Con
Yonny Ibáñez en la Ciudad Celeste
El Café París, de La Habana Elegante, prestigia
su galería con el aliento y la fuerza vital que emanan de la obra
del artista Yonny Ibáñez. Ante todo queremos agradecer
a aquéllos que hicieron posible este homenaje: primero que todo,
a la perseveración del amigo Jesús Jambrina, así como
a la generosidad y a los envíos de Mercedes Ibarra, Ernst Rudin
y Tove Bakke. Con tanto apoyo como el que hemos recibido, nuestro compromiso
con la calidad de la presentación significó horas de trabajo
para conseguir el montaje adecuado de texto e imagen. Ojalá que
Yonny Ibáñez pueda ver este pequeño homenaje que no
agrega nada a su merecida reputación de artista y de ser humano,
y sí al prestigio de La Habana Elegante. Mientras tanto,
nuestros contertulios disfrutan de una espléndida, helada champola
de guanábana -- obsequio de Yonny -- y recorren la galería.
La redacción
COMO
EL AVE FENIX
por Israel Castellanos
León
Suscita expectación saber qué está haciendo un artista
plástico que, habiendo cursado estudios de pintura y diseño
con Loló Soldevilla, integrado el grupo Espacio que fundó
en 1965 esa destacada
pintora abstracta cubana, participando durante ese mismo año en
la Primera Bienal de Artistas Noveles de Cuba, en el
Salón Nacional
de Artes Plásticas organizado por la UNEAC en 1969, en el Salón
Nacional de Pinturas y Dibujos que tuvo por sede el Museo de Bellas
Artes en 1970 y en la Expo Brigada Hermanos Saíz en 1972,
no haya expuesto más hasta fines del año pasado e inicios
de éste, pero en lugares de tan difícil acceso como San Agustín
y Alamar.
Algunos artistas de su generación (Juan Moreira y Arístides
Pumariega, entre otros) creyeron posible el mito, la eterna aspiración
humana a la resurrección cuando vieron expuesta en la galería
Juan David (23 y L, Vedado) una selección de cartulinas firmadas
por Yonny (Juan Gualberto Ibáñez Gómez), quien, en
el relativo remanso de Villa Manuelita, la casa donde vivió y murió
su venerable abuelo, en “La Ciudad Celeste” (como bautizó a la galería
de esa mansión Virgilio Piñera), había seguido pintando
y escribiendo. Y es una parte de sus textos hechos pinturas, de imágenes
sin palabras escritas, pero con una historia que les confiere unidad y
fundamento, la que Yonny exhibe en Decapitaciones, su más
reciente muestra personal.
A causa de esa inclinación profesamente narrativa, Yonny no habría
sido en puridad un pintor cubista,
sin embargo, la lectura de sus obras se (me) activa por planos, por fragmentos
(tal como son exhibidas dos de sus series). Cabezas que no encuentran sus
cuerpos, cuerpos que han perdido sus cabezas, componen una anatomía
de desencuentros que intenta aliar belleza y desamparo ante la rudeza impuesta;
o conjugar hacinamiento físico y espiritual en unos ojos donde no
cabe una expresión más angustiosa frente a la(s) forma(s)
de ver y vivir la(s) muerte(s).
Las obras de Yonny (me) comunican sexo y violencia con lenguaje de adultos
y color de tristeza. Son la síntesis de una vocación antropológica
que desborda su cauce con un dramatismo expresionista. Son narraciones
totalmente imaginales, reacias al verbo explícito de las historietas.
Son conjuntos temáticos que al suprimir los artículos definidos
de sus nombres expanden sus universos de sentidos, no los restringen a
(las) “Fuerzas Brutales”, a (la) “Fosa Común” que reflejan pictóricamente;
e incentivan una suerte de especulación conceptual que ya el pintor
ha planteado formalmente, una y otra vez, al variar los ángulos,
los puntos de vista de sus composiciones; en las cuales la agresión
adopta con frecuencia posturas oblicuas y acecho de fantasmas.
Granma, 23 de abril
de 1998
Conversando
con Yonny Ibáñez en la Ciudad Celeste
por Rogelio Fabio Hurtado
En 1914, su ilustre abuelo, Juan Gualberto Gómez Ferrer, bautizó
esta Casa-Quinta, sita en Calzada de Managua, como Villa Manuelita,
en honor a su esposa, la andaluza Manuela Benítez
Mariscal. Arroyo Apolo era entonces el campo, y la familia venía
a pasar temporadas aquí, dejando en la residencia de Lealtad 106
el inquieto mundillo de la política, donde el amigo de José
Martí supo cumplir con proverbial integridad sus deberes patrios,
hasta su deceso, el 5 de marzo de 1933. Pocos días después,
bajo este mismo techo vería la luz su nieto, Juan Gualberto -hijo
del cienfueguero Leonardo Ibáñez Zúñiga y de
Juana Gómez Benítez-, Yonny para sus muchísimos amigos,
quien alrededor de 1975 propiciaría un nuevo bautismo, a cargo del
escritor Virgilio Pinera: La Ciudad Celeste. De la irradiación espiritual
de esta auténtica Casa para la cultura, y de su artífice
y morador, trataré en estas páginas. "¿Saben que esta
ceiba estuvo destinada por mi abuelo para ser plantada en el Parque de
la Fraternidad?" Estamos en el frondoso jardín que circunda a la
residencia, conversando con Yonny, un hombre alto y delgado, de expresión
noble e inteligente, que ha venido a recibirnos con la hospitalidad innata
en él. "Pero la comisión organizadora de aquellos festejos
se demoró mucho en recogerla, y mi abuela cargó con ella
para acá y ahí la tienen".
En este jardín, la mano del jardinero no se propasa, sino que obra
en coincidencia con la naturaleza,
y el resultado es esta viva arboleda, donde la mano del artista ha agregado,
aquí y allá, objetos esculturales; algunos penden de las
ramas ."Ese aro en movimiento libre es un homenaje a mi maestra Loló
Soldeyilla" -otros sobresalen entre los arbustos; o se acomodan junto al
tronco de estos feraces frutales; mangos, chirimoyas, zapotes, caimitos,
guanábanas y mameyes que han deleitado el paladar de sus amistades,
pues es añeja tradición familiar congratular a sus visitas
con frutos de la Casa. No faltan, en ordenado desorden, las plantas ornamentales:
crotos, orquídeas, begonias, cactus, rosas, la fragante colonia
y un robusto platicerio que pende del ramaje de un júcaro blanco,
y proyecta sus retoños en todas direcciones.
R. F. Hurtado: ¿Quién cuida del jardín?
Yonny Ibáñez: Imagínense, mi sobrina y yo. Del jardín
y de todo. Mantener esta casa es complicado, pero hay que hacerlo, dentro
y fuera es patrimonio familiar y nacional. El microclima aquí es
muy húmedo, las bibijaguas temibles, aquí cerca casi han
acabado con El Hurón Azul, la casa de Carlos Enríquez. Mi
sobrina y yo hemos hecho el inventario de todo. Cultura municipal tuvo
el proyecto de crear el Museo Juan Gualberto Gómez en la casa del
Barón de Kessel, pero como dice el dicho: las cosas de palacio van
despacio...
Mientras conversamos, el amigo Jorge Luis dispara su cámara, y súbitamente
una bandada de
palomas sobrevuela nuestras cabezas. Yonny: "Aquí tuvimos
cientos. Esas son las que han sobrevivido". Pasamos a la Galería,
que es simultáneamente sala de recibo, taller del artista y salón
de exposiciones. En la mesita, un ramillete de humildes romerillos y delicadas
icsoras en un vaso de cerámica dan el toque de color. Yonny ocupa
su butaca habitual, bajo los affiches de sus primeras exposiciones (Primera
Bienal de Artistas noveles, 1965, Salón UNEAC, 1969-1970).
R.F.H.: ¿Cómo recuerdas el ambiente de tu infancia?
Y.I.: En mi niñez, la barriada era montaraz, casi selvática.
Había mucho terreno virgen. Desde Mantilla hasta el Paradero de
La Víbora, la Calzada estaba bordeada de algarrobos, que daban un
gran perfume, se entrelazaban en lo alto, formando un dosel que techaba
al camino. Hacíamos excursiones a las lomas. ¡Se caminaban
apenas 8 ó 10 cuadras y era como ir a otro país! Con mis
hermanas, íbamos a buscar la leche de vaca pura, y la tomábamos
en jarritos de peltre. A nadie se le ocurría abrir la cancela de
una puerta sin antes llamar.. Se respetaba mucho a las personas mayores,
y a los maestros, ni hablar. ¡Eso era sagrado! Aquí en la
casa hubo siempre muchos libros. Nos enseñaban como jugando, en
un ambiente muy humanista, crecí oyendo música, leyendo poesía,
de todo. Hicimos la primaria en la Escuela Pública No. 35, que lleva
el nombre de mi abuelo. Eso era de rigor. Después, ya me mandaron
a los Maristas de La Víbora, donde hice amistades que me han acompañado
siempre, como el artista plástico Arístides Pumariega, como
el hoy Monseñor Carlos Manuel de Céspedes...
R.F.H.: ¿Cómo era la enseñanza en Los Maristas?
Y.I.: Mira, aunque, claro, dirán que la recomendación viene
de muy cerca, aquella era una escuela ejemplar.
Porque una cosa es instrucción y otra es educación, de ahí
la frase de José de la luz: "Instruir puede cualquiera..."
En Los Maristas había ambas cosas, siempre con el apoyo de la familia.
Los profesores eran sacerdotes y laicos, cubanos y españoles, aunque
la Institución procede de Francia. Se practicaba gimnasia, deportes,
incluso había un psicólogo para los alumnos que tartamudeábamos;
a mí me ayudó mucho. Se ha dicho que no se admitían
negros, y eso es un disparate...
Gusta el anfitrión hacer pausas en la charla, retirarse a sus arcas
recoletas y retornar con sorprendentes evidencias que confirman sus argumentos.
Ahora reaparece y nos muestra un ejemplar primorosamente conservado de
las Memorias del Curso de 1952. Recorre sus páginas y enseguida
se encuentra a sí mismo, y nos dice con una chispa de mordacidad
: "¿No reconocen a este muchacho rubio y de ojos azules? ...Era
una enseñanza muy completa, creo yo.. Además, existía
una escuela anexa, gratuita.
R.F.H.: ¿Cómo te inclinaste hacia la pintura?
Y.l.: Yo iba para abogado o periodista, "porque los pintores, hijo, se
mueren de hambre", se decía. Estudié hasta segundo año
de Derecho, pero ahí me reviré, y me fui para la de periodismo,
la Marques Sterling que estaba en Avenida de los Presidentes, cerca de
Línea. De eso sí me gradué, y mis primeras incursiones
fueron literarias, reseñas de teatro y cine. Como mi abuelo fue
siempre un tanto mecenas, ayudó a muchos artistas, a la cantante
de ópera Zoila Gálvez, a los pintores Pastor Argudín
y Marili Ariza, parienta ésta del malogrado dramaturgo René
Ariza, eso despertó en mí la curiosidad por la pintura, pero
en realidad, fue cuando conocí, en una cena navideña, a Dolores
"Loló" Soldevilla, la pintora cubana. Visité su atelier en
la Calle Compostela. Ella me abrió los ojos al mundo del arte contemporáneo.
Loló acababa de llegar de París, donde se había codeado
con lo mejor: Vassarely, Arp, Calder. Era muy amiga de Lam. Todos allí
decían maravillas de ella. Es la única artista cubana incluida
en el libro del crítico francés Michel Souphor, sin embargo,
está injustamente olvidada entre nosotros, como Pastor Argudín
o Concha Ferrant, aunque al menos Concha tiene una galería en Guanabacoa
que lleva su nombre. En este mundo del arte, no es frecuente que una figura
ya hecha abriese su taller a los jóvenes, como Loló lo hacía.
Ella disfrutaba compartiendo su experiencia con nosotros, animándonos.
Nos reuníamos en su casa los jueves; cada cual llevaba lo suyo,
y entre todos se discutía. No era la cuestión cortés
esa de "¡qué lindo!" ni "¡Orí, muy interesante!"
Allí se discutía y lo mismo te señalaban lo bueno
como lo equivocado. Las opiniones no eran todas positivas. ¡Qué
va, mi amigo! Además, mediante la correspondencia de ella con Europa
nos manteníamos informados. Así supimos del triunfo del Pop
Art en la Bienal de Venecia, del Arte Concreto...
R.F.H.: Allí surgió el Grupo Espacio..
Y.I: Sí, efectivamente. Loló nos inculcó siempre el
respeto, la disciplina del artista. La pintura es una cosa muy seria.
Nuestras reuniones no eran formales, porque no se seguía ningún
programa, ni
se imponían patrones estéticos, pero tampoco se perdía
el tiempo en devaneos. Nuestro primer reconocimiento fue la 1ra. Bienal,
en 1965, fuimos escogidos, en una rigurosa selección nacional, varios
del Grupo: Inverna Lockpez, Jaime Bellechasses, Amado Alonso y yo.
Como Grupo, hicimos una primera exposición colectiva en el Retiro
Médico, en 1965, que suscitó polémicas. Presentamos
una pintura conceptual, que no coincidía con los criterios más
en boga entonces, y hubo quienes nos
tildaron de esteticistas,
extravagantes, y eso creó un obstáculo, por supuesto. A Inverna,
por ejemplo, le cerraron una muestra a los dos días, por una mala
interpretación del título. Loló nos aconsejaba que
había que pintar siempre, mantenerse activo, pues las incomprensiones
eran pasajeras, y la búsqueda del artista es un proceso mucho más
complejo, no sujeto a recetas. Claro, si hubiésemos pintado lo que
se prefería, todo hubiese sido muy gracioso, muy oportuno y lucrativo,
pero hubiese sido un arte falso, superficial e hipócrita, que no
merecía la pena hacer. En la pintura, como en la
vida, el engaño no
vale nada, y cuesta caro.
R.F.H.: ¿Cuántas exposiciones realizaron?
Y.I: Después, presentamos una en el Central Camilo Cienfuegos, y
la última fue en la CUJAE, en 1972. Ya yo estaba terminando mis
estudios de diseño, con excelentes profesores como Lily del Barrio,
Carmelo González, Horacio Maggi. Aparte de la crisis que afectó
por aquellos años al movimiento cultural, influyó en nosotros
la desaparición física de Loló, en 1971. Es una lástima
que esta generación se haya perdido a artistas como ella, como Argudín...
R.F.H.:¿Qué ha sido de los demás integrantes del Grupo?
Y.l.: Bueno, Arístides es muy conocido como caricaturista. De la
coreógrafa y bailarina Maricusa Cabrera
he perdido el rastro, desde que falleció su mamá Renée
Méndez Capote. Jaime Bellechasses, que era graduado de San Alejandro,
comenzó haciendo surrealismo, y luego hizo Op-Art con muy buena
mano. Conservo algunos cuadros suyos. Él era muy sensible y le tocó
un destino duro. Como sabes, estuvo preso en los 70s, por motivos políticos,
viajó después a los Estados Unidos, pero nunca recobró
el entusiasmo, y ese País, que es tremendo, se lo tragó.
Murió de SIDA. Es otro de esa generación en la que tantos
se han perdido, Lo mismo ocurrió en la literatura. ¿¡Dónde
están aquellos cuentos de José Hernández, "Pepe el
loco", o los poemas de Emilio V. López-Alonso!? La Diáspora
y la dispersión ha sido mucha. Fonticiella, el escultor, que fue
quien primero trabajó aquí la temática del expresionismo
tremendista, un creador a la altura de polemizar con Antonia Eiriz, nada
menos. A mí me llevó a conocerlo Reglo Guerrero -otro que
se marchó, católico, gracias a Dios vive en el Canadá,
espero que siga creando-, porque Fonti estaba trabajando en su casa, y
no quería recibir a nadie. Vivía en Marianao, en una casita
muy pequeña, donde ya no cabían ni sus piezas ni sus hijos.
Era una persona con un fenómeno psíquico, pero lo transmutaba
en arte, pues, ¿dónde están todos aquellas piezas?
Tengo entendido que acabó completamente loco.
R.F.H.: Yonny, ¿y La Ciudad Celeste?
Y.l.: Bueno, pero antes de remontarnos, propongo merendar...
R.F.H.: Aceptado por unanimidad. Mientras Yonny marcha a la cocina, aprovechamos
para realizar un bojeo por la Galería, que nos depara diversas sorpresas,
previstas todas por su curador: desde uno de aquellos periódicos
de 1895, que pasmaron a Virgilio, hasta su deslumbrante trozo de
mineral virgen -"me lo trajo del Perú una amiga" - o una fabulosa
libreta de autógrafos con las míticas rúbricas del
ajedrecista José Raúl Capablanca, el Presidente Alfredo Zayas,
y el poeta Bonifacio Byrne. En un ángulo, ha colocado una muestra
de fotos del prócer, enmarcada por la cinta de la corona dedicada
"a Juan Gualberto de sus compañeros del Senado de la República".
Si algo hace de esta casa un sitio excepcional es esta condición
de puente entre las eras imaginarias y nuestro presente, tan raso. Pudiera
decirse que la familia Ibáñez Gómez encontró
el conjuro capaz de conciliar lo absoluto medieval con lo fenoménico
renacentista... De esta meditación me saca el retorno de Yonny,
portando la bandeja con las tazas de café y, enseguida, varios platillos
con pan tostado, tajadas de mango -"que datan de 1914"- y mermelada de
guayaba casera. Pueden creerme los lectores si los exhorto a lamentar no
poder compartir esta substancial parte de la entrevista.
Y.l.: Bueno, esto de La Ciudad Celeste aquí no lo inventé
yo. Tendríamos que remontarnos a las tertulias político-literarias
de mi abuelo, y de mi madre Juana, que tenía la suya propia, aparte
de la de su padre, y la frecuentaban los escritores y poetas, sobre todo
los matanceros; Medardo Vitier, los hermanos Lies, Agustín Acosta,
Miguel Ángel Macau. Fallecido mi abuelo, siguieron viniendo por
amistad, y por necesidad de información, hitoríadores como
Octavio R. Costa, el gran periodista Ramón Vasconcelos, Horrego
Estuch, por cierto, se ha publicado hace poco un libro de Sergio Aguirre
sobre mi abuelo, con cuyo título no puedo estar de acuerdo, pues
un patriota de quien se han escrito tantos artículos y libros, no
puede ser "el gran olvidado". Pero, volviendo a La Galería, aquí
siempre la familia tuvo la costumbre de realizar actos culturales. Por
ejemplo, se montó una vez El zoo de cristal, de Tennesse Williams,
y una selección de la Cecilia Valdés. El caso es que en los
años 70 yo trabajaba en el Departamento de Diseño del Instituto
del Libro, y Virgilio Pinera en el de Traducciones. Él estaba muy
deprimido. Se hacían antologías de cuentos y de poesía
y no lo incluían; sus obras de teatro no subían a escena.
¡Cuántos años no pasaron para que se estrenase su obra
premiada Dos viejos pánicos! Entonces, para apoyarlo, me acerqué
a él y lo invité a que nos visitase. Le dije, como era cierto,
que nosotros lo admirábamos mucho, y que su presencia nos honraría.
Por fin, vino con un amigo común, Cesar Bermúdez. Enseguida
hizo muy buenas migas con mis hermanas, y con mi madre. Fíjate en
esta carta que es de la Navidad del 74, donde él reconoce la buena
influencia de ella:
"...conocer a Juanita
Gómez fue una confirmación rotunda de mi imaginación,
y en vez de verme obligado a mirar día a día el monstruo
que me ponían por delante, le superpuse la imagen de Juanita Gómez,
hada, maga y gran dama. Ahora podré caminar por el infierno cotidiano
acompañado por ella".
Así comenzó
a visitarnos, y venían también otros amigos, hasta que un
buen día se nos apareció con un
cuento, y después con otro, "Ars Longa", "Vita Brevis", que se desarrolla
en esta casa. Luego, en la dedicatoria de un libro, él bautizó
a la Galería: "Al querido amigo Yonny Ibáñez, morador
de una casa de artistas que me gusta llamar "La Ciudad Celeste". Y desde
entonces lo lleva. Nos reuníamos una vez a la semana, y venían
otros artistas, como el coreógrafo Ramiro Guerra, como el pintor
y grabador Antonio Canet, el escritor entonces en ciernes y hoy triunfante,
Abilio Estévez, consagrados como Pepe Triana, Antón Arrufat,
Ángel Luis Fernández, la actriz Leonor Borrero, Ariza, Reinaldo
Arenas, los fotógrafos Macías y el Chinolope, en fin muchos.
Lamentablemente no teníamos grabadora, y nos perdimos las conferencias
que Virgilio impartió sobre poesía francesa, los clásicos
españoles, y sobre todo la que nos dio sobre Lezama, a los pocos
días de fallecido éste, en 1976..
R.F.H.: Tú continuabas también la tradición de Loló...
Y.I: Sí, pero La Ciudad fue, es, siempre más abarcadora.
No era un taller específicamente plástico, nos interesaba
también mucho el teatro, la música. Todo iba bien, hasta
que un mal día a alguien le parecieron mal estas reuniones nuestras,
y tuvimos que suspenderlas. Esto fue en 1977 ó 78, no preciso bien.
Luego pasó el águila por el mar, y las reiniciamos, con cinta
cortada y todo, exactamente el 2 de septiembre de 1988. Desde entonces,
no ha cesado, aunque la sistematicidad no sea factible en nuestras circunstancias
actuales, sobre todo por las dificultades del transporte.
R.F.H.: ¿Cuál fue la tertulia más reciente?
Y.l.: El pasado 17 de marzo, con motivo de mi cumpleaños. Nos reunimos,
leímos y comentamos. Alguien trajo un cake, en fin. Ya en esta etapa,
las tertulias se han proyectado más al exterior, y te
diré que en Octubre pasado apareció el primer poemario de
la colección La Ciudad Celeste titulado Orgía de las Visiones,
del poeta Jesús Jambrina, con ilustraciones mías y diseñó
de Alfredo Alonso Estenoz. A lo largo de estos años hemos puesto
teatro, hicimos una lectura de "Aire Frío" y Raúl Alfonso
nos leyó "El dudoso cuento de la Princesa Sonia"-, exposiciones
personales de jóvenes pintores; el ensayista Alberto Garrandés
nos ofreció una charla acerca de la poética en la obra de
Virgilio. Como ves, los muertos de esta Galería La Ciudad Celeste
gozan se buena salud, y espero con el favor de Dios, que así sea
por muchos años, con el rigor que yo establezco. La diáspora
nos ha afectado, pero la gente viene, los auténticamente interesados,
por necesidad de coherencia, no por moda, y se hace una labor permanente,
cada cual en su esfera. Con los años, ahora resulta que se aparece
por aquí el teatrista Joel Cano, y resulta que está casado
con una muchacha a quien yo ayudé hace años con su tesis
sobre Virgilio. El filmó aquí y así pude enviarle
mis saludos a Pepe Triana y a Chantal, su esposa.
R.F.H.: ¿Qué estás haciendo actualmente?
Y.l.: He realizado varias muestras personales, en la Fundación para
el Nuevo Cine Latinoamericano; en la Casa de la Cultura de Alamar y una
en la Galería Juan David del Centro Cinematográfico y Cultural
Yara, donde se puso el documental La Ciudad Celeste, del colombiano
Luis Hernán Reina; esta Exposición fue reseñada en
el periódico Granma por el crítico Israel Castellanos.
Nunca he dejado de pintar, y ahora estoy preparando una titulada Gente
por la calle, que espero presentar en el Taller-Galería Canet,
que será inaugurado próximamente en Regla. Como proyecto,
quisiera hacer un reportaje acera de las casas que aún se conservan
en pie, de lo que fue el origen de este Municipio de Arroyo Naranjo, estoy
localizándolas, y necesitaría cierto apoyo para retratarlas,
o filmarlas, que sería mejor. Además, asesoro tesis de literatura
y de arte, y como siempre, brindo información gráfica y documental
acerca de mi abuelo, y de los que fueron sus contemporáneos, que
es mi empleo a perpetuidad, del que estoy satisfecho y orgulloso.
R.F.H.: ¿Cómo ves a Cuba hoy?
Y.l.: Mira, ante todo me preocupa mucho la evidente deformación
en costumbres, vocabulario y reacciones
del ciudadano de cualquier edad, raza o sexo. Creo que siguiendo un mismo
curso, hemos llegado a un puerto que no era el deseado ni el esperado.
Los éxodos resquebrajaron la estabilidad, y de pronto vimos cómo
la gente parece olvidar lo que habían aprendido acerca de la Patria.
Por otra parte, en la disyuntiva entre el mundo civilizado, Bill Gates
y sus secuaces, y la caverna primitiva, hay que ponerse a tono con los
veloces cambios tecnológicos, y en esto veo una cierta discontinuidad.
Está claro que los problemas nos son comunes a todos, y hay que
impulsar lo que fortalezca el amor entre cubanos, para lograr que las personas
funcionen y se integren en una sociedad positiva, donde vivan sin máscaras,
con espontaneidad. Porque si estás a disgusto, así sea en
Versalles, no sirve, a la cañona no se crea nada perdurable. ¿Cómo
vamos a lograrlo? Prefiero convertirme ahora en entrevistador y dejar plantada
la pregunta. El Santo Padre nos ha dejado aquí una energía
que no desapareció, que seguirá manifestándose. Ya
lo veremos. Tiempo al tiempo, como decía mi hermana Serafina. Esa
es mi esperanza.
Villa
Manuelita y su Galería La Ciudad Celeste se igualan por
derecho poético con esos otros puntos carismáticos de nuestra
urbe: la perdida casona de las Borrero, en el valle de Puentes Grandes;
el hoy arruinado Jardín de Línea y 14, donde Dulce María
Loynaz vivió su novela; la casa de Arroyo Naranjo, donde Elíseo
Diego recibía en los atardeceres de los 50s a sus amigos de Orígenes.
Así, nos despedimos de Yonny en la fragante penumbra del portal,
bajo las estrellas de la madrugada de abril.
Palabra Nueva, Revista
de la Arquidiócesis de La Habana
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