Dos
"arañazos" latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Enrique Gómez
Carrillo
La
Expresión Americana presenta, en esta ocasión, un breve
ensayo sobre Jorge Luis Borges, del poeta y ensayista Germán Guerra,
y un manojo de crónicas del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo.
Lo que los ha reunido aquí es ese "azar concurrente" de que hablaba
Lezama, así como la no menos azarosa gratitud con que esperamos
los reciban nuestros lectores.
Borges
y la araña infinita
Germán Guerra,
Miami
La evolución de las ciencias y los saltos de la tecnología
en este siglo que acaba de morir, se han encargado de mantener a filósofos
y pensadores en el lugar que siempre disputaron y merecen, el camino
de estos genios se ha mantenido invariable desde el gabinete hasta los
tanques del
pensamiento, donde seguirán
generando improbables utopías sobre la economía de mercado
y el suicidio para que sean leidas por cuatro gatos negros y aplicadas
por nadie. Los escritores, esos genios malditos y siempre peligrosos,
han corrido mejor suerte y sobre todo los oscuros patriarcas de ese mal
llamado subgénero de la ciencia ficción. Julio Verne,
H. G. Wells, Isaac Asimov y otros, se han transformado en utopistas prácticos
y todas sus predicciones y fantasías son pan común de nuestra
mesa. Sólo nos faltan los marcianos y el centro de la tierra,
pero ya tenemos submarino, hongo atómico y espléndidas vacaciones
en la luna; y quién a estas alturas se atrevería a decir
que el cine de realidad virtual no es un viaje en un cómodo sillón
de La máquina del tiempo.
Incluir a Jorge Luis Borges en esta cofradía de letrados puede tener
ciertos aires de facilismo, la hipótesis se ha argumentado infinitas
veces y Borges, desde sus primeras letras como narrador, siempre militó
en ese dream team. Demostrar que Borges fue un premonitor
del internet, es la tarea que ahora me propongo con razones y cifras, demostrar
que Borges y su recurrente sueño de La biblioteca total
eran a mediados de siglo lo que podemos traducir ahora como pesadillas
electrónicas y virtuales. Demostrar que soñó,
no que inventó el internet, lo del invento tiene hoy demasiadas
implicaciones políticas en esta volátil mercadocracia que
nos toca vivir.
En 1941, Emecé Editores de Buenos Aires publica uno de los libros
más importantes de Borges: El jardín de los senderos que
se bifurcan, libro que junto con Artificios, de 1944, conformaría
el volumen Ficciones. De ese jardín me ocupa un cuento:
La
Biblioteca de Babel. Nos dice Borges abriendo las puertas de
la narración:
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número
indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos
pozos de ventilación en el medio(...). Desde cualquier hexágono,
se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución
de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos
anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos(...). Una de
las caras libres da a un angosto zaguán , que desemboca en otra
galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda
y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno
permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades fecales.
Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia
lo remoto. (...)Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Básteme,
por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una
esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia
es inaccesible.
Aquí y ahora, aparte de los movimientos involuntarios del cuerpo
que nos impulsan a dormir, a llenar el estómago y vaciar las tripas,
y tal vez a la dudosa tentación de montarnos en La máquina
del
tiempo, qué otra actividad del género humano y de la naturaleza
divina no puede ser resuelta en las páginas electrónicas
del net, biblioteca total y universo sin límites que estalla en
los monitores de nuestras computadoras personales. En esa telaraña
del tamaño del planeta podemos resolver el resto de nuestras vidas,
relaciones monetarias y personales de todo tipo, noticias y entretenimiento
en todos sus matices, sueños,
aspiraciones, esperanzas y muertes; no necesitamos nada más.
Entramos a la primera página, patíbulo y portal, y caemos
en un pozo cíclico que alberga en su fondo a un Dios sin rostro
y el pozo se convierte en escalera "que se abisma y se eleva a lo remoto"
y cada peldaño es un link que nos deja en el próximo
hexágono, y esa nueva página de éter es otro
universo, paralelo y también
interminable. Hemos superado a Borges en elementales cuestiones de
la física, los bibliotecarios estaban impelidos a romper la inercia
y volver sobre unos pasos ya premeditados para llegar a la próxima
recámara; nosotros, sentados en una silla reclinable, podemos tener
la página más cercana en la casa del vecino o en Sumatra.
A esta esfera impulsada por reacciones atómicas, tampoco le hemos
podido encontrar un centro y alimentamos la certeza de que posee un diámetro
"inaccesible" y en constantes explosiones.
Vuelvo a Borges:
La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de
lámparas. La luz que emiten es insuficiente, incesante.
(...)un bibliotecario observó que todos los libros, por diversos
que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma,
las veintidós letras del alfabeto. También alegó
un hecho: No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos.
De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y
que sus anaqueles registran todas las posibles
combinaciones de los veintitantos
símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo,
no infinito) o sea, todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas.
Nuestras premisas se repiten, esta vez idénticas. Veinticinco
pautas ortográficas, todos los idiomas y la luz. Podemos usar
dos de esas letras para las pulsaciones electrónicas de ceros y
unos; el espacio, la luz y el punto son de importancia vital en nuestro
caso. Un planeta bombardeado
por imágenes visuales
que han adiestrado al ojo a mirar sin enterder, en detrimento de la milenaria
lectura, ha sido el maná de los diseñadores gráficos
y por decantación la lujuria de los web designers.
Espacio virtual es lo que sobra; tenemos luz eléctrica, proveedora
de todos los colores, y
el punto es la raíz
de toda figura geométrica y padre primigenio de cualquier imagen
virtual o digital.
Este sueño recurrente del escritor argentino ha hecho que las fuentes
temáticas tiendan al infinito, fuentes
que harían infinitas mis comparaciones con este presente de punto
com en que habitamos. Como última consideración, me
deleita la idea de comparar esa nueva moda de performance virtual, donde
intrépidos y adinerados muchachitos se lanzan a la aventura de pasar
un año o dos encerrados en sus casas y sólo miran al mundo
(el mundo siempre devuelve la mirada) por medio de cámaras de video
y créditos, conectados a la red. En el fondo de ese concepto
debe existir un supremo
argumento que justifique
estas líneas de Borges: "(...)he peregrinado en busca de un libro,
acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi
no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a una pocas leguas
del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán
manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el
aire insondable: mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá
y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es
infinita. (...)Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza."
En el alba del 24 de agosto de 1899, justo a los ocho meses de la concepción,
nació Jorge Luis Borges en casa de Isidoro Acevedo, el abuelo paterno.
Hoy, mientras ataba los últimos nudos de estas páginas, lo
he visto celebrando la vasta e indescifrable eternidad de su genio; ya
lo dijo
Carlitos, 102 años
no es nada. Lo he visto aludiendo unas cifras, urdiendo nuevas utopías
y diseñando su página web en una pantalla dócil a
su tacto. Lo he visto abismado frente a estos nuevos infinitos y, por supuesto,
sin el Nobel -los honorables caballeros de la Academia Sueca siguen leyendo
poco y ahora les ha dado por hacerlo en un dialecto anglo-mandarín,
con inflexiones de antislamismo clásico. ¿De dónde
vendrá aquello de "hacerse el sueco"?-; lo he visto afeitado y elegante,
con un gracioso Aleph colgado en la solapa de su trajecito gris y sentado
en el tamaño de su enorme esperanza.
octubre y 2001.
Con
Enrique Gómez Carrillo, por París
Presentación
Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873--París, 1927) llegó
a París -- por gestiones de Rubén Darío
ante el gobierno guatemalteco -- en 1890. Fue en París donde
desarrolló lo más importante de su obra literaria.
Profundamente contradictorio, abundan en su biografía las bravuconadas
del duelista, así como los refinamientos del flâneur.
Carrillo sigue siendo, todavía, nuestro modernista desconocido.
Falta por revaluársele como el impecable estilista que fue.
Además de fungir como traductor del capital cultural europeo para
sus colegas hispanoamericanos, a los que mantenía informados acerca
de las novedades -- sobre todo francesas --, Carrillo nos es sumamente
necesario para comprender, en el contexto de fines del siglo XIX, la importancia
de la mirada en el sujeto deseante. Carrillo ha pagado bastante caro
el haber escrito en París. Pero a cualquier estudio del modernismo
hispanoamericano que no considere el legado de la prosa carrillesca siempre
le faltará algo, siempre estará incompleto. La presentación
de esta apretada selección sólo busca contribuir -- en la
medida de lo posible -- a atraer la atención que su autor merece.
EL
SALON I
(CAMPO
DE MARTE)
EN
todos los países del mundo el mes de abril es el mes de las flores.
En París es el mes de los cuadros.
¿Cuántos cuadros se exponen en París durante el mes
de abril? ¿Cinco mil? ¿Diez mil? ... Más aún:
quince o veinte mil.
Naturalmente entre todos ellos no hay ni un octavo por ciento que sea admirable;
pero el conjunto sirve para hacernos ver que aún hay una ciudad
en la tierra que considera el arte como uno de los más intensos
elementos de vida.
Mis lectores deben de saber que el "Salón” o sea la exposición
oficial de pintura y escultura se divide en dos secciones: una de independientes,
de jóvenes, de artistas libres, el Campo de Marte: – otro de maestros
consagrados, de viejos académicos, de profesores empedernidos y
de aspirantes a cargos públicos, los Campos Elíseos.
Hablemos hoy de los primeros que acaban de abrir al público las
puertas de sus palacios y dejemos a los otros para la próxima quincena.
Lo primero que llama la atención al entrar en el salón del
Campo de Marte, es el envío de Puvis de Chavannes. Después
del Invierno, después de las decoraciones del Municipio de
París, después de los Pobres pescadores que son tal
vez la obra más admirable que ha producido nuestro siglo, cuando
todos esperábamos ver al maestro dormirse sobre sus gloriosos laureles,
viene la más asombrosa y la más completa muestra de talento
que un pintor haya dado jamás a sus contemporáneos.
Y al hablar así no quiero referirme a esos cinco grandes lienzos
decorativas que Puvis ha ejecutado últimamente para la Universidad
de Boston y que son ahora el verdadero clou de las exhibiciones artísticas
de la capital de Francia. No. Lo más grande, lo más bello,
lo más completo del artista parisiense son los quinientos dibujos
que adornan la sala de Campo de Marte. En ellos, efectivamente, está
la historia detallada y completa de uno de los talentos más vigorosos
y de una de las voluntades más firmes que nacieron nunca del hombre;
en ellos se ve el germen de algunas obras maestras, los estudios para muchos
cuadros admirables, las dudas de un temperamento sincero, las visiones
de una imaginación ardiente, la ruta, en fin, que condujo a Damasco
a un gran artista.
Viendo
esos dibujos se comprende de un modo claro lo que Puvis ha soñado
y trabajado. En cada uno de ellos hay algo que nos indica una variante
o un cambio. El conjunto es como una autobiografía artística
enteramente impersonal y enteramente franca.
...Sigamos esa gran calle de cuadros: pasemos por entre todas las obras
mediocres y pálidas de mil y un pintores pretenciosos: busquemos
algo nuevo, algo original.
Aquí sí, aquí; detengámonos ante este lienzo
que hace pensar en los buenos artistas de la Italia primitiva y que al
mismo tiempo nos revela mucho de la inquietud complicada y enfermiza de
nuestra pobre alma moderna. Este cuadro se titula Sirenas... nombre
ridículo... pero eso qué importa puesto que ante él
todos los recuerdos clásicos desaparecen para no dejar en nuestro
cerebro sino la sensación exquisita de un sueño vago que
tiene algo de triste y mucho de ideal.
Grasset también nos proporciona asunto para mil soñaciones
indecisas y encantadoras con sus tres cuadros simbólicos que representan
los meses del año, las edades de la mujer y los aspectos de la naturaleza.
Y también Brune Jones, el maestro inglés, nos transporta
a través del tiempo y del espacio a un mundo
de sentimiento vaporoso, de atmósfera pálida, de sentimentalidad
religiosa: a un mundo donde las formas casi incorpóreas se esfuman
lánguidamente para no dejar más vida que la de los grandes
ojos místicos y más actitud que la de las manos delicadas.
Antonio de la Gándara tiene valor para reírse de la
opinión del vulgo y por eso continúa haciendo retratos, nada
más que retratos: pero retratos que son, por la expresión
de humanidad que contienen
y por el gesto sintético que expresan, verdaderos fragmentos de
vida intensa y pura, "tajadas de mundo” como dicen los Goncourt, obras,
en fin, que sin gritar con colores románticos, encierran más
alma y más cuerpo que los lienzos de Jean Paul Larent.
De Carrière casi es imposible hablar sin repetir lo que otros han
dicho de él. Su obra es siempre la misma en el fondo y todos han
hablado de su obra: pero es tan agradable hablar de las grandes cosas.
Su cuadro de este año es un Goncourt, un Goncourt
de pequeñas proporciones. El artista de la Faustin y de Charles
Demailly, está representado en la época lejana de la
producción y de la lucha antes de la viudez intelectual en que le
dejó la muerte de su hermano, después de los primeros triunfos,
cuando su cabellera rubia comenzaba a encanecer sin que sus mejillas se
marchitaran.
Como factura no hay nada superior, ni los divinos lienzos de Besnar, ni
las litografías de Fantin Latour,
ni los retratos fastidiosos y magníficos de Bonnat, ni aun las composiciones
geniales de Puvis.
¿Y luego? Luego muchos cuadros, muchas estampas, muchos pasteles...
tantos pasteles, tantas estampas y tantos cuadros, que sería necesario
la vida de un hombre para verlos todos con atención.
Y en cada una de esas obras mucha habilidad y aun mucho talento; pero ninguna
"garra” ni una chispa de ese fuego divino que hace que una obra, mala o
buena, se reconozca entre muchas otras obras, nada de ese sentimiento de
lo "raro natural” que distinguió a Manet, nada más que trabajo
e inteligencia, en fin.
Abril
de 1896
EL
SALON II
(CAMPOS
ELISEOS)
DESPUÉS
de haber el Campo de Marte en donde los jóvenes exponen sus obras,
veamos los Campos Elíseos, lugar casi oficial consagrado a los artistas
conservadores, a los moderados del arte, a los ministeriales del ideal.
Entremos por la gran puerta; admiremos los grandes "envíos” de escultura;
detengámonos ante los bronces heroicos y ante los divinos mármoles...
¿Cómo se llama esa Venus moderna delante de la cual todos
se detienen? ¿La danza? Sí, laDanza
de Falguèire. – Alta, muy alta, tal vez demasiado alta, la belleza
desnuda aparece ante nuestra vista ya no en su actitud clásica,
casta y noble, sino complicada, retorcida, tratando de encontrar una parte
de su encanto en la elegancia del gesto. Los ojos mismos que en las estatuas
griegas son eternamente blancos, parecen aquí dilatarse y buscar
una sombra ligera en el hueco profundo de las cejas... Como fragmento de
desnudo nada hay más bello; pero como modelo para escuelas futuras,
nada hay más peligroso... Es la Danza como el San Juan
de Rodin, es la Fe; es la danza de nuestra época; no es Terpsícore
y no tiene nada de musa. Tal vez por eso es bella ahora...
Los parisienses han puesto un nombre en el zócalo de la estatua
de Falguière, pretendiendo que ese divino cuerpo de Diosa Moderna
es el de Cleo de Merode, la bailarina amiga del rey de Bélgica.
Después de la gran obra del famoso estatuario que antes de producir
esta deliciosa Danza había dado vida a la más bella
de las Dianas, la gran calle de bustos y de estatuas se prolonga
ante nosotros como una avenida de formas sin fibras.
La obra de L’Höest no significaría cosa alguna y sin embargo
sería bella a no ser porque George Bois la ha ilustrado con un soneto
que en vez de aclararla la obscurece por comp1eto.
¿Y la obra de Fermín Bâte? – Una figura delicada en
su enormidad, un pedazo de humanidad blanca, un fragmento de vida sin vida
verdadera.
Pero L’Höest y Bâte son jóvenes y debían estar
en el Campo de Marte. Aquí lo interesante no es el crepúsculo
de los talentos sino la agonía de los verdaderos temperamentos.
Lo que debe llamar nuestra atención en este "salón” es esa
Danza
de que ya hablamos y ese San Miguel de Freniet que amenaza hieráticamente
protegido por la sombra fría de sus alas enormes y perfectas.
Las Panteras de Gardet también merecen un cuarto de hora
de admiración porque son lo más puro y lo más perfecto
que el arte clásico ha producido este año. Los alumnos de
la Escuela de Bellas Artes deben de detenerse ante ellas con el mismo recogimiento
casi religioso que los artistas independientes sienten al contemplar las
obras tal vez menos perfectas y sin duda más pasionales de Carpeaux
y de Rodin.
...Pasemos, pasemos... Lejos de Rodin la escultura de nuestra época
no puede producimos sino emociones incompletas y goces llenos de tristezas...
Pasemos...
He aquí los cuadros; el color da variedad y da vida. Andemos más
despacio que en los patios de 1a escultura; bajemos el cuello del gabán
puesto que aquí no hace frío... Y busquemos los rincones
en los cuales se puede uno poner de rodillas, como en un templo, para adorar
a la diosa de mil formas, a la eterna, a la inmutable, a la divina Belleza.
Ondine de Fantin Latour es un pastel de pequeñas dimensiones;
mas la impresión que produce en los que la contemplan con inteligencia,
es inmensa. Parece la miniatura de un fresco decorativo. Sus delicadezas
mismas son casi épicas. El movimiento de la ondina se prolonga visionariamente,
alejándola de nuestra vista, reduciendo sus gestos y proporcionándonos,
en fin, ese sentimiento de la "estabilidad inquieta” que Barye consideraba
como el primer elemento del arte.
Fantin Latour es uno de los maestros clásicos de Francia que en
vez de envejecer artísticamente, va afinándose cada día
más y que no sólo no se duerme sobre sus laureles, sino que
pasa casi todas sus noches en vela tratando de descubrir en los cabrilleos
de la claridad lunar una nota nueva, una gama exquisita, una forma vaporosa.
– Lástima grande que este año sólo haya expuesto sus
pequeñas producciones.
Henri Martín envía dos cuadros: un retrato de mujer parecido
a los retratos de Aman Jean, y un gran lienzo simbólico a la manera
de Puvis de Chavanries. – El gran lienzo no tiene título ninguno,
pero la composición nos indica que el pintor quiso compendiar en
él la inspiración artística, rodeando el retrato de
un maestro escultor de musas bienhechoras. En el fondo nada tan conocido
como asunto, nada tan realizado como ensueño decorativo, nada tan
vulgar como símbolo. Y sin embargo con eso vulgar, realizado y conocido
– Henri Martín ha hecho algo que es enteramente nuevo y enteramente
hermoso. Sus musas no son las divinidades paganas, elegantes y pesadas
del Renacimiento; son musas católicas, musas místicas, musas
medioevales, cuyas desnudeces flacas, frágiles, castas, carecen
de la majestad inconsciente de las figuras griegas y tienen, en cambio,
una gracia menuda hecha de gestos delicados y de actitudes humildes; no
son las musas que dan, son las musas que traen, son las mensajeras
del Señor y no las dueñas de la inspiración. El color
indeciso y pálido, hace pensar en los frescos de las iglesias italianas
de la Edad Media.
Un retrato de Herner representaba a Carolus Durán en el otoño
de la vida, cuando su barba de conquistador comienza a llenarse de florecimientos
blancos; cuando su cabellera legendaria se vuelve una modesta cabellera
igual a la de todo el mundo. Yo no sé si las damas admiradoras de
Carolus Durán habrán reconocido en este hermoso perfil, al
héroe cuyo nombre sonoro y cuya figura novelesca las hizo soñar
hace diez años; pero de mí sé decir que entre todos
los lienzos que nos muestran al célebre pintor, éste es el
único que me parece discreto y sincero.
Otro gran retrato es el de Benjamín Constant, titulado: Mi hijo.
Entre las composiciones ligeras una sobre todo me ha seducido. Es de un
pintor modesto cuyo nombre no debe de haber sonado muchas veces en los
oídos de mis lectores, de M. Grun. Se titula Sujet d’affiche
y representa una parisiense de circo o de café concierto, vestida
de un modo extravagante y tocando el bombo y los platillos con un entusiasmo
febril, casi vertiginoso. En el segundo plano aparece una playa de París,
en la noche, una playa caricaturesca, con sus policiales, sus cocheros
y sus vagabundos envueltos en una atmósfera negra de sueño
de opio o de linterna trágica. El conjunto es encantador. Parece
un Cheret con algo de macabro en el movimiento y mucho de energía
en el color.
LA
MUERTE DE PAUL VERLAINE
PAUL
Verlaine murió hace pocos días, no en el hospital como han
de suponer algunos de sus admiradores americanos, sino en una casita del
Barrio Latino, muy modesta, muy limpia y muy burguesa.
Murió tranquilamente, sin sufrimientos, sin desesperaciones, casi
sin agonía, entre los brazos de una musa compasiva que quiso endulzar
los últimos años del poeta con sus caricias maduras.
*
* *
Yo conocí a Verlaine hace seis años y según creo la
primera vez que de él se habló en español fue cuando
se publicó en Madrid mi folleto titulado Esquisses.
¡Pobre "Lelian”! Mi artículo sobre su vida y sus obras le
pareció verdaderamente desagradable como lo prueba la siguiente
carta de Alejandro Sawa:
"París: enero de 1891. – Querido Enrique: He entregado a Verlaine
el ejemplar de tu libro que para él me envías. ¿Debo
decirte la impresión que le ha producido? No lo sé; pero
como creo que si esto te apena, más te apenaría aún
no saber la verdad, paso por encima de todas las consideraciones que pudieran
cerrarme la boca y (en estilo de notario) digo: 1º que los primeros
capítulos en los cuales dices indistintamente al hablar del genio
en general «Shakespeare, Hornero, Verlaine, Víctor Hugo, etc.»,
le parecieron de perlas: 2º que la publicación que haces de
las cartas que te ha escrito desde el hospital le ha gustado: 3º pero
que el capítulo de las anécdotas privadas, le ha puesto de
mal humor... ¿por qué?... ya lo verás... Dices tú
al comentar una frase erótica suya: "estas palabras pronunciadas
por labios marchitos de sesenta años, suenan de un modo macabro
en mis oídos” y él exclama al oír tus líneas
"¡Verdaderamente ese Carrillo está loco!... ¿Yo sesenta
años?... No... debe de estar chiflado... De hoy en adelante no volveremos
a ser amigos. – Adiós querido. Tuyo siempre –. Alex Sawa”.
Empero, a mi regreso a París fuimos de nuevo amigos o, mejor dicho,
seguimos siéndolo, pues a decir verdad, los rencores del autor de
Sagesse
no duraban nunca sino "el espacio de un ajenjo” como solía decir
él mismo.
*
* *
En el año 1893 la vecindad llegó a convertir nuestras relaciones
en una verdadera e íntima
amistad.
El vivía entonces en el hotel de Lisboa, en la rue de Vaugirard
y yo en el hotel e Médicis en la rue Monsieur-le-Prince. Cuando
alguien llamaba a mi puerta a las cinco de la madrugada ya se sabía,
era Verlaine.
– ¿A dónde va usted? – le preguntaba yo. Y él me respondía
invariablemente: – Al café...
Los que al encontrarle algo más temprano o algo más tarde
le hubieran hecho la misma pregunta habrían recibido una respuesta
idéntica.
"Verlaine
– dice Louis Le Cardonnel – no conoce sino el camino del café”.
*
* *
A veces sin embargo, su ruta iba hasta el puente San Miguel en donde vivía
en aquella época su buen editor Vanier.
Recuerdo que una mañana de invierno al pasar frente al cabaret
del Sol de Oro, oí que alguien me llamaba. Era Verlaine, que tenía
un papel en la mano y que me decía en alta voz:
– He aquí mi último soneto... es necesario llevárselo
a Vanier para que me dé cinco francos... pero yo no puedo ir...
no... no puedo ir... tengo aquí una taza de café y antes
de marcharme es necesario que la pague... Vanier es un lagarto que no quiere
darme un céntimo mientras no le lleve algo escrito...
Y luego me contó, detalladamente, la historia editorial de sus libros:
– Mis únicos versos que han sido escritos con cuidado, con tranquilidad
y con tiempo – me dijo – son las estrofas de Sagesse: desde la primera
hasta la última fueron compuestas en la cárcel.
J’ai
naguere habité le meilleur des chateaux
Dans
le plus fin pays d’eau une et de coteaux;
Quatre
tours s’élevaient sur le front d’autant d’ailes
Et
j’ai longtemps, longtemps habité l'une d’elles.
...Sí, Sagesse fue escrito en prisión, en mi castillo
feudal de Bélgica, y por eso está bien meditada y bien compuesta...
Mis obras han sido hechas a saltos... un fragmento en el café, otro
en casa, otro en el hospital... en el hospital los más sobre todo
en estos últimos tiempos. Pero en el hospital no se trabaja tan
bien como en la cárcel: en el hospital hay enfermeros que hablan,
médicos que llegan e internos que bromean; en la cárcel ninguno
de esos inconvenientes:
Un
lit strict où l’on pût dormir juste à son aise,
Du
tour soffisamment et de l’espace assez
*
* *
D’ailleurs
nuls sois gênants, nulle demarche
à faire
Deus
fois le jour ou trois un serviteur sévère
A
portait mes repas et repartait muet
¡Oh la cárcel! ... Y sin embargo no querría volver
a ella. La libertad es una locura sagrada. Yendo de
hotel en hotel y de hospital en hospital, me siento menos desgraciado que
en aquella torre donde viví dos años enteros con mis rimas
y con mis ensueños... – Pero me parece que hablábamos de
mis libros... Sí, eso es: ninguno de ellos ha sido hecho como yo
lo deseaba; ninguno de ellos ha salido de la casa de campo en la cual me
hubiera sido dulce trabajar, vivir y morir; ninguno de ellos ha sido publicado
en el instante en que yo quisiera sino en el instante en que al editor
le dio la gana... Vanier me da todas las mañanas un duro en cambio
de algunas líneas: y cuando tiene bastante para componer un folleto,
mi nueva obra nace sin que yo lo sepa siquiera... ¿no es verdad
que todo eso es algo triste?... Y sin embargo yo no me quejo. Yo soy humilde.
Yo creo que la poesía no debe venderse. Yo hago lo que puedo y lo
doy a quien me lo pide... además un duro es algo más de lo
que para vivir estrictamente se ha menester.
Los lectores de El Cojo Ilustrado que hayan tenido ocasión
de hojear las Confesiones de juventud publicadas hace poco
tiempo por el Fin de Siècle, reconocerán en las líneas
anteriores el carácter sencillo e ingenuo del autor de Fiestas
galantes.
*
* *
Tan grande era en efecto, la sencillez de Verlaine, que a veces rayaba
en simplicidad. Cuando alguien trataba de hacerle renunciar a sus costumbres
de bohemia instintiva y sentimental, sólo conseguía ponerle
de mal humor.
Hace dos años un empresario inglés se propuso inaugurar en
un teatro de Londres una serie
de
conferencias modernistas. El primer poeta invitado a hablar en nombre de
la nueva generación intelectual, fue Verlaine. El empresario le
dio mil duros y un billete de ida y vuelta, por dos o tres horas de charla
casi familiar. La conferencia estaba anunciada para las 9 en punto. Un
cuarto de hora antes, el pobre gran poeta se presentaba en el gabinete
del director y se ponía a sus órdenes. El inglés,
que se figuró sin duda que Verlaine llegaba del tren, le indicó,
con gran respeto, que apenas le quedaban quince minutos para cambiar de
traje.
– ¡Cambiar de traje! – exclamó el autor de la Buena canción
– ¿y por quién me ha tomado usted? Yo me presentaré
así, con mi americana, o no me presentaré de ningún
modo.
Y por más que hizo el empresario, no logró reemplazar el
paletó usado en los cafés de París
por
un frac de Londres.
Cuando Verlaine nos ¿contó? esta anécdota terminó
diciendo:
– Si quieren enseñar levitas nuevas que busquen al príncipe
de Sagán, y si quieren enseñar
poetas
que no se fijen en las levitas... Después de todo, el hombre feliz
es el que no tiene camisa... y el poeta verdadero siempre es feliz...
*
* *
¿No os parece una paradoja en labios de Verlaine esta última
frase? A mí, por lo menos, me produjo la impresión de una
mueca irónica cuando se la oí por primera vez. Y no obstante,
quizás sea una de las pocas "verdades verdaderas” de que disponga
la filosofía sensitiva de nuestro siglo.
..."El poeta verdadero siempre es feliz” – Sí; es feliz porque viviendo
en el mundo luminoso de sus visiones desconoce la vulgaridad del mundo
exterior – es feliz porque se crea un universo nuevo de ensueños
y de imágenes; – es feliz porque puede decirse a sí mismo
las célebres palabras de Saint-Paul-Roux el Magnífico: "soy
un Dios, soy un poeta. Concibo un mundo que es el elixir de la vida inicial
y que se confunde con las horas corporales; pero como este mundo es propiedad
de to-dos en la abstracción de la existencia, me formo otro que
es mejor, que nace de mi espíritu, que es hijo del Deseo y de la
Belleza... Y mi florecimiento se mide con mi genio para adorar o enmendar
el florecimiento de la obra de la naturaleza”.
Así pues, en vez de llorar aún las miserias vulgares y las
tristezas pasajeras del gran poeta que acaba de morir, cantemos la gloria
de su genio. ¡Fue un poeta y fue feliz a pesar de su desgracia!
18
de enero de 1896
Estos
textos fueron tomados de La vida parisiense (Enrique Gómez
Carrillo). Selección y presentación de Oscar Rodríguez
Ortiz. Caracas: Ayacucho, 1993. |