irregularidad filosa del marco, lo que
ellos no podían con toda la luz que caía en el balcón
y las conversaciones que sostenían. Además, era una forma
de recuperar a mi padre, que ya se había marchado de casa, pero
no de mis recuerdos.
Sola, reconocía mi independencia en la línea de sombra que
me separaba de las cosas materiales, de las cuales ahora no puedo apartarme.
Sola, era una vez más. Una conversación privada. El desdoblamiento
de una niña que intentaba hallar sitios adultos en su mente para,
desde allí, hacer añicos los cristales formados por mi timidez:
encerrada en un círculo donde imperaba la desconfianza contra la
jerarquía familiar ejercida con la fuerza del cariño.
La costumbre de refugiarme desarrolló una sensibilidad en mi carácter,
que revelaba nítidamente los menores índices de hipocresía
en cualquier persona que intentase falsamente demostrar cierta afección.
Sola, con mis fantasmas espirituales, llegué a ser una confesión,
una libertad escondida en algún sitio del pasado junte a una niña,
que ahora me ayuda a salir sin temor ante la responsabilidad que tengo
de elegir un camino sobre mis reflexiones.
OTRA
CARNE
Dormía desnuda después
que ambas habíamos limpiado el albergue, su desnudez la hacia más
inocente envuelta en el silencio y la calma. Aquel reposo estático
anterior a la comida formaba parte de la atracción diaria que generaba
su cuerpo al saber que su costumbre era desnudarlo bajo las sábanas.
El sueño va acompañado de esos jirones leves e inconscientes,
cuando se adormece la carne que va entre la carne. Este modesto trastorno
de posiciones y la corta longitud de pliegues de sábanas que tenía
so-bre el pecho y el cuello hizo que un seno saliera sin pudor de la tela.
Esto tiene que haber ocurrido otras veces porque apareció sin timidez
en su naturaleza.
Las pasiones son bellas en tanto que permanecen inconfesables y malditas.
Yo intentaba concentrarme
en la lectura pero los matices bronceados del pecho y el cuello formaban
un contraste notable con la democracia pálida de aquel seno ondulado
y pasivo. Nunca había podido observar con tanto detenimiento un
seno. El seno marginado y sublime reproducía su rostro en mármol
y sin párpados, daba una idea exacta de la esbeltez de sus nalgas
tapadas, risueñas y tranquilas en su respiración. El pezón
reposaba sobre su círculo con el sostén que genera el equilibrio
de esa carne débil capacitada solo para el tacto húmedo de
la lengua. Entre la aureola carmelitosa del pezón y las líneas
de su masa adiposa se cierra parte de su magia como la del caracol sobre
su oído. No deseaba tocarlo, sería un crimen desdibujar con
una caricia la forma de algo que ha condicionado toda una cultura contemplativa
con el carácter de sernos necesaria, útil por el placer que
representa. No miré con odio ni recelo, no deseaba competir, competir
entre mujeres es ser tonta heredera de Safo. Había algo perdurable
en su seno que lo hacía alcanzar su eternidad. Es como estar en
el seno de Dios. Su belleza sobrevive ahora bajo cualquier blusa sin sostén
y no sé la razón, este resto de fe no está en mi poder.
LA
CAÍDA
Hay formas en que suelen
estar encuadernados los recuerdos con nuestras emociones, que a pesar del
ángulo en c¡ue se intente meditar sobre ellos para evitar
su salida, se niegan a permanecer ocultas e inmóviles en un punto
del pasado cargados de mutismo. Tienden a salir bajo cualquier pretexto.
La caída que ya dura seis años en mí, la recuerdo
como un golpe que nos teje el movimiento sobre ciertas costumbres.
Esa tarde Fina y yo jugábamos entre las literas. Hubo un momento
en que quise acumular energía para otro juego de emociones.
Ella no se percató y, aprovechando que no la estaba mirando, comenzó
a acercarse para empujarme con un suave toque. Yo estaba desequilibrada
con un pie en el aire y el otro aguantando mi peso debajo de los muslos,
los brazos los tenía ocupados sacándome una blusa negra sin
mangas que me ponía después del almuerzo. En esta posición,
caí al suelo.
Mientras fui cayendo todo pareció distinto, la litera barnizada
con ese color beige se fue poniendo verdiamarilla con la gravedad del vuelo.
Esto me creó tantas dudas, que no supe diferenciar si era yo la
misma que estaba cayendo, o la otra que un rato antes, jugaba.
El dolor no fue tan importante como el hábito que conservé
en lo adelante de estarme mirando los
senos cada vez que me desnudaba ante las aguas de cualquier espejo y de
mirar los de cualquier amiga que estuviera cerca cambiándose, incluso
pasados los años, reconozco que esa costumbre ha marcado mi carácter.
Pienso con severidad que la belleza de una mujer comienza y termina ahí.
La cicatriz es la huella que ha quedado en mis senos después que
extirparon los nódulos. Ella es en realidad quien ha durado años
y no envejece con el desgaste que proporciona el tiempo en el camino. Porque
los senos de una joven de quince años son más importantes
que un puente, y un puente en mi provincia es como un labio, la ciudad
de los puentes. Los senos uno se los ve crecer buscando un color mientras
los ampara la adolescencia en esas dudas.
La caída fue el final de mi forma anterior. Ayudó a concentrar
mis recursos eróticos de plena adultez, apenas la adolescencia.
Gustarán. Volverán a ser realmente bellos como dice la doctora,
me pregunto con frecuencia.
A veces quisiera que la huella se convirtiera en el lunar de Sayoko la
japonesa, para que salga de mí sin dolor como la piel de un frijol
asado resbalando sobre mis dedos.
Pero la realidad no complace a la ilusión como el sueño a
mi cuerpo. Solo queda la esperanza de que algún hombre vea la señal
en mis senos que sus ojos buscan para salir de su cuerpo.
EN
LA OCHO Y LA DOCE
se titula la nueva novela
de Roberto G. Fernández, y con la cual la conocida editorial Houghton
Mifflin ha
iniciado una nueva colección: Nuestra visión: U. S. Latino
Literature. Roberto, quien se desempeña como profesor de literatura,
ha publicado: Hola Radishes! (1995) y Raining Backwards (1988).
Con un incisivo y desmistificador sentido del humor, esta vez Roberto vuelve
a explorar las ambigüedades del significante (magníficamente
sintetizado en el título de uno de los capítulos: "Wrong
Channel") cuando éste se origina, a su vez, en la con-fluencia de
culturas diferentes. El carácter carnavalesco de estas páginas
inducen tanto a la risa como a la reflexión. Así, Gustavo
Pérez-Firmat no duda en apuntar que la novela "is at once hilarious
and humane, cockeyed and compassionate", mientras que Doris Sommer adelanta
a los potenciales lectores de Roberto que ahora verán "that he is
also brilliant and subtle when he indulges in the contagious contrapunteo
between Spanish and English". Estamos seguros que ésta correrá
la misma suerte que las novelas anteriores de Roberto: la lectura voraz
y agradecida de sus innumerables amigos y lectores.
Wrong
Channel
Mima esperaba impacientemente
a su amiga, que la iba a llevar en carro, y el sudor le resbalaba de las
cejas hasta la taza de café, la tercera que tomaba. Iba hacia la
cocina cuando oyó los ronquidos del viejo Impala de Barbarita.
- Por fin llegas - le gritó
Mima desde el porche.
- ¡Es que esta máquina
no quería arrancar!
Mima
se subió, acomodó el espejo retrovisor, y se puso suficiente
rouge en las mejillas para darse un aspecto más saludable. Quería
causar una buena impresión al doctor que le iba a aprobar los certificados
médicos para su tarjeta de inmigrante. Camino al hospital Jackson
Memorial, Barbarita le habló de un posible trabajo de auxiliar de
maestra.
Cuando la enfermera finalmente
llamó, Mima tropezó tumbando todas las biblias y las Selecciones
del Reader's Digest.
- Lo siento señora,
pero usted no puede pasar - le dijo la enfermera a Barbarita cuando ésta
quiso entrar con Mima.
- Yo soy la intérprete
- respondió la políglota.
- No good - dijo el médico
haciendo un gesto de preocupación mientras entraba con los rayos
X de Mima. Luego el doctor le dijo a Barbarita:
- Pregúntele si ha
tenido TB.
Barbarita se volvió
hacia Mima: - Pregunta que si alguna vez has tenido un televisor.
- Dile que sí, pero
en La Habana. No en Miami. Pero mi hija sí tiene un televisor aquí.
Barbarita miró al
doctor y tradujo: - Ella dice que tuvo TV en Cuba, no en Miami, pero que
su hija tiene TV aquí.
- En ese caso tendremos
que examinar a su hija para ver si también tiene TB.
Barbarita le tradujo a Mima
otra vez: - El doctor dice que necesita examinar el televisor de tu hija
para ver si funciona, de lo contrario no te van a dar tu tarjeta de inmigrante.
- ¿Para qué
va a examinar el televisor? - le preguntó Mima, abismada.
- ¿Cuántas
veces no te he dicho Mima, que aquí necesitas comprar un buen TVP
- le espetó Barbarita -. ¿O es que no te has dado cuenta
que ahora vivimos en los Estados Unidos?
Sabiduría
- Barbarita, ¿cómo
es que estás de tícher assistan?
- ¡Es que la semana
pasada me gradué de la Escuela Normal!
- ¿De qué
anormal?
- No anormal. De la Normal
de Manguito.
- ¿Y qué es
eso?
- Mira, mi amiguita, déjame
explicarte. Me enteré la semana pasada que se había abierto
un puesto de tícher assistan en el elementary de la esquina y lo
solicité.
- ¿Pero pa' eso no
se necesita ser maestra?
- Mira, mi cielo, déjame
explicarte que en este país todo es posible. The land of opportunity,
honey! ¡Y a mí las opportunities no se me escapan! He tenido
un día muy agitado. Me pudieras traer un poquito de café
pa' coger energía y seguirte el cuento. ¡Me lo haces fresco,
no café recalentado!
- En esta casa no se le
da café recalentado a las visitas. Aquí tienes, y con espumita
como a ti te gusta.
- Bueno, siéntate,
para que te enteres. Pues entregué mi solicitud, aquí se
dice application, y le dije a
la americana que yo estaba capacitada y que había sido maestra en
my country. Country es país en inglés. Me pidió el
diploma y yo le dije: «Sorry pero no lo pude traer de allá.Vine
en balsa». Entonces me pidió alguna prueba y ay de mí
corazón, se me vino el cielo arriba, pero tú sabes la luz
natural que yo tengo y San Guiven me iluminó y le dije: «Ai
bringui tumoro». Eso quiere decir que se lo traía al otro
día. Imagínate, llegué a la casa vuelta loca, pensando
que en qué lío me había metido. Chica y con tan buena
suerte que Migdalia, la mujer de Pepe el dueño del grocery, se me
apareció en la casa.
- Pero, ¿Migdalia
se murió?
- ¡No, mi ángel,
no está muerta! Le conté mi problemita y ella me dijo que
un señor que ella conoce era conserje de una normal de allá.
- ¿Qué es
una normal?
- Chica, una normal es como
una fábrica de maestros. Bueno pa' serte sincera yo hasta ese momento
no sabía qué era una normal. Resulta que este hombre se había
robado los cuños oficiales de esa normal.
- ¿Y qué pasó?
- Niña, qué
poca paciencia tienes. De niña, tú habrás sido hiperactiva.
Es una palabrita nueva que aprendí en la school. Bueno llamé
al hombre y en seguida me pidió referencias. Le di la de Migdalia.
Pa' hacerte corto un cuento largo, pues aquí nadie tiene time ni
pa' hacer caca, fui a verlo y le expliqué el problemita que tenía
y me dijo: «No problem! ¿Qué quiere ser: bachiller,
maestra normalista, sicóloga, doctora en pedagogía? Si quiere
el de doctora tengo que llamar a mi amigo Rigo. No tengo ese cuño.
Rigo tiene el de doctora, sicóloga y otorga ciudadanía cubana
a extranjeros.» «Bueno, ¿y qué tengo que hacer?»
le dije yo. ¿Sabes lo que me respondió?
- ¿Qué?
- Nosin, nada. Suélteme
cinco Jacksons. Mire, el de maestra normalista lo tengo en special esta
semana. Con el cuño oficial, los sellos del timbre y la jubilación
del maestro le va a salir en cien dólares cash, ¡no credi
car plis! Yo le dije que sí con la cabeza y entonces se aparecieron
tres hombres, dos del traspatio y el otro del cuarto de baño. Resultó
ser que eran los testigos y el notario. Todo fue muy legal. Los testigos
juraron ser compañeros míos del curso del año 40 en
la Normal de Manguito, y yo juré ser primer expediente y con la
misma el normalón, que así yo le puse, descargó el
cuño contra el pergamino.
- ¿Qué es
un pergamino?
- Tita, vas a tener que
leer más. Ser más culta como yo. El pergamino es un papel
viejo pa' poner el cuño, pa' que luzca más bonito. En seguida
los testigos firmaron y el notario le puso su cuñito, te digo cuñito
porque el otro fue un cuñón.Y aquí me tienes mi amiguita
hecha toda una normal. Hoy mismitico fui a Gilbertico's Photo Studio y
me sacó una ampliación de 16 x 20. Me retraté vestida
con una bata larga negra y un sombrerito cuadrado de lo más mono,
sosteniendo un libro en la mano derecha.
- ¿Y qué libro
escogiste pa' la foto?
- Mira que eres curiosa.
Un libro azul muy bonito de recetas de Nitza Villapol. Pero le viré
la portada pa' que nadie lo viera. Oye, no es que se me haya ido la graduación
a la cabeza, pero todos en la casa ya me dicen la normal Barbarita.Yo les
expliqué que ser normal es casi como ser doctora, como cincuenta
dólares más barato, eso es todo. Déjame decirte que
para el año que viene me hago doctora y hasta quizás aspire
al puesto de esa tícher. ¿Qué te parece si abres una
botellita de sidra pa' celebrar?
- Déjame ver si me
queda una.
- Sí, tienes una
detrás del galón de leche, le vi el pico hace un rato cuando
abriste la nevera. Estaba ahora mismo pensando que si te embullas te haces
normal igual que yo y pa' el año que viene, cuando ya yo sea doctora,
abrimos una academia, algo así como Barbarita and Tita's Academy
School For Normals. Le ponemos el nombre en inglés pa' que sepan
que somos bilingües. Bueno mi amiguita tú no me tienes que
tratar de normal ni na', pa' ti yo siempre voy a ser la Barbarita González
que conociste en la escuela de corte y costura de Matanzas. Bueno tengo
que irme que Manolo está al llegar del trabajo. Antes de que se
me olvide, ¿te dije que me compré un Falero lindísimo?
- ¿De qué
color?
- Es azul oscuro y blanco.
- ¿De qué
año?
- No sé de qué
año. Debe ser de este año.
- Yo estoy convenciendo
a Ramiro para comprar un sonderber de paquete, ¡con power stearing
y cristales calobares!
- Tita, un Falero es un
cuadro. ¡Qué va ya se nota la diferencia cultural entre nosotras!
¡Tienes que hacerte normal!
- ¿Has sabido algo
de Mima?
- Mira, no me hables de
esa gente. Con todas las veces que la llevé al Jackson y le serví
de traductora con lo de la green card, y no tuvo la delicadeza de invitarme
a la fiesta de la hija. Bueno, Tita, pa' qué hablar de temas desagradables
cuando hoy estoy tan contenta.
- ¿Sabes quién
anda perdida?
- ¿Quién?
- Nelia López, la
vieja que vivió en la casa verde de la esquina, la que era amiga
de tu mamá. La última vez que la vieron iba con Mike, el
nieto, pa' Key Biscayne. El nieto dice que no es así, que la última
vez que vio a su abuela iba para Dadeland Mali con Samy. Te apuesto que
tenía una buena póliza de seguros y la liquidaron. Además,
qué casualidad que la hija mandó a hacer una piscina y está
más fresca que una lechuga.
- ¡Tita, que mal pensada
eres! Seguro que se metió en casa de alguien y se quedó dormida.
- Bueno, será como
la bella durmiente, pues hace más de un mes que desapareció.
- Ahora sí que me
tengo que ir. ¡No me llames de ocho a nueve que estoy viendo el último
capítulo de la novela!
Hologramas
Jimena miró el papel
con la dirección y retrocedió al darse cuenta que se había
pasado del lugar marcado con un círculo en el arrugado plano. Había
tomado el bus temiendo que el carro que había alquilado en el aeropuerto
terminara rodando por una calle de Cartagena, o que tomara la salida equivocada
de la autopista y fuera la víctima de un ladrillazo en el parabrisas.
Jimena era muy precavida.
Reconoció los olores
de su juventud: el aire salado con aroma a naranja agria, el olor a sofrito
y manteca, a café recién colado. Respiró lo menos
profundo posible, temiendo que el aire la hiciera engordar. Jimena no le
había avisado a su madre que venía. Éste era un viaje
de negocios y no de placer. Además, la atormentaba con sus constantes
preguntas indiscretas, y había comprado el pasaje de regreso a Boston
para esa misma tarde.
Se detuvo en la frutería
y pidió un batido de guanábana. Bebió dos sorbos y
tiró el resto. Se le había olvidado el sabor de la fruta,
hubiera jurado que tenía un gusto más parecido a la pera.
Continuó caminando y se sorprendió al ver tantos papeles
sucios tirados por la acera que al caminar crujían bajo sus pasos
como hojas de otoño. Leyó el número en la puerta y
lo verificó con el del papel. Tocó. Abrió la puerta
una mujer de figura de reloj de arena, de cejas espesas, grandes ojos color
miel, y un lunar movible que esta vez se había posado en su mejilla
izquierda. Tenía las uñas más largas que la mitad
de una falange y cada una pintada en un diseño geométrico
diferente. A los pies del escritorio dormía un perro viejo que soñaba
con huesos de jabalí.
Al entrar, Jimena tropezó
con el escritorio y el perro gruñó.
- Tranquilo, Yaguajay. Sigue
durmiendo, baby - dijo la mujer de las uñas largas.
- Buenas, tengo la cita
de las diez. Mi nombre es Jimena Pardo, pero llámeme Jean.
- Jennifer, Jennifer López,
la nueva gerente general de Quiba Na' Khan, para servirla. ¿Se le
ofrece algún refresco o una tacita de café?
Jean la detalló.
Pensó que sus piernas eran demasiado gruesas para aquella minifalda
que le daba aspecto de empanada sobrerrellena.
- No, gracias. Me acabo
de tomar un batido de guanábana.
- ¡Qué sabrosa
la guanábana! Es mi fruta favorita. Jennifer se pasó la lengua
por los labios.
Jean no respondió
y su anfitriona cambió de conversación.
- ¿Qué edad
tiene su mamá? - preguntó.
- Setenta y cinco o setenta
y siete.
- ¿En buena salud?
- Sí, aunque achacosa,
pachucha y olvidadiza.
Jennifer iba apuntando en
una libreta con portada de Elvis Crespo.
- Bien - respondió
Ms. López -. Su madre es la candidata ideal para disfrutar de la
vida en nuestras comunidades. Aquí tiene nuestros folletos y catálogos
y después le paso el video.
Jean comenzó a hojear
y leer.
- ¿Me podría
explicar el Plan V?
- Con mucho gusto. Para
el Plan Victoria necesitamos que nos envíe fotos de sus abuelos,
bisabuelos, primos, tíos, amigos íntimos y de su papá,
si es que ya ha fallecido.
- Papa murió en un
accidente automovilístico.
- Cuánto lo siento
- expresó Jennifer con falsedad -. Entonces nos incluye la foto
de su papá también, y de todas ellas hacemos unos hologramas
que proyectamos en la habitación de su mamá para que se sienta
acompañada. El siguiente paso es escoger de nuestra lista de pueblos
y ciudades...
- Ella es de Matanzas City.
- Déjeme ver un momento
en la computadora.
- Jennifer apretó
una tecla y luego trató de rescatar la uña que había
quedado presa en una de las ranuras del teclado.
Jean la observó con
desconcierto.
- Se ha puesto dichosa.
Si mira en el plano, en el edificio L, en el ala derecha se escenifican
lugares de importancia de esa ciudad que, sin duda, su mamá ha de
recordar: la Antigua Plaza de Armas, la Iglesia de San Pedro, el parque,
el Castillo de San Severino, el Callejón de Jáuregui, el
Teatro Sauto y el Puente de La Concordia. ¿En qué calle vivía
su mamá?
- Creo que primero vivía
en la Calzada de Tirry y después en la Calle San Rafael #93, esquina
a San Ignacio.
- Pues si quiere puede mandar
a escenificar una de esas calles y sustituirla por el teatro y el callejón.
Estos cambios elevan el precio del plan. Se lo digo en caso de que así
lo quiera para que luego no haya malentendidos.
- ¿Y puede hacer
hologramas de mi esposo y mis hijos? Y así no tenemos que venir
a visitarla tan a menudo.
- Sin ningún problema.
Es más, se lo iba a sugerir ya que usted vive tan lejos. Le podemos
confeccionar unos hologramas interactivos que pueden entablar conversaciones
con ella. Claro que las conversaciones son repetitivas y están limitadas
a tres, pero con el tiempo ella ni se dará cuenta. Imagínese
qué ilusión cuando se aparezcan sus nietos y le hablen. Además
podría sincronizar la aparición de estos hologramas. Por
ejemplo, por la mañana usted, por la tarde sus hijos y por la noche
usted
y su esposo.
- Me parece una idea estupenda.
Mire, por casualidad aquí en la cartera llevo fotos... se las muestro.
Ésta es de mi fiesta de quince y ésta otra es de mamá
con un grupo de amigas un día de picnic en El Farito. La mujer que
tiene la equis sobre la cara es Mima, no la incluya en los hologramas porque
mamá se peleó con ella, no sé por qué, pero
si se le aparece es capaz que le dé un infarto. Ésta es de
papá y ella hablando frente a la ventana de su casa allá
en Matanzas City, y la mujer que se ve en el fondo es mi abuela.
- Great! ¡Fantástico!
- Cuando regrese a Boston
le enviaré más fotos.
- Pero recuerde que mientras
más hologramas produzcamos más caro será el plan.
El plan básico
son seis, el deluxe hasta 24. También en el deluxe su madre podrá
conocer a sus personajes favoritos de la historia, el cine o la televisión,
y viajar a otros pueblos y países. Por ejemplo, podemos programar
para que se le aparezcan Cristobal Colón, Celia Cruz y Carlos Gardel.
Y si a su madre le gusta viajar a lugares exóticos, el Pabellón
de Israel queda a sólo ocho cuadras del Edificio L. Generalmente
lo que hacemos es un cocktail, lo que se llama un «mixer»,
donde la autora de sus días conocerá a residentes del Pabellón
de Israel. Una vez que se conozcan se extienden invitaciones. Entonces
aborda un simulador de vuelo y tal parece que va por los aires hacia Israel.
Allí la mantenemos por un par de horas atendida por expertas aeromozas,
y una vez «llegue» se le hace una recepción y se le
lleva a diferentes sitios históricos dentro del pabellón
como la Mezquita Azul, el Muro de las Lamentaciones, el pueblecito de Belén,
y podrá hasta ver al Niño de las Aguas predicando en el templo.
No solamente conocerá otro país sino que hará buenas
amistades que ella podrá invitar a su Matanzas City querida, y así
se estrechan los lazos de amistad y solidaridad entre los pueblos.Yo personalmente
escogería el deluxe porque es el más completo.
- ¿Y el costo? -
Jean arqueó las cejas.
- Hay varios planes de pago.
Tiene que pagar una cuota de iniciación y luego una mensualidad,
o pagarlo en dieciséis pagos de igual cantidad. Si su madre nos
hace los beneficiarios de su póliza de seguros, en ese caso, usted
no tendrá que preocuparse de nada, y si además nos endorsa
el cheque del seguro social no tendrá que pagar la cuota de iniciación.Y
ofrecemos financiamiento a través del Ocean Bank. Lo importante
aquí no es el dinero sino el peso que se quitará de encima
sabiendo que su mamá está bien atendida gozando de una vejez
como la soñó Martí.Y en caso de que fallezca, y si
así lo desea usted, la enviaremos a ser sepultada en Matanzas City
sin ningún costo adicional.
- Me parece que voy a seleccionar
el plan deluxe porque a mamá le fascinaba viajar y le encantaba
escribir poesías de los lugares que visitaba. Pero, primero, tengo
que hablarlo con Mike, mi esposo, cuando regrese a Boston.
- Mire, déjeme ponerle
el video para que vea el pabellón y el tipo de comunidades que ofrecemos,
así como los pabellones adyacentes. Los otros pabellones en operación
son: el de Colombia, Puerto Rico y México y en planificación
el de China, Irlanda, España y República Dominicana.
Jean se sentó y se
zafó la trabilla de los zapatos y procedió a tomar apuntes
sobre el video mientras Yaguajay ahora soñaba con huesos de avestruz.
Cuando terminó con el informativo, apretó el botón
y puso el video en su caja. Entonces se abrochó los zapatos, se
alisó el vestido, y se aseguró de que el pasaje de regreso
aún estuviera reposando en el fondo del bolso. Buscó a Jennifer
para despedirse y al no encontrarla supuso que estaría en el baño.
Esperó unos minutos, y en vista de que no aparecía, se marchó.
Caminaba hasta la parada
de autobuses y al pasar frente a la ceiba de la Calle Ocho y la Avenida
Doce se detuvo a ver a los creyentes con sus ofrendas. Jimena lanzó
tres monedas que cayeron al pie del árbol, miró el reloj,
y se apresuró para no perder el bus.
PUBLICAN
EN ESPAÑA NOVELA DE AUTOR CUBANO
Luego
de obtener en Alemania un importante premio de Novela, la editorial Malamba
inicia su colección de Narrativa Cubana con Las puertas de la
noche, de Amir Valle
Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, Crítico Literario y Periodista.
Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)
y la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Ha obtenido los
más importantes premios literarios del país, destacándose
en los últimos dos años el Premio Nacional Razón de
Ser de Novela 1999, el Premio Nacional José Soler Puig de Novela
1999 y el Premio Nacional La Llama Doble de Novela Erótica 2000.
Ha obtenido importantes premios literarios en Colombia, México y
Alemania en los géneros de novela y ensayo y ha sido finalista del
Premio Literario Casa de las Américas en tres ocasiones: en cuento
(1994) y en testimonio (1997 y 1999).
Ha publicado los libros Tiempo en cueros (Cuentos, 1988), Yo
soy el malo (Cuentos, 1989), En elnombre
de Dios (Testimonio, 1990), Quiénes narran en Cienfuegos (Ensayo,
1993), Ese universo de la soledad americana (Ensayos, Colombia,
1998), Ciudad jamás perdida (Novela, Suecia, 1998, traducida
al sueco), La danza alucinada del suicida (Cuentos, Sanlope, Cuba
1999), el libro de testimonio Con Dios en el camino (CantARABIA,
Siria, 2000, traducida al árabe), Manuscritos del muerto
(Cuentos, 2000) y Brevísimas demencias: la narrativa cubana de
los 90 (Ensayos, 2001).
Tiene en proceso editorial en España su libro Habana Babilonia
o Prostitutas en Cuba (editorial Bibijagua, Madrid), en Canadá
su novela Si Cristo te desnuda (traducida al francés) y por
editoriales cubanas sus novelas Si Cristo te desnuda (Premio José
Soler Puig 1999) y Muchacha azul bajo la lluvia (Premio de
Novela Erótica La Llama Doble 2000). Por Altavista.com (Miami) saldrá
proximamente su ebooks Brevísimas Demencias: la narrativa cubana
de los años 90.
Como crítico ha seleccionado y prologado las antologías Los
muchachos se divierten (en colaboración con Senel Paz, 1989), El
ojo de la noche, (de narrativa femenina cubana de los años 90) de
reciente aparición por Letras Cubanas, Otras brevísimas demencias.
El cuento latinoamericano de los años 90 (de próxima aparición
por la Editorial José Martí), Dios y el Diablo en la tierra
del sol (del cuento cubano de los 90) que aparecerá en el 2001 en
Uruguay, y Té con limón (de cuento erótico escrito
por mujeres).
Cuentos suyos han sido publicados en numerosas antologías y revistas
en Cuba y países como España, Francia, Portugal, Italia,
Colombia, México, Estados Unidos, República Dominicana, Puerto
Rico, Argentina, Uruguay y Chile.
En 1999 asistió como invitado al Primer Congreso de Nuevos Narradores
Hispánicos, celebrado en la Casa de América, en Madrid, adonde
asistió un importante grupo de los más destacados narradores
del continente americano.
Ha participado en calidad de jurado en los más importantes concursos
y eventos literarios del país. Ha sido invitado e impartido conferencias
en universidades e instituciones culturales de Cuba, España, México,
Puerto Rico y República Dominicana.
Fragmento
de Las puertas de la noche
Amir
Valle
Marqués
sí es un periodista de los buenos, teniente, y si le estoy contando
todo esto es porque él me llamó y me dijo que con usted podría
hablar sin miedo aunque fuera policía. Yo sé que está
escribiendo un libro. Muy duro por lo que me leyó una tarde ahí
mismo donde usted está sentado. Marqués se ha metido en todos
los lugares donde se lucha la vida de este modo: desde La Tropical, donde
las rubitas desteñidas y las negras le fajan a los músicos
de las orquestas que viajan, hasta esas jineteras de chancleta de avenida
cincuenta y uno que ya están cobrando en pesos. Hace unos días
lo vi entrevistando a una Faraona en el Cohiba. ¿Faraona? Imagínate
cómo serán que en toda La Habana hay cinco nada más.
Han tenido la suerte de casarse con millonarios de verdad, de los que se
bañan en plata, y en vez de irse del país le han pedido a
sus Pepes quedarse en Cuba administrando el negocio. Reúnen cincuenta
o cien muchachas, seleccionadas todas, y además de lo que ellas
puedan conseguir, le pagan un salario semanal. Por supuesto, cada una tiene
que entregar al mes una cifra de dinero que ella acuerda según la
zona en que van a trabajar y para que cumplan el acuerdo, en esa zona le
pasa su dinerito a varias gentes: un carpetero, un portero, un policía,
una tendera, depende. Y también están los chulos: cada uno
de ellos recibe un salario por controlar a diez o doce putas. Y lo más
cómico es que a las Faraonas nadie las conoce y muchas jineteras
piensan que es el chulo quien las explota porque ni se imaginan que detrás
del tipo haya una mujer. ¡Y qué espuelas tienen! Por eso yo
ando sola. No, aunque parezca de quince, tengo dieciocho. ¿Tú
crees que este cuerpo es de una niña? Bueno, por la cara sí,
todo el mundo me lo dice. ¿Ves? Esa es una de las cosas que dicen
de nosotras, las jineteras, que no me cuadran nada: yo me metí a
esto porque estoy cansada de vivir como una indigente. Tampoco hay que
tapar el sol con un dedo. Yo estoy en la universidad, tengo una buena casa,
y todo eso. Los que dicen que aquí todo está malo están
jodidos porque es mentira, pero hay otras cositas que fastidian y te van
obligando y llevando a lo que tú nunca pensaste hacer. Por ejemplo:
¿Sabes que estuve casi seis meses bañándome con un
poco de médula de henequén que conseguí en Cienfuegos
con un amigo? Y no sé cuántos trapos me puse cuando me caía
la menstruación. Fíjate que tuve que pagarle a una mujer
medio loca que iba mucho por mi barrio para que me buscara trapos por donde
estuviera. Ella me los traía, yo los lavaba, los hervía y
los cortaba en cuadritos para ponérmelos cuando me tocaba la regla
porque a mí los chorros de sangre me corren más que las cataratas
del Niágara. Aunque parezca duro -- porque hace unos años
yo me desvivía por esto y cuando lo del Mariel partí unas
cuantas cabezas de gusanos -- mi problema es que estoy harta de que me
pidan austeridad, principios, dignidad, y resistencia, pero a mi madre
le dio una isquemia y la realidad, la dura verdad, es que aquí las
cosas se han puesto negras por el bloqueo y toda esa mierda que se sabe
y ella no se me va a morir de hambre. Le pasan un dinerito por seguridad
social, pero no alcanza. Yo estoy estudiando y en su estado hay que comprarle
medicinas y alimentarla bien y eso cuesta. No, no conozco a ningún
Manín. ¿Un chulo? Imagínate, hay tantos. Sí,
soy de La Habana. En Maternidad de Línea me trajo al mundo esa viejita
que tú ves allá atrás, perdida sabe dios en qué
lugar, porque desde la isquemia ni siquiera me reconoce. Te decía
que estoy en primer año de psicología y esa vieja que tú
ves ahí, que era profesora universitaria, graduada de filosofía
y letras antes de la Revolución gracias a que mi abuela cosía
zapatillas y mi abuelo era vendedor ambulante, pues esa vieja me enseñó
desde chiquita el francés, el inglés y el italiano. A la
perfección, ¿quieres que te lo demuestre? ¿Que cómo
me las arreglo sola? Es difícil, porque más de una vez he
tenido que agarrarme de los moños con alguna que ha querido echarme
de su zona o quitarme a un yuma. Ahí es cuando saco a Jaime. ¿Jaime?
Te voy a hacer la historia, breve para que no te aburras. Una noche estaba
sentada frente al Hotel Nacional y llega un policía y me pide el
carné de identidad y cuando lo busco me doy cuenta de que se me
había olvidado. Yo soy quisquillosa con eso del carné, pero
esa vez se me quedó y el tipo ahí, creo que era un capitán
porque tenía cuatro estrellitas y mi padre es del ejército
y creo que también tiene cuatro. ¿Mi padre? Es capitán
de una unidad de tanques y un tronco de hijoeputa que peor hay que mandarlo
a fabricar. Pues el tipo se bajó de una patrulla que venía
despacito, como buscando una presa y se paró justo delante de donde
yo estaba. El otro, el que manejaba, se quedó en el carro, mirando,
con una cara que enseguida supe que iba a tener problemas. El que me pidió
el carné estaba esperando, con una media sonrisa, quizás
pensando que yo estaba haciendo como quien busca y puedo jurarte que en
ese momento no pensé que había dejado el maldito carné
encima de la coqueta, como vi después, cuando regresé a casa.
Le dije que se me había quedado y entonces el tipo me dice que tenía
que acompañarla y ahí fue cuando me ericé: si me llevaban
a la unidad, me ficharían y hasta ese momento yo estaba limpia.
Comencé a rogarle y él que no y yo a pedirle por su santa
madrecita y él que no y el otro a reírse bajito, que yo lo
veía, y las lágrimas a salírseme y el otro riéndose
y el policía diciéndome que no había marcha atrás
y yo a decirle que él también era cubano y seguro también
tenía que luchar, que por su madre me dejara ir. ¿Eres jinetera?,
me preguntó a bocajarro y sin pensarlo dije sí y entonces
me dijo: entonces podemos llegar a un arreglo y me tomó de la mano.
El otro había salido del carro y abría la puerta para que
yo entrara. Arrancaron y se iban riendo, como si nada hubiera pasado y
aún yo no estuviera detrás, con los mocos del llanto afuera.
Parquearon en una casita, cerca del Malecón, muy cerca de la Oficina
de Intereses de los Estados Unidos y otra vez el capitán, que ya
supe lo era porque el otro se dirigió a él así varias
veces, volvió a tomarme de la mano y me entró a la casa.
¡Desnúdate!, me dijo cuando cerró la puerta. Era una
sala grande, con macetas de plantas en las cuatro esquinas y jarrones de
mucho lujo y un multimueble con televisor de color y grabadora y video
y una camarita que estaba de frente al mueble grande, un sofá-cama.
Cuando volvamos te queremos como tu madre te trajo al mundo, putica; eso,
si no quieres pasarte la noche en la unidad y que te fichemos como jinetera,
dijo y se perdieron por una puerta que conducía a lo que me pareció
una cocina, al fondo de la casa. Si te digo que estaba asustada es poco,
estaba cagada. Y mira que ya me había encontrado en situaciones
extremas. Pero siempre había sido con extranjeros y porque yo lo
había buscado. De todos modos, me dije que aquel cabrón seguro
quería cogerme el culo y, aunque no me gustara y seguro nada pagaría,
uno más en la lista no tenía nada que ver. El tipo seguro
tenía un rabo igual que cualquier otro hombre, porque convencida
estaba de que no me encontraría con un rabo mutante, lleno de espinas
en vez de venas y con una púa en vez de un glande. Me desvestí
y esperé. Unos minutos después volvieron los dos. Desnudos.
El que manejaba el carro tenía el rabo más grande y gordo
que había visto en toda mi vida de puta. Después de aquello
no he visto uno como aquel. Debía llegarle casi a la rodilla. El
del capitán era una lombricita de tierra que apenas pude ver mientras
se dirigía hacia el multimueble. Encendió la cámara
de video, prendió el televisor y aparecimos los tres en pantalla,
desnudos, expectantes, mirando hacia el aparato. No dijo más nada.
Vino hacia mí y me tiró bocabajo en el sofá cama hundiéndome
la cabeza con fuerza en el hueco que hay junto al brazo del mueble y me
metió su rabito que ya estaba algo crecido, pero seguía siendo
la misma mierda. El otro se sentó en aquel mismo brazo, colocando
sus pies con tremenda peste a sicote a cada lado de mi espalda y volvió
a empujarme la cabeza hacia abajo, esta vez con una fuerza que casi me
ahoga. Logré meter la nariz en el espacio que hacían las
costuras del damasco justo en la parte inferior del brazo del mueble y
logré respirar un poco. El capitán se movía lentamente,
metiendo y sacando su lombricita de mi vagina, mientras agarraba con una
de sus manos el rabazo del otro tipo y lo lamía con una fruición
de mamalona vieja. Pude verlo así, pasando la lengua por aquella
tremenda cabeza morada, una vez que pude levantar algo la cabeza y ladearla
para tomar un poco más de aire. Un rato después sentí
que me halaba por una de las piernas y me hizo ponerme en cuatro patas
encima del sofá. Volvió a meterme su lombriz que no había
modo que creciera, aunque estaba dura como un palito seco. Lo sentí
soltar un bufido de dolor y luego varios, acompasados, de placer, mientras
se movía a mis espaldas. Cuando volví la cabeza, vi que el
otro lo estaba clavando y te puedo jurar que entonces pensé que
aquel capitancito maricón era una loca vieja, solapada con sus estrellas
de policía, pero loca y de experiencia porque hasta yo me asusté
cuando le vi la mandarria al otro y el culo del capitán se la estaba
tragando como si fuera un churro de esos que venden ahora por ahí,
que son chiquiticos y flaquitos y que no llenan a nadie aunque se coma
un camión. Menos mal que el capitancito era celoso con aquella mandarria
y no quiso que el otro me la sonara a mí, porque estoy segura de
que vería las estrellas. Ya tengo bien aprendido que soy de vagina
corta y cuando me encuentro a un yuma con un miembro más o menos
grande me las agencio para sacársela antes de que me la cuele completa.
Son mañas de vieja puta, ya ves. Y para no seguirte aburriendo,
que te veo revolviéndote en la butaca como si quisieras irte, te
diré que cosa de un minuto después sentí que el capitán
se movía sobre mí desesperado y comenzaba a bufar como un
buey y el otro también comenzó a bufar y se vinieron casi
al mismo tiempo. El rabito del capitán se encogió y se salió
solo de mi vagina y lo sentí separarse y tirarse al piso con el
otro y cuando miro, lo veo otra vez lamiéndole la macana al muchacho,
que tendría unos veinte años y tenía cara de recluta.
Pedí permiso para ir al baño y me miró con cara de
quien grita no interrumpas, puta y volvió a lo suyo. El muchacho
tenía los ojos cerrados y parecía estar en el limbo: le gustaba
mucho que se la mamaran al muy cherna. Aproveché y recogí
mi ropa y me colé en el baño. Me lavé y salí
y todavía ellos estaban hirviendo en su mariconada. Otra vez estaban
clavando a la loca del capitán y la cámara seguía
filmando y ellos apareciendo en el televisor. Me metí en un cuarto
a esperar que terminaran, sin pensar en otra cosa, porque me había
dado cuenta de que aquellos dos habían salido esa noche a buscar
una puta para hacer un cuadro, quizás de la misma forma en que lo
hacían todos los días, o casi todos, o quién sabe
si era primera vez, pero lo que sí me quedó claro es que
lo de ellos no era nada nuevo. En el cuarto, en una foto, vi al capitán
pasándole el brazo a otro muchacho joven, con una cara de mariconazo
que no se la quitaba nadie. Fue entonces que vi a Jaime. Estaba allí,
en la funda, aún colgando del cinto del pantalón de uniforme.
Creo que le puse Jaime porque fue el único novio que siempre me
protegió y de pronto me di cuenta que aquella pistola podía
ser mi salvación. Me vestí a la carrera, sacando la cabeza
a cada momento para ver qué pasaba en la sala, y siempre la imagen
del televisor me avisaba que la cloaca del capitán seguía
destupiéndose con el rabo del otro. Cogí la pistola, una
macaró soviética con todas sus balas. Sí, por esos
días en la cátedra militar nos habían dado el arme
y desarme de ese hierro. Con ella en la mano fui hasta la cocina: me parecía
haber visto una puerta cuando miré desde la sala. Allí estaba.
Daba a un patio, pero estaba cerrado con cerca pirle por todos lados. Hasta
por arriba. Sólo me quedaba una salida: la puerta principal. Y en
ese momento me vino a la mente la idea que hasta hoy me ha salvado: caminé
lentamente hasta la sala, vi a los dos maricones todavía en lo suyo,
casi que me tiré hacia el multimueble, apagué el televisor
y entonces fue que el capitán y el otro se detuvieron para mirarme.
¿Qué haces, puta?, soltó el capitán, y cerró
la boca cuando vio que los apunté con la pistola. Saqué el
cassette del equipo de video y se lo enseñé: si alguna vez
se les ocurre hacerme algo, tendré esto bien guardado, maricón,
y sin dejar de apuntarles, caminé hasta la puerta y salí
a la calle.
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