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Homenaje a los poetas José Kozer, Germán Guerra y Osmar Sánchez Aguilera
 

No es necesario justificar un homenaje como éste que rendimos a tres buenos poetas cubanos, a tres buenas personas cubanas, y quienes, trabajando en lugares tan diferentes de la geografía de la Isla (Miami, México, la angustia, la rabia, el deseo, la escritura, la Isla y la tinta, el espesor del lenguaje) han realizado -y realizan- su obra con una aleccionadora fe en la poesía. La Habana Elegante le debía este privilegio a sus lectores cómplices, y se lo debía a sí misma.  Por eso nosotros, al entregar con alegría estos textos, al proponérselos al lector, sólo creemos necesario añadir -si es que algo debe ser añadido a la buena poesía - que estamos seguros de que esta reunión en la azotea - que tiene lugar, al mismo tiempo, en la apretada calidez de la casa de Germán y de Karina, o en la de Kozer, o en la de Osmar, es, sobre todo, una re-unión de esos fragmentos de todos nosotros (tuyos y míos, querido lector) que ahora tienen nombre, y a los que podemos llamar, invocar con la familiaridad con que se invoca a Eleggua: al fin y al cabo, ellos también son los dueños de los caminos, de las encrucijadas, de los pesados portones de la Isla. 
 
 

José K y todas las palabras

     Me dictan los fantasmas de la imaginación que el padre coincidió con Kafka en uno de esos cafetines de las oscuras capitales de la Europa entreguerras, tal vez lo leyó; me asalta la certeza de que no pudo prever para su hijo José Kozer un destino tan desolador como el absurdo destino del novelista de Praga.  Kafka, desde un rincón al fondo del espejo, nos habla por la voz de José K, quien protagoniza El Proceso para ser juzgado y condenado sin nunca llegar a conocer sus crímenes.  José Kozer, nacido en La Habana de 1940, azares del antisemitismo, también ha sido juzgado y condenado, no hay delito que se le pueda imputar, pero a diario se ejecuta la sentencia y tiene Kozer que escribir otro poema.
     La parábola de Sísifo la va marcando Kozer con palabras, ha sido condenado a escribir el resto de sus días en la tierra, Funes grafómano, y de tanto insistir sobre el misterio, de tanto golpear con sus palabras y sus lenguas en todas las heridas abiertas, de tanto hundir su cuerpo en el milagro, “... an organic miracle, a fusion of image and music, a line of verse.” según Nabokov, Kozer nos ha regalado una de las obras poéticas más extensas y lúcidas del siglo que acaba de morir, obra que también
rompe las fronteras de la lengua para marcar sus iniciales por encima de la mala memoria del planeta.
     Dejémoslo que hable por su boca, en una entrevista aparecida en el número 81, abril-mayo del 2000, de la revista Crítica, publicación cultural de la Universidad Autónoma de Puebla:

(...)Mi cálculo, aún algo impreciso, es de haber escrito unos cuatro mil poemas, give or take.  ¿Cómo José Kozer: los restos de un interminable poema...los he escrito?  Sin darme cuenta.  Nunca me doy cuenta de que los escribo.  Se hacen.  (...) A veces escribo caminando, a veces en el metro, a veces sentado en postura de loto, otras moviendo el cuerpo como un viejo rabino ortodoxo, de pie; (...)los he escrito canturreando, o en el mayor silencio, en un silencio en verdad sagrado.  Los he escrito defecando, purificándome, dormido.  He llegado a escribir dormido, despertando de pronto sobresaltado y teniendo que apuntar, más o menos, los restos de un interminable poema. (...) Poemas escritos, si no día a día, al menos con un ritmo cuya periodicidad puede, estadísticamente, conocerse: más o menos un poema por cada dos días.  Igual que el pintor pinta todos los días, el escultor esculpe todos los días, el novelista novela y escribe a diario, yo, poeta (¿?) hago poemas todos los días, y por escrito.

     Festín interminable de imagen y palabra donde el cuerpo del poeta es la conjunción de todos los sentidos, lenguaje que es cuerpo, herencia, reflejo desde el azoge de los laberintos y duplicación de todos los posibles universos.  Ceiba preñada, cargada de mangos y manzanas en medio del invierno.  Neobarroco y numerología, cábala y biografía, pintura, narración, traducción de traducciones, escultura y música, Cuba y los planetas y poemas y poemas con cada nuevo sol.
     Ezra Pound, sentando su perpetuidad on the Dogana's steps, consumió su tiempo sobre la insistente escritura de unos Cantos cíclicos y eternos. Kozer, fundido al concreto de una escalinata, donde muere la calle San Lázaro para que nazca la Universidad, fundido al insomnio de sus lápices, ha deambulado todas las geografías físicas y espirituales para armar un sistema poético que él mismo define como obra de un solo verso, “el verso más largo de la historia de la literatura.”  Un verso
“solitario ad infinitum” y que “nombra constantemente, no cesa de nombrar, como si buscara encontrar por azar el nombre del Verdadero, el nombre del Innombrable.  Sé que es imposible, pero también es imposible dejar de hacerlo.”
     Todavía nos queda mucho por ver y escuchar desde las voces de José Kozer, con 60 años su ritmo vital y de escritura va negando el paso del tiempo y crece sobre la inmediatez de ese verso largo, largo.  Me habla de los terrores y el silencio de la muerte, anábasis, satori; me habla del salto y del vacío mientras su mano sentenciosa deja caer estas palabras en el desierto de la página en blanco:  “Nada mal (digamos) si dos o tres poemas nacieron de la intensa verdad indefinida de la poesía.”

Germán Guerra
En Miami, abril, año primero.
 
 
 
 

CARTA A GERMÁN GUERRA

Germán: tú que entiendes de travesaños, dime, ¿dónde está Cuba?

Todo el papel se quema, orden del fuego.

El espesor del fuego y no su ligereza (entiéndelo) se llama la candela en nuestro país.

O como si en circunstancias extremas no hubiéramos podido cruzar (acabar una 
          composición) (¿de lugar?) nos quedáramos
          farfullando (en efecto, incoherentes) eso no
          tiene nombre (caballeros) no tiene perdón
          de Dios.

¿Y da el fuego? Los travesaños de la cima están renegridos, calvos los montes: y como 
           se sabe que el que sabe sabe, bien sabemos, 
           Germán, que las dos ancianas que cargan
           sendas cubas de ceniza (apenas ya pueden 
           con sus almas) en palo de jagüey (los llaman
           pingas) (ah país de palos país de pingas, a la
           merced del fuego) son nuestras madres:
           irrespectivas.

Idénticas. De un mismo (somero) sobrenombre. Demos a cualquiera de las dos por 
          inverso bautismo, un apodo: atina tú. Una es
          otra, jimaguas, no desmerecen del espejismo
          llamado Cuba.

Candela la de la izquierda, majá: dale candela al macao a la derecha.

Germán: escoge madre: da y olvida (da; yo no daba) (da; yo nada di) vírate ya que se 
          juntan, a resultas no da ni dice donde hay (Ésa)
          que siempre tuvo la forma (fénix) incombustible
          de la escolopendra.

José Kozer
 
 

RESPUESTA A JOSÉ KOZER

Y tú que entiendes de clavos y maderos
– me dices, me preguntas –, ¿dónde está Cuba?
Y yo sin palabras que puedan definir
busco,
tanteo como un ciego venerable las paredes
– a estos párpados cosidos con alambre
                                                   me acostumbro,
para qué más son las paredes
cuando acabamos de colgar en ellas
a todos nuestros muertos y a la historia –,
pero los mapas se hundieron
en el pozo de baba de las lenguas
y han armado barcos, y han cobrado alas.
– ¿Cuántas cosas caben en un clavo, José,
cuántas cosas?

Certezas de la magia
y el fondo del sombrero
me dictan las oscuras palabras
– errante carpintero de palabras, estás
mordiendo en las paredes un trozo de paciencia,
herrando las palabras y soñando –.
         – Está en el aire, José,
         Cuba está en el aire.

Los clavos deambulando la pupila.
Las cruces donde se besan los caminos.
Abrevamos en el mismo llanto,
los grillos encanecen
y soltamos desde el pecho
el vuelo interminable de los escolopácidos
rumbo a las púas del alambre
                                           y las mareas.

Germán Guerra
 
 

José Kozer









ÁNIMA*

Ahora me descuido.

El desaliño de la indumentaria de Machado.

Traspapelo.

Pierdo la estilográfica. Yo, encasquillado (un modo de decir): un cierto descuido.

La Esfinge: gorra de pelotero, pajarita negra, las medias sin duda del mismo color
            (desteñidas) sólo que una es de lana y la otra de algodón.
            Y el viejo cinto de cuero que me acompaña
            hace treinta años (no fue nada caro) (las cosas se hacían
            con más cuidado). y detrás de la Esfinge Las Tres Edades
            del Hombre, una pared con Adán y Eva equidistante de
            otra pared con Adán y Eva mucho (mucho) más jóvenes:
            y en el centro Las Tres Gracias. Sólo ahí crece la hierba
            irrumpe el trébol el campo se cuaja (asfodelos): lo demás
            o mampostería o mármol cuarteado, a veces una esquirla
            de malaquita, unas astillas de ónix: así este mundo
            semiprecioso, esfera a Su imagen, a la espera de Su
            semejanza.

Corrijo a un ritmo de cuatro poemas diarios, perfilo un artículo de periódico una vez al
            mes, a veces (en verdad a menudo) me desprendo con un
            poema nuevo (en mí no es nada novedoso hacer un poema
            nuevo) atiendo mis asuntos de correos (esa compulsión)
            (esa vieja argucia) (de algo hay que vivir) (ese otro
            enmarañado aspecto de mi descuido): a este paso va y
            consigo a) la sobriedad, b) la concentración, c) anábasis,
            d) satori, e) dar el salto.

Díctame, azar, y como por descuido, una causa exterior que encamine mis últimos años
            a la virtud: a la virtud quiero decir de dejar en orden toda
            esta maraña mía ("It is hard to stand firm in the middle."
            Canto XIII, E.P.): ahí, y como por descuido, acopio de
            Caos: una naturaleza.

                    *Ánima, poema inédito que da título a un libro en vías de publicación."

José Kozer
 
 

JOSÉ KOZER
 
 

FESTÍN

Brindemos con el paraguas en alto en arco tres veces golpear el suelo (clásico, 
             movimiento) apoyar ambas manos (asidos) amago
             de perfección, el equilibrio.

Luego, caeremos: estrépito, de la carne (festín).

Una gruesa tajada fría de torreja (canela) (jarabe de arce) la cucharilla de alpaca reposa 
           en el cuenco de la mermelada (sépase: es palabra de
           origen portugués; todo un festín, saberlo): kirsch,
           ciruelas damascenas.

Que se llene la casa de anacolutos en las musitaciones.

Sacratísimas tallas: y los gobios vadeando el contorno de las anémonas del acuario.

Las niñas mis hijas, musitando: un regajero ávido de ajorcas (tabas) siluetas de cartón: 
           están vivas. Desperezo último me inclino a calzar sus
           escarpines (de nada) (de nada) al ánimo que he vuelto.

Noviembre: oboes.

La agenda (de par en par) sobre el escritorio convidados para el sábado Picciotto Kaplan 
           Jaramillo (¿será mala combinación?): gustaremos el
           cebón en marmita a la

mesa

una conflagración de flanes (antifaces): Guadalupe, que muero a los postres. Final

requiebro

a Guadalupe a las niñas (filial) la copa de vino consanguíneo en alto (aquí) (aquí) dad 
           las buenas noches Dios de mi lado, decid. ¿Y toda esa historia
           de degollinas órganos ábsides, se justifica? Hasta

mañana: otra

venia (despedida) de espaldas en los espejos (ved) la sencillez de esta casa (dos) 
          hornacinas (una védica) (otra del viejo asunto cubano):
          un arcón de pino rojo que nos costó sudor y ayuda
          conseguir que entrara por la puerta principal de casa:
          a la izquierda el diminuto lavabo inmemorial que 
          aturde a los mismos plomeros.

Prez esta casa que nos sustenta.

Y por cuyo umbral saldremos a la heredad del serafín que nos arropa con su limosna a 
           otra morada.
 
 

BASTIÓN LA NADA

Ya cuando se acerca que cerca está.

Agasajados. Estamos agasajados.

De un lado hueso. De un lado, ostión.

De un lado a otro lado reluce lo oval (sin contorno) acéfala configuración la cabeza.

El espolón, penetra.

Yo también he de decir hasta dónde cuando un muerto de entre todos los muertos 
           habidos y por haber.

Del costado, vinagre. Yace a su lado la esponja. Dios no exprime ni ahoga.

Otrosí, el viaducto. Se trata de un camino. Nada más fácil. Un camino. ¿Destino? 
           Harina de otro costal: forro (tela) de harina.

Otrosí: no hay que desesperar. Puede haber alma, quién quita; o flujo purulento la 
           continuidad: quita, quita.

Hablando de caminos (debajo) no hay atajo. 

Es trillo o trecho, por nombre pueden ponerle senda (caso de considerar el asunto al 
          modo clásico: por qué no). Índole espiritual, digamos: 
          aquí hay dulce para todos.

Vamos (fecal) más abajo: cauce. 

¿Tocamos fondo? No se sabe. ¿Y ayuso? Ayuso sólo podré decir ser fiemo.

Y sanseacabó el agasajo. Sacabuche, el asunto. Fuimos, agasajados: de nada (una 
           inclinación).

Más cerca ya no se acerca. Ahora es otrora. Otrora y punto. ¿Y qué del punto? ¿Estopa?

Un roto. Y eso (ahí) téngase por seguro sabemos ser roto íntegro no tiene ropa.
 
 

David González: Al fin el sueño, óleo, 1999










DESOLACIÓN I

Isat on the Dogana’s steps: y yo, dear Ezra, en las escalinatas (San Lázaro) de la 
         Universidad.

El bar Colina: con un amigo me furtivaba de la clase de derecho constitucional a beber 
            daiquirís: dos.

Dos muertos: el dueño del bar Colina y el amigo (hoy) moribundo, en extremo.

Gauguin muere sifilítico Van Gogh Nerval se suicidan: y mi amigo está en las últimas 
           de filipinas a su descendimiento con el característico
           cáncer de los tiempos que corren.

Oh diosa Próstata (próstata) proclive a hace papilla (masacrar) a tus pelotones.

Dear Ezra: una vida, malabar. Un asterisco, una palabra. Compás, el silencio (adentro):
           malabar, de versos (a resultas de lo cual, otro poema).

Otro poema. Rebatiña. Gobi. La china pelona de ojos jades. Fija. Afloja. Silla de 
           palisandro. ¿No viste túnica aramea? Inmutable. Ladea la
           cabeza (pro domo) diezma huestes persas. Ladea la cabeza,
           se esfuman las escalinatas.

The Dogana’s steps, remain: La Habana (céntrica ciudad) carece de domos (dogos) 
          bajorrelieves (nada asirio en La Habana): carece de alminares
          (no tiene terebintos La Habana).

Así es, viejo Pound: se sale al mundo a buscar riquezas al final del camino (otro) 
            recodo, al erial: viento rasando dunas (de lo cóncavo a lo
            convexo todo lo cubre la arena): simún. Simulación, la
            riqueza.

Rapallo, La Habana: la vejez es el alto cargo de Dios que descarga el brazo en nuestra 
           cabeza (nos vira) de sopetón: súbito oficio de tinieblas. Estatua
          de sal (vislumbres) últimos de la arena.

Y a la espera un río (reseco, lo más del año) a la salida de la ciudad: se despeña a 
           Oriente, su polvareda: recorre mil kilómetros a lo largo
           de la sal (arenales) se desborda: el Barquero que cuenta,
           descuenta (vuelve, la cabeza) se cerciora de que en sus 
           ojos vacíos (sigo) presente: registra el hecho (es su 
           función). Desciendo, por la pendiente (de sus ojos): 
           el solideo (harapo) de filigranas. Del paraguas 
           (desvarillado) la negra tela, destrozada. El traje azul
           oscuro (avena): y por permuta la muerte.
 
 

DESOLACIÓN II

En la biografía de Paul Gauguin se mencionan unos plátanos rojos que crecen silvestres 
           en Tahití.

Me emociona saberlo: tampoco demasiado.

A estas alturas de la historia los plátanos rojos nada tienen que ver con mi régimen 
            alimenticio.

Tampoco Tahití aparece (paradisíaca) concubina de mi refugio.

Mi recorrido fue otro: escribir unos cuatro mil doscientos poemas (4,200) en un período 
           de treinta años.

Nada mal (digamos) si dos o tres de esos poemas nacieron de la intensa verdad 
            indefinida de la poesía.

Intuyo que algún cuadro de Gauguin nació de la intensa (roja) verdad (no se trata de un 
          plátano) indefinida de la pintura.

Presiento un final igual de aguado: su mal venéreo, mi infarto. 

Sus últimas palabras (¿me alcanza por favor otra dosis de calomelanos?) mis últimas 
           palabras (¿me alcanza por favor otra toma 
           del diurético?).
 
 

David González: El último rapto, 1999










TE ACUERDAS, SYLVIA
 

Te acuerdas, Sylvia, cómo trabajaban las mujeres en casa.
Parecía que papá no hacía nada.
Llevaba las manos a la espalda inclinándose como un rabino fumando una cachimba 
         corta de abedul, las volutas de humo le
         daban un aire misterioso,
comienzo a sospechar que papá tendría algo de asiático.
Quizás fuera un señor de Besarabia que redimió a sus siervos en épocas del Zar,
o quizás acostumbrara a reposar en los campos de avena y somnoliento a la hora de la 
         criba se sentara encorvado bondadosamente
         en un sitio húmedo entre los helechos con
         su antigua casaca algo deshilachada.
Es probable que quedara absorto al descubrir en la estepa una manzana.
Nada sabía del mar.
Seguro se afanaba con la imagen de la espuma y confundía las anémonas y el cielo.
Creo que la llorosa muchedumbre de las hojas de los eucaliptos lo asustaba.
Figúrate qué sintió cuando Rosa Luxemburgo se presentó con un opúsculo entre las 
         manos ante los jueces del Zar.
Tendría que emigrar pobre papá de Odesa a Viena, Roma, Estambul, Quebec, Ottawa, 
         Nueva York.
Llegaría a La Habana como un documento y cinco pasaportes, me lo imagino algo 
         maltrecho del viaje.
Recuerdas, Sylvia, cuando papá llegaba de los almacenes de la calle Muralla y todas las 
         mujeres de la casa Uds. se alborotaban.
Juro que entraba por la puerta de la sala, zapatos de dos tonos, el traje azul a rayas, la 
         corbata de óvalos finita
y parecía que papá no hacía nunca nada.

Publicado en Bajo este cien (Fondo de Cultura Económica, México, 1983)
 
 

REBROTE DE FRANZ KAFKA
 

Es una casa pequeña a dos niveles no muy lejos del río en un
callejón de Praga. En la madrugada
del once al doce noviembre tuvo un sobresalto, bajó a la cocinilla con la mesa redonda y 
           la silla de tilo, el anafe y la llama azul
           de metileno. Prendió
la hornilla
y el fuego verdeció a la vez (tres) llamas en los tres cristales de la ventana: olía a azufre. 
          Quiso
pasar
a la salita comedor a beber una tisana de boldo y miel, corrió la silla y se acomodó 
          delante de una taza de barro siena que
          había colocado no se sabe hace cuánto
          sobre el portavasos de mimbre a seis
          colores, obsequio
de Felicia: y una vez más
apareció Felicia con la raya al medio, las dos trenzas y un resplandor de velas en el 
          óvalo blanco de aquel rostro ávido de
          harinas y panes de la consagración,
          rostro
tres veces
una llamarada en el cristal de la ventana: apareció. Y era una vez más la niña tres veces 
          de sus muertos, acudían
al golpe
del triángulo unos músicos de cámara y al golpe de la esquila (las tres) en el alto 
          campanario no muy lejos del río: se
          arrellanaron, diez
tazas, diez
sillas en la inmensa casona de las mansardas, la casa en que los miradores y las 
          cristaleras (establos y galpones) se 
          abrían día y noche, el agua
y las esponjas
relucían. Pues, sí: era otra época y un coro de muchachas vigilaba las teteras (bullir) los 
          eucaliptos (bullir) la mejorana y un
          agua digestiva (mentas) aguas
de la respiración: todo
tranquilo (por fin) todo tranquilo, subió los escalones y vio que se tendía en el cristal de 
          la ventana (por fin) sin una 
          aglomeración de pájaros
en la ventana.

Publicado en Bajo este cien (Fondo de Cultura Económica, México, 1983)
 
 

David González: La trampa, 1999










RÉQUIEM DEL SASTRE
 

Éste, deshila en la urdimbre los hilos que al bies fueran supeditados para forjar la tela 
            (ahí) llaman al cortador para que pase sus filos por el
            camino que trazó la tiza (eso) recubre: está fría la noche;
            ha venido.

Ah extiende la palma de la mano (ah) la mota de algodón, tiene un vilano: a voleo, las 
            telas (cúbranse).

La mano (todos) a la cabeza (en) la coronilla la forma redonda de los solideos, 
            bendición (la tela): el sastre deshilvana los hilos que bajo
            Dios forjaran en los solideos; y queda en pie la coronada
            carne del cuero cabelludo (piel) lisa (ah, está llena de
            mataduras, ahora) de las bestias de tiro y carga, Su obra:
            el paño cubre como gualdrapa (flor de lis, fondo negro)
            las bajas carnes de las cuatro bestias, ataviadas.

Penachos, arzón curtido de las bestias: útiles (animales) vestidos.

El sastre creó (cúpulas) de lisa comba (son) el anca de los caballos; punzón, perfecto: es 
           un artífice nuestro inmarcesible sastre que protege con
           telaraña las higueras tiende cendal sobre el tabaco
           florecido de los campos (recompone) las carnes sobre
           el hueso redundante de sus muertos: que él entró al
           centro enfurecido de los racimos de abejorros que 
           hilan e hilan (carnes); ciegos escolares de Dios, en
           sus celdas.

Por mí, vino: yo temí que fuera mi padre, una vez más; y me llevé la mano a la cabeza 
           (desprevenido) con movimiento reflejo.

Ése, es otro (de profesión, la misma): se llama sastre (arpa) (David) (barba crespa) 
           (fuertes pantorrillas) (colmena dura, su corazón): nada tiene
           que ver con rápidas progenituras de pan comestible (otra) su
           miga; cómo, de dónde saco las palabras el sonido de mota de
           las palabras el filamento (maná) de las palabras para decir
           (ahora) este sastre está en el fondo húmedo de la trastienda
           de una calle que podemos llamar Villegas (Delancey) calle de
           Gorójovaia (está) en los lepidópteros fondos los húmedos 
           fondos de la carne (animal, sagrado): salta (salta) hacia mí.

Me inclino, en germinación a recoger los cotiledones con que el sastre forjó las grecas 
          (filigranas) geometrías que orlan, su tela: me cubro.

La mano, a la cabeza: en la solapa izquierda una gramínea (florecerá, la pangola): aquí 
          vendrán las bestias a pastar donde estuvo mi traje de
          hombre pobre (mis blancas telas): no me alcanzan
          para hablar de Dios los viejos candelabros de siete
          brazos las grecas de repetido azul sobre fondo (lino)
          blanco de una estola: alzo, este salterio para que me 
          conozca.

Finalmente, no soy nadie: hijo, del sastre.

Murió, caballos alquilados tiraron de la carroza en que transportan su carroña perfecta 
          con pantalón de rayas (blusón) negro de (artífice)
          sastre: guiado del fondo de una trastienda a su
          cónclave de tierra (desmoronada): llovió, en el
          norte en el sur toda la noche hizo frío la higuera
          se secó de golpe, en el traspatio: un abedul en
          primavera, se deshojó; una ceiba del sitio al que
          volveremos murió en mitad de los trópicos, 
          escarchada.

No importa (no) interesa: las vainas del árbol, cayeron: los hilos de las telas se 
          desmoronaron como polvo, de gis.

Nada: el constructor es otro. Mi padre es otro vástago suyo que ocupara la profesión de 
          sastre (abejorro) cotidiano: urdió (y) urdió telas
          completas de miope vivo sentado con el pie sobre
          un escabel el filo de su pupila horadando la carne
          (alzando) un hilo al cielo (pobre) abejorro: a mí 
          me vistió (países) vistió: repartía (enfebrecido) al
          final, sus hilos; (vástagos) truncos de lino (campos)
          azules, de algodón: hemos quedado (truncos) ambos
          muy de la mano viendo nevar (aquí) fuera (de la
          mano) mirando hilos al bies la nieve en alto (tú,
          traje de casimir que pareces un hidalgo pese a los
          puños de vegetal deshecho del saco; yo, pez que sube
          a mamar la fibra que se desprendió de tus borras).

Publicado en Carece de causa (Editorial Último Reino, Buenos Aires, 1988)
 
 

APEGO DE LO NOSOTROS

                                   Para Guadalupe

Di, di tú: para qué tantos amaneceres.

Qué año es, era.

Te previne: podría aparecer una pera de agua en el albaricoquero cargado de frutos, 
         hacerse

escarlata

la savia del rosal; sonreías. Y ahora reímos, rompemos a reír a carcajadas, blusón

de lino, faja

sepia con un emblema geométrico, también te previne: y ves, un arpa en el peral del 
           patio, ¿arpa? Tres años

que no llueve

y debajo del albaricoquero hiede a humedad: a gusaneras fortísimas que devoran cuanto 
           cae, devorarían la propia lluvia

si cayera. Si

cayera, recordaríamos aquel tren de vida metódico que tanto nos gustaba: mojar

las galletas

de anís en el café retinto (yo te enseñé a decir, café retinto y carretero; sonreías): mojar. 
            Qué seres

tranquilos. Y

toda tu admiración volcada en aquella frase que nos resumía: “es que sabemos 
           administrarnos bien.” No digas

que no

te previne, había tantas señales: el varaseto que apareció roto inexplicablemente el 
           peldaño que faltó

de pronto

a la escalera de coger los frutos ¿del peral, del albaricoquero? Cómo: yo lo supe, yo lo 
           supe. Mira,

dormías

aún y me quedé de pronto (tan temprano) en la arista en altas celosías en la revuelta de
           un arco hacia

arriba, quizás

aún dormitas: dos lustros, o dos décadas, ¿pasaron? Qué hubo. Qué

del segundo

movimiento andante sostenuto, ¿recuerdas que por aquella época descubrimos los
         poemas del amado Sugawara No Michizane,
         amantísima. Amantísima, del arpa

desciendas, de

los instrumentos de cuerda desciendan tus dedos numerosísimos que me toquen al 
         hombro, que me prevengan: la mesa, está
         servida. El plato de cerámica

granadina

con las galletas de anís y frente por frente los dos tazones de café tinto. Servida

la mesa

e imitábamos como si hubiera un mayordomo yo fui tu mayordomo y mayordoma (“la
          mesa está servida, Señora”), ¿te acuerdas? Qué

miedo

le cogimos al plato cómo pudo resbalársete de la mano el plato el número siete la luz 
          crecer de la luna al entrar por el enrejado de la
          ventana, irisar

bajo

la campana de cristal las flores del albaricoquero las flores del peral, flor de tul flor de
         cera toda esta habitación esta mesa

servida.

Publicado en La garza sin sombras (Llibres del Mall, Barcelona, 1985)
 
 

La tibieza del barro en la vigilia (Carta a Germán Guerra)

     Germán: Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí, no en casa de María Antonia (esa señora cuyas amistades peligrosas hicieron de la Merteuil y de Valmont unos ángeles),Germán Guerra sino de la Vieja, como llamamos cariñosamente al amigo poeta que nos presentó.  (Sospecho que, mientras lee esto, la Vieja se debe estar acordando de la mía.) 
     Con tu nombre de resonancias bélicas y tu estampa de gladiador, encontré natural que un libro tuyo se llamara Metal. Vagamente esperaba conflagraciones, gritos de batalla, clamores de maquinarias o de escudos. Hasta que te escuché leer en voz alta. Leías, y lees, tus versos en un susurro modesto y sosegado, en el que creí encontrar la secreta melancolía de los estoicos. Los versos que leíste hablaban una y otra vez del tiempo y de las piedras. “Qué raro lee sus cosas”, me dije.
     Porque, como sabes, la lectura en voz alta define tres clases de poetas: los buenos poetas que leen mal, los malos poetas que leen bien, y, la clase menos poblada, la de los buenos poetas que leen bien. (Los malos que leen mal, para qué molestarse.) Aquel día te clasifiqué sin vacilar en la primera clase.
     Luego me fui leyendo tus poemas. A la luz silenciosa de una lámpara, descubrí que estaba en un error, que perteneces indiscutiblemente a la tercera clase. Hallé de nuevo el susurro y la modestia y el sosiego, y la –ahora sí– certeza de la melancolía. Los versos eran largos, asordinados. Procesiones de sílabas dolientes, cargadas con cruces, clavos, maderos, la carne abierta en las espaldas.
     ¿Te has fijado que alguien martilla en casi todos tus poemas? Cuando no, es la repetición martillada de una frase, una imagen, una palabra desnuda. Repetición que en tus versos es menos un énfasis que otra manera de aludir al tiempo. El tiempo, siempre el tiempo, el tiempo todo el tiempo.    (Mijito, qué obsesión con el tiempo.) Las horas, las estaciones, los ciclos de los astros, reloj con dimensiones planetarias y soles numerados, sugieren a la vez, ambiguamente, el retorno y la pérdida. 
     También ambiguamente, las elegías (el dedicado a Martí, por ejemplo, y el hermoso Última casa de ceniza) son más reconfortantes, más luminosos que los otros. Pero se me ocurre que insisto demasiado en el lado sombrío de tu poesía. Acaso lo he hecho porque no es tan obvio como su delicadeza y su noble serenidad, o las entrevisiones relampagueantes, como la sombra de la mano de Tolstói sobre el tablero de ajedrez. 
     Pero lo esencial de tu poesía es otra cosa. Uno vuelve a ella como a una conversación inacabada, un sabor de pan. La palabra que me viene a la mente, pobre como toda palabra a la hora de las definiciones, es entrañable. La tibieza del barro en la vigilia. 

Por siempre tu lector,

Félix Lizárraga
 
 

GERMÁN GUERRA
 
 

GÉNESIS

Lo primero fue el hombre
apuntalando las paredes del tallerE. Estrada: Orilla con piedras, 1998
para que Dios se regodeara
entre su torno y la tibieza del barro
recogido en el nacimiento de los arcoiris.

Lo primero fue este sol de la mañana
para alumbrar la desesperación del hombre. 
Primer hombre alimentando la vigilia,
la ausencia de los nombres y las herramientas, 
los azoros cotidianos y el deseo de una hembra. 
Todas las preguntas coronadas con un nuevo dios 
exigente de holocaustos, libaciones y misterios 
cuando la lluvia y el eclipse golpeaban a la puerta.

Los primeros fueron los colores
y el olor de la yerba ungiendo un rígido verano 
y las ovejas pastando de su propia inocencia 
al final de una llanura enorme y sin respuestas.

Llanura negando desde un trono la redondez del universo.

Las piedras trazando en el vacío
el primer círculo de muerte más allá de la mano,
trazando la destreza que nos brinda el aguijón del hambre,
los dolores secos en la espalda, la rueda y el camino,
las manadas de lobos y de espadas, de cruces y patíbulos
y el hombre devorando al hombre en el espejo.

Lo primero fue un espejo
y la cuchilla de afeitar en la garganta.

Lo primero fue un juguete roto.
Lo primero fue la máquina del tiempo 
– reloj con dimensiones planetarias
                               y soles numerados –,
el tiempo de la hila y de las pieles
curtiéndose en un viento rancio de cuaresma 
para que fueran trazados los primeros caligramas
                                                y el poema.
 
 

ESTANCIA EN POMPEYA Y HERCULANO

A las seis de la tarde
revienta la ciudad petrificada.

Contenes egocéntricos
comienzan su agonía,
se parten contra el polvo y las banderas de la noche
curvando una absoluta sinfonía de epitafios
en el apresurado roce con las suelas
– suelas:
            único mediador
            entre el hombre y su ciudad –.

La ciudad devora el ente duplicado, 
se extasía en su llenura.

A las seis de la tarde,
en el más ecléctico
en el más cansado parquecito de farándulas y orines
– seguramente al borde de la luz y de las casas –,
una multitud desesperada
viste sus camisas blancas,
mastica la impaciencia,
habita los agasajos de la espera
y al fin,
             al fin
                 comienzan a llegar los pájaros
                 que cagarán esas camisas blancas.
 
 

LA CIUDAD Y EL BORDE DE LA ISLA

                         Para Félix Lizárraga

Ya no hay ciudad que te repita las canas y el olvido,Julio Larraz (1944): Aterrizaje, óleo (1982)
irte, ser, estar o acostumbrarte ya nada significan, 
ya no hay ciudad ni muro que detenga tus pasos
ni abiertas calles con fuegos de artificio a tu regreso. 
Ya no hay ciudad ni mar ni barcos en los puertos, 
no busques más, tu sombra no te sigue.
Tú mismo en la ciudad te has convertido:
Eres tú el muro que te detendrá.

Ya no hay ciudad ni hombres hundidos en el sueño. 
Aquí estamos, diciendo para que nadie entienda,
fingiendo ya ser mudos, ya ser ciegos y sabios, 
rehaciendo nuestras casas para espantar el tiempo 
con las hojas ruinosas de este otoño tan largo.
Y aquí estamos, sentados sobre la luz y el tedio, 
colgando nuestras piernas al borde de la isla,
aquí estamos, y estamos tan cansados.
 
 

Un circo, un universo
una lágrima honda
tatuada en la cara del payaso,
el salto, la hemorragia
el hambre de las bestias
las espadas, la garganta y el silencio.

La memoria de un circo
se pierde cuando llega otro circo.
Entre abril y noviembre y el invierno,
cuando el tiempo es un eclipse largo,
tenemos otro circo
de campanas enormes
y colores bien hondos
soltando palomas y esperanzas
en la calle principal de la ciudad
y a la ciudad se le rompe el silencio
y se rompen los sueños
y los sordos aplauden
y los ciegos ya perdieron su llanto
y al país lo habitan las estatuas.

Martillos doblando las campanas,
música de sangre y pan que falta
y polvo en el lugar de la memoria
y los sudores del insomnio
y palabras y gargantas y el silencio.
La misma sed de siempre
el mismo río otro,
extraño río siempre
calmando las gargantas.
 
 

ÚLTIMA CASA DE CENIZA

                  Cuando el aire, suprema compañía, 
                          ocupa el sitio de los que se fueron
                                               Juan Ramón Jiménez

Hay un manto de cocuyos muertos
pegado a las paredes de la casa,
y ahí está mi padre martillando los metales y el silencio
de los que salieron a la calle en pleno día
sin darnos la noticia breve
de su rumbo hacia la grieta del espejo
que detiene los rostros cotidianos y el regreso.

¿Padre, qué hay detrás del horizonte?

Qué hacer ahora que nos hicimos mar
como una burda imitación de los juegos de la infancia, 
cuando la espada de madera que nos construyó el abuelo 
nos golpeaba, sin que supiéramos que era el filo de la vida.

Qué hacer ahora que estamos detenidos
en la última imagen de la humedad del ojo,
esperando el regreso de los perros infinitos
que ladran con un doble nudo en la esperanza
rumbo al lugar donde mañana
recogeremos lo que nos toca de locura
– hoy, estar vivos
es perseguir lo que nos toca de barranco –.

Cuánto padre,
cuánta herejía en el costado del sol y de los hombres, 
cuánto polvo colmando los rincones y las tejas de la casa 
donde antes la lluvia bendecía con sus cauces de agua
el cuento feroz de los ahorcados y las historias de fantasmas 
que con un hilo de voz nos decían los mayores al anochecer.

Cae sobre las casas y las calles enfangadas
la primera mordida de la noche,
y ahí está mi padre sentado en la ventana alta, 
trazando círculos de espanto en su sombrero, 
moldeando la herramienta que detiene al tiempo, 
conjurando un mínimo y cómplice solsticio 
para la próxima estación de aves migratorias.
 
 

MARTÍ

           Para Néstor Díaz de Villegas

Un niño y su martillo
unánimes trazando por el aire
un cántico de muerte
y piedra en el sudor de los lamentos.Roberto Fabelo: José Martí
Los héroes de papel,
papalotes de barro
y el sol un dedo blanco
y un círculo de moscas
y la carne abierta en las espaldas.

Después la tierra extraña,
extraña tierra toda,
insomnio de las bestias
verdades como nubes o peces
allí donde nombrar abismos.
Allí donde los puentes el invierno
una página en blanco y el silencio.

Suicidas de domingo
caminan por Manhattan
el tedio de sus perros.
Del Orinoco al Hudson
Caronte con sus remos
con sus mapas de sangre
y Heráclito que aguarda
limpiando su clepsidra
a la sombra del tiempo
a la orilla del Cauto,
y tú nombrando ejércitos
nombrando libertades muchachos
y palabras y palabras y palabras.

Después
el ardor de la guerra
la fiesta y el hambre del regreso,
un grillo limando su arco
en el último verbo del diario
y el sol un dedo blanco
espantado de todo
y una libra de sueños y metralla
abriendo entre la carne
y los nombres de tu pecho
o rompiéndote la espalda
             – Qué importa ahora
             el rumbo de una bala.
 
 

LA SOMBRA DE LA MANO DE TOLSTOI

                  – tal vez la misma sombra
                          que intuyó Emilio García Montiel –

Aquí y ahora,
fumando en mis fantasmas,
atado diezmo de los años y a esos viajes
que hoy son polvo y unas fotos amarillas,
sentado como siempre en mi balcón de tiempo,
aferrados los ojos a un par de atardeceres
y sintiendo en todo el cuerpo
las patadas que regala la vida,
patadas que me empujan a escribir este poema,
cuando se posa en la pared – ahora
no recuerdo si a mi diestra o mi siniestra –
la sombra de una mano
y busco y espanto las hormigas del miedo
porque no hay mano ni anillos que la salven
flotando entre el sol y mi pared
y la sombra se ha ido con la tarde.

Opacos soles del invierno
carcomen los bordes de la historia,tumba de León Tolstoi
lápida y memoria bajo la luz que pudre.
Moscú sitiada por el tiempo
y todos los ejercitos afuera,
sangre labrando caminos en la nieve
y adentro, bien adentro,
la ciudad, los zares blancos
que salen de sus tumbas
y devoran la momia del último patriarca.
Magníficas campanas
que nunca cantaron la gloria del imperio.
Las cruces y el oro de los domas
están preñando nubes
en la iglesia de Khamovniki.
Las grúas están armando el horizonte.
Amagos de esperanza y esos viejos
que mueren si paran de toser,
que ya no cumplen años
fundidos para siempre a sus abrigos
– los abrigos no guardan el color
ni el último estertor de los visones –
y yo escondido en mi sombrero,
entrando en la casa de Tolstoi.

Y adentro, bien adentro,
después del gran salón
y el retumbar de voces de las nobles visitas,
después de la escalera,
en el aséptico orden de manuscritos inconclusos,
simétricos ejércitos detenidos en el último ajedrez, 
fundidos a la nieve del tiempo
y la sombra de una mano sobre los reyes de marfil. 
Ventana pariendo los soles opacos del invierno 
y un par de atardeceres
que regalan la vida y el tiempo y la memoria.
 
 

CORAZÓN

  En el principio soñó Dios los cielos y la tierra.
         Y dijo Dios en medio de su sueño: Sea la luz y el corazón del hombre. Soñó Dios un corazón que latía... caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado... en la penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo. Y fue la luz y el corazón del hombre, y fue la tarde y la mañana el día primero. En la alta mañana de un olvidado caserío de provincias, en el día primero de un mes y un tiempo demasiado largos, cansado de andar plazas y desesperanzas, sudoroso y flácido, buscando en los abier_ tos muros que ya no tienen cal ni tienen canto, parado ante la puerta y las columnas de silencio que suelta la campana del templo, morada – según ellos, los que esperan – de un encallecido Dios de compasión y sueño, el corazón decidió crecer. Y creció, creció y colmó el parque con sus ceibas de siglos y no se vieron más los bancos de concreto ni la iglesia, y ellos dejaron de esperar ante el milagro que tocaban. El corazón cubrió los barrios del centro, los límites del pueblo y toda la extensión de la provincia, que para entonces ya había salido del olvido; alcanzar las fronteras del país le tomó el tiempo que demoran los discursos en ser polvo sobre la frente de los hombres. El corazón fue criticado por los viejos partidos y alabado en el corazón de los humildes. Una sombra inmensa proyectaba el enorme corazón con vida propia, una sombra de carne para el hambre de todos los espíritus. Una sombra hermosa y esperada por las razas vecinas ya adentraba sus pasos en el continente y en los marinos de ambas mares era el regocijo y los deseos que se cumplen y una estrella fugaz cruzando el cielo y el vasto corazón que se inflamaba... Aurículas y ríos, ventrículos y montes, viñedos y árboles de pan brotaron en las planicies del músculo. Gaviotas y topó_ grafos, fundidores de acero y fundadores de ciudades fueron los prime_ ros habitantes del lugar donde latía la esperanza. Y la Tierra quedó deshabitada, tierra en la memoria de la Tierra, hermana de la Luna en su redondo viaje; y fue la Luna lo que siempre ha sido, roca de la desolación y añosa luz para el ladrido de los perros.
         En el principio soñó Dios con los planetas, y fueron los planetas, y fue la tarde y la mañana el día segundo.
 
 

Osmar Sánchez Aguilera

Palabras babélicas, discontinuidades

     A Osmar Sánchez Aguilera lo conocí hace muchos años, en un encuentro de investigadores universitarios. No sé si él recuerda aquel encuentro en la Colina, pero a partir de entonces fue para mí una referencia respetable y recurrente no sólo en los medios universitarios, sino también en los ambientes poéticos. Años después nos encontramos, aunque no físicamente, en la antología DeOsmar Sánchez Aguileratransparencia en transparencia, que compiló mi querida amiga Puchi Fajardo a mediado de los noventa. Y el encuentro más cercano ocurrió en México, donde ambos residimos. Este encuentro propició un conocimiento mayor y un afecto sostenido y justificado. Ahora puedo decir con toda certeza que si un tipo estudioso y aplicado conozco en esta vida, ése es Osmar Sánchez Aguilera.
     Debo decirles, ahora que presento estos poemas para La Habana Elegante, que la mirada escrutadora de Osmar asiste en ellos al derrumbe del mito que refrenda lo efímero y lo aparencial, la eterna relatividad, lo vívido y lo ausente. Ante ese ojo escrutador alcanza una nueva dimensión el lado vulnerable de lo grande, como los elefantes o los bienaventurados, idos ya, que pueblan la luz. O el prepotente orgullo del humano, habitante de una tierra donde se siente todopoderoso y que no es más que una hormiga del universo.
     Apegado a las visiones "otras", retrata Osmar el instante distinto, el despertar de una ciudad que parece otra a determinada hora o los signos incompletos que no alcanzan a percibirse en el ligero andar, tantas veces indiferente, de la cotidianidad, y tras los que suele ocultarse la turgente inminencia de un deseo.
     En estos poemas deambula el exquisito poeta que comparte el mismo recipiente corpóreo con el acucioso investigador, el hombre admirable y el fino amigo. Yo que he aprendido a valorar a los amigos en todas sus dimensiones, ya no puedo separar al Omar poeta y académico del hombre familiar, padre y esposo. Ellos tres --Osmar, Mayuli y Beatriz-- forman un conjunto prácticamente indivisible en mis afectos. 
     Presentarle a Osmar Sánchez Aguilera y compartir estos poemas con usted es para mí un gusto, un placer y una satisfacción.

Odette Alonso Yodú
 

identidad

qué descansada muerte llamarse manuela.Tomás Sánchez: Crucificación (1989)
el señor aquel ¿te acuerdas? «turco»: todo su nombre.
y no acordarse nadie, ni tampoco haber sido,
cuando se fue, sino aquel otro, por fin,
que al sustraerse arrastró consigo
los dispendios gratuitos, fatales, de la memoria.
afortunado, él, que absorbió total su muerte.
la recibida propia, la repartida suya.
de una buena vez.
qué descansada muerte, morir, sin más,
completo cuanto se fue. creído o no.
con uno. a pesar de uno.
desde siempre. también después.
 

escolios

mientras avanzaba ahora, fijándolas como si nada,
pensando me sorprendo en la extrañeza
o momentáneo vértigo
que habrá de suscitar en alguno
de mis descendientes, o curioso
lector de antiguallas, estas breves líneas
de vivir, estas apretadas huellas
de tinta ya entonces borrosa,
que en las páginas ajenas, al pie, en los márgenes,
algún desconocido, esperanzado tal vez
en volver por ellas, fue dejando.

y ya no puedo subrayar si no admirado
-- descendiente primero de mí, al parecer, yo mismo --
escrito está en mi alma vuestro gesto, en vez de la palabra
de Dios estarán tus palabras y mi fe
serás tú...

como una hormiga caligrafía eterna el mármol
impenetrado de los monumentos.
 

los párpados. la realidad. las palabras

en el interior de tus ojos ha de tener lo feo su oscura residencia. la fealdad de cuanto ves ha de viñetaalojarse en tus ojos. no puede ser, has de aprenderlo, tanta grisura en las calles de afuera, tanto desvencijamiento en sus fachadas, e incluso tribulaciones en los rostros de quienes pasan a tu alrededor vertiginosos, nocturnas mariposas, desaladas. no puede ser que la realidad sea esto que desfila y se te entierra y un coro canta ciudad hermosa, la, obsedido, a la: debes ser tú que la inventas; tú, que pondrás la intermitencia espesa del humo donde hay otra espesura no alcanzada por tus ojos; tú, que instalarás el murmullo, absorbente, colectivo, donde el sosiego reina; tú, dependiente de esos ojos, que se enferman, como si no bastara. esencial es eso que sucede afuera. apréndelo. sin tus ojos.
 

amores de ciudad grande

«Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen».

                                                      J. G. B

recuerda, cuerpo, no sólo los cuerpos
que amaste o deseaste
sin la apetecida 
consumación. también las almas, cuerpo,Ernesto García Pena: Instantes (1994, acrílico)
recuerda,
las gozadas espiritualidades.
como insondables puentes. las almas
corporizadas -para ti- de pronto
en un refugio armónico de la noche.
por la irrupción cabal de un gesto. un signo
al azar. otras palabras.

agradecido recuerda, endeudado cuerpo mío.
con legitimidad, si no mayor, igual,
esas entrañables sutilezas de etéreas tramas
en cuyo extraño y fugazmente compartido roce
quedamos, por rarísima vez, del todo incluidos,
alma tú, y el alma cuerpo, a la deriva
yo, y en la deriva, por fin,
mi centro.

aunque no tengan nombres. o sus nombres
de entonces ya no sean los mismos. agradécele
a todas -almas vírgenes para ti en la carne-
haberte, cuerpo, restituido.
 

fragmento [?]

ahora no es mi ausencia lo que me preocupa.
ni la memoria. a mi pesar.
sino el espacio que usurpará indiscreto,
contumaz, por cuenta propia,
el cadáver.
 

Tomados del libro Dfe y otras erratas (Ediciones Muglifo), Mérida, Venezuela, 1999
 

*
respeto más los elefantes ahora que vi 
su inocencia 
enorme, inerme, 
desangrándose,

y cual hormigas, entrando y saliendo
de su interior, a seres armados,

entrando y saliendo 
de un indefenso castillo
en ruinas, cuyo tesoro mayor
había ahuyentado el súbito soplo
y el estropicio.

respeto
ahora más los elefantes,
porque la inmensa, añosa mole de vida 
que supuse total, discreta, invulnerable, 
puede ser 
derribada, negada, muerta,

por aquellos, por ti:

por mí mismo.
 
 

dibujo de Roberto Fabelo
 
 

qué pequeños debemos de ser nosotros,
moradores 
en turno de la tierra,
cuán pequeños, 
para que las montañas 
de un planeta -entre miríadas de otros- 
descomunales -montañas- nos parezcan;
sus fosas marinas, abisales hoyos;
baobabs sus árboles; cóndores 
u oropéndolas 
sus aves; 
la historia breve de nuestra errancia, 
eterna; deshabitado el cielo; y estéril,
como una transparencia, el aire.

todo, recuerdo, 
aunque no lo haya vivido, todo 
horizonte. 

qué pequeños,
pero, sobre todo, qué frágiles, nosotros,
los vecinos tal vez más recientes
(o próximos), los que guardamos 
por toda herencia palabras, 
babélicas 
palabras 
que, se desgañiten o susurren, arrastran, 
en sus ascensos y caídas, adioses, 
siempre, a dioses, carencias, lejanías: 
discontinuidades...
 
 

                                  “y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.” 

                                                                                               J. L. B.

bienaventurados, vida, los que pueblan tu luz,
ahuyentados por la imperfecta sombra
de tus famas; 
                     bienaventurados, 
los que triunfar 
(de sí) 
pudieron, 
cobijados por el polvo 
milenario de tu fuente, y entre páginas 
arduas 
apenas inscribieron: bienaventurados, vida, 
los que pueblan tu luz 
ausentes, allí, bienaventurados.
 
 

despertar
poco antes del alba. amanecerErnesto García Pena: Nueva mirada
sin ruidos ni señales 
de ciudad, sin otro orgullo 
ni bandera
que la serosa latencia del alba,

su humedad cariciosa toda mi piel,
su lenta luz inestrenada, todo mi credo.
 
 

De semióticas

hay signos que no percibo
y signos, también, 
que no interpreto.
signos, como esta lluvia 
queriendo, acaso, significar
la turgente 
inminencia 
de un deseo.

son signos, lo sé
porque se resisten, porque no 
me llegan 
completos. signos
como este raro 
estremecimiento
que sube, sutil 
relámpago, 
al cerebro, para avisar 
que estás cerca 
tú, mi solo 
amor, en un gesto 
ajeno.

*los textos que siguen, sin titular -excepto el último-, son inéditos
 

La Azotea de Reina | Ecos y murmullos | Café París | La expresión americana
Hojas al viento | En la loma del ángel | El Rincón | La Ronda | La más verbosa | Mi museo ideal
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